La
periodista ha vendido gran parte del mobiliario y accesorios que
decoraban su casa de 2.000 metros cuadrados y que no tenían espacio en
su nuevo hogar, un chalet pareado de alquiler.
La casa que María Teresa Campos
tiene en la urbanización Molino de la Hoz, situada en la localidad
madrileña de Las Rozas a poco más de 30 kilómetros de Madrid, era ya
demasiado grande y costosa para la periodista y desde hace algo más de dos años intenta venderla
sin que aún haya conseguido su objetivo. Pese a ello, Campos ha
decidido trasladarse a un chalet más pequeño en el municipio de Aravaca,
más próximo al centro de la capital, pero sobre todo más cerca de dónde
viven sus hijas y más manejable para una persona que ya ha cumplido 77 años. La subasta se realizó el pasado 26 de febrero y fue un éxito. En pocas
horas se vendieron la mayoría de las piezas que aparecían en el
catálogo. Entre ellas, un juego de sillones Luis XV muy populares porque
aparecieron en grabaciones delrealityLas Campos;
una pareja de jarrones de mármol y bronce que salieron a la venta por
3.000 euros; un juego de candelabros dorados de 2.500 euros, una cómoda
estilo Luis XIV cuyo precio de salida era de 6.000 euros; o una mesa
Regency valorada en unos 1.500 euros. Muebles y objetos decorativos que
han encontrado un nuevo destino durante los tres días que ha durado la
subasta.
Una alegría para la periodista y presentadora que ahora que vive sola junto a su novio, el cómico Edmundo Arrocet,
quiere volver a empezar en una nueva vivienda más manejable que su otra
propiedad que, además de las zonas edificadas, cuenta con 6.000 metros
cuadrados de jardines. "Yo no he sabido invertir en nada y eché todo el
dinero aquí", ha manifestado María Teresa
Este traslado ha motivado tener que buscar una solución para los
muebles de su enorme casa de casi 2.000 metros cuadrados, donde hace
unos años compartía instalaciones con su hija Carmen Borrego, su yerno y
su nieta. Su nuevo domicilio, un moderno chalet de alquiler de unos 350
metros cuadrados construidos, no admite tanto mobiliario y la
presentadora decidió recurrir a una casa de subastas para vender sus
muebles y conseguir una rentabilidad con ellos, ya que muchos son piezas
clásicas de cierto valor.
En las
últimas semanas la esposa de Felipe VI ha lucido el mismo diseño que se
puso para la fiesta previa a la boda de Guillermo de Inglaterra, el
traje de su pedida de mano y el polémico vestido de Felipe Varela
acusado de plagio.
Estos últimos días la reina Letizia
ha presumido de una nueva tendencia de moda: recuperar trajes antiguos. La esposa de Felipe VI ha decidido rescatar algunas prendas icónicas de
su armario y ha vuelto a lucir muchos de los trajes que ya había
vestido anteriormente. No es la primera vez que lo hace,
pero hasta ahora no había sido de manera tan continuada. El último
ejemplo ha sido en la cena de gala ofrecida por los Reyes al presidente
de Perú, Martín Vizcarra, y su esposa, Maribel Díaz, este miércoles. Para la velada, doña Letizia ha rescatado el mismo vestido que llevó a la celebración previa del enlace del príncipe Guillermo y Kate Middleton, hace ya ocho años.
A diferencia de la fiesta previa a la boda de los duques de
Cambridge, doña Letizia sí ha lucido este año la tiara floral que el
pueblo español regaló a doña Sofía cuando se casó con Juan Carlos y que
la esposa de Felipe VI ya ha mostrado en otras recepciones, bodas reales
y visitas de Estado; así como unos pendientes y pulsera de diamantes a
juego.
En abril de 2011, la entonces princesa de Asturias asistía a la fiesta ofrecida por Isabel II con motivo del enlace de su nieto Guillermo de Inglaterra
con un diseño de Felipe Varela. Se trata de un vestido en muselina y
tul gris lavanda con bordados florales, escote palabra de honor y falda
de línea años cincuenta. En esta ocasión y como manda el protocolo, la
Reina lucía una banda morada a juego con el vestido, una condecoración
de la Orden al Mérito por Servicios Distinguidos, concedida por Ollanta
Humala en 2015.
La relación entre Courtney Love y el vocalista
de Nirvana, Kurt Cobain, forma parte de la historia de la música, pero
sus inicios no fueron tan románticos como se esperaría. En los años
noventa Love salía con Billy Corgan, el cantante de The Smashing
Pumpkins. La banda compartía escenario entonces con Nirvana y durante
las visitas a su pareja, la artista compartía tiempo con Cobain. De
hecho, su hija Frances Bean Cobain fue concebida en una visita que Love
le hacía a Corgan, tal como confesó Love en una entrevista para el libro
‘I Want My MTV: The Uncensored Story of the Music Video Revolution’. Finalmente, Love y Cobain se casaron en 1992 y meses después la cantante
dio a luz a su hija. Dos años después, el vocalista de Nirvana se quitó
la vida.
El príncipe Carlos y Camila Parker Bowles se
conocieron en una fiesta en los años setenta. Años después ella se
comprometía con Andrew Parker Bowles y el heredero al trono se casaba
con Diana Spencer. Tras el nacimiento de sus dos hijos, Guillermo y
Enrique, Carlos comenzó una aventura con Camila que duraría años. En
1992 el heredero al trono y Lady Di se separaron y finalizaron su
divorcio en 1996. Un año antes Camila había hecho lo mismo por lo que
los rumores de la relación con el heredero al trono se acrecentaron. Tras la muerte de la princesa Diana en un accidente en 1997, la pareja
controló su exposición pública durante un tiempo y finalmente
contrajeron matrimonio en 2005.
Una década atrás Kristen Stewart y Robert
Pattinson estaban en la ola de su fama adolescente Juntos habían
protagonizado la saga Crepúsculo y su relación fuera de la pantalla
había cumplido la fantasía de millones de seguidoras. Por eso la
sorpresa fue enorme cuando los tabloides estadounidenses publicaron
fotografías en las que Stewart se encontraba besando al director de su
nueva película ‘Blancanieves y el cazador’ —quien, a su vez, estaba
casado con la modelo Liberty Ross—. Los protagonistas del amorío
emitieron disculpas públicas, pero su aventura terminó por quebrar sus
respectivas relaciones. Stewart y Pattinson regresaron poco antes del
estreno de la última parte de la saga, para cortar nuevamente meses
después. Sanders y Ross se divorciaron.
Quizás este es el triángulo amoroso más
conocido de Hollywood. Brad Pitt y Jennifer Aniston eran la pareja de
oro de la meca del cine y por eso fue toda una sorpresa cuando
anunciaron su separación en 2005. En ese momento Pitt estaba trabajando
con Angelina Jolie en la película ‘Sr. y Sra. Smith’, lo cual despertó
todas las alarmas de una posible infidelidad. Poco después Pitt y Jolie
confirmaron su relación y en 2014 contrajeron matrimonio. Solo dos años
después, la actriz solicitó el divorcio y actualmente se encuentran en
una batalla legal por la custodia de sus seis hijos.
Taylor Swift es conocida por escribir canciones
sobre sus amores y rupturas, y una de las parejas que le dio más para
hablar fue Joe Jonas, el vocalista de la banda Jonas Brothers. La pareja
se conoció en 2008 y salieron juntos un par de meses hasta que Jonas
rompió con la cantante a través de una llamada telefónica de 25 segundos
(Swift lo reveló en una entrevista con Ellen DeGeneres). La razón de la
ruptura apunta a Camilla Belle, una actriz californiana que estuvo
saliendo con el músico poco después. Swift incluso escribió una canción
que parece hablar de Belle: ‘Better tan revenge’.
Woddy Allen y Mia Farrow se conocieron a
finales de los años setenta y rápidamente iniciaron una relación
amorosa. Una década después la pareja se separaba a causa de otra mujer
que además era la hija adoptiva de Farrow, Soon-Yi Previn. A partir de
entonces la actriz se enfrascó en una pelea mediática contra el
cineasta, al que acusa de haber abusado sexualmente de una de sus hijas. Una disputa que continúa a día de hoy a través de sus hijos, quienes se
posicionan de un lado y de otro.
Después de tres hijos —Chabeli, Julio José y
Enrique— Isabel Preysler le pidió el divorcio a Julio Iglesias en medio
de rumores de romance del cantante con diversas mujeres. La socialité no
tardó mucho en volver a casarse. Lo hizo con Carlos Falcó, marqués de
Griñón. De su matrimonio nació Tamara. Pero la unión tampoco duró mucho
porque Preysler se enamoró de Miguel Boyer, que en ese momento era
ministro de Hacienda del Gobierno socialista presidido por Felipe
González.
Se cumple un año de la muerte del menor. El caso supuso un punto de inflexión en la cobertura de las desapariciones.
La primera noticia sobre Gabriel Cruz,
un niño almeriense de ocho años, llegó en forma de imagen: la de su
rostro con una simpática sonrisa, enmarcado con las palabras rojo en
"Urgente" y "Menor desaparecido". Era la primera fotografía que encontró
su madre, Patricia Ramírez, en su teléfono móvil, cuando denunciaron su
desaparición el 27 de febrero de 2018. Correspondía al fin de semana
anterior. Habían estado de excursión en la sierra; y después,
aprovechando el puente del día de Andalucía (28 de febrero), se había
ido con su padre y su abuela a Las Hortichuelas, una pequeña pedanía de
Níjar inmersa en el Parque Natural del Cabo de Gata de Almería. Gabriel llevaba un pañuelo azul al cuello, el mismo que llevaría
después Patricia Ramírez anudado a su garganta durante los 12 días que
duró la búsqueda del menor. El mismo fular que le regalaría ella al
ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, y que este llevaría atado a
su mano el día del funeral del pequeño. Finalmente, Zoido, con quien
creó un vínculo amistoso, se lo devolvería porque "sentía que no podía
aceptar una cosa así".
La sonrisa de Gabriel conquistó a cientos de miles de españoles que siguieron en directo, con equipos de televisión adosados a bomberos, guardias civiles,
agentes de protección civil, o buceadores, los pormenores de una
búsqueda que ha marcado un punto de inflexión en la cobertura de las
desapariciones y de la que se derivan algunas enseñanzas. Un sospechoso perfecto. El caso de Gabriel demostró
que, muchas veces, los medios de comunicación quieren ir más rápido que
los investigadores. Uno de los primeros sospechosos de la muerte del
menor fue un hombre de 42 años de Antas, un pequeño pueblo al este de la
provincia de Almería, que había acosado durante dos años a la madre de Gabriel. En cuestión de días, el acosador se convirtió en acosado. Decenas de
medios de comunicación hicieron guardia a la puerta de su casa (la de
sus padres), escrutaron su pasado, desvelaron sus manías y le dejaron
marcado para siempre. Mientras, los investigadores, que le interrogaron
durante dos días, iban desatando los cabos que lo soltaban. Una pulsera que llevaba por tener una orden de alejamiento
de la madre del menor despistó a los agentes y demostró, también, que
ese sistema de alerta sufre bastantes imperfecciones. El hombre no tuvo
nada que ver con la desaparición de Gabriel.
La respuesta humana. Cientos de personas acudieron
voluntariamente en esos primeros días para participar en las labores de
búsqueda del niño. La sociedad civil, conmovida por la imagen viral del
niño, se movilizaba ante la desesperación de unos padres. Al punto de
coordinación establecido por la Guardia Civil en Las Negras, a escasos
kilómetros de Las Hortichuelas, acudía gente de otros pueblos, pero también de otras provincias dispuestos a peinar la zona
y a acompañar a esos padres echados al monte en su angustiosa búsqueda. En un mundo poco acostumbrado a la humanidad, comenzaba a crearse la
"marea de buena gente" que haría flotar al pescaíto, en palabras de su madre, cuya expresión de dolor y bondad conmocionaron a la sociedad.
Una noticia viral. Todo lo que tenía que ver con Gabriel hacía subir los índices de audiencia
hasta niveles casi desconocidos. Las televisiones, las radios, los
periódicos, entrevistaban a familiares, amigos, vecinos, amigos que no
eran amigos..., y dedicaban varios espacios diarios a un tema que había
tocado la fibra sensible de España. La pequeña pedanía de Las
Hortichuelas, el último lugar en el que se vio al niño, se llenó de
focos y cámaras de televisión hasta que ese genuino entorno natural
almeriense, donde apenas había cobertura para los móviles, se convirtió
en una suerte de improvisado plató, desde el que se hacían conexiones en
directo varias veces al día por medios diversos. Los escasos 100 metros
de camino que separaban la casa de la abuela de Gabriel de la de sus
tíos, adonde supuestamente se dirigía el niño después de comer la tarde
que desapareció, fueron inspeccionados casi al milímetro, tanto por los
investigadores como por los periodistas. Una investigación interferida. A medida que pasaban
los días y avanzaban las pesquisas y la investigación —liderada por la
Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil y el grupo de
homicidios de la comandancia de Almería— se centraba en el entorno más próximo al menor,
esa casa familiar de Las Hortichuelas se quedaba cada vez más pequeña,
casi encajonada entre coches de la Guardia Civil y vehículos de medios
de comunicación. Los investigadores, que aún confiaban en encontrar a
Gabriel con vida, necesitaban investigar los movimientos de quien era ya la principal sospechosa, Ana Julia Quezada,
la compañera sentimental del padre de Gabriel, separado hacía unos años
de su madre, aunque mantenía con esta una buena relación. Sin embargo,
la presencia de cámaras desnaturalizaba el contexto y condicionaba los
movimientos de la sospechosa, que hacía declaraciones, hablaba y lloraba
con periodistas y que se terminó de poner en el punto de mira al encontrar durante una de las batidas una camiseta del niño. Con el avance de la investigación, y a la espera de que ella diera
algún paso en falso, los agentes tuvieron que despistar a los medios de
comunicación para permitir que ella se sintiera más libre y les
condujera, como así fue, hasta el lugar donde estaba el niño. Tocar el Mal o la peor "bruja" de todos los cuentos.
Nadie quería creérselo.
Todos habían estado a su lado. Su pareja, el
padre de Gabriel, dormía con ella cada noche. Patricia Ramírez, madre
del niño, se había dejado acompañar por ella en las labores de búsqueda.
La abuela del menor la hospedaba en su casa.
Los periodistas tenían su
teléfono móvil, hablaban con ella, la consolaban...
Los investigadores,
mientras descubrían el turbio pasado de la sospechosa en Burgos
(una hija de cuatro años supuestamente se le tiró por la ventana), no
habían logrado recuperar su teléfono móvil (dos veces dijo haberlo
perdido), ni que declarara porque supuestamente le había dado un ataque
de ansiedad.
Ana Julia se convirtió
así en la encarnación del Mal, del cinismo y la perversión máximos, en
la "bruja mala del cuento", como se refirió a ella la madre del pequeño
tras el funeral, capaz de matar a un niño por celos y por el temor a
perder el control de su padre.
Las lágrimas del Comandante Reina. La expectación pública provocó la celebración de una rueda de prensa posterior a la resolución del caso, también retransmitida en directo,
y que puso de manifiesto que los investigadores de homicidios y
desaparecidos no son de piedra. Pese a toparse habitualmente con los
peores sentimientos humanos, el caso de Gabriel trastocó las emociones
de los agentes implicados. Hasta el final mantuvieron la esperanza de poder encontrarlo con vida
porque Ana Julia Quezada, en las conversaciones que mantenía con los
familiares dentro de la casa, siempre les animaba a pedir un rescate. El
fatal desenlace, junto a los enormes esfuerzos realizados durante casi
dos semanas sin descanso, hicieron brotar las lágrimas del comandante Reina, al frente de la operación, ante los ojos de todo un país, que seguía su comparecencia por televisión. Lecciones de una madre. Patricia Ramírez, rota por el dolor de haber perdido a su único hijo, fue capaz de apelar a los buenos sentimientos de las personas, convirtió la canción de Los Girasoles de Rozalén —que habla de la gente buena y que le gustaba a su hijo— en una suerte de himno unido al nombre de Gabriel, pidió que no se extendiera la rabia,
provocó un recuerdo de su hijo que no estuviese manchado por el de "la
bruja", y no profirió ni la más mínima expresión de odio ante un
desgarro salvaje. Se erigió así en una especie de encarnación de la
bondad frente a la máxima expresión del mal, en un momento en el que muchas personas sentían justificado el linchamiento de la presunta asesina. Con pocas palabras, esa mujer acostumbrada a guiar como speaker
a los corredores en las carreras de fondo, guio a la masa, de manera
que los mejores sentimientos humanos se impusieron a los peores. El luto compartido: "Todos somos Gabriel". Cientos
de personas y de autoridades, políticos nacionales, andaluces y
almerienses, miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad, acompañaron a los padres de Gabriel Cruz en el funeral celebrado en la catedral de Almería. Decenas de famosos mostraron su pesar en las redes sociales. Padres y niños inundaron plazas públicas y muros de Facebook con dibujos de peces que recordaban al pescaíto. España estuvo embargada por el luto. En Almería se construyó
posteriormente el parque de la Ballena dedicado a Gabriel. Casi un año
más tarde España escuchaba un grito similar: "Todos somos Laura", tras
el hallazgo del cuerpo de la joven Laura Luelmo.
Una estela de discreción. Los meses posteriores a la
muerte de Gabriel Cruz han estado marcados por la discreción de su
familia, que —frente a lo ocurrido en casos como los padres de Diana
Quer o Mariluz— ha eludido cámaras y ha mantenido un escrupuloso control
del procedimiento judicial abierto, evitando injerencias que pudiesen
desvirtuarlo, hasta el punto de que Patricia Ramírez llegó a pedir la retirada de dos acusaciones populares
para evitar más circo mediático. La instrucción está a punto de
concluir, después de que este martes los abogados de Ana Julia Quezada
renunciaran a su comparecencia. Quezada, que envió alguna carta desde la
cárcel a algún medio de comunicación, será juzgada por un jurado
popular (pendiente de conformarse aún) y se enfrenta a la prisión permanente revisable.
La película 'Una cuestión de género' debería ser de visionado obligatorio como mínimo en todas las Facultades de Derecho.
Hay películas que han de verse más allá de sus valores
cinematográficos. Por lo que enseñan, por lo que emocionan, por lo que
vuelven visible. Una cuestión de género es una de esas
películas que, sin ser más que un buen producto norteamericano,
academicista y poco innovador, incluso con alguna trampa narrativa,
debería ser de visionado obligatorio como mínimo en todas las Facultades
de Derecho, además de en Colegios de la Abogacía y demás instancias en
las que todavía cuesta tanto reconocer que el Derecho también tiene
género.
Lo más interesante de Una cuestión de género,
que no creo que sea casual que esté dirigida por una mujer, Mimi Leder,
reside en mostrarnos con evidencias, es decir, en probarnos como
habitualmente tiene que hacerse ante un tribunal, que nuestro mundo ha
sido históricamente construido a partir de un reparto jerárquico de roles entre hombres y mujeres.
Y que eso que el feminismo
ha llamado contrato sexual, sobre el que a su vez se negocia el pacto
social, ha condicionado, y todavía lo sigue haciendo, la igualdad real y
efectiva de los seres humanos en función de su sexo. Lo que, desde el
Derecho, y otras instancias de poder patriarcales, se ha concebido como
un orden natural no ha sido sino una construcción cultural y política
que ha mantenido a las mujeres en un lugar subordinado. Como ciudadanas
de segunda clase. Este reparto desigual de poder
ha sido y es confirmado por las estructuras jurídicas y por quienes
históricamente las han administrado. Esos hombres omnipotentes y
dominantes que, como vemos en la película, monopolizaron Harvard, los
tribunales y los parlamentos.
Como dice en su alegato fina la abogada, encarnada con entusiasmo y emoción por Felicity Jones,
el Derecho no solo no ha de ir por demás de una sociedad que ya
entonces, los años 70 (tercera ola feminista), sino que también ha de
ser un instrumento que posibilite un avance en derechos
y, por tanto, en justicia social y democracia. Un Derecho que, como
bien nos revela la pantalla, es una instancia de poder —una de las más
firmes y cómplices con las que cuenta el patriarcado— y que por tanto
tiene la capacidad no solo de establecer reglas del juego sino también
configurar subjetividades. Es decir, de crear y reproducir género, esa
palabra que tanto pavor suele provocar en quienes ven tambalear sus púlpitos ante las reclamaciones de más de la mitad de la ciudadanía.
Al mismo tiempo, la historia de la lucha de Ruth, que en la
actualidad es jueza del Supremo, nos evidencia que las conquistas de
igualdad han sido siempre el resultado de las luchas de mujeres,
de muchas mujeres, que han desafiado el orden establecido y que incluso
poniendo en riesgo sus propias vidas se han lanzado a la tarea de
remover los obstáculos que las convertían en menores de edad
permanentes. Una lucha que es necesariamente intergeneracional, como lo
demuestra en la película la relación de la protagonista con la abogada
veterana y con su propia hija, y en la que también es necesario contar con los apoyos de hombres comprometidos. El marido que de manera admirable se convierte en cómplice de Ruth,
encarnado con la compostura propia de un galán clásico por el atractivo
Armie Hammer, y tal vez construido como un personaje excesivamente
amable y sin aristas, es también un buen ejemplo de cómo a nosotros nos
corresponde la a veces compleja tarea de apoyar sin asumir el
protagonismo. Y, sobre todo, es una historia que me gustaría que todos mis alumnos y
todas mis alumnas, tan ensimismadas en sus brillantes carreras de
futuros depredadoras, digirieran para que, al fin, asumieran la parte de
responsabilidad que tienen en superar un mundo en el que el modelo de
correcto comportamiento se sigue identificado con el buen padre de familia.
En fin, Una cuestión de género, que es una de esas películas que hacen que salgas del cine con el ánimo lleno de argumentos para seguir batallando al día siguiente, debería ser vista por todos esos políticos que cuestionan tan alegremente la perspectiva de género
y las leyes que en los últimos años han hecho avanzar la democracia,
por tantos juristas que siguen atrapados por la formalidad de la
igualdad liberal y por una ciudadanía que, con frecuencia, no es
consciente de cómo el Derecho nos limita pero también nos refuerza como
seres autónomos.
El actor contraerá matrimonio la próxima primavera en un castillo de Francia.
Uno de los eternos galanes dentro y fuera de la pantalla, Jude Law se casa. Según The Sun,
el actor ha contado sus planes a su familia y a sus amigos más íntimos. Law, de 46 años, ha decidido dar el paso de contraer matrimonio la
próxima primavera con la psicóloga Phillipa Coan, de 32, con la que
lleva casi cuatro años de relación. El escenario elegido es un castillo
de Francia y el padrino el mayor de los cinco hijos del intérprete, Rafferty, de 22 años. En sus últimas entrevistas, el actor ha dicho que con Phillipa ha
encontrado "el amor y la paz" que no había conseguido antes en otras
relaciones de pareja. Law estuvo casado con Sadie Frost, con la que tuvo tres hijos,
Rafferty, Iris, de 15, y Rudy, de 13, e incluso se responsabilizó del
cuidado del hijo mayor de Sadie, Finlay, de 24 años. Se comprometió con
la actriz Siena Miller con quien rompió tras tener un romance con la
niñera, pero volvieron a intentarlo una segunda vez, sin éxito. Tras su
ruptura tuvo una relación con la modelo Samantha Burke,
con la que tiene una hija, Sophia, de 9 años. Tiempo después empezó su
relación con la que ahora será su mujer, Phillipa Coan. Durante una
pausa en su noviazgo, Jude tuvo otra hija con Catherine Harding. En su carrera profesional hay de todo. Fue candidato al Oscar en dos ocasiones (Cold Mountain y El talento de Mr. Ripley), pero el sueño frustrado de Law ha sido no protagonizar a James Bond,
algo que considera “casi una religión para cualquier británico”. Su
nombre estuvo entre los que se rumorearon antes de que Daniel Craig
fuera elegido. Pero Law asegura que nunca existió una audición. “En
casos así simplemente te llaman”, advierte. Aficionado al fútbol sigue
al Tottenham Hotspurs, pero también le gusta y la pintura. “Me gustaría
aprender a tocar un instrumento pero siempre digo lo mismo”, apostilla. Sobre sus hijos reflexiona: “No sé lo que serán de mayor pero una cosa
te digo, no veo a los nuevos Laws de astrólogos, científicos o
matemáticos. Nos atraen las artes”.
El actor
posó por primera vez junto a la actriz española, su pareja desde hace 12
años, en la alfombra roja de los Oscar y junto a ellos su hijo Henry,
responsable de que aceptara el papel en 'El señor de los anillos' que le
catapultó a la fama.
Viggo Mortensen
es una mezcla exótica de los países en los que ha vivido, Estados
Unidos, Dinamarca, Venezuela, Argentina y España.
Con 60 años recién cumplidos, tiene claro lo que quiere y lo que no, y
entre las cosas que no le interesan están los personajes sencillos y
publicitarse continuamente.
Que es actor lo lleva en el ADN,
aunque en su éxito también jugó la insistencia de terceros. Porque
Mortensen estaba decidido a rechazar el papel de Aragorn, el heredero
del trono de Gondor de la trilogía El señor de los anillos que
le catapultó a la fama internacional. El responsable de que aceptara el
papel fue su hijo Henry Blake, que entonces tenía 11 años y no podía
entender que su padre rechazase el personaje de uno de los héroes que
llenaban sus fantasías juveniles. Precisamente Henry, que ya tiene 31
años, le acompañó en la fotografía de la alfombra roja de la ceremonia de los Oscar que se celebró este domingo. Mortensen estaba flanqueado por Henry y por la actriz española Ariadna
Gil, los dos pilares sentimentales de su discreta vida buscada.
Henry Blake forma parte de su presente, porque padre e hijo están muy
unidos, pero también de una época pasada, la que Viggo Mortensen vivió
junto a Exene Cervenka, fundadora de la banda X, pionera del punk
americano, y con quien estuvo casado hasta 1997. Ariadna Gil es su
presente, la mujer con quien comparte vida en Madrid y con quien pasea
por el barrio de Chueca con una forma de estar tan normal que hasta los
paparazi han dejado de hacer guardia a su puerta. Lo dijo él mismo en
2015 en una entrevista con El País Semanal: “No les doy mucho
alimento, ya no encuentran interesante lo que hago, salir a comprar el
pan, al veterinario… Es molesto que se entrometan en tu vida, pero si es
obvio que no te importa tanto o no haces una performance para ellos, acaban cansándose y te dejan en paz”. Establecido en esta tranquilidad pasea como un transeúnte más por
Madrid, aunque su físico y su fama sigan provocando dramáticos giros de
cuello. Desde ahí planifica una carrera que le hace viajar de un lado a
otro del mundo persiguiendo los proyectos cinematográficos que le
interesan (apuesta más por el cine independiente que por los grandes
estudios). Y desde ahí vive su historia de amor con Ariadna Gil, la
actriz española que se cruzó en su camino en 2006 rodando Alatriste
y que provocó un giro en la vida de ambos. Ella se separó del director y
escritor David Trueba, con quien tiene dos hijos, Violeta y Leo. Él
estableció su residencia en España. Ambos han mostrado su complicidad y
la solidez de su relación durante los casi 13 años que han pasado y este
domingo se han dejado ver por primera vez juntos en la alfombra roja de
los Oscar. Ser candidato a Mejor Actor por su interpretación en Green Book, premiada como Mejor Película, merecía el esfuerzo aunque Mortensen no haya regresado a España con la estatuilla.
Tampoco los premios son una prioridad en la vida de este actor al que si le dieran a elegir probablemente preferiría un triunfo rotundo del club de fútbol de sus amores:
el club bonaerense San Lorenzo de Almagro, presente ya como una broma
en todas sus entrevistas y citas importantes. Tampoco faltó en la
ceremonia por excelencia del cine y en cuanto vino a cuento, Mortensen
abrió su chaqueta mientras posaba en la alfombra roja del Dolby Theatre y
mostró el escudo de su equipo bien visible en el chaleco que llevaba
debajo de su look de gala. A su lado, Ariadna Gil le daba la mano orgullosa, vestida con un
elegante diseño de la firma española Cortana. Sin artificios, como es la
vida de la pareja. Y cuando pase el huracán mediático Gil volverá a sus
proyectos de teatro y cine, y Mortensen seguirá volcado en la cultura. El cine es solo la parte más visible de sus inquietudes. Tras el brillo
de las películas está su pasión por la pintura, la fotografía y la poesía, tanto en su faceta de escritor como de editor. Y en 2019 llegará su estreno como director y guionista en Falling,
un proyecto muy personal que gira en torno a un hombre que debe cuidar
de su padre a pesar del abismo ideológico que les separa.
Precisamente las ideologías han sido el único tropiezo que se ha encontrado Viggo Mortensen en España, porque el pasado año el actor se hizo socio de Òmnium Cultural,
la plataforma cívica que se fundó para preservar la cultura catalana y
en la última década se ha unido a los movimientos separatistas
catalanes.
Unos afirman que se trata de un gesto de apoyo a su familia
política (el padre y hermanos de Ariadna Gil tienen vínculos históricos con la vida cultural y política catalana).
Otros se decantan más por resaltar el espíritu libre de Mortensen que en el encuentro que tuvo con El País Semanal
hace ya más de tres años dejó clara su postura:
“Me preocupa la
calcificación ideológica que desprende el actual discurso político (…)
Tanto los periodistas como la gente con sus ordenadores van a lo fácil, buscan puntos de vista con los que retroalimentarse”.
. Contra eso él afirmó que se vacuna “leyendo de todo. Escucho y leo y
busco lo que necesito, pero también tomo pequeñas dosis de eso que no me
gusta para enterarme”. Palabra de Viggo.
Una madre
suplica que su hijo de 43 años con trastorno de personalidad límite y
problemas de alcoholismo sea internado en un centro especializado:
"Tengo miedo".
Son los años ochenta. El escenario, un pueblo con mar. Los retratos
dan fe de unas vacaciones veraniegas, el vestigio de que alguna vez
vivieron un tiempo entrañable. Pero todo aquello le resulta borroso a
Guadalupe. No recuerda con nitidez un instante de gozo, una chispa del
calor maternal. Los problemas le han arrebatado los recuerdos felices de
una madre y su hijo. En un barrio de casitas bajas, en ese Madrid que todavía esconde el
pueblo que fue, Guadalupe, viuda desde hace tres años, se hace cargo en
solitario de X, de más de 40 años. El muchacho, alto y de más de 100
kilos de peso, sufre un trastorno límite de personalidad,
una enfermedad caracterizada por la inestabilidad emocional y
sentimiento de vacío interno, lo que sumado a un problema de alcoholismo
ha convertido la convivencia entre madre e hijo en un infierno. La única solución, a ojos de Guadalupe, es que alguna institución se
haga cargo de él, incluso en contra de su voluntad. Los informes de su psiquiatra,
sin embargo, lo desaconsejan. “Está bien comprobado la inutilidad de
los tratamientos forzosos o involuntarios en esta patología”, se lee en
un diagnóstico fechado en junio de 2018, el más reciente. X fue incapacitado en septiembre de 2010. Desde ese año está tutelado por la Agencia Madrileña para la Tutela de Adultos de la Comunidad de Madrid.
“Padece un trastorno límite de personalidad con rasgos histriónicos,
narcisistas y asociales que cursa con carácter crónico, persistente e
irreversible causando su incapacidad para el autogobierno y la
administración de sus bienes (...). Son frecuentes las amenazas, gestos o
conductas suicidas, ira, que pueden servir para manipular a los demás”,
se explica en la sentencia que confirmó el tutelaje.
Al poco tiempo de nacer su hijo, Guadalupe encontró un empleo. Estuvo
dedicada a ese oficio hasta que tuvo que dedicar todas sus energías a
X, que entraba en la adolescencia. Su marido pasaba poco tiempo en casa y
dice Guadalupe que no fue plenamente consciente de los problemas del
niño hasta que se jubiló. Su muerte repentina de un ataque de corazón la
dejó a ella sola a cargo de un hijo que para entonces ya se negaba a ir
al psiquiatra. X nunca pudo llevar una vida al uso. No acabó los estudios de
secundaria. De adulto encontró un breve empleo. Pronto tuvo problemas. Llamaba decenas de veces a compañeros de trabajo, en un comportamiento
que los afectados describieron como acoso.
Son frecuentes las visitas de la policía, a quien ella acude cuando
no puede controlar más la situación. Los agentes le han recomendado que
presente una denuncia por violencia doméstica pero lo último que ella
quiere es que su hijo acabe en prisión. X tiene condenas en firme por
acoso e intimidación que atestiguan su comportamiento errático. Una
condena más daría con él en la cárcel.
Sin trabajo, dando vueltas por la ciudad se obsesionó con la
trabajadora de una tienda en 2004. Telefoneaba sin parar al negocio. Se
hizo pasar por psicólogo para recabar datos personales de la muchacha.
Se sucedieron los mensajes intimidatorios, hacia ella y su familia,
según se recoge en una sentencia judicial. Un auto de alejamiento le
prohibía ir al pueblo en el que vivía la chica pero la Guardia Civil lo
atrapó allí montado en un taxi. Fue condenado a un año de prisión por un
delito de coacciones. A lo largo de los siguientes años acumuló citaciones judiciales por
pequeños altercados. En 2009, el asunto se descontroló. Volvió a acosar a
una mujer. Le mandó correos electrónicos llenos de insultos y amenazas. El blanco principal de sus amenazas, la empleada de una gran
compañía, sufrió una crisis de angustia que desembocó en un trastorno
depresivo. La persecución alteró su vida hasta el punto de que renunció a
su empleo y se marchó de Madrid. X fue condenado a un año y cuatro
meses de prisión, con la eximente incompleta de alteración psíquica. La Comunidad de Madrid tiene tutelados a 3.350 mayores de edad,
por lo que es la entidad con más adultos a cargo de toda España. Son
casos de personas con enfermedad mental, discapacidad intelectual o
deterioro cognitivo, según explica Carolina García, directora de la
agencia para la tutela de adultos. Cuando se le pregunta por el
trastorno límite de personalidad, García resalta que se trata de uno de
los casos más complicados. En general, señala, se encuentran con casos
en los que los psiquiatras no recomiendan el internamiento. Guadalupe, después de todo este periplo, cree que el mejor lugar en
el que puede estar X, por sus problemas mentales y de alcoholismo, es un
centro donde reciba un tratamiento global, no episódico. “Si tiene que
estar por temporadas ingresado, que lo esté. Con medicación y terapia
adecuada. No pido más. La verdad es que tengo miedo. Es horrible que tu
hijo pueda hacerte daño”.
Continuos juicios
“Lo más común es que estas personas acaben en prisión porque suelen
ir acumulando pequeñas condenas y, cuando se suman, acaban cumpliéndolas
todas a la vez. Los jueces no les aplican eximentes porque no son
pacientes psicóticos. No cometen grandes delitos, al menos los que están
bajo nuestra supervisión, pero sí suelen tener muchos problemas con la
justicia”, explica García. Hasta hace unos años, el trastorno límite de personalidad no se
reconocía como enfermedad mental. La investigación en Estados Unidos la
dio a conocer. José Luis Carrasco, de la clínica Ruber, impulsó su
estudio en Madrid. Por la tasa de incidencia en urgencias se sabe que la
sufre entre el 2 y el 4% de los pacientes de salud mental. “Va muy en
relación con el estilo de vida de las sociedades modernas. Estos
pacientes presentan en muchas ocasiones carencias emocionales desde la
infancia. Esos desórdenes van provocando dificultad en la construcción
del yo y la identidad”, incide Fernando Sánchez Rodríguez, responsable
de investigación y formación en las Asociaciones de Trastorno Límite de
España (Amai TLP). X arrastra aún tres procesos judiciales. Hace menos de una semana, el
20 de febrero, protagonizó un episodio violento. Por un incidente
similar que protagonizó en el pasado, sus tutores decidieron abrir un
proceso judicial para tratar de internarlo en la unidad Padre Celedonio
del centro asistencial San Juan de Dios, de Palencia. El juzgado lo
rechazó. Lo volvieron a intentar en el centro Casta Arévalo, de Ávila,
con idéntico resultado. Sin el informe positivo del psiquiatra resultaba
inviable. El miércoles pasado, X salió de casa a primera hora de la mañana para
ir a la consulta del psiquiatra. Regresó borracho a media tarde, dando
portazos y profiriendo insultos. Llegó la policía, que logró calmarlo.
Lo trasladaron a un hospital, donde pasó la noche. Guadalupe escribió al día siguiente por WhatsApp: “Ya le han dado el
alta. Estoy esperando a que me asesoren sobre la orden de alejamiento”. Se le preguntó por algún recuerdo feliz juntos. Respondió: “Viendo las
fotos supongo que algunos momentos habré tenido pero no los recuerdo.
Qué fuerte”.
Más allá de las infidelidades, Jackie quería entregarle al pueblo
estadounidense el mito de un mandatario con corona. “Habrá nuevamente
grandes presidentes, pero nunca habrá otro Camelot”, le dictó Jackie a
White, citando el musical de Broadway que aborda el reino del legendario
Rey Arturo.
La metáfora logró calar en el imaginario de la sociedad de la época,
ansiosa por tener un mártir en el Estados Unidos de la guerra de Vietnam
y de la lucha por los derechos civiles.
Finalmente, Jackie era una artista de la diplomacia, miembro de la
dinastía política de los Kennedy.
Las tragedias que han sacudido a la
familia de origen irlandés, y el medio siglo transcurrido desde que John
se convirtió en el presidente más joven de su país, han acabado con los
creadores de la leyenda.
Pero Camelot continúa siendo un referente, un
termómetro presidencial, un punto de comparación.
La escritora y
periodista Tina Brown, autora de un libro sobre la princesa Diana de
Gales, sostuvo tras la toma de posesión de Donald Trump: “Cada vez que
veía a Trump cruzar el escenario con la familia, pensaba: Dios mío, son
como un Camelot Kardashian”.
La herencia política del apellido Kennedy hoy prevalece en solo dos
actores: Joseph Kennedy III, quien desde 2013 ha logrado consolidar la
permanencia de la cuarta generación en el Congreso desempeñándose como
representante del cuarto distrito de Massachusetts. El político de 38
años es nieto del exfiscal general de EE UU, Robert F. Kennedy,
asesinado en 1968, y sobrino nieto del expresidente. La segunda es
Caroline Kennedy, la única hija viva del matrimonio entre JFK y Jackie. En 2013 el entonces presidente Barack Obama la nombró embajadora en
Japón, convirtiéndose en la primera mujer en representar a Washington en
el país asiático. Caroline fue asesora de Obama en las dos carreras
presidenciales del demócrata. En enero de 2017 cesó de sus funciones y
ahora está centrada en el activismo. Hace una semana, la única heredera de John y Jackie Kennedy viajó hasta
Cúcuta, una ciudad colombiana situada en la frontera con Venezuela, en
su calidad de embajadora de buena voluntad del Comité Internacional de
Rescate (IRC). Caroline se trasladó a la localidad más afectada por el
éxodo venezolano, en el apogeo de la crisis humanitaria. En su paso por
el hogar Divina Providencia repartió alimentos y mantuvo un encuentro
con el padre David Caña, encargado de la organización, en el que no se
admiteron fotografías.
La maldición de los Kennedy ha servido de guion para numerosas
producciones audiovisuales.
Netflix estrenó el año pasado la película Chappaquiddick, el escándalo Ted Kennedy.
La cinta plasma una vez más lo desdibujado del mito de los Camelot.
Después del asesinato de sus hermanos JFK en 1963 y el de Bobby cuando
era candidato presidencial en 1968, Ted Kennedy cargó en sus hombros el
peso de llevar su apellido hasta el Despacho Oval y cumplir un mandato
completo.
Pero el senador, como relata la película, ve truncado su
futuro tras un accidente automovilístico en el que falleció la mujer que
lo acompañaba en el coche.
En 2016 el chileno Pablo Larraín dirigió Jackie,
un filme protagonizado por Natalie Portman que retrata puertas adentro a
la ex primera dama, principalmente la entrevista con White donde se
fraguó Camelot.
“A la gente le gusta creer en los cuentos de hadas”,
explicó al periodista. La historia le ha dado la razón.
Natasha
Fraser-Cavassoni, amiga y colaboradora del modisto, desvela la
enfermedad que padecía el diseñador y recuerda algunas anécdotas del
tiempo que trabajó con él.
Karl Lagerfeld
murió de cáncer de páncreas. Así lo ha revelado una íntima amiga del
icónico diseñador, Natasha Fraser-Cavassoni, que ha publicado una carta
en el diario británicoDaily Mail.
Natasha, que trabajó 18 meses en el estudio de Chanel y forjó una
amistad de 30 años con el modisto, desvela la enfermedad que padecía
desde hace un tiempo el káiser de la moda y que se había mantenido en un
absoluto secreto.
“La muerte de Karl Lagerfeld me ha dividido en dos. Mi lado racional
se alivia porque ya no tiene dolor, Karl tuvo cáncer de páncreas, pero
mi lado emocional no puede soportar la idea de que nunca volveremos a
hablar”, comienza Natasha su carta. No ha habido confirmación oficial
por parte de ninguna de las firmas del modisto - Chanel, Fendi y la suya
propia- del motivo de la fulminante desaparición del creador, cuya ausencia en su último desfile ya extrañó a todos.
En su carta, Natasha destaca el amor incondicional que el diseñador
tenía por las mujeres británicas. “A menudo se refería a la
espontaneidad británica, el ingenio y la originalidad. ‘La moda tiene
que ser divertida’, decía”, cuenta la escritora. Reafirma la fama que
Lagerfeld tenía de trabajador, constante y minucioso y, aunque muestra
una faceta amable del modisto como su facilidad para bromear en el
estudio de trabajo o su permisibilidad al dejar a sus trabajadores
acudir en traje de baño en verano, también habla del temperamento que
siempre ha caracterizado al creador. Pone de ejemplo cuando Lagerfeld
entró en cólera porque Claudia Schiffer no acudió a uno de los
espectáculos de Alta Costura en París o como cuando ella misma había dado detalles del propio diseñador para el libro The Beautiful Fall (2006, de Alicia Drake) y se mosqueó porque reveló su verdadera edad o su rivalidad con Yves Sain Laurent.
“Siempre lo asociaré con los recuerdos más alegres, como volar con él
y su equipo de Chanel para ver las decoraciones navideñas en Hamburgo
y, al llegar, nos saludó a cada uno de nosotros con una casita de
jengibre diferente”, señala la escritora, quien asegura que nunca
olvidará la presencia del modisto el día de su boda.
El pasado viernes, el mundo de la moda despedía a Lagerfeld en
Mont-Valerien, en Nanterre, donde los restos del modisto fueron
incinerados por expreso deseo del diseñador. El acto estuvo marcado por una ceremonia breve e íntima, y no faltaron
importantes rostros de la industria como Anne Wintour o Inés de la
Fressange. La familia Grimaldi tampoco quiso perder la ocasión de acudir
al último homenaje del modisto, concretamente Carolina de Mónaco
y dos de sus hijos, Andrea y Carlota Casiraghi, los tres de riguroso
negro. Ellas vestidas de Chanel como último homenaje a su gran amigo.
Nos asombró esta foto por la confusión de las manos, que a primera
vista no se sabía muy bien a quién pertenecían. Luego ya sí, claro, al
enfocar la mirada podías decir esta pertenece a Rivera y esta otra a
Marín, los dos de Ciudadanos y pese a ello, como vemos, un poco
enredados, casi a punto de formar un nudo con las extremidades
superiores mientras su atención se dirige a una zona que se encuentra
fuera de la imagen. Yo creo que dudan dónde tomar asiento en lo que
parece uno de esos desayunos informativos tan de moda. En este tipo de
encuentros, el protocolo suele colocarte en tu sitio, que siempre es
decepcionante. Observen la cabeza de la mujer del fondo, a la derecha de
la fotografía: mira a los protagonistas de la imagen como calculando
los metros que la separan del lugar donde se toman las decisiones. Es
decir, que la han puesto, pobre, en la periferia del acto, que es tanto
como ponerte en el borde de la realidad. De hecho, está junto a la puerta: ventajoso para ir al baño sin
llamar la atención, aunque un desastre desde el punto de vista de la
autoestima.
Pero aquí lo que nos interesaba era el asunto de las manos que,
observadas desde la visión periférica, parecen todas del presidente de
Ciudadanos. Piensen en los juegos de prestidigitación que se pueden
hacer con dos e imaginen los que se podrían llevar a cabo con cuatro. Nada por aquí, nada por allá y aquí tenemos un acuerdo con Vox que no es
un acuerdo con Vox, pongamos por caso. Con cuatro manos y dos bocas se
pueden hacer números de magia política que ya irán viendo ustedes por
sus propios ojos.