Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

28 abr 2020

La OMS advierte de que un desconfinamiento precipitado puede tener un “impacto mayor” en la economía

El director general de la organización insiste en que la emergencia global se declaró el 30 de enero cuando solo había 82 casos fuera de China: “El mundo debería haber escuchado a la OMS”.

Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS.

“Los Gobiernos tienen que poner en la balanza las vidas y la economía. Pero si dan pasos demasiado pronto, se arriesgan a sufrir un impacto mayor en la economía”, ha asegurado este lunes Michael J. Ryan, director ejecutivo de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en la rueda de prensa de seguimiento de la pandemia.
Según ha recalcado Ryan, “hay que estar seguro al hacer estos cálculos, pues si se flexibiliza demasiado pronto podría haber nuevos casos y quizá haya que dictar confinamientos nuevamente”. “No hay una respuesta fácil, pero no debemos descartar que pueda haber un nuevo brote que requiera un nuevo confinamiento”, ha alertado.
En un momento en el que el número de fallecidos por el coronavirus va ya por los 200.000 en todo el planeta, esta organización ha incidido hoy en que a aquellos países que han seguido sus consejos hasta ahora les ha ido mejor. 
"El mundo debería haber escuchado a la OMS”, ha defendido este lunes su director, Tedros Adhanom Ghebreyesus.
“El 30 de enero declaramos la emergencia global por la covid-19”, ha destacado el etíope, que ha remarcado que entonces solo había 82 casos fuera de China, diez de ellos en Europa y ninguno en Latinoamérica ni África.
 “Los países que hicieron caso a nuestros consejos están en mejor posición que los países que no lo hicieron”, ha comentado.
 “Es decisión de los países aceptar o rechazar nuestros consejos. Eso está muy claro, pero continuaremos dando consejos basados en la ciencia y en las pruebas”.

 


Según los datos ofrecidos este lunes por esta organización, el número de infectados en el mundo alcanza ya los 2,85 millones, habiéndose producido 50.000 nuevos casos y 3.000 fallecidos en las últimas 24 horas. Europa sigue siendo la región más afectada, con 1,34 millones de casos, aunque es la que muestra una curva descendente de casos más clara, mientras que América con 1,14 millones, experimentó un alto repunte el pasado fin de semana y ahora acumula tres días de lento descenso.
Regiones como Oriente Medio (165.000 casos), África (21.000) o el sureste asiático (44.000) están lejos de las cifras de Europa o América pero las tres muestran una preocupante tendencia ascendente en el número de infecciones.
Estados Unidos (que está cerca de alcanzar el millón de casos), España, Italia, Alemania, Reino Unido y Francia se mantienen como los países más afectados, seguidos de Turquía, que superó la barrera de los 100.000 contagios.

27 abr 2020

Timothy Snyder: “Me preocupa que líderes autoritarios saquen provecho del sufrimiento”

El historiador estadounidense, autor de ‘Sobre la tiranía’, cree que el ser humano no puede olvidar que es un animal “y por tanto expuesto a contraer enfermedades”.

Juan Cruz

El historiador estadounidense Timothy Snyder, en Madrid en 2018.
El historiador estadounidense Timothy Snyder, en Madrid en 2018.VICTOR SAINZ / EL PAÍS
Timothy Snyder, historiador estadounidense, advirtió hace tres años sobre las consecuencias de la mentira alentada por Donald Trump como forma de gobierno en Estados Unidos. Lo hizo en Sobre la tiranía (Galaxia Gutenberg).
 Fue un breviario que advertía de los peligros que suponía para el periodismo y para la sociedad la imperiosa entrada del presidente de Estados Unidos en el reino de las fake news 
. Ese libro tiene ahora un epílogo dramático en las consecuencias mediáticas y políticas del drama sanitario por el coronavirus. Snyder (Ohio, 50 años), vestido con una camiseta de la universidad donde enseña, Yale, atiende a EL PAÍS por Facetime desde su casa en New Haven (Connecticut, EE UU).

 

25 abr 2020

¡Los buenos modales de Cesc!

Cesc Escolà, en Barcelona, el pasado febrero.
Cesc Escolà, en Barcelona, el pasado febrero.Europa Press Entertainment / Europa Press via Getty Images
 

El anonimato no tiene pase. Toda opinión, contraria o pro, tiene que tener rostro. En un vídeo, es la firma

 

Mónaco, un negocio muy rentable en manos del príncipe Alberto desde hace 15 años

El Principado congrega a millonarios en busca de beneficios fiscales y de una vida de lujo que los Grimaldi gestionan con éxito.

Alberto de Mónaco, seguido de su esposa, la princesa Charlene, y de sus hermanas, Carolina y Estefanía.
Alberto de Mónaco, seguido de su esposa, la princesa Charlene, y de sus hermanas, Carolina y Estefanía.SEBASTIEN NOGIER / AFP

Mábel Galaz

 

Mónaco tiene príncipes y princesa. 
Son los integrantes de la familia Grimaldi que gestionan desde hace más de 700 años los destinos del Principado, un pequeño Estado en el que se han instalado millonarios en busca de beneficios fiscales y de una vida de lujo. 
Alberto, de 62 años, se hizo cargo de este rentable negocio hace ahora 15 años tras la muerte de su padre Rainiero.
 Coincidiendo con este aniversario y con la aparición de la pandemia, el príncipe que tiene tratamiento de monseñor ha decidido rebajarse el sueldo en cinco millones, que no deja de ser una pequeña porción del dinero que maneja. 
Según el medio Business Insider, el príncipe Alberto de Mónaco posee una fortuna privada de 894 millones de euros.
En Mónaco viven, según datos de 2018, 38.682 personas de 120 nacionalidades, de las cuales solo alrededor de 8.000 tienen un pasaporte de este Estado gracias al que gozan de exenciones fiscales.
 Alberto se ha propuesto ser el rostro visible de un principado en expansión, que se apoya en la tecnología y la sostenibilidad. 
Intenta que el Mónaco del glamur convertido en los años sesenta en un icono del lujo y en epicentro de desfiles de estrellas de Hollywood y de fiestas opulentas de la mano de la princesa Grace Kelly, transite hacia un nuevo modelo económico y otra identidad. “Debemos continuar diversificando la economía de Mónaco, no podemos quedarnos en el turismo de lujo”, dijo el príncipe en una entrevista que el diario italiano Il Corriere della Sera publicó el pasado mes de mayo.
Los Grimaldi, en el Baile de la Rosa de 2019.
Los Grimaldi, en el Baile de la Rosa de 2019.Palais Princier / CORDON PRESS
El príncipe Alberto ha confesado que tiene muy presente el legado de su padre.
 “Trabajar en las infraestructuras y desarrollar negocios históricos del principado como el farmacéutico o el cosmético, desde Lancaster a Biotherm, y buscar mientras nuevas actividades con un alto valor añadido y alta tecnología” son sus planes, inspirados en las enseñanzas de Raniero, para el futuro del país. 
“ Pero debemos atrevernos a llevar a cabo nuevas operaciones”, subraya.

Alberto impulsa el urbanismo Hace un año se inauguró el barrio de lujo One-Monte Carlo, cerca de la emblemática plaza del Casino. El flamante proyecto conjuga un complejo residencial de gama alta con zonas de compras, con una veintena de boutiques de lujo; y espacios de gastronomía, cultura y negocios a dos pasos del corazón del Principado.
 Todo gira en torno a una arteria principal: el paseo Princesa Charlène, que lleva el nombre de su esposa y madre de sus mellizos, Gabriella y Jacques., un espacio firmado por el arquitecto británico Richard Rogers.  
El frenesí constructivo comenzó con el príncipe Raniero, padre del actual gobernante, a finales de los años cincuenta, lo que le valió el título de “príncipe constructor”.
Por otro lado, el Principado está tratando de ganarle espacio al mar con un nuevo barrio ideado por el arquitecto italiano Renzo Piano, con paneles solares y amplias zonas verdes. 
La protección del medio ambiente es un tema sensible para los Grimaldi, comprometidos tradicionalmente con la ecología. El sobrino de Alberto, Pierre Casiraghi, hijo de Carolina y esposo de la periodista italiana Beatrice Borromeo, es una de las voces más activas de la familia contra el cambio climático.
Alberto de Mónaco y su esposa, Charlene, en un balcón del palacio del principado, el 27 de enero de 2020.
Alberto de Mónaco y su esposa, Charlene, en un balcón del palacio del principado, el 27 de enero de 2020.ERIC GAILLARD / Reuters
Pero por encima de todos estos potenciales que ofrece el pequeño Estado está la familia Grimaldi cuyo glamur sigue siendo un gran reclamo para el turismo y para los ricos que quieren dejarse ver en las lujosas fiestas que allí se organizan. Este glamur lo sigue representando Carolina de Mónaco y sus hijos.
 La llegada de Charlene de Mónaco al Príncipado ha asegurado el futuro de la dinastía con el nacimiento de sus mellizos pero no ha ocupado el puesto de su suegra Grace Kelly.
 A Charlene no le gusta la vida oficial y tampoco las fiestas pero para eso siempre están dispuestos los otros Grimaldi que ocupan con sus idas y venidas las portadas de medio mundo.


España Juristas defienden que Pablo Iglesias pueda criticar las sentencias

El Consejo del Poder Judicial expresó su “absoluto y rotundo rechazo” a las palabras del vicepresidente del Gobierno.

Pablo Iglesias, durante la sesión de control al Ejecutivo el pasado martes en el Senado.
Pablo Iglesias, durante la sesión de control al Ejecutivo el pasado martes en el Senado.EFE
Un grupo de juristas ha hecho público un manifiesto en el que defiende el derecho del vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, a criticar las resoluciones judiciales después de que el Consejo General del Poder Judicial expresara su “profundo malestar” por un tuit del líder de Unidas Podemos en el que rechazaba la condena por atentado y lesiones leves contra su compañera de partido en Madrid Isabel Serra. 
El manifiesto, firmado por una treintena de profesionales y académicos, entre los que se encuentran el exjuez Baltasar Garzón y el magistrado emérito del Supremo, José Antonio Martín Pallín, califica de “muy grave” la “amonestación” del órgano de gobierno de los jueces a Iglesias, y defiende que el vicepresidente se limitó a ejercer su libertad de expresión.

Tras conocer la condena a 19 meses de prisión que impuso el miércoles el Tribunal Superior de Justicia de Madrid a Isabel Serra por agredir a policías durante el intento de paralización de un desahucio en 2014, Pablo Iglesias escribió el siguiente mensaje en Twitter: “Las sentencias se acatan (y en este caso se recurren) pero me invade una enorme sensación de injusticia. 
En España mucha gente siente que corruptos muy poderosos quedan impunes gracias a sus privilegios y contactos, mientras se condena a quien protestó por un desahucio vergonzoso”.
 Otros compañeros de partido criticaron el fallo en términos todavía más duros.
El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, durante una rueda de prensa en la Moncloa este jueves. En vídeo, sus declaraciones en esa comparecencia sobre la condena de Isabel Serra. EFE / VÍDEO: EFE
Interferencia inadmisible
Para el grupo de juristas firmantes del manifiesto, la reacción del Poder Judicial, que tuvo un voto en contra del vocal progresista Rafael Mozo, supone “una interferencia inadmisible en un Estado de Derecho” y “confunde la independencia judicial con la presión corporativa contra una opinión libre”.

La Comisión Permanente del Consejo del Poder Judicial, presidida por Carlos Lesmes, en una nota emitida el jueves, expresó su “absoluto y rotundo rechazo” a las palabras de Iglesias y criticó el “tono absolutamente inapropiado” del tuit del vicepresidente.

 

23 abr 2020

El análisis genético sugiere que el coronavirus ya circulaba por España a mediados de febrero

Un estudio de los 28 primeros genomas del virus descarta la existencia de un ‘paciente cero’ español.

Unos 2.500 aficionados valencianistas acudieron al partido de fútbol Atalanta-Valencia, el 19 de febrero en Milán.
Unos 2.500 aficionados valencianistas acudieron al partido de fútbol Atalanta-Valencia, el 19 de febrero en Milán.PAOLO SALMOIRAGO / EFE

 Manuel Ansede

 Cuatro páginas de periódico tienen el mismo número de letras que el código genético del nuevo coronavirus: 30.000. 

En ese breve texto hay suficiente información como para poner de rodillas a la humanidad entera y obligar a miles de millones de personas a esconderse en sus casas. 

Una vez que infecta una célula humana, por ejemplo de la garganta, el virus es capaz de hacer hasta 100.000 copias de sí mismo en apenas 24 horas.

 En cada copia pueden surgir pequeños errores —de una letra por otra— que los nuevos virus van heredando igual que los monjes medievales repetían las erratas al copiar un libro manuscrito. 

Y estudiando esas erratas víricas se puede reconstruir la historia de la pandemia.

Un equipo de científicos del Instituto de Salud Carlos III, en Madrid, ha analizado ahora los 28 primeros genomas del virus leídos en España.
 El rastro de las erratas no conduce a un único paciente cero, sino que confirma “multitud de entradas” de personas infectadas desde otros países durante el mes de febrero, según explica el bioinformático Francisco Díez, primer firmante del estudio.
 El 23 de febrero, el coordinador de Emergencias del Ministerio de Sanidad, Fernando Simón, afirmó: “En España ni hay virus ni se está transmitiendo la enfermedad ni tenemos ningún caso actualmente”.
 Pero parece que para entonces el virus ya campaba a sus anchas.
El equipo de Díez ha estudiado los casi 1.600 genomas completos del virus leídos por la comunidad científica internacional hasta finales de marzo.
 El análisis muestra que los 28 genomas españoles pertenecen a las tres grandes familias del virus identificadas en el resto de mundo y bautizadas S, G y V, con poca diversidad entre ellas.
 “Todos los virus son muy parecidos, en principio, con pocas mutaciones de diferencia, lo que es una buena noticia, con todas las cautelas”, explica Díez, que ahora trabaja en el Hospital Clínic de Barcelona. 
Las vacunas experimentales que se están investigando hoy están concebidas para la secuencia genética actual del virus.
 Una alta tasa de mutación podría arruinar la eficacia de las primeras vacunas, que llegarán como pronto dentro de un año.
El nuevo análisis, publicado sin revisión externa en un repositorio abierto, sugiere que el ancestro común de los 1.600 virus estudiados se encontraba en la ciudad china de Wuhan alrededor del 24 de noviembre. 
Trece de los genomas españoles pertenecen a la familia S, y 11 de ellos están vinculados a un caso anterior detectado el 1 de febrero en Shanghái. Los tres primeros S identificados en España son de muestras tomadas los días 26 y 27 de febrero en Valencia. 
Una semana antes, 2.500 aficionados valencianistas habían viajado a Milán para ver el partido de fútbol Atalanta-Valencia, calificado como “una bomba biológica” por el alcalde de Bérgamo, Giorgio Gori. 
Sin embargo, el análisis genético sugiere que los coronavirus de la familia S ya circulaban por España incluso antes, alrededor del 14 de febrero.
 Otra agrupación de media docena de casos de Madrid apunta a que la familia G ya circulaba por la capital en torno al 18 de febrero. 

El estudio permite comprobar la diseminación invisible y explosiva del virus. 
El caso de Shanghái del 1 de febrero está aparentemente emparentado con otras dos muestras tomadas en Francia el 25 y 26 de febrero, otra de Madrid del 2 de marzo, otra de Chile del 3 de marzo, otra de EE UU del 4 de marzo, otra de Georgia del 8 de marzo y otra de Brasil del 16 de marzo.
 Las probables rutas de transmisión se van complicando hasta formar una madeja en el mapamundi. Díez cree que esta rama concreta del virus saltó desde España a otros seis países.

El estudio permite comprobar la diseminación invisible y explosiva del virus. El caso de Shanghái del 1 de febrero está aparentemente emparentado con otras dos muestras tomadas en Francia el 25 y 26 de febrero, otra de Madrid del 2 de marzo, otra de Chile del 3 de marzo, otra de EE UU del 4 de marzo, otra de Georgia del 8 de marzo y otra de Brasil del 16 de marzo.

 Las probables rutas de transmisión se van complicando hasta formar una madeja en el mapamundi.

 Díez cree que esta rama concreta del virus saltó desde España a otros seis países. 

“En España no ha habido un paciente cero. No hay un paciente cero cuando una epidemia está ya tan diseminada”, recalca el virólogo José Alcamí, supervisor del trabajo junto a su colega Inmaculada Casas
El equipo del genetista Fernando González Candelas, de la fundación valenciana Fisabio, secuenció los tres primeros genomas españoles del virus el 17 de marzo.
 Su grupo ya ha leído más de un centenar. 
“Por la información que tenemos hoy, creemos que hubo al menos 15 entradas diferentes en España. 
Es algo parecido a lo que ha sucedido en otros países, como EE UU e Islandia, donde también se han identificado múltiples entradas del virus”, señala González. “El paciente cero no existe”, zanja.
González subraya las limitaciones de estos estudios genéticos, basados en los genomas completos del virus publicados por la comunidad científica en el repositorio abierto Gisaid.
 Ya hay unos 11.000 genomas completos de medio mundo, 150 de ellos de España, pero faltan piezas esenciales. “De Italia no hay secuencias relevantes para poder sacar conclusiones”, lamenta González.
 Al faltar estos genomas, quedan invisibilizadas posibles rutas de transmisión desde Italia al resto del mundo. 
Además, la fotografía siempre es incompleta: hay 2,4 millones de casos confirmados en el planeta, según los últimos datos de la Organización Mundial de la Salud.

22 abr 2020

De la compra de Chanel nº 5 en la II Guerra Mundial al auge de los vaqueros

De la compra de Chanel nº 5 en la II Guerra Mundial al auge de los vaqueros: cómo las grandes crisis moldean los cambios en la moda.

«El que en la moda solo ve moda es un necio», solía decir Balzac. 

No son los creadores, sino los hitos históricos los que transforman nuestra forma de vestir y definen la estética que se apodera de nuestros armarios.

De la compra de Chanel nº 5 en la II Guerra Mundial al auge de los vaqueros: cómo las grandes crisis moldean los cambios en la moda
Un grupo de jóvenes 'hippies' en 1970. Foto: Cordon

Considero que la razón por la que los diseñadores de moda, unos profesionales poco analíticos, consiguen a veces predecir el futuro mejor que los vaticinadores profesionales es una de las cuestiones más incomprensibles de la historia, y para el historiador de la cultura, una de las más importantes».

 La tesis que escribiera el historiador marxista Eric Hobsbawm en su obra Historia del siglo XX (1994) parece mantener su vigencia un cuarto de siglo después.

 Muy poco antes de que más de medio planeta se viera confinado en su casa a causa de una pandemia, en las pasarelas se exhibían mascarillas (Marine Serre), se escenificaba el apocalipsis (Balenciaga) o incluso se diseñaban colecciones en torno al concepto de biopoder (Gucci), que acuñó el filósofo Michel Foucault en el hoy muy pertinente Vigilar y castigar (1975).

moda crisis

Los desfiles nacieron como reclamo popular para preservar la industria. Aquí, una pasarela en una base naval de Liverpool en 1925. Foto: Getty
Pero no hace falta apelar a la hipotética capacidad profética de los diseñadores para afirmar rotundamente que la moda es un fiel reflejo de las dinámicas y los cambios sociales.
 Aunque para muchos intelectuales el asunto de la indumentaria siga siendo una cuestión banal, lo cierto es que esta es una opinión que filósofos, sociólogos y otros estudiosos de la cultura llevan defendiendo desde hace siglos.
 «El que en la moda solo ve moda es un necio», solía decir Balzac. 
 El problema, quizá, es que la indumentaria es un elemento tan inmediato (quien más, quien menos, se viste a diario) que cuesta darle la profundidad histórica y social que merece.

 Muy pocos se preguntan, por ejemplo, por qué la moda masculina cambia tan poco frente a la femenina.

 Al margen de la cultura patriarcal, que refuerza este hecho, la realidad es que los varones dejaron de adornarse después de una gran crisis: la Revolución Francesa y el consecuente auge de la burguesía. 

 «Es indudable que la reducción drástica del elemento decorativo en los trajes masculinos, la mayor uniformidad en el vestido, se ha acompañado por una mayor simpatía entre las clases; no tanto porque el uso del mismo estilo general de ropas produce en sí mismo una sensación de comunidad porque elimina ciertos factores socialmente desintegradores que pueden producirse por la diferencia en la vestimenta», escribía el psicoanalista Carl Flügel en su Psicología del vestido (1935). Esta ‘gran renuncia’ a la moda, como él mismo la llamaba, tiene que ver con el nacimiento de una nueva sociedad, sustentada en los valores del capitalismo: esfuerzo, austeridad e igualdad de oportunidades.

 La ostentación no estaba hecha para aquellos que querían prosperar en este nuevo mundo, aunque sí para sus mujeres, que no pertenecían al flamante mercado laboral. 

Eran ellas las que daban a entender la riqueza de sus maridos a golpe de aparatosos miriñaques y asfixiantes corsés: el ocio, sinónimo de prosperidad, era entonces definido como ausencia de movimiento.

Si ellos siguen llevando un traje de tres piezas, ellas han dejado atrás el corsé gracias, de nuevo, a otra gran crisis: la Primera Guerra Mundial. 

«La necesidad de mano de obra y el racionamiento hicieron que las faldas se acortaran y las prendas fueran mucho más funcionales.

 Las mujeres que trabajaban en minas o en fábricas de armas empezaron incluso a llevar pantalones», cuenta la historiadora Nina Edwards, autora del ensayo Dressed for war (2014). 

Pero, al contrario de lo que puede pensarse, la crisis bélica no es únicamente sinónimo de austeridad. «La depilación empezó a ser una práctica común. 

También la bisutería: los soldados hacían joyas a sus mujeres con munición, piedras y cristales», apunta Edwards. 


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La actriz Jane Russell, pionera en llevar tejanos, en una imagen de 1950, y la modelo Suzy Parker con el New Look de Dior en 1952. Foto: Getty
Esta es también la época en la que la cosmética (antes asociada a las mujeres ‘libertinas’, como explicó en 1863 Charles Baudelaire en su Elogio del maquillaje) se estandarizan: emergen los grandes emporios, de Elizabeth Arden a Helena Rubinstein, cuya publicidad agresiva instaba a las mujeres a ocultar el estrés provocado por la catástrofe:
  «Aunque tu vida profesional o social no lo requiera, tu patriotismo sí te pide que tu rostro irradie optimismo», narraba una de las campañas de esta última. 
Ya en los años veinte, el resultado estético de la contienda cristalizó en el hedonismo de las llamadas flappers: mujeres profusamente decoradas que lucían los tres símbolos de la nueva era (pelo corto, vestido a la rodilla y maquillaje ostentoso) y actuaban con una libertad acorde a unos tiempos tan inciertos como revolucionarios. 
Cuando llegó la Segunda Guerra Mundial, fue una de estas flappers la que supo ver el nuevo futuro que se avecinaba en materia de consumo de moda: Coco Chanel.
 
Mientras la ocupación nazi de París instaba al cierre de comercios y a la paralización de las actividades no esenciales, Coco Chanel peleó por dejar su tienda abierta (no sabemos si legalmente o no). 
Día tras día, las colas de soldados en su puerta crecían. Compraban el perfume nº5 para sus mujeres. 
 Otra vez se repetía la misma lógica: pequeños lujos asequibles para ‘combatir’ el desastre.
 De la fragancia de autor al fomento del pintalabios rojo por parte de Winston Churchill,«para levantar la moral de la población» (sic), esta dinámica de opuestos llegó a su culmen cuando Christian Dior decidió dar carpetazo en 1947 a las penurias de la contienda con el New Look, una estética lujosa y ampulosa que devolvió a las mujeres la silueta de antaño y que fue utilizada como arma política tras el armisticio: si Reino Unido lo prohibió por requerir para su confección metros tela en tiempos de crisis, 
Francia lo apoyó viendo en él una herramienta para recuperar el trono de la moda mundial.
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Dos mujeres en bicicleta en 1925. La necesidad de mano de obra femenina en la I Guerra Mundial propició cierta liberación en las mujeres tras la contienda. Foto: Cordon
Sin embargo, la historia nos enseña que los grandes cambios en materia de indumentaria no son fruto de los diseñadores, sino del desencanto colectivo. La tarea de los buenos creativos es saber leer correctamente su presente para anticiparse al futuro. La grandeza de Dior fue la de darle a la sociedad algo opuesto a lo que estaba viviendo, y la de Yves Saint Laurent haber sabido ver y traducir las repercusiones estéticas y sociales de Mayo del 68 (aunque no pisara una manifestación)Asimismo, la fama de la que gozaron Rabanne, Courrèges y Cardin en los sesenta se debe a que «supieron ver que la tecnología, la indumentaria de protección y la incertidumbre frente al futuro estaban en la cabeza de la gente», argumenta Jane Pavitt, autora del ensayo Fear and fahsion in the Cold War (2008).  
Ante la Guerra Fría, su carrera armamentística, su amenaza nuclear y su propaganda espacial, el mundo respondió poniéndose medias de nailon, vestidos de charol y otros ‘artefactos’ sintéticos, atreviéndose con el biquini que llevaban las heroínas de la ciencia ficción y apostando por una estética unisex y uniformada, anteponiéndose a un futuro distópico en el que la comodidad, la homogeneidad y la fusión de géneros nos convertirían en piezas de un mismo puzle.
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Modelos con las prendas futuristas de Pierre Cardin en 1968. Foto: Getty
 Debajo de las pasarelas y las revistas latía un cambio aún mayor: el de los cientos de miles de jóvenes desencantados con un mundo en crisis y un sistema de gobierno que prefería molestar al de al lado que preocuparse por ellos.
 Por eso muchos empezaron a llevar vaqueros, instados por la prohibición que impedía llevarlo fuera de las fábricas o las minas.
 Por eso, también, otros decidieron apropiarse de elementos ajenos a la moda, como las parkas o las botas militares, las chupas de los aviadores o los monos de trabajo hasta uniformarse. 
 Literalmente. «La ideología alternativa y el descontento con lo establecido se significan a través de un estricto código de vestimenta, muy jerarquizado, que les permite reconocerse entre ellos y oponerse al resto». 
Así definía el sociólogo Dick Hebdige el auge de las subculturas durante los sesenta y setenta en su mítico ensayo Subcultures. The meaning of style (1983). Mods, punks, teddy bears y más tarde grunges, club kids o raperos que equipararon la ética a la estética, pese a que luego la moda los haya inoculado subiéndolos a la pasarela y colgándolos del perchero de una tienda low cost. 
 Como ya apuntaba Hebdige: «Cuando acaban siendo definidos como una amenaza para los valores y los intereses sociales, los mass media los neutralizan presentándolos en su forma más estereotípica y estilizada».

moda crisis
Una mujer en zapatillas de deporte en 1980, momento en el que este calzado comienza a popularizarse fuera del entorno deportivo. Foto: Getty
Pese a ello, la sociedad sigue su curso.
 Y la moda lo refleja. A veces de forma consciente (ahí está el auge del feísmo, encabezado por Comme des Garcons en los ochenta y Margiela en los noventa, reaccionando contra la banalidad de un época opulenta que no pensaba en el futuro) o inconsciente (popularizando las zapatillas de deporte después de que toda América las llevara para ir al trabajo durante una huelga de transporte en 1980 o liberando a las mujeres de los tacones tras la muy necesaria libertad de movimientos que supuso el 11-S). 
 Hoy, inmersos en otro cambio de paradigma, solo hay un hecho claro: el confinamiento, la distancia social y la crisis económica que se avecina cambiarán nuestro modo de relacionarnos con la ropa.
 Para la investigadora de tendencias Li Edelkoort, «esto es una página en blanco.
 Nos hemos acostumbrado a no consumir y nos hemos dado cuenta de que hay que cambiar el modelo».
 Sin embargo, la lógica de la historia habla de ostentación como respuesta a la catástrofe. 
 Estos días la ropa ha dejado de cumplir su principal función: comunicar mensajes implícitos a un observador externo. Partiendo de ahí, cualquier cosa es posible.

Unas Divagaciones

En los años de Sartre y de Camus yo me quedo con Albert Camus La Peste y el extranjero.
Con Sartre no . lo leí naturalmente porque tocaba hacerlo para conoces mejor el Mayo Franés y debajo de los ladrillos había una playa. No entendí por qué adoraban a Simone de Bouboir ni a Sartre no me gustaron nunca porque mentian. Sartre me parecia terriblemene feo y no podia ccon esa arrogancia con que trataba a hombres y mujeres Los dos crearon una relación confusa con sus amantes.
Vivian en casas separadas como sinónimo del amor libre . Mentira todo mentira Simone le seguia como un perrito fiel que va tras su amo. Y escribia bien pero nos engañaba. Llegó a acostarse con las amantes de Sartre para luego burlarse de ellas con el corazón sangriento y como todos los cuentos no fueron ffelices Sartre se fue con una mujer que Simone describe muy bienen su obra La Invitada y ella tb voló con otro pero cuando Sartre murió ella se acostó en la cama con él hasta que le hicieran el funeral.
Y con esto termino porque los lei a los dos y me mintieron ademas de ser feos fisicamente y arrogantes queriendo dar lecciones de libertad.



 

Sartre y el gran sol fúnebre de la gloria

La posteridad es esquiva con el autor de la 'La náusea' como lo fue con Camus, por ser incapaces de sintonizar con los que ajustician o perdonan.

El escritor Jean-Paul Sartre, en una terraza del barrio parisiense de Montparnasse, en 1966.
El escritor Jean-Paul Sartre, en una terraza del barrio parisiense de Montparnasse, en 1966.

 

No, no ha tenido Jean-Paul Sartre “una posteridad amable”, y no la tendrá porque los clarines que ajustician o perdonan están apagados para él, en las librerías y en los periódicos.
 A Sartre hoy se ha acercado la muy amable, y profunda, pluma de Marc Bassets en EL PAÍS para decir precisamente eso, que a los cuarenta años de su muerte la posteridad sigue siendo esquiva con el autor de La náusea.

Es una injusticia como la que ocurrió con Albert Camus, por cierto. El autor de El extranjero, por razones inversas por las que luego se ha sepultado dos veces a Sartre, estaba silenciado para la historia de la literatura porque, a principios de los noventa, seguía sin sintonizar con los que ajustician o perdonan y permanecía ausente de las estanterías y de la cita intelectual o periodística.
 En 1993, por ejemplo, permanecía sin ser reeditado en España, arrinconado en la zona sin fondo de la época, aún dominada por el lugar común de buenos y malos a los que nos condenó aquella parte del siglo XX.
 En aquel entonces un buen editor generoso y culto, Rafael Martínez Alés (al frente entonces de Alianza), le encargó a otro editor, entonces en proceso de retirada, José María Guelbenzu, que preparara a Camus para salir de nuevo al campo
. No fue tan solo eso, naturalmente, lo que hizo que Camus abandonara la sombra, pero sí contribuyó en gran medida a que ese extranjero en cualquier parte pasara a formar parte de la patria intelectual, literaria e incluso política del futuro.
Mientras tanto, la estrella de Sartre contradecía sus propias ambiciones, pues, como había escrito en un impresionante pasaje de Las palabras, él se figuraba, ya muerto, “bajo el sol fúnebre de la gloria”.
 Esa gloria lo acompañó hasta la hora de su despedida, tan potente en París, recoge Bassets en su crónica de hoy, como la que le dijo adiós a Victor Hugo.
 A lo largo de las décadas fue pregonado (por varias generaciones) como el gurú de los sucesivos tiempos.
 Su enorme erudición enciclopédica le sirvió para desentrañar las sombras del pensamiento pasado, y él se empeñó en crear su propia idea de la vida y de la creación literaria. 
Mezclado con su arrogancia intelectual y personal, asistido de una corte infinita de aduladores fanáticos, entre los que hubiera estado cualquiera de los que nos formamos en sus mejores tiempos, fue luego olvidado, antes incluso de su muerte, como un juguete roto, como una triste sombra de la inteligencia.
Es un libro lleno también de la arrogancia sartriana (la arrogancia y lo contrario, hay una autodestrucción latente, un espejo permanentemente roto o a punto de ser destruido), en la que no falta la autocomplacencia: “A los treinta años logré el estupendo hecho de escribir en La Náusea —se me puede creer que muy sinceramente—la existencia injustificada, salobre, de mis congéneres y de poner a la mía fuera de causa”.
 Ese Sartre que parecía dos a la vez, uno de los cuales renegaba del otro, escribía sobre el pasado anticipando esa posteridad sin lustre que le esperaba: 
“Engañado hasta los huesos y confundido, escribía alegremente sobre nuestra desgraciada condición.
 Era dogmático y dudaba de todo, excepto de ser el elegido de la duda: restablecía con una mano lo que destruía con la otra y tenía a la inquietud por la garantía de mi seguridad: era feliz”.
Fue, en ese momento de su gloria, cuando el espejo le devolvió el momento en que descubrió su fealdad y, a los siete años, se sentía como un muchacho que no tuviera billete para el viaje que le aconsejaban emprender
. Le habían dicho en la casa que sería un escritor. En ese viaje estaba, en 1964, cuando descubrió que volvía a ser aquel niño y que la pared volvía a ser tan alta como su inseguridad. 
Abrumado por los fantasmas que en la niñez lo educaban para ser el dueño del mundo, se mostraba molesto con “mi notoriedad actual”. “No es la gloria”, decía, “ya que vivo, y esto basta sin embargo para desmentir mis viejos sueños, ¿o será que los sigo alimentando secretamente? Del todo, no”.
 La muerte siempre dictándole la solución, la desaparición tras el gran sol fúnebre de la gloria…

Si se lee hoy Las palabras, publicada en 1964, cuando él ya había publicado muchos de sus libros y, sobre todo, La náusea, se podría deducir que el filósofo literato de aquel entonces ya vio lo que se le venía encima cuando la gloria fuera tan solo, como él mismo escribió, un resplandor fúnebre.
 Ese es un libro extraordinario, lleno de humor y de lecturas. 
Ahí se muestra como un deudor de Víctor Hugo, precisamente, y de Flaubert, un hombre que aspira, además, a emularlos y a superarlos, aunque sabe, como escribe, que el futuro que él ya no controlará lo hará, en efecto, “un relámpago borrado por las tinieblas”.
El libro es un placer lleno de placeres.
 Es una descripción de varios amores, al abuelo, a la madre, que lo hicieron escritor, a la amistad y, en definitiva, al amor imposible y a la finitud.
El tormento del presente era la señal del luto del futuro. 
“Ya que he perdido la posibilidad de morir desconocido, me enorgullezco a veces de vivir mal conocido”.
 Estas frases finales de su impresionante autobiografía, cubierto el tránsito de su descubrimiento de las palabras, son el epitafio anticipado de lo que luego la posteridad le daría:
 “Nunca he creído ser el feliz propietario de un talento; [de] lo único que se trataba era de salvarme —nada en las manos, nada en los bolsillos— por el trabajo y la fe. (…) Si coloco a la imposible Salvación en el almacén de los accesorios, ¿qué queda? 
Todo un hombre, hecho de todos los hombres y que vale lo que todos y lo que cualquiera de ellos”.
En algún momento, en Las palabras, Sartre dice: “A mi no me duran los rencores y confieso todo, complacientemente; estoy muy bien dotado para la autocrítica a condición de que no pretendan imponérmela.
 Han molestado mucho, en 1936 y en 1945, al personaje que tenía mi nombre; ¿qué tengo yo que ver con eso? Las afrentas recibidas las cargo en su débito: ese imbécil ni siquiera sabía hacerse respetar”. 
La posteridad es esquiva desde que amanece en la tumba oscura. Si este libro se releyera habría, al lado del “sol fúnebre de la gloria”, el sonido de aquellos pájaros junto a los que, en la niñez, le empezaron a decir que los libros iban a ser su felicidad y su destino.
 Luego sólo tuvo destino, y de momento este, como sugiere Marc Bassets en EL PAÍS, cuarenta años después de la muerte de Sartre, le ha deparado al filósofo inseguro y feo una implacable posteridad.
 

19 abr 2020

Cuando la realidad supera a la ciencia-ficción

Ray Bradbury, Isaac Asimov, J. G. Ballard, Ursula K. Le Guin, Philip K. Dick y Stanislaw Lem imaginaron un futuro de pandemias, distancia social y redefinición del ser humano. Seis expertos analizan sus predicciones.

 

Cuando la realidad supera a la ciencia-ficción
¿Qué escritor de ciencia-ficción adivinó mejor el futuro? Seis especialistas explican los pronósticos realizados por seis grandes maestros. 
Sus respectivas obras demuestran que la literatura se adelantó a fenómenos como la pandemia mundial, la distancia social, la preocupación ecológica, el sexo no binario, la robotización, la inteligencia artificial, la civilización de la pantalla, la realidad aumentada, la aspiración a la inmortalidad, los viajes espaciales, el control del Estado o la disidencia política en el siglo XXI.
 Como era de esperar, casi ninguno se consideraba a sí mismo autor de género, pero de su imaginación salieron futuros que se parecen mucho a nuestro presente.

Ursula K. Le Guin

Abriéndonos la puerta del universoPor Rosa Montero
Ursula K. Le Guin.
Ursula K. Le Guin.
Cuando la realidad supera a la ciencia-ficción
Cuando hablamos de escritores de ciencia-ficción que adivinaron el futuro, solemos estar refiriéndonos a individuos que intuyeron adelantos técnicos e innovaciones científicas.
 Ursula K. Le Guin no forma parte de ese colectivo; ella nunca fue muy tecnológica en su obra, sino monumental y mítica. 
Es uno de esos pocos autores capaces de atrapar en sus libros tanto las más pequeñas sutilezas del individuo como los más vastos anhelos de la humanidad.
 Y desde esa mirada de águila sí que ha sido capaz de ­anticipar grandes movimientos sociales e incluso viajes que apenas estamos comenzando.

Por ejemplo, su novela El nombre del mundo es Bosque, publicada en 1972, ofrece una profunda reflexión ecologista, un tema que por entonces no le parecía importante a casi nadie, así que podemos decir que Le Guin formó parte de la avanzadilla contra la crisis climática (por cierto que la película Avatar se inspiró en este libro, eso sí, sin decirlo).
Del mismo modo, La mano izquierda de la oscuridad (1969), que habla de un mundo en donde los humanos son hermafroditas, neutros durante tres semanas y en la cuarta machos o hembras dependiendo de la pareja que tengan en ese momento, predice la manera en que los géneros están siendo dinamitados actualmente. Me refiero a la sexualidad líquida y mudable de los pansexuales, demisexuales o queer; de los trans y los bi; de los andróginos y los no binarios, todo este glorioso y resbaladizo lío, en fin.
Por último, la serie narrativa más ambiciosa de Le Guin son las novelas del Ekumen, una federación de mundos habitados por humanos que salieron de la Tierra hace milenios y que han ido conformando civilizaciones muy distintas.
 Y justamente ahora nos encontramos en el inicio de ese salto colosal hacia otros planetas.
 Hay un frenesí exploratorio en búsqueda de exoplanetas habitables y existen diversos proyectos para colonizar Marte, el más llamativo el de Elon Musk, que pretende transportar hasta el planeta rojo a un millón de colonos para 2050.
 Es decir (qué vértigo), estamos en el comienzo del Ekumen.
 Le Guin nos abrió la puerta del universo.

Isaac Asimov

Los marcianos éramos nosotrosPor Javier Sampedro

Isaac Asimov.
Isaac Asimov.
Cuando la realidad supera a la ciencia-ficción
Isaac Asimov (1920-1992) es conocido sobre todo por dos colecciones de novelas, una sobre robots y otra, llamada Fundación, acerca de una civilización galáctica.
 Ahora que la robótica ha despegado con fuerza impulsada por los avances en inteligencia artificial, las predicciones de Asimov se están empezando a discutir no ya en los foros coloridos de los aficionados al género, sino incluso bajo la luz tenue de los laboratorios de investigación. 
Los científicos y los ingenieros discuten, por ejemplo, si sus “tres leyes de la robótica” (un robot no dañará a un humano; obedecerá a un humano siempre que esto no contradiga la primera ley, y se protegerá a sí mismo siempre que esto no contradiga las dos primeras leyes) pueden ser de aplicación como una especie de código moral para máquinas autónomas.
 El futuro lo dirá.

Cuando sus editores le estimularon a escribir una ópera galáctica, pensando en un conflicto entre la especie humana y los seres alienígenas más extraños que el autor pudiera imaginar, Asimov razonó que la humanidad no tenía la menor oportunidad de salir victoriosa. 
Nuestra civilización tecnológica es apenas una recién nacida y lo más probable es que se quede muy corta respecto a cualquier otra civilización tecnológica de la galaxia.
 Así que el autor renunció por completo a cualquier guerra de los mundos e imaginó más bien un futuro en el que los humanos nos hemos propagado por toda la galaxia.

En la serie Fundación, los marcianos somos nosotros.
 Esa serie, que empezó siendo una trilogía y acabó creciendo tanto que no es fácil decir exactamente cuántos libros comprende, es también una predicción sobre las predicciones.
 Prevé el desarrollo de una nueva ciencia llamada “psicohistoria” capaz de augurar las grandes corrientes históricas del futuro.
 Una metapredicción.
 En un relato sin relación con las series anteriores, la humanidad está a punto de perecer junto al propio universo que la alberga, por la simple degeneración termodinámica que pondrá fin a todo.
 Los científicos le preguntan al mejor supercomputador del momento: ¿cómo se puede revertir la entropía del cosmos? El ordenador trabaja durante miles de millones de años y al final, con la humanidad ya extinta y olvidada, responde: “Hágase la luz”.
UN LIBRO. Anochecer, por inventar un mundo con siete soles donde nadie ve las estrellas, lo que impide despegar a la ciencia.

Philip K. Dick

Deshumanización tecnológicaPor Laura Fernández

Philip K. Dick.
Philip K. Dick.
Cuando la realidad supera a la ciencia-ficción
Philip K. Dick inventó el deshumanizado mundo de pequeñas y engañosas píldoras en el que vivimos. No, no se trata de píldoras reales, sino de píldoras de realidad. 
No es solo que escribiese sobre el exceso de información, descontextualizado, atomizado y ametrallador con el que convivimos, sino que lo utilizó para profundizar en su efecto sobre la psique implosiva del que la recibía.
 Sí, el mundo como un espejo roto en millones de pedazos en los que el individuo se refleja de una forma confusa y distinta y, por lo tanto, enloquecedora.
Tendía Dick a la paranoia —estaba convencido, desde niño, de que todo el mundo quería matarle— y eso le hizo desconfiar de todo y de todos. 

En especial, de cualquier ente autoritario existente, es decir, los Estados, pero también las empresas todopoderosas —hay al menos una de ellas en cada una de sus novelas— y, cómo no, de la cambiante historia. 
Esto es, el pasado como algo con lo que se juega en virtud de los intereses de quien puede jugar con él (por ejemplo, hacer creer al protagonista que sigue viviendo en la década de los cincuenta para utilizarlo como arma en la guerra que se libra en el futuro en el que vive sin saberlo).
Es decir, por un lado la confusión, que nunca es colectiva sino individual, y por otro, cientos de pequeñas cosas, como el aspecto cada vez más lúdico de la sociedad (pensemos en la guerra con una sociedad extraterrestre convertida en partidas de una especie de Monopoly en Los jugadores de Titán), la dependencia de las nuevas tecnologías (en Dick hasta los coches cuidan de nosotros y nos dan conversación de vuelta a casa porque no hay nadie más ahí, estamos rodeados de gente pero seguimos inquietantemente solos) y la precariedad (en The Crack in Space se ofrece dormir a aquellos que no van a poder pagarse una vida en el presente), que culminan con la dolorosa y desesperante deshumanización que explica hasta el cada vez más pujante negocio de las mascotas en nuestros días (¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? anticipa la imperiosa necesidad del ser humano de volver a sentirse humano cuidando de algo vivo e inocente). 
No, Dick no era partidario de las catástrofes inexplicables, sino de todo aquello que hacía mal (y por maldad) el ser humano.

UN LIBRO. Ubik, por convertir la realidad en un espejismo que nos conduce hacia un pasado que no existió como lo imaginamos.

 J. G. Ballard

La enfermedad del futuro (y viceversa)Por Jordi Costa



J. G. Ballard.
J. G. Ballard.
Cuando la realidad supera a la ciencia-ficción
Como si ya hubiera estado allí, J. G. Ballard escribió sobre el futuro con el desapasionamiento notarial de un forense que estuviese realizando la meticulosa autopsia de un nuevo milenio que ya había nacido cadáver.
 El llamado oráculo de Shepperton (1930-2009) podría haber declarado ayer mismo que “la enfermedad nos ha proporcionado una suerte de apuntalamiento a todos los procesos de alienación que han tenido lugar en nuestra cultura en los últimos 10 años”.
 En realidad, lo dijo en los ochenta, en el contexto de esa crisis del sida que infectaría uno de sus relatos, El amor en un clima más frío, miniatura distópica que imaginaba una sociedad donde el sexo sería práctica obligatoria legislada por los Gobiernos y gestionada por las Iglesias.
 Con las herencias del surrealismo y el psicoanálisis definiendo una mirada única, capaz de detectar las lógicas perversas que subyacen bajo el tejido de lo cotidiano, la literatura de Ballard marcó un radical punto de inflexión en la ciencia-ficción de los sesenta al desplazar el foco del espacio exterior —el territorio de la space-opera— al espacio interior — esa subjetividad pulsional, bombardeada y al mismo tiempo activada por desastres apocalípticos, mutaciones del paisaje mediático o inquietantes derivaciones de la ingeniería social—. 
Su obra siguió un trazado riguroso desde el desbordamiento imaginativo —esas heterodoxas novelas de catástrofes (El mundo sumergido, La sequía, El mundo de cristal), cuyos personajes no se regían por el instinto de supervivencia, sino por la pulsión de muerte— hasta el aséptico hiperrealismo de sus últimos trabajos —de Furia feroz a Bienvenidos a Metrocenter—, que certificaron que ya llevábamos largo tiempo habitando un presente distópico. Entre uno y otro extremo, las obras que permitirían entender el poso autobiográfico del conjunto —El imperio del sol, La bondad de las mujeres— y, sobre todo, la ruptura abierta por las revolucionarias La exhibición de atrocidades y Crash, las piezas más violentamente transgresoras de su carrera, ambientadas en un universo, regido por la fusión de lo sadeano y lo tecnológico, que funcionaba como espejo, cromado y deformante, de una sociedad iluminada por el sol negro de la muerte del afecto.
UN LIBRO. Rascacielos, por abismarse en la barbarie potencial que yace bajo los frágiles cimientos de la sociedad del bienestar

Ray Bradbury

Nos vemos en Marte en 2026Por Jacinto Antón

Ray Bradbury.
Ray Bradbury.
Cuando la realidad supera a la ciencia-ficción
Tener que defender a Ray Brad­bury (1920-2012) en una competición sobre quién adivinó mejor el futuro puede parecer una faena.
 Porque Bradbury no es ni se consideró él nunca un escritor de ciencia-ficción. Al menos no de ciencia-ficción al uso.
 Su terreno creativo fue la fantasía, una fantasía llena de metáforas, teñida de un profundo lirismo con conmovedoras notas melancólicas, feéricas y con una propensión también, en muchas de sus creaciones, a lo tenebroso y hasta lo macabro.
 De hecho, obras como los estremecedores relatos de El país de octubre —con esas cúspides del escalofrío que son ‘La guadaña’, ‘La multitud’, ‘El viento’ o ‘El pequeño asesino’— lo convierten en un maestro del terror, con influencia en el género reconocida por el propio Stephen King.
 Dos de sus grandes novelas, las bellísimas y nostálgicas El vino del estío y La feria de las tinieblas, tampoco tienen que ver con la ciencia-ficción, sino con las experiencias y sueños de su infancia en su pueblo natal de Illinois, esa Arcadia rebautizada como Green Town.
Los dos libros más de ciencia-ficción, Crónicas marcianas y sobre todo Fahrenheit 451, tampoco es que se ciñan al canon estricto del género, aunque en la una narre la conquista de Marte por los terrícolas y la otra sea una distopía en la que una unidad de bomberos especializados se dedica a quemar libros.
 Ciertamente en la primera hay cohetes y marcianos, y en la segunda se podría considerar que se anticipan (es de 1951) algunos artefactos como la televisión plana y los airpods (“caracolitos”, “radios de dedal” que se meten en las orejas y te sumergen en “un océano electrónico de sonido”).
 Pero siempre está todo subordinado a una dimensión poética y maravillosa: la aventura del bombero Montag es por encima de todo un canto de amor a la lectura (las bibliotecas eran el paraíso de Bradbury) y las crónicas otro, una elegía al planeta rojo de las revistas pulp, Edgar Rice Burroughs y H. G. Welles.
¿Quiere decir todo esto que Bradbury no puede ganar la competición? En absoluto: él nos ha animado como nadie a pensar lo impensable, ha predicho que viajar al espacio nos hará inmortales y ha anticipado que un día de 2026 en Marte nos reconoceremos como los verdaderos marcianos.

UN LIBRO. Crónicas marcianas, por vaticinar que ir a otro planeta no nos librará de nuestros miedos ni de nuestros pecados.


Stanisław Lem

Un mundo de exclusionesPor Patricio Pron

Cuando la realidad supera a la ciencia-ficción
No hay mucha ciencia en la obra de Stanisław Lem, pero sí muy buena ficción, así como la ruptura conceptual y el “extrañamiento cognitivo” que son los rasgos más salientes del género.
 Lem (1921-2006) reprochaba a una ciencia-ficción en cuyo marco prefería no ser leído su fijación con la tecnología y su incapacidad de anticipar el futuro: en particular, de admitir que nada cambia nunca porque la naturaleza humana condiciona las respuestas individuales y colectivas a toda situación de peligro y estas tienden a parecerse.
Stanislaw Lem.
Stanislaw Lem.
Es lo que sucede en Solaris (1972), quizás su obra más conocida. Cuando Kris Kelvin llega a la estación de observación en torno a ese planeta descubre que uno de sus tripulantes se ha suicidado y que los otros dos no son los únicos ocupantes del módulo: 
un día ve caminando por el pasillo a una mujer negra desnuda; otro se encuentra con su esposa. Pero ésta también se ha quitado la vida, años antes.

Naturalmente, el problema aquí es el de cómo saber que lo que creemos observar es real. 
Lem confronta a sus personajes con sus miedos y sus anhelos más profundos al tiempo que critica el proyecto de comprender el universo mediante métodos supuestamente objetivos. 
Para alguien que como él escribía bajo un régimen totalitario que se amparaba en un cierto “socialismo científico”, el problema no era menor, por supuesto. 
Pero tampoco lo es para nosotros. Según el filósofo alemán Markus Gabriel, no existe una gran diferencia entre la negación de la ciencia de los extremismos religiosos y políticos y su transformación reciente en herramienta de control por parte de Gobiernos solo en apariencia menos radicales: ambas son respuestas “moralmente reprochables” a una situación de excepción instrumentalizada para reforzar el control ya sea mediante “pasaportes de inmunidad”, geolocalización, “distancia social” o confinamiento forzoso. 
Vivimos en un presente “construido con exclusiones, negaciones y diversas suposiciones, cada una más opaca que la anterior”, observa Lem en Máscara (1976), y en realidad no podemos saber, excepto, tal vez, que la “luz al final del túnel” será otra opacidad, quizás incluso más oscura que la anterior.
UN LIBRO. La investigación, porque habla, con molde policiaco, sobre la inutilidad de la prueba en un mundo absurdo y falaz.




18 abr 2020

El mensaje de Giorgio Armani al mundo de la moda: “Yo no quiero trabajar así, es inmoral”

El diseñador reflexiona sobre los excesos de la industria de la moda y pide que se relaje el ritmo de producción.

Giorgio Armani, en París, el pasado enero.
Giorgio Armani, en París, el pasado enero.OLIVIER BORDE / GTRESONLINE
Giorgio Armani, en París, el pasado enero.OLIVIER BORDE / GTRESONLINE

 Lorena Pacho

Giorgio Armani fue uno de los primeros en comprender la gravedad de la situación y en tomar medidas de prevención contra el coronavirus, con la presentación a puerta cerrada de su colección de otoño-invierno en la Semana de la Moda de Milán, el pasado 23 de febrero.
 El diseñador tomó la decisión antes de que el Gobierno decretara cualquier medida de distanciamiento social y cuando el país transalpino registraba un centenar de contagios y dos fallecidos. Ahora ha vuelto a adelantarse y ha sido también uno de los primeros en pensar en lo que vendrá después de esta emergencia sanitaria, cuando se recupere la normalidad.
 Espera que esta crisis sea una oportunidad para cambiar lo que no estaba funcionando y para redefinir un nuevo panorama en un sector, que como ha apuntado el estilista, en las últimas décadas ha estado marcado por un ritmo frenético de diseño,manufactura y entrega, con su consiguiente pérdida de identidad.
El diseñador italiano ha escrito una reflexión muy crítica con la forma en la que se está produciendo y en la que se está vendiendo en la actualidad, una cuestión espinosa, muy debatida, por otra parte, desde hace varios años.
 Armani cuestiona los excesos del actual sistema de la moda, basado en el consumo masivo y la superproducción, sin atender al medioambiente, en una carta publicada en la revista estadounidense Women’s Wear Daily, (WWD). “Ya no quiero trabajar así, me parece inmoral”, ha clamado.

 

El modisto, de 85 años, reprueba en su misiva el exceso de oferta y la rapidez con la que se suceden las colecciones y habla de un “desajuste criminal” entre el tiempo meteorológico y las estaciones comerciales.
 También reclama un calendario más sensato. 
“El declive del sistema de la moda, tal y como lo conocemos, comenzó cuando el sector del lujo adoptó los modos de funcionamiento de la moda rápida con un ciclo de entrega continuo, con la esperanza de vender más”, razona.
 Y añade: “No tiene sentido que una chaqueta o un traje mío esté en la tienda durante tres semanas, que se vuelva inmediatamente obsoleto y sea reemplazado por una nueva mercancía, no demasiado diferente de la anterior”.
En una entrevista con el diario italiano La Repubblica, el diseñador ha insistido en la misma línea y ha lamentado que “las finanzas se han impuesto a la creatividad”.
 Ha señalado también que lo que ha impedido relajar el ritmo de producción, algo cada vez más reclamado en los últimos tiempos desde diferentes frentes, ha sido “la codicia por obtener beneficios, y la creencia de que en los mercados emergentes se mantendría el ritmo frenético y vertiginoso del consumo”.

El diseñador, un referente de autoridad indudable en la industria de la moda, pide un cambio de paradigma en el sector y que se convierta esta crisis en una “oportunidad para volver a dar valor a la autenticidad”. 
También carga contra la proliferación de desfiles, convertidos en espectáculos grandilocuentes.
 “Basta con la moda como un juego de comunicación, con desfiles en todo el mundo solo para presentar ideas insípidas. 
Basta de entretenimiento con grandes espectáculos que hoy se revelan como lo que son: inapropiados y vulgares”, dice. 
Y reprocha los viajes contaminantes y el “desperdicio” de recursos económicos para llegar a las pasarelas de todo el globo.

“El momento que estamos atravesando es turbulento; pero nos ofrece la oportunidad única de arreglar lo que está mal, de eliminar lo superfluo, de encontrar una dimensión más humana.
 Esta es quizás la lección más importante de esta crisis”, ha reflexionado.
Giorgio Armani, al igual que otras muchas firmas, tiene actualmente la colección de primavera-verano 2020 paralizada, puesto que las tiendas están cerradas. 
Ahora ha anunciado que estas semanas su equipo está trabajando para que sus creaciones estivales, a diferencia de lo que se suele hacer, permanezcan en los escaparates al menos hasta septiembre, “como es natural”.
 El estilista cree que volver a hacer todo como antes sería un peligro.
 “Tenemos la oportunidad de reducir la velocidad y reajustar todo para dibujar un horizonte más auténtico. 
El momento que atravesamos es dramático pero podemos cambiar lo que no funcionaba y mejorar”, ha subrayado.
Vista de una tienda de Giorgio Armani, en Hong Kong.
Vista de una tienda de Giorgio Armani, en Hong Kong.Getty
Está convencido que la clave para volver a poner todo en marcha pasa por recuperar la esencia de la moda.
 “Siempre he creído en el concepto de elegancia atemporal.
 No es solo un código estético, sino también un modo de hacer ropa que a su vez sugiere una forma precisa de comprarla.
 Es decir, para que dure”, ha apuntado.
 También aconseja a las pequeñas firmas y a los jóvenes diseñadores que se centren en la autenticidad. 
“Cuando salgamos de esta pesadilla, habrá un gran deseo de belleza, pero también de lógica, estoy seguro”, ha dicho.
El diseñador ha donado dos millones de euros para combatir la emergencia y está fabricando en sus plantas de producción materiales de protección para los sanitarios.