Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

29 feb 2012

PIER PAOLO PASOLINI

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Para que un gran intelectual italiano
quede vivo en la memoria

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Pier Paolo Pasolini (Bologna 1922-Roma 1975) es uno de los más grandes escritores italianos del siglo XX; se dedicó también al cine. Desde la literatura más íntima hasta el cine más popular, Pasolini siempre ha sido firmemente poeta con una clara huella de lo real y de lo cotidiano.
“...En general mi vida social depende exclusivamente de lo que es la gente. Digo “gente” con conocimiento de causa, refiriéndome a lo que es la sociedad, el pueblo, la masa, en el momento en que entra existencialmente (y acaso sólo visualmente) en contacto conmigo. Es de esta experiencia existencial, directa, concreta, dramática, corpórea, de la que nacen en el fondo todos mis discursos ideológicos...”
Con su compromiso político, civil y artístico Pasolini tuvo como objetico principal el de denunciar y contrastar la homologación cultural y el cambio antropológico de los italianos. El detectó dramáticamente estos dos aspectos en el consumismo exasperado, en el condicionamiento llevado a cabo por los medios de comunicación de masas, en las condiciones del subproletariado urbano.
“Tal compromiso provocó, ante todo, una difusa hostilidad hacia él, la cual reveló también el obscurantismo de aquellos que siempre intentaron obstaculizarle.” “...Me han detenido, procesado, perseguido, linchado durante casi dos décadas. Todo eso un joven no puede saberlo... Puede que yo haya tenido la suficiente dignidad como para esconder la angustia de uno que durante años y años esperaba cada día la llegada de una citación del tribunal, y mirar a los quioscos con el pánico de leer en los periódicos atroces noticias escandalosas acerca de su persona...”
A pasar de eso, el poeta “intensificó progresivamente sus intervenciones, imprimiendo más incisividad a unos blancos cada vez más terriblemente concretos, y engrosando tanto las filas de sus amigos (aquellos movimientos políticos y culturales que sintieron la necesidad de su presencia: todos los que han querido dialogar con él más allá de polémicas desviadas o incluso de diferencias de fondo) como las de los enemigos (los depositarios o los siervos de un poder que primero le despreciaron como intelectual y homosexual, confinándole al limbo, y después, viendo que el esfuerzo de encerrarlo en un gueto resultaba inútil, decidieron mostrarle sus dientes).
Sin embargo, ni los unos ni los otros podrán recordarle hoy, ya que su pensamiento estaba en constante devenir y se apartaba de cualqier esquema, inspirándose a la vida, de la que aceptaba las burlas más horribles, y con la que compartía las contradicciones más pesadas.
“Siempre he pagado, y he ido desesperadamente hasta el final en todo.

He cometido muchos errores, pero desde luego no tengo remordimientos”. Y ello porque, según escribe en un poema de 1969: “De nuestra vida soy insaciable / porque algo único en el mundo jamás puede agotarse”.
“Pasolini ha sido definido muchas veces como ‘un testigo provocador’, pero la sublime maldición no fue dictada ni por un narcisismo del poeta, ni por el estro publicitario de un editor: en esta especie de eslogan había una verdad instintiva, inmediata, casi epidérmica, pero profunda e implacable […].
En las dos palabras ‘testigo provocador’ hay, para empezar, un elemento-clave que ilumina, no ya la personalidad de Pasolini sino, esencialmente, su fundamental relación con la colectividad, a la que le sigue la grabación ‘en caliente’ de una sensación rápida, todavía por codificar, que es justamente lo ‘provocador’. Sobre un individuo en cierto modo ‘público’ a menudo se arriesgan legítimos pronósticos, y la carrera para adivinar con antelación sus pensamientos y sus reacciones frente a ésto o aquello puede resultar incluso poco vivaz. En el caso de Pasolini –osaríamos decir sólo en su caso- este juego no empezaba; con él no. Ha sido justamente esta característica suya la que le ha hecho conquistar sobre el terreno el adjetivo ‘provocador’, un juicio obtuso pero sincero, y desarmante en el sentido de que cada uno puede leerlo, en positivo o en negativo, según su perspectriva, pero en cualquier caso sin conseguir asirlo nunca verdaderamente.
Este hombre, este artista, fue asesinado en la noche entre el 1 y el 2 de Noviembre de 1975.
 “Pier Paolo Pasolini ha dejado de existir, y desde entonces, en los discursos de los amigos, en los de los enemigos y en los de los amigos-enemigos, siempre se le ha echado gravemente en falta, y ello sin mencionar lo mucho que su personalidad esté ausente en el epitafio ingrato ofrecido por este delito, y en el recuerdo demasiado enturbiado y controvertido de los últimos dramáticos momentos de su vida, recogidos por los apiadados ojos y orejas de quien estaba, y de quien no estaba, de quien podía o de quien no quería estar. 
El cadáver de Pasolini ha sido devorado por nuestra sociedad y por nuestro tiempo: es ésta la nemesis que, como por una agotable regla narrativa, cierra el apólogo.
“En toda mi vida jamás he ejercido una acción violenta, ni física, ni moral. No porque yo soy un fanático de la no-violencia. La cual, si es una forma de autocostricción ideológica, también es violencia. Nunca he ejercido en mi vida violencia alguna, ni física ni moral, simplemente porque he confiado en mi naturaleza, es decir en mi cultura...”

El arte erótico occidental, contado en '69 historias de deseo'

Jean-Manuel Traimond muestra la gran impronta que ha dejado el deseo carnal en la Historia del Arte de Occidente.

L a pasión por disfrutar del cuerpo del amante es tan antigua como el mundo. 

El deseo del amor íntimo, de la amatoria, de lo erótico y lo sensual ha sido, es y será fuente de inspiración constante para los artistas.

Una muestra de la gran impronta que ha dejado el deseo carnal en la Historia del Arte de Occidente lo constituye el libro que acaba de llegar a las librerías, 69 historias de deseo. Un museo del imaginario erótico, del investigador francés Jean-Manuel Traimond.
A través de diversos géneros y soportes artísticos, desde lienzos hasta fotografías, pasando por grabados, esculturas y cerámicas, Traimond ha esbozado sus 69 historias de deseo occidentales con 69 piezas.
Con esa cifra, en alusión a la postura sexual, el estudioso presenta las variantes de la práctica amatoria, desde explícitas felaciones y cunnilingus hasta imágenes que ilustran la entrega previa al orgasmo en obras culmen de la Historia del Arte de Francia, Alemania o España, y que siguen inspirando a las musas.

Pasiones eternas

Las 69 historias de deseo (Editorial Electa) relatan cuáles son las pasiones carnales que se repiten eternamente en la Humanidad a través de una presentación de las obras en fotos maquetadas a sangre y a doble página como mínimo.
Algunas presentaciones, como la "Vasija de figuras rojas" de la etapa de pintura negra de la Grecia Antigua (siglo VI a.C., Museo del Louvre, en París), que exhibe motivos con felaciones de y por hombres, sirven para que el autor se cuestione "¿gozaban griegos y romanos de más libertad sexual que nosotros?".
"El arte erótico occidental siempre se ha movido entre la carne y el cilicio"
Para Traimond, "el arte erótico occidental siempre se ha movido entre estos dos polos": "la carne y el cilicio, don Carnal y doña Cuaresma, enseñar y ocultar", de ahí que en "69 historias de deseo" abunden imágenes del deseo masculino por medio de pechos perlados que se escapan de corsés o de miradas anhelantes.
Lo que demuestra una vez más que la tradición histórica y cultural otorgó más libertad al numen del artista hombre para expresar sus deseos carnales a través de los medios plásticos que a las mujeres artistas, que fueron forzosamente más recatadas hasta finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX.
Este punto evidentemente ha marcado la producción de este volumen, en el que hay más piezas anónimas que realizadas por mujeres artistas, es decir, que hay más estampas de mujeres deseosas y deseantes pintadas por hombres.

Lo políticamente correcto

No quiere decir que todos los artistas fueran heterosexuales, pero sí que lo "políticamente correcto" también influyó en la Historia del Arte, incluso en las estampas más lacivas y provocadoras de deseo.
A pesar de ello, cabe celebrar que "69 historias de deseo" recoja una obra de una relación sexual lésbica de la argentina Léonor Fini, considerada la primera artista que pintó un desnudo masculino erótico.
En su libro, este autor rompe con la habitual presentación cronológica de los tratados de Historia del Arte y, en su selección, dictada por una mirada caprichosa pero refinada, hay obras también de artistas vivos como David Hamilton, Jean-Robert Iposutéguy, Eric Fischl, Milo Manara o Tom Wesselmann.
Pero en él están también los más consagrados, como Picasso, Lucas Cranach El Viejo, El Bosco, Miguel Ángel, Tiziano, Caravaggio, Rubens, Rembrandt, Velázquez, Ingress, Manet, Gustave Coubert, Gustav Klimt, Amedeo Modigliani, Auguste Rodin, Balthus, René Magritte, Robert Mapplethorpe o Marcel Duchamp.

FRASES SABIAS

ESCUCHA LO QUE NO TE DIGO

No te salves ( Mario Benedetti)

José Saramago - falsa democracia

El manuscrito que devolvió el viento

El manuscrito que devolvió el viento
Por JUAN CRUZ
Saramago1953. Este hombre, José Saramago, era un trabajador de muchos oficios; y era, como su abuelo, como sus padres, como los hombres y como las mujeres de Azinhaga, el pueblo portugués en el que había nacido en 1922, una persona silenciosa y sutil, en cuyo interior vivían los dramas que vivía y aquellos que imaginaba detrás de las pequeñas viviendas o dentro de los edificios altos.
 Ya está en Lisboa, trabaja. Y escribe; ese carácter reconcentrado esconde a un poeta, y a un novelista. Luego será muy conocido, llegará a premio Nobel, pero en ese momento acaba de terminar una novela, su primer libro, y lo titula Claraboya.
 Lo lleva a una editorial, deja allí el manuscrito, y vuelve a su quehacer lento y melancólico en el medio más hostil posible para la convivencia y para la imaginación: el Portugal de la dictadura de Salazar.
Se dedicó a esperar por una respuesta…, y ésta no llegó hasta 1989, cuando él estaba enfrascado en un libro nuevo, El Evangelio según Jesucristo.(En la imagen José Saramago, en cuclillas, delante de dos amigos en los años cincuenta)

1989. Durante más de cuarenta años, Saramago, periodista, escritor ahora de éxito, había mantenido un silencio pertinaz, dedicado a sus diversos oficios, pero marcado por aquel “silencio doloroso, imborrable y de décadas”, como dice Pilar del Río, su mujer, su traductora, la presidenta de la Fundación José Saramago en el prólogo del libro que aparece, por fin, en español, en portugués y en otras lenguas, pues el manuscrito apareció, finalmente, y precisamente en ese año decisivo (para él, para su literatura) de 1989…
La editorial a la que se lo había enviado, en una mudanza, descubrió el manuscrito; de una manera muy conmovedora, Pilar del Río, que lo conoció por entonces, cuenta en el prólogo de esa edición (Caminho en Portugal, Alfaguara en España) cómo recibi
ó Saramago la noticia: se estaba afeitando, y con la cara aún enjabonada tomó el teléfono que sonaba… Le propusieron, claro, editárselo en ese momento, pero él estaba enfrascado en otra historia, no mostró interés, ni siquiera mostró interés, ya con el manuscrito en la mano, en recuperar la iniciativa, darlo a otra imprenta…

El Evangelio…
Estaba escribiendo El Evangelio según Jesucrito, una novela que, literariamente y políticamente, iba a ser decisiva para José. El Gobierno portugués la repudió, decidió impedir que acudiera a un premio europeo porque la declaró, cuando menos, irreverente…
 Para Saramago aquel fue un duro golpe moral, que finalmente le llevó a su retiro del mundanal ruido, con Pilar, en Tías, Lanzarote…
Luego rehizo, a lo largo de los años, su buena relación con su país, y allí se esparcieron sus cenizas, en la Lisboa de Claraboya, cuando murió en el otoño/invierno de 2010.
Ya era, a la hora de su muerte, tras muchos años de vida literaria fértil y honrada, dedicada a la literatura y al compromiso, uno de los escritores más célebres del mundo, y de los más requeridos.
Claraboya. Pero el manuscrito no se había publicado. Pilar del Río dice, en ese prólogo del libro que aparece esta semana, que la literatura es muchas veces un puñetazo contra la muerte.
 Y por eso revive Claraboya, como un homenaje a Saramago y a su literatura; constituye el libro, dice su editora española, Pilar Reyes, “un presagio del inmenso escritor que Saramago sería”; es una novela en la que “se percibe su visión descreída del mundo”. “Aquí hay”, señala Reyes, “crítica social, crítica a la familia como institución. Hay un diálogo final hermoso entre el zapatero y el joven que llega”.
 Aludiendo a la identidad de los personajes, arquetipos de Saramago que de algún modo conectan con el drama Historias de una escalera que contemporáneamente estaba escribiendo en España Antonio Buero Vallejo, cuenta Pilar Reyes:
 “Me arriesgo a pensar que cuando Saramago escribió Claraboya era como el joven Abel, pero aspiraba a ser como el viejo y sabio zapatero”.
Lisboa. Es una novela de la Lisboa pobre, habitada (como la novela y como la memoria personal que Saramago tenía en ese momento) por “una colección de hombres de pocas palabras, solitarios, libres, que necesitan el encuentro amoroso para romper, siempre de forma momentánea, su forma concentrada e introvertida de estar en el mundo”.
 Eso lo escribe Pilar del Río, y ella sabe bien de qué carácter está extrayendo esas conclusiones, del hombre que fue su compañero de vida.
Dice Pilar del Río, al final del prólogo con el que dio a la estampa, tantos años después, el manuscrito que fue fuente de la melancolía que mantuvo en silencio a Saramago antes de abordar, finalmente, una carrera que le llevó al Nobel: “Claraboya es la puerta de entrada a Saramago y será un descubrimiento para cada lector. Como si un círculo perfecto se cerrara. Como si la muerte no existiera”. Escribir para parar la muerte, decía Saramago; leer para seguir impidiéndola, pues.

Una sociedad de solitarios Ángel Gabilondo


Soledad2La soledad, incluso silenciada, sigue de actualidad. Atraviesa de modo determinante la sociedad
. Estamos más solos de lo que deseamos reconocer. Solitarios conectados, con mucha información y poca comunicación, no está claro que nos encontremos.
 Ello tiene efectos decisivos en múltiples aspectos.
Y no hemos de olvidar que su alcance es también literalmente político.
Ignorar la soledad, dando por supuesto que no es significativa socialmente y que es un mero asunto personal, agudiza el aislamiento y acentúa una vez más la percepción de que lo político sólo es una cuestión pública, o lo que es peor, que lo público no afecta ni incide en lo singular, sobrevolando de modo insensible nuestra situación
. No hablamos de ninguna voluntad de intromisión en la intimidad o en la esfera de lo más propio, pero insistimos en que esta soledad personal tiene raíces y consecuencias sociales y públicas.
Olvidar que en numerosos pueblos y ciudades muchísimas personas viven y se sienten solas, incluso desamparadas, que los espacios comunes se agostan, que no pocos jóvenes no tienen entornos, contextos ni  oportunidades para desarrollarse adecuada y colectivamente, que hay muchos niños que no encuentran hogar ni siquiera en su casa, que en múltiples trabajos priman condiciones de aislamiento y separación, que no siempre en las aulas queda garantizada la suficiente convivencia o integración, que a veces el combate por cuidar de la propia salud deja a algunos en situación de cierta indefensión, o que determinadas discapacidades no son suficientemente atendidas, confirma una soledad, otra soledad, la soledad social, la de quienes sólo reciben discursos compasivos, paternalismos, filantropías, pero no verdadera solidaridad.
Esa supuesta “atención” marca aún más la soledad, cuyo alcance, desde luego, no se agota en la presente mirada. No bastan los falsos alivios
. Más aún, en ocasiones las grandes celebraciones o los múltiples intercambios no hacen sino ratificar un mundo con superpoblación de solitarios.
Soledad1No se trata de pretender saldar políticamente la soledad. 
Hay una soledad constitutiva, en cierto modo insuperable, pero, incluso en tal caso, si es compartida, es extraordinariamente más llevadera.
 La fecundidad de determinada soledad buscada no impide, sin embargo, una sospecha que nos hace subrayar que no acabaremos ni de entender ni de afrontar en serio estas situaciones de abandono o de discriminación, de necesidad, si no asumimos que la soledad no es una simple situación individual y que hemos de reivindicar y realizar políticas explícitas para afrontar sus consecuencias y evitar su entronización social.
Más aún, en situaciones complejas, de crisis o de zozobra, el desamparo profesional o laboral, o la falta de formación podrían acentuar el aislamiento
. Por ello se precisan estructuras, organismos, instituciones e instrumentos de solidaridad y de garantía y defensa de los derechos. 
No sólo para facilitar apoyos, subvenciones, indemnizaciones, remuneraciones, compensaciones, tan necesarios, sino para garantizar entornos sociales de afecto y de comprensión y de derechos sólidos.
 No simple asistencia, sino mayores condiciones, más dignas y más justas, de vida.
Frente a las estrategias de aislamiento, para hacer que uno se las vea solo y a solas, en un supuesto tú a tú, que, en situación de desigualdad y de poder, adopta formas de dominio, es preciso impulsar espacios comunes, compartidos. Nada une más, en todo caso, que luchar juntos por algo, que participar en un proyecto y en una tarea que no es sólo individual.
No basta el ánimo para afrontar la soledad social.
 No es suficiente con el soporte, asimismo necesario, para situaciones de dependencia, sino que lo decisivo es procurar los debidos requisitos para la máxima autonomía personal.
 El aislamiento social, personal, económico, obstruye la libertad.
 Sin esta autonomía personal no hay vías de desarrollo y se trata de crear condiciones para que sea posible la vida integral en común. 
Una sociedad de solitarios encerrados en sí mismos es una sociedad desarticulada e indefensa.
Se precisan instituciones y hombres y mujeres comprometidos. 
Acentuada una sociedad de solitarios, las decisiones y la responsabilidad de elegir y de implicarse requieren espacios compartidos, apoyos, participación; en definitiva, corresponsabilidad.

28 feb 2012

Cuando no te sientas .........

Cuando no te sientes seguro y tu barca navega sin rumbo, mecida entre las olas de espuma blanca, de salitre y de algas, no tardes, porque se está haciendo de noche.
Da un golpe al timón de la vida,
evita rocas y salientes de la costa,
Cierra los ojos para que los acaricie la luna,
y te traiga un hermoso collar de estrellas.

Un barco de Costa Cruceros queda a la deriva en el Océano Índico

Una imagen del crucero 'Costa Allegra', en junio de 2010. / KENNETH KARSTEN (AFP)
Menos de dos meses después del accidente del Costa Concordia frente a la isla italiana de Giglio, que dejó 25 muertos y 7 desaparecidos, otro barco de la compañía Costa Cruceros sufre un accidente.
 Se trata del Costa Allegra que se encuentra a la deriva a más de 200 millas al suroeste de las islas Seychelles, en el Océano Indico, después de declararse un incendio en la popa, en la sala de generadores eléctricos.
Según informa en un comunicado la naviera, el incendio, que no se extendió a ninguna otra zona del barco, se declaró en torno a las 10.39 (hora peninsular de España) y fue inmediatamente extinguido.
"Los procedimientos y el sistema antiincendios de a bordo se han activado y los equipos especiales antiincendios de a bordo han intervenido",  afirma Costa Cruceros en un comunicado.
 "Como medida de precaución, se ha dado la alarma de emergencia general a bordo.
 Todos los pasajeros y los miembros de la tripulación que no trabajaban en la gestión de la emergencia se han dirigido al punto de encuentro con las dotaciones de seguridad necesarias", prosigue.

más informació

La naviera explica que actualmente se está verificando el estado de la sala de máquinas para saber si se pueden volver a poner en movimiento los instrumentos necesarios para "reactivar la funcionalidad de la nave", desde la que se ha lanzado la "señal de socorro".
Al lugar se han dirigido remolcadores y otros medios para ofrecer apoyo al barco en el que viajan 636 pasajeros de distintas nacionalidades –entre ellos 15 españoles– y 413 tripulantes y que partió el pasado sábado del norte de Madagascar y se dirigía al puerto de Victoria, en las Seychelles, donde pretendía arribar mañana.
El primer buque en llegar ha sido un pesquero francés de alta mar de 90 metros de largo.
 Los capitanes de ambas naves ya están en contacto por radio
. Se espera la llegada de un barco similar en las próximas horas.
 Dos remolcadores tienen previsto llegar a la zona este martes a mediodía.
Según informa en un comunicado la Guardia Costera italiana, que sigue el desarrollo del suceso, el crucero, con ocho puentes y 399 camarotes, se encuentra sin propulsión, pero con los medios de comunicación que funcionan.
Las mismas fuentes explican que todos los ocupantes del Costa Allegra se encuentran en "buen estado de salud" y añaden que ya se ha dado aviso a las autoridades de las Seychelles, desde donde han partido una lancha motora, un avión y dos remolcadores.

¿Por qué no te callas un poquito, Karl?

Karl Lagerfeld, en su desfile de Chanel del pasado julio en París. / François Mori (AP)
Una vez tuve una entrevista bastante dura.
Fue con una mujer alemana, horrible y fea. Fue justo después de que se marcharan los comunistas, tal vez solo una semana desde la caída del Muro
. Ella vestía un jersey amarillo que era medio transparente. Sus tetas eran enormes y llevaba un sujetador negro.
 Me dijo: ‘Es de mala educación. Quítese las gafas de sol’. Le respondí: ‘¿Le pido yo que se quite el sujetador?”.
En 2007, la revista Vice tenía la brillante idea de mandar al pornógrafo arty Bruce LaBruce a entrevistar a Karl Lagerfeld (Hamburgo, 1933).
Una inocente pregunta alrededor de la pasión de ambos por el lucimiento de gafas de sol bajo techo desembocaba en esta anécdota narrada por el káiser.
 Para más inri, pertenecía a la época, principios de los noventa, en la que “la ropa que se llevaba era muy ancha. Decidí que no importaba engordar”.
Si esta ya era su actitud durante su fase oronda, ¿cómo iba a ser este personaje el día que pudiese embutirse en un traje de Dior?
La respuesta llegaría una década después –y 30 kilos menos– en forma de inabarcable catálogo de salidas de tono.
 Así, el último éxito del diseñador de Chanel no ha sido su colección para Macy’s, ni tampoco la línea Karl, que se vende a través del portal Net-a-Porter, sino unas declaraciones realizadas al diario Metro en las que demostraba todo su amor por Adele calificándola de “un poco demasiado gorda”.
 Y, ya lanzado, se despachaba también a gusto con los hombres rusos: “Son tan feos que si fuera yo una mujer rusa, me haría lesbiana”, afirmaba el inventor de la nueva modestia.
Uno de los elementos clave para entender el devenir de la pasada década ha sido el advenimiento de la industria de la moda como fuerza de inusitada centralidad cultural, económica y social.
 Hoy, todo el mundo sabe que Anna Wintour es la editora de Vogue USA. Hasta la madre naturaleza lloró cuando se le fue la cabeza a John Galliano y terminó fuera de Dior.
 Tom Ford provoca disturbios en centros comerciales cuando presenta su línea de cosméticos.
 Si algo resulta bello o, al menos, extravagante, lo llamamos fashion, y jamás estamos a más de un par de módems de alguien que tiene un blog de moda. En todo este desbarajuste, la figura de Karl Lagerfeld ha sido clave
. Nadie como él ha aprovechado la naturaleza gregaria de una industria y el desarrollo de un modelo de público cautivo que ha comprado incluso sus discos –colecciones de canciones seleccionadas por el tipo, que posee, hay que admitirlo, un gusto exquisito– y se ha atrevido a calificarlo de gran fotógrafo.

Las perlas del káiser

• “Los estampados florales son para mujeres gordas de mediana edad”. • “La mitad de la prensa la forman guapas tontas; la otra mitad, mujeres embarazadas”. • “La clase media no tiene suficiente clase”. • “El cuerpo debe ser algo impecable; si no lo es, come menos y cómprate ropa de tallas menores”. • “Jamás fui feminista porque no soy lo suficientemente feo”. • “No me interesa la historia; es muy infantil, muy orgullo gay”. • “En esencia, soy la persona más superficial del planeta”. • “Odio a los niños”. • “Hay gente que me dice que estoy demasiado delgado, pero esto siempre me lo dice alguien a quien no le sentaría mal perder unos kilos”.
Alguien como él, que afirma poseer más de 300 ipods, es adicto a la coca-cola light y odia el pasado, solo podía aspirar a ser mito en vida. Y lo ha logrado.
“Es imposible separar al hombre del mito”, comentaba LaBruce tras su encuentro con el diseñador alemán.
Pero algo está cambiando.
 Hasta el mes pasado, las únicas críticas que podían verterse sobre el hombre que no tuvo pudor en utilizar versos del Corán en una de sus colecciones para Chanel a mediados de los noventa tenían que ver con algunas de sus salidas de tono, aunque el resultado final de la controversia siempre era más publicitario o cómico que punitivo.
 Ser un bocazas siempre le ha salido gratis.
Después de todo, en la era de la universalización de la moda y del “opine usted sobre esta colección en su blog o en su peluquería preferida”, Lagerfeld se ha erigido en el bastión de la verdadera idiosincrasia de este exclusivo negocio ante las embestidas de una democratización que él ha gestionado desde el desprecio y con resultados sorprendentemente exitosos.
 Si caía en la tentación de diseñar para H&M –con éxito masivo de ventas, por cierto–, se arrepentía inmediatamente, convencido de que diseñar para pobres o siluetas poco canónicas era el equivalente a meterse en una bañera con agua hirviendo. Si le preguntaban sobre su compatriota la supermodelo Heidi Klum, declaraba no saber quién es. ¿Milán? Le falta glamour.
Pero, como decíamos, algo parece estar cambiando.
 En las últimas semanas han aparecido prácticamente tantos artículos censurando sus declaraciones al respecto de la cantante Adele (a los hombres rusos nadie parece querer defenderlos) como cuestionando su vigencia como creador, e incluso el legado que puede dejar en Chanel.
Ellen Grace Jones, editora de The Real Runway, escribía en The Huffington Post al respecto de su línea Karl, publicitada por el diseñador como su intento “de dotar de clase a la clase media”:
 “Si saliera de su torre de marfil, descubriría que esa clase media a la que se dirige se halla en declive. Sus alucinaciones no tienen límites”.
 A renglón seguido, Jones procedía a enumerar algunas de las piezas de la colección y sus precios.
“Su calzado es realmente poco inspirado. Ahorraré cien euros más y me haré con unos Louboutin”.
 Lo peor que le puede pasar al diseñador que crea una línea supuestamente económica es que le digan que no solo es fea, sino que resulta cara.
Su desprecio a la democratización de la moda le ha beneficiado sorprendentemente
Más dura incluso era la pieza escrita por Robin Ghivan en Newsweek.
Aquí, la ganadora de un Pulitzer se preguntaba si Lagerfeld está sobrevalorado y si, después de todo, no ha llegado la hora de que la prensa de moda se emancipe y se decida de una vez por todas a cuestionar el consenso alrededor de figuras como las de Tom Ford o el propio Lagerfeld.
 “Si un diseñador se juzga por la silueta que popularizó, la sensibilidad que desarrolló o unos preceptos estéticos que le son propios, entonces Lagerfeld ha fracasado”.
Un día después de haber llamado gorda a Adele, el teutón ensayaba una suerte de disculpa. “Sé lo mal que sienta que la prensa sea cruel contigo por culpa de tu aspecto”, declara obviando el hecho de que los comentarios sobre el peso de Adele los había hecho él, no un periodista.
 Menos amable era con Ghivan. “No sé quién es esta periodista. Leí algo que escribió sobre la señora Obama y me hizo odiarla, a ella, no a la señora Obama”.
Todo indica que el genio creador Lagerfeld desaparecerá antes que el genio cómico.

Cine de siempre, sentimiento, vida y humor: ‘The artist’

 

En una gala de los Oscar voluntaria o irremediablemente plana, sin que apareciera por ningún lado la agradecible irreverencia, la excentricidad inteligente, alguien que contara o hiciera algo que se saliera del rutinario guion, incluido ese desganado Billy Crystal que tantas veces antes fue ingenioso y modélico (era inevitable acordarse del muy gracioso y corrosivo monólogo de Santiago Segura en los últimos Goya) solo resultó insólito que los ganadores de los Oscars más codiciados no fueran angloparlantes sino gente de cine inequívocamente francesa, con ligeros problemas para expresarse fluidamente en inglés.
 Y eso no había ocurrido nunca en la coronación de la reina
. Por mucha labor de promoción que haya desplegado el inteligente olfato de los hermanos Weinstein para convencer a Hollywood de que The artist era la más guapa del baile, las señas de identidad de estas son europeas.
Pero Hollywood ha aparcado sus prejuicios nacionalistas para reconocer que el arriesgado productor Thomas Langmann, el imaginativo, tragicómico y magistral director Michel Hazanavicius, ese actor abarrotado de simpatía, vitalismo, gracia y capacidad para sufrir llamado Jean Dujardin, esa actriz tan divertida y pícara, sexy y llena de ritmo que responde al nombre de Bérénice Bejo, incluso el impagable perrillo Uggie, son una de las mejores cosas que le han ocurrido este año al gran cine de cualquier parte.
 A excepción de cuatro fatigosos modernos, esos que acusan a The artist de “buenismo” (qué grima me provoca la terminología de los modernos) y creen haber descubierto la penicilina con su lúcida definición, esta película muda y en blanco y negro, divertida y trágica, tierna y sombría, original y compleja, puede regalar hora y media de gozo al espectador inocente y al sofisticado, al que añora los argumentos y los mecanismos de las historias clásicas del cine de siempre (incluida la salvación del acorralado en el último momento gracias al amor) y al que no ha perdido la capacidad de admirar los experimentos llenos de vida, humor y sentimiento.
Lo único que lamento de estos premios tan justos es que hayan sido a costa de triunfar sobre el lirismo de primera clase, el perdurable estremecimiento que causa la inimitable visión de las más profundas sensaciones de infancia, la desolación que provoca la orfandad y la pérdida, la hipnótica creación del universo, el encuentro onírico o sobrenatural con los seres amados que se fueron, que cuenta de forma genial El árbol de la vida. Y puedes admitir que esta obra de arte que se ha inventado un poeta mayor llamado Terrence Malick le resulte hermética, incomprensible, aburrida o espesa a muchos espectadores que solo pretendían disfrutar con el encanto del Brad Pitt más convencional y se encuentran con un poema que podría llevar la firma de Rimbaud, Rilke, Elliot o Claudio Rodríguez.
 Pero aunque debido a sus características El árbol de la vida jamás pueda ser una película popular, se ha ganado para la eternidad un lugar de honor en la historia del cine, en ese grupo de joyas que mantendrán intacto su poder de conmoción y su magnetismo dentro de cien años en la agradecida sensibilidad de espectadores con un paladar especial.
Intuían o sabían los anfitriones que Woody Allen no iba a aparecer en su gala de pompa y circunstancias, que se quedaría tocando el clarinete en su casa o exigiendo a su prodigioso cerebro la invención de historias que solo pueden ocurrírsele a su imaginación.
A pesar de ello, han tenido la elegancia y la sensatez de premiar el excelente guion de Midnight in Paris, su convicción de que a las doce de la noche en una calle fija de París aparecerá un coche que te traslada a la época con la que siempre has soñado, en la que intuyes que hubieras sido feliz.
 También han reconocido el talento de Alexander Payne para trasladar a un Hawai insólito historias de vida y muerte, de engaños y perdón, de la problemática comunicación entre un padre traumatizado y sus hijas adolescentes en Los descendientes, una película en lo que lo que más me gusta no es su desarrollo, sino su tono.
Y solo la fobia o la ceguera mental podrían negar el impresionante trabajo de Meryl Streep haciéndonos creer que ella es por fuera y por dentro Margaret Thatcher, de adulta y de vieja. Igualmente, todos sabemos que el eximio y anciano actor Christopher Plummer merecía el Oscar desde hace mucho tiempo.
 Su homosexual en fase terminal de Beginners que intenta hacerse comprender por su hijo ha enamorado a todo el mundo.
 A mí, un poco menos. Hay otras interpretaciones de Plummer que prefiero.
 Y lamento, a pesar de sus hermosas imágenes, de su uso extraordinario del 3D, de su razonado amor al cine y su tributo a Méliès, sentirme muy perdido o desinteresado durante gran parte de La invención de Hugo. Con todo mi respeto, admiración y amor hacia el cine de Scorsese, prefiero que haya ganado la preciosa The artist.
 Esperando que su triunfo no vuelva loca a la industria y se imponga la moda surrealista de que todos pretendan rodar películas mudas en blanco y negro.

27 feb 2012

A pEDRO GARCÏA CABRERA; DE JOSE MIGUEL JUNCO

A PEDRO GARCÍA CABRERA

                                                        Solo no estoy. Están conmigo siempre
                                                         horizontes y manos de esperanza.
                                                                          Pedro García Cabrera


La noche frunce el ceño, se demora,
sabe que usted la tiene acorralada
y pronto va a parir versos y agujas.

Para que no se apague usted le pone
una bufanda azul y calcetines
justo donde sus pies se están helando.

La noche en su cabeza cristaliza
en lunas que se visten de azucena
para que usted las lleve a sus dominios.

Usted le pone música al silencio
y clama por el aire que no tiene
y busca una mordaza hecha pedazos.

Entre los muros de la casa gimen
las migajas del pan recién nacido
por el ocaso de los sentimientos.

Las islas en la mesa de la alcoba
conocen el lugar donde sus dedos
podrán dormir sintiéndose de espuma.

Mientras usted se eleva y con la sangre
busca naranjas donde no hay naranjas
y allí deja las manos extendidas.

Después el verbo adquiere una cadencia
de esas que nacen con sabor a muelle
y bailan sin parar un son de todos.

Aquí queda su voz inquebrantable
saliendo como el humo fugitivo
hacia esos mundos donde anida un sueño.

Solo no está, ni ajeno al mar de nubes:
están con usted siempre
horizontes y manos de esperanza.

Desfile sobre alfombra Roja







10 comidas inolvidables de la historia del cine

Como complemento a las recetas de Oscar que publicamos ayer en El País Semanal, me apetecía hacer una selección de comidas inolvidables de la historia del cine.
Ya sé que no son las únicas (hay miles), pero sí  las que se me han quedado grabadas en la memoria como símbolos de las propias películas. Hay platos apetitosos, misteriosos, sexys o directamente repugnantes. ¡Espero que dejéis vuestras escenas favoritas en los comentarios!
10. El vaso de leche de 'Sospecha'
En la película de Hitchcock, Joan Fontaine encarna a una rica heredera que se huele que su marido, un vividor interpretado por Cary Grant, quiere matarla para quedarse con su fortuna. El momento cumbre de su paranoia tiene como protagonista un vaso de leche presuntamente envenenado que el galán le sube a la habitación, y que el director iluminó por dentro para dar más mal rollo todavía.


9. La sorpresita de 'Quién mató a Baby Jane'
A esta película no le hicieron falta monstruos, ni fantasmas ni asesinos en serie para dar mucho, mucho miedo. Con la sola presencia de Bette Davis ya era suficiente. La escena del plato sorpresa que le sirve a Joan Crawford, su hermana en la película, la tengo grabada a fuego en la memoria desde que la vi de pequeño, y creo que de ella se deriva mi fobia hacia cierto animalito...


8. Hamburguesa de 'Pulp Fiction'
El clásico de Quentin Tarantino cuenta con dos escenas memorables de hamburguesas: en una, los dos mafiosos asesinos interpretados por John Travolta y Samuel L. Johnson mantienen una charla trivial sobre la forma de llamar a las hamburguesas de McDonalds en Francia ("Royaaaaal with cheese"). En la otra, el segundo habla sobre las Big Kahunas con unos chavales que deben dinero a su jefe. Me quedo con esta última por su insoportable tensión y por la frase "¡hamburguesa!, la piedra angular de todo desayuno nutritivo!".


7. Gazpacho de 'Mujeres al borde de un ataque de nervios'
El gazpacho más famoso de la historia del cine salió de la cabeza de Pedro Almodóvar cuando escribió el guión de su comedia más redonda. Todos sus ingredientes eran normales... salvo unos pocos somníferos añadidos por Carmen Maura. La sopa obraba efectos milagrosos en Rossy de Palma, a la que tras el sueño se le quitaba de la cara "la típica dureza esa de las vírgenes".


6. 'Wafer-thin' de menta de 'El sentido de la vida'
Con permiso de Divine y la caca de perro en Pink Flamingos, la monumental aparición del señor Creosota en la película de los Monty Python reina entre las escenas de comida más asquerosas de la historia del cine. Aparte de los vómitos, lo que más me gusta es la perversión del maître, interpretado por John Cleese, al administrar al gordo su lámina de menta mortal.


5. Huevos de 'La leyenda del indomable'
¿Puede un ser humano comerse 50 huevos cocidos en una hora? En el cine, sí. Lo hizo Paul Newman en en esta escena, cuya visión anima a convertirse al veganismo. Atención a la postura final en la que se queda el actor, sospechosamente cercana a la de Jesucristo en la cruz.
 

4. Tarta de 'American pie'
Bochornoso, denigrante y desorinante: así es el momentazo que nos brinda Jason Biggs al ser pillado por su padre zumbándose una tarta de manzana. Si esto no es una cumbre del cine para adolescentes de los noventa, que venga Dios y lo vea.


3. Codornices en pétalos de rosa de 'Como agua para chocolate'
La comida no sólo sirve para alimentarse. Ni para dar gusto al paladar. También vale para mantener relaciones sexuales a través de ella. Al menos eso sucede en la película de Alfonso Arau, en la que la protagonista prepara unas codornices en pétalos de rosa que ponen cachonda a toda la mesa.

2. Zapato de 'La quimera del oro'
Charles Chaplin, un vagabundo buscador de oro, comparte una magra cena de Acción de Gracias con su compañero de cabaña consistente en una bota hervida. Pocas veces el cine ha representado el hambre de una manera tan efectiva y tan cómica.


1. Ratatouille de 'Ratatouille'
Para el New York Times y para Ferran Adrià, Ratatouille es la mejor película sobre comida de la historia. No puedo estar más de acuerdo con ellos. De sus incontables escenas memorables, me quedo con el momento en el que el crítico Anton Ego prueba el plato en cuestión y le produce el mayor de los placeres gastronómicos que existen: el viaje a la infancia.

TINA

Los premios de interpretación son curiosos.
 En los últimos años, los Oscar consideran las mejores interpretaciones aquellas que te permiten comparar con la copia con el original. Es decir, carecen de capacidad de abstracción.
 Marion Cotillard haciendo de Edit Piaff, Helen Mirren de la reina Isabel de Inglaterra, Colin Firth de su padre Jorge, Reese Witherspoon como June Carter, sufrida esposa de Johnny Cash; Jamie Foxx como Ray Charles, Charlize Theron como la ejecutada con inyección letal Aileen Wournos, Philip Seymour Hoffman como el escritor Truman Capote, Nicole Kidman como Virginia Wolff, Julia Roberts como la abogada Erin Brockovich, Sean Penn como el político Harvey Milk y Forrest Whitaker como el dictador Idi Amin.
Todos premiados con la estatuilla en años recientes.
Puede que Viola Davis interrumpa la tradición y no gane Michelle Williams por su Marilyn o Meryl Streep, que ya ha sumado 17 nominaciones, por su recreación de Margaret Thatcher.
 Esta última no ha podido ser más oportuna.
 Hasta el gobierno argentino ha recuperado las reivindicaciones sobre las Malvinas como si quisiera sumarse a este homenaje latente a la Dama de Hierro.
 Es una lástima que no esté nominado el estupendo actor Michael Fassbender, pero ya no tuvo suerte con Hunger, la película donde encarnaba a Bobby Sands, aquel hombre salvajemente torturado que murió en huelga de hambre en los presidios thatcheristas
. Lo cual nos lleva a pensar que son premiables las recreaciones de personajes reales siempre que no sean ni demasiado afiladas ni demasiado sangrantes.
 Habría que estudiar el grado de edulcoración que aceptan las academias, porque en ciertos casos el espectador puede sufrir una acusada subida de azúcar.
El verdadero legado de la Thatcher es hoy aquella frase que la hizo célebre: There Is No Alternative. Lo repitió tanto que se convirtió en un sello, una especie de mantra resumido en las iniciales: TINA.
Y no Tina Turner, por cuya interpretación estuvo nominada Angela Basset en su día como tocaba, sino por su significado.
“No hay alternativa”.
Nuestros dirigentes principales han hecho suya esta divisa.
 Pero si interpretar también puede ser algo más que reproducir a alguien conocido, quizá gobernar también podría ser algo más que aceptar el darwinismo social sin pelear con arrojo por un mundo mejor.

El sonoro éxito de 'The artist'


Jean Dujardan, Oscar al mejor actor por 'The artist'. / GARY HERSHORN (REUTERS)
 
 
 
 
 
The artist, la película francesa, muda y en blanco y negro que ha robado el corazón de los Oscar gracias a su homenaje a un Hollywood en el que todo estaba por descubrir, tenía que cumplir un hito histórico y finalmente así ocurrió.
Todo tan previsible, tan mil veces anunciado, que la 84ª ceremonia de los premios Oscar se resintió de un guion que nadie había escrito pero que se interpretó al pie de la letra.
 Al final, hubo más expectación por el regreso de Billy Crystal como maestro de ceremonias que por unos premios que a nadie pillaron por sorpresa.
 La gala acabó con el equipo entero de The artist sobre el escenario y con Michel Hazanavicius, su director, soltando un triple agradecimiento que recordó al de Fernando Trueba hace 18 años, cuando logró su Oscar a la mejor película en habla no inglesa por Belle epoque. “Gracias a Billy Wilder, a Billy Wilder y a Billy Wilder”, dijo el francés. “Wilder”, explico luego, “es para mí el realizador perfecto, el alma de Hollywood. Su nombre es corto, pero lo expresa todo para mí”.
Los Oscar arrancaron con dos premios técnicos (fotografía y dirección de arte) para La invención de Hugo, la película de Martin Scorsese que era candidata a 11 estatuillas y que se saldó con un resultado final de cinco. Su principal rival, candidata a 10, también acabó con cinco. Empate en cantidad, pero no en calidad. The artist, que en los brazos de Harvey Wenstein se ha convertido en un símbolo de amor al pasado de Hollywood, se llevó los Oscar más importantes de la noche y bastaba contemplar el temblor de cuerpo de su productor, Thomas Langmann, hijo del cineasta francés Claude Berri, para entender el significado de todo lo ocurrido para un equipo que un día creyó en “una idea estúpida y loca” y que, además, logró sacarla adelante.
Langmann convirtió su Oscar en un homenaje a su padre, a Francia y a una manera de entender el cine como una pasión y no como un negocio. Su padre ganó un Oscar en 1966 pero no pudo recogerlo por falta de liquidez. Años después se lo regaló a su hijo, quien atesora aquella estatuilla desde los 25 años. Hoy ha levantado la suya propia y lo ha hecho apuntando con ella hacia una profesión cuya dignidad y riesgo aprendió de su padre y de otros cineastas como él.
Pese a saber que era el favorito, a Michel Hazanavicius le vencieron los nervios al subir a por su Oscar al mejor director. Nada que ver con las tablas que demostró su actor protagonista, Jean Dujardin, a quien ya se sabe, le basta con sonreír para meterse el mundo en el bolsillo: “En 1929 fue Douglas Fairbanks, cuya figura tanto me inspiró para este papel, quien presentó una gala de los Oscar.
La entrada costó cinco dólares y la gala duró quince minutos. Las cosas han cambiado, pero si George Valentin pudiera hablar diría que todo esto es genial, que es… ¡formidable!”
Chris Rock fue el encargado de presentar el Oscar a la mejor película de animación. Pero con el nombre de Rango se desvanecía el sueño de Chico y Rita y de Fernando Trueba y Javier Mariscal. Como con el de la música para The artist desaparecía el de Alberto Iglesias por la del El topo. De poco han servido la sombra de “los préstamos” sobre la partitura del filme francés ni que alguien con el peso del crítico Alex Ross diga en The New Yorker que la banda sonora de Iglesias es, fuera de dudas, la mejor de todas las candidatas.
Hollywood ha sacado su artillería pesada para lanzar un inequívoco mensaje sobre el poder de las películas. Ese poder emocional en el que se manejan con envidiable naturalidad y profesionalidad. Billy Crystal, intemporal maestro de ceremonias, ha sido el perfecto anfitrión para una gala (clásica pero divertida) en la que se viajó de Tiburón a Con la muerte en los talones, de Resacón en Las Vegas a Apocalypse Now, de Algunos hombres buenos al Exorcista, de La guerra de las galaxias a Toro salvaje, ET o Cuando Harry encontró a Sally. Cuando Hollywood se celebra a sí mismo lo hace mejor que nadie y, ya puestos, es mejor que lo hagan con sus trepidantes montajes de películas que con esas deprimentes y ñoñas entrevistas a sus estrellas en las que por desgracia se ve con demasiada crudeza el paso del tiempo que marcan no sus arrugas sino sus desafortunadas operaciones de estética.
Una máscara de la que se libra Meryl Streep, que sin ocultar su edad irradia más luz que una veinteañera, que besa a su marido con el gesto de una recién enamorada y que tiene más peso profesional que cualquier otra estrella. Esta maravillosa mujer por fin se llevó, después de 30 años, su segundo Oscar a la mejor interpretación femenina (además de la estatuilla a la mejor actriz de reparto que obtuvo en 1979 por Kramer contra Kramer): “He sido una niña otra vez, yo nunca doy nada por seguro”, dijo entusiasta después de recibir su galardón.
 Su momento fue tan dorado como su vestido, la belleza, el talento y la inteligencia que desprende su rostro son inigualables y así lo demostró antes, durante y después de la gala. Es imposible no admirarla, no adorarla.
Pero curiosamente, y salvándola a ella, la 84ª edición de los Oscar fue más masculina que nunca. En la alfombra roja fueron los hombres los que brillaron con una intensidad que normalmente parece exclusiva de las actrices y sus vestidos de alta costura. Pero esta vez ninguna hizo sombra (y ahí están los gritos del público para confirmarlo) a una lista de actores que resultaron más guapos, más sueltos, más inspirados y más cómodos en su papel de estrellas.
 George Clooney, Gary Oldman, Christian Bale, Brad Pitt, Christopher Plummer (impecable a sus 82 años, con su Oscar al mejor actor de reparto), Sacha Baron Cohen… cada uno a su manera (premiados, nominados, invitados…) sacaron sus mejores dotes de seducción.
 Las de Clooney para provocar sonrisas haga lo que haga y diga lo que diga, las de de Baron Cohen para esconder su profunda iconoclastia detrás del disfraz (el que sea) que toque y las de Pitt para provocar un tsunami de electricidad a su paso pese a esa melena a la que ni el exceso de laca le resta un ápice de genuina virilidad.
Los Oscar padecieron irregulares picos de emoción.
Después de un arranque en el que La invención de Hugo logró de una tacada los premios a la mejor fotografía y mejor dirección de arte, The artist al mejor vestuario y La dama de hierro al mejor maquillaje, llegó el Oscar al filme iraní Nader y Simin, una separación, del cineasta Asghar Farhadi, quien desde su diminuta figura proclamó un intenso discurso que recordó a la audiencia estadounidense de dónde viene el pueblo iraní.
“Hoy ellos están contentos no porque le den un premio importante a un director iraní sino porque por una vez lo que se recuerda de Irán es su gloriosa cultura, su rica y antigua cultura, oculta bajo una pesada suciedad política.
 Por eso yo dedico este premio a mi pueblo, ese pueblo que respeta a otras civilizaciones y culturas más allá de hostilidades y resentimientos”.
No habían pasado ni minutos cuando llegó otro de los grandes momentos de la noche: Christian Bale le entregaba el Oscar a la mejor actriz de reparto a Octavia Spencer por Criadas y señoras. “Gracias Academia por ponerme junto al chico más sexy de la gala”, dijo antes de perderse en agradecimientos y lágrimas. Spencer se disculpó por su torpeza sin reparar que su verdad sobre el escenario al menos sí fue una sorpresa en una noche que pecó de ser demasiado previsible.

Los ganadores de los Oscar 2012


El director francés Michel Hazanavicius posa con la estatuilla a la mejor dirección por 'The Artist'. / PAUL BUCK (EFE)
PELÍCULA
Un fotograma de 'The artist'
The Artist
Los descendientes
Tan fuerte, tan cerca
Criadas y señoras
La invención de Hugo
Midnight in Paris
Moneyball
El árbol de la vida
War horse

George Clooney en 'Los descendientes'

DIRECCIÓN
* Michel Hazanavicius (The artist)
Alexander Payne (Los descendientes)
Martin Scorsese (La invención de Hugo)
Woody Allen (Midnight in Paris)
Terrence Malick (El árbol de la vida)


ACTOR
Gary Oldman en 'El topo'
Demián Bichir, por A Better Life
George Clooney, por Los descendientes
* Jean Dujardin, por The artist
Gary Oldman, por El topo
Brad Pitt, por Moneyball


ACTOR DE REPARTO
El actor Christopher Plummer
Kenneth Branagh, por Mi semana con Marilyn
Jonah Hill, por Moneyball
Nick Nolte, por Warrior
* Christopher Plummer, por Beginners
Max von Sydow, por Tan fuerte, tan cerca


La actriz Viola Davis
ACTRIZ
Glenn Close, por Albert Nobbs
Viola Davis, por Criadas y señoras
Rooney Mara, por Millennium: los hombres que no amaban a las mujeres
* Meryl Streep, por La dama de hierro
Michelle Williams, por Mi semana con Marilyn


ACTRIZ DE REPARTO
Bérénice Bejo, por The Artist
La intérprete Bérénice Béjo
Jessica Chastain, por Criadas y señoras
Melissa McCarthy, por La boda de mi mejor amiga
Janet McTeer, por Albert Nobbs
* Octavia Spencer, por Criadas y señoras


PELÍCULA DE ANIMACIÓN
Una imagen de 'Chico y Rita'
Un gato en París, de Alain Gagnol yJean-Loup Felicioli
Chico y Rita, Fernando Trueba, Tono Errando y Javier Mariscal
Kung Fu Panda 2, de Jennifer Yuh Nelson
El gato con botas, de Chris Miller
* Rango, de Gore Verbinski
Un momento de 'Midnight in Paris'


GUION ORIGINAL
The artist, de Michel Hazanavicius
La boda de mi mejor amiga, de Annie Mumolo y Kristen Wiig
Margin Call, de J. C. Chandor
* Midnight in Paris, de Woody Allen
Nader y Simin, una separación, de Asghar Farhadi


GUION ADAPTADO
Imagen de 'La invención de Hugo'
* Los descendientes, de Alexander Payne,Nat Faxon y Jim Rash
La invención de Hugo, de John Logan
Los idus de marzo, de George Clooney, Grant Heslov y Beau Willimon
Moneyball, de Steven Zaillian, Aaron Sorkin y Stan Chervin
El topo, de Bridget O'Connor y Peter Straughan


DIRECCIÓN DE ARTE
Fotograma de 'War horse'
The artist, de Laurence Bennett y Robert Gould
Harry Potter y las reliquias de la muerte parte 2, de Stuart Craig y Stephenie McMillan
* La invención de Hugo, de Dante Ferretti y Francesca Lo Schiavo
Midnight in Paris, de Anne Seibel y Hélène Dubreuil
War horse, de Rick Carter y Lee Sandales

La alfombra roja (también) premia la madurez

Ahora que toca volver la vista atrás a los orígenes de Hollywood, no está de más recordar que este fue siempre fue un lugar inclemente.
 Especialmente, para las mujeres.
Cuando la joven starlet perdía ese rubor adolescente de las mejillas que hacía temblar a la cámara, solía iniciar una travesía por el desierto que no era de rigor para sus compañeros de reparto.
No hay que ser tan ingenuo como para pensar que la situación haya cambiado.
Pero en una ceremonia de los Oscar que no pasará a la historia como una de las más exitosas en lo estilístico, surge un atisbo de esperanza.
 Porque las mujeres de más de 35 años dominaron la escena.
 De alguna manera, en el partido de anoche el equipo de Margo Channing se impuso al de Eva Harrington; son 40 los años que tiene el personaje de Bette Davis en Eva al desnudo.
 Como dijo ¡Meryl Streep: "Era una niña cuando gané por primera vez, dos de las nominadas ni siquiera habían nacido" [Rooney Mara y Michelle Williams]"
Cuando una se acerca a esa edad, para empezar, ya sabe qué le sienta bien. Una premisa que guió las decisiones de Angelina Jolie (36 años) y Penélope Cruz (37).
 La actriz española retornó a su fórmula predilecta con un vestido de Armani Privé que la seguía con precisión: hombros al aire, cintura ceñida y falda con vuelo
. Esa ha sido su ecuación comodín -en diferentes colores, acabados y tejidos- durante la última década. Abarca desde el traje de Ralph Lauren con el que entregó el Oscar a Pedro Almodóvar en 2000 hasta el de Pierre Balmain con el recogió el suyo en 2009, pasando por el de Versace en 2007.
Solo el año pasado, al poco de dar a luz, se saltó esa norma.
Si cambiamos el patrón por uno de palabra de honor, cintura ceñida y vertiginosa apertura en la falda, todo lo dicho sirve para Angelina Jolie. Atrás quedaron sus experimentos y anoche se ajustó al guion que ella misma ha escrito con un Atelier Versace de terciopelo negro.
Como ella, Gwyneth Paltrow (39 años) se ha olvidado de saltar de un traje de princesa rosa chicle (el que llevaba en 1998 cuando ganó por Shakespeare enamorado) a uno de inspiración gótica (el de Alexander McQueen que llevaba en 2002) para convertirse en la reina madura del cuerpo tonificado y la silueta minimalista.
Su vestido-columna blanco con capa de Tom Ford dibujó una estampa quirúrgica -sin duda, una de las mejores de la velada- que, además, se da la mano sin dificultad con la flecha plateada de Calvin Klein que vistió un año atrás. Sandra Bullock (47 años) compartió con ambas espíritu, decisión y hasta colores con un diseño de Marchesa blanco y negro. También Octavia Spencer (39 años) y Viola Davis (46 años) demostraron conocerse, asumirse y quererse.
La primera, con un calculado diseño de Tadashi Shoji. La segunda, más que por el vestido esmeralda de Vera Wang, por el hecho de aparcar la peluca.
Gwyneth Paltrow, en la alfombra. / VALERIE MACON (AFP)
Insistir en una idea no necesariamente la convierte en buena, pero es una muestra de coherencia.
El Zuhair Murad que llevaba Jennifer López era de un gusto discutible, pero responde al papel que la cantante y actriz ha querido para sí desde hace una década
. Anoche estuvo a punto de mostrar demasiado de su anatomía... otra vez.
 Hace falta valentía y constancia para que tu cuerpo a los 42 años siga corriendo los mismos peligros que a los 30. Porque han pasado ya doce años desde que Lopez apareciera en los premios Grammy con un traje de palmeras de Versace abierto hasta el ombligo.
En teoría, la noche prometía convertirse en un ejercicio de nostalgia.
Dado que las pasarelas apuestan esta temporada por el retorno de la década de los 20, la ocasión parecía idónea para que moda y cine se abrazaran en un tema que les une sin fisuras.
 Sin embargo, finalmente, hubo poco de eso.
La principal concesión a la era dorada vino de la mano de Stacy Keibler (32 años) y Meryl Streep (62 años), de Marchesa y Lanvin, respectivamente.
La comparación entre ellas demostraba hasta qué punto la madurez y la experiencia son un grado
. Lo mismo probaba la forma en que Glenn Close (64 años) se imponía a su Zac Posen.
 Pero si en general el tono fue más esquemático y pragmático de lo esperado, se debe en parte al protagonismo de cómicas poco dadas a las frusilerías, como Kristen Wiig (38 años), Leslie Mann (39 años) o Tina Fey (41 años).
Si alguien podía competir por el trono de la noche con Paltrow, esa era Rooney Mara (26 años). Apareció, algo desvalida con un vestido de Givenchy de alta costura, y reafirmó la reconocible identidad que ha creado en unos pocos meses
. Quién le iba a decir a Stieg Larsson que acabaría influyendo en los desfiles de Versace o Calvin Klein. Mara pertenece a un grupo con potencial, pero que ayer quedó deslucido por su propia homogeneidad. Jessica Chastain (30 años) se desmarcó con un Alexander McQueen de Sarah Burton en dorado y negro.
 Pero un trío de vestidos rojos sirvieron para que Emma Stone (23 años), Michelle Williams (31 años) y Natalie Portman (30 años) casi se antojaran intercambiables. La coincidencia es extraña, ya que las dos últimas comparten estilista.
 En todo caso, por sí misma, la decisión de Portman contiene valor simbólico.
 El año pasado a estas alturas, estallaba el escándalo Galliano en Dior.
 La actriz, que es imagen de los perfumes de la firma, fue una de las primeras en desmarcarse del diseñador cuando fue acusado de proferir insultos antisemitas en un bar.
Lo hizo poco antes de recibir un premio Oscar por su trabajo en El cisne negro... vestida de Rodarte. Esta vez volvió al redil de la marca pero lo hizo con un traje diseñado por el propio Christian Dior y perteneciente a la colección otoño/invierno de 1954.
 Toda una declaración.