Podría ser la definitiva. No solo porque arroja nueva luz sobre su filmografía anterior, sino porque a partir de ahora será difícil disociar al cineasta de Salvador Mallo, ese alter ego que encarna de forma asombrosa uno de sus actores fetiche, Antonio Banderas.
Un juego de espejos donde la realidad llama a la ficción con un fin: desnudar el alma (que no la vida) del director. El cine como tabla de salvación de un creador que convoca a su pasado para ajustar cuentas consigo mismo.
Como una vieja sala de cine, Dolor y gloria, que se estrena el próximo 22 de marzo, extrae luz de la oscuridad y, como la vida misma, fluye entre el drama, la comedia y la inevitable melancolía.
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