29 ago 2016
Helena Rohner y Nuria Mora, coraje en gran formato..................................................M. José Díaz de Tuesta
Lucas, el primer hijo de la diseñadora Helena Rohner, nació hace 15 años con acondroplasia.
El término se las trae, pero la madre se esfuerza en que lo aprendamos como primer paso para normalizar algo que “es una condición, no una enfermedad”, aclara: un tipo de enanismo que afecta a las extremidades.
“Fue muy duro porque esto le ocurre a uno de cada 25.000 niños, y a tu alrededor oyes cosas tremendas, pero lo filtré y ahora solo recuerdo la mitad”.
La otra mitad la utilizó para sobreponerse con la fuerza de un titán. En la Fundación ALPE Acondroplasia le hablaron de una operación que alarga las extremidades.
“Lucas no llegaba al lavabo, pero me olvidé de esa intervención hasta que tuvo 12 años.
Es muy dura, provoca dolores tremendos durante un año, dormir mal, la necesidad de una silla de ruedas…”.
Pero en su cabeza no había vuelta atrás.
También rondaba otro proyecto que puso en marcha con la ayuda de sus contactos y de las redes sociales: mostrar al mundo su experiencia para ayudar a otros niños y padres.
Un día invitó a comer a Nuria Mora, famosa grafitera a la que Lucas admira y cuya obra ha entrado en la Tate Modern de Londres.
“Me dijo que quería hacer un documental sobre la operación de su hijo y que quería involucrarme.
Al principio me lancé de forma visceral, casi frívola, pero vi que iba en serio, que querer ser más alto no es una cuestión estética.
El coraje que le han echado a la vida me conmovió”, explica la artista.
Organizaron un crowdfunding y el documental La aventura de Lucas, de Juan Enis (con voz de Aitana Sánchez-Gijón y una canción de Bebe), se estrenará el 14 de septiembre en el centro cultural La Casa Encendida de Madrid.
Los donantes recibirán una bolsa con un grafiti de Lucas y Mora.
“Mi hijo es muy pudoroso, pero se siente superorgulloso.
Lo primero que pensó que haría después de la operación es ir a las atracciones acuáticas y tirarse por el tobogán kamikaze”.
Envejecer te hará feliz......................................................................... Daniel Mediavilla
Un estudio muestra que, pese a la pérdida de facultades, las personas de mayor edad muestran un mayor nivel de satisfacción con su vida.
Los seres humanos sentimos una intensa atracción por lo que nos hace daño.
Nos encantan las bebidas azucaradas, las comidas con grasa y pasar las vacaciones en pareja.
También deseamos ser jóvenes eternamente pese a que, como ha mostrado una gran cantidad de estudios, somos más felices cuando nos acercamos a la vejez.
Encuestas en decenas de países apuntan a una pauta bastante generalizada.
La mayor parte de las personas dan una puntuación elevada cuando se les pregunta por su satisfacción con la vida durante los primeros años de la década de los 20.
Después, esa satisfacción desciende, con el punto inferior alrededor de los 50. A partir de ahí, la felicidad crece progresivamente hasta incluso la década de los 90.
La semana pasada se publicaron los resultados de un trabajo estadounidense sobre edad y bienestar psicológico que confirma, con algún matiz, esta idea.
El estudio, basado en la respuesta de 1.546 personas de EE. UU y publicado en la revista Journal of Clinical Psychiatry por investigadores de la Universidad de California en San Diego, muestra una tendencia a sentirse mejor con uno mismo y con la vida “año tras año y década tras década”.
Además, se observa la paradoja de que, pese al deterioro físico y cognitivo, la salud mental de las personas mayores era mejor que la de los más jóvenes.
Por contra, los autores vieron que los jóvenes en la veintena y la treintena tenían elevados niveles de estrés y más síntomas de depresión y ansiedad.
El matiz que incorpora este artículo respecto a otros anteriores que exploraron las relaciones entre la edad y el bienestar psicológico es que, en lugar de la habitual forma de U, la progresión del bienestar es lineal desde los 20 a los 90.
Los científicos siguen acumulando pruebas que indican que los años, pese a hacernos más feos o menos ágiles, nos harán más felices, pero aún no han dado con una explicación completamente satisfactoria que explique la tendencia.
Una de las posibilidades, apuntan los autores, es que exista una reserva emocional que ayude a contrarrestar el deterioro físico de un modo similar al que algunos sistemas cognitivos pasivos equilibran la pérdida de algunas capacidades.
Recientemente, se publicaba un estudio que mostraba cómo se reorganiza el cerebro para compensar la pérdida de capacidad auditiva.
En este caso, no obstante, a la subjetividad de los participantes
que completan las encuestas en las que se evalúa la propia felicidad, se
añadía que no fueron los propios primates sino sus cuidadores los que
juzgaron su nivel de bienestar.
Los autores del artículo reconocen que será necesario mucho trabajo para explicar este fenómeno aparentemente contradictorio. Ese conocimiento, además de pintar un futuro prometedor para todos, ayudará a orientar mejor los tratamientos de salud mental y adaptarlos a las necesidades reales de cada edad.
Nos encantan las bebidas azucaradas, las comidas con grasa y pasar las vacaciones en pareja.
También deseamos ser jóvenes eternamente pese a que, como ha mostrado una gran cantidad de estudios, somos más felices cuando nos acercamos a la vejez.
Encuestas en decenas de países apuntan a una pauta bastante generalizada.
La mayor parte de las personas dan una puntuación elevada cuando se les pregunta por su satisfacción con la vida durante los primeros años de la década de los 20.
Después, esa satisfacción desciende, con el punto inferior alrededor de los 50. A partir de ahí, la felicidad crece progresivamente hasta incluso la década de los 90.
La semana pasada se publicaron los resultados de un trabajo estadounidense sobre edad y bienestar psicológico que confirma, con algún matiz, esta idea.
El estudio, basado en la respuesta de 1.546 personas de EE. UU y publicado en la revista Journal of Clinical Psychiatry por investigadores de la Universidad de California en San Diego, muestra una tendencia a sentirse mejor con uno mismo y con la vida “año tras año y década tras década”.
Además, se observa la paradoja de que, pese al deterioro físico y cognitivo, la salud mental de las personas mayores era mejor que la de los más jóvenes.
Por contra, los autores vieron que los jóvenes en la veintena y la treintena tenían elevados niveles de estrés y más síntomas de depresión y ansiedad.
El matiz que incorpora este artículo respecto a otros anteriores que exploraron las relaciones entre la edad y el bienestar psicológico es que, en lugar de la habitual forma de U, la progresión del bienestar es lineal desde los 20 a los 90.
Los científicos siguen acumulando pruebas que indican que los años, pese a hacernos más feos o menos ágiles, nos harán más felices, pero aún no han dado con una explicación completamente satisfactoria que explique la tendencia.
Una de las posibilidades, apuntan los autores, es que exista una reserva emocional que ayude a contrarrestar el deterioro físico de un modo similar al que algunos sistemas cognitivos pasivos equilibran la pérdida de algunas capacidades.
Recientemente, se publicaba un estudio que mostraba cómo se reorganiza el cerebro para compensar la pérdida de capacidad auditiva.
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Otro mecanismo al que apuntan los responsables del estudio es que con
los años se gane habilidad en la gestión de las emociones y en la
gestión de decisiones sociales complejas.
Algunos estudios han descubierto que con el paso del tiempo, la gente experimenta menos emociones negativas y muestran un sesgo cada vez mayor hacia las memorias positivas.
Todos estos recursos, además de con el aprendizaje vital, pueden
estar relacionados con cambios físicos producidos por el envejecimiento.
Según explica el investigador Dilip Jeste, autor principal del trabajo, se ha visto que “la amígdala, la parte del cerebro asociada con la percepción emocional, se vuelve menos sensible a las situaciones estresantes o negativas”.
Además, “los niveles de dopamina en el circuito de recompensa del cerebro descienden con la edad”, añade.
Ambos cambios facilitan el control de las emociones y generan una mayor sensación de bienestar.
Estos cambios biológicos, que muestran que muchas veces los impulsos inscritos en nuestros genes por la evolución no tienen por qué ser lo mejor para nuestros intereses personales, se han observado en nuestros parientes animales más cercanos.
Un estudio con 500 chimpancés y orangutanes también revelaba indicios de una crisis de la mediana edad hacia los 30 años.
Algunos estudios han descubierto que con el paso del tiempo, la gente experimenta menos emociones negativas y muestran un sesgo cada vez mayor hacia las memorias positivas.
Los jóvenes en la veintena y la treintena tenían elevados niveles de estrés y más síntomas de depresión y ansiedad
Según explica el investigador Dilip Jeste, autor principal del trabajo, se ha visto que “la amígdala, la parte del cerebro asociada con la percepción emocional, se vuelve menos sensible a las situaciones estresantes o negativas”.
Además, “los niveles de dopamina en el circuito de recompensa del cerebro descienden con la edad”, añade.
Ambos cambios facilitan el control de las emociones y generan una mayor sensación de bienestar.
Estos cambios biológicos, que muestran que muchas veces los impulsos inscritos en nuestros genes por la evolución no tienen por qué ser lo mejor para nuestros intereses personales, se han observado en nuestros parientes animales más cercanos.
Un estudio con 500 chimpancés y orangutanes también revelaba indicios de una crisis de la mediana edad hacia los 30 años.
Los autores del artículo reconocen que será necesario mucho trabajo para explicar este fenómeno aparentemente contradictorio. Ese conocimiento, además de pintar un futuro prometedor para todos, ayudará a orientar mejor los tratamientos de salud mental y adaptarlos a las necesidades reales de cada edad.
El otoño de las librerías..................................................................... Juan Tallón
Borges, Bolaño, Álvaro Pombo, Rosa Montero, Henning Mankell... Un repaso a los lanzamientos literarios de la nueva temporada.
Muchas historias empiezan al final del verano,
cuando las librerías se llenan de novedades literarias, y el choque
provoca reencuentros, grandes acontecimientos, y a veces inesperados
hallazgos.
Una de esas sorpresas será El tango (Lumen), de Jorge Luis Borges, que agrupa cuatro conferencias dictadas en 1965,
y que un emigrante gallego con un magnetófono grabó sobre cintas que
estuvieron perdidas durante muchos años.
Sin abandonar Argentina,
septiembre empuja el segundo volumen de Los diarios de Emilio Renzi
(Anagrama), álter ego de Ricardo Piglia.
Las entradas abarcan el
período 1968-1975, en unos años en los que el escritor empieza a
desarrollar su carrera, y se cuelan sus viajes, amores o proyectos
literarios, así como la historia de su país.
Habrá que esperar hasta noviembre para conocer el último milagro obtenido de entre los documentos que a su muerte dejó Roberto Bolaño.
Esta vez el inédito se titula El espíritu de la ciencia-ficción,
y su manuscrito estaba fechado en 1984.
Ambientado en el México D. F.
de los años 70, muestra ya algunas de las señas de identidad del Bolaño
maduro, con personajes en busca de la revolución y la verdad. La novela
se acompaña con la reedición de Los detectives salvajes y 2666, después de la mudanza a Alfaguara.
Fiel a Anagrama, Luisgé Martín regresa con El amor del revés,
una novela autobiográfica sobre la asunción de su sexualidad, y el
largo camino que va de la adolescencia a la madurez, salpicado de
heridas y felicidad. Otra vuelta esperada es la de Elvira Navarro con Los últimos días de Adelaida García Morales (Literatura Random House), donde indaga en la personalidad de la autora de libros como El sur,
recreando desde la ficción, en forma de falso documental, las jornadas
que precedieron a su muerte.
Agosto se va y se acercan Ernesto Pérez
Zúñiga con No cantaremos en tierra de extraños (Galaxia Gutenberg), Berta Vias con La mirada de los Mahuad (Lumen) y Álvaro Pombo con La casa del reloj (Destino).
En La carne
(Alfaguara), su décimo quinta novela, Rosa Montero desmiga el paso del
tiempo y el miedo a la muerte a través de una mujer que se asoma a los
sesenta años.
Julio Fajardo, por contra, busca reivindicarse con su
segunda obra, Asamblea ordinaria (Asteroide), ambientada en la
España de hoy y narrada a tres voces de otros tantos treintañeros que se
quedan en paro, y a través de los que autor habla de una generación
entera.
Ourense
Muchas historias empiezan al final del verano,
cuando las librerías se llenan de novedades literarias, y el choque
provoca reencuentros, grandes acontecimientos, y a veces inesperados
hallazgos.
Una de esas sorpresas será El tango (Lumen), de Jorge Luis Borges, que agrupa cuatro conferencias dictadas en 1965,
y que un emigrante gallego con un magnetófono grabó sobre cintas que
estuvieron perdidas durante muchos años.
Sin abandonar Argentina,
septiembre empuja el segundo volumen de Los diarios de Emilio Renzi
(Anagrama), álter ego de Ricardo Piglia. Las entradas abarcan el
período 1968-1975, en unos años en los que el escritor empieza a
desarrollar su carrera, y se cuelan sus viajes, amores o proyectos
literarios, así como la historia de su país.
Habrá que esperar hasta noviembre para conocer el último milagro obtenido de entre los documentos que a su muerte dejó Roberto Bolaño. Esta vez el inédito se titula El espíritu de la ciencia-ficción,
y su manuscrito estaba fechado en 1984. Ambientado en el México D. F.
de los años 70, muestra ya algunas de las señas de identidad del Bolaño
maduro, con personajes en busca de la revolución y la verdad. La novela
se acompaña con la reedición de Los detectives salvajes y 2666, después de la mudanza a Alfaguara.
Fiel a Anagrama, Luisgé Martín regresa con El amor del revés,
una novela autobiográfica sobre la asunción de su sexualidad, y el
largo camino que va de la adolescencia a la madurez, salpicado de
heridas y felicidad. Otra vuelta esperada es la de Elvira Navarro con Los últimos días de Adelaida García Morales (Literatura Random House), donde indaga en la personalidad de la autora de libros como El sur,
recreando desde la ficción, en forma de falso documental, las jornadas
que precedieron a su muerte.
Agosto se va y se acercan Ernesto Pérez
Zúñiga con No cantaremos en tierra de extraños (Galaxia Gutenberg), Berta Vias con La mirada de los Mahuad (Lumen) y Álvaro Pombo con La casa del reloj (Destino). En La carne
(Alfaguara), su décimo quinta novela, Rosa Montero desmiga el paso del
tiempo y el miedo a la muerte a través de una mujer que se asoma a los
sesenta años.
Julio Fajardo, por contra, busca reivindicarse con su
segunda obra, Asamblea ordinaria (Asteroide), ambientada en la
España de hoy y narrada a tres voces de otros tantos treintañeros que se
quedan en paro, y a través de los que autor habla de una generación
entera.
Cuando llega la luz de Clara Sánchez, La hora de despertarnos juntos de Kirmen Uribe, Como los pájaros aman el aire de Martín Casariego, Los buenos amigos de Use Lahoz, o Patria de Fernando Aramburu son algunos de los títulos que enriquecerán la oferta de la ficción española.
La narrativa extranjera se expande en múltiples
direcciones. Elizabeth Strout, que en 2009 había obtenido el Pulitzer
por su novela Olive Kitteridge, retorna con Me llamo Lucy Barton
(Duomo), un pulso narrativo en el que ahonda en los conflictos
familiares desde la habitación de un hospital en la que madre e hija,
tras muchos años sin verse, hablan sin descansado durante cinco días y
cinco años, hurgando en las cicatrices.
En un registro muy distinto, que
le valió el Pulitzer de este año, William Finnegan da salida en Años salvajes
(Asteroide) a su obsesión por el surf, escribiendo al mismo tiempo una
novela de aventuras y aprendizaje, que lo lleva de las playas de
California a las de Asia y Oceanía. La costa este de los EE.UU. forma
parte de los escenarios de Las chicas (Anagrama), de Emma
Cline, quien ahonda en los peligros de crecer a los que se enfrenta una
adolescente a finales de los años 60, insatisfecha con su vida y ansiosa
de libertad.
La novela francesa estará representada por Mathias Enard, autor de Brújula (Literatura Random House), con la que obtuvo el Premio Goncourt, y Emmanuel Carrère, del que Anagrama recupera Bravura, su segunda novela.
Más al norte, Henning Mankell nos lega póstumamente Botas de lluvia suecas,
donde su protagonista sobrevive al incendio de su casa, y a la vez que
lo pierde casi todo, lo obtiene, adentrándose en una nueva vida en la
que redescubre sentimientos que creía perdidos.
En Inglaterra, si el año pasado fue el turno
Martin Amis, Ian McEwan y antes del verano de Julian Barnes, ahora le
toca a Kazuo Ishiguro con El gigante enterrado (Anagrama).
De
vuelta a la literatura estadounidense, dos mentes lúcidas e inquietas
como Margaret Atwood y Joyce Carol Oates agitarán el trimestre.
La
primera firma El corazón es lo último que se va (Salamandra),
con la que otra vez lleva a la novela americana por senderos
insospechados, a partir de la relación de una pareja obligada a tomar
riegos para superar problemas económicos.Con más de cincuenta novelas,
Oates propone en Rey de picas (Alfaguara) una obra sobre
oscuros secretos, en este caso los de un autor que vende millones de
ejemplares, y que un día decide escribir un libro inesperado, impropio
de él, que amenaza con destruir su vida perfecta.
Cheryl Strayed urde en La vida que nos lleva
(Roca) un relato también sobre existencias seguras y felices de pronto
sacudidas por la adversidad, cuando a la protagonista le anuncian que le
restan pocos días de vida y todo a su alrededor parece naufragar.
Al
borde del hundimiento están los dos protagonistas –un ex combatiente de
la guerra de Irak y una inmigrante musulmana– de Preparación para la próxima vida
(Sexto piso), de Atticus Lish, el hijo del mítico editor Gordon Lish.
Es su primera novela, que aparecerá unas semanas antes de Aquí estoy (Seix Barral), de Jonathan Safran Foer, que acaba un silencio literario que duraba diez años.
En el apartado de los libro duros va a estar Tan poca vida,
(Lumen) de la californiana Hanya Yanagihara.
Bajo una novela sobre
amigos neoyorquinos emerge una historia de maltrato sexual, que se
erigió como finalista del Man Booker Prize y del National Book Award en
2015. Los medios estadounidenses la citaron como una de las mejores del
año junto a Entre el mundo y yo de Ta-Nehesi Coates, que ahora recupera Seix Barral, y La invención de la naturaleza, la biografía de Alexander von Humboldt escrita por Andrea Wulf y publicada e Taurus.
En este género, los próximos meses dejarán títulos como Born to run (Literatura Random House), donde Bruce Springsteen se reivindica como narrador
y viaja hasta los días en los que sintió el implacable deseo de ser
músico.
No estará solo. Patti Smith, que a menudo aseguro que nunca
quiso ser cantante, sino escritora, publica M Train (Lumen). Chrissie Hynde, líder de Pretenders y expareja de Ray Davis, legendario cantante de los Kinks, ilumina en A todo riesgo (Malpaso) unas memorias del rock y las drogas.
Distinto, pero musical, sonará Toca el piano, el último libro de James Rhodes (Blackie Books). Al fin se podrá leer Woody Allen, la biografía,
de David Evanier (Turner).
María Hesse, por su parte, desentraña la
vida de Frida Khalo (Lumen). La editorial Alba alumbrará una de esas
lecturas delicadas e íntimas con los Diarios completos de Sylvia Plath.
En el campo del ensayo, Gilles Lypovetsky volverá a posar su mirada sobre el presente, con De la ligereza (Anagrama). Círculo de Tiza apuesta por Félix de Azúa y sus Nuevas lecturas compulsivas. De la estupidez a la locura,
de Umberto Eco, enjugará la ausencia del pensador italiano.
En poesía,
continúan las apuestas por voces jóvenes, como la de Espasa con Óscar
García Sierra y su Houston, yo soy el problema, a la vez que se recuperan clásicos como Cuatro cuartetos (Lumen), de T.S. Eliot, o la poesía completa de José Lezama Lima (Sexto piso) o Alejandra Pizarnik (Lumen).
En el ámbito de la crónica, el lector se reencontrará con la premio Nobel Svetlana Alexiévich, que en Últimos testigos
recoge los testimonios recabados en los años 80 entre los que fueron
algunos de los miles de niños que sobrevivieron en Bielorrusia a la
segunda guerra mundial.
Malpaso recupera Masacre, de Mark
Donner, un clásico de la crónica sobre la guerra sucia en El Salvador,
cuando soldados nacionales entrenados por el ejército de Estados Unidos
mataron a centenares de mujeres, hombres y niños.
Las reporteras Noemí
López Trujillo y Fanny Vasconcellos firman Volveremos (Libros del KO), una crónica sobre los emigrantes de la crisis.
El fin del verano trae consigo el nacimiento de nuevas editoriales. Wunderkammer se estrena recuperando Lo que dicen las mesas parlantes, de Víctor Hugo, y Los raros, de Rubén Darío, que retrata a sus poetas favoritos.
Armaenia da continuidad a su proyecto con Una constelación de fenómenos vitales, de Anthony Marra, mientras que Hurtado y Ortega da voz a Paco Loco, músico y productor musical, y autor de Cómo no llevar un estudio de grabación.
Rata Editorial inicia su andadura con La vegetariana, de la surcoreana Han Kang, premio Man Booker Internacional 2016.
¿Cuál es la mejor canción sobre el espacio?..........................................................Javier Bilbao
En días como estos, con los medios hablándonos del hallazgo de planetas parecidos al nuestro,
qué inspiradoras y memorables siguen siendo aquellas palabras del
alcalde de Sevilla: «Es fundamental que haya astronautas, porque qué
sería de nosotros los astronautas si no nos dijeran los astrólogos o los
astrónomos cómo son las cosas, qué es lo que nos podemos encontrar
allí, en el más allá.
O qué podríamos desarrollar nosotros los que estamos allí, los que nos pisamos el suelo de la realidad de las cosas
. Qué sería de nosotros si no existieran los astrónomos y los astrólogos».
Tal vez pronunciadas en un momento en el que su mente viajaba muy rápido por el espacio-tiempo, solo cabe añadir que además de astronautas, astrónomos y astrólogos, no deberíamos dejar de mencionar a los músicos.
Qué sería de nosotros sin todas aquellas canciones que nos hablan de viajes siderales, alienígenas y planetas lejanos que prometen ser un segundo hogar.
Así que allá va nuestra selección para que voten o la amplíen con los temas que prefieran.
O qué podríamos desarrollar nosotros los que estamos allí, los que nos pisamos el suelo de la realidad de las cosas
. Qué sería de nosotros si no existieran los astrónomos y los astrólogos».
Tal vez pronunciadas en un momento en el que su mente viajaba muy rápido por el espacio-tiempo, solo cabe añadir que además de astronautas, astrónomos y astrólogos, no deberíamos dejar de mencionar a los músicos.
Qué sería de nosotros sin todas aquellas canciones que nos hablan de viajes siderales, alienígenas y planetas lejanos que prometen ser un segundo hogar.
Así que allá va nuestra selección para que voten o la amplíen con los temas que prefieran.
«Echoes», de Pink Floyd
Existe el rumor de que Kubrick tanteó en su día a Pink Floyd para trabajar en la banda sonora de 2001.
Tres años después del estreno de la película la banda publicó «Echoes»,
y como su duración es similar al cuarto y último acto, «Júpiter y más
allá del infinito», entonces hubo quienes ataron cabos y quisieron ver
en ella una banda sonora no oficial.
Juzguen ustedes si la música se
adecúa tanto a cada escena como algunos dicen.
En cualquier caso la
letra habla de olas y cuevas de coral, pero a partir del minuto doce
comprendemos que en realidad ese océano es de otro planeta, el nuestro
no suena así.
«No Time For Caution», de Hans Zimmer
Al
final Kubrick se decantó por la música clásica con un resultado
sorprendentemente bueno.
Tal vez sea el tipo de música ideal para evocar
la armonía y eternidad que nos inspira una noche estrellada.
Así que
cuando a Hans Zimmer le encargaron la banda sonora de Interstellar tuvo la genial idea de ir al
órgano de la iglesia del Temple en Londres; no se puede imaginar mejor
instrumento para acompañar imágenes de agujeros negros y naves
estallando en pedazos.
De hecho también ha habido quien ha sincronizado esta música con el citado acto de 2001.
«La nave estelar», de Juan Perro
Si hablamos de Interstellar no podemos dejar pasar este tema de Santiago Auserón, que
en contra de lo que pueda parecer no es que esté fuertemente inspirado
en ella, pues se publicó tres años antes de su estreno.
Y a su vez la
película tampoco se basó en la canción pues su producción comenzó unos
cuantos años antes. A veces simplemente las grandes mentes trabajan de
forma simultánea.
«’39», de Queen
No
queremos darles más la lata con esta película ¿pero qué podemos hacer
si todas las canciones hablan de ella?
Como recordarán, una parte
fundamental de la trama aborda la dilatación del tiempo según el
observador, una idea que nos resulta contraintuitiva pero que es
fundamental en la teoría de la relatividad y hace posible que el padre
llegue a ver a su hija como si fuera su abuela al regresar del viaje
espacial.
Eso es exactamente lo que se describía aquí: «For so many
years have gone though I’m older but a year / Your mother’s eyes from
your eyes cry to me».
Teniendo en cuenta que el guitarrista Brian May es doctor en astrofísica sabían bien de lo que hablaban al componerla.
«Supernova», de Liz Phair
Bueno, solo una más.
Si en Interstellar nos terminan colando que el amor es la quinta dimensión… ¿no funciona mucho mejor como metáfora una supernova, como propone Liz Phair?
«Calling Occupants of Interplanetary Craft», de Klaatu
Este grupo canadiense formado en los setenta se hizo llamar por el nombre del alienígena protagonista de Ultimátum a la Tierra,
lo cual ya era un buen indicio de por dónde iban sus intereses.
Por si
alguien no lo tenía aún claro publicaron este tema sobre el contacto
telepático con los extraterrestres, «we are your friends» les dicen.
Viendo la clase de gente que más empeño pone en contactar con ellos
final no es de extrañar que nos rehuyan, con tales emisarios los humanos
debemos tener una fama malísima allá por el espacio.
«Intergalactic», de Beastie Boys
Por
bien intencionados que sean esos mensajes no garantizan una respuesta
equivalente, el espacio es también el lugar del que provienen la mayoría
de las amenazas para la ciencia ficción.
Es el caso de este enorme
robot llegado de Urano para sembrar el terror en un vídeo magnífico,
todo un homenaje a las películas japonesas de monstruos gigantes o Kaiju.
«Space Monkey», de Patti Smith
Hay bastante consenso en que aquí la
madrina del punk, si habla del espacio, es de forma metafórica. Más que
nada del mundo como un espacio a rebosar de violencia social. Pero es Patti Smith y en la canción salen monos y ovnis con forma de plátano brillante, no la podemos pasar.
«Space Oddity», de Chris Hadfield & David Bowie
Ya que incluir este tema era inevitable, permítannos al menos que sea en la versión del comandante Chris Hadfield.
Se puede discutir si resulta mejor en el aspecto musical que la de Bowie, pero desde luego el lugar de grabación es insuperable…
http://www.jotdown.es/2016/08/la-mejor-cancion-espacio/
Para que puedas oir más y votar entra en esa página.
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