Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

1 jul 2018

Jodie Foster: “La vejez me produce curiosidad”................ Rocío Ayuso


Vídeo: Tráiler de 'Hotel Artemis', la nueva película protagonizada por Jodie Foster.
JODIE FOSTER ha tardado cinco años en volver a protagonizar una película.
 Y hoy llega a la cita en Beverly Hills para hablar de ella. Lo hace con muletas. “Una rodilla. Esquiando”.
 Es lo primero que dice al entrar en el hotel Four Seasons. Hace tiempo ya que la gran intérprete nacida hace 55 años en Los Ángeles se granjeó cierta fama de dura, y fría, de una persona con un carácter difícil.
 Pero en el tú a tú Foster resulta educada y agradable, incluso afable. 
También tiene unas potentes dotes de mando, algo sin duda necesario para sobrevivir en una industria en la que ella comenzó cuando tenía tres años.
 Ahora tiene a sus espaldas unos 40 títulos como actriz, cuatro como directora, dos Oscar y una carrera envidiada por muchos.
 Especialmente por aquellos que intentan superar con éxito la difícil transición de niña prodigio a protagonista de éxitos como Acusados (1988) o El silencio de los corderos (1991). 
Hace un lustro se alejó de la gran pantalla tras manifestar su homosexualidad.
 Entonces anunció que se tomaba un tiempo. “Cada entrevista me aplasta el alma”, explicó.
Semanas antes del estreno en España de Hotel Artemis, cinta que supone su regreso a la actuación, lo único machacado es su rodilla. 
Su nuevo papel es el de encargada de un hospital secreto para criminales de la ciudad de Los Ángeles en un futuro próximo.
Jodie Foster en 'Acusados'.
Jodie Foster en 'Acusados'.
Jodie Foster vuelve dispuesta a comerse el mundo con una sonrisa. 
“No hacen más que mencionarme lo de los cinco años fuera del negocio.
 Es un montón, pero a veces cuesta mucho levantar un proyecto.
 Me considero afortunada por hacer películas personales. Especialmente como directora, no voy con lo que se lleva, con la dieta de Hollywood.
 Disfruto de una posición privilegiada y no necesito hacer filmes de usar y tirar o franquicias de otro.
 Procuro escoger historias que pueda defender, que me digan algo”.
¿Y qué es lo que le dijo Hotel Artemis? Me interpeló su originalidad.
 Estoy harta de ver siempre la misma película. 
 Encontré el guion de forma misteriosa, incluso antes de que saliera a la luz, y me llegó su energía. Soy muy quisquillosa
. Cada vez peor. Cada vez me lleva más tiempo encontrar lo que quiero.
 Pero es que no me gusta repetirme, volver a interpretar el mismo papel. 
No me gusta competir conmigo misma, con mis interpretaciones anteriores. 
Prefiero madurar y evolucionar. Y la transformación para este personaje, su cambio físico, no se parece a nada de lo que he hecho nunca.
Jodie Foster en 'Hotel Artemis'.
Jodie Foster en 'Hotel Artemis'.

Todas las actrices por encima de los 40 buscan mejorar su imagen. ¿Usted les lleva la contraria echándose años y arrugas? Me gustaría mentir y decir que para este papel fueron necesarias horas y horas de maquillaje, pero no fue para tanto. 
Tampoco soy una persona especialmente vanidosa, así que no tuve nada que perder. 
Mi carrera como actriz nunca se apoyó en el físico.
 Nunca fui la ingenua.
 Ni la novia. Siempre fui, ante todo, la actriz. Mostrar arrugas ante la cámara no ha supuesto un gran reto.
¿Y el hecho de sentirse más vieja? ¿De ver a su madre, a sus ancestros, en su rostro? Mi madre solía tener la misma melena.
 En 10 años me veré como ella.
 La vejez me produce curiosidad, no preocupación.
 La transformación, cambios en la piel… Tras disfrutar de una vida tan excitante, no me puedo quejar. 
Si hay algo que espero es seguir actuando cuando tenga 80. Es algo fácil de hacer.
Tras un parón tan largo en su carrera, era más factible pensar que se iba a retirar antes que verla trabajando hasta los 80. 
 No pienso dejar de actuar. Lo que sí quiero es dirigir más. Esa era mi intención en este tiempo.

¿Qué pasó? ¿Hollywood ni tan siquiera deja que una mujer como Jodie Foster se ponga detrás de la cámara? Puedes decir eso.
 Dirigí mi primera película cuando tenía 27 años. Y desde entonces solo he rodado cuatro. 
El balance de mi carrera es un 90% interpretación y un 10% realización.
 Una falta de equilibrio que he intentado remediar en estos últimos años en los que además he firmado cuatro episodios de televisión. 
 Lamento no haberlo hecho antes y por eso ahora me urge más contar mis historias.
 No es que quiera ser prolífica.
 No necesito estar en las portadas de las revistas ni ser Ron Howard, o dirigir el filme más comercial. Quiero contar mis historias.
¿Se ve mejor reflejada en aquello que dirige que en aquello que interpreta?
  Me suelen preguntar por qué no escribo más.
 ¿Y qué es un director sino alguien que reescribe con la cámara? En El pequeño Tate (1991), mi primera cinta, puedo ver una obra de juventud. 
Y también me siento mal por aquellos que trabajaron conmigo por el control al que los sometí, no dejé que fluyera la creatividad.
 El castor (2011) es mi mejor película, la más madura.
 Pero sé que no lo es para todo el mundo.
Hoy trabaja casi más en televisión que en cine. ¿Se acabó lo que se daba? El futuro de la narrativa está en manos de los servicios de cable o de streaming
El cine como experiencia en salas está acabado.
 Y tenemos que aceptarlo. La gente ve el contenido en sus teléfonos. 
Y nadie va al cine. Ni yo. Pero sigo siendo defensora del formato de película: historias de hora y media con principio, nudo y desenlace. 
Veo series de televisión, pero no suelo pasar de la segunda temporada. Me gustan los personajes, pero llegado un punto no necesito saber nada más de ellos. 

La tecnología se le resiste. Y se nota. Foster se pelea con su móvil para mandar un mensaje de texto.
 Lo dice en voz alta. “Agarra el teléfono y llama a tu tutor ya”, apremia a uno de sus hijos.
 Probablemente es Charlie, el mayor; o quizá Kit, el pequeño.
 Pero no utiliza el dictado. Ni tan siquiera a la asistente virtual Siri. 
Lo dice mientras lo teclea. Gruñe, pero hay algo de pose. Su vida privada fue una barrera infranqueable en las entrevistas.
 Ahora, la mujer que salió del armario en la entrega de los Globos de Oro de hace cinco años hace partícipe de su vida al interlocutor sin pedirlo. “Lo único que necesito es un hijo que conteste cuando se le llama. 
Ya sabes lo que es eso”.
Solo tengo perros. Es más sencillo. Digo: “Lucy, ven”, y viene. ¡Otra Lucy! ¡Ese sí que fue el amor de mi vida! Mi bulldog francés… Tener hijos te cambia la vida. 
Y te pone los pies en la tierra. 
Es fácil sentirse sola en Los Ángeles, especialmente cuando eres alguien introvertido, independiente y a quien no le gusta pedir ayuda.
 Y si encima eres famosa, más. Pero mis hijos… Vuelvo a casa después del estreno, tras un día entero de entrevistas, y mientras hago los ejercicios de rehabilitación de la rodilla llegan con un grupo de adolescentes y empiezan el día a medianoche.
 ¡A medianoche! Me saquean la nevera, se ponen ciegos de algas, de orangina y de nata. Se comen lo que pillan.
 No me entiendas mal. Charlie tiene 20 años. Y Kit, dieciséis y pico. 
No tenemos problemas más allá de lo típico: que lo dejan todo tirado por ahí. Me canso de oír mi voz. 
Pero me temo que será así el resto de mis días. 

¿Cuál es su relación con el cine? ¿Se interesan ellos por sus películas? Yo no soy como Martin [Scorsese], que organiza proyecciones privadas y comentadas para su hija y sus amigos. 
Lo suyo es obsesión. Nosotros hablamos de cine, claro. Les gusta. Pero tienen su propia cuenta de Netflix para ver lo que quieren. 
Yo estoy mucho más obsesionada por la ética que por el cine. Nos da más que hablar
. Leemos juntos las páginas de opinión de The New York Times. O discutimos las noticias. A veces también hablamos sobre películas, pero por su contenido social o por su marco histórico.
¿Cuál es la cinta que cambió su vida? Son tantas… El cazador me impactó, y muchas de la nouvelle vague. Pequeñas tramas sobre gente corriente. Esas son las que más me han cambiado.
Su discurso hace cinco años durante la entrega de los Globos de Oro, cuando recogió el Premio Cecil B. DeMille a toda su carrera fue revelador: “Este podría haber sido un gran discurso de salida del armario. Pero yo ya hice mi salida del armario hace miles de años”. ¿Existe un antes y un después en su vida desde aquel momento? Fue una gran noche y mi discurso fue el que fue.
 Habló por sí mismo. Cuando uno recibe un premio a toda su carrera no comenta su última película, sino lo que ha hecho a lo largo de su vida. Y aquel fue un momento de transición, de cambio hacia un nuevo futuro.
Sé que hizo mucho ruido, pero no quise sumarme a ello. No hay más que decir. No puedo estar más que orgullosa por este absurdo trabajo que disfruto y que me ha proporcionado una vida maravillosa. El cine es mi familia, es mi vida. Me ha dado sentido como persona y también he tenido que ganarme a pulso esa coherencia. ¿Cuáles fueron las batallas? ¿Los peores momentos? Yo prefiero recordar los mejores.
 Soy muy nostálgica. Hay una gran belleza en el hecho de mirar atrás.
 Y con ello no quiero decir que cualquier tiempo pasado fue mejor, que quiera volver atrás. Con vivir el recuerdo me conformo.
 Mi vida en los hoteles con mi madre, haciendo nuestra colada en el baño y sin tan siquiera tener una neverita… Teníamos nuestras normas.
 Si comíamos en la cama, poníamos la toalla para que no quedaran miguitas.
 Incluso en hoteles terribles, como en el que estuvimos durante el rodaje de Bugsy Malone (1976), al lado del aeropuerto y con olor a cloro, el recuerdo que guardo es el de habérmelo pasado como nunca en mi vida.

En aquel discurso de los Globos de Oro también dedicó unas emocionantes palabras a su madre, Evelyn Almond. Como dijo, está perdida tras sus ojos azules, aquejada de demencia. ¿Fue esa otra de las razones de su transición? Mi madre no podría estar mejor. ¡Va a acabar con todos! Es un tránsito difícil, y lo cierto es que su demencia está muy avanzada.
 Es tremendamente duro para todos cuando nuestros padres se hacen mayores.
 Pero estoy muy agradecida de poder pasar tiempo con ella. Vive en su casa, como ella quiere, y no le faltan cuidados. Lo más importante es que hace lo que quiere: ver películas y comer.
¿Alguna vez se ha sentido como una adelantada a su tiempo? No creo que sea la persona más adecuada para decirlo, pero echando la vista atrás algunas veces sí puede parecerlo.
 Una de las razones por las que tuve éxito, por las que fui alguien tan fuera de la norma, es que de niña no me rodearon colegialas, sino mujeres que trabajaban.
 Como yo. Nunca intenté ser como los demás. Simplemente lo fui.

Pero la fortaleza de los papeles que interpretó se adelantó al momento en que vivimos.
  Siempre imprimí a los trabajos mi experiencia como persona.
 No busqué la fortaleza. Solo quise papeles que no estuvieran definidos por otro.
 Y a veces se los tuve que quitar a un hombre.
Jodie Foster, en 1976, en una imagen de 'Taxi driver'.
Jodie Foster, en 1976, en una imagen de 'Taxi driver'.
Protagonista desde muy joven de títulos como Taxi Driver (1976), se convirtió en la obsesión de John Hinckley Jr., autor a principios de los ochenta del atentado frustrado contra el presidente de Estados Unidos Ronald Reagan como prueba de su amor a la actriz. 

Jodie Foster parece la voz perfecta para el movimiento Time’s Up contra el acoso sexual puesto en marcha desde Hollywood en respuesta al caso Weinstein.
 Sin embargo, sus reacciones al huracán que sacude la meca del cine han sido más cerebrales que emocionales. No dice nada de Polanski, director con quien trabajó en uno de sus últimos títulos como actriz —Un dios salvaje (2011)—, ahora expulsado de la Academia de Hollywood por violar a una menor hace 40 años.
 “La justicia a golpe de Twitter no es el camino a seguir”, declaró Foster recientemente.
 Está claro que las redes sociales no le ponen nada. “No voy a juzgar a nadie, porque no se puede decir que durante el tiempo que otros pierden en las redes yo salve el mundo. Simplemente, no me interesa, y no echo en falta los vídeos de YouTube con gatitos y arcoíris. 
No sé lo que hacen otros mientras yo no estoy en las redes, pero siento nostalgia por esos días en los que no estábamos tan interconectados”.¿Cómo piensa que va a cambiar la industria tras la revolución del #MeToo y el movimiento Time’s Up? Me niego a aumentar el ruido en un momento tan importante en nuestra historia.
 Padecemos un exceso de declaraciones. Nadie necesita oír a otro actor hablando del tema. 
Necesitamos acciones. Una mayor concienciación. Y como en todas las revoluciones, deberíamos aprender de los errores cometidos por movimientos sociales anteriores.
 Si queremos el cambio, tenemos que hablar entre todos para buscar la reconciliación. No lo digo yo, lo dijo Desmond Tutu durante la lucha contra el apartheid.

En momentos de pánico, ¿qué es lo que le da la tranquilidad? Apagar la televisión y dejar de ver la CNN, para empezar. 
Y me gusta meditar, aunque ahora hace tiempo que no lo hago. Mi mejor forma de concentrarme, de apagar el ruido, de desconectar, es esquiar. 
Eso me calma.
 Cuando estás bajando por una colina a gran velocidad, si te pones a pensar en Trump o en cualquier otra cosa, te la das seguro. 

 

Cuestión de tiempo...................................Juan José Millás


Cuestión de tiempo 
EL MUNDO ESTÁ lleno de portavoces de organismos nacionales e internacionales que opinan sobre lo divino y lo humano desde la mañana hasta la noche. 
Piensen, no sé, por citar uno, en el FMI, cuya presidenta se asoma con frecuencia a los periódicos para soltar una amenaza.
 Durante la pasada crisis del Aquarius, que rescató a más de seiscientos migrantes frente a las costas de Libia, estuvimos esperando que la señora ­Lagarde se manifestara de un momento a otro acerca del asunto. 
Decimos Lagarde, pero podríamos haber dicho Juan Rosell, que es el mandamás de la CEOE y al que vemos mucho en los telediarios.
 Europa está llena de siglas, la mayoría intraducibles, de las que emanan pautas, normas, decretos, leyes, cosas, y de las que cabía esperar una reacción frente a la odisea de esta pobre gente rechazada de forma sucesiva por Malta y por Italia.
No vamos a reproducir aquí las palabras de ­Matteo Salvini, ministro de Interior del país con forma de patada, porque podría escucharlo la niña de la foto, que sonríe en brazos del adulto como si hubiera llegado al paraíso.
 A veces confundimos salir del infierno con alcanzar la gloria, pero no es lo mismo, no es lo mismo ser que estar, no es lo mismo estar que quedarse, etcétera. Decía, en fin, que me sorprendió mucho el mutismo de los líderes europeos, a los que pagamos una pasta.
 Por extrañarme, me extrañé hasta del mío, pues escribiendo en la prensa debería haber llegado antes.
 Pero es que ahora mismo todos llevamos un Salvini dentro. Que se manifieste fuera, como ha sucedido en Italia, no es más que una cuestión de tiempo.

 
 

El deseo y el miedo................................Rosa Montero...

Todos tenemos nuestra pequeña mochila de vivencias, y esto hace que, para algunas personas, el temor a que les dejen resulte insuperable.

 TENGO UNA PERRA ya mayor a la que recogí de un refugio, ANAA, cuando tenía dos años.
 No sé qué horrible vida llevó antes de entrar en la mía, pero estaba muy traumatizada. Durante seis meses no se dejó tocar por nadie. Durante cuatro años no la pude soltar porque se escapaba. 
 Descubrí hace poco que su cuerpo está lleno de perdigones: le pegaron un tiro.
 Ahora tiene 12 años y es la perra más cariñosa que imaginarse pueda.
 Se arrima a todo el mundo, pidiendo que la soben. No he visto más hambruna de caricias en ningún animal.
 Como solemos hacer los dueños de perros, mantengo con Carlota, que es como se llama, mis rituales.
 Uno es una sesión de un par de minutos de caricias nada más levantarnos. Se arrima a mi cama, baja la cabeza y yo la mimo y la rasco y le digo lindezas. 
Es bastante grande y es un gusto abrazarla, y estoy completamente segura de que a ella le encanta.
 Sin embargo, llega a mi lado nerviosa, envarada. Aunque se aprieta contra mí y, si yo no corto, ella seguiría todo el día, no está nada tranquila. 
De hecho, al terminar siempre se sacude vigorosamente, que es lo que hacen los perros cuando han pasado un momento de tensión para relajarse.
 Yo diría que hay una buena parte de angustia en su placer. Probablemente tema que la rechace y que toda su ilusión se quede en nada.
 Tendrá miedo de que le haga daño porque ya se lo han hecho muchas veces.
 Le asustará su necesidad, que ella percibirá como situación de debilidad, igual que la gacela que se acerca a beber a la charca africana con un ojo avizor por si aparecen leones.
 Supongo que Carlota cree ponerse en riesgo al entregarse tanto: está desgarrada entre el deseo de acercarse y el de salir corriendo. Y ¿saben qué? Esta mañana, de repente, me reconocí en ella.
 Porque a nosotros, los humanos, nos sucede igual. 
También estamos divididos entre el deseo y el miedo.
 El deseo de querer y de que te quieran, ese anhelo tan indispensable, exigente, animal.
 Y su contrapartida de diversos temores. En primer lugar está el miedo a mostrar tu necesidad emocional y que eso te haga frágil, te devalúe, rebaje tu atractivo.
 Un amigo me decía el otro día: “Al final me falta maldad para ser interesante, pero no valgo para ser lo que no soy”. Creo que se equivoca: para mí no sólo no es necesario ser malo para gustar, sino que ése es un claro factor de rechazo. 
Pero sí es cierto que los humanos padecemos la perversión de valorar más lo que no tenemos, y que algunas personas se quedan atrapadas en la paradoja de desear más a aquellos que se escapan. De hecho, los seductores tradicionales son aquellos que dan y luego retiran.
 Es un juego muy tonto, y aun así funciona. 
A veces pienso que somos más elementales en nuestras emociones que los perros.
 Pero estos sólo son los temores primeros, los de la etapa del cortejo.
 Es después, cuando la relación empieza, cuando se convierten en terrores.
 Es el miedo esencial a permitir que un otro o una otra ocupe un lugar importante en tu vida; y es la llave para infligirte dolor que le estás dando. 
Porque puede que no te quiera de la manera en que tú quieres ser querido. O porque quizá te deje. 
Todos tenemos nuestra pequeña mochila de vivencias, nuestros perdigones del pasado, como mi Carlota. 
Y esto hace que, para algunas personas, el miedo a que les dejen resulte insuperable.
 De ahí que la ruptura preventiva sea una cobarde estupidez que muchos y muchas cometen: romper ahora que estamos tan bien por si luego va mal; romper ahora que lo necesito tanto por temor a que rompa él.
 Tengo otro amigo que lleva algún tiempo con una chica 32 años más joven.
 Están mejor que nunca, pero mi amigo, que se va acercando a los 70, estaba pensando en dejarla para acabar en lo más alto y evitar así el peligro de que ella lo abandone por viejo en un futuro.
 Le he convencido de que sea valiente y persevere en su historia mientras dure. 
No sé si acabará maldiciéndome, pero estará vivo. Siempre hay riesgo al amar, sin duda alguna. 
Empezando por el riesgo supremo de que el amado se muera. ¿Pero cuál es la otra opción? Una existencia vacía. 
Para seguir viviendo hace falta beber de la charca, aunque nos den miedo los leones.

Líbranos de los puros, Señor...............................Javier Marías

ME FUI DOS DÍAS de viaje.
 Al partir había un Presidente del Gobierno con sus ministros y al volver había otro, todavía sin gabinete.
 Unas fechas más tarde, cambió el director de este diario (suerte al saliente y suerte a la entrante, y a sus respectivos equipos). 
Al poco había nuevos ministros, saludados con cierto respeto (con alguna excepción), cosa rara en España.
 El siguiente miércoles ya se había hecho dimitir a uno de ellos, y también se había destituido al seleccionador de fútbol, la víspera de comenzar el Mundial.
 (Había un Presidente de la Federación reciente, así que dio un martillazo en la mesa para que se le notara personalidad.) 
El cesante llevaba dos años en su cargo y no había recibido más que parabienes, pero inoportunamente se había anunciado que al término del campeonato pasaría a dirigir al Real Madrid, del cual, unas semanas antes, se había despedido Zidane tras ganar tres Copas de Europa consecutivas y gozar de la devoción de sus jugadores.
 Por cambiar, ha cambiado de pronto hasta el jefe de El Corte Inglés, que en su campo es una institución.
 Sin duda cada relevo es distinto y obedece a distintas circunstancias. 
Pero, sea como sea, en estas semanas se ha comprobado que este es un país de vaivenes y extremos, y de éstos no se sabe nunca cuál es peor.
 Uno de los más perniciosos efectos de la insoportable y prolongadísima corrupción de políticos, constructores y empresarios es que —en apariencia— se ha pasado a lo opuesto. De boquilla, claro está; sin entrenamiento previo; sin tradición de honradez; con los aspavientos y la ira inquisitorial de los conversos, es decir, de los hipócritas. 

Es como si se hubiera iniciado una competición por demostrar quién está más limpio, quién es más puro e incontaminado, quién más intransigente con los podridos, quién defenestra mejor a los sospechosos.
 Y claro, no nos engañemos: este, como Italia, es un país secularmente indulgente con los hurtos, las picardías, la transgresión leve, los pecados veniales, las pillerías.
 Es más, ha admirado todo eso, tácita o abiertamente. 
Ha envidiado a quienes osaban cometerlos y se salían con la suya y rehuían el castigo.
 No es esta una actitud de siglos remotos. Hace pocos años causaba incredulidad que, sabiéndose cuanto se sabía de la corrupción del PP de Valencia, este partido siguiera ganando allí elecciones generales, autonómicas, municipales, una y otra vez. 
Por no hablar del consentimiento catalán de décadas a los Pujol y al 3%. En casi todas las comunidades encontraríamos el mismo panorama, de Galicia a Baleares a Andalucía a Madrid. 
Esto era lamentable (¿era?), pero era nuestra historia y la verdad.
Ahora, de repente, el país se ha llenado de virtuosos que miran con lupa hasta el más insignificante curriculum de cualquiera, para ver si ha mentido o lo ha inflado, algo que probablemente hace o ha hecho el 80% de la población con curriculum.
 Se escudriñan las declaraciones de la renta, como si hubiera algún español (¿el 5% quizá?) que jamás hubiera intentado mejorar su tributación con algún recurso legal o semilegal. En esto, además, es difícil que nadie esté limpio, porque Hacienda se encargó de que todos metiéramos la pata: lo que un año admitía, al año siguiente o dos ya no, y a veces la falta era retroactiva. 
Uno ve clamar al cielo a políticos de lo más dudoso (ver a Monedero o Hernando con el manto de la Inmaculada produce irrisión), acusando con el dedo al individuo caído en desgracia o víctima de una cacería. 
Lo mismo a periodistas y tertulianos, muchos de los cuales habrán incurrido exactamente en lo mismo que el linchado de turno: lejos de mostrarle comprensión o solidaridad, se ensañan con él, sin caer en la cuenta de que ellos pueden ser los próximos.

 El resultado de esta falsa furia purificadora es el habitual en casos así: todo se agiganta y no hay matices; cualquier pequeña omisión es presentada como un grave crimen; alguien con una multa por haber aparcado mal corre el riesgo de acabar inhabilitado para cualquier cargo público, o docente, o empresarial; se confunde una infracción con un delito; se considera corrupto a quien meramente fue mal aconsejado o cometió un error; la buena fe está descartada y se presupone siempre la mala. 
Pero, como nuestra tradición es la que es (y éstas no cambian en un lustro ni dos), todo este espíritu flamígero es impostado, farisaico, artificial, suena a fanfarria y a farsa.
 Después de hacer la infinita vista gorda ante la corrupción más descarada, ahora toca no pasar una, con razón o sin ella. 
Darse golpes de pecho y exigir a los demás (eso es invariable: a los demás) una trayectoria sin tacha en todos los aspectos.
 Y aquí ya no apuntaré porcentajes: niños aparte, no hay en España un solo ciudadano con una trayectoria impoluta en todos los ámbitos de la vida.
 Lo peor es que quienes mejor lo saben son los políticos, los periodistas y los tertulianos que (con la honrosa excepción, que yo sepa, de Nativel Preciado y Carmelo Encinas, justo es reconocérselo) se han puesto últimamente el disfraz de la Purísima, sin pecado concebida.