¿Qué me hago, doctor?
"Mentiras, verdades y medias verdades sobre la medicina estética" fue el título elegido para la ponencia de la Dra. Ruiz del Cueto en el ciclo de conferencias presentado por la actriz Silvia Tortosa en El Corte Inglés.
En un ambiente coloquial, la doctora aclaró todas aquellas preguntas que también se plantean en su libro "Presume de Cuerpo", escrito junto a su socia y compañera Mar Mira, con la que se encarga de su exitosa clínica MIRA+CUETO.
El primer mito en caer es de las cremas antiarrugas. Tanto el colágeno como el ácido hialurónico son grandes moléculas proteicas que no pueden traspasar la barrera de la piel, eso sí, suponen una buena base de hidratación y por tanto, pueden actuar sobre aquellas arrugas más superficiales.
A la hora de elegir un cosmético, es importante tener en cuenta el orden de sus componentes (enumerados de mayor a menor cantidad) y la secuencia de su aplicación: primero sérum, después contorno de ojos (aplicado de fuera hacia dentro para facilitar el drenaje linfático), y por último la crema.
El tratamiento más demandado sigue siendo el botox. Éste, actúa sobre la conexión entre el nervio y el músculo, cortando el estímulo en aquellos músculos que provocan la caída del rostro. No debemos temer una pérdida de expresión ya que esto sólo ocurre cuando se aplica en exceso o mal.
Entre las técnicas más novedosas destacan la bioestimulación y los cócteles antioxidantes o reestructurantes intravenosos. ´La piel es nuestro órgano más extenso y el último en enterarse de todo´, de esta forma, la piel obtiene directamente aquello que necesita.
No siempre lo más caro es lo mejor, sino que debemos buscar la solución que mejor se ajuste a nuestro problema y contar con la supervisión de un experto.
7 abr 2011
Dichos Populares
ORIGEN DEL DICHO POPULAR "A BUENAS HORAS MANGAS VERDES"
Esta expresión la utilizamos cuando alguien toma una determinación tarde o fuera de plazo y cuando realiza la acción es ya casi inservible.
El origen de esta expresión es muy curioso y posee gran arraigo histórico. Nos tenemos que remontar a finales del siglo XV y tenemos que fijarnos en el cuerpo de policía rural creada por los Reyes Católicos llamado la Santa Hermandad, que perseguía todo tipo de delitos, pero principalmente los relacionados con la fe en relación directa con la Inquisión. Sus miembros vestían unas casacas con mangas verdes y no se caracterizaban precisamente por su puntualidad, de ahí que se dijera esta expresión de "a buenas horas, mangas verdes" que ha llegado hasta nuestros días.
También se dice que este dicho proviene de la Guardia Urbana creada en el siglo XIX por el Sr. Conde de Romanones y llamados los componentes de la misma por extensión "Romanones" que llevaban un uniforme compuesto de guerrera cruzada y pantalón en color azul marino con las bocamangas de la guerrera en verde, tocados de gorro colonial igual al que aún usan los policías ingleses, y armados con un gran sable a la cintura. Era típico que en los momentos de alteraciones del orden público tardaban mucho más de lo normal en acudir a los requerimientos de la autoridad.
LA "TORTILLA FRANCESA" NO ES UN ALIMENTO PROCEDENTE DE FRANCIA, SINO DE ESPAÑA
La "tortilla francesa" es un plato típico fácil de preparar consistente en batir huevo y hacer en una sartén con un poco de aceite o manteca, según el lugar.
Pero a pesar de lo que muchos piensan, la tortilla francesa no tiene su origen en nuestro país vecino (Francia), sino que es originario de España.
Para conocer su procedencia nos tenemos que remontar a la Guerra de la Independencia, con los bloqueos empezaron a escasear algunos alimentos, incluyendo las patatas, que como sabemos es un ingrediente necesario para elaborar una tortilla española.
Es así como se empezaron a elaborar tortillas simples, sin patatas, que el pueblo denominó a modo jocoso "tortilla francesa".
Esta expresión la utilizamos cuando alguien toma una determinación tarde o fuera de plazo y cuando realiza la acción es ya casi inservible.
El origen de esta expresión es muy curioso y posee gran arraigo histórico. Nos tenemos que remontar a finales del siglo XV y tenemos que fijarnos en el cuerpo de policía rural creada por los Reyes Católicos llamado la Santa Hermandad, que perseguía todo tipo de delitos, pero principalmente los relacionados con la fe en relación directa con la Inquisión. Sus miembros vestían unas casacas con mangas verdes y no se caracterizaban precisamente por su puntualidad, de ahí que se dijera esta expresión de "a buenas horas, mangas verdes" que ha llegado hasta nuestros días.
También se dice que este dicho proviene de la Guardia Urbana creada en el siglo XIX por el Sr. Conde de Romanones y llamados los componentes de la misma por extensión "Romanones" que llevaban un uniforme compuesto de guerrera cruzada y pantalón en color azul marino con las bocamangas de la guerrera en verde, tocados de gorro colonial igual al que aún usan los policías ingleses, y armados con un gran sable a la cintura. Era típico que en los momentos de alteraciones del orden público tardaban mucho más de lo normal en acudir a los requerimientos de la autoridad.
LA "TORTILLA FRANCESA" NO ES UN ALIMENTO PROCEDENTE DE FRANCIA, SINO DE ESPAÑA
La "tortilla francesa" es un plato típico fácil de preparar consistente en batir huevo y hacer en una sartén con un poco de aceite o manteca, según el lugar.
Pero a pesar de lo que muchos piensan, la tortilla francesa no tiene su origen en nuestro país vecino (Francia), sino que es originario de España.
Para conocer su procedencia nos tenemos que remontar a la Guerra de la Independencia, con los bloqueos empezaron a escasear algunos alimentos, incluyendo las patatas, que como sabemos es un ingrediente necesario para elaborar una tortilla española.
Es así como se empezaron a elaborar tortillas simples, sin patatas, que el pueblo denominó a modo jocoso "tortilla francesa".
La edad de la inocencia
La vida encorsetada.
La existencia que se asfixia entre imposturas y prejuicios y mezquindades.
Y el mundo nuevo que apenas intenta abrirse paso en la incipiente sociedad de una pequeña Nueva York de finales del siglo XIX.
Tiempo y espacio en transición que empieza a dejar muchas cosas en el camino, pero donde aún la mujer sigue siendo la diana de comentarios (Más de un siglo después mucho hemos ganado, pero poco evolucionado como se ve en comentarios como los del alcalde de Valladolid, Javier León de la Riva).
Esta es una aproximación a La edad de la inocencia, la novela con la cual Edith Wharton (Nueva York, 1862-París, 1937) obtuvo el Premio Pulitzer en 1921, y que ahora RBA edita en edición de bolsillo.
Un exquisito y crítico panorama articulado a través de un amor frustrado donde intervienen el elegante y comprensivo Archer; su prometida y esposa después, la ingenua y defensora de su futuro May Welland; y la recién llegada y divorciada y prima de May, la hermosa condesa Olenska.
Todos en el centro de un vértice amoroso y pasional cuyas decisiones y consecuencias acompañará a sus personajes por siempre al conformarse con vivir en un mundo perfecto agrietado de infelicidades.
Buen momento para hablar de una gran novela y de una escritora magistral.
Emparentada con obras como Anna Karenina, de Tolstoi, por lo que tiene de fresco de una sociedad y una infidelidad, un adulterio, pero escrito aquí por una mujer, La edad de la inocencia no sólo es la pugna entre un mundo nuevo que desplaza al antiguo, aunque queden raíces de éste, y de un amor y una pasión "prohibidas" sino también, y, sobre todo, un retrato de las desigualdades y los prejuicios.
De la manera como la mujer empieza a buscar su sitio de manera independiente y encuentra obstáculos.
La novela tiene tres aspectos clave: Libertad para amar, para decidir el camino a seguir, el libre albedrío, para bien y para mal; Prejuicios de una sociedad que se rige por cuestiones de clase y machismo; y Urdir, el pasatiempo favorito de una gente que crea y fortalece su vida a partir de confabulaciones, y traiciones, a favor o en contra de alguien según la conveniencia de lo que consideran es bueno para ellos y su mundo preestablecido; y sin ninguna compasión. Con todo ello, Edith Wharton abre las puertas de las casas y mansiones neoyorquinas, transmite el abanico de emociones de los personajes mientras esparce su historia de crítica a través de comentarios acerados.
La condesa Olenska y Newland Archer son víctimas de la época y de sí mismos; incluso May.
Lo leímos primero y lo comprobámos después en la versión que llevara al cine Martin Scorsese.
Desde entonces, 1993, la condesa siempre tendrá la belleza melancólica de Michelle Pfeiffer y Archer el porte y el magnetismo de Daniel Day-Lewis, en unas magníficas interpretaciones (creo recordar que la revista Time le dio la portada al actor que también había estrenado En el nombre del padre y tituló con una sola palabra: "Camaleón"). Lo mejor es recordar algunos de los pasajes de esta imprescindible
La edad de la inocencia para disfrutar de su lectura y comprobar que muchas cosas cambian pero no evolucionan del todo y aquel Nueva York está hoy en cualquier lugar con otro maquillaje:
"En aquellos días, la sociedad neoyorquina era tan pequeña y escasa de recursos que todo el mundo (incluidos los mozos de establo, los mayordomos y los cocineros) sabían perfectamente en qué noches no tenía compromisos la gente.
Por consiguiente, los receptores de las invitaciones de Mrs. Mingott no tuvieron dificultad alguna para demostrar con toda crueldad su determinación de no conocer a la condesa Olenska".
En otro pasaje, escribe Wharton:
"Madame Olenska, quitándose la capa, se sentó en uno de los sillones. Archer se apoyó en la chimenea y la miró.
- Ahora te ríes, pero, cuando me escribiste estabas triste, dijo.
-Sí -repuso ella e hizo una pausa-. Pero no puedo sentirme triste cuando tú estás aquí.
- No me quedaré mucho rato -replicó Archer, apretando los labios con el esfuerzo de decir solo lo necesario y nada más.
- No, ya lo sé. Pero yo soy imprevisible, vivo en el momento cuando soy feliz.
Las palabras se introdujeron en él como una tentación, y, para cerrarle los sentidos se apartó de la chimenea y miró hacia fuera, hacia los troncos de los árboles contra la nieve. Pero fue como si ella también cambiara de lugar porque todavía la veía, entre él y los árboles, inclinada sobre el fuego con su sonrisa indolente.
El corazón de Archer latía sin que pudiera dominarlo.
¿Y si era de él de quien ella huía, y si había esperado para decírselo hasta que estuvieran solos en este cuarto?".
La edad de la inocencia. Edith Wharton. Traducción de María Rosa Dunhart. RBA. Barcelona, 2010. También está la edición de Tusquets con traducción de Manuel Sáenz de Heredia
La existencia que se asfixia entre imposturas y prejuicios y mezquindades.
Y el mundo nuevo que apenas intenta abrirse paso en la incipiente sociedad de una pequeña Nueva York de finales del siglo XIX.
Tiempo y espacio en transición que empieza a dejar muchas cosas en el camino, pero donde aún la mujer sigue siendo la diana de comentarios (Más de un siglo después mucho hemos ganado, pero poco evolucionado como se ve en comentarios como los del alcalde de Valladolid, Javier León de la Riva).
Esta es una aproximación a La edad de la inocencia, la novela con la cual Edith Wharton (Nueva York, 1862-París, 1937) obtuvo el Premio Pulitzer en 1921, y que ahora RBA edita en edición de bolsillo.
Un exquisito y crítico panorama articulado a través de un amor frustrado donde intervienen el elegante y comprensivo Archer; su prometida y esposa después, la ingenua y defensora de su futuro May Welland; y la recién llegada y divorciada y prima de May, la hermosa condesa Olenska.
Todos en el centro de un vértice amoroso y pasional cuyas decisiones y consecuencias acompañará a sus personajes por siempre al conformarse con vivir en un mundo perfecto agrietado de infelicidades.
Buen momento para hablar de una gran novela y de una escritora magistral.
Emparentada con obras como Anna Karenina, de Tolstoi, por lo que tiene de fresco de una sociedad y una infidelidad, un adulterio, pero escrito aquí por una mujer, La edad de la inocencia no sólo es la pugna entre un mundo nuevo que desplaza al antiguo, aunque queden raíces de éste, y de un amor y una pasión "prohibidas" sino también, y, sobre todo, un retrato de las desigualdades y los prejuicios.
De la manera como la mujer empieza a buscar su sitio de manera independiente y encuentra obstáculos.
La novela tiene tres aspectos clave: Libertad para amar, para decidir el camino a seguir, el libre albedrío, para bien y para mal; Prejuicios de una sociedad que se rige por cuestiones de clase y machismo; y Urdir, el pasatiempo favorito de una gente que crea y fortalece su vida a partir de confabulaciones, y traiciones, a favor o en contra de alguien según la conveniencia de lo que consideran es bueno para ellos y su mundo preestablecido; y sin ninguna compasión. Con todo ello, Edith Wharton abre las puertas de las casas y mansiones neoyorquinas, transmite el abanico de emociones de los personajes mientras esparce su historia de crítica a través de comentarios acerados.
La condesa Olenska y Newland Archer son víctimas de la época y de sí mismos; incluso May.
Lo leímos primero y lo comprobámos después en la versión que llevara al cine Martin Scorsese.
Desde entonces, 1993, la condesa siempre tendrá la belleza melancólica de Michelle Pfeiffer y Archer el porte y el magnetismo de Daniel Day-Lewis, en unas magníficas interpretaciones (creo recordar que la revista Time le dio la portada al actor que también había estrenado En el nombre del padre y tituló con una sola palabra: "Camaleón"). Lo mejor es recordar algunos de los pasajes de esta imprescindible
La edad de la inocencia para disfrutar de su lectura y comprobar que muchas cosas cambian pero no evolucionan del todo y aquel Nueva York está hoy en cualquier lugar con otro maquillaje:
"En aquellos días, la sociedad neoyorquina era tan pequeña y escasa de recursos que todo el mundo (incluidos los mozos de establo, los mayordomos y los cocineros) sabían perfectamente en qué noches no tenía compromisos la gente.
Por consiguiente, los receptores de las invitaciones de Mrs. Mingott no tuvieron dificultad alguna para demostrar con toda crueldad su determinación de no conocer a la condesa Olenska".
En otro pasaje, escribe Wharton:
"Madame Olenska, quitándose la capa, se sentó en uno de los sillones. Archer se apoyó en la chimenea y la miró.
- Ahora te ríes, pero, cuando me escribiste estabas triste, dijo.
-Sí -repuso ella e hizo una pausa-. Pero no puedo sentirme triste cuando tú estás aquí.
- No me quedaré mucho rato -replicó Archer, apretando los labios con el esfuerzo de decir solo lo necesario y nada más.
- No, ya lo sé. Pero yo soy imprevisible, vivo en el momento cuando soy feliz.
Las palabras se introdujeron en él como una tentación, y, para cerrarle los sentidos se apartó de la chimenea y miró hacia fuera, hacia los troncos de los árboles contra la nieve. Pero fue como si ella también cambiara de lugar porque todavía la veía, entre él y los árboles, inclinada sobre el fuego con su sonrisa indolente.
El corazón de Archer latía sin que pudiera dominarlo.
¿Y si era de él de quien ella huía, y si había esperado para decírselo hasta que estuvieran solos en este cuarto?".
La edad de la inocencia. Edith Wharton. Traducción de María Rosa Dunhart. RBA. Barcelona, 2010. También está la edición de Tusquets con traducción de Manuel Sáenz de Heredia
Duelo en el Reina Sofía por el último grito de Enrique Morente
La hija del cantaor habla entre lágrimas en la presentación del último trabajo de su padre
Era previsible que la presentación en el Reina Sofía de la película Morente.
El barbero de Picasso iba a estar cargada con los truenos de la emoción.
Emoción por ver el grito del cantaor frente al Guernica en la película que filmó semanas antes de morir y emoción por ver a su hija, Estrella Morente, hablar del filme que ella y los suyos se niegan a ver.
Como dijo la bella primogénita del cantaor, la emoción no se lleva bien con la serenidad y pedirle sangre fría a la hora de hablar de su padre es hoy por hoy pedirle mucho.
"Es un día doloroso y mágico", dijo Estrella Morente, flanqueada por su marido, Javier Conde, y el director del filme, Emilio R. Barrachina.
"Presentamos la película hace unos días en Málaga pero no era lo mismo.
Estar hoy aquí, en el museo Reina Sofía, haberle dado la mano a su director y que él me haya dedicado esas palabras sobre la humanidad de mi padre ha sido devastador. La serenidad y la emoción no se llevan bien.
Y mi padre era una maravilla. Es una maravilla".
La cantante siguió hasta romper a llorar pero sin dejar de hablar: "No he visto la película porque no puedo verla, porque ninguno de nosotros puede verla. Porque mi padre sale como nosotros le recordamos, porque no he visto a mi padre enfermo, ni con una medicina en la mesilla de noche.
Porque solo le vi en un hospital y ya no le vi más. Y yo no sé dónde está mi padre.
Y lloro porque no me importa llorar, porque esto es un calvario, levantarnos cada mañana sin él es un sacrificio, nos hemos quedado sin alma.
Gracias por permitirme estar aquí con este dolor".
A las palabras de Estrella Morente se sumaron las de Pedro Arias, el hijo de Eugenio Arias, el barbero de Picasso, el otro protagonista de la película Morente, cuyas imágenes de archivo de este personaje están entre lo más destacable del filme de Emilio R. Barrachina.
"Esta película es un himno a la amistad", dijo Arias, recién llegado de París. "Yo, que también he sabido lo que es un padre amigo y amante de la amistad, entiendo perfectamente este afecto entre los miembros de una familia del que habla la película". Estrella Morente le dedicó al hijo de Eugenio Arias una sonrisa de complicidad y agradecimiento.
"No hay arte sin amistad", replicó él.
Morente, un filme de 90 minutos e irregular intensidad, gira sobre textos de Picasso y cantes flamencos.
Se suceden momentos de escenario, ensayos y charlas familiares. Entre lo más memorable están una conversación al móvil en un bar de Barcelona (actuaba el 24 de septiembre en el Liceo), las indicaciones a sus músicos o una tromba de agua en un concierto en Buitrago de Lozoya.
Entre lo impagable, volver a escuchar a Morente decir las cosas como las decía. Cuando le preguntan a Aurora Carbonell por su marido le bastan pocas palabras para intuir su incondicional entrega: "Hay que dar gracias a la vida por estar a su lado.
Yo nunca dejé mi carrera porque mi carrera era él". Más tarde, en ese bar de Barcelona, el cantaor habla de ella: "Cuando está enfadada las orejas peligran. Es un gran persona, una gran mujer, pero tiene su genio".
Barrachina recordó que la intención de Morente ante el Guernica no era cantar sino solo gritar.
"Luego cantó por seguiriyas y las llamó las seguiriyas del Reina Sofía".
Morente pensaba en la película como en la grabación de boda, con sensaciones y emociones.
En una escena les explica a sus músicos que lo importante es ser fiel al tema que se trata y a uno mismo. "¿Y como se canta un genocidio? ¿Por guajiras? No.
El concepto es otro (...) Hay que hacer una soleá más abstracta, marcando los silencios".
El director del filme insistió en exceso en comparar a su película con una obra picasiana y al propio Morente con el pintor malagueño.
Su hija, sin embargo, hizo honor a su memoria: "Él siempre negaría que está a altura de Picasso, aunque para mi lo esté".
Era previsible que la presentación en el Reina Sofía de la película Morente.
El barbero de Picasso iba a estar cargada con los truenos de la emoción.
Emoción por ver el grito del cantaor frente al Guernica en la película que filmó semanas antes de morir y emoción por ver a su hija, Estrella Morente, hablar del filme que ella y los suyos se niegan a ver.
Como dijo la bella primogénita del cantaor, la emoción no se lleva bien con la serenidad y pedirle sangre fría a la hora de hablar de su padre es hoy por hoy pedirle mucho.
"Es un día doloroso y mágico", dijo Estrella Morente, flanqueada por su marido, Javier Conde, y el director del filme, Emilio R. Barrachina.
"Presentamos la película hace unos días en Málaga pero no era lo mismo.
Estar hoy aquí, en el museo Reina Sofía, haberle dado la mano a su director y que él me haya dedicado esas palabras sobre la humanidad de mi padre ha sido devastador. La serenidad y la emoción no se llevan bien.
Y mi padre era una maravilla. Es una maravilla".
La cantante siguió hasta romper a llorar pero sin dejar de hablar: "No he visto la película porque no puedo verla, porque ninguno de nosotros puede verla. Porque mi padre sale como nosotros le recordamos, porque no he visto a mi padre enfermo, ni con una medicina en la mesilla de noche.
Porque solo le vi en un hospital y ya no le vi más. Y yo no sé dónde está mi padre.
Y lloro porque no me importa llorar, porque esto es un calvario, levantarnos cada mañana sin él es un sacrificio, nos hemos quedado sin alma.
Gracias por permitirme estar aquí con este dolor".
A las palabras de Estrella Morente se sumaron las de Pedro Arias, el hijo de Eugenio Arias, el barbero de Picasso, el otro protagonista de la película Morente, cuyas imágenes de archivo de este personaje están entre lo más destacable del filme de Emilio R. Barrachina.
"Esta película es un himno a la amistad", dijo Arias, recién llegado de París. "Yo, que también he sabido lo que es un padre amigo y amante de la amistad, entiendo perfectamente este afecto entre los miembros de una familia del que habla la película". Estrella Morente le dedicó al hijo de Eugenio Arias una sonrisa de complicidad y agradecimiento.
"No hay arte sin amistad", replicó él.
Morente, un filme de 90 minutos e irregular intensidad, gira sobre textos de Picasso y cantes flamencos.
Se suceden momentos de escenario, ensayos y charlas familiares. Entre lo más memorable están una conversación al móvil en un bar de Barcelona (actuaba el 24 de septiembre en el Liceo), las indicaciones a sus músicos o una tromba de agua en un concierto en Buitrago de Lozoya.
Entre lo impagable, volver a escuchar a Morente decir las cosas como las decía. Cuando le preguntan a Aurora Carbonell por su marido le bastan pocas palabras para intuir su incondicional entrega: "Hay que dar gracias a la vida por estar a su lado.
Yo nunca dejé mi carrera porque mi carrera era él". Más tarde, en ese bar de Barcelona, el cantaor habla de ella: "Cuando está enfadada las orejas peligran. Es un gran persona, una gran mujer, pero tiene su genio".
Barrachina recordó que la intención de Morente ante el Guernica no era cantar sino solo gritar.
"Luego cantó por seguiriyas y las llamó las seguiriyas del Reina Sofía".
Morente pensaba en la película como en la grabación de boda, con sensaciones y emociones.
En una escena les explica a sus músicos que lo importante es ser fiel al tema que se trata y a uno mismo. "¿Y como se canta un genocidio? ¿Por guajiras? No.
El concepto es otro (...) Hay que hacer una soleá más abstracta, marcando los silencios".
El director del filme insistió en exceso en comparar a su película con una obra picasiana y al propio Morente con el pintor malagueño.
Su hija, sin embargo, hizo honor a su memoria: "Él siempre negaría que está a altura de Picasso, aunque para mi lo esté".
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