Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

7 abr 2011

La edad de la inocencia

La vida encorsetada.
 La existencia que se asfixia entre imposturas y prejuicios y mezquindades.
 Y el mundo nuevo que apenas intenta abrirse paso en la incipiente sociedad de una pequeña Nueva York de finales del siglo XIX.
 Tiempo y espacio en transición que empieza a dejar muchas cosas en el camino, pero donde aún la mujer sigue siendo la diana de comentarios (Más de un siglo después mucho hemos ganado, pero poco evolucionado como se ve en comentarios como los del alcalde de Valladolid, Javier León de la Riva).
Esta es una aproximación a La edad de la inocencia, la novela con la cual Edith Wharton (Nueva York, 1862-París, 1937) obtuvo el Premio Pulitzer en 1921, y que ahora RBA edita en edición de bolsillo.
Un exquisito y crítico panorama articulado a través de un amor frustrado donde intervienen el elegante y comprensivo Archer; su prometida y esposa después, la ingenua y defensora de su futuro May Welland; y la recién llegada y divorciada y prima de May, la hermosa condesa Olenska.
 Todos en el centro de un vértice amoroso y pasional cuyas decisiones y consecuencias acompañará a sus personajes por siempre al conformarse con vivir en un mundo perfecto agrietado de infelicidades.



Buen momento para hablar de una gran novela y de una escritora magistral.
Emparentada con obras como Anna Karenina, de Tolstoi, por lo que tiene de fresco de una sociedad y una infidelidad, un adulterio, pero escrito aquí por una mujer, La edad de la inocencia no sólo es la pugna entre un mundo nuevo que desplaza al antiguo, aunque queden raíces de éste, y de un amor y una pasión "prohibidas" sino también, y, sobre todo, un retrato de las desigualdades y los prejuicios.
 De la manera como la mujer empieza a buscar su sitio de manera independiente y encuentra obstáculos.
La novela tiene tres aspectos clave: Libertad para amar, para decidir el camino a seguir, el libre albedrío, para bien y para mal; Prejuicios de una sociedad que se rige por cuestiones de clase y machismo; y Urdir, el pasatiempo favorito de una gente que crea y fortalece su vida a partir de confabulaciones, y traiciones, a favor o en contra de alguien según la conveniencia de lo que consideran es bueno para ellos y su mundo preestablecido; y sin ninguna compasión. Con todo ello, Edith Wharton abre las puertas de las casas y mansiones neoyorquinas, transmite el abanico de emociones de los personajes mientras esparce su historia de crítica a través de comentarios acerados.





La condesa Olenska y Newland Archer son víctimas de la época y de sí mismos; incluso May.
 Lo leímos primero y lo comprobámos después en la versión que llevara al cine Martin Scorsese.
Desde entonces, 1993, la condesa siempre tendrá la belleza melancólica de Michelle Pfeiffer y Archer el porte y el magnetismo de Daniel Day-Lewis, en unas magníficas interpretaciones (creo recordar que la revista Time le dio la portada al actor que también había estrenado En el nombre del padre y tituló con una sola palabra: "Camaleón"). Lo mejor es recordar algunos de los pasajes de esta imprescindible
La edad de la inocencia para disfrutar de su lectura y comprobar que muchas cosas cambian pero no evolucionan del todo y aquel Nueva York está hoy en cualquier lugar con otro maquillaje:





"En aquellos días, la sociedad neoyorquina era tan pequeña y escasa de recursos que todo el mundo (incluidos los mozos de establo, los mayordomos y los cocineros) sabían perfectamente en qué noches no tenía compromisos la gente.
Por consiguiente, los receptores de las invitaciones de Mrs. Mingott no tuvieron dificultad alguna para demostrar con toda crueldad su determinación de no conocer a la condesa Olenska".










En otro pasaje, escribe Wharton:






"Madame Olenska, quitándose la capa, se sentó en uno de los sillones. Archer se apoyó en la chimenea y la miró.






- Ahora te ríes, pero, cuando me escribiste estabas triste, dijo.






-Sí -repuso ella e hizo una pausa-. Pero no puedo sentirme triste cuando tú estás aquí.






- No me quedaré mucho rato -replicó Archer, apretando los labios con el esfuerzo de decir solo lo necesario y nada más.






- No, ya lo sé. Pero yo soy imprevisible, vivo en el momento cuando soy feliz.




Las palabras se introdujeron en él como una tentación, y, para cerrarle los sentidos se apartó de la chimenea y miró hacia fuera, hacia los troncos de los árboles contra la nieve. Pero fue como si ella también cambiara de lugar porque todavía la veía, entre él y los árboles, inclinada sobre el fuego con su sonrisa indolente.
El corazón de Archer latía sin que pudiera dominarlo.
¿Y si era de él de quien ella huía, y si había esperado para decírselo hasta que estuvieran solos en este cuarto?".



La edad de la inocencia. Edith Wharton. Traducción de María Rosa Dunhart. RBA. Barcelona, 2010. También está la edición de Tusquets con traducción de Manuel Sáenz de Heredia

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