Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

31 may 2018

Guía para no perderse en la recta final del culebrón de ‘Supervivientes 2018’

El 'reality' de Telecinco se acerca a su término mientras los concursantes traman alianzas y enfrentamientos que cambian casi a diario.

Guía para no perderse en la recta final del culebrón de ‘Supervivientes 2018’

 Contaba recientemente Alfredo Ereño, director general de Bulldog TV, a EL PAÍS que el hecho de que haya cuatro programas de Supervivientes a la semana —cuando tuvo lugar esa conversación eran tres programas semanales y ya parecían muchos— obliga al formato "a buscar personajes verdaderamente cañeros que den contenido de un día para otro". 

También aseguraba que "lejos de agotar el formato, lo que ha hecho es generar más adicción".

 Las cifras de audiencia dan la razón a Ereño.

 Supervivientes sigue siendo un seguro de buenos datos para Telecinco sobre todo gracias a las habilidades televisivas de los personajes, que con sus alianzas y rencillas, amistades y enfados, han creado un culebrón-reality que mantiene a los espectadores pegados a la pantalla día tras día. 

Pero, ¿en qué punto se encuentra Supervivientes y cómo hemos llegado hasta aquí? 

Esta es una breve guía básica para no perderse en este culebrón ahora que se acerca la recta final:

Sofía, la salsa del programa

Ha sido la gran protagonista de esta edición de Supervivientes
La ganadora de Gran Hermano 16, ya casi profesional de los realities a sus 21 años, ha dado tanto juego que muchos de los movimientos desde el programa a lo largo de esta edición han girado a su alrededor.
 De partida, su presencia en Honduras era la excusa perfecta para que su entonces novio, Alejandro Albalá, fuera su defensor en el plató, donde coincidía con su todavía mujer, Isa Pantoja, defensora a su vez de otro de los concursantes, Alberto Isla.
 Sin embargo, el acercamiento entre Sofía y Logan, otro de los participantes, hizo que Alejandro decidiera romper con ella, decisión que se la comunicó cara a cara en los Cayos Cochinos.
Tras el abandono de Adrián Rodríguez y María Lapiedra y la expulsión disciplinaria de Saray Montoya, el programa buscó un sustituto, y lo encontró, casualmente, en Hugo Paz, exnovio de Sofía, que en la isla encontró en Logan y Sergio a dos amigos con los que hacer piña frente a Suescun.
 Sin embargo, tras un cambio de actitud de Sofía, Logan y ella volvieron a acercar posturas con el Maestro Joao como alcahuete. Cuando la relación entre los dos parecía que podía ir a más, Supervivientes envió a la isla refuerzos con el regreso de Alejandro Albalá, que volvía como fantasma del futuro, es decir, primer concursante confirmado para Supervivientes 2019
Y, de nuevo, las cosas han vuelto a dar un giro de guion y ahora Logan y Sofía vuelven a ser enemigos (él la nominó, poniendo a sus amigos por delante de ella) y la estancia de Alejandro en Honduras podría haber reavivado los sentimientos entre los dos.
Todo un culebrón que ha llevado a sus protagonistas a estar muy bien situados de cara a la final del programa.
Sofía Suescun.
Sofía Suescun.
  El Maestro Joao, el personaje
Otro de los concursantes que han llegado a la recta final de Supervivientes 2018 es Joao Joaquín Castejón, astrólogo que presenta un programa de televisión de tarot y que ha tirado de buen humor y simpatía para convertirse en uno de los grandes descubrimientos de esta edición.
 Quizá no tanto por sus habilidades como superviviente, pero sí por el juego que da en las conexiones con Jorge Javier Vázquez, que ha encontrado en Joao a un gran aliado para sus bromas.
 Además, con su buen humor y sus ocurrencias ha hecho más llevadera la estancia a los concursantes, que han encontrado en él alguien que les escucha y aconseja.
- María Jesús Ruiz, con viaje de ida y vuelta
Miss España en 2004, María Jesús Ruiz ha llegado también a la recta final (está nominada junto a Sofía Suescun y Raquel Mosquera, lo que hace peligrar su permanencia en el programa) con la cabeza casi rapada después de cambiar su pelo por tres pollos y una tarta de chocolate. 
El hambre pudo más y la concursante prefirió comer a mantener su imagen.
 Antes, Ruiz tuvo que viajar a España por unos días para declarar como testigo en el juicio contra su expareja, José María Gil Salgado, y padre de su hija mayor, por supuestos malos tratos por una denuncia que ella interpuso.
 Durante el viaje y su estancia en España, la concursante permaneció en total aislamiento y solo tuvo relación con su abogado, además de seguir alimentada con la misma comida que el resto de concursantes: 50 gramos de arroz y una porción pequeña de pescado. 
 
María Jesús Ruiz y el Maestro Joao.
María Jesús Ruiz y el Maestro Joao.
- Raquel Mosquera, la superviviente
Una firme candidata a ganar el programa es la viuda de Pedro Carrasco.
 Aunque comenzó la edición pasando desapercibida, siempre ha mantenido una buena actitud e imagen.
 En las últimas semanas ha ido ganando protagonismo por su amistad con Sofía y la visita de su marido Isi en la isla. 
Su actitud luchadora y, al mismo tiempo, conciliadora, la sitúan en muy buena posición para llegar, como mínimo, a la final.

 

Libros que rompen con el estereotipo de princesa..... Adrián Cordellat

Las princesas han sido (y son) un personaje recurrente en la literatura infantil.
 Mujeres bellas, atractivas y delicadas, pero habitualmente con nula capacidad de opinión o decisión sobre sus vidas, siempre a merced de la voluntad de sus padres o del príncipe azul de turno.
 En los últimos años, sin embargo, esa imagen de princesa se ha ido resquebrajando (literariamente) por la aparición de álbumes ilustrados infantiles que, inmersos en la creciente corriente del movimiento feminista, buscan dar la vuelta y hacer reflexionar a sus lectores, padres e hijos, sobre este estereotipo que poco o nada tiene que ver con la igualdad que debería imperar hoy en día.
En la colección de cuentos escritos por Fink e ilustrados por Pitu Saa encontramos como protagonistas a mujeres de lo más variopintas, entre otras la artista Fridha Khalo, la guerrera boliviana Juana Azurduy o la política argentina Eva Perón. 
Todas ellas, según la escritora, mujeres “reales, que no tienen títulos de nobleza, que cambiaron el mundo desde sus lugares, que remaron contra la corriente y gracias a ellas hoy tenemos un poco más de libertad.
 Mujeres que no se quedaron esperando que los salvara un príncipe azul, sino que salieron en busca de sus deseos y de sus sueños de libertad”.
Afirma Nadia Fink que con la colección Otras Princesas no pretenden que las niñas dejen de leer cuentos de princesas, “sino mostrarles que hubo otras mujeres”.
 En ese sentido, añade la autora que toda niña y toda mujer “tiene una disputa interna entre lo que sueña ser y lo que la cultura le pide que sea”, un dilema moral en el que la antiprincesa constituiría esa parte de a mujer “que resiste a los mandatos en cada acto disidente: cuando salimos a buscar trabajo, cuando nos ayudamos entre nosotras, cuando estudiamos para ser mejores, cuando nos queremos un poco más (a nuestros cuerpos sobre todo), cuando educamos, cuando aprendemos, cuando amamos”.

¿Hay algo más aburrido que ser una princesa rosa?

Más de 15.000 ejemplares vendidos lleva ya el que seguramente es el álbum ilustrado en castellano más exitoso en este ámbito. 
Lo escribió e ilustró la sevillana Raquel Díaz Reguera y lo publicó en 2010, mucho antes del auge del movimiento feminista actual, Thule Editorial.
 Hace un año y medio, con motivo de la décima edición, Raquel revisó ilustraciones y el libro se publicó en formato más grande y con un papel de mayor calidad. 
Ya se ha reeditado tres veces más. “Aún me sorprende el éxito”, concede la ilustradora, que también ha podido ver con asombro como su obra daba el salto a los escenarios de la mano de la adaptación teatral de Paco Mir (Tricicle).
Cuenta Raquel que escribió el libro para su hija Violeta, que quería jugar de forma recurrente a ser una princesa rosa rescatada por el príncipe azul de las garras de un dragón o de las fauces de un lobo feroz.
 “Entonces yo le preguntaba: ¿no sería mejor que te rescataras tú solita? ¿no es más divertido salir en busca del dragón que esperar a que un príncipe lo capture para ti? ¿y si el príncipe no aparece? ¿y no crees que es muy aburrido estar todo el día esperando, esperando y esperando a que llegue el príncipe?
 Y así surgió el cuento, sin más pretensión que la de intentar que una niña de seis años me explicara a mi qué resulta atractivo de ser una princesa rosa o una mujer florero”, explica

Las princesas más valientes

El último libro en sumarse a esta corriente ha sido Las princesas más valientes (NubeOcho Ediciones), escrito por la norteamericana de padres mexicanos Dolores Brown e ilustrado por la alemana Sonja Wimmer, un álbum que nos presenta a diferentes mujeres y niñas anónimas, con las que nos podríamos cruzar cada día en la calle sin reparar en que, a su modo, también son princesas.
"Las princesas más valientes somos todas nosotras.
 Madres, hermanas, hijas, amigas.... Mujeres que existimos.
 Con un nombre.
 Con un parche en el ojo o con un aparato en los dientes.
 Somos princesas incluso con cosas que en el pasado podrían habernos dado vergüenza. 
No tenemos vergüenza de estar divorciadas o de ser madres solteras.
 Somos princesas de diferentes orígenes, somos traductoras, cajeras de supermercado, bomberas, astronautas... Profesiones que tradicionalmente eran para los hombres pueden ser realizadas también por nosotras. 
Somos princesas que hablamos de igualdad y que tenemos maridos que son amos de casa, somos princesas que no tenían visibilidad antes. 
Princesas en sillas de ruedas, princesas con el síndrome de Down. Todas, todas nosotras, somos princesas”, argumenta Dolores Brown.
Para la escritora nacida en Miami, una sociedad que aspira a la igualdad y es crítica “obviamente debe desmontar el mito de princesa estereotipada”, una alternativa al auge como demuestra, en su opinión, que “incluso Disney quiera hablar de princesas aguerridas” o que muchas marcas quieran apuntarse al carro con un objetivo más marketiniano: 
“No lo hacen del todo bien y no son suficientemente críticas, pero lo valoro positivamente porque es importante que empiecen a acercarse al tema y que se hable de igualdad”.

Cambiar el estereotipo de princesa

¿Es necesario cambiar el estereotipo de princesa tradicional, acabar con él en cierto modo?
 Para Nadia Fink es necesario “porque las violencias de género parten desde allí mismo, desde los estereotipos que nos imponen de niñas y niños”. 
Al respecto, añade la escritora argentina que cuando mostramos a los niños un mundo donde la supuesta belleza femenina tiene que ver con una debilidad dependiente, en que los hombres pueden decidir sobre los cuerpos de ellas y en que la felicidad solo está entre las cuatro paredes del castillo “estamos determinando conductas que entran en conflicto con la realidad y que el día de mañana se convierten en violencias”.

Raquel Díaz Reguera, por su parte, cree que la princesa rosa debe seguir existiendo en los cuentos, del mismo modo en que deben hacerlo “los príncipes azules, los gatos parlantes o los sapos encantados”.
 Sin embargo, destaca la importancia de esta otra literatura infantil para que las niñas “aspiren a mucho más que a ser princesas rosas”. En ese sentido, considera que la literatura infantil es una herramienta que, “además de servir para entretener, divertir, disfrutar, soñar y todas las opciones que ofrecen los libros, puede servir también para que los niños y niñas y maestros y adultos reflexionen y reflexionemos sobre estos temas”.

Para Dolores Brown, por último, si en la literatura infantil se habla de igualdad esto contribuirá a crear una juventud “crítica que, quizás, con suerte, ayudará a transformar la sociedad en una más igualitaria”. 
 Una sociedad en la que las niñas y niños sepan “que todo es posible, que no hay una élite de princesas y que no tienen que acercarse a ridículos estereotipos. 
La belleza está en la diversidad. La perfección reside en ella”.


Antonio Banderas: “Me conozco y tengo mis mierdas”

“De joven habría firmado por legalizar el aborto si me lo hubieran pedido”

Tras escapar a la muerte hace tres años, Françoise Hardy regresa con 'Personne d’autre', un álbum concebido como “una despedida del mundo material”.

 

Françoise Hardy, en una imagen promocional.
Françoise Hardy, en una imagen promocional.
En plena euforia yeyé, una lánguida adolescente conquistó el mundo entonando canciones de desamor.
 Desde entonces, Françoise Hardy (París, 1944) lleva medio siglo reafirmando su melancólica diferencia.
 Lo vuelve a hacer, una vez más, en Personne d’autre (Parlophone/Warner), su primer álbum tras seis años de silencio. Cuando editó el anterior juró que sería el último. 
En 2015, mientras empezaba a reconsiderar su decisión, un edema pulmonar la dejó tres semanas inconsciente y ocho días en coma. Hace poco más de un año seguía asegurando que la música era un caso cerrado. “Estuve a punto de morir. 
Mi voz, ya de por sí limitada, se había apagado”, se explica ahora, sentada en la inmensidad de un salón de hotel parisino.
 ¿Qué incitó a la cantante francesa a regresar? “Fue concurso de circunstancias.
 Un día pulsé una tecla equivocada en mi ordenador y apareció una canción de un desconocido grupo finlandés, Poets of the Fall, que me apeteció versionar”, afirma. 
Poco después, Erick Benzi, productor de los discos francófonos de Céline Dion, le propuso que colaboraran. 
La misma semana, Yaël Naïm le hizo llegar una canción.
 Y la cantante La Grande Sophie le regaló otra.
 De esa manera, Hardy se vio prácticamente obligada a volver al estudio.
 “Fue como si el dedo de Dios me guiara”, explica esta mujer “más espiritual que religiosa”.
 Concibió el disco, en el que firma las letras de ocho canciones, como “una despedida del mundo material”. 
“No hablo del final de la vida, sino del cuerpo.
 Para mí, la muerte no es el final. Cuando el cuerpo expira, el alma se libera. 
Toda mi música es triste, pero esta vez lo es un poco menos…”, confirma. Hardy dice que este será, ahora sí, su último trabajo discográfico.
 “Sé que me queda poco tiempo. Diez años, como mucho. No me da miedo la muerte. Lo que temo es el sufrimiento físico”.


Françoise Hardy, en una imagen promocional.
Françoise Hardy, en una imagen promocional.

A diferencia de los demás yeyés, Hardy nunca dejó de ser moderna. Tuvo la suerte de gustar a las generaciones posteriores, entre las que siempre hubo almas desconsoladas que se reconocieron en ella, de Damon Albarn a Wes Anderson y de Michel Houellebecq a Juliette Armanet, una joven cantante francesa que no deja de reivindicar su legado.
 ¿Qué tuvo Hardy que no tuvieran los demás? “Una gran exigencia a nivel melódico. A mí solo me interesa la melodía.
 Por eso no me gusta el rap…”, responde. 
“Y, después, supongo que la imagen también cuenta… Tuve la suerte de tener el físico que tuve. 
Aunque, de joven, cuando el modelo a seguir era Brigitte Bardot, estaba muy acomplejada”. 
Será una de las pocas palabras amables que la cantante, dotada de un feroz sentido de la autocrítica, tendrá consigo misma.
 Hardy se define como una compositora “simple y poco poética” y como una intérprete “sin ningún sentido del ritmo”, lo que la llevó a abandonar los escenarios hace ya 50 años.
“En los sesenta, Sylvie Vartan me dijo que nuestra notoriedad asustaba a los chicos. 
Y tenía mucha razón. Había que marcharse al extranjero para que la situación cambiara un poco…”, sonríe. 
Su lista de pretendientes da fe de ello: Nick Drake, Mick Jagger, David Bowie y, en especial, Bob Dylan estuvieron, según la leyenda, locos por ella. 
“No, es una lista errónea. Con ninguno de ellos pasó nada…”, desmiente Hardy.
 “Drake vino a verme a París porque yo era casi su única fan y no dejaba de decir cosas buenas sobre sus discos, pero no hubo ninguna ambigüedad entre nosotros.
 Con Jagger fue una pena: una vez leí en la prensa que yo era su ideal femenino, pero luego nunca se me acercó. 
Tampoco lo hizo Bowie…”. ¿Y Dylan? “Una vez terminé en su suite. Pero no estábamos solos, había otros cantantes…”, puntualiza.
 “Me hizo escuchar dos canciones, Just like a woman y I want you. Décadas más tarde, me dije que tal vez la última fuera un mensaje indirecto para mí, pero en aquel momento ni se me pasó por la cabeza.
 Yo estaba petrificada y él también…”. 

Las muertes recientes de antiguos yeyés como Johnny Hallyday y France Gall la apenaron.
 “Es normal, es una generación que empieza a desaparecer…”, se consuela. Dice sentir una nostalgia razonable por los sesenta y setenta. 
“La vida era más agradable. No había paro, no había sida y no había terrorismo…”. ¿No había también menos libertades? “Sí, pero yo viví siempre como una mujer independiente, igual que mi madre. 
Usé los contraceptivos antes de que fueran legales y habría firmado por legalizar el aborto si me lo hubieran pedido”, responde. 
Pese a todo, a Hardy no le interesa nada el #MeToo.
 “Hay una virulencia que no me gusta. Cuando veo a mujeres expresándose de forma tan agresiva, me mantengo a distancia, incluso cuando tienen razón…”, dice.
La cantante asegura no haber sido víctima de ningún tipo de acoso. “Solo me molestó un exhibicionista de pequeña. Y un primo que me hizo bajar al sótano de mis abuelos para enseñarme sus partes... Me traumatizó mucho”, confiesa. 
Tampoco la famosa tribuna sobre el “derecho a importunar”, apoyada por mujeres de la cultura francesa como Catherine Millet o Catherine Deneuve, le dijo nada. 
“Hubo cosas escritas en ella que me chocaron, pero ya las he olvidado…”, esquiva con un arte fenomenal. 
“Yo creo que, detrás de cada hombre que se comporta mal, hay una madre que no supo educarlo o que no mostró suficiente amor. Cuántas madres se lo consienten todo a sus hijos, pero no a sus hijas…”, lamenta Hardy antes de volver a perderse por los bulevares parisinos. 
“Habría que ver cuál es su responsabilidad”.