22 feb 2010
Conferencias chungas
Conferencias chungas
ARTURO PÉREZ-REVERTE | XLSemanal | 21 de Febrero de 2010
El truco funciona. A uno se le ocurre un ciclo de conferencias sobre un asunto cualquiera, con más o menos gancho. Por ejemplo: La carga de la caballería austrohúngara y su influencia en la menopausia de la pava. Acto seguido, acude a la concejalía del ayuntamiento de turno, al banco de su pueblo, a la fundación o ministerio que pille más cerca.
A cualquier sitio donde haya viruta disponible para estas cosas. Allí dice buenos días y plantea la cosa.
El cebo para incautos. Traeremos, asegura, al último premio Nobel de Física, a Mario Vargas Llosa, a Elsa Pataky y al presidente Obama si consigue despejar un poco la agenda.
Un ciclo de conferencias con mesas redondas y coloquio en el aula de cultura de Caixa Boixos Nois, que va a ser la pera limonera. Eso sí: cuesta tanto. Con suerte, si la entidad correspondiente tiene viruta disponible para el evento y el pájaro se lo curra con persuasión, habilidad y un cuñado concejal, que siempre ayuda mucho, la respuesta es afirmativa.
De acuerdo, dicen. Ahí va la tela y móntalo. La foto del alcalde o el consejero, o quien suelte la mosca, con la Pataky, incluso con Obama, vale esa pasta y más. Y aunque no haya foto, en el anuario del ayuntamiento, la fundación o la entidad, quedará de perlas. Pero ojo que son caros, advierte el gestor del asunto. Obama, por ejemplo, cobra un huevo de la cara, y hay que pagarle el hotel y el billete en primera, y las horas extras de los guardias municipales que se encarguen de la seguridad. ¿Y eso a cuánto sube?, preguntan el alcalde, el concejal o el consejero tragando saliva. A tanto, dice el otro. Pero no te preocupes. Te hago un presupuesto general por el ciclo completo y lo arreglamos.
El siguiente paso es anunciarlo a bombo y platillo: «El premio Nobel de Física, Vargas Llosa, Elsa Pataky y Obama bin Laden –gazapo del periodista local, que es medio sordo– participarán en el ciclo de conferencias Tal y Cual». Con eso queda cubierto el objetivo principal: justificar la pasta trincada por el listillo y tener un dosier de prensa.
Por supuesto, a esas alturas no se ha contactado todavía con ninguna de las personas anunciadas; ni siquiera con sus secretarios, agentes o lo que sea. Con el tiempo, cuando llega la fecha, se hacen algunas gestiones, sin matarse mucho, a través del amigo de un amigo. Y claro.
La editorial de Vargas Llosa responde que el autor está presentando un libro en Sydney, el agente de la Pataky dice que rueda una película con Viggo Mortensen, y cosas así.
Del Nobel de Física no consiguen ni el teléfono; y de Obama, lógicamente, no vuelve a hablarse más. Al fin se inaugura el ciclo de conferencias con la agradable presencia supermegamediática de María Antonia Iglesias, de un noruego al que no conoce ni su padre pero que se apellida Bjornasmullersön y escribe novelas policíacas, de una pedorra de Gran Hermano y de un poeta local, finalista del premio Villaconejos con el soneto Eres mala, Pascuala.
Y cuando el público asistente, mosqueado con el elenco, pregunta qué pasó con los conferenciantes anunciados, los organizadores, poniendo cara de circunstancias, responden: «Es que, a última hora, Vargas Llosa nos dejó tirados».
Cuento todo esto porque, en plan mucho más modesto –nadie me apunta a ciclos con Elsa Pataky, aunque ya me gustaría–, me ocurre a menudo, como a unos cuantos más que conozco: académicos, escritores y gente del cine. Pregúntenle a Javier Marías, por ejemplo. O a Saramago.
De pronto un amigo comenta que en tal o cual sitio vas a dar una conferencia de la que no tenías ni remota idea, y luego te manda el recorte de prensa o el enlace de Internet anunciando día y hora de tu intervención.
Y te quedas a cuadros. Lo último mío es un ciclo taurino organizado en Sevilla, con firma incluida de manifiesto a favor de la fiesta, donde figura mi nombre junto a los de Enrique Ponce y Cayetano Rivera; cosa que me honra mucho, pero de la que no tenía noticia. Y sigo sin tenerla.
Otros casos son más irritantes.
Hace poco me enteré por un periódico de que iba a dar una conferencia en Ponferrada, dentro de un ciclo sobre el reino medieval de León, nada menos. Y el verano pasado, cierto hijo de la grandísima puta, cuyo nombre reservo cuidadosamente para cuando se ponga a tiro –entonces quizá salgamos otra vez los dos en los periódicos–, organizador de uno de esos ciclos fantasma, tuvo la desfachatez de justificar mi inasistencia a una conferencia, de la que nunca tuve noticia previa, afirmando que a última hora me había echado atrás al no satisfacerse mis «elevadas condiciones económicas»; cuando es notorio, entre quienes me tratan, que en las rarísimas ocasiones en que me presento en público lo hago sin cobrar un euro. Por la cara.
Así que ya lo saben. Cuidado con las conferencias chungas. Muchos organizan esas cosas –importantes y necesarias, por otra parte– con seriedad y rigor. Pero también hay golfos oportunistas que las convierten en negocio personal. En una estafa como otra cualquiera.
ARTURO PÉREZ-REVERTE | XLSemanal | 21 de Febrero de 2010
El truco funciona. A uno se le ocurre un ciclo de conferencias sobre un asunto cualquiera, con más o menos gancho. Por ejemplo: La carga de la caballería austrohúngara y su influencia en la menopausia de la pava. Acto seguido, acude a la concejalía del ayuntamiento de turno, al banco de su pueblo, a la fundación o ministerio que pille más cerca.
A cualquier sitio donde haya viruta disponible para estas cosas. Allí dice buenos días y plantea la cosa.
El cebo para incautos. Traeremos, asegura, al último premio Nobel de Física, a Mario Vargas Llosa, a Elsa Pataky y al presidente Obama si consigue despejar un poco la agenda.
Un ciclo de conferencias con mesas redondas y coloquio en el aula de cultura de Caixa Boixos Nois, que va a ser la pera limonera. Eso sí: cuesta tanto. Con suerte, si la entidad correspondiente tiene viruta disponible para el evento y el pájaro se lo curra con persuasión, habilidad y un cuñado concejal, que siempre ayuda mucho, la respuesta es afirmativa.
De acuerdo, dicen. Ahí va la tela y móntalo. La foto del alcalde o el consejero, o quien suelte la mosca, con la Pataky, incluso con Obama, vale esa pasta y más. Y aunque no haya foto, en el anuario del ayuntamiento, la fundación o la entidad, quedará de perlas. Pero ojo que son caros, advierte el gestor del asunto. Obama, por ejemplo, cobra un huevo de la cara, y hay que pagarle el hotel y el billete en primera, y las horas extras de los guardias municipales que se encarguen de la seguridad. ¿Y eso a cuánto sube?, preguntan el alcalde, el concejal o el consejero tragando saliva. A tanto, dice el otro. Pero no te preocupes. Te hago un presupuesto general por el ciclo completo y lo arreglamos.
El siguiente paso es anunciarlo a bombo y platillo: «El premio Nobel de Física, Vargas Llosa, Elsa Pataky y Obama bin Laden –gazapo del periodista local, que es medio sordo– participarán en el ciclo de conferencias Tal y Cual». Con eso queda cubierto el objetivo principal: justificar la pasta trincada por el listillo y tener un dosier de prensa.
Por supuesto, a esas alturas no se ha contactado todavía con ninguna de las personas anunciadas; ni siquiera con sus secretarios, agentes o lo que sea. Con el tiempo, cuando llega la fecha, se hacen algunas gestiones, sin matarse mucho, a través del amigo de un amigo. Y claro.
La editorial de Vargas Llosa responde que el autor está presentando un libro en Sydney, el agente de la Pataky dice que rueda una película con Viggo Mortensen, y cosas así.
Del Nobel de Física no consiguen ni el teléfono; y de Obama, lógicamente, no vuelve a hablarse más. Al fin se inaugura el ciclo de conferencias con la agradable presencia supermegamediática de María Antonia Iglesias, de un noruego al que no conoce ni su padre pero que se apellida Bjornasmullersön y escribe novelas policíacas, de una pedorra de Gran Hermano y de un poeta local, finalista del premio Villaconejos con el soneto Eres mala, Pascuala.
Y cuando el público asistente, mosqueado con el elenco, pregunta qué pasó con los conferenciantes anunciados, los organizadores, poniendo cara de circunstancias, responden: «Es que, a última hora, Vargas Llosa nos dejó tirados».
Cuento todo esto porque, en plan mucho más modesto –nadie me apunta a ciclos con Elsa Pataky, aunque ya me gustaría–, me ocurre a menudo, como a unos cuantos más que conozco: académicos, escritores y gente del cine. Pregúntenle a Javier Marías, por ejemplo. O a Saramago.
De pronto un amigo comenta que en tal o cual sitio vas a dar una conferencia de la que no tenías ni remota idea, y luego te manda el recorte de prensa o el enlace de Internet anunciando día y hora de tu intervención.
Y te quedas a cuadros. Lo último mío es un ciclo taurino organizado en Sevilla, con firma incluida de manifiesto a favor de la fiesta, donde figura mi nombre junto a los de Enrique Ponce y Cayetano Rivera; cosa que me honra mucho, pero de la que no tenía noticia. Y sigo sin tenerla.
Otros casos son más irritantes.
Hace poco me enteré por un periódico de que iba a dar una conferencia en Ponferrada, dentro de un ciclo sobre el reino medieval de León, nada menos. Y el verano pasado, cierto hijo de la grandísima puta, cuyo nombre reservo cuidadosamente para cuando se ponga a tiro –entonces quizá salgamos otra vez los dos en los periódicos–, organizador de uno de esos ciclos fantasma, tuvo la desfachatez de justificar mi inasistencia a una conferencia, de la que nunca tuve noticia previa, afirmando que a última hora me había echado atrás al no satisfacerse mis «elevadas condiciones económicas»; cuando es notorio, entre quienes me tratan, que en las rarísimas ocasiones en que me presento en público lo hago sin cobrar un euro. Por la cara.
Así que ya lo saben. Cuidado con las conferencias chungas. Muchos organizan esas cosas –importantes y necesarias, por otra parte– con seriedad y rigor. Pero también hay golfos oportunistas que las convierten en negocio personal. En una estafa como otra cualquiera.
Conferencias chungas
ARTURO PÉREZ-REVERTE | XLSemanal | 21 de Febrero de 2010
El truco funciona. A uno se le ocurre un ciclo de conferencias sobre un asunto cualquiera, con más o menos gancho. Por ejemplo: La carga de la caballería austrohúngara y su influencia en la menopausia de la pava. Acto seguido, acude a la concejalía del ayuntamiento de turno, al banco de su pueblo, a la fundación o ministerio que pille más cerca. A cualquier sitio donde haya viruta disponible para estas cosas. Allí dice buenos días y plantea la cosa. El cebo para incautos. Traeremos, asegura, al último premio Nobel de Física, a Mario Vargas Llosa, a Elsa Pataky y al presidente Obama si consigue despejar un poco la agenda. Un ciclo de conferencias con mesas redondas y coloquio en el aula de cultura de Caixa Boixos Nois, que va a ser la pera limonera. Eso sí: cuesta tanto. Con suerte, si la entidad correspondiente tiene viruta disponible para el evento y el pájaro se lo curra con persuasión, habilidad y un cuñado concejal, que siempre ayuda mucho, la respuesta es afirmativa. De acuerdo, dicen. Ahí va la tela y móntalo. La foto del alcalde o el consejero, o quien suelte la mosca, con la Pataky, incluso con Obama, vale esa pasta y más. Y aunque no haya foto, en el anuario del ayuntamiento, la fundación o la entidad, quedará de perlas. Pero ojo que son caros, advierte el gestor del asunto. Obama, por ejemplo, cobra un huevo de la cara, y hay que pagarle el hotel y el billete en primera, y las horas extras de los guardias municipales que se encarguen de la seguridad. ¿Y eso a cuánto sube?, preguntan el alcalde, el concejal o el consejero tragando saliva. A tanto, dice el otro. Pero no te preocupes. Te hago un presupuesto general por el ciclo completo y lo arreglamos.
El siguiente paso es anunciarlo a bombo y platillo: «El premio Nobel de Física, Vargas Llosa, Elsa Pataky y Obama bin Laden –gazapo del periodista local, que es medio sordo– participarán en el ciclo de conferencias Tal y Cual». Con eso queda cubierto el objetivo principal: justificar la pasta trincada por el listillo y tener un dosier de prensa. Por supuesto, a esas alturas no se ha contactado todavía con ninguna de las personas anunciadas; ni siquiera con sus secretarios, agentes o lo que sea. Con el tiempo, cuando llega la fecha, se hacen algunas gestiones, sin matarse mucho, a través del amigo de un amigo. Y claro. La editorial de Vargas Llosa responde que el autor está presentando un libro en Sydney, el agente de la Pataky dice que rueda una película con Viggo Mortensen, y cosas así. Del Nobel de Física no consiguen ni el teléfono; y de Obama, lógicamente, no vuelve a hablarse más. Al fin se inaugura el ciclo de conferencias con la agradable presencia supermegamediática de María Antonia Iglesias, de un noruego al que no conoce ni su padre pero que se apellida Bjornasmullersön y escribe novelas policíacas, de una pedorra de Gran Hermano y de un poeta local, finalista del premio Villaconejos con el soneto Eres mala, Pascuala. Y cuando el público asistente, mosqueado con el elenco, pregunta qué pasó con los conferenciantes anunciados, los organizadores, poniendo cara de circunstancias, responden: «Es que, a última hora, Vargas Llosa nos dejó tirados».
Cuento todo esto porque, en plan mucho más modesto –nadie me apunta a ciclos con Elsa Pataky, aunque ya me gustaría–, me ocurre a menudo, como a unos cuantos más que conozco: académicos, escritores y gente del cine. Pregúntenle a Javier Marías, por ejemplo. O a Saramago. De pronto un amigo comenta que en tal o cual sitio vas a dar una conferencia de la que no tenías ni remota idea, y luego te manda el recorte de prensa o el enlace de Internet anunciando día y hora de tu intervención. Y te quedas a cuadros. Lo último mío es un ciclo taurino organizado en Sevilla, con firma incluida de manifiesto a favor de la fiesta, donde figura mi nombre junto a los de Enrique Ponce y Cayetano Rivera; cosa que me honra mucho, pero de la que no tenía noticia. Y sigo sin tenerla. Otros casos son más irritantes. Hace poco me enteré por un periódico de que iba a dar una conferencia en Ponferrada, dentro de un ciclo sobre el reino medieval de León, nada menos. Y el verano pasado, cierto hijo de la grandísima puta, cuyo nombre reservo cuidadosamente para cuando se ponga a tiro –entonces quizá salgamos otra vez los dos en los periódicos–, organizador de uno de esos ciclos fantasma, tuvo la desfachatez de justificar mi inasistencia a una conferencia, de la que nunca tuve noticia previa, afirmando que a última hora me había echado atrás al no satisfacerse mis «elevadas condiciones económicas»; cuando es notorio, entre quienes me tratan, que en las rarísimas ocasiones en que me presento en público lo hago sin cobrar un euro. Por la cara.
Así que ya lo saben. Cuidado con las conferencias chungas. Muchos organizan esas cosas –importantes y necesarias, por otra parte– con seriedad y rigor. Pero también hay golfos oportunistas que las convierten en negocio personal. En una estafa como otra cualquiera.
El truco funciona. A uno se le ocurre un ciclo de conferencias sobre un asunto cualquiera, con más o menos gancho. Por ejemplo: La carga de la caballería austrohúngara y su influencia en la menopausia de la pava. Acto seguido, acude a la concejalía del ayuntamiento de turno, al banco de su pueblo, a la fundación o ministerio que pille más cerca. A cualquier sitio donde haya viruta disponible para estas cosas. Allí dice buenos días y plantea la cosa. El cebo para incautos. Traeremos, asegura, al último premio Nobel de Física, a Mario Vargas Llosa, a Elsa Pataky y al presidente Obama si consigue despejar un poco la agenda. Un ciclo de conferencias con mesas redondas y coloquio en el aula de cultura de Caixa Boixos Nois, que va a ser la pera limonera. Eso sí: cuesta tanto. Con suerte, si la entidad correspondiente tiene viruta disponible para el evento y el pájaro se lo curra con persuasión, habilidad y un cuñado concejal, que siempre ayuda mucho, la respuesta es afirmativa. De acuerdo, dicen. Ahí va la tela y móntalo. La foto del alcalde o el consejero, o quien suelte la mosca, con la Pataky, incluso con Obama, vale esa pasta y más. Y aunque no haya foto, en el anuario del ayuntamiento, la fundación o la entidad, quedará de perlas. Pero ojo que son caros, advierte el gestor del asunto. Obama, por ejemplo, cobra un huevo de la cara, y hay que pagarle el hotel y el billete en primera, y las horas extras de los guardias municipales que se encarguen de la seguridad. ¿Y eso a cuánto sube?, preguntan el alcalde, el concejal o el consejero tragando saliva. A tanto, dice el otro. Pero no te preocupes. Te hago un presupuesto general por el ciclo completo y lo arreglamos.
El siguiente paso es anunciarlo a bombo y platillo: «El premio Nobel de Física, Vargas Llosa, Elsa Pataky y Obama bin Laden –gazapo del periodista local, que es medio sordo– participarán en el ciclo de conferencias Tal y Cual». Con eso queda cubierto el objetivo principal: justificar la pasta trincada por el listillo y tener un dosier de prensa. Por supuesto, a esas alturas no se ha contactado todavía con ninguna de las personas anunciadas; ni siquiera con sus secretarios, agentes o lo que sea. Con el tiempo, cuando llega la fecha, se hacen algunas gestiones, sin matarse mucho, a través del amigo de un amigo. Y claro. La editorial de Vargas Llosa responde que el autor está presentando un libro en Sydney, el agente de la Pataky dice que rueda una película con Viggo Mortensen, y cosas así. Del Nobel de Física no consiguen ni el teléfono; y de Obama, lógicamente, no vuelve a hablarse más. Al fin se inaugura el ciclo de conferencias con la agradable presencia supermegamediática de María Antonia Iglesias, de un noruego al que no conoce ni su padre pero que se apellida Bjornasmullersön y escribe novelas policíacas, de una pedorra de Gran Hermano y de un poeta local, finalista del premio Villaconejos con el soneto Eres mala, Pascuala. Y cuando el público asistente, mosqueado con el elenco, pregunta qué pasó con los conferenciantes anunciados, los organizadores, poniendo cara de circunstancias, responden: «Es que, a última hora, Vargas Llosa nos dejó tirados».
Cuento todo esto porque, en plan mucho más modesto –nadie me apunta a ciclos con Elsa Pataky, aunque ya me gustaría–, me ocurre a menudo, como a unos cuantos más que conozco: académicos, escritores y gente del cine. Pregúntenle a Javier Marías, por ejemplo. O a Saramago. De pronto un amigo comenta que en tal o cual sitio vas a dar una conferencia de la que no tenías ni remota idea, y luego te manda el recorte de prensa o el enlace de Internet anunciando día y hora de tu intervención. Y te quedas a cuadros. Lo último mío es un ciclo taurino organizado en Sevilla, con firma incluida de manifiesto a favor de la fiesta, donde figura mi nombre junto a los de Enrique Ponce y Cayetano Rivera; cosa que me honra mucho, pero de la que no tenía noticia. Y sigo sin tenerla. Otros casos son más irritantes. Hace poco me enteré por un periódico de que iba a dar una conferencia en Ponferrada, dentro de un ciclo sobre el reino medieval de León, nada menos. Y el verano pasado, cierto hijo de la grandísima puta, cuyo nombre reservo cuidadosamente para cuando se ponga a tiro –entonces quizá salgamos otra vez los dos en los periódicos–, organizador de uno de esos ciclos fantasma, tuvo la desfachatez de justificar mi inasistencia a una conferencia, de la que nunca tuve noticia previa, afirmando que a última hora me había echado atrás al no satisfacerse mis «elevadas condiciones económicas»; cuando es notorio, entre quienes me tratan, que en las rarísimas ocasiones en que me presento en público lo hago sin cobrar un euro. Por la cara.
Así que ya lo saben. Cuidado con las conferencias chungas. Muchos organizan esas cosas –importantes y necesarias, por otra parte– con seriedad y rigor. Pero también hay golfos oportunistas que las convierten en negocio personal. En una estafa como otra cualquiera.
MADEIRA
Madeira
Nunca estuve en Madeira, y ahora muchos de mis paisanos ya han estado allí, en esa tierra tan próxima y tan parecida a la nuestra. No sólo nos acerca la geografía, ese Atlántico incansable, e inalcanzable; nos acerca también la historia. Y ahora nos acerca tanto la desgracia. Las imágenes terribles de lo que ha sucedido allí eran, han sido, están siendo, para nosotros, imágenes de una tragedia propia, porque además pudo haber sucedido perfectamente en nuestro propio martirizado suelo de estos días; la lluvia que cayó inclemente en las calles de Funchal es la misma lluvia que pasó sin piedad por encima y por debajo de los municipios canarios; llegó allí, a Madeira, con una fuerza imponente, y allí se quedó, haciendo un daño del que brotaron lágrimas de desesperación, gritos que ahora se han calmado tan sólo porque los hombres sufren hasta que el sufirmiento es un llanto interior. Solidaridad con Madeira. Cuando Cristiano Ronaldo se levantó su camiseta del Real Madrid para celebrar el primer gol de su equipo y mostró la escritura torcida pero generosa de aquel nombre propio, Madeira, el nombre propio de su tierra, me emocioné con él y con todos los que vieron en ese gesto un grito grande, otro grito, una señal de ayuda desde una isla que de pronto recibió la bofetada de la mala suerte en forma de diluvio. Solidaridad con Madeira, ese jardín herido.
Juan Cruz
Nunca estuve en Madeira, y ahora muchos de mis paisanos ya han estado allí, en esa tierra tan próxima y tan parecida a la nuestra. No sólo nos acerca la geografía, ese Atlántico incansable, e inalcanzable; nos acerca también la historia. Y ahora nos acerca tanto la desgracia. Las imágenes terribles de lo que ha sucedido allí eran, han sido, están siendo, para nosotros, imágenes de una tragedia propia, porque además pudo haber sucedido perfectamente en nuestro propio martirizado suelo de estos días; la lluvia que cayó inclemente en las calles de Funchal es la misma lluvia que pasó sin piedad por encima y por debajo de los municipios canarios; llegó allí, a Madeira, con una fuerza imponente, y allí se quedó, haciendo un daño del que brotaron lágrimas de desesperación, gritos que ahora se han calmado tan sólo porque los hombres sufren hasta que el sufirmiento es un llanto interior. Solidaridad con Madeira. Cuando Cristiano Ronaldo se levantó su camiseta del Real Madrid para celebrar el primer gol de su equipo y mostró la escritura torcida pero generosa de aquel nombre propio, Madeira, el nombre propio de su tierra, me emocioné con él y con todos los que vieron en ese gesto un grito grande, otro grito, una señal de ayuda desde una isla que de pronto recibió la bofetada de la mala suerte en forma de diluvio. Solidaridad con Madeira, ese jardín herido.
Juan Cruz
21 feb 2010
Las niñas dormidas en los estanques de Basho
Las niñas dormidas en los estanques de Basho
en los que camino como un ungido por encima de las aguas
a los peces se les tiene que imaginar
lo dorado
un Goldfish o una moneda distraída
los dedos caen
son gotas blanquísimas
y una luz va deslizándose hasta el agua
el suspiro de algún sueño
arropa a la más joven
ellas sustituyen la ausencia de los lotos
se las puede tocar y oler como si lo fueran
los estanques de Basho sueñan a las niñas
están solos esperándolas
si uno se desconcentra
desaparecen
y la luna
es así siempre
lo que ha de esperarse de un estanque japonés
aparecerá en la quietud del agua
moviéndose
como una sombra blanca.
en los que camino como un ungido por encima de las aguas
a los peces se les tiene que imaginar
lo dorado
un Goldfish o una moneda distraída
los dedos caen
son gotas blanquísimas
y una luz va deslizándose hasta el agua
el suspiro de algún sueño
arropa a la más joven
ellas sustituyen la ausencia de los lotos
se las puede tocar y oler como si lo fueran
los estanques de Basho sueñan a las niñas
están solos esperándolas
si uno se desconcentra
desaparecen
y la luna
es así siempre
lo que ha de esperarse de un estanque japonés
aparecerá en la quietud del agua
moviéndose
como una sombra blanca.
Mapa sonoro para una ciudad
Mapa sonoro para una ciudad
.
...Isabel Coixet lleva una filmografía en la que se permite ver, con claridad, su búsqueda discursiva y estética. Como ya apuntase en un post pasado, respeto su cine, aunque no siempre me convenza del todo, pero debo aclarar que es esa clase de directora que cada vez que voy a ver sus películas, nunca me siento estafada.
Más allá de las (ya típicas) polémicas que se tejen alrededor de su cine (afectado, impostado, etcétera), hay aportes de su dirección que serían casi indiscutibles. En el Mapa de los Sonidos de Tokio, por ejemplo es una gozada la belleza de sus planos, los movimientos de cámara, la acertada elección de su fotografía. En cuanto a la dirección de actores no se le puede negar que también lo ha hecho estupendo. Sergi López sigue demostrando que es uno de los mejores actores españoles, o mejor dicho, europeos - su participación en películas francesas es fantástica- y la joven y, casi demasiado guapa, Rinko Kikuchi, sigue demostrando que es una actriz capaz de transmitir las complejidades de sus personajes y emocionar.
En esta película, al igual que Elegy, se siente un pulso elegante en su narración, aunque esta vez arriesga más en la propuesta de sus personajes (leer sinopsis). Una joven japonesa, Ryu (Rinko Kikuchi) es una asesina a sueldo que se ampara bajo un trabajo común, y un occidental, David (Sergi López) quien trabaja en Japón y que vive una reciente tragedia personal, terminan encontrándose en la descomunal Tokio.
De la historia quizá me sobre el personaje que narra (Role, interpretado por Min Tanaka), o mejor dicho, sobra el narrador. La película funcionaría perfectamente sin éste, y a veces pareciera que su directora quisiera subrayar cosas que no son necesarias volver a reseñar; ya que ese mapa de los sonidos podría tan solo sugerirse y no necesariamente nombrarse.
En cuanto a las escenas eróticas, la directora se atreve a más (en comparación con la anterior) y lo hace bastante bien. Sigue parta mí evidenciándose una gran diferencia de dichas escenas rodadas por hombres y las rodadas por mujeres, siguen gustándome más las de mi género, sin duda.
La música es preciosa, aunque coincido con muchos que se le va la mano con la inclusión de algún famosillo cool, que denota la misma intencionalidad de ser cool. Mucho más hermosa su La vie en rose en japonés, por ejemplo, o su Mambo solitario.
Una singular historia de encuentros y desencuentros, pero esta vez su directora opta por el drama aderezado por el thriller.
Los números como metáfora
Los números como metáfora
.
...El distendimiento de las vacaciones da para mucho, pero sobre todo, para las buenas sorpresas. Una amiga con la que pasábamos unos días en Algarve me prestó una de las novelas que llevaba consigo: La soledad de los números primos. No niego que el título me hizo dudar, ya que lo encontraba un tanto pretencioso; pero igual me ocurrió con mi amada y divertida Amélie Nothomb y su Metafísica de los tubos; novela que me abrió paso al mundo singular de dicha autora. Al igual que la novela de Nothomb, La soledad... tuvo una acogida sorprendente por parte del público, ohhh ohh , ohhh, también para dudar de su calidad... pero bueno, la mayoría, algunas veces no se equivoca.
Su autor, un joven italiano de 27 años, licenciado en física teórica, llamado Paolo Giordano.
La novela comprende dos historias paralelas, pero que a la vez se entrecruzan. Ambos personajes, outsider, se encuentran y desencuentran. A veces los capítulos, son tan redondos que podrían leerse como pequeñas historias mínimas. No sé cuánto tiempo lleva Giordano escribiendo, o si esta novela es producto de un maravilloso azar o del alma de un escritor que no pareciera de ningún modo novato. Sabe contar una historia con precisión, un tanto de humor y belleza, pero sobre todo con riesgo si querer ser grandilocuente. Como dijo mi querido amigo Julián Santana: este libro es una pequeña joyita.
Por los momentos Giordano es leído en 23 idiomas, con más de un millón de ejemplares. Para mí, una de esas sorpresas que dejan buen sabor de boca, y que echa por tierra aquel tópico de que los jóvenes son tontos, y cosas así por el estilo.
Los números como metáfora
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...El distendimiento de las vacaciones da para mucho, pero sobre todo, para las buenas sorpresas. Una amiga con la que pasábamos unos días en Algarve me prestó una de las novelas que llevaba consigo: La soledad de los números primos. No niego que el título me hizo dudar, ya que lo encontraba un tanto pretencioso; pero igual me ocurrió con mi amada y divertida Amélie Nothomb y su Metafísica de los tubos; novela que me abrió paso al mundo singular de dicha autora. Al igual que la novela de Nothomb, La soledad... tuvo una acogida sorprendente por parte del público, ohhh ohh , ohhh, también para dudar de su calidad... pero bueno, la mayoría, algunas veces no se equivoca.
Su autor, un joven italiano de 27 años, licenciado en física teórica, llamado Paolo Giordano.
La novela comprende dos historias paralelas, pero que a la vez se entrecruzan. Ambos personajes, outsider, se encuentran y desencuentran. A veces los capítulos, son tan redondos que podrían leerse como pequeñas historias mínimas. No sé cuánto tiempo lleva Giordano escribiendo, o si esta novela es producto de un maravilloso azar o del alma de un escritor que no pareciera de ningún modo novato. Sabe contar una historia con precisión, un tanto de humor y belleza, pero sobre todo con riesgo si querer ser grandilocuente. Como dijo mi querido amigo Julián Santana: este libro es una pequeña joyita.
Por los momentos Giordano es leído en 23 idiomas, con más de un millón de ejemplares. Para mí, una de esas sorpresas que dejan buen sabor de boca, y que echa por tierra aquel tópico de que los jóvenes son tontos, y cosas así por el estilo.
La soledad de los números primos, 2009, Paolo Giordano, Edit. Salamandra, Barcelona.
La soledad de los números primos, 2009, Paolo Giordano, Edit. Salamandra, Barcelona.
Me olvidaría de la sed
Me olvidaría de la sed
sino fuera por esta garganta
seca
todo amenaza con desgarrase
el mar se intuye a lo lejos
la sal que se respira
y me detengo
me pregunto
qué es todo este paisaje
qué querrá decir
esta hora
en donde nadie pasa
he dejado muchos pueblos detrás
y pienso
que definitivamente
el mar
estará
pasando la montaña.
La Cinta Blanca Comentario
Es una durísima trama de madurez, casi una trama punitiva, de cómo la inocencia interioriza unos principios que les superan y de cómo las reinterpretan sus brazos ejecutores, testigos mudos de la impureza. Es una película que se cuece a fuego lento, de forma silenciosa pero de la que escuchamos breves crepitares, cada vez más intensos, que queman más. Las tramas, aparentemente inconexas se encuentran impecablemente por el conjunto de escenas que dan nombre a los temas
La Cinta Blanca
La perversión acallada: 'La Cinta blanca'
La cinta Blanca- Una historia alemana de niños* (Das Weisse Band -Eine deutsche Kindergeschichte) del veterano director austriaco (aunque nacido en Múnich) Michael Haneke se hizo ayer con el galardón como mejor película europea, al mejor director y mejor guión, otorgado por la Academia Europea de Cine. Ya el director había recogido, este año, la Palma de Oro en Cannes a la mejor película.
Sin duda, el galardón es más que merecido. La película, que demás posee una fotografía de lujo, narra la historia de un pequeño feudo alemán, poco antes del inicio de la Primera guerra Mundial. Haneke nos va presentando la historia como si llegásemos en ese momento al pueblo. Con la misma inocencia o ignorancia de un recién llegado, asistimos como observadores a la vida de campesinos y demás pobladores dentro de un mundo familiar y rural predecible. Poco a poco, los hechos, a veces, en apariencia accidentales, otros desconcertantes, se van sucediendo, y se nos va revelando los pormenores de esta comunidad. Como si nos hubiésemos instalado en la aldea, nos vamos enterando de lo que sucede dentro de las casas, perfilándose sospechas, todo se va volviendo más agrio y doloroso... pero sobre todo, hay una negación rotunda de todas las partes, debida a sus propios egoísmos e intereses.
Un personaje clave es el párroco, hombre severo y con una numerosa familia. La represión y el castigo es una amenaza constante. Pero él tan solo es un reflejo del prototipo de padre de familia del pueblo, como líder espiritual que es. Ciertamente, puede leerse como una metáfora de lo que, pudiera haber servido de semilla y modelo, para lo que luego fue el horror de la Segunda Guerra Mundial y el holocausto: todos sabían de cierta forma lo que ocurría, pero nadie (o casi nadie) se atrevió a desafiarlo.
Una película magnífica y agria, que es toda una cátedra de buen cine. Hay que verla.
20 feb 2010
Reflejo de Monet en un espejo abstracto
El ojo único y la mano única de los que un día habló Cézanne despliegan su ilimitada capacidad de fascinación en la Fundación Thyssen y en la sede de Caja Madrid. Claude Monet, rey entre los impresionistas, artista adorado por el gran público y eterno objeto de deseo de los coleccionistas, llega a Madrid en forma de una doble exposición que abrirá sus puertas el martes. Y lo hace confrontado a algunos de los grandes de la abstracción sobre los que ejerció su influencia (Rothko, Richter, Pollock...).
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Rothko, Richter, Pollock y Twombly se enfrentan a los óleos de Monet
La exposición subraya la capacidad visionaria del rey impresionista
Desde la primera sala, algunos de los paisajes más conocidos de Monet (Los puentes de Charing Cross y de Waterloo, entre otros), pintados a diferentes horas del día, apuntan a una difuminación casi total de las formas. Son contornos difícilmente apreciables entre las brumas. Se exponen junto a dos paisajes de pintores contemporáneos, Turner y Whistler, que desde lugares distintos buscaban soluciones similares.
Ese afán por resolver problemas idénticos es lo que ha querido mostrar en esta exposición su comisaria, la conservadora de arte contemporáneo Paloma Alarcó. La diferencia es que Monet había encontrado soluciones para los mismos temas que muchos años después se plantearían y resolverían los artistas abstractos. "Después de su liderazgo con los impresionistas y el reconocimiento del momento", cuenta Alarcó, "Monet cae en el olvido. Los primeros abstractos se fijan en los volúmenes de Cezanne y desprecian olímpicamente a Monet. Es en la mitad del siglo pasado cuando, desde diferentes lugares del mundo y de una manera espontánea, los artistas que trabajan la abstracción matérica se fijan en la obra de Monet".
Es entonces, según Guillermo Solana, director artístico del museo Thyssen, cuando Monet deja de ser un abuelo pasado de moda para volver a convertirse en el dios que fue para los impresionistas. La única pena es que había muerto en 1926 en Giverny, en un entorno que consideraba su obra blanda, amorfa y confusa. "Fueron los informalistas europeos y los abstractos norteamericanos los que miran hacia la materialidad de su pintura o a sus pinceladas sueltas y desdibujadas".
Los paisajes de los acantilados de Étretat pintados al atardecer tienen un fondo que inspira el Cuadro en rojo de Mark Rothko creado en 1969. Los efectos de la luz son el tema común en ambas obras. Las complicadas pinceladas de Pollock en la obra titulada Número 9, de 1949, tienen su espejo en la versión de El puente japonés, pintada por Monet entre 1918 y 1924.
El desdibujado de las formas en los últimos cuadros de los nenúfares, que algunos historiadores atribuían a su mala vista, tiene aquí su reflejo en Clyfford Still y Barnet Newman. En la sala final de la Fundación Thyssen, las manchas de los jardines de Monet parecen ser reinterpretadas por Jackson Pollock y Mark Tobey a base de formas caligráficas enlazadas. Esas mismas manchas parecen estar en las composiciones de Cy Twombly y las piezas empastadas de Willen de Kooning.
El espacio de Caja Madrid se centra en la reconstrucción de lo que fue el Jardín de Giverny, donde se instaló el artista en 1890, un tranquilo pueblo cercano a París. Allí construyó su "jardín japonés", con un estanque lleno de ninfeas y nenúfares. Es allí donde creó toda la obra que forma parte del museo parisino de La Orangerie y la que es visualmente más próxima a la pura abstracción. Los paisajes de sauces, campos de labranza y tormentas se enfrentan a obrasde Sam Francis, Robert Ryman y Joan Mitchell. Testigo único de lo que fue este jardín de Giverny son las fotografías de Henri Cartier-Bresson que cierran la exposición.
En otro orden de cosas, y aunque la presentación de la exposición realizada ayer no incluía preguntas de los periodistas, Carmen Thyssen aseguró a la salida que el pasado miércoles almorzó con la ministra de Cultura y que está segura de que su colección permanecerá en el museo.
De momento, no se ha hablado de ninguna fórmula (alquiler, venta o prórroga del préstamo gratuito), pero la baronesa aseguró que le consta el interés del Ministerio de Cultura de que su obra se quede en el museo. Añadió que, en cambio, de momento no empezará a mezclar su colección con la que el Estado adquirió para la Fundación. "Me hacía ilusión empezar ya y por eso hablé de febrero, pero es mejor esperar", dijo.
ESCUCHA, ULISES
ESCUCHA, ULISES
Escucha, Ulises, mi amor, estás trazando círculos dentro de mi mar y aunque percibes mi presencia, aún no sabes que existo…
Ulises, amado mío, no soy esa roca imantada que te atrae por su estoica fuerza. Ni tampoco ese ilusorio canto de sirenas que enciende tus sentidos desde regiones insondables al otro lado del mar.
Soy yo: tu Penélope olvidada, tu hembra silenciosa, la mujer araña de tus días, la que siempre está cerca de tus lamentos y de tus risas, la que aplaude tus victorias y empapa en su paño de universos paralelos tus derrotas.
Posa, Ulises, las plantas de tus pies sobre el tapiz de realidades que mis hilos nocturnos tejen.
Dentro de mis ojos habitan todos lo colores que contiene el cosmos.
¡Míralos!, tan sólo has de anclar tu barca y mirarlos un instante.
Circunvala tu mundo, con esas alas de libertad que te has pintado, pero vuelve a mí, endereza la proa de tus labios hacia los míos.
Rompe las cadenas de muros acristalados que nos separan, deja de gemir al viento, porque el viento habita en mi vientre que te aguarda.
Escucha, Ulises, mi cielo de tormentosos azahares, espasmos de tu pecho, llegan hasta mi pecho de olvidos y no hay dolor que te aqueje que no sienta en mis carnes, pero…
Ulises, Ítaca te espera, no lo hagas por mí, hazlo por ellos.
(He visto una botella, con mensaje, danzando entre el oleaje del mar, pero, mi ánimo de sueños grises, me ha impedido acercarme a ella.)
Lola Bertrand
EL TIEMPO
EL TIEMPO
El tiempo se volvió frágil:
palpó con suavidad
las palabras en Morse que le dejaban los días
sobre un túmulo
de barbaries y sangre.
Y toda la tierra tembló bajo la mirada de los muertos.
El tiempo se volvió
dueño y señor de las gargantas rotas,
del trasvase de miserias,-agua y lodo-que poblaban
el horizonte gris de miles de grupúsculos humanos.
Y el aire lloró tanto que arrasó miles de lágrimas.
El tiempo se tornó grillete de la ilusión
dentro de los ojos que soñaban utopías en colores diferentes.
Y un alambre de púas separa nuestras soledades…
Lola Bertrand
18 feb 2010
Intrusos en el comedor
Intrusos en el comedor
ARTURO PÉREZ-REVERTE | XLSemanal | 07 de Febrero de 2010
Unos los querían para mano de obra barata: jornaleros de miseria, chachas dóciles y carne de puticlub. Otros, para adornarse con la media verónica de que las fronteras son fascistas, aquí cabemos todos y maricón el último.
El resto miramos a otro lado porque eso no iba con nosotros. A mí, pensábamos, la impotencia me la trae floja. Y adobando el asunto, la llamada opinión pública –esa puta perversa, tornadiza e hipócrita– extendió su salsa de irresponsabilidad y demagogia.
Así, es natural que ni Pepé ni Pesoe, ni gobiernos, ni ministros, ni presidentes autonómicos, ni alcaldes y alcaldas de esta variopinta nación de naciones discutibles y discutidas del payaso Fofó, hicieran otra cosa que currarse lo inmediato.
Ninguno de nuestros políticos renunció a esos viajes que se montan a costa de nuestra imbecilidad y dinero con el pretexto de estudiar el funcionamiento del metro de Estambul, las posibilidades eólicas de la Gran Muralla, el impacto del mosquito anófeles en el turismo de Cancún o el imprescindible hermanamiento de Tomillar del Rebollo con San Petersburgo.
Nadie, en vez de hacer turismo por la patilla, se asomó a Francia, por ejemplo, donde el problema de la inmigración descontrolada y marginal hace tiempo que rechina en toda su crudeza.
A aprender de los errores ajenos, y no meter la gamba en los mismos barrizales.
Las prioridades eran otras: ganar dinero o votos fáciles, emparedar el problema futuro entre la desvergüenza de los explotadores y el buenismo estúpido de los cantamañanas, con esos supuestos papeles para todos que, además, eran mentira. Lo que viniese luego importaba un carajo.
Por eso, leyes y normas no respondieron nunca a una política previsora de integración real y educación, planificada con realismo e inteligencia.
Nadie aclaró, tampoco, qué idea de España iba a brindarse a quienes se acogían a ella.
Qué espacio común podrían hacer suyo, a qué costumbres adaptarse, qué cauces serían adecuados para fundirse con el entorno sin renunciar al carácter y cultura propios.
Qué derechos, y también qué obligaciones. Ofreciéndoles una tierra culta, abierta, común y generosa que el inmigrante, o sus hijos, no tardaran en sentir como propia. Una nueva patria: abierta, varia y coherente al mismo tiempo, que pudiesen, con poco o relativo esfuerzo, hacer suya.
Pero todo eso habría requerido inteligencia política, cálculos a largo plazo hechos por gobernantes previsores, no por gentuza oportunista que promulga leyes coyunturales, contradictorias, y sólo actúa pendiente del titular de telediario y de las próximas elecciones, en un país de borregos donde todo problema aplazado es un problema resuelto.
Salía más barato dejar que las cosas se asentaran de forma natural.
En vez de procurar explicar la necesaria historia del Cid Campeador a un niño magrebí, lo que se hizo fue eliminar al Cid de los libros escolares. Nada por aquí, y nada por allá. Vacío total.
Papilla informe, sin sustancia, válida para todos y que no nutre a nadie. Y así, el resto.
Cualquier intervención o planificación seria habría sido un acto totalitario y fascista. Laissez faire, laissez passer. Y vaya si pasaron.
De cualquier manera. Hacinándose en guetos infames, desorientados mientras los explotábamos en español, en catalán, en gallego, en vascuence, en mallorquín, en valenciano, en bable, en farfullo de Villaconejos de la Torda.
Sometidos por fuera a todas las gilipolleces en que tan diestros somos, y formando por dentro sus propias estructuras independientes. Con los daños colaterales lógicos: marginación involuntaria o deliberada, descontrol, delincuencia.
Transformando barrios y pueblos enteros, unas veces para bien y otras para mal. Porque no hay gueto bueno, y ciertas convivencias desequilibradas son imposibles. Saturando sistemas poco previsores que no dan más de sí. Creando, también ellos, sus núcleos marginales específicos, sus rencores internos y ajenos. Sus propios problemas.
Ahora mugen vacas flacas y el negocio se va al carajo.
De pronto, molestan. Pero ni siquiera así sacamos consecuencias útiles de las señales registradas en otros países que afrontan situaciones parecidas. Y al final pagarán los de siempre.
Los tres, o treinta, o trescientos infelices apaleados en tal o cual sitio por una turba de bestias analfabetas en busca de alguien a quien linchar después de haberlo explotado hasta el tuétano.
A cambio, algún día, cuando la desesperación propia y el racismo inevitable empujen a esos desgraciados al extremo, allí donde se sientan fuertes y puedan no sólo sobrevivir, sino defenderse e incluso agredir, arderán barrios enteros. No les quepa duda.
Nos ajustarán las cuentas con su cólera desesperada, históricamente justa.
Espero estar aquí para verlo, apoyado en la ventana de la biblioteca con la última botella de vino en la mano: respetables matronas en deshabillé corriendo por las calles mientras los bárbaros, como era inevitable, saquean Roma.
Que nos den, entonces. Que nos vayan dando.
ARTURO PÉREZ-REVERTE | XLSemanal | 07 de Febrero de 2010
Unos los querían para mano de obra barata: jornaleros de miseria, chachas dóciles y carne de puticlub. Otros, para adornarse con la media verónica de que las fronteras son fascistas, aquí cabemos todos y maricón el último.
El resto miramos a otro lado porque eso no iba con nosotros. A mí, pensábamos, la impotencia me la trae floja. Y adobando el asunto, la llamada opinión pública –esa puta perversa, tornadiza e hipócrita– extendió su salsa de irresponsabilidad y demagogia.
Así, es natural que ni Pepé ni Pesoe, ni gobiernos, ni ministros, ni presidentes autonómicos, ni alcaldes y alcaldas de esta variopinta nación de naciones discutibles y discutidas del payaso Fofó, hicieran otra cosa que currarse lo inmediato.
Ninguno de nuestros políticos renunció a esos viajes que se montan a costa de nuestra imbecilidad y dinero con el pretexto de estudiar el funcionamiento del metro de Estambul, las posibilidades eólicas de la Gran Muralla, el impacto del mosquito anófeles en el turismo de Cancún o el imprescindible hermanamiento de Tomillar del Rebollo con San Petersburgo.
Nadie, en vez de hacer turismo por la patilla, se asomó a Francia, por ejemplo, donde el problema de la inmigración descontrolada y marginal hace tiempo que rechina en toda su crudeza.
A aprender de los errores ajenos, y no meter la gamba en los mismos barrizales.
Las prioridades eran otras: ganar dinero o votos fáciles, emparedar el problema futuro entre la desvergüenza de los explotadores y el buenismo estúpido de los cantamañanas, con esos supuestos papeles para todos que, además, eran mentira. Lo que viniese luego importaba un carajo.
Por eso, leyes y normas no respondieron nunca a una política previsora de integración real y educación, planificada con realismo e inteligencia.
Nadie aclaró, tampoco, qué idea de España iba a brindarse a quienes se acogían a ella.
Qué espacio común podrían hacer suyo, a qué costumbres adaptarse, qué cauces serían adecuados para fundirse con el entorno sin renunciar al carácter y cultura propios.
Qué derechos, y también qué obligaciones. Ofreciéndoles una tierra culta, abierta, común y generosa que el inmigrante, o sus hijos, no tardaran en sentir como propia. Una nueva patria: abierta, varia y coherente al mismo tiempo, que pudiesen, con poco o relativo esfuerzo, hacer suya.
Pero todo eso habría requerido inteligencia política, cálculos a largo plazo hechos por gobernantes previsores, no por gentuza oportunista que promulga leyes coyunturales, contradictorias, y sólo actúa pendiente del titular de telediario y de las próximas elecciones, en un país de borregos donde todo problema aplazado es un problema resuelto.
Salía más barato dejar que las cosas se asentaran de forma natural.
En vez de procurar explicar la necesaria historia del Cid Campeador a un niño magrebí, lo que se hizo fue eliminar al Cid de los libros escolares. Nada por aquí, y nada por allá. Vacío total.
Papilla informe, sin sustancia, válida para todos y que no nutre a nadie. Y así, el resto.
Cualquier intervención o planificación seria habría sido un acto totalitario y fascista. Laissez faire, laissez passer. Y vaya si pasaron.
De cualquier manera. Hacinándose en guetos infames, desorientados mientras los explotábamos en español, en catalán, en gallego, en vascuence, en mallorquín, en valenciano, en bable, en farfullo de Villaconejos de la Torda.
Sometidos por fuera a todas las gilipolleces en que tan diestros somos, y formando por dentro sus propias estructuras independientes. Con los daños colaterales lógicos: marginación involuntaria o deliberada, descontrol, delincuencia.
Transformando barrios y pueblos enteros, unas veces para bien y otras para mal. Porque no hay gueto bueno, y ciertas convivencias desequilibradas son imposibles. Saturando sistemas poco previsores que no dan más de sí. Creando, también ellos, sus núcleos marginales específicos, sus rencores internos y ajenos. Sus propios problemas.
Ahora mugen vacas flacas y el negocio se va al carajo.
De pronto, molestan. Pero ni siquiera así sacamos consecuencias útiles de las señales registradas en otros países que afrontan situaciones parecidas. Y al final pagarán los de siempre.
Los tres, o treinta, o trescientos infelices apaleados en tal o cual sitio por una turba de bestias analfabetas en busca de alguien a quien linchar después de haberlo explotado hasta el tuétano.
A cambio, algún día, cuando la desesperación propia y el racismo inevitable empujen a esos desgraciados al extremo, allí donde se sientan fuertes y puedan no sólo sobrevivir, sino defenderse e incluso agredir, arderán barrios enteros. No les quepa duda.
Nos ajustarán las cuentas con su cólera desesperada, históricamente justa.
Espero estar aquí para verlo, apoyado en la ventana de la biblioteca con la última botella de vino en la mano: respetables matronas en deshabillé corriendo por las calles mientras los bárbaros, como era inevitable, saquean Roma.
Que nos den, entonces. Que nos vayan dando.
Esas vidas desnudas
Esas vidas desnudas
ARTURO PÉREZ-REVERTE | XLSemanal | 14 de Febrero de 2010
Acaba de recordármelo una fotografía tomada tras el hundimiento de un edificio en Madrid: la huella de sus habitaciones y de las vidas que las poblaron, impresa en las paredes del edificio contiguo como en el corte vertical de una tarta de varios pisos, o esas antiguas casitas de muñecas que podían abrirse para ver el interior con muebles diminutos.
Huellas de peldaños que ya no llevan a ninguna parte, fotografías enmarcadas, un sillón en precario equilibrio sobre una cornisa de suelo roto, un dibujo sujeto con chinchetas junto a una cama infantil, la pared del cuarto de un joven con diana de dardos en la pared, estante con libros y póster de grupo roquero...
Restos de existencias arrancadas de allí por el azar, la desgracia, la mano oculta de un jugador desprovisto de sentimientos que mueve piezas en un tablero frío como el universo. Que mata, hiere, rompe, mutila, porque el bien y el mal se funden en su implacable simetría.
En su terrible naturaleza. La imagen, que coincide con otras que llegaron hace poco de Haití, me transporta a tiempos y lugares donde esa clase de imágenes, por repetidas hasta la monotonía, ni siquiera eran noticia; sólo paisaje habitual a uno y otro lado de las calles por las que caminaba pisando cristales rotos, espantado no por el horror inmediato –a todo se hace uno con el hábito y la lucidez forzosa–, sino por la mano despiadada que había tajado sin que le temblara el pulso, con su cuchillo de carnicero cósmico, aquellos edificios y las vidas que contenían. La regla helada, impasible, que se advertía detrás de aquella desolación y aquel silencio.
También está la melancolía. Otro recuerdo de los suscitados por esa fotografía tiene que ver con un antiguo edificio que durante muchos años fue escenario de mi infancia familiar, y que más tarde, derribado casi por completo, mantuvo demasiado tiempo alguno de sus muros desnudos impúdicamente expuesto a la mirada pública, con mi memoria impresa en él, visible cada vez que me detenía allí: huellas de muebles, apliques de lámparas y cuadros en las paredes, empapelado, azulejos de la cocina, restos de baldosas y escaleras.
Rastros de un paisaje entrañable, de juegos infantiles, de calor y de cobijo. Del paraíso perdido del que tarde o temprano te expulsa el tiempo.
Ante aquel triste aspecto de un lugar para mí tan amado y conocido, cuyo plano y detalles podía –todavía puedo– reconstruir minuciosamente en la memoria, llegué a experimentar, a veces, intensos sentimientos de nostalgia.
De pérdida irreparable. Y si en mi caso el despojo se debía exclusivamente a la convicción del paso de los años y la ausencia paulatina e inevitable de seres queridos –nada especialmente dramático cuando se considera con arreglo al orden natural de las cosas–, imagino el desconsuelo de quienes contemplan las huellas de sus propias vidas en las paredes de antiguos hogares después de sucesos trágicos, pérdidas graves, golpes brutales de los que aniquilan cuanto el ser humano posee, o cree poseer.
Ésa es la razón de que las imágenes de esas existencias desnudas, los cortes verticales de edificios descubiertos de un día para otro por catástrofes naturales, guerras o siniestros azares del destino, me conmuevan especialmente. Me pongan –disimulen la mariconada– algo blandito por dentro. Más, incluso, que los cuerpos sepultados bajo los escombros.
Hay en esas paredes algo que revela la parte indefensa, y tal vez la mejor, del ser humano. De cualquiera. De todos. A ver qué miserable o canalla entre los millones que adornan el paisaje, por mucho que lo sea, no tiene un rincón noble en alguna parte.
Una retaguardia íntima, privada, hecha, incluso para los peores entre nosotros, de afectos, lecturas, músicas, sueños, amores, ternuras.
La habitación de un hijo, el dormitorio de una madre con su crucifijo en la pared, el póster del Ché, la foto de boda de los padres o los abuelos, el retrato de un niño que fue feliz o no lo fue, la cama donde se ama, se sueña o se tienen pesadillas, la estantería con libros que ayudan a vivir otras vidas, a planear futuros o a consolar pasados.
Asomarme involuntariamente a esa parte al descubierto de cada uno de nosotros me conmueve e incomoda, pues hace vacilar la confortable certeza, tan útil en tiempos de crisis –y todos los tiempos lo son– de que el ser humano tiene siempre lo que se merece.
Esa exhibición desconsiderada, impúdica, de tantas vidas desnudas, dispara también curiosos mecanismos de solidaridad frente al verdugo cósmico que juega con nosotros al ajedrez.
Con fotografías como la que comento, con paisajes parecidos, o peores, que a mi pesar conservo en la memoria, me gustaría tener delante a ese jugador improbable y decirle: oye, desvergonzado hijo de la grandísima puta. A un ser humano se le mata, si tales son las reglas. De acuerdo.
Pero no se le humilla. No se le desnuda así, en público, en lo que es y lo que fue.
ARTURO PÉREZ-REVERTE | XLSemanal | 14 de Febrero de 2010
Acaba de recordármelo una fotografía tomada tras el hundimiento de un edificio en Madrid: la huella de sus habitaciones y de las vidas que las poblaron, impresa en las paredes del edificio contiguo como en el corte vertical de una tarta de varios pisos, o esas antiguas casitas de muñecas que podían abrirse para ver el interior con muebles diminutos.
Huellas de peldaños que ya no llevan a ninguna parte, fotografías enmarcadas, un sillón en precario equilibrio sobre una cornisa de suelo roto, un dibujo sujeto con chinchetas junto a una cama infantil, la pared del cuarto de un joven con diana de dardos en la pared, estante con libros y póster de grupo roquero...
Restos de existencias arrancadas de allí por el azar, la desgracia, la mano oculta de un jugador desprovisto de sentimientos que mueve piezas en un tablero frío como el universo. Que mata, hiere, rompe, mutila, porque el bien y el mal se funden en su implacable simetría.
En su terrible naturaleza. La imagen, que coincide con otras que llegaron hace poco de Haití, me transporta a tiempos y lugares donde esa clase de imágenes, por repetidas hasta la monotonía, ni siquiera eran noticia; sólo paisaje habitual a uno y otro lado de las calles por las que caminaba pisando cristales rotos, espantado no por el horror inmediato –a todo se hace uno con el hábito y la lucidez forzosa–, sino por la mano despiadada que había tajado sin que le temblara el pulso, con su cuchillo de carnicero cósmico, aquellos edificios y las vidas que contenían. La regla helada, impasible, que se advertía detrás de aquella desolación y aquel silencio.
También está la melancolía. Otro recuerdo de los suscitados por esa fotografía tiene que ver con un antiguo edificio que durante muchos años fue escenario de mi infancia familiar, y que más tarde, derribado casi por completo, mantuvo demasiado tiempo alguno de sus muros desnudos impúdicamente expuesto a la mirada pública, con mi memoria impresa en él, visible cada vez que me detenía allí: huellas de muebles, apliques de lámparas y cuadros en las paredes, empapelado, azulejos de la cocina, restos de baldosas y escaleras.
Rastros de un paisaje entrañable, de juegos infantiles, de calor y de cobijo. Del paraíso perdido del que tarde o temprano te expulsa el tiempo.
Ante aquel triste aspecto de un lugar para mí tan amado y conocido, cuyo plano y detalles podía –todavía puedo– reconstruir minuciosamente en la memoria, llegué a experimentar, a veces, intensos sentimientos de nostalgia.
De pérdida irreparable. Y si en mi caso el despojo se debía exclusivamente a la convicción del paso de los años y la ausencia paulatina e inevitable de seres queridos –nada especialmente dramático cuando se considera con arreglo al orden natural de las cosas–, imagino el desconsuelo de quienes contemplan las huellas de sus propias vidas en las paredes de antiguos hogares después de sucesos trágicos, pérdidas graves, golpes brutales de los que aniquilan cuanto el ser humano posee, o cree poseer.
Ésa es la razón de que las imágenes de esas existencias desnudas, los cortes verticales de edificios descubiertos de un día para otro por catástrofes naturales, guerras o siniestros azares del destino, me conmuevan especialmente. Me pongan –disimulen la mariconada– algo blandito por dentro. Más, incluso, que los cuerpos sepultados bajo los escombros.
Hay en esas paredes algo que revela la parte indefensa, y tal vez la mejor, del ser humano. De cualquiera. De todos. A ver qué miserable o canalla entre los millones que adornan el paisaje, por mucho que lo sea, no tiene un rincón noble en alguna parte.
Una retaguardia íntima, privada, hecha, incluso para los peores entre nosotros, de afectos, lecturas, músicas, sueños, amores, ternuras.
La habitación de un hijo, el dormitorio de una madre con su crucifijo en la pared, el póster del Ché, la foto de boda de los padres o los abuelos, el retrato de un niño que fue feliz o no lo fue, la cama donde se ama, se sueña o se tienen pesadillas, la estantería con libros que ayudan a vivir otras vidas, a planear futuros o a consolar pasados.
Asomarme involuntariamente a esa parte al descubierto de cada uno de nosotros me conmueve e incomoda, pues hace vacilar la confortable certeza, tan útil en tiempos de crisis –y todos los tiempos lo son– de que el ser humano tiene siempre lo que se merece.
Esa exhibición desconsiderada, impúdica, de tantas vidas desnudas, dispara también curiosos mecanismos de solidaridad frente al verdugo cósmico que juega con nosotros al ajedrez.
Con fotografías como la que comento, con paisajes parecidos, o peores, que a mi pesar conservo en la memoria, me gustaría tener delante a ese jugador improbable y decirle: oye, desvergonzado hijo de la grandísima puta. A un ser humano se le mata, si tales son las reglas. De acuerdo.
Pero no se le humilla. No se le desnuda así, en público, en lo que es y lo que fue.
17 feb 2010
Georges Prêtre (
...... * Georges Prêtre (1924), director de orquesta francés, ha trabajado en los mejores teatros de ópera y conciertos del mundo. Fue el director musical favorito de Maria Callas, con quien grabó Carmen y Tosca. Además, se le considera uno de los grandes expertos en la obra de Francis Poulenc. En el 2008, con 83 años, se convirtió en el primer director francés y en el más longevo en dirigir en Viena el Concierto de Año Nuevo que este año estará de nuevo a su cargo.
Le Clézio, ¿Javier Marías?
......
La memoria me jugó una mala pasada y no es hoy cuando se falla el Premio Nacional de narrativa, sino el lunes próximo, día 13. Me imagino que las novelas con más posibilidades son las de Rafael Chirbes y Javier Marías, Crematorio y Tu rostro mañana, 3. Veneno y sombra y adiós.
Pero sospecho que el jurado se decantará, en esta ocasión, por Marías, premiando así -en cierta forma- toda la extraordinaria trilogía. Sea como fuere, tienen poco margen para equivocarse pues entre los finalistas también figuran, junto a alguna obra pintoresca cuya presencia sólo se explica por el despiste del jurado, nada menos que La gloria de los niños, de Luis Mateo Díez, y La ofensa, de Ricardo Menéndez Salmón.
Giorgio de Chirico: las memorias de un superhombre
Giorgio de Chirico: las memorias de un superhombre
El viejo tenía muy mala leche. El viejo es Giorgio de Chirico; ayer terminé de leer sus memorias, que son muy graciosas, aunque involuntariamente. No las escribió para que nos partamos la columna de risa, pero son divertidas, da igual si se revuelve en su tumba. A veces no. A veces se pone pesado, sin más, pero poco. A no ser cuando se le ocurre salvar el mundo con sus opiniones sobre lo humano y lo divino el libro se lee bien y tiene su guasa y su interés, aunque uno esperaba que se parase más en ciertas etapas por las que pasa casi volando, dando estocadas a diestro y siniestro sin profundizar.
A poco que empezamos a leer notamos algo raro; Giorgio de Chirico está como una cabra.
Sí, y ¿quién no está cómo una cabra? Vale, es verdad, pero él más. Son incontables las veces que se refiere a sí mismo como un gran hombre y un verdadero artista, una inteligencia excepcional, etcétera, y esto cuando se pone modesto. Cree a pies juntillas que es el único artista del siglo XX que no está cagando sobre el bendito nombre del arte. Odia a los franceses desde que empezaron a pintar peor que niños de ocho años y cree que hay una conspiración en Italia (y fuera) para acabar con él, todo por envidia, según comenta un millón de veces por circunstancias distintas.
Quitando los muchos párrafos que dedica a señalar que él y su mujer son algo así como una nueva raza de superhombres, y que a veces se hacen coñeros, y los pormenores de las tramas conspiradoras contra su persona y trabajo derivadas de la envidia, el libro es ameno y tiene pasajes de cagarse por la pata. Y además el estilo alambicado que gasta a veces toma un cariz realmente alucinante, que ya no sabes si estás leyendo un libro de ciencia-ficción:
“Pero llegó el 4 de junio de 1944. Los últimos ectoplasmas de ojos glaucos e inexpresivos habían desaparecido hacia Occidente y hacia el Septentrión. Pudimos salir y vivir como personas.”Pura ciencia-ficción. Los ectoplasmas son los nazis entrando en Italia; “hombres de piel enrojecida y con ojos de hiena”.
Pero claro, cualquier persona de bien con un poco de sangre en el cuerpo y escaso interés por la pintura y milagros de don Giorgio, se compra estas memorias para leer el momento maravilloso en que aparecen en escena los surrealistas. La cosa promete porque don Giorgio digamos que flirteó con el surrealismo, no poco, se metió hasta las cachas entre ellos y después se desdijo y se deshizo toda la vida; se desdijo argumentando que era un ingenuo y no sabía que esos señores eran tan cabrones y subnormales, y se deshizo renegando de las telas de esa época, hasta el punto, sospecho, de tildar de falsos muchas telas que no lo eran (perdió juicios incluso).
La verdad es que no decepciona:
“Al poco de llegar a París, encontré una fuerte oposición por parte de aquel grupo de degenerados, de canallas, de hijos de papá, de holgazanes, de onanistas y de abúlicos que, pomposamente, se habían autobautizado como surrealistas y hablaban hasta de “revolución surrealista” y de “movimiento surrealista”. Este grupo de individuos poco recomendables estaba capitaneado por un sedicente poeta que respondía al nombre de André Breton, que tenía como ayudante de campo a otro seudopoeta llamado Paul Eluard, que era un muchachote pálido y banal, con la nariz torcida y una cara con algo de onanista y algo de cretino místico. André Breton, además, era el tipo clásico de asno pretencioso y de arribista impotente.”
Como se ve domina el arte de la descripción. No tiene “pelos en la pluma”.
“Escribo todas estas cosas y seguiré escribiéndolas, indiferente a las reacciones que provoquen, porque sé que, además de ser un gran pintor y un gran hombre, también tengo una misión que cumplir”. (En cursiva estas tres últimas palabras, supongo, que por el autor).
Tengo que decir que no recuerdo haber visto un De Chirico delante en mi puñetera vida, y en cromo o en pantalla de ordenador no es lo mismo; pero, a decir verdad, su pintura metafísica (eufemismo por surrealista) parece tan espantosa como la de Dalí, otro eunuco artístico para don Giorgio.
Otro día trascribo aquí un pasaje tronchante sobre una actuación en directo de lo que él llama música dodecacofónica, “un fenómeno ultramoderno”.
Amén.
El viejo tenía muy mala leche. El viejo es Giorgio de Chirico; ayer terminé de leer sus memorias, que son muy graciosas, aunque involuntariamente. No las escribió para que nos partamos la columna de risa, pero son divertidas, da igual si se revuelve en su tumba. A veces no. A veces se pone pesado, sin más, pero poco. A no ser cuando se le ocurre salvar el mundo con sus opiniones sobre lo humano y lo divino el libro se lee bien y tiene su guasa y su interés, aunque uno esperaba que se parase más en ciertas etapas por las que pasa casi volando, dando estocadas a diestro y siniestro sin profundizar.
A poco que empezamos a leer notamos algo raro; Giorgio de Chirico está como una cabra.
Sí, y ¿quién no está cómo una cabra? Vale, es verdad, pero él más. Son incontables las veces que se refiere a sí mismo como un gran hombre y un verdadero artista, una inteligencia excepcional, etcétera, y esto cuando se pone modesto. Cree a pies juntillas que es el único artista del siglo XX que no está cagando sobre el bendito nombre del arte. Odia a los franceses desde que empezaron a pintar peor que niños de ocho años y cree que hay una conspiración en Italia (y fuera) para acabar con él, todo por envidia, según comenta un millón de veces por circunstancias distintas.
Quitando los muchos párrafos que dedica a señalar que él y su mujer son algo así como una nueva raza de superhombres, y que a veces se hacen coñeros, y los pormenores de las tramas conspiradoras contra su persona y trabajo derivadas de la envidia, el libro es ameno y tiene pasajes de cagarse por la pata. Y además el estilo alambicado que gasta a veces toma un cariz realmente alucinante, que ya no sabes si estás leyendo un libro de ciencia-ficción:
“Pero llegó el 4 de junio de 1944. Los últimos ectoplasmas de ojos glaucos e inexpresivos habían desaparecido hacia Occidente y hacia el Septentrión. Pudimos salir y vivir como personas.”Pura ciencia-ficción. Los ectoplasmas son los nazis entrando en Italia; “hombres de piel enrojecida y con ojos de hiena”.
Pero claro, cualquier persona de bien con un poco de sangre en el cuerpo y escaso interés por la pintura y milagros de don Giorgio, se compra estas memorias para leer el momento maravilloso en que aparecen en escena los surrealistas. La cosa promete porque don Giorgio digamos que flirteó con el surrealismo, no poco, se metió hasta las cachas entre ellos y después se desdijo y se deshizo toda la vida; se desdijo argumentando que era un ingenuo y no sabía que esos señores eran tan cabrones y subnormales, y se deshizo renegando de las telas de esa época, hasta el punto, sospecho, de tildar de falsos muchas telas que no lo eran (perdió juicios incluso).
La verdad es que no decepciona:
“Al poco de llegar a París, encontré una fuerte oposición por parte de aquel grupo de degenerados, de canallas, de hijos de papá, de holgazanes, de onanistas y de abúlicos que, pomposamente, se habían autobautizado como surrealistas y hablaban hasta de “revolución surrealista” y de “movimiento surrealista”. Este grupo de individuos poco recomendables estaba capitaneado por un sedicente poeta que respondía al nombre de André Breton, que tenía como ayudante de campo a otro seudopoeta llamado Paul Eluard, que era un muchachote pálido y banal, con la nariz torcida y una cara con algo de onanista y algo de cretino místico. André Breton, además, era el tipo clásico de asno pretencioso y de arribista impotente.”
Como se ve domina el arte de la descripción. No tiene “pelos en la pluma”.
“Escribo todas estas cosas y seguiré escribiéndolas, indiferente a las reacciones que provoquen, porque sé que, además de ser un gran pintor y un gran hombre, también tengo una misión que cumplir”. (En cursiva estas tres últimas palabras, supongo, que por el autor).
Tengo que decir que no recuerdo haber visto un De Chirico delante en mi puñetera vida, y en cromo o en pantalla de ordenador no es lo mismo; pero, a decir verdad, su pintura metafísica (eufemismo por surrealista) parece tan espantosa como la de Dalí, otro eunuco artístico para don Giorgio.
Otro día trascribo aquí un pasaje tronchante sobre una actuación en directo de lo que él llama música dodecacofónica, “un fenómeno ultramoderno”.
Amén.
Frases
Una poética (casi) en citas
"Cuando el humor se constituye en género es que ha resuelto apartarse respetuosamente de las cosas serias, a fin de que éstas puedan ejercer sin embarazo su petulante tiranía. Así la pretendida rebeldía del humorismo contra las cosas serias resulta un pacto secreto de complicidad."
Rafael S. Ferlosio
"Le leí con admiración, con sorpresa. También con asco y con fastidio. La gran literatura de un contemporáneo siempre produce admiración y fastidio a la vez".
Manuel Vilas
"La originalidad es la antítesis de la novedad".
George Steiner
"Toda a literatura consiste nun esforço para tornar a vida real".
Fernando Pessoa
"Lo bello se halla removiendo escombros".
A. Porchia
"Siento curiosidad de hasta qué punto lo que nace de mi pluma puede ser verdad..."
W. Gombrowicz
14 feb 2010
Yo También
YO... TAMBIÉN
Yo también le doy la vuelta a la almohada para ponerla al lado frío.
Yo también tengo la necesidad de moverme cuando hablo por telefono
Yo también leía las cajas de Kellogs mientras desayunaba y aprendía Portugués.
Yo tambien dije: “Mañana me levanto y estudio”
Yo también uso el móvil como despertador
Yo también jugaba a no pisar las lineas del suelo
Yo tambien rayo las ultimas paginas de los cuadernos
Yo tambien cuando me aburro en classe y tengo el tippex en la mano lo empiezo a gastar de forma tonta
Yo tampoco encuentro nunca donde está el inicio del celo
Yo tambien sigo viendo capítulos repetidos de los Simpsons
Yo también he tenido la sensación de caerme cuando me estoy durmiendo
Yo tambien arranco la hierba del suelo cuando estoy sentado en el cesped
Yo tambien estoy cansado/a de los correos que me manda el facebook
Yo también me río cuando alguien se cae
Yo también me perdí cuando era pequeño
Yo también me tengo a mi mismo en el messenger
Yo tambien me acuerdo de personas con las canciones
Yo tambien digo estoy bien cuando estoy mal.
Yo también canto el “tonight tonight tonight, i wanna be with you (8)”
Yo también era un viciao a los tazos
Yo tambien dije OK cuando no entendia lo que me dijeron
Yo tambien he buscado mi nombre en Google
Yo también he tocado timbres… y a correr !
Yo también he llamado “mamá” a una desconocida y me he quedado con una sensación rara.
Yo también me he reído solo por la calle
A mi también me entra la risa en el momento menos oportuno.
Yo tambien me saco los zapatillas sin desabrocharlas
Yo tambien me he viciado al SNAKE intentando superar mi record
Yo tambien dije: me parece que esto ya lo he vivido antes
Yo también abro la nevera, me quedo mirando y la vuelvo a cerrar, sabiendo que hay lo mismo que hace 5 minutos!
Yo también miro la hora dos veces porqué a la primera no me fijo
Yo tambien relleno el bote de champu de agua al acabarse
Yo también me subía al carrito del super
Yo también cuando voy descalzo me pego con el dedo pequeño del pié contra algo.
Yo también cuando me hago daño me vuelvo a dar en el mismo sitio
Yo también odio cuando sale en el msn: “Solucionar Problemas”
Yo también salgo fatal en mi DNI
Yo tambien tengo amigos que cuelgan en Tuenti mis fotos mas feas.
Yo también me he pasado un dia entero en pijama
Yo también me he preguntado porqué hacerse la cama si por la noche la tenemos que deshacer otra vez.
Yo tambien he jugado a Pokemon
yo tambien nunca encuentro las cosas y cuando llamo a mi madre, aparecen por arte de magia
Yo tambien me he tragado un chicle
Yo tambien he dicho “lo tengo” y “me falta” con los cromos
Yo también me cabreo cuando me sale el mensaje de 72 minutos en megavideo.
Yo tambien he buscado mi casa en Google Earth
Yo también veía “LA BANDA DEL PATIO”
Yo tambien pensaba en algo y se me olvido al segundo despues
A mi también me da rabia cuando tengo una palabra en la punta de la lengua
Yo también odio los eventos: pásalo a 100 personas o sino te va a pasar algo muy malo esta noche”
Yo también muerdo la tapa del boli
Yo tambien intento meter desde lejos en las papeleras
Yo tambien pido el mp3 a mi compañero y no me gustan sus canciones
Yo también me reí con la hostia en el palo de Cannavaro
Yo también he enviado un Sms comprometido a la persona equivocada
Yo tambien jugue “piedra, papel o tijera” para ver quien ganaba.
Yo también me he preguntado porque nunca se le veía la cara al malo de Inspector Gadget
Yo también le daría una colleja al tio del anuncio de Vodafone
Yo también pisé un zapato nuevo para “estrenarlo”
Yo tambien apreto mas fuerte el boton del mando cuando se gastan las pilas
Yo tambien cuando juego a Formula1 en la PlayStation cuando viene una curva muy cerrada me muevo como si estuviera girando un volante.
Yo también me he cansado de jugar a los Sims porque son unos pesaos y nunca estan contentos xD
Yo también digo “eres un crack” a todo el mundo
Yo también hacía experimentos con la comida de los restaurantes.
Yo tambien me seco las manos con la ropa cuando me las lavo
Yo también creo que FOTOLOG está en crisis
Yo también quería ser profesor
Yo también me he viciao al Bruto
Yo también cuando me escucho en un video tengo una voz rarísima !
Yo tambien creo que los Agujeros de Filipinos son carísimos.
Yo tampoco dije “UNO” cuando solo me quedaba una carta y me hicieron chupar 4 cartas.
Yo también he sacado 3 seises seguidos en el Parchís y me ido pa’ casita.
Yo también he plantado judías en un bote con algodón!
Yo tambien he tropezado con una señal por la calle
Yo también grito a los aparatos cuando se bloquean inexplicablemente
Yo también le doy la vuelta a la almohada para ponerla al lado frío.
Yo también tengo la necesidad de moverme cuando hablo por telefono
Yo también leía las cajas de Kellogs mientras desayunaba y aprendía Portugués.
Yo tambien dije: “Mañana me levanto y estudio”
Yo también uso el móvil como despertador
Yo también jugaba a no pisar las lineas del suelo
Yo tambien rayo las ultimas paginas de los cuadernos
Yo tambien cuando me aburro en classe y tengo el tippex en la mano lo empiezo a gastar de forma tonta
Yo tampoco encuentro nunca donde está el inicio del celo
Yo tambien sigo viendo capítulos repetidos de los Simpsons
Yo también he tenido la sensación de caerme cuando me estoy durmiendo
Yo tambien arranco la hierba del suelo cuando estoy sentado en el cesped
Yo tambien estoy cansado/a de los correos que me manda el facebook
Yo también me río cuando alguien se cae
Yo también me perdí cuando era pequeño
Yo también me tengo a mi mismo en el messenger
Yo tambien me acuerdo de personas con las canciones
Yo tambien digo estoy bien cuando estoy mal.
Yo también canto el “tonight tonight tonight, i wanna be with you (8)”
Yo también era un viciao a los tazos
Yo tambien dije OK cuando no entendia lo que me dijeron
Yo tambien he buscado mi nombre en Google
Yo también he tocado timbres… y a correr !
Yo también he llamado “mamá” a una desconocida y me he quedado con una sensación rara.
Yo también me he reído solo por la calle
A mi también me entra la risa en el momento menos oportuno.
Yo tambien me saco los zapatillas sin desabrocharlas
Yo tambien me he viciado al SNAKE intentando superar mi record
Yo tambien dije: me parece que esto ya lo he vivido antes
Yo también abro la nevera, me quedo mirando y la vuelvo a cerrar, sabiendo que hay lo mismo que hace 5 minutos!
Yo también miro la hora dos veces porqué a la primera no me fijo
Yo tambien relleno el bote de champu de agua al acabarse
Yo también me subía al carrito del super
Yo también cuando voy descalzo me pego con el dedo pequeño del pié contra algo.
Yo también cuando me hago daño me vuelvo a dar en el mismo sitio
Yo también odio cuando sale en el msn: “Solucionar Problemas”
Yo también salgo fatal en mi DNI
Yo tambien tengo amigos que cuelgan en Tuenti mis fotos mas feas.
Yo también me he pasado un dia entero en pijama
Yo también me he preguntado porqué hacerse la cama si por la noche la tenemos que deshacer otra vez.
Yo tambien he jugado a Pokemon
yo tambien nunca encuentro las cosas y cuando llamo a mi madre, aparecen por arte de magia
Yo tambien me he tragado un chicle
Yo tambien he dicho “lo tengo” y “me falta” con los cromos
Yo también me cabreo cuando me sale el mensaje de 72 minutos en megavideo.
Yo tambien he buscado mi casa en Google Earth
Yo también veía “LA BANDA DEL PATIO”
Yo tambien pensaba en algo y se me olvido al segundo despues
A mi también me da rabia cuando tengo una palabra en la punta de la lengua
Yo también odio los eventos: pásalo a 100 personas o sino te va a pasar algo muy malo esta noche”
Yo también muerdo la tapa del boli
Yo tambien intento meter desde lejos en las papeleras
Yo tambien pido el mp3 a mi compañero y no me gustan sus canciones
Yo también me reí con la hostia en el palo de Cannavaro
Yo también he enviado un Sms comprometido a la persona equivocada
Yo tambien jugue “piedra, papel o tijera” para ver quien ganaba.
Yo también me he preguntado porque nunca se le veía la cara al malo de Inspector Gadget
Yo también le daría una colleja al tio del anuncio de Vodafone
Yo también pisé un zapato nuevo para “estrenarlo”
Yo tambien apreto mas fuerte el boton del mando cuando se gastan las pilas
Yo tambien cuando juego a Formula1 en la PlayStation cuando viene una curva muy cerrada me muevo como si estuviera girando un volante.
Yo también me he cansado de jugar a los Sims porque son unos pesaos y nunca estan contentos xD
Yo también digo “eres un crack” a todo el mundo
Yo también hacía experimentos con la comida de los restaurantes.
Yo tambien me seco las manos con la ropa cuando me las lavo
Yo también creo que FOTOLOG está en crisis
Yo también quería ser profesor
Yo también me he viciao al Bruto
Yo también cuando me escucho en un video tengo una voz rarísima !
Yo tambien creo que los Agujeros de Filipinos son carísimos.
Yo tampoco dije “UNO” cuando solo me quedaba una carta y me hicieron chupar 4 cartas.
Yo también he sacado 3 seises seguidos en el Parchís y me ido pa’ casita.
Yo también he plantado judías en un bote con algodón!
Yo tambien he tropezado con una señal por la calle
Yo también grito a los aparatos cuando se bloquean inexplicablemente
La mejor historia de amor
La mejor historia de amor .Por:
Winston Manrique Sabogal
12/02/2010
Aunque siempre ha estado presente en la literatura universal, el amor ha vuelto como protagonista o coprotagonista de la narrativa del siglo XXI (como ya lo analizó Babelia en junio pasado). Una temática que da pie, y ahora vamos a aprovechar la complicidad de la celebración comercial del dichoso día de San Valentín, para rescatar algunas de las historias de amor de la literatura menos conocidas o famosas pero que merecen estar en el olimpo de las grandes junto a Romeo y Julieta, La celestina, Cumbres borrascosas, Primer amor, Madame Bovary, El gran Gatsby, El fin del romance, El buen soldado, La casa de las bellas durmientes, Rayuela o El amor en los tiempos del cólera.
Me saltan a la memoria dos novelas y un cuento de los últimos 50 años: El rumor del oleaje, de Yukio Mishima, y Jazz, de Toni Morrison; y un relato que, aunque de gran difusión cinematográfica, vale muchísimo la pena leer por su escritura poética, directa y crítica que sirve para contar la vida de Ennis del Mar y Jack Twist: Brokeback Mountain, de Annie Proulx (Lumen). Así es que, dejando a un lado los celos, ¿cuál es para usted ese amor literario que les gustaría que conociéramos?
Más allá de los autores de novela romántica, que crece tanto en escritores y lectores, y reforzada en el ciberespacio con chats, webs y demás recursos, hay otros grandes creadores de novela tradicional que, además de narrar una buena historia de sentimientos, vuelven a utilizar el amor como recurso y celestina para escribir sobre asuntos históricos, políticos, culturales o sociales. Dos ejemplos recientes son Antonio Muñoz Molina que en La noche de los tiempos (Seix Barral) retrata los días previos a la Guerra Civil española, y Orhan Pamuk que en El museo de la inocencia (Mondadori) repasa el tránsito de Estambul al mundo más contemporáneo. Lo dicho: ¿Qué novela o cuento de amor poco conocido deberíamos leer? (el cuadro que ilustra el post es Noche de verano (1890), de Winslow Homer.
ACASO
.
Acaso sienta,
que estás prendido en mi recuerdo,
en días de rosas y besos,
añorando tu presencia,
tus ojos en mis ojos
explorando mi esencia.
Tenderé un puente imaginario
que me lleve,
al lugar donde tú estás,
en dorados sueños adolescentes.
Acaso,
pueda mirarte sin verte,
y así todo, poseerte,
atormentada en mis deseos,
de embriagarme
y someterme,
a tus brazos que me aten,
a tu cuerpo, suavemente.
Acaso,
entre la ternura y la lujuria,
necesito que me digas,
que es posible lo imposible,
de susurrarme al oído,
aquí estoy,
he venido a verte.
Te Observo
Te observo,
en el espejo de mi vida,
pero nada me devuelve,
tu imagen,
perdida en añoranzas,
en ilusiones infinitas,
de distancias que no podré cruzar,
y te siento lejano,
esfumándote en universos, que no habito,
pero no me resigno,
y busco ese encuentro
en poemas escritos,
de versos que no me pertenecen.
Vidas pasadas marcando
el límite de la no espera,
y fluye en mí, el sentimiento del amor.
Caminos en dónde puede,
que no nos encontremos,
sólo vaivenes de palabras,
agotadas en labios que no las pronuncian.
Silencios que se hacen más silencios,
y un bagaje de esperanzas,
escondidas en perpetuos himnos,
de algún día será el hoy.
Hoy que intento marcar,
sólo en una mirada,en un gesto,
que al menos me despierte.
de este letargo ingrato,
de saber, que no habrá tiempo
para que te enamores de mí.
9 feb 2010
TU VOZ
El verano ya ha llegado y como cada año, vuelvo a la casa paterna a pasar el verano. Y aquí estas tú. Por todas partes, en el super, en casa de mis amigos, en la cafetería, en mi esquina...
Entre risas y juegos están mis vecinos en su piscina y tú.
Tu sobrino te llama cada dos minutos y a ti te escucho más lato que nunca. De todas las veces que has estado, siempre que estabas por los gritos y la emoción de los niños...pero nunca te escuché a ti.
Y tú sabias que se escuchaba todo porque a veces me llamabas y te decía lo que oía...
Y hoy se oye perfectamente tu voz y hasta escucho tu parte de la conversación...aunque no las otras.
Adoro estar aquí, me encanta y sin embargo este verano se presenta más largo que corto. Me intento convencer a cada instante de que pueda que tenga suerte y no nos crucemos en mucho tiempo, pero también de que tengo que estar preparada y si te veo tener la página pasada. Pero aún no puedo.
Intento pasar el día pensando en otras cosas, pero cada dos por tres rondas en mi cabeza unos instantes hasta que me obligo a alejarte. Pensar en ti en este momento resulta bastante desagradable, por el sentimiento tan horrible que me produces.
Pero hoy escucho tu voz y todo viene a mi. El impulso de mandarte un mensaje diciendote dale un abracito a Pelotita...el ir arreglandome sabiendo que de aquí a un rato me pasas a buscar...la felicidad de oirte disfrutar con ellos...la ilusión del momento de estrecharte en mis brazos y besarte los labios.
La ciudad se me queda pequeña. Entre semana es una angustia...y los fines de semana es peor, porque encima si te veo me quitarás lo único que por ahora me da vida.
Menos mal que es verano y los fines de semana me consigo escapar...
Mi corazón solo quiere descansar...
...........................hoy tu voz es un martirio.
Perdón
Que Dios te perdone por lo que has hecho.
Que Dios me perdone por ésto que a ratos siento.
Te posicionaste en la linea, en aquella linea infinita que unía nuestros deseos, en esa misma línea que hoy separa nuestros cuerpos, en esa fina línea que separa lo que es perdonable de lo que no. En esa línea que separa el perdón del rencor, la ilusión del dolor.
Haciendo equlibrios y malabarismos, un poco aquí y un poco allí.
Pisándo los límites que nunca debiste pisar...
Pasando de seradorable o odioso con un solo gesto...o más bien con ninguno...
Nunca había tenido este sentimiento, pero tampoco nunca me hicieron sentir tan mal como tu lo has hecho.Te pusiste el primero en la lista de los que menos se merecen, el primero de los desvergonzados, el primero en los ruines, el primero en los malos.
La primera vez en mi vida que me arrepiento de algo. La primera vez que desearía borrar todo lo que tenga que ver contigo. Tanto dolor, para que lo pagues así. Nada valió la pena.
Te has rebajado a ti mismo tanto, que me parece increible que te puedas tener aprecio. Como has cambiado...
¿Qué es lo que me has hecho?
¿Qué es lo que te has hecho?
En la línea que separa el amor del odio....
¿hacia que lado decidiras caer????...........................................
algo me dice que si te pusiste en ella solo es cuestión de tiempo que jamás vuelvas a valer.
Que Dios nos perdone a ambos.............................
porque yo no puedo
8 feb 2010
7 feb 2010
PAYASOS POR TODAS PARTES
Payasos por todas partes
En la década de los setenta dos grandes cineastas acometen el tema del circo en sendas producciones para televisión. De 1970 es I Clowns, particular visión del circo con el que Fellini solventaba un contrato largamente postergado con la RAI, y en 1974 Jacques Tati lleva Parade a la pequeña pantalla de la televisión sueca. Me faltan datos para asegurar que Tati quiso con su cinta dar una réplica de disconformidad a la visión felliniana, pero de lo que no cabe duda es de que ambas producciones presentan numerosas coincidencias e interesantes divergencias sobre las que merece la pena detenerse.
Desde Luci del varietà (1950), pasando por La strada (1954) hasta La dolce vita (1960), Fellini siempre había tenido presente a los payasos. Hasta en la fantasía arqueológica de Satyricon (1969) había una pequeña secuencia dedicada a ellos. La realización de I Clowns, pues, no era más que una zambullida de lleno en un terreno que hasta el momento solo había rodeado. Para ello escoge un esquema narrativo que lo acerca al documental, y plantea la cinta como una investigación acerca del circo que conoció en su infancia: qué documentos nos quedan de aquellos payasos, cuáles siguen vivos, o qué opinan estos personajes acerca del mundo actual. Acompañado de una secretaria y un payasesco equipo de técnicos, Fellini aparece en pantalla entrevistando a decrépitos payasos en sus humildes viviendas, les permite narrar sus mil batallas, condolerse de un circo que ya nunca volverá, o explicar lo que aprendieron de sus maestros. Pero fiel a su estilo, lo que Fellini hace en realidad no es más otro ejercicio de memoria y nostalgia, porque entre las secuencias propiamente documentales del largo se cuelan reconstrucciones de números famosos y fragmentos dispersos de recuerdos y asociaciones mentales que solo pueden provenir del enorme baúl felliniano.
Con I Clowns, Fellini prefigura de algún modo ese gran collage de la memoria que es Amarcord (1973), pero a diferencia de éste, y en consonancia con largometrajes posteriores como Ginger e Fred (1986), el tono de la película no era meramente nostálgico, sino auténticamente elegíaco. El cineasta italiano parece querer certificar con I Clowns la muerte del circo, o al menos, la muerte del circo entendido de un modo concreto, un mundo que ya no puede regresar como no puede regresar el tiempo pasado. El film se abre con un niño -alter ego del cineasta- que observa encantado y en pijama cómo el circo se instala por primera vez en su pueblo, pero se cierra con la grotesca puesta en escena de un funeral sobre la arena del circo y a cargo de un disparatado grupo de payasos. Sin embargo, Fellini añade:
...el hecho de que haya proyectado en el circo y en los clowns una sombra de muerte es la prueba de su vitalidad dentro de mí. Cuando se dice: Dios está muerto; únicamente significa la necesidad de replantear la exigencia de Dios de una manera más virgen, sin corromper.
Federico Fellini (texto recogido en Fellini por Fellini)
Por su parte, la relación de Tati con el circo no parece, al menos en primera instancia, tan evidente. Por supuesto, Tati era un gran payaso, y en cierta forma un trabajador del gremio, pero el circo no había formado parte de los motivos de sus filmes anteriores del modo recurrente en que lo había hecho Fellini en casi todas sus producciones. Pienso más bien que la filmografía de Tati es el esfuerzo (brillante y genial) por dar continuidad y frescura a una tradición del gag que había tenido con Chaplin y Keaton sus momentos álgidos en el cine, pero que en realidad hundía sus raíces en las artes circenses. Chaplin había rendido muy pronto homenaje a las carpas circenses en The Circus (1928), y Tati lo haría en edad más avanzada con Parade, pero a diferencia de la película de Fellini, el ejercicio de Tati está a años luz de toda nostalgia y por supuesto de toda elegía. Parade es una cinta de signo claramente positivo y constructivo.
Se ha discutido acerca de la naturaleza ficcional o documental de Parade, pero la cuestión me parece casi por completo inane. Tati coincide con Fellini al escoger un falso tono documental para enunciar su discurso. Fellini rompe la linealidad temporal mediante el don de la ubicuidad que proporciona la memoria. Tati parece registrar con fidelidad el transcurso, de principio a fin, de una velada de circo, y en lugar de romper la línea del tiempo, se encarga muy diligentemente de desdibujar la del espacio: la cámara nos lleva desde el exterior del circo a sus pasillos, al patio de butacas, al círculo central donde transcurren los números, pero sobre todo nos muestra recurrentemente los rincones llenos de actividad entre bambalinas.
Como Fellini, Tati aparece en la cinta, pero aquí el cómico francés cumple el rol de un excepcional maestro de ceremonias que interviene a placer en los números y que se reserva algunos para sí. Tras la cámara Tati se ocupa muy diligentemente de mostrarnos un circo en construcción: los artistas de circo (malabaristas, payasos) se confunden con los operarios (pintores, tramoyistas) y los papeles se invierten y se superponen. Asistimos a la preparación de los números; los obreros se permiten, por ejemplo, corregir a los magos, y los artistas de circo realizan sus números con herramientas propias de los operarios: brochas de pintar, martillos… Un circo donde el límite entre la escena y el público también se rompe.
Parade conceptúa el circo como una fiesta donde todo el mundo participa: el público no solo canta al son de las canciones, sino que se atreve a retar –como los obreros- a los artistas propiamente dichos, y muy significativamente, al final de la velada, cuando ya todo el mundo se ha marchado, un niño y una niña que han pasado toda la tarde observándose mutuamente, invaden solitarios la pista y hacen suyos los utensilios de los payasos, jugando con ellos mientras sus padres, muy serios los observan pasivamente desde las gradas. El contraste con el cierre de I Clowns es evidente: un Tati particularmente tierno está entregando el relevo a las generaciones futuras; el circo seguirá vivo mientras existan seres dispuestos a recrearlo y construirlo como en un juego siempre recomenzado.
Hay sin embargo una cuestión primordial que conecta estas dos producciones aparentemente tan divergentes, y es la noción de que el circo no es un espacio físico, sino un modo de mirar el mundo. Tati carga las tintas en el vestuario, los peinados y las actitudes de su público, convertido así en una troupe de payasos de circo, y siembra los pasillos o el ambigú de pequeños gags anclados en situaciones cotidianas. Anticipo de todo esto es que, al inicio de Parade, una pareja de muchachos que hacen cola a la entrada del circo se apropie de unos típicos conos de señalización para usarlos como sombreros de payaso. Por su parte, Fellini reconoce en I Clowns su aversión infantil por la vulgaridad de los payasos del circo, pero sus recuerdos están poblados de personajes que, sin pretenderlo, o únicamente por efecto de la mirada del cineasta, contienen, estos sí, a los payasos por los que Fellini siente auténtica devoción y ternura: los locos de las calles de Rímini, la monja enana que enhebra diálogos incomprensibles consigo misma, los borrachos felices, el pequeño funcionario de la estación con su uniforme de colores, y también las autoridades fascistas, seres tan precarios como cualquier otro, pero investidos de autoridad únicamente por la severidad de sus atuendos, como payasos blancos.
-
El mundo, no solo mi pueblo, está, por otro lado, poblado de clowns. Durante mi estancia en París, para esta película, había imaginado una secuencia, que luego no rodé, en la que, circulando en taxi, a fuerza de tanto hablar de los clowns, incluso podían verse por las calles. Viejas ridículas con absurdos sombreros, mujeres con bolsas de plástico en la cabeza para protegerse de la lluvia, sombreros y gabanes arrugados, hombres de negocios con sus típicos bombines; y un obispo, de aspecto embalsamado, sentado en un auto junto al nuestro.
Si, a mi vez, imagino ser un clown, pues bien puedo creerme que soy un augusto. Pero también un clown blanco. O, quizá, soy el director de un circo. El médico de los locos, que a su vez ha enloquecido.
Federico Fellini (texto recogido en Fellini por Fellini)
6 feb 2010
"Mi hermano", por Rafael Novoa
Premio Faroni de Relato Hiperbreve 2002: "Mi hermano", por Rafael Novoa
Nunca le perdoné a mi hermano gemelo que me abandonara durante siete
minutos en la barriga de mamá, y me dejara allí, solo, aterrorizado en
la oscuridad, flotando como un astronauta en aquel líquido viscoso, y
oyendo al otro lado cómo a él se lo comían a besos. Fueron los siete
minutos más largos de mi vida, y los que a la postre determinarían que
mi hermano fuera el primogénito y el favorito de mamá.
Desde entonces salía antes que Pablo de todos los sitios: de la
habitación, de casa, del colegio, de misa, del cine ... aunque ello me
costara el final de la película. Un día me distraje y mi hermano salió
antes que yo a la calle, y mientras me miraba con aquella sonrisa
adorable, un coche se lo llevó por delante. Recuerdo que mi madre, al
oír el golpe, salió de la casa y pasó ante mí corriendo gritando mi
nombre, con los brazos extendidos hacia el cadáver de mi hermano. Yo
nunca la saqué del error.
Nunca le perdoné a mi hermano gemelo que me abandonara durante siete
minutos en la barriga de mamá, y me dejara allí, solo, aterrorizado en
la oscuridad, flotando como un astronauta en aquel líquido viscoso, y
oyendo al otro lado cómo a él se lo comían a besos. Fueron los siete
minutos más largos de mi vida, y los que a la postre determinarían que
mi hermano fuera el primogénito y el favorito de mamá.
Desde entonces salía antes que Pablo de todos los sitios: de la
habitación, de casa, del colegio, de misa, del cine ... aunque ello me
costara el final de la película. Un día me distraje y mi hermano salió
antes que yo a la calle, y mientras me miraba con aquella sonrisa
adorable, un coche se lo llevó por delante. Recuerdo que mi madre, al
oír el golpe, salió de la casa y pasó ante mí corriendo gritando mi
nombre, con los brazos extendidos hacia el cadáver de mi hermano. Yo
nunca la saqué del error.
'La punta de la aduana
Arturo Pérez Reverte
Cada uno tiene sus lugares. Los que amuebla con los libros leídos, con la imaginación y con la propia vida. Sitios vinculados a recuerdos, a personas, a sueños realizados o por realizar.
Algunos tenemos el privilegio –aunque por todo pagas antes o después– de que tales lugares estén repartidos por aquí y por allá, conformando un territorio extenso. A fin de cuentas, cuando a los dieciocho o veinte años renuncias a la seguridad del molusco, te echas una mochila a la espalda y empiezas a caminar, dispuesto a abonar las tarifas necesarias, esos pasos terminan llevándote, por muy torpe que seas, a algunos sitios curiosos.
Te trazan un mapa vital más o menos complejo. Una biografía.
Durante casi veinte años, la punta de la Aduana fue uno de esos lugares en mi mapa. Desde ella hay una vista razonable de la ciudad de Venecia, pero no es el paisaje lo que me hacía ir allí.
Tenían más que ver ciertos estados de ánimo y algunos libros leídos en edad temprana, y también el hecho de que, en una ciudad frecuentada como ésa, la punta de la Aduana quedaba lejos de los circuitos habituales de comercios, paseantes en masa y postales de rigor.
Había que ir a propósito, sin otro objeto. El museo más próximo era el Guggenheim, y distaba un pequeño trecho. En invierno, sobre todo, y especialmente de noche, la soledad podía ser absoluta.
Alguna pareja de enamorados, como mucho.
Gente inmóvil y silenciosa. Ibas caminando desde el muelle Zattere, escuchando el ruido de tus propios pasos, te sentabas luego en el piloncillo de piedra y encendías un cigarrillo mirando la laguna y las luces de la ciudad, en compañía del Judío Errante y de unos cuantos viejos camaradas más.
En esos momentos la otra Venecia quedaba muy lejos, y la punta de la Aduana volvía a ser parte de la materia con la que se tejen los sueños. Los míos, por lo menos. Los que alguna vez tuve. Fue allí, sentado al sol de un invierno, cuando acabé de leer una novelita medio policíaca y medio fantástica de Fruttero y Luccentini cuyo título, bellísimo, asocio siempre con ese lugar: El amante sin domicilio fijo.
En los últimos cuatro o cinco años, sometida a restauración, la punta de la Aduana ha estado prohibida a los transeúntes.
Se abrió de nuevo hace unos meses, convertido el edificio en centro de arte contemporáneo. La puesta al día de éste, confiada al arquitecto japonés Tadeo Ando, me parece extraordinaria. Y el contenido inaugural –parte de la colección Pinault–, discutible según los gustos.
Ahí cada uno es cada cual. Cuando estuve la última vez, a finales de diciembre, lo único que de verdad me puso caliente fue el enorme y bruegeliano Fucking Hell de los hermanos Chapman; y lo que más me divirtió fue la explicación que unas incómodas madres italianas daban a sus criaturas de cinco o seis años ante el pene de dos palmos, enhiesto y largando un espeso chorro de albo producto, situado en una escultura manga de Takashi Murakami.
El resto no me hubiera importado ahorrármelo, pero no se fíen mucho de mi criterio. De arte contemporáneo no tengo ni puta idea. Una vez vi un armario con pastillas y medicamentos firmado por Damien Hirst y estuve a punto de abrirlo y tomarme una aspirina.
El caso es que al salir me asomé a la punta de la Aduana, que en realidad era el objeto principal de mi visita. Y no saben lo que me alegré de haber saturado mis recuerdos con lo que el sitio fue, porque nunca volverá a serlo.
La proximidad de la colección Pinault tenía aquello lleno de gente –con el mismo derecho que yo a estar allí–; y, justo delante del pilar de piedra donde tantos personajes reales e imaginarios se sentaron durante siglos a contemplar la laguna –alguno de ellos mío, como Olvido Ferrara y el fotógrafo Faulques–, hay ahora una escultura blanca de poliuretano acrílico y tamaño algo más que natural: Niño con una rana de Charles Ray, convertida ya en foto veneciana obligatoria, otra más, para cuanto visitante se acerca al paraje.
Y lo que antes era un lugar tranquilo y melancólico, solitario a menudo, se ha convertido en un circo de fotos, flashes y grupos con guías; incluido un guardia de seguridad pegado a la escultura, a fin de que nadie la pintarrajee o le arranque el brazo con la rana.
Más arte moderno interactivo, imposible. Punta de la Aduana con segurata, niño y rana, podría llamarse. O quizá es así como se llama. Volví de noche, y era todavía mejor: una enorme jaula metálica nada artística preservaba la integridad de la obra, enriqueciéndola con su divertida paradoja.
Metáfora del arte, o puro arte contemporáneo, finalmente. El único ya posible. Todos estamos dentro y son los tiempos que corren, concluí resignado. Lo que espera a cada una de las puntas de Aduana que en el mundo han sido. Regresé despacio, caminando por la orilla del ancho canal de la Giudecca. Hacía un frío que partía las piedras. Por suerte, me dije, nadie puede enjaular la memoria, ni los libros.
Cada uno tiene sus lugares. Los que amuebla con los libros leídos, con la imaginación y con la propia vida. Sitios vinculados a recuerdos, a personas, a sueños realizados o por realizar.
Algunos tenemos el privilegio –aunque por todo pagas antes o después– de que tales lugares estén repartidos por aquí y por allá, conformando un territorio extenso. A fin de cuentas, cuando a los dieciocho o veinte años renuncias a la seguridad del molusco, te echas una mochila a la espalda y empiezas a caminar, dispuesto a abonar las tarifas necesarias, esos pasos terminan llevándote, por muy torpe que seas, a algunos sitios curiosos.
Te trazan un mapa vital más o menos complejo. Una biografía.
Durante casi veinte años, la punta de la Aduana fue uno de esos lugares en mi mapa. Desde ella hay una vista razonable de la ciudad de Venecia, pero no es el paisaje lo que me hacía ir allí.
Tenían más que ver ciertos estados de ánimo y algunos libros leídos en edad temprana, y también el hecho de que, en una ciudad frecuentada como ésa, la punta de la Aduana quedaba lejos de los circuitos habituales de comercios, paseantes en masa y postales de rigor.
Había que ir a propósito, sin otro objeto. El museo más próximo era el Guggenheim, y distaba un pequeño trecho. En invierno, sobre todo, y especialmente de noche, la soledad podía ser absoluta.
Alguna pareja de enamorados, como mucho.
Gente inmóvil y silenciosa. Ibas caminando desde el muelle Zattere, escuchando el ruido de tus propios pasos, te sentabas luego en el piloncillo de piedra y encendías un cigarrillo mirando la laguna y las luces de la ciudad, en compañía del Judío Errante y de unos cuantos viejos camaradas más.
En esos momentos la otra Venecia quedaba muy lejos, y la punta de la Aduana volvía a ser parte de la materia con la que se tejen los sueños. Los míos, por lo menos. Los que alguna vez tuve. Fue allí, sentado al sol de un invierno, cuando acabé de leer una novelita medio policíaca y medio fantástica de Fruttero y Luccentini cuyo título, bellísimo, asocio siempre con ese lugar: El amante sin domicilio fijo.
En los últimos cuatro o cinco años, sometida a restauración, la punta de la Aduana ha estado prohibida a los transeúntes.
Se abrió de nuevo hace unos meses, convertido el edificio en centro de arte contemporáneo. La puesta al día de éste, confiada al arquitecto japonés Tadeo Ando, me parece extraordinaria. Y el contenido inaugural –parte de la colección Pinault–, discutible según los gustos.
Ahí cada uno es cada cual. Cuando estuve la última vez, a finales de diciembre, lo único que de verdad me puso caliente fue el enorme y bruegeliano Fucking Hell de los hermanos Chapman; y lo que más me divirtió fue la explicación que unas incómodas madres italianas daban a sus criaturas de cinco o seis años ante el pene de dos palmos, enhiesto y largando un espeso chorro de albo producto, situado en una escultura manga de Takashi Murakami.
El resto no me hubiera importado ahorrármelo, pero no se fíen mucho de mi criterio. De arte contemporáneo no tengo ni puta idea. Una vez vi un armario con pastillas y medicamentos firmado por Damien Hirst y estuve a punto de abrirlo y tomarme una aspirina.
El caso es que al salir me asomé a la punta de la Aduana, que en realidad era el objeto principal de mi visita. Y no saben lo que me alegré de haber saturado mis recuerdos con lo que el sitio fue, porque nunca volverá a serlo.
La proximidad de la colección Pinault tenía aquello lleno de gente –con el mismo derecho que yo a estar allí–; y, justo delante del pilar de piedra donde tantos personajes reales e imaginarios se sentaron durante siglos a contemplar la laguna –alguno de ellos mío, como Olvido Ferrara y el fotógrafo Faulques–, hay ahora una escultura blanca de poliuretano acrílico y tamaño algo más que natural: Niño con una rana de Charles Ray, convertida ya en foto veneciana obligatoria, otra más, para cuanto visitante se acerca al paraje.
Y lo que antes era un lugar tranquilo y melancólico, solitario a menudo, se ha convertido en un circo de fotos, flashes y grupos con guías; incluido un guardia de seguridad pegado a la escultura, a fin de que nadie la pintarrajee o le arranque el brazo con la rana.
Más arte moderno interactivo, imposible. Punta de la Aduana con segurata, niño y rana, podría llamarse. O quizá es así como se llama. Volví de noche, y era todavía mejor: una enorme jaula metálica nada artística preservaba la integridad de la obra, enriqueciéndola con su divertida paradoja.
Metáfora del arte, o puro arte contemporáneo, finalmente. El único ya posible. Todos estamos dentro y son los tiempos que corren, concluí resignado. Lo que espera a cada una de las puntas de Aduana que en el mundo han sido. Regresé despacio, caminando por la orilla del ancho canal de la Giudecca. Hacía un frío que partía las piedras. Por suerte, me dije, nadie puede enjaular la memoria, ni los libros.
Benedetti en Arona
Benedetti en Arona
Arona, en Tenerife, rinde hoy un homenaje a Mario Benedetti, que falleció en la última primavera, después de una enfermedad que se prolongó hasta su desesperación. Benedetti acentuó, en su mirada, la melancolía que se fue acumulando, como capas del tiempo, en su mirada herida.
Primero por la dictadura de su país, que le persiguió en Uruguay y fuera de Urubuay; la dictadura argentina quiso eliminarle también. En Perú, en Cuba, en Mallorca y en Madrid halló sus sucesivos refugios; le conocí en Madrid, a principios de los años 80, y ya entonces Benedetti estaba herido, exiliado de un territorio que era el alimento de su poesía y de sus novelas y de sus cuentos.
Su ironía, que era connatural en su manera de ser, se hizo esquiva, y Mario, que era un hombre noble, desporvisto de cualquier cinismo, se hizo también suspicaz, a veces difícil, porque veía en la vida riscos que ensombrecían su esperanza. Vi en Benedetti ese aspecto de su personalidad, y vi su melancolía siempre diciendo de muchas maneras hasta qué punto la existencia le había sido esquiva, a él y a muchos que como él sufrieron aquella persecución que le impidió la felicidad en sus mejores años.
La libertad perdida no se recupera cuando ya no hay dictadura: la dictadura sigue martillando en la conciencia de las personas para siempre, porque esos límites que impone ya marcan la personalidad de los individuos. Estuvo en Tenerife algunas veces; una vez hizo un recital en una iglesia de Adeje; a él, agnóstico, le hizo mucha gracia aquella conjunción rara.
Tomamos pescado en la playa, le encantaba el pescado. Pero odiaba las espinas. Acaso ese disgusto por las espinas, que eran como una amenaza, forman parte de la metáfora de sus disgustos ante las situaciones difíciles que impiden el desarrollo natural de la alegría.
Juan Cruz
Arona, en Tenerife, rinde hoy un homenaje a Mario Benedetti, que falleció en la última primavera, después de una enfermedad que se prolongó hasta su desesperación. Benedetti acentuó, en su mirada, la melancolía que se fue acumulando, como capas del tiempo, en su mirada herida.
Primero por la dictadura de su país, que le persiguió en Uruguay y fuera de Urubuay; la dictadura argentina quiso eliminarle también. En Perú, en Cuba, en Mallorca y en Madrid halló sus sucesivos refugios; le conocí en Madrid, a principios de los años 80, y ya entonces Benedetti estaba herido, exiliado de un territorio que era el alimento de su poesía y de sus novelas y de sus cuentos.
Su ironía, que era connatural en su manera de ser, se hizo esquiva, y Mario, que era un hombre noble, desporvisto de cualquier cinismo, se hizo también suspicaz, a veces difícil, porque veía en la vida riscos que ensombrecían su esperanza. Vi en Benedetti ese aspecto de su personalidad, y vi su melancolía siempre diciendo de muchas maneras hasta qué punto la existencia le había sido esquiva, a él y a muchos que como él sufrieron aquella persecución que le impidió la felicidad en sus mejores años.
La libertad perdida no se recupera cuando ya no hay dictadura: la dictadura sigue martillando en la conciencia de las personas para siempre, porque esos límites que impone ya marcan la personalidad de los individuos. Estuvo en Tenerife algunas veces; una vez hizo un recital en una iglesia de Adeje; a él, agnóstico, le hizo mucha gracia aquella conjunción rara.
Tomamos pescado en la playa, le encantaba el pescado. Pero odiaba las espinas. Acaso ese disgusto por las espinas, que eran como una amenaza, forman parte de la metáfora de sus disgustos ante las situaciones difíciles que impiden el desarrollo natural de la alegría.
Juan Cruz
Benedetti
Me gusta tanto Bemedetti y es muy dificil escoger un poema pero este me gusta en especial
Hagamos un trato
Cuando sientas tu herida sangrar
cuando sientas tu voz sollozar
cuenta conmigo
(de una canción de Carlos Puebla)
Compañera
usted sabe
que puede contar
conmigo
no hasta dos
o hasta diez
sino contar
conmigo
si alguna vez
advierte
que la miro a los ojos
y una veta de amor
reconoce en los míos
no alerte sus fusiles
ni piense qué delirio
a pesar de la veta
o tal vez porque existe
usted puede contar
conmigo
si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo
no piense qué flojera
igual puede contar
conmigo
pero hagamos un trato
yo quisiera contar
con usted
es tan lindo
saber que usted existe
uno se siente vivo
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos
aunque sea hasta cinco
no ya para que acuda
presurosa en mi auxilio
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo
Hagamos un trato
Cuando sientas tu herida sangrar
cuando sientas tu voz sollozar
cuenta conmigo
(de una canción de Carlos Puebla)
Compañera
usted sabe
que puede contar
conmigo
no hasta dos
o hasta diez
sino contar
conmigo
si alguna vez
advierte
que la miro a los ojos
y una veta de amor
reconoce en los míos
no alerte sus fusiles
ni piense qué delirio
a pesar de la veta
o tal vez porque existe
usted puede contar
conmigo
si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo
no piense qué flojera
igual puede contar
conmigo
pero hagamos un trato
yo quisiera contar
con usted
es tan lindo
saber que usted existe
uno se siente vivo
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos
aunque sea hasta cinco
no ya para que acuda
presurosa en mi auxilio
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo
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