Benedetti en Arona
Arona, en Tenerife, rinde hoy un homenaje a Mario Benedetti, que falleció en la última primavera, después de una enfermedad que se prolongó hasta su desesperación. Benedetti acentuó, en su mirada, la melancolía que se fue acumulando, como capas del tiempo, en su mirada herida.
Primero por la dictadura de su país, que le persiguió en Uruguay y fuera de Urubuay; la dictadura argentina quiso eliminarle también. En Perú, en Cuba, en Mallorca y en Madrid halló sus sucesivos refugios; le conocí en Madrid, a principios de los años 80, y ya entonces Benedetti estaba herido, exiliado de un territorio que era el alimento de su poesía y de sus novelas y de sus cuentos.
Su ironía, que era connatural en su manera de ser, se hizo esquiva, y Mario, que era un hombre noble, desporvisto de cualquier cinismo, se hizo también suspicaz, a veces difícil, porque veía en la vida riscos que ensombrecían su esperanza. Vi en Benedetti ese aspecto de su personalidad, y vi su melancolía siempre diciendo de muchas maneras hasta qué punto la existencia le había sido esquiva, a él y a muchos que como él sufrieron aquella persecución que le impidió la felicidad en sus mejores años.
La libertad perdida no se recupera cuando ya no hay dictadura: la dictadura sigue martillando en la conciencia de las personas para siempre, porque esos límites que impone ya marcan la personalidad de los individuos. Estuvo en Tenerife algunas veces; una vez hizo un recital en una iglesia de Adeje; a él, agnóstico, le hizo mucha gracia aquella conjunción rara.
Tomamos pescado en la playa, le encantaba el pescado. Pero odiaba las espinas. Acaso ese disgusto por las espinas, que eran como una amenaza, forman parte de la metáfora de sus disgustos ante las situaciones difíciles que impiden el desarrollo natural de la alegría.
Juan Cruz
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