Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

3 feb 2020

El filósofo que dijo sí al amor libre y no a la guerra

El pensador británico Bertrand Russell siempre fue a contracorriente y sus ideas aperturistas fueron calificadas de lascivas y peligrosas. 

Hoy se cumplen 50 años de su muerte.

El filósofo que dijo sí al amor libre y no a la guerra

Bertrand Russell (1872-1970), figura central de la filosofía del siglo XX, no fue un hombre unidimensional. 
Tanto como el conocimiento, le preocupaban los asuntos políticos y sociales de su época. 
Los últimos años de su vida los dedicó a combatir las armas nucleares, impulsar el Tribunal contra los Crímenes de Guerra y a oponerse a la intervención de Estados Unidos en Vietnam.
 Su activismo antibelicista y feminista, de hecho, le causó muchos problemas: fue encarcelado dos veces (1918 y 1961); expulsado del Trinity College, en Cambridge; y le acusaron de lascivia e incluso de inducir al suicidio.
 No le importó: respondía solo ante su conciencia.
El amor libre y la lucha contra las estrecheces de la moralidad imperante marcaron su trayectoria. 
En 1957 el obispo de Rochester le escribió: “En su libro, Matrimonio y moral, no se pueden ocultar las pezuñas hendidas de la lascivia (…) a veces deben acosarlo recuerdos de asesinatos, suicidios e incalculable dolor causados por los experimentos de jóvenes unidos fuera del matrimonio”. 
No fue la única crítica. 
Pero mucho de lo que le atribuían no figuraba en el libro. Sí defendía la igualdad de derechos (políticos y sexuales) de hombres y mujeres, y calificaba de “superstición cristiana” la idea de que el sexo fuera impuro, herencia, decía, de Pablo de Tarso: “Si no tienen don de continencia, cásense. 
Pues más vale casarse que abrasarse”. Añadía que la ética cristiana degrada a la mujer, quien había empezado a ser libre al decaer la noción de pecado, ayudada por los anticonceptivos y su incorporación al trabajo, que le daba independencia. 
Proponía la educación sexual y profundizar en la igualdad: “Mantener lo antiguo exige que la educación de las jóvenes busque volverlas estúpidas, supersticiosas e ignorantes; requisito que cumplen las escuelas donde interviene la Iglesia”, porque “la ignorancia nunca puede fomentar la conducta recta ni el conocimiento estorbarla”. 
Además, sugería los “matrimonios a prueba” y defendía las relaciones extramatrimoniales si no suponían daño para nadie.
Fue un librepensador.
 En 1920 viajó a Rusia y conoció a Lenin, que le decepcionó.
 A su vuelta no ahorró críticas al nuevo régimen, lo que no implicaba elogios a Occidente. 
Cuando le preguntaron qué tenía contra el “mundo libre” respondió de inmediato: “Que no es libre”.
Y fue un pensador muy precoz. Siendo adolescente inició una investigación sobre tres cuestiones que le apremiaban: 

Dios, la inmortalidad y el libre albedrío.
 Concluyó que “no había razones para creer” en ninguna de ellas.

El amor libre y la lucha contra las estrecheces de la moralidad imperante marcaron su trayectoria. 

En 1957 el obispo de Rochester le escribió: “En su libro, Matrimonio y moral, no se pueden ocultar las pezuñas hendidas de la lascivia (…) a veces deben acosarlo recuerdos de asesinatos, suicidios e incalculable dolor causados por los experimentos de jóvenes unidos fuera del matrimonio”. 

No fue la única crítica. 

Pero mucho de lo que le atribuían no figuraba en el libro.

 Sí defendía la igualdad de derechos (políticos y sexuales) de hombres y mujeres, y calificaba de “superstición cristiana” la idea de que el sexo fuera impuro, herencia, decía, de Pablo de Tarso:

 “Si no tienen don de continencia, cásense. Pues más vale casarse que abrasarse”. 

Añadía que la ética cristiana degrada a la mujer, quien había empezado a ser libre al decaer la noción de pecado, ayudada por los anticonceptivos y su incorporación al trabajo, que le daba independencia. 

Proponía la educación sexual y profundizar en la igualdad: “Mantener lo antiguo exige que la educación de las jóvenes busque volverlas estúpidas, supersticiosas e ignorantes; requisito que cumplen las escuelas donde interviene la Iglesia”, porque “la ignorancia nunca puede fomentar la conducta recta ni el conocimiento estorbarla”. 

Además, sugería los “matrimonios a prueba” y defendía las relaciones extramatrimoniales si no suponían daño para nadie.

El 18 de febrero de 1961, Bertrand Russell (88 años) se manifiesta en Londres por la prohibición de las armas nucleares.
El 18 de febrero de 1961, Bertrand Russell (88 años) se manifiesta en Londres por la prohibición de las armas nucleares. Central Press
Matrimonio y moral se publicó en el año 1929 y fue un éxito.
 Pero le supuso mil problemas, sobre todo en Estados Unidos, adonde viajó en 1938 y donde tuvo que quedarse, forzado por la guerra. Iba a impartir un curso en la Universidad de Chicago y pensaba titularlo Las palabras y los hechos, conectando con la perspectiva del atomismo lógico, que sugería analizar los problemas filosóficos descomponiéndolos en sus elementos mínimos lingüísticos. 
El título pareció demasiado claro a la academia y fue rebautizado: Correlación entre hábitos motrices orales y somáticos.
 El rector de la Universidad, un neotomista, no lo apreciaba y no le renovó el contrato.

 Tampoco fue bien acogido en la Universidad de California. Ya se veía sin ingresos (la guerra le impedía obtener dinero del Reino Unido) cuando le llegó una invitación de The City College of New York. 

Su llegada al centro provocó una masiva protesta de clérigos católicos. 

La madre de una alumna (no inscrita en las clases de Russell) se querelló alegando que su presencia era “peligrosa para la virtud de su hija”. 

Ante el tribunal, sus obras fueron descritas como “lascivas, libidinosas, lujuriosas, venéreas, eroticomaniacas, afrodisiacas, irreverentes, parciales, falsas y privadas de fibra moral”. 

Sin trabajo, se puso a escribir Historia de la Filosofía Occidental y sobrevivió gracias a un anticipo por la obra.

El laicismo le llegó casi por herencia. Cuando quedó huérfano, a los cuatro años, se vio que su padre, vizconde de Amberley, había dejado establecido que no lo educara la familia sino otras personas que eran ateas y podrían protegerlo de los “males de una formación religiosa”. 

Los abuelos amenazaron con un pleito que inclinó a los tutores a cederles la custodia.
Siendo todavía un adolescente, decidió que el matrimonio era nefasto y lo racional, el amor libre.

 Corría el final del siglo XIX. Descubrió el sexo y la masturbación, una práctica que mantuvo hasta los 20, cuando se enamoró de Alys Pearsall Smith, que sería su primera esposa.

 Por aquellos años trabajaba ya en los tres volúmenes de Principia Mathematica, que se publicaría entre 1910 y 1913, escritos conjuntamente con Alfred North Whitehead. 

Con ellos alumbraron la filosofía analítica, una de las principales corrientes del siglo XX. 


El 18 de febrero de 1961, Bertrand Russell (88 años) se manifiesta en Londres por la prohibición de las armas nucleares.
El 18 de febrero de 1961, Bertrand Russell (88 años) se manifiesta en Londres por la prohibición de las armas nucleares. Central Press
Matrimonio y moral se publicó en el año 1929 y fue un éxito. Pero le supuso mil problemas, sobre todo en Estados Unidos, adonde viajó en 1938 y donde tuvo que quedarse, forzado por la guerra. Iba a impartir un curso en la Universidad de Chicago y pensaba titularlo Las palabras y los hechos, conectando con la perspectiva del atomismo lógico, que sugería analizar los problemas filosóficos descomponiéndolos en sus elementos mínimos lingüísticos. El título pareció demasiado claro a la academia y fue rebautizado: Correlación entre hábitos motrices orales y somáticos. El rector de la Universidad, un neotomista, no lo apreciaba y no le renovó el contrato.
La madre de una alumna se querelló porque su presencia amenazaba “la virtud de su hija”
Tampoco fue bien acogido en la Universidad de California.
 Ya se veía sin ingresos (la guerra le impedía obtener dinero del Reino Unido) cuando le llegó una invitación de The City College of New York. Su llegada al centro provocó una masiva protesta de clérigos católicos. La madre de una alumna (no inscrita en las clases de Russell) se querelló alegando que su presencia era “peligrosa para la virtud de su hija”.
  Ante el tribunal, sus obras fueron descritas como “lascivas, libidinosas, lujuriosas, venéreas, eroticomaniacas, afrodisiacas, irreverentes, parciales, falsas y privadas de fibra moral”. Sin trabajo, se puso a escribir Historia de la Filosofía Occidental y sobrevivió gracias a un anticipo por la obra.
El laicismo le llegó casi por herencia.
 Cuando quedó huérfano, a los cuatro años, se vio que su padre, vizconde de Amberley, había dejado establecido que no lo educara la familia sino otras personas que eran ateas y podrían protegerlo de los “males de una formación religiosa”.
 Los abuelos amenazaron con un pleito que inclinó a los tutores a cederles la custodia.
Siendo todavía un adolescente, decidió que el matrimonio era nefasto y lo racional, el amor libre.

 Corría el final del siglo XIX. Descubrió el sexo y la masturbación, una práctica que mantuvo hasta los 20, cuando se enamoró de Alys Pearsall Smith, que sería su primera esposa.
 Por aquellos años trabajaba ya en los tres volúmenes de Principia Mathematica, que se publicaría entre 1910 y 1913, escritos conjuntamente con Alfred North Whitehead. 
La crisis de los misiles en Cuba acentuó, si cabe, la conciencia de que había que moverse en todas direcciones.
 Escribió a los Gobiernos implicados y trató de provocar movilizaciones con escaso éxito. Paralelamente, intentó convencer a Israel de que revisara la situación de los palestinos. 
El resultado de toda esta actividad fue la creación de la Fundación Russell para la Paz, a la que se dedicó hasta el límite de sus fuerzas. También se opuso a la guerra del Vietnam y a cualquier violación de los derechos humanos, participando junto a Jean-Paul Sartre en el Tribunal contra los Crímenes de Guerra.
Una de las consecuencias de esta actividad fue su segundo ingreso en prisión (esta vez sólo una semana) acusado de desobediencia civil.
 Tenía 88 años. Le acompañó, tanto en la desobediencia como en la condena, su cuarta esposa, Edith Finch, con la que conviviría hasta su muerte. 
Poco antes escribió que estaba convencido de que, por desastroso que pareciera el presente, “la mejor parte de la historia humana no reside en el pasado, sino en el futuro”.

Con ellos alumbraron la filosofía analítica, una de las principales corrientes del siglo XX.
El matrimonio, decía, le aportó estabilidad. Más tarde recomendaría a sus alumnos (hombres y mujeres) la convivencia prematrimonial para escapar de los apremios sexuales de la edad.
 Con Pearshall cubría una de sus pasiones (“el ansia de amor”) y podía dedicarse a las otras dos: “La búsqueda del conocimiento y la piedad por el sufrimiento de la humanidad”.
Su actividad filosófica quedó a veces subordinada a la política. Aun así, su influencia aumentaba, a lo que contribuyó el Círculo de Viena, que impulsó el análisis lingüístico como método de abordar (y disolver) los problemas filosóficos.

 También uno de sus discípulos: Ludwig Wittgenstein, cuyo Tractatus prologaría, facilitando su publicación.
 Russell lo describe “apasionado, profundo, intenso, dominante”. Un día, Wittgenstein le preguntó: “¿Cree usted que soy un perfecto idiota?”. “¿Para qué quiere saberlo?”, replicó Russell. 
“Si lo soy me haré aeronauta, pero si no lo soy me convertiré en filósofo”, dijo el discípulo.

Una de las consecuencias de esta actividad fue su segundo ingreso en prisión (esta vez sólo una semana) acusado de desobediencia civil. Tenía 88 años. Le acompañó, tanto en la desobediencia como en la condena, su cuarta esposa, Edith Finch, con la que conviviría hasta su muerte. Poco antes escribió que estaba convencido de que, por desastroso que pareciera el presente, “la mejor parte de la historia humana no reside en el pasado, sino en el futuro”.

 

Ve la luz el primer guion escrito por Gabo.................. David Marcial Pérez

El texto, hallado en un archivo en México, es una primera versión de ‘El gallo de oro’, película basada en el libro de Juan Rulfo en la que también participó Carlos Fuentes.

Juan Rulfo y Gabriel García Márquez, en una fotografía de 1982.
Juan Rulfo y Gabriel García Márquez, en una fotografía de 1982.
Cansado del periodismo y con la esperanza de sacar mejor provecho de su pasión por el cine, Gabriel García Márquez llegó a México en 1961.  
Carlos Fuentes llevaba ya cuatro años casado con una actriz, Rita Macedo, era íntimo de Luis Buñuel y había hecho sus pinitos escribiendo algún corto.
 Mientras que Juan Rulfo, 10 años mayor y con sus dos grandes obras ya publicadas, era el más implicado con el celuloide de la época: había rodado con María Félix y escrito guiones para el Indio Fernández.
 Arrastrados por una especie de fiebre del oro, la boyante industria cinematográfica mexicana no solo atrajo a los tres gigantes de la literatura, sino que los puso a trabajar juntos.

Todo se fraguó en el “castillo de Drácula”, como llamaba García Márquez a la sede de la productora de Manuel Barbachano. 

Allí, en las tertulias de aquella oscura casona de la capital y de la mano de su paisano colombiano Álvaro Mutis, el recién llegado entró en contacto con exiliados españoles como Carlos Velo, uno de los directores estrella del cine de oro mexicano, o el propio Fuentes, que ya empezaba despuntar tras la publicación de La región más transparente (1961).

 De ese efervescente caldo de cultivo nacerá la oportunidad: en 1963, Gabo entra a trabajar como guionista adaptador de un texto de Juan Rulfo, El gallo de oro, una novela corta —no publicada hasta 1980— sobre la fatalidad y la fortuna a través del mundo de las ferias y los tahúres que Rulfo ya escribió pensando en su adaptación al cine.

La película se estrenaría en 1964 y el guion que se conocía es de ese mismo año.

 Hasta ahora. Perdido entre los archivos familiares, el hijo del director, Roberto Gavaldón, ha encontrado un nuevo texto fechado en diciembre de 1963.

 Resguardado por la Fundación Rulfo, el texto verá la luz por primera vez en un inminente libro titulado Juan Rulfo y el cine. El guion, al que ha tenido acceso EL PAÍS, consta de 68 páginas mecanografiadas, encuadernado en pastas verdes y con dos nombres como autores: Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes, los mismos adaptadores que aparecen en el guion definitivo —junto al director— pero con el orden de aparición invertido.

Cansado del periodismo y con la esperanza de sacar mejor provecho de su pasión por el cine, Gabriel García Márquez llegó a México en 1961. 
Carlos Fuentes llevaba ya cuatro años casado con una actriz, Rita Macedo, era íntimo de Luis Buñuel y había hecho sus pinitos escribiendo algún corto. Mientras que Juan Rulfo, 10 años mayor y con sus dos grandes obras ya publicadas, era el más implicado con el celuloide de la época: había rodado con María Félix y escrito guiones para el Indio Fernández. Arrastrados por una especie de fiebre del oro, la boyante industria cinematográfica mexicana no solo atrajo a los tres gigantes de la literatura, sino que los puso a trabajar juntos.
Todo se fraguó en el “castillo de Drácula”, como llamaba García Márquez a la sede de la productora de Manuel Barbachano. 
Allí, en las tertulias de aquella oscura casona de la capital y de la mano de su paisano colombiano Álvaro Mutis, el recién llegado entró en contacto con exiliados españoles como Carlos Velo, uno de los directores estrella del cine de oro mexicano, o el propio Fuentes, que ya empezaba despuntar tras la publicación de La región más transparente (1961).
 De ese efervescente caldo de cultivo nacerá la oportunidad: en 1963, Gabo entra a trabajar como guionista adaptador de un texto de Juan Rulfo, El gallo de oro, una novela corta —no publicada hasta 1980— sobre la fatalidad y la fortuna a través del mundo de las ferias y los tahúres que Rulfo ya escribió pensando en su adaptación al cine.

Malentendidos de la segunda novela de Rulfo

En la obra de Juan Rulfo es un lugar común quedarse con Pedro Páramo y su recopilación de cuentos, El llano en llamas.
 Y relegar a un escalafón menor El gallo de oro
Gran parte del equívoco nace del modo en que fue publicado. Tardíamente, en 1980, bajo el título: El gallo de oro y otros textos para cine. El resto, La formula secreta y El despojo, sí fueron ideados específicamente como lenguaje cinematográfico. 
Pero “El gallo de oro no es un guion, es una novela, y los lectores la han ignorado al interpretarlo mal”, explica Douglas J. Weatherford.
Los investigadores calculan que la empezó en 1956, solo un año después de publicarse Pedro Páramo
“Tras el éxito de la novela, comienza recibir ofertas para adaptarla al cine. Entonces decide escribir una obra sin tantas complejidades. Algo más filmable, pero desde luego, un texto literario, no cinematográfico”, apunta Víctor Jiménez, director de la Fundación Rulfo. 
El propio Gabo tuvo la misma opinión: “El lenguaje no era tan minucioso como el del resto de su obra, y había muy pocos recursos técnicos de los suyos, pero su ángel personal volaba por todo el ámbito de la escritura”.
La película se estrenaría en 1964 y el guion que se conocía es de ese mismo año.
 Hasta ahora. Perdido entre los archivos familiares, el hijo del director, Roberto Gavaldón, ha encontrado un nuevo texto fechado en diciembre de 1963. Resguardado por la Fundación Rulfo, el texto verá la luz por primera vez en un inminente libro titulado Juan Rulfo y el cine. 
 El guion, al que ha tenido acceso EL PAÍS, consta de 68 páginas mecanografiadas, encuadernado en pastas verdes y con dos nombres como autores: Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes, los mismos adaptadores que aparecen en el guion definitivo —junto al director— pero con el orden de aparición invertido.
“El hecho de que aparezca primero su nombre, nos sugiere que la autoría principal es de García Márquez, mientras que el segundo sería quizás más de Fuentes.
 Se trata de dos textos muy diferentes entre sí. 
 El primero es mucho más literario y el segundo no es simplemente una corrección sino una reescritura a fondo”, apunta por teléfono Douglas J. Weatherford, profesor de la Brighan Young University of Utah, experto en las relaciones entre el cine y Rulfo y autor principal del libro en ciernes, que será coeditado por la universidad y RM.
Su tesis se basa en un cúmulo peculiaridades de cariz literario, muy al estilo Gabo, incluso con algún guiño a su segunda novela, que acababa de publicarse en Colombia, El coronel no tiene quien le escriba. 
 Unas modificaciones que no aparecen ni en la novela de Rulfo ni el segundo guion: la acentuación de los poderes sobrenaturales de la protagonista y el gallo —con ecos al animal del coronel—, la existencia de un pueblo fantasmagórico que recuerda a Comala y la evocación de un terrateniente llamado Pedro Páramo. 
“Asistimos a una intertextualidad maravillosa fruto de la sensibilidad de García Márquez y de su lectura de la obra de Rulfo”, añade el investigador.

Víctor Jiménez, director de la Fundación Juan Rulfo
Víctor Jiménez, director de la Fundación Juan Rulfo
La autoría casi exclusiva del Nobel colombiano se vería reforzada también por un comentario a una de las escenas, donde el guionista se refiere a sí mismo como “el adaptador”, en singular. 
El texto mecanografiado contiene además una anotación hecha a mano, una línea de diálogo añadida a un cantinero.
 Con tinta negra y trazo redondo, los investigadores la adjudican a García Márquez, una hipótesis corroborada también por la Fundación Gabo. 
 “Él viene de una experiencia agridulce como corresponsal en Nueva York y en México busca un trabajo más estable a través del cine, que desde niño le había fascinado.
Fue crítico en la prensa colombiana y llegó a recibir clases de guion, dirección y montaje en el Centro Experimental de Cinematografía de Roma”, dice Jaime Abello, director de la Fundación. 
Los diálogos que tanto cuidaba el joven Gabo habrían sido, paradójicamente, la causa de la entrada posterior de Fuentes al proyecto. 
Desde la producción, Barbachano consideraba que estaban escritos “en colombiano” y pidió una segunda mano para corregirlos.
 De hecho, Fuentes, ya llevaba tiempo implicado en las aventuras de Barbachano, que intentaba con la presencia de nombres pujantes de la nueva literatura, revitalizar una industria que empezaba dar síntomas de agotamiento.
 Desde hacía al menos un año, trabajaba junto al director Carlos Velo en la adaptación de Pedro Páramo, que acabaría filmando en 1966.
El propio Rulfo estuvo involucrado en el arranque del proyecto. Están documentados sus viajes a su Jalisco natal en busca de locaciones para la película.
 La intervención de Rulfo en la adaptación de El gallo de oro es más nebulosa. 
El único indicio es otro comentario a una de las escenas, donde tras una larga descripción del traje del protagonista se dice “según la descripción verbal del propio Rulfo”
. Cuando García Márquez llegó a México, aún no había oído hablar del autor jalisciense. 
 Hasta que una noche su amigo Mutis subió los siete pisos sin ascensor de su casa mexicana y le descubrió Pedro Páramo. “Desde la noche tremenda en que leí la Metamorfosis de Kafka no sufría una conmoción semejante”, dejó escrito en un artículo homenaje a Rulfo en 1980, donde explicaba el origen de su relación con el cine: 
“Alguien le dijo a Carlos Velo que yo era capaz de recitar de memoria párrafos completos de Pedro Páramo”.
 Realidad o exageración aduladora, un Gabo ya maduro siguió explicando en aquel texto que su fascinación por la obra de Rulfo iba aún más lejos:
 “Podía recitar el libro completo, al derecho y al revés, sin una falla apreciable, y podía decir en qué página de mi edición se encontraba cada episodio, y no había un solo rasgo del carácter de un personaje que no conociera a fondo”.

Así comienza el inédito

Contraportada de la carpeta del guion de 'El gallo de oro'.
Contraportada de la carpeta del guion de 'El gallo de oro'.
“1.- Créditos. Calle San Miguel del Milagro. Amanecer
Amanece. Mientras pasan los créditos se oyen las campanas de una iglesia.
(San Miguel del Milagro es un pueblo de construcción colonial: portales con arcadas, casas de muros lisos y calles anchas y empedradas. 
 Al amanecer, el clima es fresco y húmedo, y las piedras de las calles brillan con el rocío. 
Al mediodía es ardiente y seco, con un sol cenital y polvoriento que resplandece entre los muros de cal y produce en el interior de las casas un sopor en penumbra).

La campana deja de tocar al aparecer el último crédito. El pregonero se aproxima al primer plano.
 Es Dionisio Pinzón”.
Así comienza el primer guion que escribió García Márquez, una adaptación a lenguaje cinematográfico de la novela de Juan Rulfo, El gallo de oro, una historia trágica sobre la ascensión y caída de Dionisio Pinzón, “uno de los hombres más pobres de San Miguel del Milagro”.
 Gracias a su mujer, la Caponera, un amuleto vivo que ayuda a los hombres a ganar riquezas, Pinzón se adentra en el mundo de los galleros, mariachis y tahúres que persiguen su destino de feria en feria por los pueblos del Bajío mexicano.
Mujeres con rebozos negros se dirigen a la iglesia. Al fondo del sonido de la campana empieza a escucharse, remoto, el clamor de un pregonero. 
Sus palabras, todavía incomprensibles, parecen un lamento.
A medida que avanzan los créditos se vislumbra en el fondo de la calle la figura del pregonero. 
Lleva en la mano una lámpara de petróleo que balancea de un lado a otro mientras grita su pregón.

 

2 feb 2020

El principio de incertidumbre..................Juan José Millás

Juan José Millás
 
 
El principio de incertidumbre
  YA HEMOS HABLADO del punto de vista en otras ocasiones, pero nunca viene mal refrescar el concepto.
 Nos referimos por punto de vista al lugar que uno elige para observar la realidad. 
La realidad, en este caso, es Pedro Sánchez minutos después de haber sido investido por el Congreso de los Diputados.
Había que dejar constancia gráfica del momento, claro, y ahí tenemos a los fotógrafos batallando por el lugar desde el que cada uno consideraba mejor.
 No valía con ocupar cualquier espacio, pues a lo más que podías aspirar desde cualquier espacio era a sacar cualquier fotografía, nunca “LA FOTOGRAFÍA”.
 Lo curioso es que esa lucha por el lugar físico constituye en el fondo una disputa por el lugar moral, pues los mejores retratos son los que reflejan la psicología del personaje
 Tal es lo que se juegan estos profesionales cuyo amontonamiento recuerda también al de los jugadores de fútbol frente a la portería: meterá el gol el que “vea” el hueco.
La realidad no permanece estática, naturalmente.
 De hecho, la mirada del observador modifica el comportamiento de lo observado (véase el principio de incertidumbre de Heisenberg). 
En este caso, Pedro Sánchez, el oscuro objeto de deseo de las cámaras, ha visto que un fotógrafo se salía del pelotón y ha vuelto hacia él una mirada algo perpleja. 
La vida sería diferente si los ciudadanos, en nuestros quehaceres diarios, buscáramos también un lugar insólito para observar el mundo, que en definitiva no es más que un modo de observarnos a nosotros mismos.
 Pero lleva trabajo, y no solo de carácter intelectual como demuestra esta imagen.

Antonio Banderas es medio plátano .....................Rosa Montero

Antonio Banderas es medio plátano