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Un Blues
Del material conque están hechos los sueños
3 feb 2020
Ve la luz el primer guion escrito por Gabo.................. David Marcial Pérez
El texto,
hallado en un archivo en México, es una primera versión de ‘El gallo de
oro’, película basada en el libro de Juan Rulfo en la que también
participó Carlos Fuentes.
Juan Rulfo y Gabriel García Márquez, en una fotografía de 1982.RAFAEL LÓPEZ CASTROCansado del periodismo y con la esperanza de sacar mejor provecho de su pasión por el cine, Gabriel García Márquez llegó a México en 1961. Carlos Fuentes
llevaba ya cuatro años casado con una actriz, Rita Macedo, era íntimo
de Luis Buñuel y había hecho sus pinitos escribiendo algún corto. Mientras que Juan Rulfo, 10 años mayor y con sus dos grandes obras ya publicadas, era el más implicado con el celuloide de la época: había rodado con María Félix
y escrito guiones para el Indio Fernández. Arrastrados por una especie
de fiebre del oro, la boyante industria cinematográfica mexicana no solo
atrajo a los tres gigantes de la literatura, sino que los puso a
trabajar juntos.
Todo se fraguó en el “castillo de Drácula”, como llamaba García Márquez a
la sede de la productora de Manuel Barbachano.
Allí, en las tertulias
de aquella oscura casona de la capital y de la mano de su paisano
colombiano Álvaro Mutis,
el recién llegado entró en contacto con exiliados españoles como Carlos
Velo, uno de los directores estrella del cine de oro mexicano, o el
propio Fuentes, que ya empezaba despuntar tras la publicación de La región más transparente
(1961).
De ese efervescente caldo de cultivo nacerá la oportunidad: en
1963, Gabo entra a trabajar como guionista adaptador de un texto de Juan
Rulfo, El gallo de oro, una novela corta —no publicada hasta
1980— sobre la fatalidad y la fortuna a través del mundo de las ferias y
los tahúres que Rulfo ya escribió pensando en su adaptación al cine.
La película se estrenaría en 1964 y el guion que se conocía es de ese
mismo año.
Hasta ahora. Perdido entre los archivos familiares, el hijo
del director, Roberto Gavaldón, ha encontrado un nuevo texto fechado en
diciembre de 1963.
Resguardado por la Fundación Rulfo, el texto verá la
luz por primera vez en un inminente libro titulado Juan Rulfo y el cine.
El guion, al que ha tenido acceso EL PAÍS, consta de 68 páginas
mecanografiadas, encuadernado en pastas verdes y con dos nombres como
autores: Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes, los mismos adaptadores
que aparecen en el guion definitivo —junto al director— pero con el
orden de aparición invertido.
Cansado del periodismo y con la esperanza de sacar mejor provecho de su pasión por el cine, Gabriel García Márquez llegó a México en 1961. Carlos Fuentes
llevaba ya cuatro años casado con una actriz, Rita Macedo, era íntimo
de Luis Buñuel y había hecho sus pinitos escribiendo algún corto.
Mientras que Juan Rulfo, 10 años mayor y con sus dos grandes obras ya publicadas, era el más implicado con el celuloide de la época: había rodado con María Félix
y escrito guiones para el Indio Fernández. Arrastrados por una especie
de fiebre del oro, la boyante industria cinematográfica mexicana no solo
atrajo a los tres gigantes de la literatura, sino que los puso a
trabajar juntos. Todo
se fraguó en el “castillo de Drácula”, como llamaba García Márquez a la
sede de la productora de Manuel Barbachano. Allí, en las tertulias de
aquella oscura casona de la capital y de la mano de su paisano
colombiano Álvaro Mutis,
el recién llegado entró en contacto con exiliados españoles como Carlos
Velo, uno de los directores estrella del cine de oro mexicano, o el
propio Fuentes, que ya empezaba despuntar tras la publicación de La región más transparente
(1961). De ese efervescente caldo de cultivo nacerá la oportunidad: en
1963, Gabo entra a trabajar como guionista adaptador de un texto de Juan
Rulfo, El gallo de oro, una novela corta —no publicada hasta
1980— sobre la fatalidad y la fortuna a través del mundo de las ferias y
los tahúres que Rulfo ya escribió pensando en su adaptación al cine.
Malentendidos de la segunda novela de Rulfo
En la obra de Juan Rulfo es un lugar común quedarse con Pedro Páramo y su recopilación de cuentos, El llano en llamas. Y relegar a un escalafón menor El gallo de oro. Gran parte del equívoco nace del modo en que fue publicado. Tardíamente, en 1980, bajo el título: El gallo de oro y otros textos para cine. El resto, La formula secreta y El despojo, sí fueron ideados específicamente como lenguaje cinematográfico. Pero “El gallo de oro no es un guion, es una novela, y los lectores la han ignorado al interpretarlo mal”, explica Douglas J. Weatherford. Los investigadores calculan que la empezó en 1956, solo un año después de publicarse Pedro Páramo. “Tras el éxito de la novela, comienza recibir ofertas para adaptarla al
cine. Entonces decide escribir una obra sin tantas complejidades. Algo
más filmable, pero desde luego, un texto literario, no cinematográfico”,
apunta Víctor Jiménez, director de la Fundación Rulfo. El propio Gabo
tuvo la misma opinión: “El lenguaje no era tan minucioso como el del
resto de su obra, y había muy pocos recursos técnicos de los suyos, pero
su ángel personal volaba por todo el ámbito de la escritura”.
La película se estrenaría en 1964 y el guion que se conocía es de ese
mismo año. Hasta ahora. Perdido entre los archivos familiares, el hijo
del director, Roberto Gavaldón, ha encontrado un nuevo texto fechado en
diciembre de 1963. Resguardado por la Fundación Rulfo, el texto verá la
luz por primera vez en un inminente libro titulado Juan Rulfo y el cine. El guion, al que ha tenido acceso EL PAÍS, consta de 68 páginas
mecanografiadas, encuadernado en pastas verdes y con dos nombres como
autores: Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes, los mismos adaptadores
que aparecen en el guion definitivo —junto al director— pero con el
orden de aparición invertido. “El hecho de que aparezca primero su nombre, nos sugiere que la
autoría principal es de García Márquez, mientras que el segundo sería
quizás más de Fuentes. Se trata de dos textos muy diferentes entre sí. El primero es mucho más literario y el segundo no es simplemente una
corrección sino una reescritura a fondo”, apunta por teléfono Douglas J.
Weatherford, profesor de la Brighan Young University of Utah, experto
en las relaciones entre el cine y Rulfo y autor principal del libro en
ciernes, que será coeditado por la universidad y RM. Su tesis se basa en un cúmulo peculiaridades de cariz literario, muy
al estilo Gabo, incluso con algún guiño a su segunda novela, que acababa
de publicarse en Colombia, El coronel no tiene quien le escriba. Unas modificaciones que no aparecen ni en la novela de Rulfo ni el
segundo guion: la acentuación de los poderes sobrenaturales de la
protagonista y el gallo —con ecos al animal del coronel—, la existencia
de un pueblo fantasmagórico que recuerda a Comala y la evocación de un
terrateniente llamado Pedro Páramo. “Asistimos a una intertextualidad
maravillosa fruto de la sensibilidad de García Márquez y de su lectura
de la obra de Rulfo”, añade el investigador.
Víctor Jiménez, director de la Fundación Juan RulfoGladys Serrano
La autoría casi exclusiva del Nobel colombiano se vería reforzada
también por un comentario a una de las escenas, donde el guionista se
refiere a sí mismo como “el adaptador”, en singular. El texto
mecanografiado contiene además una anotación hecha a mano, una línea de
diálogo añadida a un cantinero. Con tinta negra y trazo redondo, los
investigadores la adjudican a García Márquez, una hipótesis corroborada
también por la Fundación Gabo. “Él viene de una experiencia agridulce como corresponsal en Nueva York y
en México busca un trabajo más estable a través del cine, que desde
niño le había fascinado.
Fue crítico en la prensa colombiana y llegó a recibir clases de
guion, dirección y montaje en el Centro Experimental de Cinematografía
de Roma”, dice Jaime Abello, director de la Fundación. Los diálogos que
tanto cuidaba el joven Gabo habrían sido, paradójicamente, la causa de
la entrada posterior de Fuentes al proyecto. Desde la producción,
Barbachano consideraba que estaban escritos “en colombiano” y pidió una
segunda mano para corregirlos. De hecho, Fuentes, ya llevaba tiempo
implicado en las aventuras de Barbachano, que intentaba con la presencia
de nombres pujantes de la nueva literatura, revitalizar una industria
que empezaba dar síntomas de agotamiento. Desde hacía al menos un año,
trabajaba junto al director Carlos Velo en la adaptación de Pedro Páramo, que acabaría filmando en 1966. El propio Rulfo estuvo involucrado en el arranque del proyecto. Están
documentados sus viajes a su Jalisco natal en busca de locaciones para
la película. La intervención de Rulfo en la adaptación de El gallo de oro
es más nebulosa. El único indicio es otro comentario a una de las
escenas, donde tras una larga descripción del traje del protagonista se
dice “según la descripción verbal del propio Rulfo” . Cuando García
Márquez llegó a México, aún no había oído hablar del autor jalisciense. Hasta que una noche su amigo Mutis subió los siete pisos sin ascensor de
su casa mexicana y le descubrió Pedro Páramo. “Desde la noche tremenda en que leí la Metamorfosis
de Kafka no sufría una conmoción semejante”, dejó escrito en un
artículo homenaje a Rulfo en 1980, donde explicaba el origen de su
relación con el cine: “Alguien le dijo a Carlos Velo que yo era capaz de
recitar de memoria párrafos completos de Pedro Páramo”. Realidad o exageración aduladora, un Gabo ya maduro siguió explicando en
aquel texto que su fascinación por la obra de Rulfo iba aún más lejos: “Podía recitar el libro completo, al derecho y al revés, sin una falla
apreciable, y podía decir en qué página de mi edición se encontraba cada
episodio, y no había un solo rasgo del carácter de un personaje que no
conociera a fondo”.
Así comienza el inédito
Contraportada de la carpeta del guion de 'El gallo de oro'.“1.- Créditos. Calle San Miguel del Milagro. Amanecer Amanece. Mientras pasan los créditos se oyen las campanas de una iglesia. (San Miguel del Milagro es un pueblo de construcción colonial:
portales con arcadas, casas de muros lisos y calles anchas y empedradas. Al amanecer, el clima es fresco y húmedo, y las piedras de las calles
brillan con el rocío. Al mediodía es ardiente y seco, con un sol cenital
y polvoriento que resplandece entre los muros de cal y produce en el
interior de las casas un sopor en penumbra).
La campana deja de tocar al aparecer el último crédito. El pregonero se aproxima al primer plano. Es Dionisio Pinzón”. Así comienza el primer guion que escribió García Márquez, una adaptación a lenguaje cinematográfico de la novela de Juan Rulfo, El gallo de oro,
una historia trágica sobre la ascensión y caída de Dionisio Pinzón,
“uno de los hombres más pobres de San Miguel del Milagro”. Gracias a su
mujer, la Caponera, un amuleto vivo que ayuda a los hombres a ganar
riquezas, Pinzón se adentra en el mundo de los galleros, mariachis y
tahúres que persiguen su destino de feria en feria por los pueblos del
Bajío mexicano. Mujeres con rebozos negros se dirigen a la iglesia. Al fondo del
sonido de la campana empieza a escucharse, remoto, el clamor de un
pregonero. Sus palabras, todavía incomprensibles, parecen un lamento. A medida que avanzan los créditos se vislumbra en el fondo de la
calle la figura del pregonero. Lleva en la mano una lámpara de petróleo
que balancea de un lado a otro mientras grita su pregón.
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