Antonio Banderas es medio plátano
Me deja verdaderamente turulata que a estas alturas del siglo XXI sigamos emperrados en hablar de razas.
Repasemos el asunto: la cosa comenzó con la nominación de Banderas al Oscar como mejor actor.
Las revistas Deadline y Vanity Fair publicaron que él y la actriz afroamericana Cynthia Erivo eran los dos únicos artistas de color en la carrera del premio, y ahí fue cuando se armó la marimorena (una expresión que, por cierto, suena la mar de adecuada en este contexto).
El caso es que las redes los acusaron de racistas e incultos y dijeron que Banderas es blanco y europeo.
Pues sí, lo suscribo, pero en la indignación de algunos de los comentaristas, en su herido trémolo de escándalo, me parece percibir también un prejuicio racista.
Es como si dijeran:
“¿Confundirnos a los españoles con negros? Qué vergüenza”.
Bueno, lo cierto es que hay españoles negros. Y cobrizos. Y café con leche. Y amarillos.
De todos los adjetivos con los que se ha definido a Banderas, el que me parece más atinado es el de ser europeo.
De eso no cabe duda, y, además, creo que es probable que haber nacido en Europa te dote de algunas particularidades culturales (como haber nacido en Medio Oriente, o en Latinoamérica, o en cualquier otra zona con cierta homogeneidad geopolítica).
Ahora bien: hay europeos negros, y cobrizos, y café con leche, y amarillos.
Me deja verdaderamente turulata que a estas alturas del siglo XXI sigamos emperrados en hablar de razas, algo tan aberrante y tan ridículo como debatir del sexo de los ángeles.
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