18 jun 2020
Los escritores ante el racismo
En el décimo aniversario de su muerte, el premio Nobel de Literatura José Saramago recuerda en este texto la importancia del compromiso político de los autores frente a la injusticia social.
Ahí está el racismo, aquí están los escritores.
La cuestión parece bastante clara a simple vista: al ser el racismo una expresión configuradora, y hasta ahora inseparable, de la especie humana, con raíces probablemente tan antiguas como el día en que se encontraron por primera vez homínidos pelirrojos y homínidos negros; al presumir los escritores, a su vez, que son y merecen ser los guías espirituales de nuestra confusa humanidad, incluso aunque, por haberles dado ella la espalda, hayan dejado de estar de moda los maîtres-à-penser, la respuesta a una interpelación dirigida a ellos sería, probablemente, la redacción del milésimo manifiesto, de la milésima condena del racismo y de la intolerancia xenófoba, suscrita por todos los escritores de este prolijo mundo nuestro, del primero al último, si es que para ellos también existe, en algún lugar, una clasificación por puntos, como la de los tenistas, que solo tienen que mirar la tabla para saber lo que valen…
Desgraciadamente, estas cosas no son tan sencillas, por muy abundante que haya sido en los últimos tiempos la producción de documentos condenatorios que, dejando invariablemente intacta e inalterada la causa de la protesta, sirven para poco más que robustecer la buena imagen que queremos tener de nosotros mismos.
La cuestión parece bastante clara a simple vista: al ser el racismo una expresión configuradora, y hasta ahora inseparable, de la especie humana, con raíces probablemente tan antiguas como el día en que se encontraron por primera vez homínidos pelirrojos y homínidos negros; al presumir los escritores, a su vez, que son y merecen ser los guías espirituales de nuestra confusa humanidad, incluso aunque, por haberles dado ella la espalda, hayan dejado de estar de moda los maîtres-à-penser, la respuesta a una interpelación dirigida a ellos sería, probablemente, la redacción del milésimo manifiesto, de la milésima condena del racismo y de la intolerancia xenófoba, suscrita por todos los escritores de este prolijo mundo nuestro, del primero al último, si es que para ellos también existe, en algún lugar, una clasificación por puntos, como la de los tenistas, que solo tienen que mirar la tabla para saber lo que valen…
Desgraciadamente, estas cosas no son tan sencillas, por muy abundante que haya sido en los últimos tiempos la producción de documentos condenatorios que, dejando invariablemente intacta e inalterada la causa de la protesta, sirven para poco más que robustecer la buena imagen que queremos tener de nosotros mismos.
El problema no está tanto en discutir sobre la necesidad de
proclamar a los cuatro vientos lo que deberían hacer los escritores
contra el racismo y la xenofobia –estaríamos, en ese caso, en el dominio
de las puras obviedades–, sino en empezar a averiguar si el racismo y
la xenofobia, en sus diferentes expresiones (desde la degeneración
violenta de aspiraciones nacionales justificadas histórica y
culturalmente, hasta la amenazante resurrección de doctrinas más
recientes de exclusión, persecución y muerte), no se estarán
beneficiando de los silencios de la tribu literaria, aprovechando el
vacío resultante de la enajenación social defendida por muchos
escritores, en nombre de criterios de libertad e independencia
intelectual alegadamente superiores, que los llevaron a lo que denominan
su compromiso personal exclusivo con la escritura y la obra.
En otras
palabras: se trata de saber si los escritores de hoy que, por indolencia
de espíritu o insuficiencia de voluntad, han renunciado a un papel
interventivo, estarán decididos a mantenerse indiferentes ante lo que
está sucediendo a su puerta, viviendo por cuenta propia, tanto en las
acciones como en las omisiones, la inhumana “regla de oro” de Ricardo
Reis, aquel otro yo neoclásico de Fernando Pessoa
que un día escribió, sin que le temblase el pulso ni ponerse colorado
de vergüenza:
“Sabio el que se contenta con el espectáculo del mundo…”
Ya
han sido identificadas todas las causas del racismo, desde la
proposición política de objetivos de apropiación territorial, usando
como pretexto supuestas “purezas étnicas” que con frecuencia no dudan en
adornarse con las nieblas del mito, hasta la crisis económica y la
presión demográfica que, sin tener la obligación, en principio, de
invocar justificaciones exteriores a su propia necesidad, sin embargo,
no las desdeñan si, en algún momento agudo de esas mismas crisis, se
considera útil el recurso táctico a tan adecuados potenciadores
ideológicos, los cuales, a su vez, en un segundo momento, podrán
transformarse en móvil estratégico autosuficiente.
Desdichadamente, los brotes de racismo y xenofobia, cualesquiera que sean sus raíces históricas y sus causas cercanas, encuentran, por lo general, facilidades para sus operaciones de corrupción de las conciencias públicas y privadas, adormecidas, unas y otras, por egoísmos personales o de clase, disminuidas éticamente, paralizadas por el temor cobarde a parecer poco “patrióticas” o poco “creyentes”, según los casos, en comparación con la insolente propaganda racista o confesional que, poco a poco, va despertando a la bestia que duerme en nuestro interior, hasta hacerla salir a la luz.
Nada de esto debería sorprendernos y, sin embargo, una vez más, con desconcertante ingenuidad, si no con censurable hipocresía, vamos por ahí preguntándonos como es posible que haya vuelto la plaga que creíamos extinguida para siempre, en qué mundo terrible estamos, al final, viviendo, cuando pensábamos haber progresado tanto en cultura, civilización y derechos humanos.
Que esta civilización –y no me refiero solamente a lo que denominamos civilización occidental, sino a todas, desarrolladas o atrasadas, que están sufriendo el choque de las rápidas transformaciones de nuestro tiempo, tanto las científicas y tecnológicas como las morales y axiológicas–, que esta civilización está llegando a su fin, parece no ofrecer dudas a nadie.
Que entre los escombros y avatares de los regímenes y sistemas –socialismos pervertidos y capitalismos perversos– empiezan a esbozarse nuevas recomposiciones de los viejos materiales, casualmente articulables entre sí, o, aunque unidos por la lógica férrea de la interdependencia económica y de la globalización informática, prosiguiendo con estrategias perfeccionadas los conflictos de siempre, todo esto parece estar, igualmente, bastante claro.
De un modo mucho menos evidente, tal vez por pertenecer a lo que denominaré, metafóricamente, las ondulaciones del espíritu humano, creo que es posible identificar en la circulación de las ideas un impulso dirigido tendencialmente a un nuevo equilibrio, a una “reorganización” axiológica que debería suponer, junto al pleno ejercicio de los derechos humanos, una redefinición de sus deberes, hoy tan poco apreciados, pasando a situar, al lado de la carta de los derechos de los hombres, la carta imperativa e indeclinable de sus obligaciones.
Pues bien, si no me equivoco demasiado, esta reflexión, que parece querer despuntar en medio de nuestras perplejidades, tendría que empezar por proceder a la reevaluación y crítica de algunos conceptos corrientes, aunque espléndidos y generosos, que forman parte, por contraste y en engañosa antonimia, de ese universo del vocabulario en el que reinan, efectivamente, como sombríos y terribles astros, la xenofobia y el racismo.
Nos dicen los diccionarios que “tolerancia” e “intolerancia” son conceptos extremos e incompatibles entre sí, y, definiéndolos así, nos conducen a situarnos, excluyendo otras alternativas, en uno de esos dos extremos, como si, además de ellos, no pudiese existir otro espacio, el espacio del encuentro y la solidaridad.De ese espacio no tenemos palabra que lo identifique, no tenemos, para llegar a él, la brújula, la carta de navegación.
Pero, si la palabra no está en los diccionarios es solo porque no tenemos en el corazón el sentimiento que le conferiría una humanidad definitiva: parafraseando remotamente a Marx, diré que los hombres no pueden, antes del tiempo justo, crear las palabras que, sin saberlo o no queriendo todavía saberlo, estaban ya necesitando vitalmente…
Ponderadas las situaciones, observados los comportamientos, ¿qué es la tolerancia sino una intolerancia capaz aún de vigilarse a sí misma, pero temerosa de verse denunciada ante sus propios ojos, bajo la amenaza del momento en que las nuevas circunstancias se arranquen la máscara que otras circunstancias, de signo contrario, le habían pegado a la piel, como si aparentemente fuese ya la suya? ¿Cuántas personas, hoy intolerantes, eran ayer tolerantes?
¿Qué papel podrá entonces desempeñar el escritor, ese al que parece haberle sido retirada la antigua misión, tácitamente comprendida y reconocida por la sociedad, de abrir camino a las verdades posibles?
¿Qué dirá, qué escribirá, si cada vez se va haciendo más obvia la impotencia de la literatura, de cada obra literaria y de todas ellas juntas, para influir de modo profundo y permanente en la vida social?
Si las sociedades no se dejan transformar por la literatura, si, por el contrario, es la literatura la que se encuentra hoy asediada por sociedades que no le piden más que las fáciles variantes de una misma anestesia de espíritu, es decir, la frivolidad y la brutalidad,
¿cómo podremos hacer intervenir socialmente la voz y la acción de los escritores, al menos de aquellos a los que el compromiso con la escritura, absoluto o relativo, no ha hecho perder sus obligaciones, relativas y absolutas, como ciudadanos?
Publicar artículos, hacer entrevistas, dar conferencias son tareas derivadas del acto central del escritor: escribir.Con independencia de la naturaleza, exigencia y singularidad de la obra a la que el escritor ha decidido consagrar su vida –o, en palabras menos solemnes, el tiempo, el talento y la paciencia–, apetece decir que debería aprovechar todas las ocasiones para glosar, ya con motivos pacíficos, el dicho de Cicerón cuando, al final de sus discursos, viniese o no a cuento, exigía la destrucción de Cartago.
Las Cartago de hoy se llaman Intolerancia, Xenofobia, Racismo, y nunca serán vencidas si no nos empeñamos en el combate, escritores y no escritores, con los mismos ingredientes con que se hace una obra literaria, paciencia, talento y tiempo, por este orden u otro cualquiera.
Pero, entre los escritores, convoquemos sobretodo a esta lucha a la figura concreta de hombre o mujer que está por detrás de los libros, no para que nos digan cómo escribieron sus grandes o pequeñas obras (lo más seguro es que ni ellos mismos lo sepan), no para que nos eduquen y guíen con sus lecciones (que muchas veces son los primeros en no seguir), sino para que sencillamente se nos presenten todos los días como ciudadanos de este presente, aunque, como escritores, crean estar trabajando para el futuro.
No se pide que retomemos (si no encontramos para ello en nuestro fuero interno motivos ni razones) los caminos de naturaleza sociológica, ideológica o política que, con resultados estéticos variables, llevaron a aquello que se llamó literatura comprometida, sino que tengamos la honestidad de reconocer que los escritores, en su gran mayoría, han dejado de comprometerse, y que algunas de las hábiles teorizaciones con que hoy nos entretenemos han acabado por constituirse en escapatorias intelectuales, modos más o menos brillantes de disfrazar la mala conciencia, el malestar de un grupo de personas –los escritores, precisamente–, que, después de haberse proclamado a sí mismas como faro del mundo, están añadiendo ahora a la oscuridad intrínseca del acto creador las tinieblas de la renuncia y la abdicación cívicas.
Traducción de Antonio Sáez Delgado.
17 jun 2020
Bruselas adelantará dinero a las farmacéuticas para tener acceso preferente a las dosis de la vacuna
La Comisión Europea admite que hay riesgo de que las investigaciones financiadas acaben fracasando.
La posibilidad de que los ciudadanos de un país europeo se
vacunen contra el coronavirus mientras los de otro aguardan temerosos la
aparición de rebrotes sin poder inmunizarse es inconcebible para la
Comisión Europea.
Bruselas quiere evitar a toda costa un reparto desigual del futuro remedio,
y busca tomar posiciones en la carrera global por hacerse con el
fármaco sacando la chequera: el Ejecutivo comunitario financiará la
investigación de varias farmacéuticas en su fase inicial.
Esos fondos
actuarán como un contrato de compra por adelantado. A cambio del dinero,
una vez lista la vacuna, los países de la UE tendrán derecho a hacerse
con un cierto número de dosis.
Bruselas
asume que, en un entorno de incertidumbre sobre qué compañía se llevará
el gato al agua, el movimiento no tiene por qué culminar con éxito.
Los
laboratorios trabajan a pleno rendimiento en todo el planeta en medio
de una competencia feroz, con lo que las elegidas para recibir las
ayudas no tienen por qué ser las que lleguen a buen puerto.
“Siempre
existe el riesgo de que las vacunas candidatas que hayan recibido apoyo
fallen durante los ensayos clínicos”, ha admitido la Comisión Europea en
la presentación de su estrategia.
La financiación, sin embargo,
contribuirá a que las farmacéuticas no carguen en solitario con los
elevados costes iniciales, animándolas así a ser más audaces.
La compra se hará de forma centralizada por parte de Bruselas a través
del llamado Instrumento para la Prestación de Asistencia Urgente, dotado
con 2.700 millones de euros.
Luego, las dosis se distribuirán entre los
Veintisiete en función de sus necesidades.
El Banco Europeo de
Inversiones también podría implicarse concediendo préstamos en
condiciones ventajosas.
El hallazgo de la vacuna se ha convertido no solo en una
necesidad sanitaria para salvar vidas, sino en el único elemento capaz
de garantizar que la economía no volverá a detenerse en seco en un
momento en que Gobiernos y bancos centrales han empleado gran parte de
la artillería a su disposición.
El rebrote detectado hace seis días en
el mayor mercado de Pekín ha exhibido la fragilidad de la victoria contra el virus en Asia y Europa, mientras que en América la enfermedad sigue lejos de ser erradicada.
La
pandemia ha dejado por ahora una factura de más de 440.000 muertes y
ocho millones de contagios.
El propietario del arma capaz de vencerla
tendrá en su poder la llave de la reapertura total de su economía y la
opción de erigir en torno a cada ciudadano un muro de contención contra
el virus.
La UE teme que si China o EE UU se hacen con la vacuna antes
que el resto, primen la salud de los suyos en lugar de dar prioridad a
un reparto fundamentado en criterios científicos.
“Cuando se lucha
contra una pandemia no hay lugar para el yo primero”, ha exigido este
miércoles la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, en un
mensaje grabado en vídeo.
La iniciativa conjunta europea
también trata de desactivar maniobras por separado de algunos socios de
la UE.
La semana pasada Alemania, Francia, Italia y los Países Bajos firmaron un acuerdo con el grupo farmacéutico AstraZeneca
para hacerse con 300 millones de dosis de una futura vacuna.
El paso no
fue bien recibido por todos.
“La colaboración en el seno de la UE
significa que hay colaborar con tantos Estados miembros como sea
posible, sin negociar aparte con ciertos países”, lamentó la ministra de
Salud belga, Maggie De Block.
Von der Leyen cree que la estrategia europea “evita que se
desarrolle una competencia entre Estados miembros”, pero el enfoque
comunitario va más allá: la intención es garantizar que no será un
remedio para ricos, y los países menos desarrollados también podrán
vacunar a su población.
“Europa no es una isla.
No estaremos a salvo
hasta que el resto del mundo lo esté también”, ha afirmado la dirigente
alemana.
La conferencia de donantes impulsada por la UE para asegurar un
acceso igualitario ha recaudado 9.800 millones de euros, y el 27 de junio se celebrará una segunda conferencia para elevar la cantidad.
Sin obstáculos burocráticos
Bruselas
quiere que la vacuna sea barata, segura, y se distribuya lo más
rápidamente posible, pero mientras que antes insinuaba la posibilidad de
que estuviera lista antes de otoño, ahora es más cauta y habla de un
plazo de entre 12 y 18 meses.
Para ello, está dispuesta a levantar
cualquier obstáculo burocrático que pueda ralentizar el proceso.
Agilizará las autorizaciones, hará una interpretación flexible de las
normas en el etiquetado o el envasado, y planea dejar en suspenso leyes
sobre organismos modificados genéticamente para que no entorpezcan los
trabajos.
“Cada mes ganado en el hallazgo de una vacuna significa salvar vidas,
medios de subsistencia y miles de millones de euros”, estima la
Comisión.
La batalla por hacerse con ella lleva meses en liza,
a veces de forma descarnada, como cuando EE UU amagó con absorber la
farmacéutica alemana CureVac el pasado marzo. Finalmente, el Gobierno
alemán logró contener la arremetida de Washington y se convirtió esta
semana en su accionista con una inyección de 300 millones de euros para
hacerse con el 23% de la compañía.
Pero el conflicto ilustra la tensión
geopolítica latente en torno a la vacuna.
Su obtención colocará al
primero que se haga con ella a la vanguardia científica del planeta.
10 jun 2020
Medicina, Periodismo, Biología o Neurociencia, las carreras que estos actores estudiaron antes de alcanzar la fama
Brad Pitt, Lisa Kudrow, Hugh Jackman o Natalie Portman son algunos intérpretes que optaron por otros estudios antes de triunfar en la interpretación.
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