26 ene 2020
Arte 10, artistas 0 ..............................................Rosa Montero
Arte 10, artistas 0
El artista no tiene derecho a hacer cualquier cosa, ni siquiera a buitrear la vida de los demás y exponerla.
QUÉ LE HUBIERA pasado a la humanidad si no hubiera existido
Cervantes? Absolutamente nada. ¿Y si Shakespeare no hubiera nacido? Lo
mismo.
¿Habría cambiado el mundo si la obra de Velázquez o de Leonardo da Vinci no hubiera sido creada? Pues no.
Ahora bien: si no existiera el arte, la pintura, la música; si no hubiera novelas ni poesía ni narración, la vida sería inhumana e inhabitable.
Somos quienes somos justamente porque vibramos en el ansia de buscar la belleza, esa inutilidad tan necesaria.
La belleza es el sentido del caos, o al menos el intento de encontrar ese sentido.
Y se trata de un esfuerzo colectivo.
Lo que quiero decir es que el arte es un exudado social, que forma parte esencial de lo que todos somos, y que el artista individual no es más que una especie de médium, un peón de ese mandato de la especie.
Lo importante es el arte, no el artista. Ni siquiera los artistas más grandes son imprescindibles.
Todo esto viene a cuento del último (por ahora) escándalo en torno a la supuesta sacrosanta libertad del creador, un tema recurrente a lo largo de los años.
Hablo, ya saben, del francés Gabriel Matzneff, que ahora tiene 83 años y que ha visto cómo su editorial, Gallimard, retiraba de las librerías todos sus diarios después de que Vanessa Springora publicara un libro titulado Le consentement (El consentimiento), en donde cuenta la espeluznante y abusiva relación que Matzneff tuvo con ella en los años ochenta, cuando Vanessa tenía 14 años y él 50. Pero el verdadero escándalo es que Matzneff nunca ha ocultado su pedofilia, sino que ha hecho gala de ello en sus libros y en las entrevistas, hasta el punto de que hace años fue presentado en uno de los programas televisivos del celebérrimo Apostrophes como “profesor de educación sexual especializado en estudiantes y menores”.
Grandes risas cómplices de la concurrencia ante el chistecito.
De hecho, creo que en la radicalidad de la medida de Gallimard se transparente la mala conciencia de la editorial por haberle estado publicando sus alardes pedófilos tan tranquilamente.
En todo esto subyace esa estúpida, ignorante, elitista creencia en la impunidad del artista, como si estuviera por encima de las leyes y el sufrimiento del mundo.
¿Habría cambiado el mundo si la obra de Velázquez o de Leonardo da Vinci no hubiera sido creada? Pues no.
Ahora bien: si no existiera el arte, la pintura, la música; si no hubiera novelas ni poesía ni narración, la vida sería inhumana e inhabitable.
Somos quienes somos justamente porque vibramos en el ansia de buscar la belleza, esa inutilidad tan necesaria.
La belleza es el sentido del caos, o al menos el intento de encontrar ese sentido.
Y se trata de un esfuerzo colectivo.
Lo que quiero decir es que el arte es un exudado social, que forma parte esencial de lo que todos somos, y que el artista individual no es más que una especie de médium, un peón de ese mandato de la especie.
Lo importante es el arte, no el artista. Ni siquiera los artistas más grandes son imprescindibles.
Todo esto viene a cuento del último (por ahora) escándalo en torno a la supuesta sacrosanta libertad del creador, un tema recurrente a lo largo de los años.
Hablo, ya saben, del francés Gabriel Matzneff, que ahora tiene 83 años y que ha visto cómo su editorial, Gallimard, retiraba de las librerías todos sus diarios después de que Vanessa Springora publicara un libro titulado Le consentement (El consentimiento), en donde cuenta la espeluznante y abusiva relación que Matzneff tuvo con ella en los años ochenta, cuando Vanessa tenía 14 años y él 50. Pero el verdadero escándalo es que Matzneff nunca ha ocultado su pedofilia, sino que ha hecho gala de ello en sus libros y en las entrevistas, hasta el punto de que hace años fue presentado en uno de los programas televisivos del celebérrimo Apostrophes como “profesor de educación sexual especializado en estudiantes y menores”.
Grandes risas cómplices de la concurrencia ante el chistecito.
De hecho, creo que en la radicalidad de la medida de Gallimard se transparente la mala conciencia de la editorial por haberle estado publicando sus alardes pedófilos tan tranquilamente.
En todo esto subyace esa estúpida, ignorante, elitista creencia en la impunidad del artista, como si estuviera por encima de las leyes y el sufrimiento del mundo.
Aquí hubo un caso parecido hace 10 años, cuando Sánchez Dragó sacó un libro en el que decía haberse acostado en 1967 en Tokio con dos niñas de 13 años:
“Con unas lolitas de esas —ahora hay muchas— que visten como zorritas,
con los labios pintados, carmín, rímel, tacones, minifalda (…) las muy
putas se pusieron a turnarse”.
Ante el pollo que se montó, el escritor
se apresuró a decir que no había pasado nada y que era una anécdota
convertida en literatura (o sea, que es un fantasma), aunque lo más
terrible es que le encontrara esa gracia a contarlo y que la editorial
(Planeta) lo publicara como si nada.
Hay otros escritores, como Arthur C. Clarke, autor de 2001: una odisea del espacio
y otros magníficos libros, que también bordearon el escándalo pedófilo,
pero en realidad es un problema que va mucho más allá de acostarse con
niños.
Hablamos de todo tipo de abuso y de un narcisismo canalla, como
el de ese pseudoartista costarricense, no voy a decir su maldito nombre,
que en 2007 ató a un perro callejero en la galería Códice de Managua y
lo dejó morir de hambre.
Que la galería y las autoridades fueran
cómplices de esa lenta atrocidad resulta aún más desolador.
Y es que no, desde luego que no, el artista no tiene derecho a hacer
cualquier cosa, ni siquiera creo que tenga derecho a buitrear la vida de
los demás y exponerla abiertamente, como hizo Truman Capote en su inacabado libro Plegarias atendidas:
es probable que el escritor incluso provocara el suicidio de Ann
Woodward, que mató a su marido en un tiroteo oficialmente accidental,
pero a quien Capote retrataba en su personaje Ann Hopkins como asesina
premeditada.
Por todos los santos, ni un escritor de la talla de Capote
puede hacer esas cosas.
Y además, ¿saben qué? Plegarias atendidas
fue lo peor que escribió.
Porque el arte, ese arte colectivo del que
somos simples médiums, es el modo en el que los humanos intentamos ser
mejores, y no puede existir sin la conciencia aguda de los otros y sin
empatía.
Lo inaudito cotidiano......................................Javier Marías
No son sólo números inauditos lo que en la actualidad se oye y lee sin que nadie se inmute ni discuta ni cuestione nada.
TAL VEZ RECUERDEN mi estupor de hace unos meses
cuando oí a un pedagogo, consultado por TVE como “experto”, afirmar que
los niños de familias pudientes utilizaban 3 millones más de palabras
que los vástagos de los pobres.
La ignorancia de aquel sujeto era tal que desconocía cuántos vocablos tienen las lenguas, unas más que otras; pero dado que el Diccionario español (un idioma rico en vocabulario, no como el noruego o el sueco) alberga unos 93.000… Bueno, ya lo dije entonces: esos niños suyos, además de acaudalados, habían de ser por fuerza tan inventivos como J.R.R. Tolkien y George R.R. Martin.
Pero veo que la loca y tramposa tendencia al abultamiento de las cifras ha triunfado también entre los periodistas, que sueltan cosas inverosímiles, cuando no engañosas, con tal de que todo suene catastrofista y desmesurado y la gente se alarme.
Durante la larga huelga francesa contra la reforma de las pensiones, TVE y la Sexta (cada día más parecidas en su ansia apocalíptica) nos dieron la sorprendente noticia de que, debido a la falta de transporte público, “a las puertas de París” había 600 km de atasco.
El espectador se quedaba atónito, imaginando un embotellamiento ininterrumpido en la distancia que separa Madrid de Barcelona.
Lo que los brillantes reporteros habían hecho era contar 5 km por aquí, 6 por allá, 2,5 por más allá, y entonces, quizá, sumando todo eso, salían los falaces 600 pregonados.
Unas semanas después, con motivo de los gigantescos incendios no de Australia entera, como se decía, sino de los Estados de Nueva Gales del Sur y Victoria, se aseveró, con cataclísmico regodeo, que habían causado la muerte de 500 millones de animales.
Pero, como eso les debió de parecer una minucia, al día siguiente elevaron la cifra a 1.000 millones.
No pude por menos de admirarme de la cantidad de bichos existentes en esos dos Estados.
No tengo ni idea, claro, pero en principio 1.000 millones (sólo entre los perecidos) resulta algo exorbitante.
A menos, desde luego (y esto se me ocurrió gracias al término “bichos”), que se incluyeran como unidad cada rata, cada mosca, cada mosquito y cada hormiga.
Con todo y con eso, me pregunto cómo diablos alguien se ha dedicado a contabilizar y verificar la defunción por fuego de todos ellos.
Francamente, no veo a nadie rebuscando, en medio de llamas incontroladas, cadáveres de insectos achicharrados.
En fin, no descarto ser yo el equivocado, y que los animales (o lo que solemos entender por tales) se cuenten en Victoria y Nueva Gales del Sur por la fabulosa cifra de billones de billones.
También hay que preguntarse qué le ha sucedido a mucha gente para pensar
de manera rara, confundirlo todo y creer que tiene “derechos”
imposibles.
Una chica cargada de razón argumentaba en televisión lo siguiente (cito de memoria): “Es que yo tengo derecho a meterme en una red de contactos, establecer una cita con quien me dé la gana, salir con esa persona y que no me pase nada”.
Daban ganas de contestarle: “Mire, no, tiene derecho a hacer lo que le plazca, a quedar con un desconocido y a irse con él a la cama, al Polo Norte o al desierto de Gobi, pero no a que no le pase nada.
A nadie puede garantizársele eso”. También vi a otra joven quejarse en tono agraviado:
“Nos instan a que seamos emprendedores, pero es que nadie te enseña a emprender…” Como si a los emprendedores de la historia se les hubieran impartido cursos.
Alguien en verdad emprendedor lo es espontáneamente, santo cielo.
Lo mismo que un escritor, desde Cervantes a Faulkner, ¿o creen que acudieron a talleres para que unos burócratas los adiestraran? Se han arrojado ya al mundo varias generaciones frágiles como la porcelana, a las que hay que guiar de la mano hasta el último peldaño de sus ambiciosas carreras, y a las que hay que proteger del aire.
He oído al director de un museo anunciando unas “innovaciones” idiotas “para que la gente no se sienta intimidada por el arte”. Intimidatorio es un matón, un terrorista, un mafioso, pero ¿por qué habría de serlo el arte?
¿O por qué las librerías, algo que se oye asimismo a menudo? Ni en ellas ni en ningún museo se va a asustar al visitante, ni siquiera se lo va a someter a un examen.
Una cantante internacional se lamentaba en una entrevista, hace semanas: “Hay una carga que las mujeres seguimos acarreando: la presión de ser comparadas unas con otras”.
Ay Señor, ¿qué es lo que se creerá que les ocurre a los hombres? Y desde hace muchos más siglos.
O bien cabría responderle: “¿Y qué quiere? No se meta usted a ser diva, que nadie la obliga”.
La ignorancia de aquel sujeto era tal que desconocía cuántos vocablos tienen las lenguas, unas más que otras; pero dado que el Diccionario español (un idioma rico en vocabulario, no como el noruego o el sueco) alberga unos 93.000… Bueno, ya lo dije entonces: esos niños suyos, además de acaudalados, habían de ser por fuerza tan inventivos como J.R.R. Tolkien y George R.R. Martin.
Pero veo que la loca y tramposa tendencia al abultamiento de las cifras ha triunfado también entre los periodistas, que sueltan cosas inverosímiles, cuando no engañosas, con tal de que todo suene catastrofista y desmesurado y la gente se alarme.
Durante la larga huelga francesa contra la reforma de las pensiones, TVE y la Sexta (cada día más parecidas en su ansia apocalíptica) nos dieron la sorprendente noticia de que, debido a la falta de transporte público, “a las puertas de París” había 600 km de atasco.
El espectador se quedaba atónito, imaginando un embotellamiento ininterrumpido en la distancia que separa Madrid de Barcelona.
Lo que los brillantes reporteros habían hecho era contar 5 km por aquí, 6 por allá, 2,5 por más allá, y entonces, quizá, sumando todo eso, salían los falaces 600 pregonados.
Unas semanas después, con motivo de los gigantescos incendios no de Australia entera, como se decía, sino de los Estados de Nueva Gales del Sur y Victoria, se aseveró, con cataclísmico regodeo, que habían causado la muerte de 500 millones de animales.
Pero, como eso les debió de parecer una minucia, al día siguiente elevaron la cifra a 1.000 millones.
No pude por menos de admirarme de la cantidad de bichos existentes en esos dos Estados.
No tengo ni idea, claro, pero en principio 1.000 millones (sólo entre los perecidos) resulta algo exorbitante.
A menos, desde luego (y esto se me ocurrió gracias al término “bichos”), que se incluyeran como unidad cada rata, cada mosca, cada mosquito y cada hormiga.
Con todo y con eso, me pregunto cómo diablos alguien se ha dedicado a contabilizar y verificar la defunción por fuego de todos ellos.
Francamente, no veo a nadie rebuscando, en medio de llamas incontroladas, cadáveres de insectos achicharrados.
En fin, no descarto ser yo el equivocado, y que los animales (o lo que solemos entender por tales) se cuenten en Victoria y Nueva Gales del Sur por la fabulosa cifra de billones de billones.
- En la actualidad se oye y lee sin que nadie se inmute ni discuta ni cuestione nada.
- Lo inaudito es cotidiano. Así, varios días después de que todo el país estuviera enterado (salvo el Rey, probablemente) de quiénes iban a ser los cuatro ministros que a Unidas Podemos les han rentado sus 35 menguados escaños, su jefe salió en una entrevista aduciendo que la discreción, y lo acordado con el PSOE panoli (qué genio de la negociación, Lastra), le impedían revelar esos nombramientos… que sólo él había hecho y sólo él podía conocer en primera instancia.
- Un prodigio de discreción, el suyo.
Una chica cargada de razón argumentaba en televisión lo siguiente (cito de memoria): “Es que yo tengo derecho a meterme en una red de contactos, establecer una cita con quien me dé la gana, salir con esa persona y que no me pase nada”.
Daban ganas de contestarle: “Mire, no, tiene derecho a hacer lo que le plazca, a quedar con un desconocido y a irse con él a la cama, al Polo Norte o al desierto de Gobi, pero no a que no le pase nada.
A nadie puede garantizársele eso”. También vi a otra joven quejarse en tono agraviado:
“Nos instan a que seamos emprendedores, pero es que nadie te enseña a emprender…” Como si a los emprendedores de la historia se les hubieran impartido cursos.
Alguien en verdad emprendedor lo es espontáneamente, santo cielo.
Lo mismo que un escritor, desde Cervantes a Faulkner, ¿o creen que acudieron a talleres para que unos burócratas los adiestraran? Se han arrojado ya al mundo varias generaciones frágiles como la porcelana, a las que hay que guiar de la mano hasta el último peldaño de sus ambiciosas carreras, y a las que hay que proteger del aire.
He oído al director de un museo anunciando unas “innovaciones” idiotas “para que la gente no se sienta intimidada por el arte”. Intimidatorio es un matón, un terrorista, un mafioso, pero ¿por qué habría de serlo el arte?
¿O por qué las librerías, algo que se oye asimismo a menudo? Ni en ellas ni en ningún museo se va a asustar al visitante, ni siquiera se lo va a someter a un examen.
Una cantante internacional se lamentaba en una entrevista, hace semanas: “Hay una carga que las mujeres seguimos acarreando: la presión de ser comparadas unas con otras”.
Ay Señor, ¿qué es lo que se creerá que les ocurre a los hombres? Y desde hace muchos más siglos.
O bien cabría responderle: “¿Y qué quiere? No se meta usted a ser diva, que nadie la obliga”.
Noche de gloria para Pedro Almodóvar en los Goya
Gregorio Belinchón
La película más personal del cineasta se alza con siete galardones en una gala en la que fueron premiadas las interpretaciones de Antonio Banderas y Belén Cuesta.
Pedro Almodóvar se puso a escribir Dolor y gloria influido por sus sensaciones de tranquilidad y de calma en la piscina donde se trataba su dolor de espalda hace unos veranos.“El mejor momento del día”.De esa corriente pasó a una corriente de su infancia, la del río donde su madre y las mujeres del pueblo lavaban la ropa.“Para mí era una fiesta y me di cuenta de que estaba escribiendo de mí mismo, del paso del tiempo”, aseguraba sobre el escenario.Finalmente, su inmersión en una vida que es la suya solo en parte, un juego de autoficción que lo mismo reproduce su casa en la pantalla que construye una infancia imaginada para el guion, le ha llevado a ganar siete goyas.Su canto de amor al cine (“no concibo la vida sin seguir rodando”, confesó) fue elegida la mejor película de la 34ª gala de los premios Goya.En realidad, toda la ceremonia —larga, eterna— fue un homenaje a Almodóvar. Penélope Cruz y Ángela Molina le entregaron el premio a mejor dirección.
“El cine de Pedro me ha hecho más libre”, aseguró con su galardón a mejor música en la mano el compositor Alberto Iglesias, que con este lleva 11: es la persona con más estatuillas.
El premio a mejor actor protagonista fue para Antonio Banderas, el Salvador Mallo, trasunto de Almodóvar en su físico y en sus enfermedades, que no en sus vivencias.
Para eso se habían montado unos Goya en Málaga: para que por fin el actor lograra su primer premio competitivo —recibió el de Honor en 2015— tras cinco nominaciones previas.
Los más de 3.200 asistentes, el mayor aforo en las 34 ediciones de los premios, se pusieron en pie para aplaudirle. Muy emocionado, golpeando la estatuilla, renunció a dar su discurso preparado.
“Todo esto es Pedro. Hemos pasado cuatro décadas y ocho películas… Nunca he conocido a alguien con la lealtad que tú tienes para tu cine”, arrancó.
“Y tenía que llegar hasta aquí contigo”. Para cerrar sus palabras, Banderas celebró que se cumplían tres años de su infarto de miocardio.
“No solo estoy vivo, sino que me siento vivo”.
En cambio, la magia de Málaga no sirvió para que Pepa Flores rompiera su silencio mediático y recogiera el Goya de Honor.
Marisol se mantuvo consecuente con su ausencia de la actualidad desde hace 35 años y vio la gala desde casa. Mejor para ella, porque hubo bostezos constantes que no lograron superar Andreu Buenafuente y Sílvia Abril, presentadores en un inmenso escenario, el del palacio de deportes José María Martín Carpena, al que se le sacó partido en lo visual.
Mujeres cineastas
Hubo tiempo para reivindicaciones de las cineastas que salieron a recoger un galardón —por cada mujer nominada había tres nombres, y Abril lo subrayó con un “Goya al mejor director… o director”—, mensajes contra el racismo, el cambio climático y la discriminación e, incluso, sin mencionarlo, el veto parental.El violonchelista Ara Malikian, libanés huido de la guerra, niño músico que atravesó fronteras para acabar en el madrileño barrio de Malasaña, es el protagonista del documental elegido como el mejor en su categoría.“He sido un refugiado y ahora se quiere hacer creer que somos los culpables de la miseria actual, y somos la riqueza de la civilización”.Almodóvar utilizó su premio al mejor guion original para recordarle al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que “en los próximos cuatro años va a ser el coautor del guion” de todos los españoles.“Espero que le vaya bien, porque así nos irá bien a los demás”. Hacía 15 años que un presidente, desde 2005 con José Luis Rodríguez Zapatero, no acudía a la ceremonia.Muchos de los asistentes aprovecharon la alfombra roja para mostrar su felicidad por ello.La gala sirvió también para que la Academia anunciase, en el discurso de su presidente, Mariano Barroso, que declaraba 2021 el año Berlanga, “para celebrar el centenario de su nacimiento”, que se cumplirá el 12 de junio.En un momento de despiste, Almodóvar contó en la alfombra roja que Penélope Cruz será copresentadora del Oscar a mejor película internacional, lo que la actriz madrileña se tomó con humor:
“La otra vez, hace 20 años, Antonio y yo pudimos darle la estatuilla a Pedro con Todo sobre mi madre.
No sé quién me acompañará en esta edición… aunque el anuncio se iba a realizar la semana que viene”.
Y se confirmó que la próxima película de Cruz será con Banderas y se rodará en España.
Mujeres cineastas
. Almodóvar utilizó su premio al mejor guion original para recordarle al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que “en los próximos cuatro años va a ser el coautor del guion” de todos los españoles.“Espero que le vaya bien, porque así nos irá bien a los demás”. Hacía 15 años que un presidente, desde 2005 con José Luis Rodríguez Zapatero, no acudía a la ceremonia.Muchos de los asistentes aprovecharon la alfombra roja para mostrar su felicidad por ello.La gala sirvió también para que la Academia anunciase, en el discurso de su presidente, Mariano Barroso, que declaraba 2021 el año Berlanga, “para celebrar el centenario de su nacimiento”, que se cumplirá el 12 de junio.En un momento de despiste, Almodóvar contó en la alfombra roja que Penélope Cruz será copresentadora del Oscar a mejor película internacional, lo que la actriz madrileña se tomó con humor: “La otra vez, hace 20 años, Antonio y yo pudimos darle la estatuilla a Pedro con Todo sobre mi madre.No sé quién me acompañará en esta edición… aunque el anuncio se iba a realizar la semana que viene”.Y se confirmó que la próxima película de Cruz será con Banderas y se rodará en España.
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