Siempre entre las nubes hay esos huequitos de Sol que te dan valor.
Un Blues
Del material conque están hechos los sueños
26 ene 2020
Lo inaudito cotidiano......................................Javier Marías
No son sólo números inauditos lo que en la actualidad se oye y lee sin que nadie se inmute ni discuta ni cuestione nada.
TAL VEZ RECUERDEN mi estupor de hace unos meses
cuando oí a un pedagogo, consultado por TVE como “experto”, afirmar que
los niños de familias pudientes utilizaban 3 millones más de palabras
que los vástagos de los pobres. La ignorancia de aquel sujeto era tal
que desconocía cuántos vocablos tienen las lenguas, unas más que otras;
pero dado que el Diccionario español (un idioma rico en vocabulario, no como el noruego o el sueco) alberga unos 93.000…
Bueno, ya lo dije entonces: esos niños suyos, además de acaudalados,
habían de ser por fuerza tan inventivos como J.R.R. Tolkien y George
R.R. Martin.
Pero veo que la loca y tramposa tendencia al abultamiento de las cifras
ha triunfado también entre los periodistas, que sueltan cosas
inverosímiles, cuando no engañosas, con tal de que todo suene
catastrofista y desmesurado y la gente se alarme. Durante la larga
huelga francesa contra la reforma de las pensiones, TVE y la Sexta (cada
día más parecidas en su ansia apocalíptica) nos dieron la sorprendente
noticia de que, debido a la falta de transporte público, “a las puertas
de París” había 600 km de atasco. El espectador se quedaba atónito,
imaginando un embotellamiento ininterrumpido en la distancia que separa
Madrid de Barcelona. Lo que los brillantes reporteros habían hecho era
contar 5 km por aquí, 6 por allá, 2,5 por más allá, y entonces, quizá,
sumando todo eso, salían los falaces 600 pregonados. Unas semanas
después, con motivo de los gigantescos incendios no de Australia entera,
como se decía, sino de los Estados de Nueva Gales del Sur y Victoria,
se aseveró, con cataclísmico regodeo, que habían causado la muerte de
500 millones de animales. Pero, como eso les debió de parecer una
minucia, al día siguiente elevaron la cifra a 1.000 millones. No pude
por menos de admirarme de la cantidad de bichos existentes en esos dos
Estados. No tengo ni idea, claro, pero en principio 1.000 millones (sólo entre
los perecidos) resulta algo exorbitante. A menos, desde luego (y esto se
me ocurrió gracias al término “bichos”), que se incluyeran como unidad
cada rata, cada mosca, cada mosquito y cada hormiga. Con todo y con eso,
me pregunto cómo diablos alguien se ha dedicado a contabilizar y
verificar la defunción por fuego de todos ellos. Francamente, no veo a
nadie rebuscando, en medio de llamas incontroladas, cadáveres de
insectos achicharrados. En fin, no descarto ser yo el equivocado, y que
los animales (o lo que solemos entender por tales) se cuenten en
Victoria y Nueva Gales del Sur por la fabulosa cifra de billones de
billones.
En la actualidad se oye y lee
sin que nadie se inmute ni discuta ni cuestione nada.
Lo inaudito es
cotidiano. Así, varios días después de que todo el país estuviera
enterado (salvo el Rey, probablemente) de quiénes iban a ser los cuatro ministros
que a Unidas Podemos les han rentado sus 35 menguados escaños, su jefe
salió en una entrevista aduciendo que la discreción, y lo acordado con
el PSOE panoli (qué genio de la negociación, Lastra), le impedían
revelar esos nombramientos… que sólo él había hecho y sólo él podía
conocer en primera instancia.
Un prodigio de discreción, el suyo.
También hay que preguntarse qué le ha sucedido a mucha gente para pensar
de manera rara, confundirlo todo y creer que tiene “derechos”
imposibles. Una chica cargada de razón argumentaba en televisión lo
siguiente (cito de memoria): “Es que yo tengo derecho a meterme en una
red de contactos, establecer una cita con quien me dé la gana, salir con
esa persona y que no me pase nada”. Daban ganas de contestarle: “Mire,
no, tiene derecho a hacer lo que le plazca, a quedar con un desconocido y
a irse con él a la cama, al Polo Norte o al desierto de Gobi, pero no a que no le pase nada. A nadie puede garantizársele eso”. También vi a otra joven quejarse en
tono agraviado: “Nos instan a que seamos emprendedores, pero es que
nadie te enseña a emprender…” Como si a los emprendedores de la historia
se les hubieran impartido cursos. Alguien en verdad emprendedor lo es
espontáneamente, santo cielo. Lo mismo que un escritor, desde Cervantes a
Faulkner, ¿o creen que acudieron a talleres para que unos burócratas
los adiestraran? Se han arrojado ya al mundo varias generaciones
frágiles como la porcelana, a las que hay que guiar de la mano hasta el
último peldaño de sus ambiciosas carreras, y a las que hay que proteger
del aire. He oído al director de un museo anunciando unas “innovaciones” idiotas
“para que la gente no se sienta intimidada por el arte”. Intimidatorio
es un matón, un terrorista, un mafioso, pero ¿por qué habría de serlo el
arte? ¿O por qué las librerías, algo que se oye asimismo a menudo? Ni
en ellas ni en ningún museo se va a asustar al visitante, ni siquiera se
lo va a someter a un examen. Una cantante internacional se lamentaba en
una entrevista, hace semanas: “Hay una carga que las mujeres seguimos
acarreando: la presión de ser comparadas unas con otras”. Ay Señor, ¿qué
es lo que se creerá que les ocurre a los hombres? Y desde hace muchos
más siglos. O bien cabría responderle: “¿Y qué quiere? No se meta usted a
ser diva, que nadie la obliga”.
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