La
galerista, exesposa de Roman Abramovich, y el magnate de origen griego
se casaron en París en octubre, pero festejarán su matrimonio en Suiza
este fin de semana.
La discreción es la piedra angular de la relación que mantienen la exmodelo rusa Dasha Zhukova y el magnate de origen griego Stavros Niarchos. Apenas hay tres fotografías de ellos juntos. El pasado julio se supo de
su romance, cuando se dio a conocer que se habían comprometido. En
octubre, que se habían casado. Sin embargo, parece que ahora romperán su
propia norma con una inmensa y lujosa fiesta de boda que se celebrará
en Suiza y a la que asistirán más de 500 invitados.
Así lo han dado a conocer medios británicos como el Daily Mail,
que afirma que la exclusiva localidad de Saint Moritz y en concreto el
hotel Kulm se están llenando de rostros conocidos que han acudido a
celebrar el amor de sus amigos. Entre ellos se espera a los Beckham y a
las actrices Liv Tyler y Gwyneth Paltrow, así como a la diseñadora Diane
Von Furstenberg y la modelo Karlie Kloss con su esposo, Joshua Kushner. La música la pondrá el célebre dj Mark Ronson. Se prevé que el coste de
la boda sea de alrededor de cinco millones de libras (casi seis
millones de euros). Los novios llegaron al resort invernal el pasado lunes, como ha dado a conocer la revista británica Tatler. Allí se les fotografió sonrientes, bajando de un avión privado y entrando en un coche oscuro.
El Kulm es uno de los establecimientos más lujosos de la zona. Pertenece
a los Niarchos; de hecho, el padre y el tío de Stavros (llamados
Stavros Jr. y Spyros) son los mayores propietarios de terreno de Saint
Moritz y muy queridos en la zona; de hecho, el padre del novio es
ciudadano de honor del lugar. Para ellos la zona tiene un gran valor
sentimental, de ahí que la hayan escogido para celebrar el enlace. Con vistas a los Alpes y a los lagos, el
precio mínimo de la habitación en el Kulm es de 700 euros por noche. Como ha anunciado el establecimiento, donde también se celebrará la cena
previa a la boda, cerrará el fin de semana por una "fiesta privada". Además
del hotel, se han instalado enormes carpas en los alrededores del
mismo, donde se prevé que también tenga lugar los festejos.
Esta boda es en realidad una reboda, puesto que los novios se casaron discretamente en París el 12 de octubre. Aunque hubo rostros conocidos en ese enlace, alguna fotografía se
filtró en la que se veía a la novia con un vestido blanco y al novio con
una alianza dorada. Entre los invitados estuvieron también David
Beckham, Karlie Kloss o Liv Tyler, así como Pierre Casiraghi,
excompañero de colegio de Niarchos; la diseñadora Tory Burch o la modelo
y actriz francesa Josephine de la Baume, que fue quien colgó la
fotografía que desveló el enlace (pese a que después la borró). Según contó en su momento Page Six,
la pareja lleva saliendo desde hace un par de años, y se les vio por
primera vez juntos a finales de 2017. Su compromiso se anunció en la
fiesta del 38º cumpleaños de Zhukova celebrada en junio en Nueva York,
donde vive la pareja. Este es el segundo matrinomio para la
coleccionista de arte (posee obras de Bacon y Freud) y fundadora del
centro de arte Garage y la revista homónima, que estuvo casada durante casi una década con el magnate ruso Roman Abramovich,
dueño del Chelsea. La pareja tuvo dos hijos, Leah Lou y Aaron
Alexander. Pese a su divorcio, ocurrido hace casi tres años, mantienen
una relación cordial. "Siguen siendo amigos cercanos, padres y
socios en los proyectos que desarrollaron juntos", afirmaban fuentes
cercanas a ellos a Page Six.
Por su parte, la vida de Niarchos también ha sido agitada en lo
sentimental. A sus 34 años también es el rico heredero de una estirpe
armadora eterna rival de los Onassis que posee obras de Picasso o Van
Gogh. Entre sus novias más conocidas han estado Paris Hilton, con quien salió a primeros de los 2000, o actrices como Lindsay Lohan o Mary-Kate Olsen. Su relación más larga fue la que mantuvo durante siete años y hasta hace un par con la modelo Jessica Hart.
El primer lector de El Hobbit murió este jueves en Francia a los 95 años. La Tolkien Society confirmó en un comunicado el fallecimiento de Christopher Tolkien, hijo del escritor de fantasía J. R. R. Tolkien, creador de obras inmortales como El señor de los anillos (1954) o El Silmarillion (1977) que revolucionaron el género y dejaron una huella imborrable en la cultura popular. Albacea y guardián de las esencias de la Tierra Media
creada por su padre, Christopher Tolkien desempeñó un papel muy activo
en la difusión de las creaciones de su progenitor y actuó como editor de
gran parte de su obra tras el fallecimiento de este en 1973.
"Sabiamente, comencé con un mapa", dijo J. R. R. Tolkien en más de una
ocasión para referirse a la complejidad del mundo que había creado en
sus obras, situadas la mayor parte de ellas en la Tierra Media, un
universo habitado por orcos, elfos, enanos y otros seres cuya visión
acabó imponiéndose sobre todas las demás. Pues bien, su hijo ejerció de
cartógrafo (muchas veces de forma literal) de esa vasta tierra,
aclarando aspectos, reuniendo escritos y ampliando el imaginario de su
padre. En muchos casos, como ocurrió con esa mezcla de crónica bíblica y
enciclopedia fantástica que es El Silmarillion, compilando y permitiendo que la obra pudiera ver la luz.
Ya en este milenio, se encargó de que Los hijos de Húrin, (comenzada por su padre y editada por él en 2007) completara la historia de la Tierra Media. También ejerció de editor de La leyenda de Sigurd y Gudrún(2009) y de La caída de Arturo(2013), libros tempranos de su padre que no tuvieron, sin embargo, el éxito de sus creaciones mayores.
Tras la adaptación cinematográfica de la obra más famosa de J. R. R.
Tolkien, la figura de su hijo Christopher adquirió cierta relevancia al
criticar la forma en que el cineasta Peter Jackson había trasladado a
celuloide El señor de los anillos. Si bien Christopher evitó entrar en más polémicas, sí denunció, en el año 2008, a la productora New Line Cinema reclamando más de 80 millones de libras (unos 93,9 millones de euros) por derechos cinematográficos impagados. La luz de la obra de su padre, sin embargo, no se ha extinguido: hace dos días Amazon anunciaba el reparto de su adaptación televisiva de la Tierra Media,
que se alejará del arco argumental de las adaptaciones cinematográficas
para narrar las aventuras de la Tierra Media miles de años antes. La
serie es, de hecho, una producción multimillonaria que ejerce de
principal caballo de batalla de la plataforma digital, lo que demuestra
la impronta que el universo creado por Tolkien (y apuntalado por su
hijo) sigue dejando en la cultura.
Italia
celebra el centenario del director convertida en la prueba viviente del
universo social y estético que su cine auguró. Reconstrucción de una
vida desbordante a través del recuerdo de sus colaboradores.
El diccionario italiano reconoce la palabra felliniano.
Significa casi todo aquello que tiene que ver con el Mago de Rímini y su
cine, no alberga dudas.
Pero también es el adjetivo que describe un
universo estético, social y político que ha impregnado a toda una nación
desde hace seis décadas.
La tensión entre el hombre moderno y los
rudimentos del pasado, los sueños eróticos, el machismo caricaturesco o
una extraña mezcla de crítica y enamoramiento simultáneo hacia una
sociedad del espectáculo que terminó convertida en odiosa industria
publicitaria.
Federico Fellini
(Rímini, 1920-Roma, 1993) ganó cinco Oscar, dejó algunas de las
películas más asombrosas producidas en Italia y fundó una nueva manera
de contar el mundo desde los sueños y el lado más grotesco de sus
propios recuerdos.
Un siglo después de su nacimiento, el big bang estético creado durante los años que vivió en Roma revienta las costuras del diccionario.
Una placa en el número 110 de la silenciosa via Margutta, entre la
piazza de Spagna y la Villa Borghese, recuerda el lugar donde vivió
durante décadas Fellini con su esposa, Giulietta Masina.
La casa se
vació y se vendió en 1994 cuando ella murió y hoy pertenece a otro
propietario.
Pero los confines de aquel mundo más prosaico y rutinario,
hecho de paseos, discusiones con los sospechosos habituales como Ennio
Flaiano —escritor, periodista y guionista/ventrílocuo de sus mejores
películas— o largas comidas con Marcello Mastroianni no se expandían
tanto como su imaginación.
Cada mañana tomaba café en el Canova y se
dejaba caer para comer en Dal Toscano en el barrio de Prati, siempre en
la misma mesa.
Roma fue el lugar que esculpió a un chico que llegó con 18 años
buscando fortuna como viñetista y dibujante desde Rímini. La ciudad de
la costa adriática de tejados rojos y estanqueras voluptuosas fue un
enjambre de recuerdos mágicos e inconexos que logró recopilar en Amarcord (1973), también en I Vitelloni(Los inútiles, 1953) o en La Strada
(1954). La verdadera patria de Fellini, sin embargo, la que jamás tuvo
fronteras, supo mantenerse oculta entre las cuatro paredes del Teatro 5
de Cinecittà, donde construyó la mayoría de sus ensoñaciones.
Ese melancólico Hollywood italiano, al final de la via Tuscolana, en
la otra punta de Roma, intenta recuperar el vigor con nuevos rodajes. La
casa de Fellini, el estudio que ardió en 2012 y en el que muchos no
quisieron rodar intimidados por viejos fantasmas, ha estado ocupada
hasta hace poco por los decorados de El nuevo Papa, la serie vaticana de Sorrentino, puede que el mayor heredero —imitador, mascullan algunos en Italia— del cineasta de Rímini. Aquí se rodaron Ocho y medio (1963), La Dolce Vita (1960), Las noches de Cabiria (1958)… también algunos de los últimos filmes, como Y la nave va (1983) y Ginger y Fred (1986), en la que comenzó su relación con el diseñador de vestuario Maurizio Millenotti. “El set de rodaje era su hogar. Le encantaba estar ahí porque amaba a la familia del cine. Adoraba
estar en medio de los maquinistas, electricistas, iluminadores... Tenía
una relación particular e individual con todos. Por aquí pasaron reyes,
grandes cineastas como Scorsese, políticos de todo tipo… Todos querían
verle trabajar en su espacio. Cuando comíamos fuera siempre contaba
anécdotas apasionantes y le escuchábamos como niños”, recuerda al
teléfono el diseñador. La última media hora de Ginger y Fred transcurre en un plató con una orquesta casi siempre presente. Nicola Piovani —que se llevó un Oscar por La vida es bella en 1997— se encargó de la partitura y remplazó al histórico Nino Rota,
de quien había aprendido y cuya línea nunca quiso traicionar en los
siguientes filmes. “Durante aquella película viví casi tres semanas ahí.
Fellini me hacía improvisar músicas en un pequeño piano vertical
amplificado. Me daba indicaciones veloces, alocadamente… yo improvisaba y
la orquesta, escuchando, venía detrás simulando los movimientos más
representativos. Fueron días inolvidables”, recuerda Piovani, que
después de aquella experiencia escribió también la partitura de La voz de la luna (1990).
Unas escaleras de hierro del Teatro 5 conducen a una especie de
balcón trasero donde puede divisarse, junto a un pedazo de la antigua
Roma de cartón piedra, el plató y decorado de Gran Hermano VIP. Una frontera entre los sueños y lo grotesco que hoy funciona como
involuntario homenaje al universo de un artista que vivió en los últimos
años obsesionado con la televisión y los efectos del mundo imaginario
de la publicidad en la salud mental de los italianos. “La mirada felliniana
es, en realidad, una mirada anticipatoria. El impacto de su obra ha
sido enorme, una lección incorporada de forma inconsciente por la
cultura italiana. También en la política, especialmente de Berlusconi en
adelante. Él es esa figura típica de Italia que muestra la relación
entre la modernidad y la tradición. Hoy el país se parece mucho al que
él imaginó. Pero cuidado, sin gracia, sin poesía, carente de fantasía y
de esa nostalgia”, señala el escritor y periodista Filippo Ceccarelli. El día que murió Fellini, el 31 de octubre de 1993, Berlusconi
lanzaba el logotipo de Forza Italia. Casualidad o no, el cineasta pasó
los últimos años obsesionado con Il Cavaliere y llegó a
escribir un guion que nunca se rodó sobre una Venecia distópica
convertida por el magnate en un plató para rodar anuncios: el gran Canal
pasaría a llamarse Canale 5 (por Tele 5). A diferencia de otros
cineastas coetáneos como Pier Paolo Pasolini, mantuvo siempre una mirada crítica, pero desideologizada y desvinculada, pese a su gran amistad con Giulio Andreotti,
de las corrientes políticas. “Era amigo de todos y de nadie. Hacía
brillantemente sus negocios y se mantenía fuera de los asuntos de
partidos, no se pronunciaba. Podía parecer un director alejado de las
tensiones, pero en realidad fue quien mejor entendió todo el contexto. El problema entonces no era la dictadura contra la clase obrera, o los
estudiantes reclamando protagonismo… la cuestión verdadera era la del
capitalismo en su extrema realización. El problema entonces no era la dictadura contra la clase obrera, o
los estudiantes reclamando protagonismo… la cuestión verdadera era la
del capitalismo en su extrema realización. Un fenómeno por el cual ya no
hacía falta imponer las cosas, sino capturar la mente de la gente con
la televisión. Y en esa interpretación Fellini fue mucho más político de
lo que siempre se dijo”.
Verdad y memoria
La verdad entre lo que se contó y el recuerdo de cómo fue realmente
pertenece hoy a muy pocas personas. La actriz Sandra Milo trabajó con él
en películas como Ocho y medio o Giulietta de los espíritus
(1965) y fue su amante durante 17 años. Ambos se conocieron fugazmente
una tarde de verano en un pinar de Fregene, a orillas del mar romano,
cuando Fellini compartía mesa con Ennio Flaiano (mucho antes de que
aquella relación terminase violentamente). “Ennio me llamó y me lo
presentó. Quedé sobrecogida, era guapísimo, tenía un gran magnetismo…
esos ojos tensos, curiosos, capaces de absorberte, pero de manera
agradable, nada invasivo ni agresivo. En ese momento me enamoré de él,
perdidamente, inevitable y fatalmente”, recuerda al teléfono Milo. No
volvieron a verse hasta al cabo de dos años.
Milo acababa de empezar su carrera. Había rodado con Rossellini la película Vanina, Vanini
(1961), destripada por la crítica, y condenatoria para ella. Cayó en el
olvido y dejó el cine. Pero un día apareció el cineasta en su casa por
la mañana, la sacó de la cama, le hizo una prueba y la contrató para
hacer el papel de Carla, la amante de Marcello Mastroianni, reflejo de
la vida del propio Fellini. Todo encajaba premonitoriamente una vez más.
“Hoy muchos directores no quieren trabajar conmigo para que no haga
comparaciones. Pero él era una persona muy especial. Tenía una capacidad
increíble de hacerte sentir el predilecto, un modo mágico de entrar
dentro de ti, entender exactamente quién eras, encontrar tu parte más
preciosa y llevarla a la superficie para hacerte consciente de algo que
ignorabas tener. Todos queríamos trabajar con él y que estuviese cerca.
Tenía ese poder, un arte siempre a favor del ser humano, nunca en
contra”.
La relación de Fellini y Milo solo terminó cuando él le propuso
abandonar la clandestinidad y tener una vida juntos casi 20 años después
de haberse conocido en aquella pineda. Ella se negó. Temía la corrosión
de la rutina, las discusiones, no saber gestionar la normalidad con
aquella persona tan extraordinaria... no volvieron a verse jamás. Pero
el cineasta siempre volvió a Giulietta Masina. “Era una mujer
maravillosa, inteligentísima, curiosa y culta. Ella sabía que era
imposible tener una relación tradicional con Federico”. Fellini no tuvo hijos. Masina y él perdieron al pequeño Pier Federico 11
días después de nacer. Su sobrina Francesca, única heredera de su
legado, ocupó durante años ese lugar en la retaguardia sentimental de su
tío. Ella tiene su propio Amarcord —“me acuerdo” en dialecto romañolo—
sobre aquellos años en los que veía llegar a su tío convertido en una
estrella internacional. “Volvía a Rímini a ver a su madre, a su hermana
Maddalena, a mí… Tengo recuerdos muy ligados a la mesa. Giulietta
cocinaba en Roma y mi madre en Rímini. Se empezaba con la piadina,
un poco de parmesano, luego la pasta rellena con caldo. Y se cerraba
con la sopa inglesa, su postre preferido. Todo el mundo quería saber
cosas de él. Yo nunca me atreví a pedirle nada ni a interrogarle. ¿Qué
le preguntaría hoy? Quizá le preguntaría si no hubiera preferido
disfrutar más de su familia y de sus seres queridos, en lugar de estar
permanentemente creando y trabajando. Le preguntaría si se arrepiente de
no haber disfrutado más de su madre, de su hermano Riccardo, de mí… Era
el genio creativo que cambió el cine, con cinco Oscar… pero supongo que
siempre hay que pagar un precio”. Quizá esa fuera la parte menos felliniana de toda su vida.