Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

25 nov 2019

El traje rosa que llevó Jackie Kennedy en el asesinato de su marido, guardado como tesoro nacional hasta 2103

Los Archivos Nacionales de EE UU custodian el conjunto que llevó la primera dama el día en Dallas en 1963, pero la familia esperará al siglo XXII para decidir qué hacer con él.

Jackie Kennedy y  John F. Kennedy en Dallas, Texas, el 22 de noviembre de 1963.
Jackie Kennedy y John F. Kennedy en Dallas, Texas, el 22 de noviembre de 1963. REUTERS/CORDON PRESS

 

Hay prendas que quedan asociadas para siempre a un momento, a una situación, ya sea en el ámbito personal o, en el caso de los personajes públicos, en el histórico.
 Es el caso de Jacquie Kennedy, quien fuera primera dama de Estados Unidos en los años sesenta.
 Su imagen estará irremediablemente unida a un traje dos piezas de falda y chaqueta rosa con un sombrero a juego. 
Era lo que llevaba el día que mataron a su marido, John Fitzgerald Kennedy, presidente de Estados Unidos.
 Sin embargo, esa icónica prenda, que decidió no quitarse hasta regresar a Washington, está guardada y puede que no vea la luz nunca más.
El traje pertenece ahora a los fondos de los Archivos Nacionales de EE UU, y se conserva como un tesoro nacional que marcó un momento y toda una época. 
El dos piezas de lana rosa está oculto en unas instalaciones específicas en Maryland, al noroeste del país.
 Allí está guardado en una caja hecha específicamente para él, fabricada sin ácidos y con control de temperatura y humedad, dentro de un contenedor creado para su conservación.
Según explican ahora desde los Archivos Nacionales a la revista People, si el traje llegara a exponerse ante el público en algún momento sería ya en el próximo siglo, en concreto en el año 2103. Será entonces cuando la familia Kennedy, los descencientes de John y Jacquie, decidan qué tipo de tratamiento y de acceso quieren darle a esa icónica prenda, si prefieren guardarla durante más tiempo o incluso no volver a exponerla.
 Caroline Kennedy, hija del matrimonio presidencial y que ahora tiene 61 años, decidió donarlo a dichos Archivos en el año 2003. Entonces, Caroline fijó como condición que no se expusiera al público para no "deshonrar la memoria" de sus padres y para "no causar dolor ni sufrimiento a los miembros de la familia".

El momento del tiroteo contra John F. Kennedy en Dallas, Texas, en 1963. 
El momento del tiroteo contra John F. Kennedy en Dallas, Texas, en 1963. CORDON PRESS
En 2103 se cumplirán 150 años del asesinato de Kennedy en Dallas (Texas) y por tanto del momento en el que ese conjunto pasó a la historia. 
"Dejad que vean lo que han hecho", dijo Jacquie cuando le sugirieron, en varias ocasiones, que debía cambiarse el traje en el vuelo de vuelta a casa y ponerse otra ropa que no estuviera manchada de la sangre de su esposo.
A menudo se ha dicho que el traje de Jacquie Kennedy era de Chanel, pero en realidad era una copia realizada por Chez Ninon, una tienda de modas neoyorquina que copiaba diseños de casas de diseño europeas con la autorización de estas, algo relativamente habitual en los años sesenta. 
Entonces la exportación de ropas y complementos de diseño no era tan común y por ello había sucursales en otros países que se dedicaban a hacer réplicas. 
El traje de Jacquie, que vistió en numerosas ocasiones antes del atentado presidencial de Dallas, parte de un original que Coco Chanel mostró en un desfile de París para la colección otoño/invierno de 1961-1962. 
Según People, el ya mítico dos piezas rosa era uno de los favoritos del presidente Kennedy.
 

La princesa belga ‘desaparecida’ vive en un remoto pueblo de Estados Unidos

Marie-Christine, tía del actual rey Felipe de Bélgica, rompió con la familia real hace décadas entre acusaciones de violación y problemas con el juego y el alcohol.

La princesa Marie-Christine de Bélgica en el lago Tahoe (Nevada, EE UU), en diciembre de 1994.
La princesa Marie-Christine de Bélgica en el lago Tahoe (Nevada, EE UU), en diciembre de 1994. Paris Match via Getty Images

 

Marie-Christine de Bélgica y el pianista Paul Drake en junio de 1981. 
Marie-Christine de Bélgica y el pianista Paul Drake en junio de 1981. Toronto Star via Getty Images
 
Sin apenas dinero, se gana la vida como puede, incluso desfilando en ropa interior en bares de mala muerte. 
Su hermanastro, el rey Balduino, se apiada de ella y decide ayudarla económicamente.
 Como ella misma admite, utilizará parte de los fondos para pagar el coste de un aborto, una práctica que el monarca reprueba, como demostraría tiempo después al negarse a firmar la ley que lo despenalizaba en Bélgica.
En su deambular por América, la princesa comenzará poco después una relación con el cocinero francés Jean-Paul Gourgues, con el que se casa y vive en Los Ángeles (California).
 Tras una inversión fallida en un restaurante, se trasladan a Las Vegas (Nevada).
 Y en la ciudad del juego su suerte no cambiará a mejor. Tras dilapidar parte de sus ahorros en los casinos, otro de sus hermanastros, el rey Alberto II, convencerá a la madre de esta, Lilian, de permitir un nuevo rescate económico para sacarla de la ruina, pero el cheque irá acompañado de una carta repleta de reproches que sellará su ruptura con la familia real belga. 
Marie-Christine ni siquiera acudirá a los funerales de sus padres y hermanos, y rompe el último cordón que la une a su pasado al dejar de hablar con su hermana, Esmeralda de Bélgica.
"Mi problema es que no estoy hecha para trabajar", lamentaba en una entrevista recogida en el libro Crónicas reales, un siglo de indiscreciones, del periodista Thomas de Bergeyck. 
Ahora, tras una vida impensable en alguien de su posición, la princesa criada en el castillo de Laeken parece haber sentado la cabeza rodeada de lavandas en una fría localidad costera de los confines de Estados Unidos. 
 
 
 

24 nov 2019

Los poderosos que blindaron al pedófilo Jeffrey Epstein

Para poder cautivar a sus víctimas, el millonario se rodeó de famosos entre ellos Donald Trump, Bill Clinton, Woody Allen, Naomi Campbell y hasta Stephen Hawking.

Donald y Melania Trump, junto a Jeffrey Epstein y Ghislaine Maxwell, en Florida (EE UU), en 2000.
Donald y Melania Trump, junto a Jeffrey Epstein y Ghislaine Maxwell, en Florida (EE UU), en 2000. Getty Images

 


Jeffrey Epstein tenía el perfil perfecto para que la alta sociedad neoyorquina le abrazara sin hacer preguntas.
 Se ganó la reputación de ser un financiero de éxito, un filántropo comprometido y un pensador. 
Así le veían el expresidente Bill Clinton o el príncipe Andrés de Inglaterra
. Hacía funcionar el dinero y de esta manera estableció un poderoso círculo de conexiones que protegió su trama pedófila, mirando a otro lado.
Epstein apareció muerto en su celda el 10 de agosto. 
 El forense determinó que se ahorcó. Estaba solo y los guardias que le vigilaban no comprobaron su estado durante ocho horas. 
Tras el suicidio, la investigación se centró en identificar a los cómplices que le ayudaron a reclutar a decenas de menores de las que abusó en su mansión en el Upper East Side.
No son pocos los que ven en su muerte un incidente conveniente con el que se llevó sus secretos a la tumba.
 El primer nombre que emerge es el de Ghisleine Maxwell, como presunta madame.
 La hija del magnate británico Robert Maxwell salió con el financiero al poco de mudarse a Nueva York hace casi dos décadas. Los documentos judiciales alegan que tras romper empezó a captar a jóvenes para saciar su apetito sexual.
En la trama, en base al recuento hecho por los investigadores, se cita a Nadia Marcinkova.
 La antigua modelo yugoslava vivió con el financiero y participó en las orgías.
 También se menciona como asistentes personales a Sarah Kellen, Adriana Ross y Lesley Groff. 
Ninguna de las cuatro mujeres fue imputada por los fiscales.
El fiscal federal del distrito sur de Nueva York, Geoffrey Berman, anuncia los cargos contra Jeffery Epstein, en julio.
El fiscal federal del distrito sur de Nueva York, Geoffrey Berman, anuncia los cargos contra Jeffery Epstein, en julio. Getty Images
 
 
Tampoco Ghisleine Maxwell. Fue ella quien le presentó al duque de York
 Los dos se hicieron buenos amigos. No era la única conexión que tenía con la realeza británica.
 La lista incluye a Sarah Ferguson, entonces mujer del príncipe Andrés, y a Charles Althrop, hermano de la princesa Diana.
 Los tres nombres aparecen en su agenda personal y en el registro de vuelo del Lolita Express, su avión privado.
Epstein era educado y carismático.
 Solía celebrar fiestas para políticos, empresarios y celebridades en sus mansiones en Manhattan, Palm Beach y Nuevo México.
 Para probar su influencia, exhibía las fotos de figuras como Woody Allen, Naomi Campbell y Jean-Luc Brunel. Montó incluso conferencias científicas en su isla privada en el Caribe a la que asistieron personalidades como Stephen Hawking.
Jeffrey Epstein debía su fortuna a Les Wexner, el patrón del grupo que controla Victoria´s Secret y Pink.
 El empresario le confió todo su patrimonio.
 La mansión donde residía, escenario de los abusos, perteneció antes al magnate de la moda y este le transfirió la propiedad en 2011 sin que tuviera que pagar un dólar. Wexner acabó rompiendo los lazos con Epstein hace más de una década.
Su gusto por las adolescentes fue un secreto a voces durante años en Nueva York.
 Solía presentarse ante sus invitados acompañado por tres o cuatro jóvenes que parecían estar dentro del límite de edad tolerable. 
Donald Trump llegó a decir “es alguien con quien uno se divierte mucho” y al que le gustaban las mujeres guapas tanto como a él.
La última en denunciar los abusos es Mary Doe. Cuenta que el financiero hablaba de sus amistades para intimidarlas. 
“Me arrebató mi inocencia sexual frente a un muro lleno de fotografías enmarcadas de él dando la mano y sonriendo con celebridades y líderes políticos”, afirma. 
 Le prometió que utilizaría sus conexiones para ayudarle a abrirse camino como modelo y estudiar en Harvard.
Pero nadie hizo preguntas. Jeffrey Epstein tuvo la astucia de establecer relaciones con personas que le daban credibilidad, como la doctora Eva Andersson-Dubin. Bill Clinton usó varias veces su avión privado. 
El actor Kevin Spacey y el comediante Chris Tucker también formaron parte de ese estrecho círculo, hasta el punto de que viajaron juntos por África para un proyecto de la Fundación Clinton.


El entorno de Trump y Clinton se apresuró a decirtras su arresto el pasado julio que hacía más de una década que no se hablaban ni se veían con Epstein.
 La justificación coincide con el momento que fue condenado por prostituir a una menor.
 El pedófilo convicto logró, tras salir la primera vez de prisión que se borrara la idea de que era un depredador sexual y su reputación, de hecho, parecía ir al alza al volver a Nueva York.
Aunque solía ser discreto sobre sus amistades, alardeó de su relación con el príncipe saudí Mohammed bin Salman, hizo de facilitador de donaciones de Bill Gates al MIT Media Lab y proclamó que aconsejó a Elon Musk cuando tuvo problemas por sus tuits.
 Pero pese a describirse como un multimillonario, nunca llegó a estar a la altura de la gente con la que se codeaba y el dinero que donaba era de otros.
Los abogados de Maxwell tratan ahora de impedir que se publiquen documentos en el marco de una demanda por difamación que citan cientos de nombres relacionados con Epstein. 
Mientras, las víctimas piden a los que se cruzaron en la vida del pedófilo que cooperen para poder desvelar los secretos que se llevó a la tumba y poder depurar así responsabilidades entre sus más inmediatos colaboradores.
 
El príncipe Andrés habla en una entrevista de la BBC sobre Epstein.

¡Qué difícil es ser príncipe!...................Boris Izaguirre

Olvidamos pronto, pero Charlene de Mónaco intentó fugarse la víspera de su boda,

El príncipe Andrés, en Alemania en 2014.
El príncipe Andrés, en Alemania en 2014. AFP

 

El príncipe Andrés de Inglaterra es también duque de York, yo a veces pienso que tener dos títulos puede provocar doble personalidad.
 De otra manera no puedo explicarme cómo la familia real inglesa le ha consentido tanto.
 Desde los años ochenta hasta hoy, Andrés de Inglaterra no ha dejado de acumular momentos embarazosos, de sorprendente egoísmo o de escaso respeto hacia los demás.
 El más reciente, su caótica huida hacia adelante por el cerco de la justicia sobre su inconveniente amistad con Jeffrey Epstein, el millonario pedófilo que se suicidó en su celda
Seguramente, Andrés actúa como príncipe ante su madre para pedir apoyo y perdón por las equivocaciones del duque.
Duque o príncipe, Andrés de Inglaterra es ese fenómeno que pasa, más que nada, en familias ricas, el tarambana orgulloso que nadie puede enderezar. 
Lo curioso es que se le perdonen tantas jugarretas. Todavía se recuerda cuando lo fotografiaron correteando por las playas de Mustique, una paradisíaca islita caribeña, con Koo Stark, una bellísima actriz del cine erótico.
 Los tabloides de entonces escribieron “porno” pero en realidad Koo había hecho poco más de una simpática escena lésbica en la ducha cuando tenía 17 años y se movía con soltura entre cierta clase alta británica.
 Muchos quedamos fascinados por Stark, más que bella era sexy y atrevida, muy años ochenta.
 Luego, Andrés fue piloto durante la Guerra de las Malvinas y en mi círculo empezó a caer mal, porque si bien esa guerra precipitó la caída de la dictadura argentina (y siempre dimos las gracias por ello), en Latinoamérica se vivió como una bravuconada de los británicos y una alianza innecesaria entre Margaret Thatcher y Ronald Reagan.
 Andrés explotó después su participación en el brevísimo conflicto. Hasta hoy mismo: una de las defensas que empleó en la nefasta entrevista que concedió la semana pasada a BBC fue que él no sudaba a causa del shock sufrido en las Malvinas.
 Con ello pretendía desmontar el testimonio de su principal acusadora, Virginia Giuffre, que alega que en una ocasión, siendo ella parte de la red de esclavas sexuales de Epstein, el príncipe sudaba tanto que ella se sintió asqueada. 

“No sudo, desde las Malvinas”, alegó el príncipe en la entrevista y para muchos esa fue la gota que colmó la paciencia con él.
Molesta, sin duda, la sensación de impunidad que le rodea. Al ser alguien tan privilegiado resulta más difícil que la justicia consiga interrogarle con propiedad. Eso también incomoda de la entrevista que, tras concederla, él asuma que ha cumplido con sus obligaciones ante la ley. La familia real no reaccionó hasta que la prensa empezó a sugerir que todo esto demostraba que la reina Isabel, a sus 93 años, ya no tenía control sobre su propia casa. Quizás ese eterno heredero, el príncipe Carlos, pensara que dejar hacer a su madre y su hermano le facilitaría las cosas y una abdicación al fin le acercara el trono.
 Pero Isabel II es muy espabilada, ya lo sabemos quienes vemos The Crown, y esta misma semana despojó a Andrés de todas sus obligaciones.
 Aún le quedan sus títulos. 

Mientras en España veíamos cómo la aristocracia del socialismo andaluz asumía el peso de la ley, en Mónaco se manifestaba algo casi igual de inquietante.
 Charlene, la esposa y madre de los hijos con título de Alberto de Mónaco (tiene otros dos que no pertenecen a la parte principesca), reapareció con una solemne cara de tristeza.
 ¿Será que Mónaco deprime? ¿Es un paraíso fiscal poco hospitalario? Cuando he estado allí ha sido divertido y glamuroso pero siempre queda esa sospecha de que el día a día debe ser como en Miami: al tercero descubres que es todo “mármol”: mar y mall (pronunciación de centro comercial en inglés). 
Pero lo cierto es que la cara de Charlene, como la de Chaves y Griñán, lo dice todo.
 Que no solo Mónaco es duro sino que el propio Alberto debe ser otro hueso, duro de pelar, como la juez Alaya.
 Olvidamos pronto, pero Charlene intentó fugarse la víspera de su boda. La “interceptaron” unos agentes en el aeropuerto de Niza y la devolvieron al principado.
 Desde entonces, es errática en todo menos en los Armani que escoge. 
Sabemos que esa relación la consiguió Corinna Zu-Wittgenstein, una princesa que seguro conoce a casi todos los que hemos nombrado en esta columna.
 Y que sabe diferenciar, desde lejos, cuando un hombre es príncipe, duque o rey.