Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

14 abr 2019

Disimulados actos de soberbia..........................Javier Marías

Con su petición de perdón al Rey, Obrador ha demostrado ser un demagogo. Pensar que las naciones no varían es tan elemental que da miedo.
YA NO SÉ LAS VECES que he escrito sobre la estúpida moda de los perdones vicarios y en diferido, pero creo que la primera fue en 1995, y por extenso. 
Es decir, como mínimo llevamos veinticuatro años de variadas tabarras, que, lejos de remitir, van en aumento.
 Como la realidad es repetitiva, machacona y pesadísima, en ocasiones no nos queda más remedio, a quienes publicamos en prensa, que imitarla y resultar reiterativos, aunque no nos guste.
 El asunto se ha puesto de actualidad de nuevo a raíz de la solicitud del Presidente de México, Obrador, de una petición de perdón formal a su país por parte del Rey Felipe VI y —se sobreentiende— de los españoles en general.
 Hace mucho contó Fernando Savater que, durante sus frecuentes estancias en México, cuando alguien le echaba en cara los “crímenes de sus antepasados”, él solía responder al acusador: “Serán de los antepasados de usted, porque los míos no se movieron de España ni pisaron este continente, así que difícilmente pudieron dañar a ningún indígena.
 Es en cambio probable que los suyos sí abusaran de ellos.
 Haga sus pesquisas y pídales cuentas en la tumba, si procede”. O algo por el estilo.
Obrador ha demostrado ser muy tonto o un demagogo o ambas cosas.
 No menos tontas y demagógicas han sido muchas de las histéricas reacciones habidas entre los políticos españoles, la mayoría individuos tan lacios y faltos de personalidad que han de recurrir a los chillidos para compensar (sin éxito) su grisura. 
“Una afrenta”, exclamó Casado el Torpe. 
“Un insulto”, agregó Abascal el Jinete Desequilibrado. “Gran Obrador, nosotros repararíamos a las incontables víctimas de España”, aplaudió Unidas Podemas o como se llame ahora ese partido.
 Todo muy melodramático, casi operístico, para lo que no deja de ser una bobada que quizá debería haberse dejado caer en el vacío.
A nadie se le ocurriría exigirle a un lejano descendiente de Jack el Destripador (si supiéramos quién fue) que pidiera perdón por los desventramientos de su tatarabuelo. 
Ni siquiera se les ha exigido tal cosa a los nietos de Franco, que andan por aquí a mano y no se han cambiado el apellido, y eso que su abuelo mató a mansalva. 
Todos estamos de acuerdo, cuando se trata de personas, en que los descendientes de un criminal no son ni pueden ser culpables de nada.
 (Tampoco los padres de un violador o un asesino, y dan mucha pena esos progenitores que de tanto en tanto aparecen en televisión abochornados por el delito cometido por un vástago suyo.)
 Todos aceptamos, por suerte, que uno sólo es responsable de sus propios actos y que, por recordar la cita bíblica, no es nunca “el guardián de su hermano”.
 Se entiende mal, así pues, que en cambio se siga considerando culpables a los países o a las razas de las atrocidades llevadas a cabo, hace siglos o decenios —tanto da—, por compatriotas remotos o gente antediluviana de color parecido, que nada tienen que ver con nosotros. 

Pensar que las instituciones y las naciones no varían, que son eternas e idénticas a lo largo del tiempo, es tan elemental, tan rudimentario, que da miedo ver a buena parte de la población mundial creyendo esas supersticiones.
 Ni “España” ni “Francia” ni “México” ni “Rusia” son abstracciones inmutables. 
Tampoco “la Iglesia” ni “la Corona” ni “la República”. Lo que entendemos por “Francia” tiene mil caras: la del Rey Sol y la de Luis XVI (guillotinado), la de la Revolución y la del Reinado del Terror, la de Napoleón y la de la Comuna, la colaboracionista con los nazis y la de la Resistencia, la de Argelia y la actual.
 “Rusia” ha sido la de los zares durante siglos, la del bolchevismo, la de Stalin con sus matanzas, la soviética tiránica, la de Gorbachov y la del camarada Putin. 
¿Habría de pedir perdón este último por los desmanes de los zares? ¿Macron por el despotismo de los Reyes o por las enloquecidas decapitaciones? No es ya que no deban, es que tampoco pueden.
Pedir perdón en nombre de otros es un disimulado acto de soberbia, por mucho que seamos sus “herederos”.
 Lo que alguien hizo, bueno o malo, sólo a él pertenece. Los vivos no somos quiénes para atribuírnoslo (lo bueno) ni para enmendarlo y penar por ello (lo malo).
Aún menos para “repararlo”.
 Para los asesinados no hay reparación posible, ni para los esclavizados. Sus supuestos descendientes no han padecido lo mismo, o sólo muy indirectamente. 
A quienes se dañó ya no hay modo de compensarlos, ni a quienes sufrieron injusticia. 
Ocurrió (lleva ocurriendo la historia entera), y los únicos culpables también están muertos, ya no es posible castigarlos. 
Extender las culpas indefinidamente en el tiempo, a los individuos “similares”, a los países o a las instituciones, es una vacuidad oportunista y peligrosa. 
Y quienes se avienen a pedir perdón (sean la Iglesia, Alemania, Francia o España) demuestran ser unos arrogantes. Tan arrogantes como si el Estado español actual se atribuyera la grandeza de Cervantes y Velázquez o el italiano la de Leonardo y Dante.
 Cada cual hace lo que hace, y nadie más debe reclamar para sí el mérito o el demérito, la proeza o la tropelía. 
 No son nuestros. 



13 abr 2019

Cinco varones, cinco............................................. Elvira Lindo

La relevancia que se le conceda a RTVE está conectada íntimamente con la salud democrática.

 

Desde la izquierda, Pedro Sánchez, Pablo Casado, Albert Rivera, Pablo Iglesias y Santiago Abascal
.Que haya paz: en el televisivo debate a cinco acordado como momento estrella de esta campaña electoral no habrá que usar el lenguaje inclusivo. 
Por mucho que Podemos se haya rebautizado con el femenino del plural aún sabemos distinguir cuándo el componente femenino está ausente del panel, aunque es posible que una parte cada vez más numerosa de la ciudadanía sea sensible a esa ausencia. 
Cinco-varones-cinco enfrentándose por el poder, y por lo que llevamos oído en la campaña ya observamos que no quieren rebajar los tópicos que adornan a su género. Ha sonado varias veces la palabra “cobarde” para definir al contrincante.
 Cobarde ha sido, tradicionalmente, el peor insulto con el que se podía calificar a un hombre, aunque por fortuna va quedándose patetiquillo, perdiendo prestigio en la medida en que se reconoce la fortaleza femenina, virtud que conjuga mejor con la prudencia, la valoración de riesgos innecesarios y una resistencia que, sin duda, puede considerarse valentía de fondo, que nada tiene que ver con la temeridad. 
Así que lo que hay que temer de veras es que el debate descienda a esos términos de descalificación rancia y bajuna.
No sé cómo ha vuelto este tono tabernario, pero aquí está, como en los viejos tiempos, con el “cobarde-gallina” escolar que unos niños dedicaban a otros para entrenarse en la obligada y trabajosa masculinidad. 
Jamás consideré la valentía (concepto discutible) de un líder para votarlo. 
Cierto es que la imagen de Suárez sentado en el Congreso mientras Tejero la emprendía a tiros ha pasado a la historia como una manera de no rendirse a la brutalidad, pero tampoco considero cobardes a los que se tiraron al suelo para salvar la vida.
Espero de un presidente que sea inteligente, astuto, honesto, educado siempre, que mantenga el tipo ante la burla, que no se deje arrollar por esta ola de estupidez que trata de machacar al enemigo a base de descalificaciones falconianas o injurias.
 Que defienda los intereses del pueblo y no los intereses estrechos de su partido.
 En realidad, lo que muchos deseamos es que se frene el desmantelamiento de lo público, que el color verde entre en la agenda social, que caminemos a una sociedad más igualitaria.
 No harían falta aspavientos ni sobreactuaciones. 
Tal vez defendiendo con convencimiento la justicia social perdida se consigan más votos que con cálculos electoralistas, que de tan excesivos pueden resultar torpes.
No sé si un debate a cuatro (tíos) hubiera sido más ineficaz que este debate a cinco que por fin será, por aquello de que el presidente quiere incidir en la imagen de esa derecha de tres cabezas con la que España se pudiera levantar el 29 de abril, pero quienes diseñan las tácticas electorales debieran tener en cuenta a los votantes, que anhelan que se respeten unos principios ideológicos. 
Si se diera la circunstancia de que el presidente tuviera en plena campaña un problema de salud, sería incongruente verlo salir de un hospital privado, porque quienes lo votan creen en la promoción y defensa de lo público. 
Así debiera ser con la Radiotelevisión Española. Lo que le conviene, por encima de cualquier estrategia partidista, a un líder socialista es demostrar que cree en los medios de comunicación públicos, y que basándose en esta creencia debate en ellos sometiéndose a sus reglas. 
La relevancia que se le conceda a RTVE está conectada íntimamente con la salud democrática.
 Que hay que mejorarla, lo sabemos todos, dotarla, exigir ecuanimidad, pero tal vez ningunearla sea colaborar en su decadencia.
Desde la izquierda, Pedro Sánchez, Pablo Casado, Albert Rivera, Pablo Iglesias y Santiago Abascal.

Muere a los 88 años Francisca Aguirre, poeta de la desolación y la lucidez

La escritora, Premio Nacional de las Letras 2018, era considerada la más machadiana de la generación de los años cincuenta.

 
 

Francisca Aguirre, retratada en su casa en Madrid el pasado mes de noviembre.
Francisca Aguirre, retratada en su casa en Madrid el pasado mes de noviembre.
La poeta Francisca Aguirre (Alicante, 88 años) ha fallecido hoy por la tarde en su domicilio madrileño.
 Con ella desaparece una de las pocas autoras que se mantenían en activo de la llamada “otra generación del 50”, es decir, la que conformaron poetas mujeres que inicialmente quedaron fuera de las antologías de la época y que poco a poco fueron ocupando un espacio imprescindible en el mapa poético del país.
 
Francisca Aguirre, retratada en su casa en Madrid el pasado mes de noviembre.
Francisca Aguirre, retratada en su casa en Madrid el pasado mes de noviembre.

Francisca Aguirre tuvo un reconocimiento institucional tardío aunque la crítica había prestado atención a su obra desde sus primeros libros. 
 En los últimos años ese reconocimiento se concretó en el Nacional de Poesía por Historia de una anatomía en 2011 y el pasado noviembre con el Premio Nacional de las Letras Españolas, el máximo galardón de nuestra literatura tras el Cervantes.
 En el fallo del jurado se destacó una característica de su trabajo poético que honraría su obra y que la situaba en la zona más arraigada y cercana a la sentimentalidad colectiva de nuestra poesía: señaló que era la poeta "más machadiana" de las integrantes de la generación de los 50.

Aunque por año de nacimiento, Francisca Aguirre forma parte de la leva más joven de una promoción en la que estuvieron integrados autores como José Ángel Valente, Francisco Brines, Ángel González, Jaime Gil de Biedma o José Manuel Caballero Bonald, lo cierto es que la publicación tardía, en 1971, de su primer libro, Ítaca, cuando la obra de sus coetáneos estaba ya consolidada, la situó en un espacio al margen, en un lugar alejado de los cánones académicos.
 Con Angelina Gatell, Julia Uceda y María Beneyto, participó en la consolidación de una poesía hecha de cotidianidad y de meditación, de precisión formal y de aliento colectivo a la que las mujeres que vivieron los años más duros de la posguerra en el lugar de los vencidos aportaron altas dosis de experiencia y de lucidez. 
Su mirada hacia la realidad nunca fue complaciente: siempre estuvo atenta a los males colectivos y, en la estela del Machado más esencial, el de las Soledades más que el de Campos de Castilla, pero también asimilando ecos de Miguel Hernández, o de José Hierro, a quien le unió una profunda amistad, acabó construyendo una obra de un alto nivel de calidad pese a los tonos conversacionales y directos que dominan en la mayor parte de sus poemas. 
Casada con el escritor Félix Grande —fallecido en 2014— y madre de la también poeta Guadalupe Grande Aguirre, Francisca Aguirre ha llevado a su poesía una experiencia vital extremadamente dura, sobre todo en los años posteriores a la Guerra Civil, hasta el punto de que incluso algunos poemas de sus libros más recientes no han dejado de estar marcados por la sombra de la trágica muerte de su padre, el pintor Lorenzo Aguirre, que fue condenado a la máxima pena y ejecutado por garrote vil en 1942.

Publicación pausada

Francisca Aguirre, tras su primer y muy maduro poemario Ítaca, con el que obtuvo el premio de poesía Leopoldo Panero de 1971, fue publicando, con un ritmo pausado pero con escasas zonas de vacío editorial o, tal y como definiera a esas etapas José Hierro, “períodos de estiaje” (los años ochenta), una obra sólida y cargada de serenidad y hondura.
 En 1976 publicó Los trescientos escalones, reeditado recientemente con un estudio de la joven poeta Sandra Santana. 
En 1978 apareció La otra música y en 1995 publicó un libro, Ensayo general, en el que el soneto tiene un protagonismo central y en el que se advierte, junto a la devoción machadiana, el eco de poetas más recientes como Blas de Otero, o el pulso clásico de algunos autores del siglo de Oro, desde Quevedo a Lope. 
En 1998 publicaría Pavana del desasosiego y en el filo del nuevo siglo, en el año 2000, reunió su poesía completa bajo el mismo título que dio a libro de sonetos, Ensayo general (volumen que ha contado con una edición ampliada y prácticamente cerrada en 2018).

El nuevo siglo ha sido especialmente generoso con la obra de Aguirre. 
No solo ha publicado libros memorables, sino que ha sido el tiempo de los reconocimientos de mayor alcance: Premio de la Crítica del País Valenciano por su poesía completa, aparición de su antología Memoria arrodillada, nuevos libros como La herida absurda (2006), Nanas para dormir desperdicios (2008), además del Nacional de Poesía. 
En los relatos Que planche Rosa Luxemburgo, y las memorias, mezcla de poesía y prosa, de Espejito, espejito, puso de relieve su dominio del texto narrativo. 
Sus últimos libros de poemas han sido Los maestros cantores (2011) y Conversaciones con mi animal de compañía (2012).
El amor, la cotidianidad, la memoria personal y la memoria colectiva, la muerte, el peso de los años más sombríos del franquismo, la mirada hacia los clásicos, desde Cervantes hasta Machado pasando por autores en apariencia lejanos a su formación como Kafka o Borges, y una pasión permanente y casi obsesiva por la música, todo ello amasado en una visión del poema atento a la realidad y a sus desmanes, y en una concepción rigurosa y realista del poema, han hecho de Francisca Aguirre una de nuestras poetas imprescindibles.
En noviembre de 2018, tras serle anunciado el Nacional de las Letras, aseguraba:
 “Escribes para no andar a gritos y para no volverte loca.
 La poesía tranquiliza. A mí me ayuda. El mundo es injusto, pero el lenguaje es inocente.
 El poder de las mujeres es tener la oportunidad de decir que no. Por eso es tan importante la educación, la independencia. 
 Queda mucho por hacer porque la desigualdad sigue siendo enorme: entre hombre y mujeres, entre ricos y pobres…”.

 

Messier 87.....................................Boris Izaguirre

Pensaba que Cantora, la remota galaxia de Isabel Pantoja, era un cuerpo astral.

 

Fotografía facilitada por el CSIC de la primera imagen obtenida de un agujero negro.
Fotografía facilitada por el CSIC de la primera imagen obtenida de un agujero negro. EFE