“La particularidad de este palacio
es que conserva alfombras, tapices, lámparas y muebles originales, lo
que permite hacernos una idea de cómo vivía la nobleza en esta época”,
explica Inmaculada García, conservadora del inmueble, que pertenece a la
Fundación de los Ferrocarriles Españoles (FFE).
Según explica Juan Altares, gerente de Cultura y Comunicación de la FFE, la institución lo alquila para todo tipo de rodajes, desde las citadas series recientes a películas históricas como Dónde vas Alfonso XII, El maestro de esgrima o La duquesa. Los ciudadanos también pueden pasear por sus majestuosos salones,
decorados con gran estilo por el conde de Cervellón y la duquesa de
Fernán Núñez, y descubrir cuál era el rincón favorito de la reina Isabel
II, bien formando un grupo (de 15 o 25 personas; unos 5 euros por
persona) o con iniciativas como Bienvenidos a palacio, que organiza visitas a este tipo de edificios históricos (gratis). La
sobria fachada neoclásica de la calle de Santa Isabel no preludia el
suntuoso interior que sorprenderá al visitante. Se accede por un amplio
zaguán que fue entrada de carruajes y donde ahora recibe una exposición
con fotografías históricas del palacio. Si se continúa hacia adelante,
hay un amplio patio —techado posteriormente con estilo modernista— que
da acceso a un antiguo salón de tapices. Fuera, una terraza de mármol
preludia un hermoso jardín presidido por un majestuoso magnolio
flanqueado por laureles y camelias. El antiguo invernadero es ahora un
salón de actos. De vuelta al zaguán aparece la escalera de honor, la principal, presidida por un retrato de Alfonso XII que pertenece al Museo del Prado
(el palacio tiene en depósito tres cuadros de la pinacoteca). Por esta
escalera se accedía cada vez que había uno de los fastuosos bailes de
trajes que pusieron el palacio en el mapa de la prensa nacional e
internacional. "Los bailes más importantes tuvieron lugar en 1862 y
1863. El primero de ellos fue de temática quijotesca y apareció
profusamente en la prensa de la época", dice García. “Cuando los Reyes
subieron y tomaron asiento en el salón, empezó a desfilar por delante de
ellos una brillante comparsa. [...] Después comenzó el baile”, confirma
una crónica de 1863 de la revista La Violeta. La duquesa de Fernán Núñez era mayordoma de Isabel II, así que los reyes solían acudir a sus fiestas.
Arriba espera la zona noble. El salón rojo mantiene la gran alfombra elaborada en 1860 en la Real Fábrica de Tapices
y todos los muebles originales, de estilo isabelino, además de una
lámpara original de cristal francés y los cortinajes y chimenea de la
época. De ahí se accede al salón de baile, joya de la corona:
tiene ocho metros de altura y tres lámparas monumentales de cristal de
Baccarat; está decorado con pinturas que muestran niños con instrumentos
y vidrieras pintadas. Al fondo, el palco de los músicos, al que subían
los intérpretes; los nobles les hacían peticiones desde abajo a través
de un tubo oculto en la pared. Se dice que Isabel II tenía predilección por el siguiente salón, el
amarillo —o isabelino—, y que se sentaba en un extremo del sofá de
estilo francés que alberga. Es sencillo imaginársela en ese cómodo
mueble realizándole alguna confidencia a la duquesa de Fernán Núñez, que
escucharía atenta. La sala mantiene las enteladas de 1900 con sedas
amarillas de Lyon y pinturas de Vicente Palmaroli. Más adelante está el
comedor de gala, más sobrio y de estilo inglés, hecho en madera de nogal
y decorado con un faisán profusamente tallado en madera. El comedor se
adquirió en París en 1867 y se hizo traer aquí, y mantiene una chimenea
neorrenacentista y un techo de estuco que imita fielmente la madera. Y aún quedan otras salas como el comedor de diario, adornado con madera
de roble y tapices, o la sala de música, donde no quedan muebles
originales, sino los que adquirió el ministro de Fomento Gonzalo Fernández de la Mora. La sala de billar está presidida por un cuadro de Ramón Bayeu —cuñado de Goya—, titulado El juego de los niños
y también cedido por El Prado. Al fondo, una escalera de nogal tallada
con motivos vegetales y el escudo de los duques dicen adiós al visitante
tras permitirle sentirse como un duque o una reina del siglo XIX. El fastuoso salón de baile del Palacio de Fernán Núñez, con su decoración y lámparas originales; al fondo, el palco de los músicos.SAMUEL SÁNCHEZ
Christa
Théret tiene 26 años y ha sobrevivido a ser una estrella adolescente.
Fue actriz punk y hoy mantiene sus convicciones políticas.
Tiene algo de un personaje de Chaplin:
es una joven de ojos melancólicos y aspecto quebradizo, más partidaria
del silencio que del fragor, discreta en la superficie pero secretamente
combativa. Christa Théret ha entrado en el bar del Marais de París
donde nos ha dado cita con una carpeta de dibujo cargada de pequeñas
obras de arte. Podría parecer la caricatura de la parisiense de manual,
si no fuera porque la arrogancia brilla por su ausencia en todo lo que
dice y hace esta actriz con rostro de pájaro herido. “Pinto caras de adolescentes y manchas de color rosa”, afirma con
timidez. Dice que, si no hubiera escogido la interpretación, se
dedicaría al arte. Fantasea con entrar en Bellas Artes y estudiar
pintura en las largas pausas entre rodajes. “El arte es un espacio de
expresión que no te obliga a justificarte”, opina.
En realidad, le viene de familia. Esta actriz francesa de 26 años, musa oficiosa de Paco Rabanne
desde que coincidió con su diseñador, Julien Dossena, en una fiesta, es
hija de un pintor y de su antigua modelo. Creció en un atelier parisino
situado en la parte posterior de la colina que conduce a Montmartre, en
un ambiente bohemio e izquierdista. “Mis padres combatieron por la
libertad de expresión y la lucha de clases”, dice. En esa infancia
recordada con nostalgia también hubo alguna tragedia, como la muerte de
su padre, cuando ella tenía solo 15 años. Hoy lo recuerda como “un
hombre metido en su burbuja, un poco alejado del mundo”.
Théret no fue una niña actriz al uso. Nunca hizo teatro en el colegio
ni solía ir a ver películas de pequeña. En su casa no se veía cine
posterior a Kurosawa y solo se escuchaba música clásica. La descubrieron en el patio de la escuela con 11 años. Una directora de casting buscaba a una joven actriz para una película de Costa Gavras y la escogió. Sus primeras experiencias fueron muy naturales. “Es después cuando
todo se complica. Con la edad te angustias más, pero de niña solo es un
juego. A nadie le importa que una niña actúe mal. En cambio, un
adulto…”. No pensó en dedicarse profesionalmente al cine hasta que en
2008 interpretó el papel que le proporcionó la fama: la adolescente pija
de LOL, que vieron más de tres millones de personas.
“Es fácil hablar del ‘derecho a importunar’ cuando eres una
privile-giada. No es el caso de las mujeres que viven en el extrarradio”
Fue un fenómeno sociológico que incluso tuvo remake hollywoodiense, donde Miley Cyrus
interpretaba su papel. De la noche a la mañana, Théret pasó de ser una
adolescente anónima a una estrella. “Pero me protegí bastante a mí
misma. Por suerte, en aquella época no existía Instagram”, dice. “Me
hice famosa, pero nunca jugué con eso. En realidad, en aquella época me
daba igual. Era bastante punk, fumaba porros…”. Desde entonces ha escogido con buen juicio, en la línea de otras
estrellas infantiles reconvertidas en actrices de prestigio, como Sophie
Marceau, Charlotte Gainsbourg
o Vanessa Paradis. El cine comercial no le interesa. “La gran comedia
popular me atrae menos . Es una diversión, cuando yo no voy al cine a
divertirme”, reza. Prefiere las películas “con planos largos y cosas
extrañas”. La última que le rompió el corazón fue 120 pulsaciones por minuto. Entre los directores que le interesan, hay nombres como Abdellatif
Kechiche, Céline Sciamma u Olivier Assayas, con quien acaba de rodar E-book,
que debería estrenarse en el próximo Festival de Cannes. En ella
interpreta a una joven licenciada que defiende la idea del libro digital
“con un discurso protecnológico y algo deshumanizado”. Huelga decir que
no se le parece en nada.
Théret odia que los directores le pidan que sea “más sexi”. “No me
gusta que metan a los personajes en esas casillas. Yo interpreto a
individuos y no a estereotipos”, afirma. No esconde estar politizada.
¿Qué combates cuentan para ella? “Los sociales y los feministas”,
responde. Cree firmemente en “la idea de repartir la riqueza”. Y se
opone a aquella famosa tribuna que defendía el “derecho a importunar”, que algunas de sus compañeras de oficio (con Catherine Deneuve a la cabeza) no dudaron en firmar. “Es fácil hablar de esas cosas cuando eres una privilegiada. No es el
caso de las mujeres que viven en el extrarradio parisino”, afirma.
“Entiendo que haya quien considere #MeToo agresivo. Pero hay veces que, sin radicalismo, no se cambian las cosas”.
“López, se lo deletreo L-Ó-P-E-Z”. Así empieza la primera incursión en la publicidad de Pablo López, el cantante que quedó segundo en la edición de 2008 de esa lanzadera concurso llamada Operación Triunfo. Un colgado de la música que rozó imaginar que su momento había llegado,
sin terminar de creerse que el brillo de la efímera fama de los
conciertos a medida era cosa suya. Después tocó volver a creer en él
mismo y trabajar duro para que otros vieran que, tras sus fantasmas y su piano, había un artista capaz de conmover hasta el punto de conseguir llenar estadios con su música de zarpazos de emociones.
López,
Pablo López, sin más; sin aderezos y sin alharacas. Así se presenta en
el anuncio que protagoniza junto a la actriz Macarena García —otro
apellido normal que no ha necesitado de adornos para imponerse en su
territorio— para la marca Springfield. Y no se trata de hacer publicidad
sino de sintetizar lo que Pablo ha querido ser siempre: él mismo, el
músico que utiliza su piano como quien toma pastillas para el dolor. “La canción es mi ibuprofeno. He vivido todo lo que canto”, confiesa
el cantante malagueño. “Una canción es contar una historia que no tiene
porqué ser literal. Pero sí, reconozco que he usado la música como
terapia”. Cuando el éxito de la última edición de Operación Triunfo volvió a ponerle sobre su escenario con su piano y la fuerza de El Patio,
una canción en la que solo él creyó sin fisuras, se removieron muchas
cosas en esa cabeza que no para de darle vueltas a lo que pasa en su
vida y en el mundo. “Ahora se puede hacer ese juego del triunfo de un
perdedor”, reflexiona López, “de repente OT sí existe en mi carrera,
aunque en donde existe es en mi vida. Lo bonito es poder volver a hablar
como lo hacemos nosotros ahora después de cuatro años cuando todo era
una promesa y poder decir que la gente entiende que hago música, que
existo y que puedo ser juzgado incluso con los riesgos que eso entraña”.
“Yo soy el capo de ese grupo”, dice sin atisbo de modestia. Antonio me llama Lopezqueño y David, cachorro. Yo a Orozco le llamo ¿Maestro? Maestro,
así con interrogación y confirmación final. Somos una piña de verdad.
La amistad más bonita es la que no tiene reglas y nosotros simplemente
estamos”. No olvida que ellos le prestaron sus escenarios cuando ni
siquiera tenía sello discográfico y ahora es la bisagra de un grupo que
se ayuda, se ríe y hasta ha contagiado a Bustamante que se está animando
a componer sus propias canciones y “lo está haciendo muy bien”. Respecto al amor teoriza pero no entra en materia. “Yo sin amor no sobrevivo, tengo amor de todos tipos pero voy a intentar vivir de amores no sujetos a reglas”.
Las cuatro formaciones con implantación nacional han entrado en una fase de ocupación de espacios.
Los cuatro partidos con implantación nacional han entrado en una fase
de ocupación de espacios, como si hubiera elecciones a la vista. En vez
de gobernar o hacer oposición, los principales líderes políticos están
en una campaña infinita, con muchos eslóganes y pocos proyectos. La
batalla se está produciendo en tres ejes: lo nuevo frente a lo viejo, la
derecha frente a la izquierda y el nacionalismo frente al españolismo. El bipartidismo tradicional ha muerto, dejando paso a un doble bipartidismo en la derecha y en la izquierda. PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos
saben que en los próximos dos años se decidirá el nuevo escenario
político y no quieren cometer errores. Albert Rivera sueña con el
sorpasso a Mariano Rajoy. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias luchan por los
votantes de izquierdas y juntan y separan sus propuestas dependiendo del
viento dominante. Y todos mueven sus fichas como si estuvieran jugando a
las damas chinas. Las damas chinas es un juego de mesa con un tablero en forma de estrella
de seis puntas en el que puede haber hasta seis jugadores. Se trata de
ir moviendo las 10 fichas de cada equipo como en el juego de damas hasta
situarlas todas en el vértice contrario. Lo importante es ocupar los
espacios en la parte central del tablero para impedir que los otros
equipos puedan moverse con soltura. De un tiempo a esta parte, Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera parece
que estén moviendo sus fichas en ese tablero de estrella de seis puntas. Sin un calendario electoral a corto plazo, los líderes están más
preocupados de los resultados de las encuestas que de cumplir sus
programas. Se limitan a colocar sus fichas de forma tacticista para
ocupar los espacios, bloquear al resto de los partidos y esperar con
paciencia los errores del contrario mientras pasa el tiempo hasta las
elecciones. El problema es que no habrá comicios hasta la primavera de
2019 (europeas, municipales y autonómicas), salvo que se convoquen de
forma anticipada en Cataluña o Andalucía, y no tocan elecciones
generales hasta 2020. ¿Puede España aguantar esta parálisis? La verdad es que sí. De hecho, el país estuvo empantanado durante más
de un año tras las elecciones de 2015 y su repetición en 2016, y Cataluña lleva meses sin Gobierno,
y la economía y el empleo siguen creciendo. El problema es que los
españoles cada vez están más alejados de sus políticos, a los que
consideran el tercer problema del país (tras el paro y la corrupción),
sin que se atisbe ningún cambio de tendencia. Parece que los líderes
solo se estudian la parte de las encuestas que les afecta en la
intención de voto o en su valoración particular, olvidándose del nivel
de desafección creciente y del pesimismo sobre la situación política en
nuestro país. Lo importante es bloquear las acciones de los competidores
y ocupar el máximo espacio posible. El PP tenía claro hasta hace poco cuál es el sitio en el que quiere
que le vean los electores: el Gobierno que sacó a España de la crisis. Sin embargo, la gestión del procés y los juicios por corrupción contra
líderes del partido han frustrado la estrategia económica de Rajoy. En
Génova y en La Moncloa hay mucho nerviosismo y algunos líderes comparan
en privado la situación del partido con los últimos años de la UCD. Las encuestas fueron situando a Ciudadanos a su altura en votos, hasta que les sobrepasaron,
llevando al pánico a los populares. Y la respuesta no se ha hecho
esperar: el enemigo no es Sánchez, es Rivera; por lo tanto, hay que
expulsar al partido naranja de su territorio. Una táctica que consiste
en denunciar las fragilidades de Rivera y sus compañeros, endurecer su
posición frente a la cuestión catalana y otros asuntos que gustan a la
derecha tradicional española, como la prisión permanente revisable. En
definitiva, se trata de poner un dique que evite la salida de sus votos
tradicionales hacia aguas de Ciudadanos. Además, la estrategia del PP
busca también desmontar el eje viejo-nuevo; y para eso ha realizado
acercamientos al PSOE, e incluso al PNV, para mostrar que lo que se
denomina viejo no es más que el grupo de los partidos con experiencia y
responsabilidad del Gobierno. Otro intento de denunciar a Rivera como un
político sin experiencia y con ideas volubles.