Christa Théret tiene 26 años y ha sobrevivido a ser una estrella adolescente.
Fue actriz punk y hoy mantiene sus convicciones políticas.
Tiene algo de un personaje de Chaplin:
es una joven de ojos melancólicos y aspecto quebradizo, más partidaria
del silencio que del fragor, discreta en la superficie pero secretamente
combativa. Christa Théret ha entrado en el bar del Marais de París
donde nos ha dado cita con una carpeta de dibujo cargada de pequeñas
obras de arte.
Podría parecer la caricatura de la parisiense de manual, si no fuera porque la arrogancia brilla por su ausencia en todo lo que dice y hace esta actriz con rostro de pájaro herido.
“Pinto caras de adolescentes y manchas de color rosa”, afirma con timidez.
Dice que, si no hubiera escogido la interpretación, se dedicaría al arte.
Fantasea con entrar en Bellas Artes y estudiar pintura en las largas pausas entre rodajes.
“El arte es un espacio de expresión que no te obliga a justificarte”, opina.
En realidad, le viene de familia.
Esta actriz francesa de 26 años, musa oficiosa de Paco Rabanne desde que coincidió con su diseñador, Julien Dossena, en una fiesta, es hija de un pintor y de su antigua modelo.
Creció en un atelier parisino situado en la parte posterior de la colina que conduce a Montmartre, en un ambiente bohemio e izquierdista.
“Mis padres combatieron por la libertad de expresión y la lucha de clases”, dice.
En esa infancia recordada con nostalgia también hubo alguna tragedia, como la muerte de su padre, cuando ella tenía solo 15 años.
Hoy lo recuerda como “un hombre metido en su burbuja, un poco alejado del mundo”.
Théret no fue una niña actriz al uso. Nunca hizo teatro en el colegio
ni solía ir a ver películas de pequeña.
En su casa no se veía cine posterior a Kurosawa y solo se escuchaba música clásica.
La descubrieron en el patio de la escuela con 11 años.
Una directora de casting buscaba a una joven actriz para una película de Costa Gavras y la escogió.
Sus primeras experiencias fueron muy naturales. “Es después cuando todo se complica.
Con la edad te angustias más, pero de niña solo es un juego. A nadie le importa que una niña actúe mal. En cambio, un adulto…”. No pensó en dedicarse profesionalmente al cine hasta que en 2008 interpretó el papel que le proporcionó la fama: la adolescente pija de LOL, que vieron más de tres millones de personas.
Fue un fenómeno sociológico que incluso tuvo remake hollywoodiense, donde Miley Cyrus
interpretaba su papel.
De la noche a la mañana, Théret pasó de ser una adolescente anónima a una estrella. “Pero me protegí bastante a mí misma. Por suerte, en aquella época no existía Instagram”, dice. “Me hice famosa, pero nunca jugué con eso.
En realidad, en aquella época me daba igual.
Era bastante punk, fumaba porros…”.
Desde entonces ha escogido con buen juicio, en la línea de otras estrellas infantiles reconvertidas en actrices de prestigio, como Sophie Marceau, Charlotte Gainsbourg o Vanessa Paradis.
El cine comercial no le interesa.
“La gran comedia popular me atrae menos
. Es una diversión, cuando yo no voy al cine a divertirme”, reza. Prefiere las películas “con planos largos y cosas extrañas”.
La última que le rompió el corazón fue 120 pulsaciones por minuto.
Entre los directores que le interesan, hay nombres como Abdellatif Kechiche, Céline Sciamma u Olivier Assayas, con quien acaba de rodar E-book, que debería estrenarse en el próximo Festival de Cannes.
En ella interpreta a una joven licenciada que defiende la idea del libro digital “con un discurso protecnológico y algo deshumanizado”.
Huelga decir que no se le parece en nada.
Théret odia que los directores le pidan que sea “más sexi”.
“No me gusta que metan a los personajes en esas casillas.
Yo interpreto a individuos y no a estereotipos”, afirma.
No esconde estar politizada. ¿Qué combates cuentan para ella? “Los sociales y los feministas”, responde.
Cree firmemente en “la idea de repartir la riqueza”.
Y se opone a aquella famosa tribuna que defendía el “derecho a importunar”, que algunas de sus compañeras de oficio (con Catherine Deneuve a la cabeza) no dudaron en firmar.
“Es fácil hablar de esas cosas cuando eres una privilegiada. No es el caso de las mujeres que viven en el extrarradio parisino”, afirma. “Entiendo que haya quien considere #MeToo agresivo.
Pero hay veces que, sin radicalismo, no se cambian las cosas”.
Podría parecer la caricatura de la parisiense de manual, si no fuera porque la arrogancia brilla por su ausencia en todo lo que dice y hace esta actriz con rostro de pájaro herido.
“Pinto caras de adolescentes y manchas de color rosa”, afirma con timidez.
Dice que, si no hubiera escogido la interpretación, se dedicaría al arte.
Fantasea con entrar en Bellas Artes y estudiar pintura en las largas pausas entre rodajes.
“El arte es un espacio de expresión que no te obliga a justificarte”, opina.
En realidad, le viene de familia.
Esta actriz francesa de 26 años, musa oficiosa de Paco Rabanne desde que coincidió con su diseñador, Julien Dossena, en una fiesta, es hija de un pintor y de su antigua modelo.
Creció en un atelier parisino situado en la parte posterior de la colina que conduce a Montmartre, en un ambiente bohemio e izquierdista.
“Mis padres combatieron por la libertad de expresión y la lucha de clases”, dice.
En esa infancia recordada con nostalgia también hubo alguna tragedia, como la muerte de su padre, cuando ella tenía solo 15 años.
Hoy lo recuerda como “un hombre metido en su burbuja, un poco alejado del mundo”.
En su casa no se veía cine posterior a Kurosawa y solo se escuchaba música clásica.
La descubrieron en el patio de la escuela con 11 años.
Una directora de casting buscaba a una joven actriz para una película de Costa Gavras y la escogió.
Sus primeras experiencias fueron muy naturales. “Es después cuando todo se complica.
Con la edad te angustias más, pero de niña solo es un juego. A nadie le importa que una niña actúe mal. En cambio, un adulto…”. No pensó en dedicarse profesionalmente al cine hasta que en 2008 interpretó el papel que le proporcionó la fama: la adolescente pija de LOL, que vieron más de tres millones de personas.
“Es fácil hablar del ‘derecho a importunar’ cuando eres una privile-giada. No es el caso de las mujeres que viven en el extrarradio”
De la noche a la mañana, Théret pasó de ser una adolescente anónima a una estrella. “Pero me protegí bastante a mí misma. Por suerte, en aquella época no existía Instagram”, dice. “Me hice famosa, pero nunca jugué con eso.
En realidad, en aquella época me daba igual.
Era bastante punk, fumaba porros…”.
Desde entonces ha escogido con buen juicio, en la línea de otras estrellas infantiles reconvertidas en actrices de prestigio, como Sophie Marceau, Charlotte Gainsbourg o Vanessa Paradis.
El cine comercial no le interesa.
“La gran comedia popular me atrae menos
. Es una diversión, cuando yo no voy al cine a divertirme”, reza. Prefiere las películas “con planos largos y cosas extrañas”.
La última que le rompió el corazón fue 120 pulsaciones por minuto.
Entre los directores que le interesan, hay nombres como Abdellatif Kechiche, Céline Sciamma u Olivier Assayas, con quien acaba de rodar E-book, que debería estrenarse en el próximo Festival de Cannes.
En ella interpreta a una joven licenciada que defiende la idea del libro digital “con un discurso protecnológico y algo deshumanizado”.
Huelga decir que no se le parece en nada.
“No me gusta que metan a los personajes en esas casillas.
Yo interpreto a individuos y no a estereotipos”, afirma.
No esconde estar politizada. ¿Qué combates cuentan para ella? “Los sociales y los feministas”, responde.
Cree firmemente en “la idea de repartir la riqueza”.
Y se opone a aquella famosa tribuna que defendía el “derecho a importunar”, que algunas de sus compañeras de oficio (con Catherine Deneuve a la cabeza) no dudaron en firmar.
“Es fácil hablar de esas cosas cuando eres una privilegiada. No es el caso de las mujeres que viven en el extrarradio parisino”, afirma. “Entiendo que haya quien considere #MeToo agresivo.
Pero hay veces que, sin radicalismo, no se cambian las cosas”.
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