Las adolescentes de Jeffrey Eugenides cumplen 25 años con nuevas reediciones y trazando el camino a otras novelas.
La idea se la había dado la niñera de su sobrino. Al parecer, la chica tenía un puñado de hermanas.
Y todas habían intentado suicidarse en algún momento siendo aún adolescentes.
Eugenides imaginó qué hubiera pasado si todas lo hubieran conseguido.
También, qué hubiera pasado si él hubiera vivido en el mismo barrio que ellas.
Y aquella misma noche se puso a escribir la historia de las malogradas hermanas Lisbon –Cecilia, Lux, Bonnie, Mary y Therese–, cinco hijas del vacío existencial del suburbio norteamericano, y de la idea, siempre sospechosa, de la familia perfecta.
Eugenides se alejaba, aunque no demasiado, de la crueldad quirúrgica del brat pack, el pequeño grupo de escritores que había revolucionado –y todavía lo estaba haciendo– la narrativa norteamericana de finales de los ochenta, a saber, Bret Easton Ellis, Jay McInerney, Jill Einsenstadt, y se erigía en una suerte de híbrido salvajemente nihilista entre el vacío de la vida en los suburbios del siempre brillante John Cheever –el primero en apuntar y disparar, con éxito, contra el estigma de lo aniquilador que resulta tenerlo todo– y el aparente ideal de la vida familiar (numerosa y) perfecta y, en realidad, disfuncionalmente dolorosa, de J.D. Salinger, y sus hermanos Glass.
Era inevitable, era cuestión de tiempo, que su universochocase con el de Sofia Coppola,que nunca jamás (lo dijo en su momento) se había planteado dirigir una película hasta que leyó la novela.
“Vi en ella cosas que no había visto en ninguna parte.
Me dio la sensación de que Eugenides entendía perfectamente lo que era ser adolescente: el deseo, la melancolía, el misterio que existe entre chicos y chicas.
Toda esa confusión”, escribió la hoy reputada directora cuando le pidieron que hablase sobre el porqué de todo aquello.
Y lo cierto es que la huella del clásico de Eugenides –cuya carrera despegó estratosféricamente a partir de su segundo asalto, Middlesex, Pulitzer mediante– no sólo está presente en el estilo de la ya toda una experta en retratar la soledad y la desorientación adolescente, sino que perla incluso el narrador en plural de un fenómeno como Big Little Lies– recordemos que la historia de las chicas Lisbon la cuentan los chicos del barrio, en un ejercicio de punto de vista ampliado que no tenía demasiados adeptos por entonces– y, por supuesto, el resto de cine que tiene que ver con dinamitar la vida de suburbio (Todd Solondz) o la idea de familia (disfuncional) perfecta (Wes Anderson).
Otros espejos
En la literatura, Eugenides tiene otros espejos en los que mirarse. La siempre corrosiva y mordaz A. M. Homes ha hecho arder hasta los cimientos y en más de una ocasión –Música para corazones incendiados, Ojalá nos perdonen– a la aburrida (y frustrada) y vacía clase media norteamericana, y la aún por explotar Celeste Ng –Todo lo que no te conté– está siguiendo los pasos de uno y otra, a su manera: en sus historias, es siempre el forastero, el que viene de algún otro lugar, el que intenta adaptarse a esa vida que nadie calificaría de infierno en llamas pero en realidad lo es.¿Y qué hay de la desorientación existencial, del inevitable limbo adolescente?
Es muy probable que jamás hubiera existido Emma Cline, la Emma Cline escritora de Las chicas, si antes no hubieran existido las chicas Lisbon, y quizá, tampoco entenderíamos la eterna adolescencia de los personajes beckettianos de Tao Lin sin ellas. Han pasado 25 años, pero ellas siguen como el primer día.
No envejecen.
Se mudaron al País de Nunca Jamás.
La última reedición española de Las vírgenes suicidas no tiene ni tres meses (data de enero de este mismo año).
Y no es la primera, evidentemente.
Desde su irrupción en el mercado hispano (octubre de 1994), la novela se reimprime con una regularidad pasmosa.
Desde 2013, ha habido una nueva edición por año. ¿Por qué?
La respuesta la dio su propio autor, hace más de una década: no sólo se aproxima a la adolescencia desde la propia nebulosa de la adolescencia y lo hace pavorosamente bien, sino que trata el suicidio como lo que es: un misterio sin solución.
“La novela va sobre la inadmisibilidad del suicidio, sobre el hecho de que nunca vamos a poder identificar la razón por la que alguien se suicida”, dijo.
Leemos, aún, para intentar entender. Y lo seguiremos haciendo, siempre.