Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

4 feb 2018

El Goya se hizo ‘gigante’ y más femenino................ Gregorio Belinchón

Isabel Coixet triunfa con tres premios (película, dirección y guion adaptado) en una noche en la que ‘Handia’ se llevó 10 galardones. 

Carla Simón gana la estatuilla a la realización novel.

Isabel Coixet y Carla Simón, a su llegada a la gala de los Goya.
“Deja a la niña que lea que p’algo le servirá”.
 Eso le decía la madre de Isabel Coixet al padre de la directora, cuando este la recriminaba por no pegar ni chapa en las tareas de casa.
 Lo contó ayer la cineasta, en presencia de su madre. 
Y para algo le sirvió. Anoche, cuando parecía que el titular de la 32a edición de la ceremonia de los Premios Goya iba ser algo así como Euskaraz hitz egiten Goya… (Los Goya hablan en euskera), el principal galardón, el de la mejor película, fue para La librería, de Isabel Coixet, que también se llevó su segundo galardón a mejor dirección y otro a guion adaptado, convirtiéndose así en la cineasta con más goyasde la historia, con siete.
Esta vez lo ha ganado en inglés, porque así se lo pedía su historia, un filme de amor por los libros, una apuesta por la gente que brega por sus ideales en situaciones difíciles.
 Coixet nunca ha querido que su drama contenga un juego de espejos con la situación actual en Cataluña, sino que es un drama universal que ocurre en Irlanda.
Es la tercera ocasión en que una película dirigida por una mujer gana el premio principal, y la segunda que lo logra Coixet, tras La vida secreta de las palabras, el máximo gesto feminista de los académicos.
 La cineasta ha vivido en un huracán los últimos meses, y como dijo hace unos días en un coloquio en EL PAÍS:
 “Lo mejor de hablar del feminismo es que ya no me preguntan por Cataluña”.
Si hay una imagen poderosa para cualquier niña que estuviera viendo la gala, para cualquier chica estudiante, que suponen el 65% del alumnado de las escuelas de cine, fue la de Coixet con sus trofeos.
 Los tres que obtuvo su trabajo llevaron su premio.

En euskera

La vasca Handia, rodada en euskera y que cuenta la historia de un gigante, se llevó 10 premios, los denominados técnicos, en donde casi hizo el pleno (le faltó el sonido, que se lo llevó Verónica).
 Del resto, tampoco hubo enormes sorpresas.
 No hubo una ganadora nacida en el siglo XXI, como hubiera ocurrido si Sandra Escacena ganaba con Verónica: el premio finalmente recayó en Bruna Cusí, la madre/tía de Verano 1993, rodada en catalán, y su pareja en pantalla, David Verdaguer, también tuvo premio como actor secundario.
Lo que en la alfombra roja empezó a medio gas (no aparecieron los abanicos rojos que repartió CIMA, la asociación de mujeres audiovisuales, hasta las ocho y media, muy tarde para la entrada y el primero en manos de la actriz inglesa Emily Mortimer) y se calentó con muchos directores y cineastas pidiendo cuotas como en Suecia, donde se instauró un sistema que hizo que de 2012 a 2015 el porcentaje de directoras pasara del 26% al 50%, acabó sin embargo con una ceremonia descafeinada, a la que le faltaba una velocidad, en la que probablemente el mejor momento cómico fue el del crítico de cine Carlos Boyero imitando a Carlos Boyero con un guion chanante.
 Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla tuvieron momentos a su altura, el de creadores surrealistas, pero momentos, no ritmo.
 Y tampoco funcionó la realización, con una gala que se fue hasta las tres horas y cuarto. 

Para la posteridad quedarán el grito de libertad artística lanzado por Adelfa Calvo (“las mujeres en el cine tenemos muchas historias bonitas que contar; ojalá actores y actrices podamos trabajar en igualdad); la frase de Leticia Dolera (“os está quedando un campo de nabos feminista precioso”), o la dedicatoria, maravillosa, emotiva, de Carla Simón, con su Goya a mejor dirección novel por Verano 1993, recordando a sus padres biológicos, fallecidos por el sida como los protagonistas de su película, y a todos los que viven con el VIH, “porque se sigue tratando como un estigma”. 
Y que Dolera y Paula Ortiz recordaran, a través de las palabras de Federico García Lorca que las mujeres son la mitad de los seres humanos, algo que no se ve en pantalla, donde solo el 38% de los personajes son femeninos.

Sí salió a colación gracias al corto Los desheredados, de Laura Ferrés, que ganó en su categoría tras triunfar en la Semana de la Crítica de Cannes, o a Nathalie Poza, mejor actriz con No sé decir adiós con un “chavala de ahí afuera, salta, abraza tus heridas y conviértelas en arte”.
 O “este oficio es muy hermoso, pero también muy cruel, y recuerdo a los compañeros y compañeras a quienes no les suena el teléfono y no tienen la oportunidad de demostrar su talento”, como acabó su discurso Javier Gutiérrez, mejor actor con El autor.
Tan maravilloso como el soplo de naturalidad de Julita Salmerón, la madre de Gustavo Salmerón, que se llevó el cabezón a mejor documental por Muchos hijos, un mono y un castillo
 “Con esto no voy a poder salir con el carrito de la compra”, espetó la matriarca del clan, que al final sí hizo lo que pocas (y pocos): “Dedico esto a todas las madres, bueno y a todas las mujeres”.
 De los 28 premios a repartir, en diez hubo ganadoras.
 En 32 años de ceremonias aún parece poco botín, pero en esta edición había 30 candidatas de 135 nominados. 
El ratio ganador/ finalista mejora si se confía en una cineasta.

Discurso medido

En ausencia de Yvonne Blake, la presidenta de la Academia, que se recupera de un ictus, leyeron el discurso institucional sus vicepresidentes, Mariano Barroso y Nora Navas, un texto que recibió aplausos en la sala, pero que parecía demasiado medido: “Desde hoy y para siempre la Academia de Cine va a ser una referencia en términos de igualdad, respeto y oportunidad. 
Queremos transmitir a esos y esas adolescentes que hoy van al cine y sueñan con dedicarse a este oficio que no hay límites.
 Y que no basta con ponerse delante de una cámara. 
Que también necesitamos directoras, montadoras, guionistas, sonidistas, directoras de fotografía, scripts, compositoras... en igualdad de número que los hombres”, dijo Navas.
Prosiguió recordando el Oscar que ganó Blake por diseñar el vestuario de Nicolás y Alejandra, en 1971, para refrescar la memoria al público y señalar que las estatuillas ganadas por actores dejan mucha más huella.
 “Queremos demostrar a todas las personas, hombres y mujeres que quieran dedicarse al cine, que la Academia defiende la igualdad profesional de oportunidades.
 Solo así haremos que nuestra industria deje de perder el talento que aportan las mujeres para llegar más lejos”.

Premios Goya 2018

El Goya se hizo ‘gigante’ y más femenino
Toda la información sobre los Goya 2018: los protagonistas, la gala, los premiados, la alfombra roja...

Los abanicos no lucieron, lástima, los discursos se fueron diluyendo y así se perdió una oportunidad, la de haber alzado la voz contra los micromachismos que salpican la sociedad española y el cine. 
 Al final, en un momento inesperado, la más guerrera fue Marisa Paredes, Goya de Honor y presidenta de la Academia durante la gala del No a la guerra: 
“Volvería a dar aquel discurso”.



 

El culto al cuerpo moldea un negocio floreciente

 

La industria vinculada a las actividades deportivas en España, que da empleo a cerca de 195.000 personas, se ve favorecida por los nuevos hábitos de vida saludables que han echado raíces en la sociedad.

El culto al cuerpo moldea un negocio floreciente
El pasado 31 de diciembre 40.000 personas, todas uniformadas de azul, esperaban junto al estadio Santiago Bernabéu la salida de la San Silvestre Vallecana.
 La lluvia y los 23 euros que costaba la inscripción no fueron obs­tácu­lo para que se batiese un nuevo récord de participación.
 El éxito de la famosa carrera de 10 kilómetros es solo un ejemplo del auge del ejercicio físico en España, en torno al cual florece a su vez un prometedor negocio.
 En 2016, últimos datos oficiales disponibles, había 33.000 empresas cuya principal actividad era deportiva, con una plantilla conjunta de 194.000 trabajadores.
 España es el tercer país de Europa en empleo vinculado al deporte, solo por detrás de Alemania y Reino Unido.
Además, el gasto de los hogares en bienes y servicios deportivos crece a tasas anuales cercanas al 6% y se acerca a los 4.500 millones de euros.
 
Más que una moda pasajera, los expertos creen que estamos ante una tendencia que ha venido para quedarse. 
“Es un sector en claro ascenso.
 La gente está cada vez más concienciada de que hay que adquirir hábitos de vida saludable y el deporte ayuda a lograr ese objetivo. Además, el ejercicio forma parte de un lenguaje universal que contribuye a establecer relaciones y, como tal, lo hemos incorporado a nuestro ocio”, explica Carlos Cantó, profesor de Sport Business en Esade.
La industria del deporte amateur es muy transversal. 
Abarca desde los fabricantes de prendas y artículos hasta las grandes cadenas de distribución, pasando por las empresas propietarias de gimnasios, las que organizan eventos, las agencias de viajes especializadas, las academias y los servicios de medicina deportiva, entre otros actores. 
“En general, todas las áreas están mejorando sus resultados
 Que el sector deportivo haya crecido tanto en los últimos años a pesar de la crisis habla del gran potencial que tiene como dinamizador de una economía”, señala Marc Menchén, director de la publicación especializada Palco23.
La heterogeneidad de la industria no impide que afloren algunos rasgos comunes, como la tendencia a la concentración, el apetito de los fondos de inversión internacionales por el mercado español, una balanza comercial deficitaria al importar más de lo que se exporta o la competencia basada en la guerra de precios.
 “Antes, hacer deporte era caro, pero ahora se ha popularizado mucho. Correr es una actividad saludable que requiere un esfuerzo económico relativamente pequeño.
 Además, el desem­barco de los gimnasios de bajo coste permite apuntarse a un club por menos de 30 euros al mes. 
A medida que el paro va disminuyendo, notamos que la gente va animándose a practicar actividades que exigen un mayor gasto como, por ejemplo, el esquí”, subraya Fernando Pons, socio de Deloitte y responsable del área de Sports.
 El negocio del fitness español está en buena forma. Las cadenas de gimnasios facturaron 950 millones de euros en 2017, un 6% más que en el ejercicio anterior.
 Así se desprende del Observatorio Sectorial DBK de Informa D&B, que al cierre del año ha contabilizado 3.950 centros deportivos en funcionamiento, un 1% más que en 2016.
 Este buen comportamiento se atribuye “a la favorable coyuntura económica, la preocupación por la salud, la amplia oferta y el buen comportamiento del gasto en los hogares”. 
A pesar de que la notable presión sobre los precios limita la mejora de los ingresos de las cadenas de gimnasios, las previsiones de los expertos hablan de un crecimiento anual del 4% en el periodo 2018-2019, lo que permitiría al sector superar los 1.000 millones de facturación conjunta dentro de dos ejercicios.

La forja de una alianza

En respuesta al dominio de Decathlon, algunos de sus rivales movieron ficha en 2017.
 La firma británica JD Sports, propietaria de la cadena de tiendas deportivas Sprinter, firmó una alianza con la portuguesa Sport Zone, el distribuidor propiedad del grupo Sonae, para aglutinar los negocios de las tres empresas en la Península a través de una sociedad conjunta denominada JD Sprinter Holdings. 
La alianza suma 300 tiendas y unas ventas agregadas de 450 millones.
 “El crecimiento medio debería estar en el entorno del 3% anual. El sector de la distribución de artículos deportivos es muy dinámico y caben formatos muy diferentes, lo cual es atractivo para la inversión”, señala David Segarra, responsable de JD Sports Iberia. “Actualmente existen dos estrategias. Aquellos grupos en los que hay un mayor peso de las grandes marcas del sector, que ofrecen productos inspirados en las grandes celebridades del deporte, que pueden usarse para la competición o en el día a día. Y por otro lado, hay operadores que han hecho su apuesta por la marca propia con precios muy ajustados. En este último caso el volumen es muy determinante”, añade

 

 

Las estrellas que más han brillado en la alfombra roja de los Goya





Ana Belén recogió el año pasado el Goya de Honor por toda su carrera, y la cantante y actriz demostró que la experiencia también es un grado en cuestiones estilísticas. La actriz y cantante deslumbró con un diseño de Delpozo, diseñador del que durante décadas fue musa.
Ana Belén recogió el año pasado el Goya de Honor por toda su carrera, y la cantante y actriz demostró que la experiencia también es un grado en cuestiones estilísticas. La actriz y cantante deslumbró con un diseño de Delpozo, diseñador del que durante décadas fue musa.  


En los Goya de 2017 Penélope Cruz deslumbró en la alfombra roja con su elección de un ceñido vestido negro con apertura de infarto de Versace. La misma firma por la que apostó en otro de los estilismos más recordados de la entrega de los premios del cine español, el traje blanco de palabra de honor redondo de la marca italiana que lució la actriz en 2010. La intérprete madrileña siempre ha logrado colocarse en los primeros puestos de las mejor vestidas de la noche del cine español.  

En los Goya de 2017 Penélope Cruz deslumbró en la alfombra roja con su elección de un ceñido vestido negro con apertura de infarto de Versace.
 La misma firma por la que apostó en otro de los estilismos más recordados de la entrega de los premios del cine español, el traje blanco de palabra de honor redondo de la marca italiana que lució la actriz en 2010.
 La intérprete madrileña siempre ha logrado colocarse en los primeros puestos de las mejor vestidas de la noche del cine español. 

Aunque la alfombra roja masculina es algo más aburrida (por repetitiva), puesto que imperan los smoking negros, algunos de los actores que se salen del guion logran colocarse entre los mejor vestidos. Eso es lo que hizo el intérprete Asier Etxeandia el año pasado vestido de Ana Locking, con un traje negro con una americana con una original botonadura que combinó con una pajarita blanca. Su compañero en la serie ‘Velvet’ Javier Rey, a la derecha de la imagen, también destacó por su esmoquin cruzado azul tinta. 
 Aunque la alfombra roja masculina es algo más aburrida (por repetitiva), puesto que imperan los smoking negros, algunos de los actores que se salen del guion logran colocarse entre los mejor vestidos. Eso es lo que hizo el intérprete Asier Etxeandia el año pasado vestido de Ana Locking, con un traje negro con una americana con una original botonadura que combinó con una pajarita blanca. Su compañero en la serie ‘Velvet’ Javier Rey, a la derecha de la imagen, también destacó por su esmoquin cruzado azul tinta.

Úrsula Corberó se ganó a las estilistas y editoras de moda con su vestido de terciopelo granate con apertura en la pierna de Teresa Helbig para los Goya de 2016, una elección que quizá hizo por las buenas críticas que se había llevado el año anterior al lucir un vestido de la misma diseñadora. 

Úrsula Corberó se ganó a las estilistas y editoras de moda con su vestido de terciopelo granate con apertura en la pierna de Teresa Helbig para los Goya de 2016, una elección que quizá hizo por las buenas críticas que se había llevado el año anterior al lucir un vestido de la misma diseñadora.


La intérprete Blanca Suárez, vestida por la firma Zuhair Murad en 2015.  
La intérprete Blanca Suárez, vestida por la firma Zuhair Murad en 2015. 

Un romántico traje de Delpozo, con flores bordadas y escote corazón, hizo que la actriz, y hoy también directora, Leticia Dolera fuera considerada como una de las más elegantes de los Goya de 2014. El año pasado se ganó de nuevo a los especialistas en moda con un vestido de mangas acampanadas y un elaborado escote de Alicia Rueda (a la derecha de la imagen).  
Un romántico traje de Delpozo, con flores bordadas y escote corazón, hizo que la actriz, y hoy también directora, Leticia Dolera fuera considerada como una de las más elegantes de los Goya de 2014. El año pasado se ganó de nuevo a los especialistas en moda con un vestido de mangas acampanadas y un elaborado escote de Alicia Rueda (a la derecha de la imagen).


Maribel Verdú se convirtió en una de las vencedoras de la ceremonia de los Goya de 2013 al hacerse con el galardón a mejor actriz por su papel en la película ‘Blancanieves’. Su apuesta por Dior también fue de las más aplaudidas de la noche.  
Maribel Verdú se convirtió en una de las vencedoras de la ceremonia de los Goya de 2013 al hacerse con el galardón a mejor actriz por su papel en la película ‘Blancanieves’. 
Su apuesta por Dior también fue de las más aplaudidas de la noche.   

La modelo Nieves Álvarez ha deslumbrado en más de una ocasión con sus estilismos. Lo hizo el año pasado con un traje de alta costura de Stephane Rolland, firma que volvió a escoger en 2015 y en 2013 (en la imagen, de izquierda a derecha).  

La modelo Nieves Álvarez ha deslumbrado en más de una ocasión con sus estilismos. Lo hizo el año pasado con un traje de alta costura de Stephane Rolland, firma que volvió a escoger en 2015 y en 2013 (en la imagen, de izquierda a derecha).



Manuela Velasco, vestida de Gucci, en el ‘photocall’ de los Goya de 2013. A la derecha, la elegancia de Ángela Molina, y de su Lorenzo Caprile, en la misma edición de la noche del cine español.   
 Manuela Velasco, vestida de Gucci, en el ‘photocall’ de los Goya de 2013. A la derecha, la elegancia de Ángela Molina, y de su Lorenzo Caprile, en la misma edición de la noche del cine español.

Cayetana Guillén Cuervo acudió con un favorecedor vestido de Oscar de la Renta en 2012.   
Cayetana Guillén Cuervo acudió con un favorecedor vestido de Oscar de la Renta en 2012.  

La actriz Marisa Paredes, Goya de Honor esta edicicón, apostó por este elegante vestido de Sybilla para los Goya de 2001. En la imagen, junto a la entonces ministra de Cultura Pilar del Castillo.  
 La actriz Marisa Paredes, Goya de Honor esta edicicón, apostó por este elegante vestido de Sybilla para los Goya de 2001. En la imagen, junto a la entonces ministra de Cultura Pilar del Castillo.

Donatella Versace: “Me daba miedo revivir la muerte de mi hermano”

Donatella Versace: “Me daba miedo revivir la muerte de mi hermano”
 Es la gran ‘mamma’ de la moda. Y Fea como ella sola.
Su biografía es una mezcla de lujo, genio, aviones privados, ‘celebrities’ y adicciones.
 El asesinato de su hermano Gianni Versace la convirtió en sucesora de su imperio.
 Veinte años después, la firma que revolucionó el estilo de los noventa lucha por mantener su legado. 
Y, al mismo tiempo, ser rentable.
 Una historia salpicada de crisis económicas y personales que esta superviviente nos relata en primera persona.
LAS MODELOS MÁS jóvenes gritan como fans histéricas y los directores de las biblias de la moda lloran como niños.
 Suena Freedom, de George Michael, y los flashes ametrallan la pasarela.
 Sobre ella desfilan Cindy Crawford, Carla Bruni, Naomi Campbell, Helena Christensen y Claudia Schiffer.
 Es la primera vez que pisan juntas la pasarela en décadas. 
Es un espectáculo más allá de la moda.
 En medio de la apoteosis, Donatella Versace sale a saludar entre tímida y orgullosa.
 Es septiembre de 2017. La diseñadora acaba de dar por concluido su desfile de prêt-à-porter femenino. 
Ha querido homenajear a su hermano, el gran Gianni Versace, en el 20º aniversario de su asesinato. 
Y lo ha hecho al estilo de la casa Versace: por todo lo alto.
 Ha convocado a las míticas top models que el italiano fabricó y encumbró, y presentado una colección que reinterpreta algunas de las prendas con las que el creador italiano definió la moda de los noventa.
 Un acontecimiento emocionante e irrepetible.
 El fenómeno viral de la temporada. 
También una declaración de intenciones:  Versace sigue siendo grande.
 Muy grande.
 Conserva su relevancia en la industria del lujo, en contra de los que auguraban su final y gracias a la habilidad de Donatella para conectar con las nuevas generaciones y reinventarse una y otra vez.
Un mes y medio después del golpe de efecto de Versace, Donatella, su creadora y alma, recibe a El País Semanal en el cuartel general de Milán, en su hermético despacho de Via Gesù. 
 El espacio está custodiado por un guardaespaldas y su interiorismo resulta inesperadamente sencillo para los estándares estéticos de la compañía.
 De las paredes cuelgan retratos de sus hijos.
 También de la diseñadora en su juventud, cuando exhibía una belleza que, a sus 63 años, intenta retener con uñas y bótox. 
Sobre una estantería, en floridos marcos de plata, asoman imágenes de Gianni y de Ingrid Sischy, célebre periodista y amiga de la familia, íntima de Madonna y Galliano, fallecida en 2015.
 Entra en la habitación con la fuerza que se espera de la matriarca de uno de los clanes más legendarios de la historia de la moda; única cabeza visible de aquella familia del sur de Italia que desde cero conquistó el mundo.
 Cada uno con su papel: Gianni, como Rey Sol; Santo, su hermano mayor, de cerebro en la sombra, y la piccola Donatella, como fiel escudera de ambos.
 
Hoy es la reina. Se ha cortado su icónica melena.  
Ya no compite con Armani por el bronceado más intenso.
 Y luce un vestido negro de manga larga y cuello a la caja.
 Su voz suena nasal y horadada. Sentencia: “Hubo un tiempo en que ser sexy era sinónimo de revelar, de enseñar mucha piel. Pero hoy tiene más que ver con una actitud”. Aquel tiempo pasado al que se refiere Donatella fue el de la época legendaria de Versace, tapizada de leopardo y con los escotes más vertiginosos de la historia. 
Gracias a aquellas colecciones, el poder sexual de las mujeres se convirtió en el centro de la cultura y la industria del lujo. 
“Esa moda hacía que te sintieras feliz y segura”, dice. 
Unos sentimientos que ha rescatado en esta última colección, que gira en torno a los estampados barrocos y aquellos vestidos de lentejuelas con los que Gianni revolucionó la moda en 1992. “Nunca antes lo había hecho. 
Jamás tuve el coraje de volver a los archivos de mi hermano para revisar su obra. 
Me daba miedo revivir su muerte”.

Donatella Versace sigue dividiendo el mundo en “antes y después” de la muerte de su hermano Gianni. Sobrevivir al diseñador es lo que le ha convertido en una superviviente.
Donatella Versace sigue dividiendo el mundo en “antes y después” de la muerte de su hermano Gianni. Sobrevivir al diseñador es lo que le ha convertido en una superviviente.
El asesinato del modista siciliano marcó la vida de de su familia y de su compañía. 
Ocurrió el 15 de julio de 1997, cuando Andrew Cunanan, prostituto y autor de otros cuatro crímenes, le descerrajó dos tiros en las escalinatas de su mansión de Miami.
 El móvil nunca se esclareció.
 Y 20 años después, la creadora sentada en su despacho de Gesù sigue dividiendo el mundo en “antes” y “después de la muerte de Gianni”.  
Y 20 años después, la creadora sentada en su despacho de Gesù sigue dividiendo el mundo en “antes” y “después de la muerte de Gianni”. 
 Sobrevivir al diseñador la ha convertido en una superviviente.
 En lo personal y en lo empresarial.
 La firma celebra cuatro décadas sobre la pasarela, y la última mitad de su historia —la liderada por Donatella— demuestra que en Versace resistir es vencer.
 A punto de quebrar en 2004, la marca vivió un nuevo resurgir a partir de 2014 y hoy factura 668 millones al año. 
 Versace vuelve a ser viral.
 A agitar las redes sociales. A nutrir portadas.
 La serie American Crime Story, una de las grandes apuestas televisivas de la temporada, recupera la tragedia de los Versace. Édgar Ramírez da vida al diseñador.
 Y Penélope Cruz, a Donatella.
 Después de que la italiana publicase un comunicado en el que calificaba a la producción estadounidense de “ciencia-ficción”, se especuló con un potencial enfrentamiento entre Penélope y Donatella. 
 “Para nada. Penélope es muy amiga mía, una persona cálida y auténtica. 
 Que me interprete es un honor”, dice sonriente.
 Revela que recibió una llamada de Cruz antes de comenzar a rodar: “Me dijo que no me preocupase, que sería muy respetuosa. Yo confío en ella.
 Lo que no significa que lo haga en el resto del equipo. 
Eso es otra historia”.
Su vida solo puede contarla ella. Para eso estamos aquí. Y Donatella reconoce que empieza a los 42 años, delante del cuerpo sin vida de su hermano, y la necesidad de tomar una decisión: ¿seguir con la firma o tirar la toalla? En su testamento, y para sorpresa de todos, Gianni Versace había nombrado heredera a Allegra, su sobrina favorita.
 Al ser menor de edad, toda la responsabilidad recayó en Donatella —la madre de la joven heredera, para quien Gianni había reservado el puesto de vicepresidenta—, delegando en su otro hermano, Santo, el trabajo de director general.
 “No puedo decirte si quería continuar; estaba en shock; pero lo que sí sabía es que estaba obligada a hacerlo. 
No podía fallar a toda la gente que estaba a mi alrededor buscando respuestas”.

Donatella Versace: “Me daba miedo revivir la muerte de mi hermano” 
Empezaban unos terribles años que ella define como “llenos de reproches”.
 Los suyos propios y los de una industria que le recordaba a diario que nunca llegaría al nivel de su hermano: el genio.
 Aquel niño que se divertía escogiendo hilos y abalorios con su madre y que, tras estudiar arquitectura, captó el interés de la industria textil italiana diseñando vestuario para obras teatrales. 
La firma Callaghan fue la primera en ficharlo. 
Animado por la buena acogida, decidió crear su marca en 1978. Desde el primer día, Donatella estuvo a su lado.
 Lo que pocos saben es que fue ella quien llevó el timón del atelier durante los dos últimos años de vida de Gianni. 
“Estuvo muy enfermo antes de morir. 
Tenía cáncer de oído. Mientras duró el tratamiento yo estuve dirigiendo la empresa.
 Le consultaba todo, claro.
 Pero fue como un entrenamiento. 
Seis meses después de que el doctor le confirmase que estaba curado, le mataron. Fue horrible”. 
Donatella asegura hoy que funcionaban como una sola persona. 
“Él reinaba en primera línea, se llevaba las críticas.
 Y yo, detrás, segura
. Pasar de esa posición a ser la cabeza visible fue demasiado. Sentía que no era mi sitio.
 Me preguntaba constantemente: ‘¿Cómo podría hacerlo mejor?’. ‘¿Qué haría Gianni si estuviese aquí?”. 
Pero las expectativas y obligaciones con las que se encontró fueron muy distintas a las que el modista tuvo que afrontar: la industria estaba cambiando.
 “Mi hermano se centraba en sus colecciones, pero a mí me tocó transformar el modelo de negocio y estaba distraída por todo lo que implicaba.
 Me resultó muy difícil hacer que la gente escuchase y respetase mi voz.
 Ni siquiera mi familia lo hacía”. Junto a Miuccia Prada, era una de las pocas mujeres al frente de una gran casa de moda. 
“Era un mundo de hombres. Pero ha cambiado. También yo. Ahora confío más en mí”. 
Confiesa que tardó ocho años en sentirse cómoda en el papel de diseñadora.
 En ese tiempo, sus problemas con las drogas ocuparon portadas y alimentaron la imagen de mujer inestable, caprichosa y excesiva.  
  La leyenda cuenta que exigía que todas sus cajetillas de tabaco se envolviesen en papel rosa y dorado con sus iniciales impresas. Las ventas comenzaron a caer, lastradas por las irregulares colecciones de Donatella y la llegada de una nueva tendencia global, el minimalismo, en las antípodas del estilo de Versace.
 La fiesta había terminado.
 En 2004, siete años después de la muerte de Gianni y con una deuda de 118 millones de euros, la firma se encontraba al borde del abismo. 
Su hermano Santo vendió las mansiones de Nueva York y Miami. También su colección de arte, que incluía 20 picassos
Se cerraron boutiques por todo el mundo, entre ellas las de Madrid y Barcelona.
 Pero los números seguían sin cuadrar. Hasta que Donatella hizo lo que mejor sabe hacer: renacer de sus cenizas.

Con su hermano Gianni, en una imagen de archivo.
Con su hermano Gianni, en una imagen de archivo.
Para empezar, salió de un programa de rehabilitación, reconoció su adicción a la cocaína y fichó como ejecutivo a uno de los impulsores del éxito de la firma rival Fendi: Giancarlo di Risio. 
El diagnóstico que ese nuevo consejero delegado le hizo al llegar fue demoledor. “Esto va a morir”. 
Mientras da vueltas en su mano izquierda a un anillo enorme, Donatella asegura: “He cometido muchísimos errores.
 Digamos que he tenido una vida interesante y todo lo que he hecho ha sido bastante imperfecto.
 Pero ¿quién quiere ser perfecto? Resulta tan aburrido”.
En 2009, Gian Giacomo Ferraris, antiguo responsable de la división de prêt-à-porter del grupo Gucci, sustituyó a Di Risio e impuso una política de austeridad en Versace, la casa del exceso.
 Con él llegó a su fin la costumbre de fletar el jet de la compañía para que sus adictas compradoras acudiesen a probarse un vestido desde cualquier parte del mundo.
 La atención al cliente en Versace es legendaria.
 No en vano, y como Donatella recuerda, Gianni fue el primero en vestir a celebrities
“Él lo inventó. Nadie quería dejarles ropa. 
Y ahora hay una guerra por ver quién consigue colocar más looks en la alfombra roja”.
 La diseñadora sigue disfrutando de la relación personal con sus clientas vips. 
“Si no sabes cómo es la mujer, el vestido no le va a sentar bien”. No se trata de un eslogan vacío.
 El año pasado, viajó hasta Houston solo para animar a Lady Gaga, que actuaba en la final de la Super Bowl vestida de Versace.
 “Volé hasta allí porque sabía que era muy importante para ella y que necesitaba mi apoyo”. Resulta fácil inferir que lo hizo en jet privado.
Carla Bruni, Claudia Schiffer, Naomi Campbell, Cindy Crawford y Helena Christensen cierran el desfile del pasado septiembre, en el que Donatella Versace presentó una colección inspirada en la de primavera-verano de 1992.
Carla Bruni, Claudia Schiffer, Naomi Campbell, Cindy Crawford y Helena Christensen cierran el desfile del pasado septiembre, en el que Donatella Versace presentó una colección inspirada en la de primavera-verano de 1992.
Bajo la estricta batuta del nuevo CEO, la firma duplicó su tamaño y dejó de ser una empresa familiar.
 
En 2014, admitía la entrada del grupo inmobiliario Black­stone, uno de los inversores más poderosos del mundo, que adquirió un 20% de la compañía por 1.000 millones de euros.
 En 2015, la firma reportó unas ganancias de 17,2 millones de euros.
 Pero de nuevo llegaron los números rojos.
 En 2016, Versace declaró 7,4 millones de pérdidas. 
Su salida a Bolsa, prevista para ese año, se pospuso para “dar un nuevo impulso a su crecimiento”. Para entonces Donatella había sustituido a Gian Giacomo Ferraris por Jonathan Akeroyd, llegado a ­Versace desde Alexander McQueen. 
“Contratarlo ha sido la mejor decisión que he tomado. Nunca me dice que no. Es británico y tiene una visión más internacional del mundo”.
 Según Akeroyd, la caída de beneficios responde a la fuerte inversión en la apertura de tiendas, y señala que las ventas han crecido un 3,7%.
 “Trabajar con un ejecutivo que no entiende de moda es muy complicado”, apunta Donatella.
 “Cuando lo único que sabe es de números, resulta peligroso. 
Con todos mis respetos, si solo escuchas a la gente de marketing pierdes tu personalidad y acabas siendo como todos los demás”.
 Para Donatella este es, sin duda, uno de los grandes males que aqueja a la industria del lujo actual. 
“Ha llegado el momento de volver a ser arriesgados, divertidos, espontáneos.
 Hay diez veces más marcas que cuando Gianni vivía. Algunas son muy interesantes.
 Pero la mayoría resultan iguales. La monotonía acabará matando la moda”.
 Donatella Versace, con algunos de sus diseños.
Donatella Versace, con algunos de sus diseños.  
 
El sector afronta una crisis estructural.
 Las firmas ya no crecen a un ritmo del 10% anual gracias a las ventas de los países emergentes. 
 Los expertos pronostican que las vacas gordas no volverán.
 Pese a ello, las compañías se encuentran inmersas en drásticas reestructuraciones y cambios estratégicos para mantener los antiguos márgenes de beneficio.
 El mercado chino, determinante en estos planes de negocio, sigue estancado, pero Donatella confía en ampliar la red de 75 tiendas que ya posee en este país. 
Allí Gianni fue, una vez más, pionero. “Llegamos en 1986 cuando no había nadie. Y allí seguiremos”.
La mayor parte de los gigantes de la industria —desde Dior hasta Valentino— han puesto sus esperanzas en los millennials, la generación nacida después de 1980 y que en 2025 acaparará al 45% de los consumidores de productos de lujo, según un estudio de la consultoría Bain & Co. “Son ellos los que deciden qué va a comprar el mercado”, asegura Donatella.
 Pero captar su atención y descubrir qué quieren no resulta sencillo, a juzgar por la cantidad de propuestas fallidas que acumulan las semanas de la moda. 
“Sigo a muchos millennials en Instagram y veo cómo visten.
 Su estética cambia radicalmente de un día a otro.
 No son como nosotros, que teníamos un estilo definido. Pero la clave es que en todos sus looks buscan algo que los diferencie, que les permita expresar su personalidad, algo único”.
 Donatella sabe de lo que habla.
 Sus dos hijos, fruto de un matrimonio de 17 años con el modelo estado­unidense Paul Beck, son millennials. Allegra, de 31 años, está en el consejo de administración de la firma y trabaja en Versus, la línea más asequible de Versace. 
“Daniel, de 28, es un rockstar que cuando llega Navidad me suplica que decore la casa como cuando era pequeño… Ellos cogen una pieza de una colección y la mezclan con sus propios jeans o con algo que no tenga nada que ver.
 Esa es la tendencia. Tienes que darles algo auténtico y que cuente una historia. 
Y con mi última colección yo les he contado una: la historia de los noventa y de cómo empezó todo esto. 
Por eso fue un éxito”.

—Pero la mayor parte de los millennials no tienen dinero…
—Eso no es verdad.
 No hablamos de niños de 15 años, sino de personas de 30. Tienen capacidad para adquirir una camiseta, unos buenos vaqueros, una camisa.

Con Gianni.
Con Gianni.
Genio y figura. 
Su antiguo CEO, Ferraris, asegura que la mayor habilidad de Donatella es la de “proyectarse en el futuro, interactuar con las nuevas generaciones y anticiparse a las tendencias”. 
Siempre ha considerado imprescindible rodearse de jóvenes creadores y ha demostrado tener un olfato infalible para detectar el talento. 
Por Versus han pasado, cuando todavía eran figuras emergentes, Anthony Vaccarello, actual director creativo de Saint Laurent; Virgil Abloh, adalid del street style de lujo, y J. W. Anderson, responsable de Loewe. 
“Cuando vi la primera colección de Anderson no la entendí, pero tenía mucha fuerza. 
Le pedí que interpretase Versace desde su propia perspectiva, no la mía, y me entregó ideas realmente fantásticas”.

Acaba de recibir el premio Icono de Moda del British Fashion Council y en mayo inaugura en el museo MET de Nueva York Heavenly Bodies, una exposición que patrocina y que gira en torno a la influencia del catolicismo en la moda. 
“El Vaticano ha prestado por primera vez 15 piezas. Estoy muy contenta porque, como italiana, el Vaticano son mis raíces”.
 Realmente parece emocionada. 
“No sé por qué se tiene una imagen tan fría de mí.
 Los valores familiares son lo más importante en mi vida, y cuando la gente me conoce se sorprende y me dice que soy muy cercana y cariñosa”.