Isabel Coixet triunfa con tres premios (película, dirección y guion adaptado) en una noche en la que ‘Handia’ se llevó 10 galardones.
Carla Simón gana la estatuilla a la realización novel.
Madrid
Eso le decía la madre de Isabel Coixet al padre de la directora, cuando este la recriminaba por no pegar ni chapa en las tareas de casa.
Lo contó ayer la cineasta, en presencia de su madre.
Y para algo le sirvió. Anoche, cuando parecía que el titular de la 32a edición de la ceremonia de los Premios Goya iba ser algo así como Euskaraz hitz egiten Goya… (Los Goya hablan en euskera), el principal galardón, el de la mejor película, fue para La librería, de Isabel Coixet, que también se llevó su segundo galardón a mejor dirección y otro a guion adaptado, convirtiéndose así en la cineasta con más goyasde la historia, con siete.
Esta vez lo ha ganado en inglés, porque así se lo pedía su historia, un filme de amor por los libros, una apuesta por la gente que brega por sus ideales en situaciones difíciles.
Coixet nunca ha querido que su drama contenga un juego de espejos con la situación actual en Cataluña, sino que es un drama universal que ocurre en Irlanda.
Es la tercera ocasión en que una película dirigida por una mujer gana el premio principal, y la segunda que lo logra Coixet, tras La vida secreta de las palabras, el máximo gesto feminista de los académicos.
La cineasta ha vivido en un huracán los últimos meses, y como dijo hace unos días en un coloquio en EL PAÍS:
“Lo mejor de hablar del feminismo es que ya no me preguntan por Cataluña”.
Si hay una imagen poderosa para cualquier niña que estuviera viendo la gala, para cualquier chica estudiante, que suponen el 65% del alumnado de las escuelas de cine, fue la de Coixet con sus trofeos.
Los tres que obtuvo su trabajo llevaron su premio.
En euskera
La vasca Handia, rodada en euskera y que cuenta la historia de un gigante, se llevó 10 premios, los denominados técnicos, en donde casi hizo el pleno (le faltó el sonido, que se lo llevó Verónica).Del resto, tampoco hubo enormes sorpresas.
No hubo una ganadora nacida en el siglo XXI, como hubiera ocurrido si Sandra Escacena ganaba con Verónica: el premio finalmente recayó en Bruna Cusí, la madre/tía de Verano 1993, rodada en catalán, y su pareja en pantalla, David Verdaguer, también tuvo premio como actor secundario.
Lo que en la alfombra roja empezó a medio gas (no aparecieron los abanicos rojos que repartió CIMA, la asociación de mujeres audiovisuales, hasta las ocho y media, muy tarde para la entrada y el primero en manos de la actriz inglesa Emily Mortimer) y se calentó con muchos directores y cineastas pidiendo cuotas como en Suecia, donde se instauró un sistema que hizo que de 2012 a 2015 el porcentaje de directoras pasara del 26% al 50%, acabó sin embargo con una ceremonia descafeinada, a la que le faltaba una velocidad, en la que probablemente el mejor momento cómico fue el del crítico de cine Carlos Boyero imitando a Carlos Boyero con un guion chanante.
Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla tuvieron momentos a su altura, el de creadores surrealistas, pero momentos, no ritmo.
Y tampoco funcionó la realización, con una gala que se fue hasta las tres horas y cuarto.
Para la posteridad quedarán el grito de libertad artística lanzado por Adelfa Calvo (“las mujeres en el cine tenemos muchas historias bonitas que contar; ojalá actores y actrices podamos trabajar en igualdad); la frase de Leticia Dolera (“os está quedando un campo de nabos feminista precioso”), o la dedicatoria, maravillosa, emotiva, de Carla Simón, con su Goya a mejor dirección novel por Verano 1993, recordando a sus padres biológicos, fallecidos por el sida como los protagonistas de su película, y a todos los que viven con el VIH, “porque se sigue tratando como un estigma”.
Y que Dolera y Paula Ortiz recordaran, a través de las palabras de Federico García Lorca que las mujeres son la mitad de los seres humanos, algo que no se ve en pantalla, donde solo el 38% de los personajes son femeninos.
Sí salió a colación gracias al corto Los desheredados, de Laura Ferrés, que ganó en su categoría tras triunfar en la Semana de la Crítica de Cannes, o a Nathalie Poza, mejor actriz con No sé decir adiós con un “chavala de ahí afuera, salta, abraza tus heridas y conviértelas en arte”.
O “este oficio es muy hermoso, pero también muy cruel, y recuerdo a los compañeros y compañeras a quienes no les suena el teléfono y no tienen la oportunidad de demostrar su talento”, como acabó su discurso Javier Gutiérrez, mejor actor con El autor.
Tan maravilloso como el soplo de naturalidad de Julita Salmerón, la madre de Gustavo Salmerón, que se llevó el cabezón a mejor documental por Muchos hijos, un mono y un castillo.
“Con esto no voy a poder salir con el carrito de la compra”, espetó la matriarca del clan, que al final sí hizo lo que pocas (y pocos): “Dedico esto a todas las madres, bueno y a todas las mujeres”.
De los 28 premios a repartir, en diez hubo ganadoras.
En 32 años de ceremonias aún parece poco botín, pero en esta edición había 30 candidatas de 135 nominados.
El ratio ganador/ finalista mejora si se confía en una cineasta.
Discurso medido
En ausencia de Yvonne Blake, la presidenta de la Academia, que se recupera de un ictus, leyeron el discurso institucional sus vicepresidentes, Mariano Barroso y Nora Navas, un texto que recibió aplausos en la sala, pero que parecía demasiado medido: “Desde hoy y para siempre la Academia de Cine va a ser una referencia en términos de igualdad, respeto y oportunidad.Queremos transmitir a esos y esas adolescentes que hoy van al cine y sueñan con dedicarse a este oficio que no hay límites.
Y que no basta con ponerse delante de una cámara.
Que también necesitamos directoras, montadoras, guionistas, sonidistas, directoras de fotografía, scripts, compositoras... en igualdad de número que los hombres”, dijo Navas.
Prosiguió recordando el Oscar que ganó Blake por diseñar el vestuario de Nicolás y Alejandra, en 1971, para refrescar la memoria al público y señalar que las estatuillas ganadas por actores dejan mucha más huella.
“Queremos demostrar a todas las personas, hombres y mujeres que quieran dedicarse al cine, que la Academia defiende la igualdad profesional de oportunidades.
Solo así haremos que nuestra industria deje de perder el talento que aportan las mujeres para llegar más lejos”.
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Los abanicos no lucieron, lástima, los discursos se fueron diluyendo y así se perdió una oportunidad, la de haber alzado la voz contra los micromachismos que salpican la sociedad española y el cine.
Al final, en un momento inesperado, la más guerrera fue Marisa Paredes, Goya de Honor y presidenta de la Academia durante la gala del No a la guerra:
“Volvería a dar aquel discurso”.
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