Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

2 feb 2018

Volver a ver lo mismo.................................... Patricia Gosálvez

Soponcios, sorpresas y previsibilidad. Telecinco no engancha con el manido formato de ‘Volverte a ver’.

Carlos Sobera entre Damiana y Loli, dos invitadas de 'Volverte a ver'.
Carlos Sobera entre Damiana y Loli, dos invitadas de 'Volverte a ver'.
Al rato de poner Volverte a ver una empieza a echar de menos al perro de Ricky Martin.
 Veinte años después de Sorpresa, sorpresa y la leyenda urbana sobre la niña, el bote de mermelada y el latin lover en el armario, aquella mentira es la única historia que permanece en la memoria colectiva de los miles de dramas humanos verdaderos que durante dos décadas han desfilado por talk shows sentimentales.
 A veces la realidad no supera a la ficción. 
A veces, la realidad es un bodrio.

Volverte a ver (producido por Telecinco y Bulldog TV), que ha conseguido unas audiencias mediocres en torno al 10% el jueves por la noche, regurgita un formato mil veces ensayado en programas como Hay una carta para ti o Hay una cosa que te quiero decir.
  Todo empieza con una persona que tiene un mensaje para otra, variaciones de “te quiero mucho” o “perdón”, así de simple es la vida. 
 En esta enésima resurrección, un emisario famosete (un extronista, un triunfito, la hija de Rocío Jurado, la de Bárbara Rey) hace llegar el mensaje en forma de un objeto simbólico que funciona como una ambigua pista sobre quién es el remitente.
 No es un objeto personal, sino una pieza de decorado artificiosamente traída por los pelos en el guion.
 Ejemplo: en la tercera entrega del programa, que se estrenó el 18 de enero, Miguel Ángel (aquí solo tiene apellido Carlos Sobera), de Bollullos del Condado, le manda un gorro de chef a Reyes, su pareja, porque “es cocinera y nadie mejor que ella cocina la receta del amor”. Aysh.
“Haz que llore, que llore más”. 
Uno de los momentos de más grimilla se produce cuando los invitados sorpresa –Paula Echevarría, Antonio Carmona– intercalan su genuina emoción por la historia de superación del fan al que tienen que sorprender con la implacable autopromoción de su próxima serie o concierto. 

En cada programa hay alguien con labia y un brillo especial. 
 Como Damiana y Loli, las vecinas enfrentadas por “una tontuna” que se perdonaron después de decirse de todo (“ladrona”, “puta”, y “te has acostado con mi hermano, el muerto”), o Mari Carmen, la peluquera con un incurable cáncer (“la enfermedad” no, Sobera) que se enfrenta a lo que le queda con una alegría que desarma. 
Pero son solo destellos, la mayoría de los participantes son simplemente gente maja y valiente, que está enamorada o arrepentida… 
En las más de tres horas por las que se arrastra el programa hay mucha humanidad, pero narrativamente, es todo un aburrimiento.
 Y al final la buena gente se funde en unos abrazos ante los que no cabe el cinismo. 
Volverte a ver está más allá de la ironía.
 Hasta los comentarios de Twitter son un rollo, no da para ponerse tróspido. 
Los participantes marchan del plató felices, encantados de tener un recuerdo para toda la vida, pero para el espectador no hay nada que recordar en Volverte a ver.
 A no ser que alguien empiece ya una leyenda urbana sobre las bambalinas de tanto llanto emocionado.

Si el receptor acepta el “reto”, acaban los dos en un plató con mucho brilli brilli, separados por una pantalla gigante que no perdona un poro, meticulosamente maquillados con rímel waterproof porque todos lloran a moco tendido. El momento '¿sabes quién te ha enviado esto?' se resuelve con un plano cerrado de los ojos del remitente (que en este punto ya están tipo Candy, CandyRemi en latinoamérica). Antes del encuentro final, un vídeo con sentida voz en off, fotos de los implicados y escenas interpretadas por actores, cuenta la historia de la pareja que luego repite machaconamente una y otra parte, azuzada por la campechanía y las tablas de Sobera. En el pinganillo del presentador una imagina despiadadas comandas tipo “Pregúntale por lo más duro de tener un cáncer terminal y dos niños pequeños”; “dile que si alguien sospecha que está pidiendo los apellidos a su padre adoptivo no por amor, sino por interés económico”

 

La policía considera a Robert Wagner “persona de interés” en la muerte de Natalie Wood

Los comentarios de un investigador reabren las sospechas por la muerte de la actriz en 1981, considerada en principio un accidente.

Natiale Wood y Robert Wagner en 1980 en Los Ángeles.

 

El hijo mayor de Fidel Castro se suicida en La Habana

Fidel Castro Díaz-Balart, de 68 años, se quita la vida afectado por una fuerte depresión, según los medios oficiales cubanos.

 
 
Fidel Castro Díaz-Balart, en 2017. FOTO: EFE / VÍDEO: REUTERS
El hijo mayor de Fidel Castro, Fidel Ángel Castro Díaz-Balart, de 68 años, se suicidó este jueves por la mañana en La Habana (Cuba). Hace meses recibía tratamiento por una fuerte depresión, según informan los medios oficialistas cubanos. 
Durante un tiempo estuvo hospitalizado a causa de la enfermedad y actualmente se encontraba en tratamiento ambulatorio.
"El doctor en Ciencias Fidel Castro Díaz-Balart, quien venía siendo atendido por un grupo de médicos desde hace varios meses con motivo de un estado depresivo profundo, atentó contra su vida en la mañana de hoy primero de febrero", detalla el diario Granma.
Castro Díaz-Balart (1 de septiembre de 1949, La Habana) fue el único hijo de Fidel Castro con su primera esposa, Mirta Díaz-Balart, una joven de una prominente familia habanera de la que se divorció en 1955. 
Tenía cinco hermanastros reconocidos, hijos de Castro con su segunda esposa, la maestra Dalia Soto del Valle, y otra hermanastra, Alina Fernández Revuelta, hija de Fidel Castro con su amante Naty Revuelta. 
Por vía materna era primo de dos relevantes políticos anticastristas de Florida, Mario y Lincoln Díaz-Balart.

Hijo de Fidel Castro
Fidel Castro Diaz-Balart con su padre en 2002. AFP
Conocido popularmente como Fidelito y de gran parecido físico con su padre, el caudillo de la revolución cubana, era ingeniero nuclear –el primer cubano con ese grado– y se había especializado en la materia en la Unión Soviética, donde por cuestiones de seguridad cursó estudios y obtuvo sus títulos bajo el seudónimo José Raúl Fernández. 
También era asesor científico del Consejo de Estado de Cuba y vicepresidente de la Academia de Ciencias de Cuba.
 Tenía tres hijos de su matrimonio con la rusa Olga Smirnova, Fidel Antonio, Mirta María y José Raúl.

 Se doctoró en Ciencias Físico Matemáticas por el Instituto de Energía Atómica I. V. Kurchatov, uno de los principales centros de investigaciones atómicas soviéticos, del que fue investigador.
 En 1974 se graduó suma cum laude en Física Nuclear por la Universidad Estatal Lomonosov de Moscú.
Hijo de Fidel Castro
Fidel Castro Diaz-Balart al paso de los restos de su padre en Santiago de Cuba en 2016. AFP
De 1980 a 1992 fue Secretario Ejecutivo de la Comisión de Energía Atómica de Cuba. 
El hijo de Fidel Castro Ruz (1926-2016) fue el responsable de desarrollar la Planta Nuclear de Juraguá (al oeste de la bahía de Cienfuegos), una ciudad nuclear que no llegó a ser completada por el colapso de la Unión Soviética y hoy permanece abandonada.
 El final de aquel enorme proyecto, la inversión más ambiciosa de la Cuba socialista comandada por su progenitor, fue la gran frustración de su carrera.
 En 1992 Granma anunció su destitución al frente de la Secretaría de Asuntos Nucleares y poco después su padre afirmó que se debió a su "ineficiencia en el desempeño de sus funciones". 
Desapareció del escenario hasta 1999, cuando fue nombrado asesor en el Ministerio de la Industria Básica, cargo que compatibilizó con la divulgación científica como físico nuclear.
 En los últimos años había centrado sus intereses científicos en el campo de la nanociencia. Nunca ocupó cargos políticos.
Su contacto con su padre en sus años de crecimiento y formación fue limitado, como reconocía en 2013 en una entrevista con Russia Today:
 "No es un secreto que en los años de mi adolescencia y primera juventud en Cuba había una situación muy compleja (...), e indudablemente tanto él como los otros principales líderes tenían poco contacto.
 No tenían la posibilidad que tiene un ser humano normal de llegar a la casa tranquilo".
"Había un filósofo español, Ortega y Gasset, que decía: "Yo soy yo y mis circunstancias". Eso puede decirlo cualquiera", sonrió, vestido de traje y con su barba idéntica a la del padre. "Y eso lo puedo repetir yo también".


 

La casa de Puigdemont: un tranquilo barrio de ricos cercano a Bruselas




Una de las inmobiliarias confirma que la vivienda se alquiló a un español hace pocos días.

Un coche de policía pasa junto a la supuesta casa alquilada por Puigdemont, este viernes.
Silencio sepulcral.
 El tiempo aparenta estar detenido. 
Algunos vecinos aparecen esporádicamente paseando el perro en una mañana fría —otra más— en el corazón de Valonia. 
Y en el centro de la quietud, una casa, el número 34 de la rue de l'Avocat —la calle del abogado—, aparentemente vacía.
 Nadie abre la puerta al pulsar el timbre, aunque la chimenea expulsa humo blanco como si la calefacción trabajara a pleno rendimiento.
 Es la nueva vivienda elegida por Carles Puigdemont para establecerse en Bélgica, concretamente en Waterloo, a 20 kilómetros de Bruselas.
La mansión cuenta con 550 metros cuadrados, seis habitaciones, tres baños, garaje para cuatro coches y una gran terraza de 100 metros cuadrados que da a un jardín de 1.000 metros cuadrados. Todo por 4.400 euros mensuales.
 Varias inmobiliarias ofrecían la casa hasta hace poco.
 Una de ellas, Victoire, asegura a este diario que la operación se cerró hace unos días, y que el nuevo inquilino es español, sin querer concretar su nombre. 
Según la prensa local, los trámites los realizó el inseparable amigo de Puigdemont, Josep María Matamala, pero desde la empresa que firmó el contrato, Immo Dussart, evitan hacer todo comentario al respecto haciendo gala de una ambigüedad que da que pensar ante lo sencillo que sería desmentir una noticia errónea.
Para la inmobiliaria, la publicación de la ubicación donde el expresident supuestamente habría planeado pasar su retiro belga puede no haber sido lo mejor para sus intereses: después de 90 días de eludir el foco de las cámaras, sumergido en las sombras de la discreción, cuesta imaginar que Puigdemont se mudará a un lugar por todos conocido.
 Pero una vez cerrado el trato, que contempla una fianza de dos meses, dar marcha atrás le saldría caro: concretamente por 8.800 euros.
 El equipo de Puigdemont en Bruselas guarda por ahora silencio. De confirmarse su intención de trasladarse a la ciudad en que Napoleón fue derrotado, significaría toda una declaración de intenciones: pese a flirtear con la idea de volver al Parlament para ser investido como president, nadie descarta que trate de evitar a la justicia quedándose una larga temporada en Bélgica. 
Esa parece también la intención de otro de los huidos, Antoni Comín, establecido en Lovaina.
 Su renuncia definitiva a hacer la maleta y regresar a España supondría confirmar la declaración de rendición que ya esbozó en los mensajes enviados al exconseller Comín. "El plan de Moncloa triunfa. Solo espero que sea verdad y que gracias a esto puedan salir todos de la cárcel porque si no, el ridículo histórico, es histórico...".
Momento en que dos empleadas de la inmobiliaria cierran el acceso a la casa.
Momento en que dos empleadas de la inmobiliaria cierran el acceso a la casa.
La posibilidad de saludar por las mañanas al vecino Puigdemont despierta reacciones encontradas en la zona.
 Christiane, jubilada, camina junto a su perro. 
Hasta ahora desconocía la intención del político catalán de mudarse cerca de ella, pero la idea no le seduce.
 "Bélgica está haciendo el ridículo porque ya tenemos demasiados problemas, y los problemas de España se tienen que resolver en España, no aquí. 
Contra este señor no tengo nada. Ni contra Cataluña ni contra España, pero si no lo quieren aguantar en su país, ¿por qué tenemos que hacerlo nosotros?". 
Otros, en cambio, no ven con malos ojos su incorporación a la comunidad.
 Pierre vive con su novia desde hace pocos meses en este lujoso barrio de Waterloo. "Va a ser bien recibido, esta zona es tranquila. No me molesta que venga, lo trataremos como a un vecino más", afirma.
 Ha oído la noticia en la radio esta mañana, pero aun así, cuando ha visto las cámaras junto a la casa, ha pensado que se estaba rodando una película. 
"Si viene el barrio tendrá más animación mediática, esto es muy tranquilo", dice dándole la bienvenida al fin del aburrimiento.
 La noticia de la próxima venida de Puigdemont ha actuado también como imán de curiosos.
 Un coche se detuvo frente a la puerta unos instantes.
 Su conductor, catalán, está de paso en la zona y solo ha venido a ver la casa por curiosidad.
 No es el único español que circula por el lugar.
 Un vecino asturiano con más de 40 años viviendo en Waterloo también se acerca. 
Sabía que el dueño y su hijo habían estado haciendo reformas, pero desconocía que se había alquilado.
 Aún mantiene la incredulidad sobre la posibilidad de que un día, si necesita sal o azúcar, el que atienda la petición sea el expresident. "Hasta que no le vea salir por la puerta no me lo creo".


 Al menos así lo asegura una información del diario belga L'Echo. No está tan claro: nada está claro en lo relativo a la peripecia belga del expresidente de la Generalitat.