Una de las inmobiliarias confirma que la vivienda se alquiló a un español hace pocos días.
Waterloo
El tiempo aparenta estar detenido.
Algunos vecinos aparecen esporádicamente paseando el perro en una mañana fría —otra más— en el corazón de Valonia.
Y en el centro de la quietud, una casa, el número 34 de la rue de l'Avocat —la calle del abogado—, aparentemente vacía.
Nadie abre la puerta al pulsar el timbre, aunque la chimenea expulsa humo blanco como si la calefacción trabajara a pleno rendimiento.
Es la nueva vivienda elegida por Carles Puigdemont para establecerse en Bélgica, concretamente en Waterloo, a 20 kilómetros de Bruselas.
La mansión cuenta con 550 metros cuadrados, seis habitaciones, tres baños, garaje para cuatro coches y una gran terraza de 100 metros cuadrados que da a un jardín de 1.000 metros cuadrados. Todo por 4.400 euros mensuales.
Varias inmobiliarias ofrecían la casa hasta hace poco.
Una de ellas, Victoire, asegura a este diario que la operación se cerró hace unos días, y que el nuevo inquilino es español, sin querer concretar su nombre.
Según la prensa local, los trámites los realizó el inseparable amigo de Puigdemont, Josep María Matamala, pero desde la empresa que firmó el contrato, Immo Dussart, evitan hacer todo comentario al respecto haciendo gala de una ambigüedad que da que pensar ante lo sencillo que sería desmentir una noticia errónea.
Para la inmobiliaria, la publicación de la ubicación donde el expresident supuestamente habría planeado pasar su retiro belga puede no haber sido lo mejor para sus intereses: después de 90 días de eludir el foco de las cámaras, sumergido en las sombras de la discreción, cuesta imaginar que Puigdemont se mudará a un lugar por todos conocido.
Pero una vez cerrado el trato, que contempla una fianza de dos meses, dar marcha atrás le saldría caro: concretamente por 8.800 euros.
El equipo de Puigdemont en Bruselas guarda por ahora silencio. De confirmarse su intención de trasladarse a la ciudad en que Napoleón fue derrotado, significaría toda una declaración de intenciones: pese a flirtear con la idea de volver al Parlament para ser investido como president, nadie descarta que trate de evitar a la justicia quedándose una larga temporada en Bélgica.
Esa parece también la intención de otro de los huidos, Antoni Comín, establecido en Lovaina.
Su renuncia definitiva a hacer la maleta y regresar a España supondría confirmar la declaración de rendición que ya esbozó en los mensajes enviados al exconseller Comín. "El plan de Moncloa triunfa. Solo espero que sea verdad y que gracias a esto puedan salir todos de la cárcel porque si no, el ridículo histórico, es histórico...".
Christiane, jubilada, camina junto a su perro.
Hasta ahora desconocía la intención del político catalán de mudarse cerca de ella, pero la idea no le seduce.
"Bélgica está haciendo el ridículo porque ya tenemos demasiados problemas, y los problemas de España se tienen que resolver en España, no aquí.
Contra este señor no tengo nada. Ni contra Cataluña ni contra España, pero si no lo quieren aguantar en su país, ¿por qué tenemos que hacerlo nosotros?".
Otros, en cambio, no ven con malos ojos su incorporación a la comunidad.
Pierre vive con su novia desde hace pocos meses en este lujoso barrio de Waterloo. "Va a ser bien recibido, esta zona es tranquila. No me molesta que venga, lo trataremos como a un vecino más", afirma.
Ha oído la noticia en la radio esta mañana, pero aun así, cuando ha visto las cámaras junto a la casa, ha pensado que se estaba rodando una película.
"Si viene el barrio tendrá más animación mediática, esto es muy tranquilo", dice dándole la bienvenida al fin del aburrimiento.
La noticia de la próxima venida de Puigdemont ha actuado también como imán de curiosos.
Un coche se detuvo frente a la puerta unos instantes.
Su conductor, catalán, está de paso en la zona y solo ha venido a ver la casa por curiosidad.
No es el único español que circula por el lugar.
Un vecino asturiano con más de 40 años viviendo en Waterloo también se acerca.
Sabía que el dueño y su hijo habían estado haciendo reformas, pero desconocía que se había alquilado.
Aún mantiene la incredulidad sobre la posibilidad de que un día, si necesita sal o azúcar, el que atienda la petición sea el expresident. "Hasta que no le vea salir por la puerta no me lo creo".
Al menos así lo asegura una información del diario belga L'Echo. No está tan claro: nada está claro en lo relativo a la peripecia belga del expresidente de la Generalitat.
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