El morbo en España es casi tan intenso como la contaminación.
Para combatir la boina de polución que tiene Madrid encima, la edición española de la revista Vanity Fair ha homenajeado como personaje del año a Garbiñe Muguruza
y por primera vez muchos de sus admiradores pudimos verla vestida de
gala, en un Gucci con un hombro al aire y volantes en el otro.
La tenista celebró que el premio recayera en una mujer y se reconoció cómoda en su rol de inspiradora para otras mujeres jóvenes.
“Tiene que hacerse con sacrificio pero el esfuerzo rinde”, señaló levantando el premio.
Perdí una lágrima sobre la moqueta, porque admiro mucho a Muguruza, española y venezolana como yo pero con muchísima más disciplina y colágeno.
La fiesta fue un diez, la revista sigue siendo una publicación que celebra la burbuja y el abismo.
Tamara Falcó estrenó peinado, un flequillo que la hacía, afortunadamente, más Preysler que Falcó y volvió a cruzarse con su papá y su nueva esposa, Esther Doña, para el deleite de los cronistas.
Al parecer, el marqués de Griñón le preguntó a su hija qué hacía allí y Tamara le respondió abriendo mucho los ojos. “Se ha convertido en un nuevo deporte social que Griñón y su nueva esposa se encuentren siempre con sus ex”, sentenció alguien en mi mesa, muy cerca de la presidencial donde aparte de Albert Rivera y su novia estaba la ministra de Agricultura, Pesca y Alimentación con la espalda al aire.
Como estábamos tan cerca, el periodista Josemi Rodríguez-Sieiro la fotografió y se la mandó por WhastApp a Arias Cañete, que tuvo el mismo cargo pero claramente no el mismo físico.
Mientras, un joven banquero se contaminó con las pipas flotantes en la crema de calabaza y tuvieron que enviarlo a casa con Urbason.
Está todo tan contaminado que cada vez hay alergias más raras.
La de pipas de calabaza tiene que ser una lotería, me extraña que se dedique a la inversión.
Josemi decidió que la carne del alérgico no podía quedarse sin comer y me la puso enfrente.
Toda la mesa miró el disparate: Jorge Vázquez, el sensible y brillante diseñador, Ángel Schlesser, el rey del minimalismo, y dos articulistas de la revista. “Debes pasar mucha hambre en Miami”, agregaron mientras devoraba.
Terminé bailando con Tamara en la terraza. Ella se sabe las letras de muchas canciones, incluso de Manolo Tena, y el DJ, al pillarlo, recurrió a uno de los hits de Enrique Iglesias y Tamara, tranquilamente, bailó el éxito de su hermano mientras la sala se inmovilizaba.
El morbo en España es casi tan intenso como la contaminación. Por supuesto, las grandes reinas del cotilleo, con sus móviles en la mano, la interrogaron sobre la boda de su hermana Ana.
Tamara dejó que se agotaran preguntando y solo les dijo: “Habrá sorpresas”.
Sorprendente y deslumbrante fue el collar que llevó Carmen Cervera.
Estuvimos, por un momento, solos. La felicité por los 25 años del museo. “Han pasado cosas”, me dijo, “Pero seguimos”.
Batallaba porque mi mirada no se desplazara sobre el collar de aguamarinas del tamaño de pequeñas piscinas azuladas.
Ella me tomó de la mano. “Estoy tan preocupada por Venezuela. Tiene que pasar algo”. Uno de sus maridos fue Espartaco Santoni, un mito social de la Venezuela saudita, que se portó fatal con ella en sus memorias.
Preferí cambiar de tema y felicitarla por la extraordinaria exposición sobre Toulouse Lautrec y Picasso. “A mí me apasiona Toulouse.
Todo el mundo le quería porque era un antihéroe”.
La vida debería ser una fiesta.
Pero no lo es. A la mañana siguiente, resacoso, recordé que también estuve un rato con el exduque de Lugo, Jaime de Marichalar, intercambiando impresiones acerca de Miami.
A él no le gusta, a mí me han dado las llaves de la ciudad. Y me topé con unas declaraciones del exduque de Palma, Iñaki Urdangarin, a las que ha tenido acceso El Mundo.
“No se puede demandar al olmo por no dar peras”, dice en el escrito donde solicita su absolución.
Un nuevo episodio del larguísimo juicio del caso Nóos. España es un país de ex.
Y qué diferentes son sus vidas. A Marichalar lo ves disfrutar de un festejo y a lo mejor los Urdangarin tendrían menos problemas si en vez de meterse en asociaciones sin ánimo de lucro se hubieran dedicado a ir a fiestas como las que ofreció Madrid esta semana. Habrían bebido más, pero contaminado menos.
Sin la boina que tienen encima.
La tenista celebró que el premio recayera en una mujer y se reconoció cómoda en su rol de inspiradora para otras mujeres jóvenes.
“Tiene que hacerse con sacrificio pero el esfuerzo rinde”, señaló levantando el premio.
Perdí una lágrima sobre la moqueta, porque admiro mucho a Muguruza, española y venezolana como yo pero con muchísima más disciplina y colágeno.
La fiesta fue un diez, la revista sigue siendo una publicación que celebra la burbuja y el abismo.
Tamara Falcó estrenó peinado, un flequillo que la hacía, afortunadamente, más Preysler que Falcó y volvió a cruzarse con su papá y su nueva esposa, Esther Doña, para el deleite de los cronistas.
Al parecer, el marqués de Griñón le preguntó a su hija qué hacía allí y Tamara le respondió abriendo mucho los ojos. “Se ha convertido en un nuevo deporte social que Griñón y su nueva esposa se encuentren siempre con sus ex”, sentenció alguien en mi mesa, muy cerca de la presidencial donde aparte de Albert Rivera y su novia estaba la ministra de Agricultura, Pesca y Alimentación con la espalda al aire.
Como estábamos tan cerca, el periodista Josemi Rodríguez-Sieiro la fotografió y se la mandó por WhastApp a Arias Cañete, que tuvo el mismo cargo pero claramente no el mismo físico.
Mientras, un joven banquero se contaminó con las pipas flotantes en la crema de calabaza y tuvieron que enviarlo a casa con Urbason.
Está todo tan contaminado que cada vez hay alergias más raras.
La de pipas de calabaza tiene que ser una lotería, me extraña que se dedique a la inversión.
Josemi decidió que la carne del alérgico no podía quedarse sin comer y me la puso enfrente.
Toda la mesa miró el disparate: Jorge Vázquez, el sensible y brillante diseñador, Ángel Schlesser, el rey del minimalismo, y dos articulistas de la revista. “Debes pasar mucha hambre en Miami”, agregaron mientras devoraba.
Terminé bailando con Tamara en la terraza. Ella se sabe las letras de muchas canciones, incluso de Manolo Tena, y el DJ, al pillarlo, recurrió a uno de los hits de Enrique Iglesias y Tamara, tranquilamente, bailó el éxito de su hermano mientras la sala se inmovilizaba.
El morbo en España es casi tan intenso como la contaminación. Por supuesto, las grandes reinas del cotilleo, con sus móviles en la mano, la interrogaron sobre la boda de su hermana Ana.
Tamara dejó que se agotaran preguntando y solo les dijo: “Habrá sorpresas”.
Estuvimos, por un momento, solos. La felicité por los 25 años del museo. “Han pasado cosas”, me dijo, “Pero seguimos”.
Batallaba porque mi mirada no se desplazara sobre el collar de aguamarinas del tamaño de pequeñas piscinas azuladas.
Ella me tomó de la mano. “Estoy tan preocupada por Venezuela. Tiene que pasar algo”. Uno de sus maridos fue Espartaco Santoni, un mito social de la Venezuela saudita, que se portó fatal con ella en sus memorias.
Preferí cambiar de tema y felicitarla por la extraordinaria exposición sobre Toulouse Lautrec y Picasso. “A mí me apasiona Toulouse.
Todo el mundo le quería porque era un antihéroe”.
La vida debería ser una fiesta.
Pero no lo es. A la mañana siguiente, resacoso, recordé que también estuve un rato con el exduque de Lugo, Jaime de Marichalar, intercambiando impresiones acerca de Miami.
A él no le gusta, a mí me han dado las llaves de la ciudad. Y me topé con unas declaraciones del exduque de Palma, Iñaki Urdangarin, a las que ha tenido acceso El Mundo.
“No se puede demandar al olmo por no dar peras”, dice en el escrito donde solicita su absolución.
Un nuevo episodio del larguísimo juicio del caso Nóos. España es un país de ex.
Y qué diferentes son sus vidas. A Marichalar lo ves disfrutar de un festejo y a lo mejor los Urdangarin tendrían menos problemas si en vez de meterse en asociaciones sin ánimo de lucro se hubieran dedicado a ir a fiestas como las que ofreció Madrid esta semana. Habrían bebido más, pero contaminado menos.
Sin la boina que tienen encima.