Siempre entre las nubes hay esos huequitos de Sol que te dan valor.
Un Blues
Del material conque están hechos los sueños
24 nov 2017
Nueva York en la edad del pavo...................... Luz Sánchez-Mellado
En el regreso andando al hotel, a las chicas les
dio por entrar en el lobby del Hotel Plaza para ver al
paisanaje de ricos vestidos como para recoger el Oscar, mientras una se
quedaba fuera rumiando su envidia, perdón, rencor de clase. En la
enésima travesía de la Quinta, además de a la primera Trump Tower, las
chicas le echaron el ojo a la primera Niketown, unos mamotretos de
cuatro plantas a mayor gloria de las zapatillas homónimas que proliferan
por la ciudad y donde, me informó gentilmente la pequeña, estaban las
deportivas de sus sueños. Las Nike Vapor: 190 dólares de vellón —“al
cambio son solo 150 euros, mamá, chaval”, me matizó la bróker de la
familia— por un par de abarcas de telilla, ni de cuero ni de nada, y
suela de blandiblub transparente. “Ni de coña”, fue mi cordial respuesta.
Una tienda de ropa en Canal Street (Nueva York).Cristian BaitgGetty
Los días que siguieron fueron de vértigo. Jornadas de 12
horas pateándose la ciudad por arriba y por abajo para comprobar, entre
otras cosas, que hay más que altas torres bajo el skyline.
Especialmente maravilladas quedaron las chicas con la visita a
Washington Square, con sus ardillas por los parterres; el campus urbano
de la Universidad de Nueva York, con sus estudiantes de todos los
colores y tonelajes; Greenwich Village, con sus maravillosas casas de
ladrillo y forjado, y Bleecker Street, con sus tiendas tan cuquis como
prohibitivas. En cada esquina, las chicas creían ver a los protagonistas
de sus series favoritas, hasta que un día, brujuleando por Madison
Avenue, donde pasea la cotorra de Blake Lively en Gossip Girl,
llena de opulentos portales con porteros de librea y tiendas de lujo que
te hacen sentir un pordiosero, la pequeña soltó, sin saberlo, el
resumen del viaje. “Mamá, tío, vale que los neoyorquinos te miren por
encima del hombro, pero es que hasta los perros saben que son de Nueva
York y nos perdonan la vida a las personas humanas”. A ver quién le
llevaba la contraria.
Tienda de lencería de Victoria’s Secret en Nueva York.Alamy
La obligada romería por el puente de Brooklyn, en un día espectacular en el que el skyline lucía tan real que parecía de atrezo, fue otro puntazo. Se podría hacer una película de dibujos animados con los cientos de selfies que nos hicimos cada 10 pasos. El garbeo por el Meatpacking District y el Highline,
una pasarela que serpentea por Manhattan a la altura de un tercer piso y
donde una hizo decenas de paradas no solo para admirar el paisaje, sino
para descansar los pies que le ardían por mucha zapatilla que hubiera
estrenado, completaron otro día épico. ¡Las zapatillas! Las Vapor de los
testículos. En busca de ellas, por si se obraba el milagro de hallarlas
más baratas, fuimos al Soho, a otra Niketown de marras, de donde
salimos con dos palmos de narices y el morro de la pequeña cada vez más
prominente. Las novedades no se rebajan, catetas, nos informaron
amablemente los de la tienda. El paseo por el cercano Chinatown no
arregló precisamente las cosas. Muy típico, muy abigarrado, muy
agobiante, el barrio. Y un gran sitio para descubrir el verdadero
significado del latinajo horror vacui. La vuelta a nuestra zona
de confort de la Quinta Avenida, con la correspondiente visita a un
macro Victoria’s Secret, ese templo de la lujuria choni, y el cargamento
de decenas de botes de colonia a seis pavos para regalar a las
amiguitas de las niñas, templó un poco los ánimos.
Placa en el munumento conmemorativo del 11 de Septiembre, en Nueva York.Jason DoiyGetty
El momento más emocionante, sin embargo, fue la visita al
nuevo World Trade Center, con la evocadora ausencia de las Torres
Gemelas. Ni mi mayor ni mi pequeña tienen más recuerdo del 11-S que las
imágenes de la tele. La primogénita tenía cuatro años y la benjamina era
una recién nacida. La visión del memorial a las víctimas,
una especie de oda al vacío de las torres con sendos balcones corridos a
sendas cortinas de agua desaguando al centro de la tierra y un rosario
de rosas junto a algunos de los nombres de los muertos que cumplían años
ese día, nos puso el corazón en un puño y un nudo en la garganta. Para
deshacerlo, nos marcamos una razzia al Century 21, un centro
comercial de rebajas en pleno WTC donde servidora trincó al vuelo tres
vestidazos de Calvin Klein ultrarrebajados y del que las chicas tuvieron
que sacarme con fórceps porque de las Nike Vapor, ni rastro.
Turistas fotografiándose junto al Toro de Wall Street, del escultor Arturo Di Modica.Alamy
Alcanzado el consenso de que era mejor ver la Estatua de la
Libertad con perspectiva y no comernos la cola para subírsele a la
chepa, otra mañana cogimos el ferri a Staten Island, lo único gratis del viaje
además de los vasos de agua que te sirven en todas partes antes incluso
de que pidas la comanda. En efecto, la estatua palidece al lado del
encanto del viaje y de la acongojante presencia de la patrulla de
guardacostas que escolta al barco con un tipo apuntándote directamente
con un fusil de caerte de espaldas: cero bromas. Tras comer en la
encantadora terraza del muelle, se impuso un paseo por Wall Street, la Bolsa y la otra Trump Tower
justo a la hora de salida de los curritos con sus trajes, sus corbatas y
sus caras de cansancio de siglos, demostrando que en todos los sitios
cuecen menús del día, aunque sean de cinco estrellas. Bueno, eso lo vi
yo, que soy muy cotilla, en la hora y media que las chicas pasaron
haciendo cola para tocarle las gónadas al dichoso toro de la fortuna y
hacerse el correspondiente selfie. “Venga, mamá, tío, pesada, qué te cuesta”, me increpaba mi prole, pero servidora dijo que por ahí sí que no pasaba.
Local de hamburguesas en el parque de Madison Square, en Manhattan.Sean PavoneGetty
Algunas respuestas
Para el último día, sábado, optamos por un plan tranquilo,
en parte porque a las seis de la tarde teníamos que salir pitando al
aeropuerto, en parte porque entre el cansancio acumulado y la depresión
prepartida ya no podíamos con nuestras almas. Como, por pura ley de
Murphy, elegimos el único día nublado para subir al mirador del One World Trade Center
y nos quedamos compuestas y sin vistas, lo compensamos con un paseo por
el puerto. Allí, en Fulton Market nos llevamos la postal de los
neoyorquinos de verdad nadando en su salsa con sus niños, sus
monopatines, sus perros y sus litronas de Starbucks en ristre. Total, que llegamos a NY con muchas preguntas y nos fuimos
con algunas respuestas. Íbamos a ser las reinas de la noche y a las
nueve estábamos tan reventadas que lo único que queríamos era
agenciarnos sendos yogures de medio kilo y rebozarnos en la cama del
hotel viendo Sexo en Nueva York en Nueva York, como dijo mi bebota,
hasta el día siguiente. Las vistas son inmejorables, pero algunos
olores a cloaca, a comida y a cuerpos te noquean viva. El desfile humano
del metro y de la superficie, con seres bellísimos y despojos humanos
tirados literalmente por los suelos, es fascinante. Y, sí, confieso. El
último día a última hora aflojé los pernos y los 190 pavos y, previa
promesa de no pedir nada para Papá Noel ni Reyes ni cumpleaños ni santos
ni demás fastos en lo que queda de año, le di el plácet a la nena para
comprarse las dichosas zapatillas. Mira, qué drama. No las encontraba ni
vivas ni muertas en su número. Hasta que, cinco minutos de reloj antes
de coger la furgoneta al aeropuerto, apareció con ellas puestas. Es más
mona…
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