23 oct 2017
22 oct 2017
Melanie Griffith desvela que su epilepsia mejoró al separarse de Banderas
“El divorcio fue la verdadera cura para mí” confiesa la actriz que relaciona los ataques más severos a momentos de gran estrés.
La actriz estadounidense Melanie Griffith, de 60 años, ha revelado que sufre epilepsia desde hace varios años y ha asegurado que su enfermedad ha mejorado tras separase del actor español Antonio Banderas.
“El divorcio fue la verdadera cura para mí”, ha comentado la intérprete durante unas charlas organizadas por Women’s Brain Heatlh Initiative el pasado miércoles en Los Ángeles y según recoge el medio The Hollywood Reporter.
Según Griffith, los ataques epilépticos más graves que ha sufrido estos años han coincidido con situaciones de estrés que estaba viviendo en ese momento, pero los médicos tardaron 20 años en diagnosticarle la enfermedad.
“Nunca supe por qué sucedía.
Los dos últimos ataques me dieron a bordo de un barco en Cannes. Tuve una gran convulsión y me llevaron al médico, luego volvimos al yate y me dio otra.
Cuando volví a Estados Unidos fue cuando me dijeron que tenía epilepsia, algo que nunca me habían dicho en estos 20 años”, ha explicado.
“Me he estado medicando durante estos últimos cuatro años y no he vuelto a tener otra convulsión tan fuerte, pero en este periodo también me he divorciado, que creo que fue la verdadera cura para mí”,
ha añadido la actriz, ocasionado la risa entre los presentes.
En el evento también participaron la actriz Sharon Stone, que hizo de anfitriona y también habló del derrame cerebral que sufrió en 2001, la productora de cine Paula Wagner, y el cantautor Rufus Wainwright, entre otros.
Banderas y Griffth se divorciaron en 2014 después de 18 años de matrimonio y una hija en común, Stella del Carmen, de 21 años. Tras su separación ambos mantienen una relación cordial y siguen en contacto como ha demostrado su hija en varias ocasiones en sus redes sociales, donde aparecen los tres juntos.
La intérprete de películas como Armas de mujer o Lolita ya había estado casada previamente en otras dos ocasiones, con los actores Don Johnson, con quien tuvo a su hija la también actriz Dakota Johnson de 28 años, y Steven Bauer, padre de su hijo Alexander Bauer de 32 años.
“Ya no me siento estresada.
Las mujeres nos hacemos cargo de la familia, tenemos el marido, una vida, los niños, la casa, trabajamos, no podemos dormir por la noche porque estamos levantados con los hijos...
Creo que no he dormido bien en los últimos 35 años. Todavía no lo hago.
Mi ciclo de sueño está totalmente jodido", ha culminado Griffith su intervención.
ampliar foto Melanie Griffith y Antonio Banderas en la graduación de su hija Stella del Carmen en junio de 2015. CO
Epiplepsia o síndrome de Abstinencia? como Sharon Stone, hemmorragia cerebral o exceso de ciertas cosas que no son buenas para la salud. Melani en tu juventud jugaste a todo. Y eso pasa factua. Olvida a Bandeas...y no sé si serás mejor o peor....él pues parece que si.
Heredar la fama se quiera o no............................ Mábel Galaz
Cayetana Rivera no rehúye la popularidad, mientras que Andrea Janeiro la rechaza e Isa Pantoja la ha convertido en su negocio.
De padres famosos y nieta de dos grandes de la escena social española, la duquesa de Alba y Carmen Ordóñez, la joven ha sido un rostro perseguido por la prensa desde que nació.
Sus padres la han protegido hasta que la ley ha dejado de estar con ellos.
Por eso a las redacciones de los medios de comunicación llegaron ese día tres fotos de Tana con su progenitor, que quiso así acompañarla en el complicado tránsito del anonimato a la primera página.
Estos niños que nacen de la fama de sus padres heredan la fama de ellos, y heredan aceptarla o no según la educación que hayan tenido.
No me sorprende que la hija de Belén huya de todo lo que su madre dió a medios de cotilleos, como la Hija de la Pantoja que su fama la vende con amorios, no es una niña pero es madre y parece nada respetable.
Quizás estas madres y padres famosos creyendo que les daban todo solo dieron "Soledades" que cada uno remedió " como supo, la hija de Fran Rivera y la duquesita de miniatura es posible que se salga de los patrones de las otras dos o quizás no.
En el caso de la nieta de Cayetana Alba su anonimato era relativo, porque de ella se ha hablado y mucho en los medios e incluso se ha vislumbrado su imagen cuando ha acudido a citas familiares importantes, como la segunda boda de su padre. Pixelar su rostro no la ha hecho del todo invisible. Ahora, ya sí, Tana puede ser fotografiada en cuanto ponga el pie en la calle. No busca la fama pero no la va a rehuir.
No le sucede lo mismo a Andrea Janeiro, que tiene por madre a una de las mujeres más famosas y polémicas de la televisión: Belén Esteban.La joven este verano también alcanzó la mayoría de edad y se vio por primera vez su rostro en los medios, aunque desde hace años su madre se encargó de hablar de ella en los programas y en las revistas, incluso de contar al detalle la batalla con Jesulín de Ubrique, su padre, para que se interesara por su educación.
Andrea no quiere ser famosa y ha prohibido a su madre que hable más de ella.
Por eso, entre otras cosas, se ha marchado este año a estudiar a Reino Unido
. Quiere poner distancia con los fotógrafos que desde niña han seguido sus pasos.
Belén Esteban se siente culpable de la exposición a la que ha sometido a su hija porque se da cuenta de que ella no desea heredar su popularidad.
Madrid
No le sucede lo mismo a Andrea Janeiro, que tiene por madre a una de las mujeres más famosas y polémicas de la televisión: Belén Esteban. La joven este verano también alcanzó la mayoría de edad y se vio por primera vez su rostro en los medios, aunque desde hace años su madre se encargó de hablar de ella en los programas y en las revistas, incluso de contar al detalle la batalla con Jesulín de Ubrique, su padre, para que se interesara por su educación. Andrea no quiere ser famosa y ha prohibido a su madre que hable más de ella. Por eso, entre otras cosas, se ha marchado este año a estudiar a Reino Unido. Quiere poner distancia con los fotógrafos que desde niña han seguido sus pasos. Belén Esteban se siente culpable de la exposición a la que ha sometido a su hija porque se da cuenta de que ella no desea heredar su popularidad.
La tonadillera educó a Isa para que viviera al margen de los medios, obligándola a estudiar y manteniéndola todo lo que pudo en la finca Cantora.
Tanto la escondió que ella se sintió como secuestrada.
Hace tres años, el día en que cumplía los 18, su madre emitía un comunicado con el que anunciaba lo que era un secreto a voces, solo protegido porque la ley obligaba: la joven esperaba su primer hijo.
“Su embarazo ha sido fruto de una relación estable y duradera de amor, así como plenamente consciente y deseado. Ruego que se respete su intimidad”dijo la cantante.
Desde ese día, Isa Pantoja no ha hecho otra cosa que vender su vida.
Heredar la fama, a ella, le ha resultado rentable.
La próxima en cumplir 18 años es Alejandra Rubio, la hija de Terelu Campos.
“Al ver lo de Tana, pensé: la que se nos viene encima”, ha dicho la presentadora.
“Creo que Alejandra ha aprendido que tiene que tomarse las cosas con la mayor naturalidad. Que te hagan una foto no es una cosa terrorífica.
Pero ella será más Andrea que Isa”.
Los Pactos de la Moncloa, el acuerdo que cambió España hace 40 años
Miren la foto y verán que hay gente que ya no está.No nos va a enseñar nadie hacer encaje de bolillos, asi que empiecen ya el aprendizaje.
Todas las fuerzas políticas y territoriales se concertaron para establecer unas bases sobre las que modernizar el país.
Este miércoles, 25 de octubre, se cumplen 40 años de la firma de los Pactos de la Moncloa (fueron dos, denominados Acuerdo sobre el programa de saneamiento y reforma de la economía y Acuerdo sobre el programa de actuación jurídica y política),
que se convirtieron en un paradigma mundial de diálogo y convivencia
democrática entre todas las fuerzas políticas y territorios (incluidos,
evidentemente, los nacionalistas vascos y catalanes).
Los pactos permitieron a España iniciar el camino de la modernización que la llevaría a integrarse en la Unión Europea y a tener uno de los periodos más largos de prosperidad de su historia.
La
radiografía de aquella España de 1977 presentaba, en el terreno
económico, un cuadro clínico explosivo que revelaba unas cifras que se
parecían poco a las que había manejado la oficialidad franquista.
Era una economía muy intervenida que llegaba duramente lacerada por la crisis económica mundial causada por el encarecimiento de los precios del petróleo tras la guerra del Yom Kippur entre árabes e israelíes de 1973.
El PIB era de 9,1 billones de pesetas, con un PIB por habitante equivalente a 3.000 dólares (hoy supera los 28.000 dólares); un crecimiento en términos reales del 2,8% que parecía sólido, pero con un consumo privado más débil, en torno al 1,5%.
El déficit público (en torno al 2%) no era alarmante, pero no incluía muchos organismos autónomos o empresas públicas e industrias que luego tendrían que pasar por la reconversión.
La inflación estaba oculta por la Junta Superior de Precios (JSP) y aquel año se disparó hasta un escalofriante 26,4%, aunque en algún momento del año llegó a rebasar el 30%, y los tipos de interés para créditos personales superaban el 10%, aunque no tardarían en sobrepasar el 20%.
También apareció entonces otro de los graves problemas estructurales de la economía española, que se ha instalado a lo largo de los 40 años, el desempleo, que se vio alimentado por la vuelta de muchos emigrantes, en parte atraídos por la apertura, pero también porque la crisis del petróleo había hecho mella en los países en los que se encontraban.
En 1973, los parados rondaban los 325.000, según la Encuesta de Población Activa (EPA).
En diciembre de 1976 había pasado a 627.990 y a 760.060 un año después, para superar el millón a finales de 1978.
La tasa de paro sobre la población activa era a finales de 1977 de 5,69%.
Desde entonces se desbocó hasta superar el 25% y los cinco millones de desempleados de los últimos años.
Los pactos permitieron a España iniciar el camino de la modernización que la llevaría a integrarse en la Unión Europea y a tener uno de los periodos más largos de prosperidad de su historia.
Era una economía muy intervenida que llegaba duramente lacerada por la crisis económica mundial causada por el encarecimiento de los precios del petróleo tras la guerra del Yom Kippur entre árabes e israelíes de 1973.
El PIB era de 9,1 billones de pesetas, con un PIB por habitante equivalente a 3.000 dólares (hoy supera los 28.000 dólares); un crecimiento en términos reales del 2,8% que parecía sólido, pero con un consumo privado más débil, en torno al 1,5%.
El déficit público (en torno al 2%) no era alarmante, pero no incluía muchos organismos autónomos o empresas públicas e industrias que luego tendrían que pasar por la reconversión.
La inflación estaba oculta por la Junta Superior de Precios (JSP) y aquel año se disparó hasta un escalofriante 26,4%, aunque en algún momento del año llegó a rebasar el 30%, y los tipos de interés para créditos personales superaban el 10%, aunque no tardarían en sobrepasar el 20%.
También apareció entonces otro de los graves problemas estructurales de la economía española, que se ha instalado a lo largo de los 40 años, el desempleo, que se vio alimentado por la vuelta de muchos emigrantes, en parte atraídos por la apertura, pero también porque la crisis del petróleo había hecho mella en los países en los que se encontraban.
En 1973, los parados rondaban los 325.000, según la Encuesta de Población Activa (EPA).
En diciembre de 1976 había pasado a 627.990 y a 760.060 un año después, para superar el millón a finales de 1978.
La tasa de paro sobre la población activa era a finales de 1977 de 5,69%.
Desde entonces se desbocó hasta superar el 25% y los cinco millones de desempleados de los últimos años.
Este miércoles, 25 de octubre, se cumplen 40 años de la firma de los Pactos de la Moncloa (fueron dos, denominados Acuerdo sobre el programa de saneamiento y reforma de la economía y Acuerdo sobre el programa de actuación jurídica y política),
que se convirtieron en un paradigma mundial de diálogo y convivencia
democrática entre todas las fuerzas políticas y territorios (incluidos,
evidentemente, los nacionalistas vascos y catalanes). Los pactos
permitieron a España iniciar el camino de la modernización que la
llevaría a integrarse en la Unión Europea y a tener uno de los periodos
más largos de prosperidad de su historia.
La
radiografía de aquella España de 1977 presentaba, en el terreno
económico, un cuadro clínico explosivo que revelaba unas cifras que se
parecían poco a las que había manejado la oficialidad franquista. Era
una economía muy intervenida que llegaba duramente lacerada por la
crisis económica mundial causada por el encarecimiento de los precios
del petróleo tras la guerra del Yom Kippur
entre árabes e israelíes de 1973. El PIB era de 9,1 billones de
pesetas, con un PIB por habitante equivalente a 3.000 dólares (hoy
supera los 28.000 dólares); un crecimiento en términos reales del 2,8%
que parecía sólido, pero con un consumo privado más débil, en torno al
1,5%. El déficit público (en torno al 2%) no era alarmante, pero no
incluía muchos organismos autónomos o empresas públicas e industrias que
luego tendrían que pasar por la reconversión. La inflación estaba
oculta por la Junta Superior de Precios (JSP) y aquel año se disparó
hasta un escalofriante 26,4%, aunque en algún momento del año llegó a
rebasar el 30%, y los tipos de interés para créditos personales
superaban el 10%, aunque no tardarían en sobrepasar el 20%.
También apareció entonces otro de los graves problemas estructurales de la economía española, que se ha instalado a lo largo de los 40 años, el desempleo, que se vio alimentado por la vuelta de muchos emigrantes, en parte atraídos por la apertura, pero también porque la crisis del petróleo había hecho mella en los países en los que se encontraban. En 1973, los parados rondaban los 325.000, según la Encuesta de Población Activa (EPA). En diciembre de 1976 había pasado a 627.990 y a 760.060 un año después, para superar el millón a finales de 1978. La tasa de paro sobre la población activa era a finales de 1977 de 5,69%. Desde entonces se desbocó hasta superar el 25% y los cinco millones de desempleados de los últimos años.
Además, el peso del sector primario era todavía alto.
De los 12,5 millones de trabajadores ocupados que había en 1977 (casi 19 millones en la actualidad), 2,5 millones lo estaban en agricultura (ahora hay menos de un millón) y más de 5,3 millones ya estaban en el sector servicios, cifra que en la actualidad ha crecido hasta los 14 millones.
El turismo, la primera industria nacional, trajo a España 34 millones de visitantes, bastante menos de la mitad de los más de 80 millones que se esperan para este año si no se tuercen las previsiones por la crisis catalana.
El sector empresarial era una mezcla de monopolios y oligopolios, controlados en su mayor parte por el Estado, que había acogido en su seno a empresas quebradas de todo signo y condición como solución alternativa al cierre antes de tener que enfrentarse a problemas sociales.
Era una economía intervencionista y rígida que no tenía capacidad competitiva, en la que la JSP fijaba el valor de compra de los artículos básicos mediante los escandallos de costes.
Una antigualla franquista.
Todo estaba roto o descosido.
La decisión del Gobierno de Suárez (UCD), recién salido de las urnas el 15-J, de devaluar la peseta casi un 20% era un síntoma claro de la crítica situación que vivía el país.
Con los precios desbocados y la estructura social maltrecha no cabía otra salida que buscar un gran acuerdo nacional con la participación de todas las fuerzas políticas y sociales.
Suárez encargó a Enrique Fuentes Quintana, vicepresidente al frente del área económica, y a Fernando Abril Martorell, vicepresidente encargado del área política, que pusieran en marcha la maquinaria para corregir las grandes lacras que lastraban la economía española: la inflación, el desempleo y el fuerte déficit exterior, que superaba los 11.000 millones de dólares.
Estaban en marcha los Pactos de la Moncloa. Se trataba de involucrar a todos.
“O los demócratas acaban con la crisis económica o la crisis acaba con la democracia”, afirmó Fuentes Quintana recuperando una frase de un político republicano de 1932.
Y allí estaban invitados los políticos que venían del franquismo con ánimos de cambio y los partidos de izquierda; los sindicatos, recién salidos de las catacumbas, y los empresarios, que acababan de constituir la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE).
“La idea era un ajuste general para luego abordar una
Constitución para todos y no que estuviera partida, ése era el sentido
profundo de aquellos pactos”, sostiene José Luis Leal, entonces director general de Política Económica.
Leal, que luego sería ministro de Economía con UCD, formó el equipo que redactó el documento técnico base para los pactos junto a Manuel Lagares, subsecretario de Economía; Luis Ángel Rojo, director del Servicio de Estudios del Banco de España, y Blas Calzada, director general de Estadística.
Abril negoció primero con Carrillo, lo que no agradó mucho al PSOE, que había salido de las elecciones generales con una clara perspectiva de llegar al poder.
Quizá por ello mostró bastantes reticencias a dar su respaldo, cuando la propia UGT (su sindicato hermano) no los veía mal.
Sin embargo, Felipe González accedió a firmar. “Había un evidente riesgo de descarrilamiento, los ingresos no iban bien, la balanza exterior presentaba un enorme déficit, empezaba a aflorar el desempleo..., la situación era insostenible”, afirma Carlos Solchaga, que unos años después sería ministro de Industria con el PSOE y, después, de Economía.
La ausencia de los sindicatos y la patronal de la histórica foto de la firma en la Moncloa se debió, según recuerdan algunos de los protagonistas, a que los pactos tuvieran más la rúbrica política de las fuerzas representadas en el Parlamento.
“Los Pactos de la Moncloa se hicieron porque los sindicatos nos negamos a hacer el pacto social que nos proponía Suárez”, recuerda Nicolás Sartorius, dirigente entonces de Comisiones Obreras y del PCE;
“le sugerimos que lo importante era alcanzar un acuerdo económico y político.
Si hubiera alcanzado un pacto social con nosotros, probablemente habría pasado de buscar acuerdos tan amplios con los partidos como los que dieron lugar a los Pactos de la Moncloa”.
También apareció entonces otro de los graves problemas estructurales de la economía española, que se ha instalado a lo largo de los 40 años, el desempleo, que se vio alimentado por la vuelta de muchos emigrantes, en parte atraídos por la apertura, pero también porque la crisis del petróleo había hecho mella en los países en los que se encontraban. En 1973, los parados rondaban los 325.000, según la Encuesta de Población Activa (EPA). En diciembre de 1976 había pasado a 627.990 y a 760.060 un año después, para superar el millón a finales de 1978. La tasa de paro sobre la población activa era a finales de 1977 de 5,69%. Desde entonces se desbocó hasta superar el 25% y los cinco millones de desempleados de los últimos años.
De los 12,5 millones de trabajadores ocupados que había en 1977 (casi 19 millones en la actualidad), 2,5 millones lo estaban en agricultura (ahora hay menos de un millón) y más de 5,3 millones ya estaban en el sector servicios, cifra que en la actualidad ha crecido hasta los 14 millones.
El turismo, la primera industria nacional, trajo a España 34 millones de visitantes, bastante menos de la mitad de los más de 80 millones que se esperan para este año si no se tuercen las previsiones por la crisis catalana.
El sector empresarial era una mezcla de monopolios y oligopolios, controlados en su mayor parte por el Estado, que había acogido en su seno a empresas quebradas de todo signo y condición como solución alternativa al cierre antes de tener que enfrentarse a problemas sociales.
Era una economía intervencionista y rígida que no tenía capacidad competitiva, en la que la JSP fijaba el valor de compra de los artículos básicos mediante los escandallos de costes.
Una antigualla franquista.
Era una economía intervencionista y rígida sin capacidad competitiva
La decisión del Gobierno de Suárez (UCD), recién salido de las urnas el 15-J, de devaluar la peseta casi un 20% era un síntoma claro de la crítica situación que vivía el país.
Con los precios desbocados y la estructura social maltrecha no cabía otra salida que buscar un gran acuerdo nacional con la participación de todas las fuerzas políticas y sociales.
Suárez encargó a Enrique Fuentes Quintana, vicepresidente al frente del área económica, y a Fernando Abril Martorell, vicepresidente encargado del área política, que pusieran en marcha la maquinaria para corregir las grandes lacras que lastraban la economía española: la inflación, el desempleo y el fuerte déficit exterior, que superaba los 11.000 millones de dólares.
Estaban en marcha los Pactos de la Moncloa. Se trataba de involucrar a todos.
“O los demócratas acaban con la crisis económica o la crisis acaba con la democracia”, afirmó Fuentes Quintana recuperando una frase de un político republicano de 1932.
Y allí estaban invitados los políticos que venían del franquismo con ánimos de cambio y los partidos de izquierda; los sindicatos, recién salidos de las catacumbas, y los empresarios, que acababan de constituir la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE).
Leal, que luego sería ministro de Economía con UCD, formó el equipo que redactó el documento técnico base para los pactos junto a Manuel Lagares, subsecretario de Economía; Luis Ángel Rojo, director del Servicio de Estudios del Banco de España, y Blas Calzada, director general de Estadística.
“Situación insostenible”
El documento técnico tenía que pasar la aprobación política.Abril negoció primero con Carrillo, lo que no agradó mucho al PSOE, que había salido de las elecciones generales con una clara perspectiva de llegar al poder.
Quizá por ello mostró bastantes reticencias a dar su respaldo, cuando la propia UGT (su sindicato hermano) no los veía mal.
Sin embargo, Felipe González accedió a firmar. “Había un evidente riesgo de descarrilamiento, los ingresos no iban bien, la balanza exterior presentaba un enorme déficit, empezaba a aflorar el desempleo..., la situación era insostenible”, afirma Carlos Solchaga, que unos años después sería ministro de Industria con el PSOE y, después, de Economía.
La ausencia de los sindicatos y la patronal de la histórica foto de la firma en la Moncloa se debió, según recuerdan algunos de los protagonistas, a que los pactos tuvieran más la rúbrica política de las fuerzas representadas en el Parlamento.
“Los Pactos de la Moncloa se hicieron porque los sindicatos nos negamos a hacer el pacto social que nos proponía Suárez”, recuerda Nicolás Sartorius, dirigente entonces de Comisiones Obreras y del PCE;
“le sugerimos que lo importante era alcanzar un acuerdo económico y político.
Si hubiera alcanzado un pacto social con nosotros, probablemente habría pasado de buscar acuerdos tan amplios con los partidos como los que dieron lugar a los Pactos de la Moncloa”.
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