Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

3 sept 2017

‘Stilettos’ en Houston.................................... Boris Izaguirre

Ese tacón encarna el principio machista de que la mujer se viste para gustar.

Donald Trump y Melania Trump, se dirigen al helicóptero presidencial en la Casa Blanca, Washington D.C., rumbo a Texas para evaluar el daño causado por el huracán Harvey el 29 de agosto.

Mi mamá, que era bailarina, me decía que lo primero que se fijaba en alguien, hombre o mujer, era en el calzado. 
“Mami, ¿y por qué?”, preguntaba. “La manera en que te calzas, dice mucho de ti. Si eres descuidado, tus zapatos lo delatan
. Si eres una persona honesta, seria, tus zapatos también lo enseñan. Si eres pobre, intentas que el calzado sea más rico.
 Si eres rico, a veces ostentas.
 Y si eres nuevo rico, te refugias en los logos porque crees que te aportan seguridad”. 
Belén murió de cáncer hace cuatro años pero puedo imaginar qué le habrían parecido los stilettos de Melania Trump para acompañar a su marido en la visita a la zona catastrófica en que ha quedado convertida Houston, la cuarta ciudad de los Estados Unidos.
 No lo habría aprobado, como casi el mundo entero, pero me habría dicho algo: “Esa señora vive en otra realidad”.
 El stiletto es una elección complicada.
 Esencialmente femenino, pero poco feminista, infiere una especie de tortura a quienes lo visten y parece pensado para sostener ese principio machista de que la mujer se viste para otros, para gustar. Todo es debatible, pero lo que no tiene defensa es presentarse en esa zona de dolor y destrucción, tras el paso del huracán Harvey, siendo primera dama y supuestamente alguien que viene a ofrecer ayuda, con esos tacones. 
Así calzada, Melania indica que no se entera.
 Guapa, fanática de DelPozo, todo lo que quieras pero vive, efectivamente, en su realidad de millonaria que no toca la calle, va de la limo a la moqueta. 
Afortunadamente, la estilista que la vistió para esta visita solidaria, le puso unas gafas de aviador, bomber verde militar en plan Top Gun y consiguió así un impecable aire de película de acción aeronáutica y romance. 
¡Cómo hemos cambiado en los 20 años que Lady Di no está con nosotros! Antes, Diana de Gales se ponía una camisa sin mangas para visitar zonas afectadas por minas antipersonas o un blazer rojo para atender enfermos de Sida. 
Ahora, su lugar lo ocupan la bomber y los stilettos de Melania.
La visión conjunta de los Trump en modo solidario, ahogó cualquier esperanza.
 Una calamidad que se sumaba al desastre natural, confirmando que son un matrimonio de millonarios que gobiernan a golpe de talón. Y de asesores, quienes tras el desaguisado, los devolvieron al Air Force One y convirtieron ese avión en un nuevo ¡Cámbiame!
  En la siguiente parada, Tulsa, le pusieron a Melania unas zapatillas blanco nuclear, camisa blanca con el cuello levantado, pantalones caquis y una visera, el típico atuendo que los ricos se ponen para ir al club de golf o cuando hacen una barbacoa para sus empleados.
 Por cierto, los Trump necesitan estar más al aire libre. Melania está más gruesa.
 La mudanza de Manhattan a Washington le ha disparado la ansiedad. Esperemos que al estilista del segundo cambio le asciendan en la Casa Blanca. 
Podrían ponerlo de portavoz. 

El presidente francés Emmanuel Macron en Bulgaria el pasado 25 de agosto.  
El presidente francés Emmanuel Macron en Bulgaria el pasado 25 de agosto. REUTERS
Antes de este desaguisado, se hablaba de los gastos en maquillaje del presidente de Francia. 
Se alzaron las manos al cielo al saberse que Macron habría gastado 26.000 euros en maquillaje, en tres meses.
 Pues hay que reconocer que la cosmética es una de las principales industrias francesas, la segunda industria exportadora después de la aeronáutica. 
Si Luis XIV reinó a golpe de talco, pelucas y las sinfonías de Lully, ¿qué hay de malo que un presidente de la República se gaste unos miles de euros en maquillaje?
 Las marcas francesas te dejan la piel más luminosa. Ni que decirte que las brochas francesas, por más que la materia prima sea española, tienen ese je ne sais quoi que aporta seguridad.

 Es probable que Isabel Pantoja invirtiera una buena cifra en el maquillaje a prueba de agua que lleva en sus fotos para el ¡Hola!. ¡Las instantáneas son el regreso de Pantoja a la actuación!

 Me encantaría conocer al dramaturgo que ideó ese homenaje a la princesa Diana pero en las carnes de la Reina de la Copla. Enternece el mini trampolín sobre el cual Pantoja se transforma en una Lady Di, más terrenal. 

Mientras Diana colgaba sus pies como si estuviera en el borde del acantilado, Pantoja recoge sus pies para no hacerse daño con el borde caníbal de su trampolincito. 

Tenemos 20 años por delante para que Pantoja consiga un trampolín a su medida.

León ya ha encontrado su santo grial.................. Elena G. Sevillano

Una investigación asegura que el cáliz medieval de doña Urraca expuesto en San Isidoro

es la copa de Cristo. Los historiadores la califican de fraude.

El cáliz de doña Urraca, en el museo de la colegiata de San Isidoro, en León.
El cáliz de doña Urraca, en el museo de la colegiata de San Isidoro, en León.
Hace tres años que la estrella de la colegiata de San Isidoro, en León, ya no es su afamado panteón real, conocido como la capilla sixtina del románico por sus espectaculares murales. 
Le ha robado protagonismo el cáliz de doña Urraca, una enigmática joya de la orfebrería medieval que ha pasado de exhibirse en una vitrina con el resto del tesoro del museo a brillar en solitario. 
Los visitantes se la encuentran ahora, entre exclamaciones de admiración, en el centro de una sala, protegida por cristales antibalas y cuidadosamente iluminada desde todos los ángulos.
Muchos de los turistas creen estar ante el mismísimo Santo Grial. Otros se toman con más cautela las explicaciones de la guía.
 “No digo que el origen no sea del siglo I, pero eso de que hayan acreditado que es el cáliz de la última cena...”, dice Julián, un visitante que acaba la frase arrugando la nariz.
 Un libro publicado en 2014 por una profesora de historia medieval y un historiador del arte es el responsable de que las visitas a San Isidoro crecieran un 27% ante la posibilidad de contemplar la mayor reliquia de la cristiandad.
 Aseguran haber demostrado, con “asepsia científica”, que el cáliz de doña Urraca esconde la mítica copa.
Su trabajo, sin embargo, se enfrenta a acusaciones de fraude por parte de medievalistas y arabistas tanto españoles como extranjeros, que han publicado críticas feroces a Los reyes del Grial, el ensayo en el que Margarita Torres y José Miguel Ortega han plasmado su investigación histórica.
 En la última, de hace apenas unas semanas, el arabista del CSIC Luis Molina les acusa de “groseros errores” al interpretar textos árabes. 
Tan “estridentes” que, asegura, no se pueden atribuir “únicamente a la ignorancia o la despreocupación por la verdad”.
 “El interés en forzar la traducción, en retorcerla y torturarla hasta que diga lo que se quiere es evidente”, añade el especialista de la Escuela de Estudios Árabes de Granada.
 
Visita al Panteón de los Reyes, en la Real Colegiata de San Isidoro (León).
Visita al Panteón de los Reyes, en la Real Colegiata de San Isidoro (León).
Torres y Ortega aseguran estar muy tranquilos. Se toman las acusaciones “a risa”, dice Torres. Defienden que el grial lleva casi diez siglos escondido en León. 
Oculto, pero a la vista. 
Según su trabajo, que califican de “definitivo”, el cáliz que antaño se custodiaba en la Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén viajó primero a Egipto y después, a mediados del siglo XII, el califa fatimí se lo envió al emir de la taifa de Denia como regalo de agradecimiento.
Egipto sufría una grave hambruna por una sequía extrema y el entonces califa, Al-Mustansir, pidió ayuda a las taifas. 
Solo Denia le respondió fletando un barco con víveres. El emir, a cambio, pidió que le mandaran la reliquia cristiana, porque quería congraciarse con el entonces gobernante más poderoso de la península Ibérica, Fernando I, rey de León, padre de la infanta doña Urraca.
La copa de Jesús sería, por tanto, un sencillo cuenco de piedra de ónice que Urraca, para protegerlo, habría entregado junto con sus joyas al orfebre que diseñó el cáliz que se conserva en San Isidoro. Se trata de la parte superior, tal y como explica la guía del museo —que evita hablar de “grial” aunque da por buena la investigación de Torres y Ortega—, que quedó a la vista pero a la vez cubierto por una lámina de oro “para que jamás ningunos labios tocaran el vaso original”.

 

Javier Marías: “El mundo es hoy mucho menos inteligente”


Ximena Garrigues y Sergio Moya
Estrena septiembre con ‘Berta Isla’, su decimoquinta novela.
 Suele decir que nunca sabe si habrá otra, pero al final siempre encuentra inspiración para seguir creando universos de ficción en su máquina de escribir.
 La espera, la desaparición, la incertidumbre del regreso y los secretos se entretejen en estas páginas que destilan nostalgia.

EL APARTAMENTO de Javier Marías, en el bullicioso centro de Madrid, tiene algo de santuario.
 Es más bien una biblioteca habitada.
 Y animada.
 El escritor vive solo, pero uno tiene la impresión de estar acompañado por una multitud de seres amigables. 
Tal vez sean esos batallones de soldaditos de plomo desplegados en los muebles, o las decenas de hombrecillos diminutos sentados sobre los libros.
 O la mirada socarrona de Juan Benet que destaca entre decenas de fotos.
 Por no hablar, por supuesto, de los miles de autores que pueblan las estanterías de madera, y que miran con recelo a Tintín y a los vecinos de la Rue del Percebe. 
Todo está meticulosamente ordenado. Un refugio perfecto para protegerse de un mundo que Marías (Madrid, 1951) encuentra cada vez más hostil y más estúpido. 
Aquí, a lo largo de 770 días (que se quedaron en 331 por las interrupciones, según consta en su agenda), el escritor ha fraguado Berta Isla (Alfaguara), que ve la luz esta semana. 
Una novela a dos voces, entre dos países y a lo largo de tres décadas.
 Escoltado por una reserva de cajetillas de rubio, extrae un cigarrillo de una pitillera de piel y escucha la primera pregunta con una bocanada. 

Hace 10 años, tras publicar el tercer y último volumen de Tu rostro mañana, se quedó con la sensación de que no tenía más que decir. 
Sin embargo, escribió después otras dos novelas y ahora en esta última, Berta Isla, retoma personajes, escenarios y obsesiones de la trilogía. ¿Qué ha querido añadir? 
 Mis novelas están muy imbricadas entre sí. Me apetecía recuperar algunos de los personajes y volver a ese mundo del espionaje, muy sui generis
 Aquí no hay aventurillas, o misioncillas, de eso existe ya mucho; lo que me interesaba esencialmente es lo que le pasa a una persona, en este caso Berta Isla, cuyo matrimonio se convierte en una convivencia intermitente, con un marido que aparece y desaparece, y del que en un momento dado deja de tener noticias. 
Este asunto de la persona que desaparece, y vuelve o no, es tan antiguo en la literatura universal como la Odisea.
 Siempre me ha fascinado y lo he tratado en otros libros. 
Y unido a ello me estimuló la lectura de un libro que edité hace año y medio en Reino de Redonda, La mujer de Martin Guerre, de Janet Lewis. 
Es una novela de los años cuarenta, muy anterior a la película, que cuenta una historia real de la Francia del siglo XVI.
 Un caso que levantó una expectación enorme, incluso Montaigne asistió al juicio de ese hombre que parecía ser el marido pero podía ser un impostor… Incitado por eso (yo nunca oculto mis influencias o mis fuentes, cosa que la mayor parte de los escritores sí suele hacer), quise retomar ese tema por extenso.
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Javier Marías, junto a su mesa de trabajo, en el despacho de su casa.
  Ximena Garrigues y Sergio Moya
Ha definido Berta Isla como la crónica de una espera, pero también es la crónica del destino trazado, en el caso de Tomás Nevinson, el marido. 
Sí, otra de las ideas que me estimularon, y que había esbozado en mi anterior novela, Así empieza lo malo, es la idea de ser divisado, de ser avistado. 
En el momento en que nacemos quedamos expuestos a cualquier cosa, entre otras a que el Estado u otros individuos fijen sus ojos en nosotros e intenten utilizar nuestras virtudes en su provecho.
“Algo fascinante de los espías, que veo próximos a los novelistas, es que tienen que renunciar a menudo a su propio ser y hacerse pasar por quienes no son”
Tomás es pasivo, construye su personalidad a base de no tener personalidad. 
En ese sentido el personaje de Berta me parece mucho más sólido. 
Probablemente sí, pero hay que tener en cuenta que hay una parte de la novela en tercera persona, que es la que se refiere a Tomás, y otra parte en primera persona, que corresponde a Berta Isla, y es normal que si tú estás asistiendo a la voz de un personaje, ese personaje adquiera mayor corporeidad, mayor fuerza que el otro.
 Es un poco deliberado.
 El personaje de Tomás Nevinson inicialmente es muy joven, no muy sagaz, y se ve involucrado en un suceso que le fuerza a prescindir de su propia personalidad.
En cierto sentido, lo que tú dices, lejos de parecerme un defecto, me parece que es más bien lo que corresponde que sea; es un personaje que al meterse en ese mundo del espionaje está abocado a dejar de ser quien es, a no ser nadie, y a no conocerse. 
Una de las cosas fascinantes de los espías, que yo veo como gente muy próxima a los novelistas o a los creadores de ficciones, es que frecuentemente, sobre todo si son infiltrados o agentes encubiertos, tienen que renunciar a su propio ser y hacerse pasar por quienes no son, o por lo contrario de lo que son. 
Y como dice uno de los personajes de la novela, cuando eso se prolonga es difícil regresar a la vida normal.
Pero no intenta rebelarse contra ese destino. No se ­rebela porque cuando empieza es bisoño y no tiene capacidad de reacción.
 Y llega un momento en que se convence a sí mismo de que eso es lo que quiere hacer, puesto que le ha tocado.
 Es la conformidad con el destino que nos va tocando a cada cual.

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La yuxtaposición de la narración en tercera persona, en el caso de Tomás, y en primera persona, en el caso de Berta, es interesante. 
 Hace tiempo dijo que asumir la voz femenina le resultaba complicado. ¿Ya está cómodo en este registro? Sí, después de haber escrito Los enamoramientos con la voz de una mujer, las partes narrativas de Berta Isla no me resultaron tan duras como aquella vez. 
Ahora lo que me ha resultado un poco más complicado han sido precisamente las partes en tercera persona, porque todas mis novelas habían sido en primera persona desde El hombre sentimental, en 1986, y estaba tan desentrenado que llegué a pensar que no sabría contar ya en tercera persona.
De hecho, el extrañamiento, el desdibujamiento de los rasgos del ausente, en boca de Berta, da lugar a los pasajes más emotivos. 
Bien está; si una novela produce emociones, pues qué más quiere uno. 
Lo peor sería leer una novela que es entretenida sin más.
A lo largo del libro Tomás repite unos versos de T. S. Eliot que son un presagio, en el sentido de que va a convertirse en un “desterrado del universo”. ¿Los escogió específicamente para la trama? Yo no escojo nunca nada. 
Trabajo de una forma tan improvisada que muchas veces me encuentro con algo que estoy leyendo, o releyendo por azar, y de pronto le veo un sentido como para incorporarlo a la novela que estoy escribiendo, pero sin saber exactamente la misión que va a tener.
 Lo mismo me sucede con cosas menores, o diminutas.

 
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(En estas fotos tiene un parecido al Marqués de Griñón, cuando era más joven) 

 Ahora que me fijo, esta cajetilla que tiene aquí en la mesa está reproducida en el libro… Marcovitch, la marca que fuma Tomás. 
Esto es una vieja cajetilla que yo tengo de cuando existían estos cigarrillos… Sí, incorporo muchas cosas que tengo a mano.
 En Así empieza lo malo está reproducido un cuadro que uno de los personajes mira a menudo y que es mío, del pintor Francesco Casanova, hermano del famoso Casanova. 
 No quiere decir que me identifique con tal o cual personaje; les presto cosas. Yo siempre digo que trabajo con brújula, no con mapa, y la brújula señala al norte: no es que no sepa dónde voy, pero lo que no sé es cuál será el recorrido ni cuál será tampoco el final. 
Voy cambiando, voy improvisando, me voy contradiciendo… Supongo que una de las cosas que a mí me divierten de escribir novelas, entre otras, es averiguar las historias a la vez que las escribo.
 Luego, cuando la novela esté publicada y pasen unos años, me parecerá inconcebible que sea distinta de como habrá resultado ser al final, pero mientras la escribo todas las posibilidades están abiertas.
 Cada vez soporto menos saber demasiado de la novela.


Y en este caso, ¿le ha vuelto a asaltar la inseguridad al escribirla? Sí, siempre. 
Cuando mencionabas al principio Tu rostro mañana… me sigue pasando lo mismo siempre.
 Yo termino una novela y nunca sé si habrá otra. No tengo tantas historias en la cabeza.
 En los últimos tiempos las he ido publicando cada tres años, no es algo deliberado, y cada novela que empiezo tengo una inseguridad horrorosa.
 Las personas que están cerca de mí y que me oyen despotricar mientras las escribo —¡esto es una porquería, no tiene sentido, esta vez sí que es fatal!— me dicen: 
“Esto lo decías la vez anterior”… Y digo: “Sí, pero la otra ya está acabada, y era más fácil que esta otra que no tengo hecha…”.
Eso va en el carácter. No cambia. 
Me temo. Hay gente que puede hacer una novela y otra y otra y todas están bien. 
Pero se ve que son novelas de oficio. 
Yo tengo que tener un estímulo, una inspiración suficiente como para ponerme a ello. Hombre, supongo que también el oficio se va adquiriendo, y yo llevo… 46 años desde que publiqué la primera, con 19.

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Ximena Garrigues y Sergio Moya

 Es horrible.

Por cierto, en el libro insiste en otra idea suya de que no se puede juzgar una guerra desde un tiempo de paz.
 Que quienes viven hoy cómodamente no deben juzgar a quienes les tocó sufrir el desastre. ¿Qué opina del afán por resucitar la Guerra Civil por parte de nietos y bisnietos? 
 Creo que hay un poco de pose, y hay algo de facilón. Queda uno muy bien clamando por que se haga justicia. ¿Justicia a quién? A mí me parece muy respetable, por ejemplo, que haya gente que quiera desenterrar a sus muertos y darles una sepultura mejor.
 A mi tío Emilio lo mató con 18 años una brigada de milicianos de Madrid que dirigía el siniestramente famoso Agapito García Atadell. 
No hay justicia posible que se le pueda hacer. 
No sé dónde está enterrado ni me importa. Yo no tengo la superstición de los huesos, y creo además que hay que dejar a los muertos en paz.
 Por ejemplo, a mí me subleva mucho cada vez que, en contra además del criterio de su familia, se insiste en buscar los restos de García Lorca.
 Me da la impresión de que en gran medida se los quiere buscar para sacarles provecho… Me molesta esa especie de trasiego, tráfico incluso, de cadáveres.
 Pero entiendo también que haya quien quiera recuperar a su familiar y me parece perfectamente lícito. 
Ahora bien, quienes están ya muy lejos de eso… 
Tengo 65 años, mi generación no vivió la guerra, pero nuestros padres sí, plenamente, y en mi familia tuve por un lado a ese tío asesinado por milicianos y por otro lado a mi padre, que el 15 de mayo de 1939 fue detenido bajo gravísimas acusaciones, y falsas, como que era colaborador de Pravda, y estuvo en prisión varios meses y se salvó de ser fusilado.
 Pero ya a las siguientes generaciones todo eso les pilla un poco lejos, y esa insistencia suena un poco a impostura. 
¡Se ha llegado a exigir que se juzgara a gente muerta por sus crímenes en el franquismo! Si estuvieran vivos me parecería bien, pero juzgar a gente muerta me parece un absurdo.
 Entonces yo creo que hay un poco de exageración.

 Justamente, en Berta Isla hace acotaciones sobre cambios de costumbres, la sobreprotección de la juventud, la pérdida de la cortesía, el desprecio hacia la excelencia… ¿Vive con nostalgia? Hombre, sí. 
Yo la verdad es que tengo una sensación… pero eso puede que sea achacable a mí, voy cumpliendo años, y al hacerse uno mayor ve cada vez más ajeno el mundo nuevo.
 Puede que sea defecto mío… Hay una frase en la novela en la cual se dice algo así como que a medida que nos hacemos mayores, el mundo lo usurpan…

Lleva 23 años escribiendo columnas, 15 de ellos en El País Semanal. ¿Ha notado un aumento de la intolerancia? Sí, ya lo creo. 
Sobre todo en los últimos años. Tengo un artículo pendiente, que además caería fatal también, que lo tendría que titular algo así como El triunfo de las monjas
Las monjas de toda la vida están triunfando ahora, bajo otro disfraz, pero con los mismos objetivos: que no haya besos, que no haya escotes, que no haya minifaldas. 
Te dicen que ahora es por buenas razones. Mire, no, bajo la apariencia de buenas causas se reprime como en tiempos de Franco. Pues si llamo monjas a las que propugnan todo esto… 

¿Las feministas? Sí, las feministas y yo qué sé… El otro día leí: “Ya no habrá besos en las carreras ciclistas”. 
Y la federación de golf en EE UU prohíbe las faldas cortas a las jugadoras… Me dejó atónito. Vamos a ver, las feministas han luchado durante décadas por vestir como les daba la gana. 
Y las sufragistas querían descubrir el tobillo. Y ahora resulta que, por otros motivos, no puede usted llevar minifalda.
 ¡Déjenme en paz!
!Ay Marias que misógeno es usted!!!!



Objetos biológicos......................................Juan José Millás

COLUMNISTAS-REDONDOS_JUANJOSEMILLAS
LOS HUEVOS DE de gallina de mi infancia eran blancos.
 No recuerdo cuándo se volvieron tostados. 
Quizá los haya blancos y tostados, pero los que llegan a mi nevera son como los de la foto. El huevo era un objeto mítico. 
Y asqueroso. A veces venía con restos de cagada de la gallina en la cáscara. 
Ahora ya no. 
Observen cómo los limpia el operario de la imagen. 
Con los huevos hacíamos principalmente huevos fritos, aunque también huevos duros, tortilla y mahonesa. 
La mahonesa se hacía entre dos personas: una batía el huevo y la otra dejaba caer el aceite gota a gota.
 Si las manos no estaban bien sincronizadas, la salsa se cortaba y había que comenzar otra vez, lo que suponía un quebranto económico.
 La mahonesa, en el imaginario infantil, estaba ligada a la menstruación, pues se decía que aquella era incompatible con esta. Las madres se lo advertían a las hijas en voz baja.
—Si estás en esos días, déjalo, que ya me encargo yo.

BELGIUM-EUROPE-FOOD-HEALTH 
 
 
Algunos huevos, al abrirlos, tenían dos yemas, lo que resultaba una monstruosidad muy aplaudida, como si nos hubiera tocado la pedrea.
 Otros traían un pollo a medio hacer al que observábamos con actitud científica.
 Aquí iría el cráneo, aquí el corazón, aquí el hígado, etcétera. En mi casa teníamos una incubadora de huevos. 
Tardaban 21 días en salir y cuando el pollito aparecía, miraba con extrañeza hacia los lados, como nosotros cuando nos bajamos por error en la estación de metro que no es y durante unos segundos terribles tenemos que recomponer el mundo. 
A mí, los huevos, sean blancos u oscuros, me siguen inquietando. Con pesticidas, más, claro.