Estrena septiembre con ‘Berta Isla’, su
decimoquinta novela.
Suele decir que nunca sabe si habrá otra, pero al
final siempre encuentra inspiración para seguir creando universos de
ficción en su máquina de escribir.
La espera, la desaparición, la
incertidumbre del regreso y los secretos se entretejen en estas páginas
que destilan nostalgia.
EL APARTAMENTO de Javier Marías, en el bullicioso centro de Madrid,
tiene algo de santuario.
Es más bien una biblioteca habitada.
Y animada.
El escritor vive solo, pero uno tiene la impresión de estar acompañado
por una multitud de seres amigables.
Tal vez sean esos batallones de
soldaditos de plomo desplegados en los muebles, o las decenas de
hombrecillos diminutos sentados sobre los libros.
O la mirada socarrona
de Juan Benet que destaca entre decenas de fotos.
Por no hablar, por
supuesto, de los miles de autores que pueblan las estanterías de madera,
y que miran con recelo a Tintín y a los vecinos de la Rue del Percebe.
Todo está meticulosamente ordenado. Un refugio perfecto para protegerse
de un mundo que Marías (Madrid, 1951) encuentra cada vez más hostil y
más estúpido.
Aquí, a lo largo de 770 días (que se quedaron en 331 por
las interrupciones, según consta en su agenda), el escritor ha fraguado Berta Isla
(Alfaguara), que ve la luz esta semana.
Una novela a dos voces, entre
dos países y a lo largo de tres décadas.
Escoltado por una reserva de
cajetillas de rubio, extrae un cigarrillo de una pitillera de piel y
escucha la primera pregunta con una bocanada.
Hace 10 años, tras publicar el tercer y último volumen de Tu rostro mañana, se quedó con la sensación de que no tenía más que decir.
Sin embargo,
escribió después otras dos novelas y ahora en esta última, Berta Isla, retoma personajes, escenarios y obsesiones de la trilogía. ¿Qué ha querido añadir?
Mis novelas están muy imbricadas entre sí. Me apetecía recuperar
algunos de los personajes y volver a ese mundo del espionaje, muy sui generis…
Aquí no hay aventurillas, o misioncillas, de eso existe ya mucho; lo
que me interesaba esencialmente es lo que le pasa a una persona, en este
caso Berta Isla, cuyo matrimonio se convierte en una convivencia
intermitente, con un marido que aparece y desaparece, y del que en un
momento dado deja de tener noticias.
Este asunto de la persona que
desaparece, y vuelve o no, es tan antiguo en la literatura universal
como la Odisea.
Siempre me ha fascinado y lo he tratado en
otros libros.
Y unido a ello me estimuló la lectura de un libro que
edité hace año y medio en Reino de Redonda, La mujer de Martin Guerre,
de Janet Lewis.
Es una novela de los años cuarenta, muy anterior a la
película, que cuenta una historia real de la Francia del siglo XVI.
Un caso que levantó una expectación enorme, incluso Montaigne asistió al
juicio de ese hombre que parecía ser el marido pero podía ser un
impostor… Incitado por eso (yo nunca oculto mis influencias o mis
fuentes, cosa que la mayor parte de los escritores sí suele hacer),
quise retomar ese tema por extenso.
Javier Marías, junto a su mesa de trabajo, en el despacho de su casa.
Sí, otra de las ideas que me estimularon, y que había esbozado en mi anterior novela, Así empieza lo malo, es la idea de ser divisado, de ser avistado.
En el momento en que nacemos quedamos expuestos a cualquier cosa, entre otras a que el Estado u otros individuos fijen sus ojos en nosotros e intenten utilizar nuestras virtudes en su provecho.
“Algo fascinante de los espías, que veo próximos a los novelistas,
es que tienen que renunciar a menudo a su propio ser y hacerse pasar por
quienes no son”
En ese sentido el personaje de Berta me parece mucho más sólido.
Probablemente sí, pero hay que tener en cuenta que hay una parte de la novela en tercera persona, que es la que se refiere a Tomás, y otra parte en primera persona, que corresponde a Berta Isla, y es normal que si tú estás asistiendo a la voz de un personaje, ese personaje adquiera mayor corporeidad, mayor fuerza que el otro.
Es un poco deliberado.
El personaje de Tomás Nevinson inicialmente es muy joven, no muy sagaz, y se ve involucrado en un suceso que le fuerza a prescindir de su propia personalidad.
En cierto sentido, lo que tú dices, lejos de parecerme un defecto, me parece que es más bien lo que corresponde que sea; es un personaje que al meterse en ese mundo del espionaje está abocado a dejar de ser quien es, a no ser nadie, y a no conocerse.
Una de las cosas fascinantes de los espías, que yo veo como gente muy próxima a los novelistas o a los creadores de ficciones, es que frecuentemente, sobre todo si son infiltrados o agentes encubiertos, tienen que renunciar a su propio ser y hacerse pasar por quienes no son, o por lo contrario de lo que son.
Y como dice uno de los personajes de la novela, cuando eso se prolonga es difícil regresar a la vida normal.
Pero no intenta rebelarse contra ese destino. No se rebela porque cuando empieza es bisoño y no tiene capacidad de reacción.
Y llega un momento en que se convence a sí mismo de que eso es lo que quiere hacer, puesto que le ha tocado.
Es la conformidad con el destino que nos va tocando a cada cual.
La yuxtaposición de la narración en tercera persona, en el caso de Tomás, y en primera persona, en el caso de Berta, es interesante.
Hace tiempo dijo que asumir la voz femenina le resultaba complicado. ¿Ya está cómodo en este registro? Sí, después de haber escrito Los enamoramientos con la voz de una mujer, las partes narrativas de Berta Isla no me resultaron tan duras como aquella vez.
Ahora lo que me ha resultado un poco más complicado han sido precisamente las partes en tercera persona, porque todas mis novelas habían sido en primera persona desde El hombre sentimental, en 1986, y estaba tan desentrenado que llegué a pensar que no sabría contar ya en tercera persona.
De hecho, el extrañamiento, el desdibujamiento de los rasgos del ausente, en boca de Berta, da lugar a los pasajes más emotivos.
Bien está; si una novela produce emociones, pues qué más quiere uno.
Lo peor sería leer una novela que es entretenida sin más.
A lo largo del libro Tomás repite unos versos de T. S. Eliot que son un presagio, en el sentido de que va a convertirse en un “desterrado del universo”. ¿Los escogió específicamente para la trama? Yo no escojo nunca nada.
Trabajo de una forma tan improvisada que muchas veces me encuentro con algo que estoy leyendo, o releyendo por azar, y de pronto le veo un sentido como para incorporarlo a la novela que estoy escribiendo, pero sin saber exactamente la misión que va a tener.
Lo mismo me sucede con cosas menores, o diminutas.
Ahora que me fijo, esta cajetilla que tiene aquí en la mesa está reproducida en el libro… Marcovitch, la marca que fuma Tomás.
Esto es una vieja cajetilla que yo tengo de cuando existían estos cigarrillos… Sí, incorporo muchas cosas que tengo a mano.
En Así empieza lo malo
está reproducido un cuadro que uno de los personajes mira a menudo y
que es mío, del pintor Francesco Casanova, hermano del famoso Casanova.
No quiere decir que me identifique con tal o cual personaje; les presto
cosas. Yo siempre digo que trabajo con brújula, no con mapa, y la
brújula señala al norte: no es que no sepa dónde voy, pero lo que no sé
es cuál será el recorrido ni cuál será tampoco el final.
Voy cambiando,
voy improvisando, me voy contradiciendo… Supongo que una de las cosas
que a mí me divierten de escribir novelas, entre otras, es averiguar las
historias a la vez que las escribo.
Luego, cuando la novela esté
publicada y pasen unos años, me parecerá inconcebible que sea distinta
de como habrá resultado ser al final, pero mientras la escribo todas las
posibilidades están abiertas.
Cada vez soporto menos saber demasiado de
la novela.
Cuando mencionabas al principio Tu rostro mañana… me sigue pasando lo mismo siempre.
Yo termino una novela y nunca sé si habrá otra. No tengo tantas historias en la cabeza.
En los últimos tiempos las he ido publicando cada tres años, no es algo deliberado, y cada novela que empiezo tengo una inseguridad horrorosa.
Las personas que están cerca de mí y que me oyen despotricar mientras las escribo —¡esto es una porquería, no tiene sentido, esta vez sí que es fatal!— me dicen:
“Esto lo decías la vez anterior”… Y digo: “Sí, pero la otra ya está acabada, y era más fácil que esta otra que no tengo hecha…”.
Eso va en el carácter. No cambia.
Me temo. Hay gente que puede hacer una novela y otra y otra y todas están bien.
Pero se ve que son novelas de oficio.
Yo tengo que tener un estímulo, una inspiración suficiente como para ponerme a ello. Hombre, supongo que también el oficio se va adquiriendo, y yo llevo… 46 años desde que publiqué la primera, con 19.
Es horrible.
Por cierto, en el libro insiste en otra idea suya de que no se puede juzgar una guerra desde un tiempo de paz.
Que quienes viven hoy cómodamente no deben juzgar a quienes les tocó sufrir el desastre. ¿Qué opina del afán por resucitar la Guerra Civil por parte de nietos y bisnietos?
Creo que hay un poco de pose, y hay algo de facilón. Queda uno muy bien clamando por que se haga justicia. ¿Justicia a quién? A mí me parece muy respetable, por ejemplo, que haya gente que quiera desenterrar a sus muertos y darles una sepultura mejor.
A mi tío Emilio lo mató con 18 años una brigada de milicianos de Madrid que dirigía el siniestramente famoso Agapito García Atadell.
No hay justicia posible que se le pueda hacer.
No sé dónde está enterrado ni me importa. Yo no tengo la superstición de los huesos, y creo además que hay que dejar a los muertos en paz.
Por ejemplo, a mí me subleva mucho cada vez que, en contra además del criterio de su familia, se insiste en buscar los restos de García Lorca.
Me da la impresión de que en gran medida se los quiere buscar para sacarles provecho… Me molesta esa especie de trasiego, tráfico incluso, de cadáveres.
Pero entiendo también que haya quien quiera recuperar a su familiar y me parece perfectamente lícito.
Ahora bien, quienes están ya muy lejos de eso…
Tengo 65 años, mi generación no vivió la guerra, pero nuestros padres sí, plenamente, y en mi familia tuve por un lado a ese tío asesinado por milicianos y por otro lado a mi padre, que el 15 de mayo de 1939 fue detenido bajo gravísimas acusaciones, y falsas, como que era colaborador de Pravda, y estuvo en prisión varios meses y se salvó de ser fusilado.
Pero ya a las siguientes generaciones todo eso les pilla un poco lejos, y esa insistencia suena un poco a impostura.
¡Se ha llegado a exigir que se juzgara a gente muerta por sus crímenes en el franquismo! Si estuvieran vivos me parecería bien, pero juzgar a gente muerta me parece un absurdo.
Entonces yo creo que hay un poco de exageración.
Justamente, en Berta Isla hace acotaciones sobre cambios de costumbres, la sobreprotección de la juventud, la pérdida de la cortesía, el desprecio hacia la excelencia… ¿Vive con nostalgia? Hombre, sí.
Yo la verdad es que tengo una sensación… pero eso puede que sea achacable a mí, voy cumpliendo años, y al hacerse uno mayor ve cada vez más ajeno el mundo nuevo.
Puede que sea defecto mío… Hay una frase en la novela en la cual se dice algo así como que a medida que nos hacemos mayores, el mundo lo usurpan…
Lleva 23 años escribiendo columnas, 15 de ellos en El País Semanal. ¿Ha notado un aumento de la intolerancia? Sí, ya lo creo.
Sobre todo en los últimos años. Tengo un artículo pendiente, que además caería fatal también, que lo tendría que titular algo así como El triunfo de las monjas.
Las monjas de toda la vida están triunfando ahora, bajo otro disfraz, pero con los mismos objetivos: que no haya besos, que no haya escotes, que no haya minifaldas.
Te dicen que ahora es por buenas razones. Mire, no, bajo la apariencia de buenas causas se reprime como en tiempos de Franco. Pues si llamo monjas a las que propugnan todo esto…
¿Las feministas? Sí, las feministas y yo qué sé… El otro día leí: “Ya no habrá besos en las carreras ciclistas”.
Y la federación de golf en EE UU prohíbe las faldas cortas a las jugadoras… Me dejó atónito. Vamos a ver, las feministas han luchado durante décadas por vestir como les daba la gana.
Y las sufragistas querían descubrir el tobillo. Y ahora resulta que, por otros motivos, no puede usted llevar minifalda.
¡Déjenme en paz!
!Ay Marias que misógeno es usted!!!!
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