Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

27 ago 2017

Crimen de Alcàsser: el espanto y el espectáculo del talión.............. Jesús Duva.

Un caso horrible que hoy sigue sin resolverse....¿Quién las mató?

El brutal asesinato tras la tortura y violación de tres niñas de la localidad valenciana dio rienda suelta al dolor y a la explotación televisiva de la ira popular.

Fernando García, padre de una de las niñas, en el lugar del crimen. 
Fernando García, padre de una de las niñas, en el lugar del crimen.
“¡Que los maten!”, rugió una multitud en medio de la noche, mientras las campanas tocaban a muerto. “¡Que me los dejen a mí”, vociferó un hombre con ganas de hacerse notar
. "¡Les pegaría cinco tiros!", chilló un niño que aparentaba poco más de ocho años.
La sed de sangre se palpaba en el ambiente. 
Aquello recordaba a El árbol del ahorcado.
 Pero esto no era el Far West americano ni sus protagonistas calzaban un Colt a la cintura.
 La escena ocurría la no­che del 27 de enero de 1993 en el pueblo valenciano de Alcàsser, unas horas después del hallazgo de los cadáveres de las niñas Desi­rée Hernández, Miriam García y Antonia Gómez, salvaje y brutal­mente asesinadas después de haber sido secuestradas durante la tar­de-noche del 13 de noviembre de 1992.

Entre la desaparición de las tres adolescentes y el descubrimien­to de sus cuerpos destrozados habían pasado 75 días.
 75 días con sus 75 noches en los que los 7.000 vecinos del pueblo de Alcàsser, a tiro de piedra de la capital valenciana, habían vivido la incertidumbre, el miedo, la desesperanza y, finalmente, la angustia compartida con millones de españoles a través de los reality shows de televisión que en esas fechas hacían furor en todas las audiencias. 
Demasiada bilis contenida, demasiada rabia ahogada, como para que al final no se produjera una explosión ...
 Y, claro, la explosión se produjo activada por los tres ataúdes que contenían los cuerpos sin vida de Miriam, Toñi y Desirée.
 El pueblo clamó justicia, aunque en realidad exigía venganza; y pidió, claro, un castigo adecuado para los culpables, aunque en verdad quería decir pena de muerte.
 Ojo por ojo y diente por diente.
 La ley del ta­lión a rajatabla. "iQue cuelguen a los asesinos!", exigió un joven, al que sólo le faltó acompañar el grito con una soga en la mano para que la imagen hubiera quedado perfecta.


Los rostros de las tres niñas estuvieron presentes en carteles y pasquines repartidos por todo el país.
Los rostros de las tres niñas estuvieron presentes en carteles y pasquines repartidos por todo el país.
"Alcàsser clama justicia tras el hallazgo de las tres niñas asesina­das", tituló EL PAÍS en su primera página, a tres columnas, dedican­do a la noticia el mejor espacio. 
Debajo, una foto y un titular de si­milar tamaño para otra noticia dramática: la muerte de seis personas aplastadas por la marquesina del cine Bilbao, en Madrid. 
El anuncio de Felipe González de expulsar del PSOE a los que aprovecharan el cargo para enriquecerse se vio arrinconado a una columna.
España entera estaba conmocionada desde las siete de la tarde del 27 de enero de 1993.
 A esa hora, los teletipos de las agencias in­formativas escupieron como un trallazo la noticia del hallazgo de tres cadáveres enterrados en un inhóspito monte de la partida de La Romana, cerca de la presa de Tous y a medio centenar de kilómetros de Alcàsser.
 Las radios tardaron apenas unos segundos en vomitar el teletipo en las ondas.
 Nadie se atrevió a asegurar que se trataba de las tres quinceañeras desaparecidas aquel fatídico 13 de noviembre anterior.
 Pero no había que ser muy listo para deducirlo.
 A pesar de que el portavoz de la Delegación del Gobierno en Valencia se esfor­zaba por pedir calma a los periodistas antes de dar por cierto algo que, según él, no pasaba de ser más que una mera suposición.

Una mano descarnada

La suposición, sin embargo, hacía ya horas que había adquirido la categoría de verdad absoluta.
 Casi, casi desde que Gabriel Aquino y José Sala habían subido al monte a revisar sus colmenas de abe­jas y se habían tropezado con una mano descarnada que emergía de la tierra como con desesperación. 
Esto ocurrió en torno a las 10 de la mañana.
 Después pasaron por allí el jefe forestal de la zona, Ser­gio Balbastre; el empleado de la funeraria El Amparo de Alberic, Pedro Carboneres Álvarez; el juez de Alcira, el forense, los guardias civiles del cuartel más próximo ... 
Toda una legión de bocas que no tardaron demasiado en propalar el descubrimiento por toda la co­marca. 
Aunque el juez no ordenó exhumar los cadáveres hasta casi las cinco de la tarde —estaba ocupado con el levantamiento de un suicida ahorcado en Benimala—, para entonces todo el mundo sabía que la búsqueda de Miriam, Toñi y Desirée había tocado a su fin.
 Ya no era necesario seguir pegando carteles con sus fotos, ni continuar asistiendo a programas de televisión para reclamar la colaboración ciudadana, ni volver a hablar con el presidente del Gobierno para que pusiera a los mejores policías al frente de la investigación ... 
Lo que la gente de Alcàsser había temido durante 75 días y 75 noches, se había producido.
En los bares, en las tiendas, en las casas de la comarca, el rumor inicial se había transformado pronto en evidencia, en contra de los deseos de la Guardia Civil, que hubiera preferido que el asunto se mantuviera en silencio durante el mayor tiempo posible.
 ¿Para qué?
 Para poder realizar la inspección ocular en la partida de La Romana sin agobios, sin la avalancha de reporteros que, sin duda, empezarían a llegar a aquella montaña, pese a lo escarpado del terreno.
 Y, ade­más, porque convenía que el asesino o asesinos no supieran que los cadáveres de Miriam, Toñi y Desirée habían sido localizados, que si­guieran creyendo que el cuerpo de su delito continuaba bajo tierra. 

Los sabuesos del tricornio se vieron obligados a trabajar contra­rreloj.
 Acordonaron la zona donde habían sido sepultados los cadá­veres de las niñas —un picacho azotado por el viento, frecuentado sólo por alimañas, jabalíes y cazadores— para recoger cualquier cosa que resultase ser una pista: unos cinturones, una radio vieja, colillas de cigarrillo, trozos de tela ... y 17 pedazos de papel que debidamen­te pegados entre sí resultaron ser parte de un volante de la ciudad sanitaria La Fe, de Valencia.
 Un formulario en el que, aun sucio y arrugado, se podía leer con relativa facilidad que se trataba de un parte de asistencia médica a un paciente que había acudido a ese hospital a la 1.09 de la madrugada del 14 de mayo anterior y al que se le había diagnosticado una blenorragia. 
Al volante le faltaba un pedazo correspondiente al espacio reservado a reseñar la identidad del enfermo.
 Sin embargo, en el folio recompuesto se adivinaba que el primer apellido del paciente empezaba por ANG ...
 




Los guardias civiles corrieron a La Fe.
 Aquellos trozos de papel podían ser la clave para resolver el triple crimen de las niñas de Alcàsser.
 Y no había tiempo que perder. Los asesinos no tardarían en poner pies en polvorosa en cuanto se enterasen por la radio o la televisión del hallazgo de los cadáveres.
— ¿Nos pueden decir a quién corresponde este historial clínico?— preguntó el sargento a la administrativa de guardia en el hospital valenciano.
— Lo siento. No les puedo dar ese tipo de información. Eso es con­fidencial —refunfuñó la joven.
— Mire, señorita, tenemos una autorización judicial. 
Necesitamos saber inmediatamente a quién corresponde el historial número 9317583.
 Es muy, muy importante... De verdad. No puedo decirle más, pero le aseguro que es muy urgente.
Tras las consabidas consultas a la superioridad, la oficinista aca­bó aporreando las teclas del ordenador para saber quién se ocultaba tras ese anónimo y aséptico 9317583.
 Y al cabo de unos segundos, como por arte de magia, la pantalla electrónica se llenó de palabras.
— Aquí dice que esa historia clínica se abrió a nombre de Enrique Anglés Martínez, con domicilio en el Camí Real número 101, de Ca­tarroja.
 El 14 de mayo se le atendió en urgencias y se le recomendó que siguiera tratamiento ambulatorio bajo supervisión de su médico de cabecera.
Los picoletos no tardaron demasiado en descubrir que el tal Enri­que Anglés era un hombre con personalidad trastornada y pertene­ciente a una familia muy conocida en Catarroja, no precisamente por su moral y buenas costumbres, sino por haber tenido alguno de sus miembros más de un problema con la justicia.
 El ministro de In­terior, el visceral José Luis Corcuera, pisó el acelerador y ordenó prioridad absoluta al caso.
Mientras los boletines de radio machacaban la noticia del día, los guardias civiles se movían en una frenética lucha contra el tiempo para tratar de impedir la fuga de los sospechosos.
 O, al menos, del que entonces se había convertido en sospechoso número uno: el tal Enrique Anglés. ¿Tendría algo que ver con quienes recogieron aquel 13 de noviembre de 1992 a Miriam, Toñi y Desirée cuando hacían autoestop para ir a la discoteca Coolor, de Picassent?
 ¿Sería él uno de los que iban en aquel coche blanco en el que una vecina vio su­bir a las tres adolescentes antes de que desaparecieran?
 Los agentes no estaban en condiciones de afirmar o negar.
 Sólo tenían un indi­cio consistente en un papel en el que constaba su nombre.
Las pesquisas policiales se hicieron con tanto sigilo que nadie, ni siquiera los padres de las tres niñas, supo en aquellos momentos que ya había un sospechoso.
 Ellos y sus convecinos de Alcàsser soltaban su rabia y su dolor a raudales en la plaza del Ayuntamiento, con­vertida en el centro neurálgico de toda España.
Cartel de búsqueda Antonio Anglés, el supuesto autor material del crimen de Alcàsser que nunca fue localizado.
Cartel de búsqueda Antonio Anglés, el supuesto autor material del crimen de Alcàsser que nunca fue localizado.
 


Huida por los tejados

Los féretros con los cadáveres de Miriam, Toñi y Desirée llegaron al cuartel de la Guardia Civil de Llombai alrededor de las 10 y media de la noche del 27 de enero, unas 12 horas después de que los apicultores Gabriel Aquino y José Sala hubieran descubierto junto a sus colmenas aquella mano descarnada que emergía de la tierra.
 So­bre las 12 de la noche, los tres ataúdes fueron trasladados en sendos furgones funerarios hasta el Instituto Anatómico Forense para ser sometidos a la preceptiva autopsia.
— Aún hay esperanzas. 
Nadie nos ha confirmado oficialmente que se trate de las niñas —decía a esa misma hora el abuelo de Miriam, como queriendo negar la evidencia.
 A unos pocos kilómetros de Alcàsser, mientras tanto, un puñado de guardias civiles de paisano aporreaban la puerta de un piso del número 101 del Camí Real, en Catarroja. ¿Objetivo? Detener al sos­pechoso número uno del triple crimen de las adolescentes.
¡Abran a la Guardia Civil! —grita imperativamente uno de los agentes.
— ¿Quién es? ¿Qué quieren? —pregunta una voz desde dentro de la casa.
— ¡Abran a la Guardia Civil! Abran o echamos la puerta abajo —amenaza el guardia que parece estar al mando de la operación, en cuya mano sostiene una Star en posición de disparo.
Antonio Anglés Martins, de 27 años, uno de los nueve hijos de la brasileña Neusa Martins y un valenciano muerto años atrás de ci­rrosis hepática, aprovecha la colaboración de su familia para poner­se a toda prisa unas zapatillas y salir volando por la ventana. 
 Desde la Semana Santa anterior estaba evadido de la prisión de Valencia, de donde salió mediante un permiso concedido por un juez.
 Así que no dudó ni un segundo en saltar al vacío aun a riesgo de partirse las piernas o la crisma: sabía que, si le cazaban, tendría que pasarse unos cuantos años entre rejas. 
Y no estaba dispuesto a entregarse sin resistencia.

Antonio Anglés salta de tejado en tejado, aprovechando las sombras de la noche, hasta alejarse del domicilio familiar. Mientras, los guardias civiles registran el piso sucio y destartalado, decorado ape­nas con unos carteles de amazonas sin enmarcar. Neusa Martins, sorda desde que tuvo un mal aborto, siente cerrarse unos grilletes en torno a sus muñecas.
 Lo mismo les ocurre a sus hijos Dolores y En­rique, a quienes de nada les valen sus protestas frente a la contun­dencia de los picoletos.
En plena operación policial llega al portal de la casa de los An­glés un joven rubio, de 23 años, cargado con una bolsa de naranjas, ignorante de lo que está sucediendo en el piso de su amigo Antonio. Un guardia le cierra el paso.
— Aquí hay un individuo que dice que va a ver a Antonio Anglés —informa un agente a través del transmisor portátil—. Se llama Miguel Ricart.

— ¡Deténganle! Vamos a ver qué sabe de este asunto —ordena por la radio el jefe del grupo.
Miguel Ricart, Neusa Martins y sus hijos Enrique y Dolores son trasladados inmediatamente a la 311 Comandancia de la Guardia Civil, un edificio encalado y austero de la capital valenciana, donde está ubicada la jefatura provincial del instituto armado fundado por el duque de Ahumada hace un siglo y medio.
"Detenidos tres hombres en relación con el asesinato de las niñas de Alcàsser", titula erróneamente EL PAÍS en su primera página del 29 de enero de 1993 bajo una fotografía en la que Fernando García, el padre de la difunta Miriam, abraza a la hermana de otra de las adolescentes asesinadas. 
 Pero el hermetismo impuesto por las autoridades en torno a las investigaciones hacía ex­plicable la equivocación periodística, debida también en parte a la escasez de tiempo para poder reconfirmar las noticias antes de que echen a andar las rotativas.
Ese mismo día, EL PAÍS publicaba un pequeño editorial bajo el tí­tulo de "Espanto y talión", en el que se criticaba el morboso espec­táculo televisivo que se había organizado en torno al espantoso su­ceso, fruto de la encarnizada batalla que aquellos momentos estaban librando varias cadenas en su empeño por aumentar sus respectivas audiencias millonarias.
"La captura y puesta a disposición de la justicia de los autores es la respuesta de una sociedad civilizada a tales atrocidades.
 La utili­zación del dolor de otros niños, compañeros de las víctimas, para convertir el drama en espectáculo resulta indecente. Especialmente cuando, como ocurrió ayer en algunos espacios televisivos, se apro­vecha la tensión vivida por esos niños durante más de dos meses pa­ra convertirlos en heraldos de la ley del talión", concluía diciendo el editorial del diario que entonces dirigía Joaquín Estefanía.

La crítica estaba más que fundamentada, si se recuerda que Al­càsser se convirtió en un inmenso plató televisivo por el que fueron obligados impúdicamente a desfilar desde los padres de las niñas, sus amigas, las autoridades locales ... 
Cualquiera que pudiese provocar los lacrimógenos sentimientos y los más irracionales instintos de los televidentes. 
¿Usted qué haría si tuviera ahora delante al asesino de su hija?, se les preguntó una y otra vez a los padres de Miriam, Toñi y Desirée, forzándoles a que vomitaran su rabia y sus deseos de ven­ganza sin el menor recato. 
Eso, y no otra cosa, es precisamente lo que se quería de ellos: que dieran espectáculo.
Pero eso sólo fue la parte visible del show. 
Porque detrás de las cámaras, entre bambalinas, los colaboradores de Paco Lobatón y los de Nieves Herrero libraron una reyerta que poco faltó para que no acabara a dentelladas. 
Lobatón se creía con derecho a explotar en exclusiva a los protagonistas del mórbido espectáculo, te­niendo en cuenta lo mucho que les había ayudado a buscar a las ni­ñas a través de su popular programa "¿Quién sabe dónde?" de TVE.
Nieves Herrero pensaba que, después de haber prestado tantas veces su programa "De tú a tú" de Antena 3 para el mismo fin, también tenía derecho a llevarse la mejor parte del trágico pastel. 
Y en esta despiadada y necrófaga batalla por la au­diencia se emplearon todo tipo de trucos y artimañas, utilizando in­cluso a policías municipales para que "secuestraran" a los invitados del programa contrario.
 La guerra sucia llegó a las ondas.

El caso de Alcàsser convulsionó los cimientos de la sociedad es­pañola, no sólo por lo intrínsecamente terrible del mismo, sino tam­bién por su impactante transmisión y explotación de los medios de comunicación.
 Consciente de este hecho, EL PAÍS no dudó en dedicar las tres cuartas partes de su portada del 30 de enero a ese asunto, bajo un titular a cuatro columnas: "Los asesinos de Alcàsser mata­ron a tiros a las niñas tras torturarlas y violarlas".
 Completaba la in­formación de primera página una fotografía de los cientos de perso­nas que se habían congregado ante el juzgado de Alzira y los rostros de Antonio Anglés y Miguel Ricart, los dos presuntos autores del rapto y posterior asesinato de las tres jóvenes.
EL PAÍS, un periódico tan renuente al sensacionalismo, dedicó na­da más y nada menos que ocho primeras páginas consecutivas al tri­ple crimen de Valencia, consciente del insaciable interés informativo despertado por el caso y sus circunstancias políticas, penales y peni­tenciarias.
 Este tema no cedería los privilegiados honores de porta­da hasta el 5 de febrero, fecha en que el espacio de primera plana fue ocupado por el descubrimiento de que algunos abogados de He­rri Batasuna se habían dedicado a transmitir a presos de ETA las consignas de la organización terrorista.

Pero, mientras tanto, los lectores tuvieron cumplida y abundante información del multitudinario entierrro de las niñas, al que asistie­ron unas 30.000 personas; de la puesta en libertad de Neusa Martins y sus hijos Enrique y Dolores ante la falta de evidencias en su contra; de las múltiples salvajadas, violaciones y torturas que habían sufrido Miriam, Toñi y Desirée antes de ser asesinadas y enterradas en un hoyo cavado en un solitario y desconocido monte; y de la per­secución y búsqueda del escurridizo Antonio Anglés por parte de un auténtico ejército de policías y guardias civiles desplegado por la co­marca de L'Horta valenciana.
Entierro de las tres niñas en el cementerio de Alcàsser.
Entierro de las tres niñas en el cementerio de Alcàsser.

"Experimentos con gaseosa"

Con el paso de los días, el crimen de Alcàsser adquirió un nuevo giro. 
En la búsqueda de culpables, el debate se centró en la política penitenciaria y más concretamente en la concesión de permisos a presos peligrosos.
 No en vano, el supuesto asesino Antonio Anglés se hallaba en libertad desde que el juez de Vigilancia Penitenciaria le concediera el 28 de febrero de 1992 un permiso de seis días de du­ración. Gracias a eso pudo abandonar la cárcel que le había sido im­puesta por secuestrar, maltratar y dejar encadenada a un pilar a su antigua novia Nuria Pera, una yonki a la que acusaba de haberle ro­bado unos gramos de heroína. 
Y el tal Anglés, tras decidir prolongar el permiso por su cuenta y riesgo, había presuntamente asesinado a tres inocentes criaturas.
"Los experimentos, en casa y con gaseosa", proclamó el colérico José Luis Corcuera, ministro del Interior dejando ver a las claras su postura contraria a que se deje en libertad a quien no se sepa muy bien qué uso va a hacer de ella. 
Pascual Sala, presidente del Tribu­nal Supremo y del Consejo del Poder Judicial, calificó de "desafortu­nadas" tales declaraciones de Corcuera, mientras que otros jueces re­cordaron que Anglés ya había obtenido en 1991 un permiso navideño de siete días y que se había reintegrado a prisión "sin problemas".
EL PAÍS terció en la polémica a través de un editorial publicado el 3 de febrero:
 "Es tal el horror social que puede generar un suceso co­mo el asesinato de las niñas de Alcàsser que no es extraño que a su rebufo flaqueen las convicciones y se produzcan reacciones sólo ex­plicables en el contexto de la gran emotividad del momento", co­menzaba señalando el artículo de opinión
 Y proseguía: "El caso concreto del presunto asesino de las niñas de Alcàsser pone de ma­nifiesto la impredecibilidad de determinadas conductas criminales y, por ello, la dificultad de prevenirlas por los criminólogos, psicólogos, pedagogos, psiquiatras y sociólogos que integran los equipos de ob­servación y tratamiento penitenciarios.
 El caso ha evidenciado de igual modo un defecto del sistema: la descoordinación de las admi­nistraciones.
 Cuando un recluso no vuelve a la cárcel después de un permiso, lo normal es que campe por sus respetos, salvo que tenga la mala suerte de toparse con un policía o que —es el caso del pre­sunto asesino de las niñas de Alcàsser— vuelva a cometer un crimen que lo ponga tras él.
 Con este agujero policial en el sistema, cual­quier permiso penitenciario es un riesgo".
El Ministerio de Justicia, por su parte, argumentó que durante el año 1992 se habían concedido 53.029 permisos penitenciarios y que solamente se habían registrado 527 casos de no reingresos.
 O lo que es lo mismo: que únicamente había habido un porcentaje de fraca­sos cifrado en un 0,99%.



 

Muere una mujer alemana de 51 años herida en el atentado de Barcelona

La cifra de fallecidos por los atentados de Barcelona y Cambrils se eleva ya a 16.

Homenaje a las víctimas en la Rambla.
Homenaje a las víctimas en la Rambla. EFE
Una turista de nacionalidad alemana de 51 años, que resultó gravemente herida en el atropello masivo de la Rambla de Barcelona el pasado día 17, ha muerto esta mañana en el Hospital del Mar de la capital catalana, según ha informado el Departamento de Salud de la Generalitat de Cataluña.
Con este fallecimiento, la cifra de muertes causadas por el doble ataque en Barcelona y Cambrils se eleva ya a 16 personas.
 La mujer permanecía ingresada en estado crítico en  la UCI del centro hospitalario desde el día del atentado.
 Según los datos ofrecidos por Salud, en estos momentos siguen ingresadas en los hospitales un total de 24 personas, 20 de ellas del ataque de Barcelona y cuatro del de Cambrils. 
De ellos, cinco están en estado crítico, cuatro graves y 15 menos graves.

 

Seis días de horror y fuga.................. Jesús García Nacho Carretero

Tras el ataque en La Rambla comenzó la huida hacia delante de un grupo de terroristas muy jóvenes de los que nadie, ni sus familias, había sospechado antes.

Policías en el mercado de la Boqueria, por donde huyó Younes Abouyaaqoub. 
Policías en el mercado de la Boqueria, por donde huyó Younes Abouyaaqoub.
Su aspecto es desaliñado. Está sucio y deshidratado.
 Ha recorrido 34 kilómetros con las mismas zapatillas negras con las que condujo la furgoneta de La Rambla. Camina junto a la AP-7 por el Penedès, tierra de viñedos, cuna del cava catalán. 
Se protege la vista, y de la vista ajena, con unas Ray- Ban falsificadas. 
Y sigue caminando. Hacia el sur.

SUBIRATS, lunes 21 de agosto

Younes Abouyaaqoub tiene 22 años. 
Desde mediodía es, oficialmente, el hombre más buscado de España.
 Su imagen —huyendo por el mercado de la Boqueria con las Ray-Ban; entrando en un cajero; o posando para la foto de clase del instituto Abat Oliba— inundan las redes sociales.
En su casa, en la calle Santa Magdalena de Ripoll, el pueblo que le vio crecer, sus padres siguen cada minuto de la pesadilla por televisión. 
Hace cuatro días que saben que el terrorista de La Rambla es su hijo. 
“Nos enteramos por la tele”, explicará el padre. “Nada más verlo, le llamamos por teléfono, para contárselo, pero no respondió”.
Lo intentaron varias veces los días siguientes.
 Pero Younes no lleva el móvil encima: evita ser rastreado. Desesperada, Ghanno Gaanimi, la madre, se dirige a los medios: “Ven a verme, no hagas esto, no tengo la culpa.
 Ve a la policía, entrégate, prefiero que estés en la cárcel a muerto”, dice en árabe. No da resultado.
Younes llega a la parte trasera de una casa adosada en Subirats. El sol cae a plomo.
 Silba. Busca ayuda.
 Espera encontrar a un hombre marroquí, presunto traficante de drogas, que vive allí
. O vivía. Porque el que asoma por la ventana no es Hasán, sino otro hombre, un argentino.
 Younes se marcha campo a través. Pero es tarde. Le han visto.
 A las 15.30, tres jefes de la comisaría de Vilafranca regresan de una reunión: Younes es la prioridad absoluta. 
Y creen verle: las mismas zapatillas negras, una camisa azul y pantalones rojos.
 Una mujer confirma sus sospechas: dice al 112 que le ha reconocido “sin ninguna duda” cerca de la estación de tren, que es experta en fisonomía y que ese chico es Younes.

Policías en el mercado de la Boqueria, por donde huyó Younes Abouyaaqoub. Ver fotogalería
Policías en el mercado de la Boqueria, por donde huyó Younes Abouyaaqoub.
Su aspecto es desaliñado. Está sucio y deshidratado. Ha recorrido 34 kilómetros con las mismas zapatillas negras con las que condujo la furgoneta de La Rambla. Camina junto a la AP-7 por el Penedès, tierra de viñedos, cuna del cava catalán. Se protege la vista, y de la vista ajena, con unas Ray- Ban falsificadas. Y sigue caminando. Hacia el sur.

SUBIRATS, lunes 21 de agosto

Younes Abouyaaqoub tiene 22 años. Desde mediodía es, oficialmente, el hombre más buscado de España. Su imagen —huyendo por el mercado de la Boqueria con las Ray-Ban; entrando en un cajero; o posando para la foto de clase del instituto Abat Oliba— inundan las redes sociales.
En su casa, en la calle Santa Magdalena de Ripoll, el pueblo que le vio crecer, sus padres siguen cada minuto de la pesadilla por televisión. Hace cuatro días que saben que el terrorista de La Rambla es su hijo. “Nos enteramos por la tele”, explicará el padre. “Nada más verlo, le llamamos por teléfono, para contárselo, pero no respondió”.
Lo intentaron varias veces los días siguientes. Pero Younes no lleva el móvil encima: evita ser rastreado. Desesperada, Ghanno Gaanimi, la madre, se dirige a los medios: “Ven a verme, no hagas esto, no tengo la culpa. Ve a la policía, entrégate, prefiero que estés en la cárcel a muerto”, dice en árabe. No da resultado.
Younes llega a la parte trasera de una casa adosada en Subirats. El sol cae a plomo. Silba. Busca ayuda. Espera encontrar a un hombre marroquí, presunto traficante de drogas, que vive allí. O vivía. Porque el que asoma por la ventana no es Hasán, sino otro hombre, un argentino. Younes se marcha campo a través. Pero es tarde. Le han visto.
A las 15.30, tres jefes de la comisaría de Vilafranca regresan de una reunión: Younes es la prioridad absoluta. Y creen verle: las mismas zapatillas negras, una camisa azul y pantalones rojos. Una mujer confirma sus sospechas: dice al 112 que le ha reconocido “sin ninguna duda” cerca de la estación de tren, que es experta en fisonomía y que ese chico es Younes.
Dispositivo de búsqueda del terrorista de La Rambla en Subirats. Atlas
Dos agentes de Vilafranca lo encuentran en una zona de viñedos, junto a la depuradora. 
“Agachado”, subrayará el jefe de los Mossos, Josep Lluís Trapero, al explicar su captura.
 Le dan el alto. Le apuntan con sus armas. Pero para Younes no es tiempo de entregarse.
 Es tiempo de morir. Se abre la camisa y exhibe un cinturón de explosivos.
 “¡Allahu akbar!”, proclama mientras se acerca a los mossos.
 El mismo grito que su hermano Houssaine, de 17 años, lanzó antes de ser abatido en Cambrils.
 No hay margen para comprobar que las bombas son, en realidad, botellas de agua envueltas en papel de aluminio.
 A diez metros, vacían sus cargadores. Más de veinte disparos lo derriban.
 Su cara queda desfigurada, como se ve en las imágenes que al poco circulan y que los Mossos piden no difundir.

El duodécimo integrante de la célula cae a las 16.05.
 No podrá saberse, por él, qué hizo durante los cuatro días que estuvo huido.
 Ni cómo consiguió cambiarse el polo de rayas con el que iba vestido cuando arrolló mortalmente a 13 personas.
 Ni quién le prestó ayuda. Ni por qué lo hizo.
 El final de Younes es tal vez el principio del mártir: al paraíso a través de la yihad, como les había enseñado su imán, un antiguo chatarrero y traficante.

ALCANAR, miércoles 16 de agosto

Abdelbaki es Satty ha desaparecido de Ripoll.
 Hace dos meses dejó de ser el imán de la comunidad Annour, que lamenta haberle contratado sin conocer su paso por la cárcel por tráfico de drogas. 
Aseguran que no vieron ni escucharon nada extraño. 
Hasta el día en que les pidió tres meses de vacaciones. “Le dijimos que era demasiado, que podía irse tres semanas”.
 Tras esa charla, desapareció. 
Atrás dejaba un exitoso lavado de cerebro a al menos ocho chicos de Ripoll, que conformarán la célula de los atentados. 
Se reúne con ellos en pisos secretos y en una furgoneta. Hablan durante horas, alejados del resto de musulmanes. 
Si se cruzan en la mezquita o en la calle, se saludan como si no se conociesen.
 Se acercó primero a Youssef Houli, muerto en la explosión de Alcanar, y a Mohamed Hichamy, abatido en Cambrils.
 Serán los líderes. Después vinieron sus hermanos y los demás. 
El hecho de que casi todos eran familiares facilitó la discreción. 
El imán se aproxima a otros, sin éxito: les habla de la maldad de la música.
Pero Es Satty no ha desaparecido ni está en Marruecos como dice. Se encuentra en Alcanar, un pueblo junto al mar, en el sur de Cataluña, a 300 kilómetros de Ripoll. En el chalet F9 de la urbanización Montecarlo se reúne con los chicos ya radicalizados. La célula prepara un gran atentado en Barcelona.
La casa de Alcanar, tras la explosión.
La casa de Alcanar, tras la explosión.
 El grupo esconde 106 bombonas de butano que ha comprado con la venta de joyas robadas. 
Y ha preparado 500 litros de acetona, agua oxigenada y bicarbonato, necesarios para fabricar TAPT, un explosivo casero usado por Estado Islámico y conocido como la madre de Satán. También guardan clavos para usarlos como metralla.
 Y pulsadores para iniciar la explosión. La idea es provocar un nuevo 11-M.
 El ataque es inminente.
 A las 20.25, uno de los terroristas compra en Sant Carles de la Ràpita 15 fundas de almohada y bridas.
 Servirán para contener los artefactos explosivos. 
Pero algo falla. Alguien manipula mal los explosivos y se produce una explosión que frustra los sueños del grupo de atentar contra monumentos e iglesias de Barcelona, como la Sagrada Familia. “Ese seguro que fue Youseff, era nervioso e impulsivo”, dirán sus amigos.
 Yousseff Aalla aparece muerto entre los escombros.
 Mohamed Houli, de 20 años, se salva porque estaba en el porche de la casa. 
“Estaba mirando el móvil, con una camiseta blanca de tirantes”. Lo vio segundos antes de la explosión Lorenzo, el vecino del chalé colindante. 
“Pasé enfrente, le saludé. Cuando entraba en casa, todo explotó”.  La casa de Alcanar es el agujero negro del caso. 
Las patrullas hallan esa noche acetona y veinte bombonas.
 Y piensan, en ese primer instante decisivo, que había saltado por los aires un laboratorio de drogas.
 Los bomberos hablan de un accidente por “acumulación de gas” en una casa ocupada.
 El desastre causado por la deflagración impide ver el tesoro oculto: un libro de color verde a nombre de Abdelbaki.
 Y en su interior, una nota manuscrita: “En nombre de Alá, El Misericordioso, el Compasivo.
 Breve carta de los Soldados del Estado Islámico en la tierra de Al Andalus para los cruzados, los odiosos, los pecadores, los injustos, los corruptores”.
 El herido, Mohamed Houli, es trasladado al hospital de Tortosa como una víctima más.
 Está grave. Se investiga si de algún modo —y ante la ausencia de vigilancia sobre él— pudo ponerse en contacto desde el hospital con la célula, que aguardaba en Ripoll para cometer el gran ataque sobre Barcelona.
Explosión de Alcanar.
Explosión de Alcanar.
Cuando el resto de terroristas se enteran de lo ocurrido en Alcanar, trazan un plan alternativo. 
“Más rudimentario”, admitirán los Mossos, pero igualmente letal. Disponen de dos furgonetas de reparto de la empresa Telefurgo —dos Fiat Talento— que han alquilado, el día anterior, con la tarjeta de crédito de Younes en Sabadell. Iban a servir para trasladar los explosivos. 
Ahora servirán para arrollar a personas.
Están preparados.
 “En junio perdieron el miedo a morir”, dice un primo de los yihadistas.
 Fueron aleccionados, en la última fase, en la doctrina Takfir, que consiste en disimular su condición de fundamentalistas para no levantar sospechas.
Nadie en Ripoll sospechó. 
Cuando, tras los ataques, vecinos y amigos hablaron de los terroristas, los definieron como “buenos chicos, integrados”. 
Días después surgieron voces discrepantes: su integración no era tan perfecta como se había dado a entender.

BARCELONA Y CAMBRILS, jueves 17 de agosto

Al volante de la Fiat Talento con matrícula 7086 JWD, Younes accede al centro de Barcelona a través de la calle de Pelai. 
Pisa el acelerador y emboca La Rambla.
 Va tan rápido que las ruedas se levantan del suelo.
 Un guardia urbano alcanza a verle el rostro. “Iba con las ventanas subidas y gritando como un loco”.
 A más de 60 kilómetros por hora, Younes se incorpora a la zona central, reservada a peatones.
 Y arrolla todo lo que se le pone por delante. 
Después caos. Confusión. Estampidas.
 Y los primeros gritos de la Guardia Urbana que, sin saber, ya sabe: “¡Aléjense de la plaza de Catalunya, ataque terrorista!”. El balance será de 13 muertos y más de 100 heridos.
El airbag salva vidas. 
Pero no siempre son las de los conductores. Sobre el mosaico de Joan Miró, frente al teatro del Liceu y el mercado de la Boqueria, la furgoneta de Younes detiene su avance. ¿Había tenido suficiente? ¿Tal vez tenía marcada una vía de escape? Puede ser. 
Pero el caso es que el airbag del conductor salta y el sistema eléctrico queda bloqueado. 
El terrorista baja del vehículo y escapa. Las personas que pasean por la parte baja de La Rambla, hasta la estatua de Colón, salvan su vida.
Pese a consumar el atentado, la célula sufre un tercer contratiempo: tras la explosión fortuita de Alcanar y el airbag que detiene la carrera homicida, los terroristas tienen un accidente de tráfico. 
A las 15:25 horas, mientras Younes se dirige a Barcelona, Mohamed Hychami conduce una tercera furgoneta que había alquilado esa misma mañana.
 ¿Adónde iba? ¿Tenía planeado provocar una masacre simultánea? En la autopista AP-7, poco antes de llegar al peaje de Cambrils, Hychami choca contra un vehículo.
 Cuando el conductor le dice que va a llamar a la policía, salta la valla de la autopista y desaparece por un camino.
Mohamed Hychami llega hasta la estación de servicio de Cambrils poco antes de las 16.00.
 Ha caminado un trecho y tiene la camiseta gris empapada de sudor. Compra una botella de agua y la bebe casi de un trago.
 Paga. Y avisa a sus compañeros, que acuden a buscarle a la estación al volante de un Audi A3.
 Se van. 
Todo hace indicar que se refugian en un antiguo restaurante-masía abandonado de Riudecanyes, a 20 minutos en coche, y aguardan noticias. 
De algún modo conocen lo que ha hecho Younes. Regresan a la gasolinera entre las 18 y las 19 horas, cuando ya Barcelona está sumida en el caos, entre bulos y rumores de todo tipo: un tiroteo en El Corte Inglés de plaza de Cataluña, un terrorista con rehenes en un restaurante turco... 


La furgoneta, en la Rambla.
La furgoneta, en la Rambla.
A Hychami le acompañan su hermano Omar; Said Aalla, Moussa Oukabir y Houssaine Abouyaaqoub, el hermano del terrorista de La Rambla.
 Houssaine aparece con una camiseta blanca del París Saint-Germain.
 Compra una recarga de teléfono móvil y abandona el local mientras escribe un mensaje. 
Se ignora si pretendía contactar con su hermano, que a esas horas está a punto de cometer un crimen con arma blanca.
Son las 18.20.
 Pau Pérez estaciona su Ford Focus de color blanco en el aparcamiento para estudiantes de la Zona Universitaria, junto a la avenida Diagonal de Barcelona y a escasos metros del Camp Nou. Tiene 35 años.
 Ha pasado la noche en casa de sus padres, en Vilafranca del Penedès, y ha llegado a Barcelona para visitar a un familiar.
 Ha sido cooperante en diversas ONG: viajó a Haití en 2010 para ayudar a las víctimas del terremoto.
 Es, además, un apasionado del fútbol.
Si Pau había escuchado, tal vez por la radio del coche, lo ocurrido en Barcelona, es también una incógnita.
 Quizás respira aliviado por encontrarse en un lugar apartado de los hechos, a casi seis kilómetros de La Rambla. 
Pero el peligro está allí mismo.
 Mientras acaba la maniobra de estacionamiento, Younes abre repentinamente la puerta del conductor. 
“Lo acuchilla, lo pone en la parte posterior del coche y emprende su huida”, dirá el comisario Trapero.

Pese a los intentos de algún ciudadano de detener sus pasos en La Rambla, justo cuando abandona la furgoneta, el terrorista ha logrado escapar a través de la Boqueria. 
Lleva un jersey a rayas blanco y azul. 
Recorre las calles de la ciudad —camina y corre, tal como se ve en los fotogramas— con un cuchillo. Hasta que topa con Pau.
Los Mossos tienen una posibilidad real de atraparlo.
 Han puesto en marcha dos dispositivos para encontrar al conductor: Gàbia (Jaula) y Cronos. 
Se fija un control policial en la Diagonal, una de las principales vías de entrada y salida.
 Younes ve a los dos agentes en el control y toma la misma decisión que en La Rambla: acelera y arrolla a una sargento de los Mossos d’Esquadra, que sufre una rotura de fémur.
 Su compañero dispara pero no logra detener el vehículo, que aparece 20 minutos más tarde en Sant Just Desvern, junto al edificio Walden.
 “Allí, y hacia las 7, le perdemos la pista”, admite Trapero.
 Se pierde a Younes, pero se localiza a dos personas que van a permitir atar cabos
. En la furgoneta de La Rambla aparece el pasaporte español de un melillense: Mohamed Houli. 
Es el herido en Alcanar. Las gestiones con la empresa Telefurgo llevan hasta Driss Oukabir, de 28 años, un vecino de Ripoll a cuyo nombre se ha alquilado el vehículo. 
Esa misma noche, ambos están ya detenidos. Y permiten a los Mossos conectar tres escenarios:
 Alcanar, Barcelona, Ripoll. La cacería está en marcha. 
Pero hay un escenario que se escapa. Y ni siquiera la declaración de Houli, que confiesa las intenciones del grupo (y el deseo del imán de inmolarse) permiten anticipar la nueva pesadilla.

El Estado Islámico acaba de reivindicar el atentado. 
El comisario Trapero pone orden informativo a la tragedia. Poco antes de las once de la noche, un periodista pregunta si los Mossos esperan un atentado “inminente”. El comisario responde que no.
Los terroristas parecen contentos. 
Así se les ve en la tercera visita a la gasolinera de Cambrils, a las 20:55.
 Buscan unos mecheros. En las imágenes de las cámaras de seguridad se observa cómo hablan distendidamente. Incluso bromean.
 Vuelven a subir al Audi. Acuden a un bazar chino a las afueras de Cambrils solo cinco minutos antes de que cierre.
 Allí compran cuatro cuchillos de cocina y un hacha con los que pretenden ejecutar una nueva matanza. 
Todo parece cada vez más improvisado.
La cuarta y última visita a la gasolinera es la más surrealista.
 A las 22.00, Omar Hychami —el hermano del chico accidentado en la autopista— compra unas barras de pan, una tortilla, queso, zumo y bebidas isotónicas. 
Es su última cena.
 Después, regresan a la masía de Riudecanyes, donde abandonan los tickets de compra e intentan quemar con los mecheros que han comprado algunos documentos: el pasaporte y carné de conducir de Mohamed Hychami y el pasaporte de Younes.
Desde la guarida de Riudecanyes, los terroristas ponen rumbo a Cambrils. 
El Audi A3 de color negro entra en el paseo marítimo, atropella a algunas personas y embiste a un coche de los Mossos d’Esquadra que realizaba un control frente al Club Náutico.
 Tras el impacto, cuatro de los terroristas abandonan el coche armados con los cuchillos y el hacha del bazar.
Un solo agente de los Mossos d’Esquadra logra abatir, con precisión, a cuatro de los terroristas.
 Uno de ellos, según los testigos, no llegó a salir del coche. El quinto —Omar Hichamy, el de la tortilla y las bebidas isotónicas— consigue huir a pie a través del paseo marítimo.
 Aún tiene tiempo de apuñalar en la cabeza a una mujer, que acabará muriendo y convirtiéndose en la víctima número 15 de los ataques.
Hichamy avanza por el paseo, frente a la playa.
 La policía le rodea. Se detiene de pronto y levanta hacia el cielo el dedo índice de la mano derecha.
 La mano izquierda la tiene sobre un supuesto cinturón de explosivos que, como el de Younes, resultará ser falso. “¡Tíralo!”, se oye gritar a un mosso
El joven no hace caso y le llueven los disparos. Uno, dos, tres, cuatro.
 Al cuarto cae al suelo, mientras grita “¡Allahu akbar!”. “¡Vale, vale!”, reacciona el mosso.
 Pero el joven se levanta de improviso y comienza a caminar, esta vez lentamente, de un lado a otro.
 Intenta cruzar el paso de cebra, donde están los agentes. Recibe siete disparos más y, a sus 17 años, cae muerto en el suelo.
 La pesadilla acaba. 
Hay ocho terroristas muertos y cuatro detenidos.
 Y 15 víctimas inocentes.




 

 

Una mujer del siglo pasado............................Sonsoles Ónega.

Ser un adelantado a tu época casi nunca es fácil. La periodista comparte el dolor de una mujer que dejó hijos y marido en la España de 1939 por amor.



00-COLUMNISTAS-REDONDOS-SONSOLES-ONEGA
QUERIDA CARMEN:
Desde que fui madre por primera vez en 2009, entiendo a todas las madres del mundo. 
Es como si el parto activara la válvula de la empatía o de la infinita comprensión hacia todas y cada una de las mujeres de las que depende otra vida.
Una clase de responsabilidad que se prolonga como una sombra y de la que, en buena medida, dependen tantas felicidades ajenas como hijos creados.
 Por eso, Carmen, te escribo para decirte: te entiendo. 
Te entiendo hasta en el pecado de haber amado fuera del cuerpo de tu marido. 
Todo un oprobio para tu época que se convirtió en una deuda de honra y amor que pagaron tus hijos. Y tus padres. Y tu hermana.


Fuiste una mujer del siglo pasado.
 De la primera mitad, eso sí. No es una circunstancia menor porque, de haber sido de la segunda, tu vida podría haber sido más fácil. O no. 
No lo sabemos. 
En cualquier caso, ni el cuándo ni el dónde lo elegimos, de tal forma que te tocó (y punto) vivir los años veinte, los treinta y los cuarenta. 
Te casaste ante Dios con un médico afamado y con él tuviste tres criaturas, dos gemelas y un niño, circunstancias ambas elegidas por ti o impuestas por tu tiempo.
 Da igual. Te programaron para conservar ese matrimonio, pero las cosas se torcieron y se te cruzó la mirada de un militar de la Segunda República, de nombre Federico, y de apellido Escofet. 
Por ese hombre lo dejaste todo. 
En 1939 cruzaste la frontera, recorriste las cunetas que llevaban a Francia junto a los cientos de miles de españoles que, como tú, juraron volver.

Y sin embargo.
El mismo destino que te unió a Federico Escofet te impuso no cumplir el juramento y entender que no hay amor que soporte una huida sin retorno. 
Tus hijos se quedaron en Barcelona y fue esa distancia la que te obligó a iniciar una cruzada contra ti misma.
He imaginado ser tú y no yo, borrar la presunción de culpabilidad, tachar de tu biografía las líneas que insinuaban el jolgorio y disfrute que se presupone con injusticia a las mujeres infieles.
 Porque sí, la modernidad es supuesta cuando es la mujer la que resucita las pasiones adormecidas en las sábanas del matrimonio. La sospecha lo invade todo cuando es ella la que rompe, la que se descubre querida en otros brazos.
 Contigo fue así y fuiste lo de siempre para las pupilas ajenas que a él no lo juzgaron ni lo condenaron.
 Al revés: la conquista era cualidad de varón. Aún hay algo de presente en todo eso.
 Y quizá por eso, te entiendo.
 Si volvieras a esta vida, te contaría algo.
 Te contaría que tus hijas, aún vivas, han saldado la deuda.
 Han rellenado el insoportable vacío que dejaste con el amor que descubrieron en la mirada de tu amante, conscientes de que no hay sentimiento más noble que el de amar y ser amado.