Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

27 ago 2017

Crimen de Alcàsser: el espanto y el espectáculo del talión.............. Jesús Duva.

Un caso horrible que hoy sigue sin resolverse....¿Quién las mató?

El brutal asesinato tras la tortura y violación de tres niñas de la localidad valenciana dio rienda suelta al dolor y a la explotación televisiva de la ira popular.

Fernando García, padre de una de las niñas, en el lugar del crimen. 
Fernando García, padre de una de las niñas, en el lugar del crimen.
“¡Que los maten!”, rugió una multitud en medio de la noche, mientras las campanas tocaban a muerto. “¡Que me los dejen a mí”, vociferó un hombre con ganas de hacerse notar
. "¡Les pegaría cinco tiros!", chilló un niño que aparentaba poco más de ocho años.
La sed de sangre se palpaba en el ambiente. 
Aquello recordaba a El árbol del ahorcado.
 Pero esto no era el Far West americano ni sus protagonistas calzaban un Colt a la cintura.
 La escena ocurría la no­che del 27 de enero de 1993 en el pueblo valenciano de Alcàsser, unas horas después del hallazgo de los cadáveres de las niñas Desi­rée Hernández, Miriam García y Antonia Gómez, salvaje y brutal­mente asesinadas después de haber sido secuestradas durante la tar­de-noche del 13 de noviembre de 1992.

Entre la desaparición de las tres adolescentes y el descubrimien­to de sus cuerpos destrozados habían pasado 75 días.
 75 días con sus 75 noches en los que los 7.000 vecinos del pueblo de Alcàsser, a tiro de piedra de la capital valenciana, habían vivido la incertidumbre, el miedo, la desesperanza y, finalmente, la angustia compartida con millones de españoles a través de los reality shows de televisión que en esas fechas hacían furor en todas las audiencias. 
Demasiada bilis contenida, demasiada rabia ahogada, como para que al final no se produjera una explosión ...
 Y, claro, la explosión se produjo activada por los tres ataúdes que contenían los cuerpos sin vida de Miriam, Toñi y Desirée.
 El pueblo clamó justicia, aunque en realidad exigía venganza; y pidió, claro, un castigo adecuado para los culpables, aunque en verdad quería decir pena de muerte.
 Ojo por ojo y diente por diente.
 La ley del ta­lión a rajatabla. "iQue cuelguen a los asesinos!", exigió un joven, al que sólo le faltó acompañar el grito con una soga en la mano para que la imagen hubiera quedado perfecta.


Los rostros de las tres niñas estuvieron presentes en carteles y pasquines repartidos por todo el país.
Los rostros de las tres niñas estuvieron presentes en carteles y pasquines repartidos por todo el país.
"Alcàsser clama justicia tras el hallazgo de las tres niñas asesina­das", tituló EL PAÍS en su primera página, a tres columnas, dedican­do a la noticia el mejor espacio. 
Debajo, una foto y un titular de si­milar tamaño para otra noticia dramática: la muerte de seis personas aplastadas por la marquesina del cine Bilbao, en Madrid. 
El anuncio de Felipe González de expulsar del PSOE a los que aprovecharan el cargo para enriquecerse se vio arrinconado a una columna.
España entera estaba conmocionada desde las siete de la tarde del 27 de enero de 1993.
 A esa hora, los teletipos de las agencias in­formativas escupieron como un trallazo la noticia del hallazgo de tres cadáveres enterrados en un inhóspito monte de la partida de La Romana, cerca de la presa de Tous y a medio centenar de kilómetros de Alcàsser.
 Las radios tardaron apenas unos segundos en vomitar el teletipo en las ondas.
 Nadie se atrevió a asegurar que se trataba de las tres quinceañeras desaparecidas aquel fatídico 13 de noviembre anterior.
 Pero no había que ser muy listo para deducirlo.
 A pesar de que el portavoz de la Delegación del Gobierno en Valencia se esfor­zaba por pedir calma a los periodistas antes de dar por cierto algo que, según él, no pasaba de ser más que una mera suposición.

Una mano descarnada

La suposición, sin embargo, hacía ya horas que había adquirido la categoría de verdad absoluta.
 Casi, casi desde que Gabriel Aquino y José Sala habían subido al monte a revisar sus colmenas de abe­jas y se habían tropezado con una mano descarnada que emergía de la tierra como con desesperación. 
Esto ocurrió en torno a las 10 de la mañana.
 Después pasaron por allí el jefe forestal de la zona, Ser­gio Balbastre; el empleado de la funeraria El Amparo de Alberic, Pedro Carboneres Álvarez; el juez de Alcira, el forense, los guardias civiles del cuartel más próximo ... 
Toda una legión de bocas que no tardaron demasiado en propalar el descubrimiento por toda la co­marca. 
Aunque el juez no ordenó exhumar los cadáveres hasta casi las cinco de la tarde —estaba ocupado con el levantamiento de un suicida ahorcado en Benimala—, para entonces todo el mundo sabía que la búsqueda de Miriam, Toñi y Desirée había tocado a su fin.
 Ya no era necesario seguir pegando carteles con sus fotos, ni continuar asistiendo a programas de televisión para reclamar la colaboración ciudadana, ni volver a hablar con el presidente del Gobierno para que pusiera a los mejores policías al frente de la investigación ... 
Lo que la gente de Alcàsser había temido durante 75 días y 75 noches, se había producido.
En los bares, en las tiendas, en las casas de la comarca, el rumor inicial se había transformado pronto en evidencia, en contra de los deseos de la Guardia Civil, que hubiera preferido que el asunto se mantuviera en silencio durante el mayor tiempo posible.
 ¿Para qué?
 Para poder realizar la inspección ocular en la partida de La Romana sin agobios, sin la avalancha de reporteros que, sin duda, empezarían a llegar a aquella montaña, pese a lo escarpado del terreno.
 Y, ade­más, porque convenía que el asesino o asesinos no supieran que los cadáveres de Miriam, Toñi y Desirée habían sido localizados, que si­guieran creyendo que el cuerpo de su delito continuaba bajo tierra. 

Los sabuesos del tricornio se vieron obligados a trabajar contra­rreloj.
 Acordonaron la zona donde habían sido sepultados los cadá­veres de las niñas —un picacho azotado por el viento, frecuentado sólo por alimañas, jabalíes y cazadores— para recoger cualquier cosa que resultase ser una pista: unos cinturones, una radio vieja, colillas de cigarrillo, trozos de tela ... y 17 pedazos de papel que debidamen­te pegados entre sí resultaron ser parte de un volante de la ciudad sanitaria La Fe, de Valencia.
 Un formulario en el que, aun sucio y arrugado, se podía leer con relativa facilidad que se trataba de un parte de asistencia médica a un paciente que había acudido a ese hospital a la 1.09 de la madrugada del 14 de mayo anterior y al que se le había diagnosticado una blenorragia. 
Al volante le faltaba un pedazo correspondiente al espacio reservado a reseñar la identidad del enfermo.
 Sin embargo, en el folio recompuesto se adivinaba que el primer apellido del paciente empezaba por ANG ...
 




Los guardias civiles corrieron a La Fe.
 Aquellos trozos de papel podían ser la clave para resolver el triple crimen de las niñas de Alcàsser.
 Y no había tiempo que perder. Los asesinos no tardarían en poner pies en polvorosa en cuanto se enterasen por la radio o la televisión del hallazgo de los cadáveres.
— ¿Nos pueden decir a quién corresponde este historial clínico?— preguntó el sargento a la administrativa de guardia en el hospital valenciano.
— Lo siento. No les puedo dar ese tipo de información. Eso es con­fidencial —refunfuñó la joven.
— Mire, señorita, tenemos una autorización judicial. 
Necesitamos saber inmediatamente a quién corresponde el historial número 9317583.
 Es muy, muy importante... De verdad. No puedo decirle más, pero le aseguro que es muy urgente.
Tras las consabidas consultas a la superioridad, la oficinista aca­bó aporreando las teclas del ordenador para saber quién se ocultaba tras ese anónimo y aséptico 9317583.
 Y al cabo de unos segundos, como por arte de magia, la pantalla electrónica se llenó de palabras.
— Aquí dice que esa historia clínica se abrió a nombre de Enrique Anglés Martínez, con domicilio en el Camí Real número 101, de Ca­tarroja.
 El 14 de mayo se le atendió en urgencias y se le recomendó que siguiera tratamiento ambulatorio bajo supervisión de su médico de cabecera.
Los picoletos no tardaron demasiado en descubrir que el tal Enri­que Anglés era un hombre con personalidad trastornada y pertene­ciente a una familia muy conocida en Catarroja, no precisamente por su moral y buenas costumbres, sino por haber tenido alguno de sus miembros más de un problema con la justicia.
 El ministro de In­terior, el visceral José Luis Corcuera, pisó el acelerador y ordenó prioridad absoluta al caso.
Mientras los boletines de radio machacaban la noticia del día, los guardias civiles se movían en una frenética lucha contra el tiempo para tratar de impedir la fuga de los sospechosos.
 O, al menos, del que entonces se había convertido en sospechoso número uno: el tal Enrique Anglés. ¿Tendría algo que ver con quienes recogieron aquel 13 de noviembre de 1992 a Miriam, Toñi y Desirée cuando hacían autoestop para ir a la discoteca Coolor, de Picassent?
 ¿Sería él uno de los que iban en aquel coche blanco en el que una vecina vio su­bir a las tres adolescentes antes de que desaparecieran?
 Los agentes no estaban en condiciones de afirmar o negar.
 Sólo tenían un indi­cio consistente en un papel en el que constaba su nombre.
Las pesquisas policiales se hicieron con tanto sigilo que nadie, ni siquiera los padres de las tres niñas, supo en aquellos momentos que ya había un sospechoso.
 Ellos y sus convecinos de Alcàsser soltaban su rabia y su dolor a raudales en la plaza del Ayuntamiento, con­vertida en el centro neurálgico de toda España.
Cartel de búsqueda Antonio Anglés, el supuesto autor material del crimen de Alcàsser que nunca fue localizado.
Cartel de búsqueda Antonio Anglés, el supuesto autor material del crimen de Alcàsser que nunca fue localizado.
 


Huida por los tejados

Los féretros con los cadáveres de Miriam, Toñi y Desirée llegaron al cuartel de la Guardia Civil de Llombai alrededor de las 10 y media de la noche del 27 de enero, unas 12 horas después de que los apicultores Gabriel Aquino y José Sala hubieran descubierto junto a sus colmenas aquella mano descarnada que emergía de la tierra.
 So­bre las 12 de la noche, los tres ataúdes fueron trasladados en sendos furgones funerarios hasta el Instituto Anatómico Forense para ser sometidos a la preceptiva autopsia.
— Aún hay esperanzas. 
Nadie nos ha confirmado oficialmente que se trate de las niñas —decía a esa misma hora el abuelo de Miriam, como queriendo negar la evidencia.
 A unos pocos kilómetros de Alcàsser, mientras tanto, un puñado de guardias civiles de paisano aporreaban la puerta de un piso del número 101 del Camí Real, en Catarroja. ¿Objetivo? Detener al sos­pechoso número uno del triple crimen de las adolescentes.
¡Abran a la Guardia Civil! —grita imperativamente uno de los agentes.
— ¿Quién es? ¿Qué quieren? —pregunta una voz desde dentro de la casa.
— ¡Abran a la Guardia Civil! Abran o echamos la puerta abajo —amenaza el guardia que parece estar al mando de la operación, en cuya mano sostiene una Star en posición de disparo.
Antonio Anglés Martins, de 27 años, uno de los nueve hijos de la brasileña Neusa Martins y un valenciano muerto años atrás de ci­rrosis hepática, aprovecha la colaboración de su familia para poner­se a toda prisa unas zapatillas y salir volando por la ventana. 
 Desde la Semana Santa anterior estaba evadido de la prisión de Valencia, de donde salió mediante un permiso concedido por un juez.
 Así que no dudó ni un segundo en saltar al vacío aun a riesgo de partirse las piernas o la crisma: sabía que, si le cazaban, tendría que pasarse unos cuantos años entre rejas. 
Y no estaba dispuesto a entregarse sin resistencia.

Antonio Anglés salta de tejado en tejado, aprovechando las sombras de la noche, hasta alejarse del domicilio familiar. Mientras, los guardias civiles registran el piso sucio y destartalado, decorado ape­nas con unos carteles de amazonas sin enmarcar. Neusa Martins, sorda desde que tuvo un mal aborto, siente cerrarse unos grilletes en torno a sus muñecas.
 Lo mismo les ocurre a sus hijos Dolores y En­rique, a quienes de nada les valen sus protestas frente a la contun­dencia de los picoletos.
En plena operación policial llega al portal de la casa de los An­glés un joven rubio, de 23 años, cargado con una bolsa de naranjas, ignorante de lo que está sucediendo en el piso de su amigo Antonio. Un guardia le cierra el paso.
— Aquí hay un individuo que dice que va a ver a Antonio Anglés —informa un agente a través del transmisor portátil—. Se llama Miguel Ricart.

— ¡Deténganle! Vamos a ver qué sabe de este asunto —ordena por la radio el jefe del grupo.
Miguel Ricart, Neusa Martins y sus hijos Enrique y Dolores son trasladados inmediatamente a la 311 Comandancia de la Guardia Civil, un edificio encalado y austero de la capital valenciana, donde está ubicada la jefatura provincial del instituto armado fundado por el duque de Ahumada hace un siglo y medio.
"Detenidos tres hombres en relación con el asesinato de las niñas de Alcàsser", titula erróneamente EL PAÍS en su primera página del 29 de enero de 1993 bajo una fotografía en la que Fernando García, el padre de la difunta Miriam, abraza a la hermana de otra de las adolescentes asesinadas. 
 Pero el hermetismo impuesto por las autoridades en torno a las investigaciones hacía ex­plicable la equivocación periodística, debida también en parte a la escasez de tiempo para poder reconfirmar las noticias antes de que echen a andar las rotativas.
Ese mismo día, EL PAÍS publicaba un pequeño editorial bajo el tí­tulo de "Espanto y talión", en el que se criticaba el morboso espec­táculo televisivo que se había organizado en torno al espantoso su­ceso, fruto de la encarnizada batalla que aquellos momentos estaban librando varias cadenas en su empeño por aumentar sus respectivas audiencias millonarias.
"La captura y puesta a disposición de la justicia de los autores es la respuesta de una sociedad civilizada a tales atrocidades.
 La utili­zación del dolor de otros niños, compañeros de las víctimas, para convertir el drama en espectáculo resulta indecente. Especialmente cuando, como ocurrió ayer en algunos espacios televisivos, se apro­vecha la tensión vivida por esos niños durante más de dos meses pa­ra convertirlos en heraldos de la ley del talión", concluía diciendo el editorial del diario que entonces dirigía Joaquín Estefanía.

La crítica estaba más que fundamentada, si se recuerda que Al­càsser se convirtió en un inmenso plató televisivo por el que fueron obligados impúdicamente a desfilar desde los padres de las niñas, sus amigas, las autoridades locales ... 
Cualquiera que pudiese provocar los lacrimógenos sentimientos y los más irracionales instintos de los televidentes. 
¿Usted qué haría si tuviera ahora delante al asesino de su hija?, se les preguntó una y otra vez a los padres de Miriam, Toñi y Desirée, forzándoles a que vomitaran su rabia y sus deseos de ven­ganza sin el menor recato. 
Eso, y no otra cosa, es precisamente lo que se quería de ellos: que dieran espectáculo.
Pero eso sólo fue la parte visible del show. 
Porque detrás de las cámaras, entre bambalinas, los colaboradores de Paco Lobatón y los de Nieves Herrero libraron una reyerta que poco faltó para que no acabara a dentelladas. 
Lobatón se creía con derecho a explotar en exclusiva a los protagonistas del mórbido espectáculo, te­niendo en cuenta lo mucho que les había ayudado a buscar a las ni­ñas a través de su popular programa "¿Quién sabe dónde?" de TVE.
Nieves Herrero pensaba que, después de haber prestado tantas veces su programa "De tú a tú" de Antena 3 para el mismo fin, también tenía derecho a llevarse la mejor parte del trágico pastel. 
Y en esta despiadada y necrófaga batalla por la au­diencia se emplearon todo tipo de trucos y artimañas, utilizando in­cluso a policías municipales para que "secuestraran" a los invitados del programa contrario.
 La guerra sucia llegó a las ondas.

El caso de Alcàsser convulsionó los cimientos de la sociedad es­pañola, no sólo por lo intrínsecamente terrible del mismo, sino tam­bién por su impactante transmisión y explotación de los medios de comunicación.
 Consciente de este hecho, EL PAÍS no dudó en dedicar las tres cuartas partes de su portada del 30 de enero a ese asunto, bajo un titular a cuatro columnas: "Los asesinos de Alcàsser mata­ron a tiros a las niñas tras torturarlas y violarlas".
 Completaba la in­formación de primera página una fotografía de los cientos de perso­nas que se habían congregado ante el juzgado de Alzira y los rostros de Antonio Anglés y Miguel Ricart, los dos presuntos autores del rapto y posterior asesinato de las tres jóvenes.
EL PAÍS, un periódico tan renuente al sensacionalismo, dedicó na­da más y nada menos que ocho primeras páginas consecutivas al tri­ple crimen de Valencia, consciente del insaciable interés informativo despertado por el caso y sus circunstancias políticas, penales y peni­tenciarias.
 Este tema no cedería los privilegiados honores de porta­da hasta el 5 de febrero, fecha en que el espacio de primera plana fue ocupado por el descubrimiento de que algunos abogados de He­rri Batasuna se habían dedicado a transmitir a presos de ETA las consignas de la organización terrorista.

Pero, mientras tanto, los lectores tuvieron cumplida y abundante información del multitudinario entierrro de las niñas, al que asistie­ron unas 30.000 personas; de la puesta en libertad de Neusa Martins y sus hijos Enrique y Dolores ante la falta de evidencias en su contra; de las múltiples salvajadas, violaciones y torturas que habían sufrido Miriam, Toñi y Desirée antes de ser asesinadas y enterradas en un hoyo cavado en un solitario y desconocido monte; y de la per­secución y búsqueda del escurridizo Antonio Anglés por parte de un auténtico ejército de policías y guardias civiles desplegado por la co­marca de L'Horta valenciana.
Entierro de las tres niñas en el cementerio de Alcàsser.
Entierro de las tres niñas en el cementerio de Alcàsser.

"Experimentos con gaseosa"

Con el paso de los días, el crimen de Alcàsser adquirió un nuevo giro. 
En la búsqueda de culpables, el debate se centró en la política penitenciaria y más concretamente en la concesión de permisos a presos peligrosos.
 No en vano, el supuesto asesino Antonio Anglés se hallaba en libertad desde que el juez de Vigilancia Penitenciaria le concediera el 28 de febrero de 1992 un permiso de seis días de du­ración. Gracias a eso pudo abandonar la cárcel que le había sido im­puesta por secuestrar, maltratar y dejar encadenada a un pilar a su antigua novia Nuria Pera, una yonki a la que acusaba de haberle ro­bado unos gramos de heroína. 
Y el tal Anglés, tras decidir prolongar el permiso por su cuenta y riesgo, había presuntamente asesinado a tres inocentes criaturas.
"Los experimentos, en casa y con gaseosa", proclamó el colérico José Luis Corcuera, ministro del Interior dejando ver a las claras su postura contraria a que se deje en libertad a quien no se sepa muy bien qué uso va a hacer de ella. 
Pascual Sala, presidente del Tribu­nal Supremo y del Consejo del Poder Judicial, calificó de "desafortu­nadas" tales declaraciones de Corcuera, mientras que otros jueces re­cordaron que Anglés ya había obtenido en 1991 un permiso navideño de siete días y que se había reintegrado a prisión "sin problemas".
EL PAÍS terció en la polémica a través de un editorial publicado el 3 de febrero:
 "Es tal el horror social que puede generar un suceso co­mo el asesinato de las niñas de Alcàsser que no es extraño que a su rebufo flaqueen las convicciones y se produzcan reacciones sólo ex­plicables en el contexto de la gran emotividad del momento", co­menzaba señalando el artículo de opinión
 Y proseguía: "El caso concreto del presunto asesino de las niñas de Alcàsser pone de ma­nifiesto la impredecibilidad de determinadas conductas criminales y, por ello, la dificultad de prevenirlas por los criminólogos, psicólogos, pedagogos, psiquiatras y sociólogos que integran los equipos de ob­servación y tratamiento penitenciarios.
 El caso ha evidenciado de igual modo un defecto del sistema: la descoordinación de las admi­nistraciones.
 Cuando un recluso no vuelve a la cárcel después de un permiso, lo normal es que campe por sus respetos, salvo que tenga la mala suerte de toparse con un policía o que —es el caso del pre­sunto asesino de las niñas de Alcàsser— vuelva a cometer un crimen que lo ponga tras él.
 Con este agujero policial en el sistema, cual­quier permiso penitenciario es un riesgo".
El Ministerio de Justicia, por su parte, argumentó que durante el año 1992 se habían concedido 53.029 permisos penitenciarios y que solamente se habían registrado 527 casos de no reingresos.
 O lo que es lo mismo: que únicamente había habido un porcentaje de fraca­sos cifrado en un 0,99%.



 

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