Siempre entre las nubes hay esos huequitos de Sol que te dan valor.
Un Blues
Del material conque están hechos los sueños
27 ago 2017
Seis días de horror y fuga.................. Jesús García Nacho Carretero
Tras el
ataque en La Rambla comenzó la huida hacia delante de un grupo de
terroristas muy jóvenes de los que nadie, ni sus familias, había
sospechado antes.
Policías en el mercado de la Boqueria, por donde huyó Younes Abouyaaqoub.Joan Sánchez
Su aspecto es desaliñado. Está sucio y deshidratado. Ha recorrido 34
kilómetros con las mismas zapatillas negras con las que condujo la
furgoneta de La Rambla. Camina junto a la AP-7 por el Penedès, tierra de
viñedos, cuna del cava catalán. Se protege la vista, y de la vista
ajena, con unas Ray- Ban falsificadas. Y sigue caminando. Hacia el sur.
SUBIRATS, lunes 21 de agosto
Younes Abouyaaqoub tiene 22 años. Desde mediodía es, oficialmente, el
hombre más buscado de España. Su imagen —huyendo por el mercado de la
Boqueria con las Ray-Ban; entrando en un cajero; o posando para la foto
de clase del instituto Abat Oliba— inundan las redes sociales. En su casa, en la calle Santa Magdalena de Ripoll, el pueblo que le
vio crecer, sus padres siguen cada minuto de la pesadilla por
televisión. Hace cuatro días que saben que el terrorista de La Rambla es
su hijo. “Nos enteramos por la tele”, explicará el padre. “Nada más
verlo, le llamamos por teléfono, para contárselo, pero no respondió”. Lo intentaron varias veces los días siguientes. Pero Younes no lleva
el móvil encima: evita ser rastreado. Desesperada, Ghanno Gaanimi, la
madre, se dirige a los medios: “Ven a verme, no hagas esto, no tengo la
culpa. Ve a la policía, entrégate, prefiero que estés en la cárcel a
muerto”, dice en árabe. No da resultado. Younes llega a la parte trasera de una casa adosada en Subirats. El
sol cae a plomo. Silba. Busca ayuda. Espera encontrar a un hombre
marroquí, presunto traficante de drogas, que vive allí . O vivía. Porque
el que asoma por la ventana no es Hasán, sino otro hombre, un argentino. Younes se marcha campo a través. Pero es tarde. Le han visto. A las 15.30, tres jefes de la comisaría de Vilafranca regresan de una
reunión: Younes es la prioridad absoluta. Y creen verle: las mismas
zapatillas negras, una camisa azul y pantalones rojos. Una mujer
confirma sus sospechas: dice al 112 que le ha reconocido “sin ninguna
duda” cerca de la estación de tren, que es experta en fisonomía y que
ese chico es Younes.
Ver fotogaleríaPolicías en el mercado de la Boqueria, por donde huyó Younes Abouyaaqoub.Joan Sánchez
Su aspecto es desaliñado. Está sucio y deshidratado. Ha recorrido 34
kilómetros con las mismas zapatillas negras con las que condujo la
furgoneta de La Rambla. Camina junto a la AP-7 por el Penedès, tierra de
viñedos, cuna del cava catalán. Se protege la vista, y de la vista
ajena, con unas Ray- Ban falsificadas. Y sigue caminando. Hacia el sur.
SUBIRATS, lunes 21 de agosto
Younes Abouyaaqoub tiene 22 años. Desde mediodía es, oficialmente, el
hombre más buscado de España. Su imagen —huyendo por el mercado de la
Boqueria con las Ray-Ban; entrando en un cajero; o posando para la foto
de clase del instituto Abat Oliba— inundan las redes sociales.
En su casa, en la calle Santa Magdalena de Ripoll, el pueblo que le
vio crecer, sus padres siguen cada minuto de la pesadilla por
televisión. Hace cuatro días que saben que el terrorista de La Rambla es
su hijo. “Nos enteramos por la tele”, explicará el padre. “Nada más
verlo, le llamamos por teléfono, para contárselo, pero no respondió”.
Lo intentaron varias veces los días siguientes. Pero Younes no lleva
el móvil encima: evita ser rastreado. Desesperada, Ghanno Gaanimi, la
madre, se dirige a los medios: “Ven a verme, no hagas esto, no tengo la
culpa. Ve a la policía, entrégate, prefiero que estés en la cárcel a
muerto”, dice en árabe. No da resultado.
Younes llega a la parte trasera de una casa adosada en Subirats. El
sol cae a plomo. Silba. Busca ayuda. Espera encontrar a un hombre
marroquí, presunto traficante de drogas, que vive allí. O vivía. Porque
el que asoma por la ventana no es Hasán, sino otro hombre, un argentino.
Younes se marcha campo a través. Pero es tarde. Le han visto.
A las 15.30, tres jefes de la comisaría de Vilafranca regresan de una
reunión: Younes es la prioridad absoluta. Y creen verle: las mismas
zapatillas negras, una camisa azul y pantalones rojos. Una mujer
confirma sus sospechas: dice al 112 que le ha reconocido “sin ninguna
duda” cerca de la estación de tren, que es experta en fisonomía y que
ese chico es Younes.
Dispositivo de búsqueda del terrorista de La Rambla en Subirats.MASSIMILIANO MINOCRIAtlas
Dos agentes de Vilafranca lo encuentran en una zona de viñedos, junto
a la depuradora. “Agachado”, subrayará el jefe de los Mossos, Josep
Lluís Trapero, al explicar su captura. Le dan el alto. Le apuntan con
sus armas. Pero para Younes no es tiempo de entregarse. Es tiempo de
morir. Se abre la camisa y exhibe un cinturón de explosivos. “¡Allahu akbar!”, proclama mientras se acerca a los mossos. El mismo grito que su hermano Houssaine, de 17 años, lanzó antes de ser
abatido en Cambrils. No hay margen para comprobar que las bombas son,
en realidad, botellas de agua envueltas en papel de aluminio. A diez
metros, vacían sus cargadores. Más de veinte disparos lo derriban. Su
cara queda desfigurada, como se ve en las imágenes que al poco circulan y
que los Mossos piden no difundir.
El duodécimo integrante de la célula cae a las 16.05. No podrá
saberse, por él, qué hizo durante los cuatro días que estuvo huido. Ni
cómo consiguió cambiarse el polo de rayas con el que iba vestido cuando
arrolló mortalmente a 13 personas. Ni quién le prestó ayuda. Ni por qué
lo hizo. El final de Younes es tal vez el principio del mártir: al
paraíso a través de la yihad, como les había enseñado su imán, un
antiguo chatarrero y traficante.
ALCANAR, miércoles 16 de agosto
Abdelbaki es Satty ha desaparecido de Ripoll. Hace dos meses dejó de
ser el imán de la comunidad Annour, que lamenta haberle contratado sin
conocer su paso por la cárcel por tráfico de drogas. Aseguran que no
vieron ni escucharon nada extraño. Hasta el día en que les pidió tres
meses de vacaciones. “Le dijimos que era demasiado, que podía irse tres
semanas”. Tras esa charla, desapareció. Atrás dejaba un exitoso lavado
de cerebro a al menos ocho chicos de Ripoll, que conformarán la célula
de los atentados. Se reúne con ellos en pisos secretos y en una
furgoneta. Hablan durante horas, alejados del resto de musulmanes. Si se
cruzan en la mezquita o en la calle, se saludan como si no se
conociesen. Se acercó primero a Youssef Houli, muerto en la explosión de
Alcanar, y a Mohamed Hichamy, abatido en Cambrils. Serán los líderes.
Después vinieron sus hermanos y los demás. El hecho de que casi todos
eran familiares facilitó la discreción. El imán se aproxima a otros, sin
éxito: les habla de la maldad de la música. Pero Es Satty no ha desaparecido ni está en Marruecos como dice. Se
encuentra en Alcanar, un pueblo junto al mar, en el sur de Cataluña, a
300 kilómetros de Ripoll. En el chalet F9 de la urbanización Montecarlo
se reúne con los chicos ya radicalizados. La célula prepara un gran
atentado en Barcelona.
La casa de Alcanar, tras la explosión.Josep Lluís Sellart
El grupo esconde 106 bombonas de butano que ha comprado con la venta
de joyas robadas. Y ha preparado 500 litros de acetona, agua oxigenada y
bicarbonato, necesarios para fabricar TAPT, un explosivo casero usado
por Estado Islámico y conocido como la madre de Satán. También guardan clavos para usarlos como metralla. Y pulsadores para iniciar la explosión. La idea es provocar un nuevo 11-M.
El ataque es inminente.
A las 20.25, uno de los terroristas compra
en Sant Carles de la Ràpita 15 fundas de almohada y bridas.
Servirán
para contener los artefactos explosivos.
Pero algo falla. Alguien
manipula mal los explosivos y se produce una explosión que frustra los
sueños del grupo de atentar contra monumentos e iglesias de Barcelona,
como la Sagrada Familia. “Ese seguro que fue Youseff, era nervioso e
impulsivo”, dirán sus amigos.
Yousseff Aalla aparece muerto entre los
escombros.
Mohamed Houli, de 20 años, se salva porque estaba en el
porche de la casa.
“Estaba mirando el móvil, con una camiseta blanca de tirantes”. Lo
vio segundos antes de la explosión Lorenzo, el vecino del chalé
colindante.
“Pasé enfrente, le saludé. Cuando entraba en casa, todo
explotó”.
La casa de Alcanar es el agujero negro del caso. Las patrullas
hallan esa noche acetona y veinte bombonas. Y piensan, en ese primer
instante decisivo, que había saltado por los aires un laboratorio de
drogas. Los bomberos hablan de un accidente por “acumulación de gas” en
una casa ocupada. El desastre causado por la deflagración impide ver el
tesoro oculto: un libro de color verde a nombre de Abdelbaki. Y en su
interior, una nota manuscrita: “En nombre de Alá, El Misericordioso, el
Compasivo. Breve carta de los Soldados del Estado Islámico en la tierra
de Al Andalus para los cruzados, los odiosos, los pecadores, los
injustos, los corruptores”. El herido, Mohamed Houli, es trasladado al hospital de Tortosa como
una víctima más. Está grave. Se investiga si de algún modo —y ante la
ausencia de vigilancia sobre él— pudo ponerse en contacto desde el
hospital con la célula, que aguardaba en Ripoll para cometer el gran
ataque sobre Barcelona.
Explosión de Alcanar.
Cuando el resto de terroristas se enteran de lo ocurrido en Alcanar,
trazan un plan alternativo. “Más rudimentario”, admitirán los Mossos,
pero igualmente letal. Disponen de dos furgonetas de reparto de la
empresa Telefurgo —dos Fiat Talento— que han alquilado, el día anterior,
con la tarjeta de crédito de Younes en Sabadell. Iban a servir para
trasladar los explosivos. Ahora servirán para arrollar a personas. Están preparados. “En junio perdieron el miedo a morir”, dice un
primo de los yihadistas. Fueron aleccionados, en la última fase, en la
doctrina Takfir, que consiste en disimular su condición de
fundamentalistas para no levantar sospechas. Nadie en Ripoll sospechó. Cuando, tras los ataques, vecinos y amigos
hablaron de los terroristas, los definieron como “buenos chicos,
integrados”. Días después surgieron voces discrepantes: su integración
no era tan perfecta como se había dado a entender.
BARCELONA Y CAMBRILS, jueves 17 de agosto
Al volante de la Fiat Talento con matrícula 7086 JWD, Younes accede
al centro de Barcelona a través de la calle de Pelai. Pisa el acelerador
y emboca La Rambla. Va tan rápido que las ruedas se levantan del suelo. Un guardia urbano alcanza a verle el rostro. “Iba con las ventanas
subidas y gritando como un loco”. A más de 60 kilómetros por hora,
Younes se incorpora a la zona central, reservada a peatones. Y arrolla
todo lo que se le pone por delante. Después caos. Confusión. Estampidas. Y los primeros gritos de la Guardia Urbana que, sin saber, ya sabe:
“¡Aléjense de la plaza de Catalunya, ataque terrorista!”. El balance
será de 13 muertos y más de 100 heridos. El airbag salva vidas. Pero no siempre son las de los conductores.
Sobre el mosaico de Joan Miró, frente al teatro del Liceu y el mercado
de la Boqueria, la furgoneta de Younes detiene su avance. ¿Había tenido
suficiente? ¿Tal vez tenía marcada una vía de escape? Puede ser. Pero el
caso es que el airbag del conductor salta y el sistema eléctrico queda
bloqueado. El terrorista baja del vehículo y escapa. Las personas que
pasean por la parte baja de La Rambla, hasta la estatua de Colón, salvan
su vida. Pese a consumar el atentado, la célula sufre un tercer contratiempo:
tras la explosión fortuita de Alcanar y el airbag que detiene la carrera
homicida, los terroristas tienen un accidente de tráfico. A las 15:25
horas, mientras Younes se dirige a Barcelona, Mohamed Hychami conduce
una tercera furgoneta que había alquilado esa misma mañana. ¿Adónde iba?
¿Tenía planeado provocar una masacre simultánea? En la autopista AP-7,
poco antes de llegar al peaje de Cambrils, Hychami choca contra un
vehículo. Cuando el conductor le dice que va a llamar a la policía,
salta la valla de la autopista y desaparece por un camino. Mohamed Hychami llega hasta la estación de servicio de Cambrils poco
antes de las 16.00. Ha caminado un trecho y tiene la camiseta gris
empapada de sudor. Compra una botella de agua y la bebe casi de un
trago. Paga. Y avisa a sus compañeros, que acuden a buscarle a la
estación al volante de un Audi A3. Se van. Todo hace indicar que se
refugian en un antiguo restaurante-masía abandonado de Riudecanyes, a 20
minutos en coche, y aguardan noticias. De algún modo conocen lo que ha
hecho Younes. Regresan a la gasolinera entre las 18 y las 19 horas,
cuando ya Barcelona está sumida en el caos, entre bulos y rumores de
todo tipo: un tiroteo en El Corte Inglés de plaza de Cataluña, un
terrorista con rehenes en un restaurante turco...
La furgoneta, en la Rambla.
A Hychami le acompañan su hermano Omar; Said Aalla, Moussa Oukabir y
Houssaine Abouyaaqoub, el hermano del terrorista de La Rambla. Houssaine
aparece con una camiseta blanca del París Saint-Germain. Compra una
recarga de teléfono móvil y abandona el local mientras escribe un
mensaje. Se ignora si pretendía contactar con su hermano, que a esas
horas está a punto de cometer un crimen con arma blanca. Son las 18.20. Pau Pérez estaciona su Ford Focus de color blanco en
el aparcamiento para estudiantes de la Zona Universitaria, junto a la
avenida Diagonal de Barcelona y a escasos metros del Camp Nou. Tiene 35
años. Ha pasado la noche en casa de sus padres, en Vilafranca del
Penedès, y ha llegado a Barcelona para visitar a un familiar. Ha sido
cooperante en diversas ONG: viajó a Haití en 2010 para ayudar a las
víctimas del terremoto. Es, además, un apasionado del fútbol. Si Pau había escuchado, tal vez por la radio del coche, lo ocurrido
en Barcelona, es también una incógnita. Quizás respira aliviado por
encontrarse en un lugar apartado de los hechos, a casi seis kilómetros
de La Rambla. Pero el peligro está allí mismo. Mientras acaba la
maniobra de estacionamiento, Younes abre repentinamente la puerta del
conductor. “Lo acuchilla, lo pone en la parte posterior del coche y
emprende su huida”, dirá el comisario Trapero.
Pese a los intentos de algún ciudadano de detener sus pasos en La
Rambla, justo cuando abandona la furgoneta, el terrorista ha logrado
escapar a través de la Boqueria. Lleva un jersey a rayas blanco y azul. Recorre las calles de la ciudad —camina y corre, tal como se ve en los
fotogramas— con un cuchillo. Hasta que topa con Pau. Los Mossos tienen una posibilidad real de atraparlo. Han puesto en marcha dos dispositivos para encontrar al conductor: Gàbia
(Jaula) y Cronos. Se fija un control policial en la Diagonal, una de
las principales vías de entrada y salida. Younes ve a los dos agentes en
el control y toma la misma decisión que en La Rambla: acelera y arrolla
a una sargento de los Mossos d’Esquadra, que sufre una rotura de fémur. Su compañero dispara pero no logra detener el vehículo, que aparece 20
minutos más tarde en Sant Just Desvern, junto al edificio Walden. “Allí,
y hacia las 7, le perdemos la pista”, admite Trapero. Se pierde a Younes, pero se localiza a dos personas que van a
permitir atar cabos . En la furgoneta de La Rambla aparece el pasaporte
español de un melillense: Mohamed Houli. Es el herido en Alcanar. Las
gestiones con la empresa Telefurgo llevan hasta Driss Oukabir, de 28
años, un vecino de Ripoll a cuyo nombre se ha alquilado el vehículo. Esa
misma noche, ambos están ya detenidos. Y permiten a los Mossos conectar
tres escenarios: Alcanar, Barcelona, Ripoll. La cacería está en marcha. Pero hay un escenario que se escapa. Y ni siquiera la declaración de
Houli, que confiesa las intenciones del grupo (y el deseo del imán de
inmolarse) permiten anticipar la nueva pesadilla.
El Estado Islámico acaba de reivindicar el atentado. El comisario
Trapero pone orden informativo a la tragedia. Poco antes de las once de
la noche, un periodista pregunta si los Mossos esperan un atentado
“inminente”. El comisario responde que no.
Los terroristas parecen contentos. Así se les ve en la tercera visita
a la gasolinera de Cambrils, a las 20:55. Buscan unos mecheros. En las
imágenes de las cámaras de seguridad se observa cómo hablan
distendidamente. Incluso bromean. Vuelven a subir al Audi. Acuden a un
bazar chino a las afueras de Cambrils solo cinco minutos antes de que
cierre. Allí compran cuatro cuchillos de cocina y un hacha con los que
pretenden ejecutar una nueva matanza. Todo parece cada vez más
improvisado. La cuarta y última visita a la gasolinera es la más surrealista. A
las 22.00, Omar Hychami —el hermano del chico accidentado en la
autopista— compra unas barras de pan, una tortilla, queso, zumo y
bebidas isotónicas. Es su última cena. Después, regresan a la masía de
Riudecanyes, donde abandonan los tickets de compra e intentan quemar con
los mecheros que han comprado algunos documentos: el pasaporte y carné
de conducir de Mohamed Hychami y el pasaporte de Younes. Desde la guarida de Riudecanyes, los terroristas ponen rumbo a
Cambrils. El Audi A3 de color negro entra en el paseo marítimo,
atropella a algunas personas y embiste a un coche de los Mossos
d’Esquadra que realizaba un control frente al Club Náutico. Tras el
impacto, cuatro de los terroristas abandonan el coche armados con los
cuchillos y el hacha del bazar. Un solo agente de los Mossos d’Esquadra logra abatir, con precisión, a
cuatro de los terroristas. Uno de ellos, según los testigos, no llegó a
salir del coche. El quinto —Omar Hichamy, el de la tortilla y las
bebidas isotónicas— consigue huir a pie a través del paseo marítimo. Aún
tiene tiempo de apuñalar en la cabeza a una mujer, que acabará muriendo
y convirtiéndose en la víctima número 15 de los ataques. Hichamy avanza por el paseo, frente a la playa. La policía le rodea.
Se detiene de pronto y levanta hacia el cielo el dedo índice de la mano
derecha. La mano izquierda la tiene sobre un supuesto cinturón de
explosivos que, como el de Younes, resultará ser falso. “¡Tíralo!”, se
oye gritar a un mosso. El joven no hace caso y le llueven los disparos. Uno, dos, tres, cuatro. Al cuarto cae al suelo, mientras grita “¡Allahu akbar!”. “¡Vale, vale!”, reacciona el mosso. Pero el joven se levanta de improviso y comienza a caminar, esta vez
lentamente, de un lado a otro. Intenta cruzar el paso de cebra, donde
están los agentes. Recibe siete disparos más y, a sus 17 años, cae
muerto en el suelo. La pesadilla acaba. Hay ocho terroristas muertos y
cuatro detenidos. Y 15 víctimas inocentes.
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