Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

25 may 2017

Rosa Montero y Jan Martínez Ahrens, reciben el premio de Periodismo Internacional del Club de Prensa

Los periodistas, junto al escritor Fernando Aramburu entre otros, han recibido el galardón por sus respectivos trabajos-

 
Todos los premiados por el CLub Internacional de Prensa, este jueves, en la casa América de Madrid.
Todos los premiados por el CLub Internacional de Prensa, este jueves, en la casa América de Madrid.
 El Club Internacional de Prensa, que cumple 55 años de actividad, ha entregado este jueves los premios de Periodismo Internacional en un acto organizado en la Casa de América en Madrid.
 Entre los premiados, la escritora y periodista Rosa Montero, que ha recibido el galardón por su trayectoria profesional, y el periodista Jan Martínez Ahrens como mejor corresponsal español en el exterior.
La ceremonia, presentada por la también periodista Pepa Bueno, ha tenido dos hilos conductores protagonistas: la forma actual de hacer periodismo y la denuncia por los profesionales que son asesinados cada día por querer contar la verdad. 
En especial, se ha hecho referencia al periodista experto en narco, Javier Valdez, recientemente asesinado en México a las puertas de la redacción donde trabajaba. 
"Aquí no se mata por hacer periodismo, somos unos privilegiados, así que es una buena ocasión para homenajear a los menos afortunados", ha comentado el presidente del Club Internacional de Prensa, Javier Martín.
Rosa Montero, premio a la mejor trayectoria, ha aprovechado su intervención para, además de homenajear a los periodistas que sufren cada día por hacer su trabajo, denunciar "el vapuleo" que en ocasiones sufren los profesionales en las redes, a las que ha calificado de "oeste salvaje".
 Montero, que ha relatado como ejemplo de esto último una entrevista en la que tergiversaron sus palabras, también ha alertado de que en muchas ocasiones se fomenta el amarillismo y la manipulación desde los medios y "esta situación añadida a la precariedad del periodismo, y a la crisis del sistema democrático hace que triunfe la posverdad, que para mí siempre ha sido la mentira cochina".
Jan Martínez Ahrens, premio al mejor corresponsal español en el extranjero y Martin M. Roberto, premio al mejor corresponsal extranjero en España, también han dedicado su discurso a Javier Valdez. 
"No era un inconsciente, era un valiente", ha sostenido Martínez Ahrens, quien ha concluido su discurso con unas de las últimas palabras del periodista asesinado:
 "Que nos maten a todos por reportear este infierno, pero no al silencio".

Los dos colaboradores de EL PAÍS han asistido al acto junto a otros premiados como el escritor Fernando Aramburu, premio al autor que más ha destacado por su defensa en los valores humanos, y Martin M. Roberts, mejor corresponsal extranjero. 
El premio para "una empresa destacada por su defensa y apoyo a los medios", en palabras del presidente del Club Internacional de Prensa, Javier Martín-Domínguez, se ha concedido a la compañía Iberia en su 90º aniversario. 
En la ceremonia también se ha hecho del Premio cooperación 2016 de la asociación de corresponsables de prensa iberoamericana a la Universidad internacional de Andalucía, campus de La Rábida; el Premio Cultura y Ciencia al Teatro Real; el Premio Deporte y Superación, al equipo Infantil Femenino de fútbol de Lleida; el Premio Turismo con identidad, a la Asociación Española de Ciudades del Vino y el Premio periodismo innovador a www.bez.es (periódico que solo cuenta seis noticias al día y las analiza).

 

Turbación y masturbación en el Real........................ Rubén Amón

La actuación de los Ballets Rusos entre 1916 y 1921 rompió la costuras de la mojigatería.

Turbación y masturbación en el Real
El Teatro Real  alojó la irrupción de Igor Stravinsky en el ejercicio de 1921, dirigiendo él mismo el ballet de Petrushka. Conocían los madrileños la obra porque ya se había presentado un lustro antes en el propio coliseo, precisamente cuando recalaron los asombrosos Ballets Rusos de la compañía de Diaghilev
No cupo en su lujuria el rey Alfonso XIII de tanto frecuentar y cortejar a las bailarinas. 
Y tuvo tiempo al menos de estrechar la mano de Stravinsky.
 Que no participó en el foso en aquellas ocasiones -junio de 1916-, pero sí fue conminado a saludar, del mismo modo que aceptó dirigir Petrushka cuando regresó en marzo de 1921 al Teatro Real.

Ya se había producido la incendiaria revolución de La consagración de la primavera, incluso el propio Stravinsky había escapado a sus propios rescoldos.
 Su visita a Madrid le sorprende en la transición hacia el neoclasicismo, pero la idea de dirigir Petrushka todavía le retrotrae a su pasado inmediato.
 Y remarca en el Teatro Real el recelo de libertinaje y de transgresión que supuso la orgía artística de los Ballets Rusos.
Fue una ceremonia de la voluptuosidad en las costuras de una sociedad mojigata, hasta el extremo de que las familias de la burguesía y de la aristocracia, indignadas con la lujuria del rey, hicieron ademán de censurar el acontecimiento, presionaron para sabotearlo.
 
Diaghilev junto a Igor Stravinsky.
Diaghilev junto a Igor Stravinsky.
Lo cuenta Matilde Muñoz en su historia del Teatro Real. 
Y recrea el espacio de libertad y de desinhibición que sugestionaron las grandes estrellas de la compañía rusa. 
No llevaban mallas las bailarinas ni los bailarines. Se besaban “de verdad” sobre el escenario.
 Turbaron y masturbaron al público de las funciones convencionales.
Eran pocos los espectadores que asistieron a las primeras sesiones, pero muchísimos más los que terminaron abarrotando el paraíso del Teatro Real, confortados en el beneplácito regio y fascinados por la ensoñación de los sentidos que procuraron aquellas criaturas paganas.
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Turbación y masturbación en el Real
Tiene escrito Nietszche que lo divino camina con pies ligeros. Ligeros eran esos faunos y esas ninfas que revolotearon en la tarima del Real.
 Alegórica y hasta literalmente, pues Lydia Lopokova era en sí misma un pájaro menudo y dorado que se jactaba de su propia ingravidez, igual que lo hacía la Tchernechieva, aunque el rasgo distintivo de ésta carismática bailarina rusa eran su palidez, su piel de mármol, sus ojos imposibles y enormes.
“Los baliles rusos (sic) hicieron trepidar la vieja moral y aventaron el relente rancio de la malicia pacata (...) El viejo amor clandestino de los boudoirs.
 El olor a polvos de arroz, la galantería manida, se sintió de pronto desgakada y lanzada bajo el sol y la luna de un gran bosque pagano.
 Las madres prohibieron a sus hijas asistir al espectáculo. 
Se rogó a la empresa que, por lo menos, unas malla ciñeran las musculaturas, las piernas, los flancos, de aquellas vivas estatuas. Los bailarines se rieron y se indignaron”. escribe en su libro

Matilde Muñoz (Historia del Teatro Real, 1947)

Despacito................................. Luz Sánchez-Mellado

Y es que, por mucho filtro que nos pongamos, se nos acaba viendo todo.

Susana DÍaz, Pedro Sánchez y Patxi López.rn rn
Susana DÍaz, Pedro Sánchez y Patxi López.
Hay esperanza, incrédulos, no todo es mentira ahí fuera.
 En plena era del bótox, la impostura y la ultracorrección política, a veces emerge una foto que retrata a los poderosos como su madre los trajo al mundo.
Esta semana hemos visto un par de desnudos integrales sin que sus protagonistas enseñaran un milímetro más de lo canónico.
 Uno, el de Melania Trump, primera dama de Estados Unidos que, después de disfrazarse de lo que fuera preciso para saludar a jeques, papas y rabinos, se quedó en cueros vivos rechazando la manaza de su marido con inequívoco rictus de métete la diestra donde te quepa, que tú y yo sabemos por qué estamos de morros, Donald.
 Otro, el de Susana Díaz, la derrotada en las primarias del PSOE, quien, después de agotar las existencias de camisas blancas de Inditex para parecernos prístina y pura, se quedó en pololos al tener que darle la mano al ganador como si fueran íntimos con gesto de trágame, tierra. 
Y es que, por mucho filtro que nos pongamos, se nos acaba viendo todo.
 La ira, la envidia, la soberbia, la gula, la pereza, la lujuria, la avaricia y todos los pecados capitales, sí. 
Pero también la tontería y el pavazo y la alegría de estar vivos y bombeando sangre, aunque sea envenenadita, a los ventrículos. 

Hay quien se extraña de que Despacito, esa sucesión de ripios que lleva meses machacándonos tímpanos y meninges, haya llegado al top 1 en USA. 
Yo, en absoluto. El himno no es Imagine, pero nos llama por nuestro nombre.
 Apela a nuestras pulsiones.
 Las altas, las bajas y las medianitas.
 Da igual que seamos de Vicálvaro o de Wichita, que llevemos corbata o rastas, tacones o alpargatas. 
Debajo de la farfolla y la prosopopeya, todos podemos en algún momento tonto berrearle al aire que le enseñe a nuestra boca sus lugares favoritos, sube, sube, sube, y quedarnos más anchos que largos. 
Y acabo, que me sofoco y olvido mis apellidos. Ay, bendito.

 

Perdónales, Señor......................................... Natalia Marcos

La nueva serie 'Perdóname, Señor' es lo que parecía, y lo que quería Telecinco. Por suerte o por desgracia.

Telecinco juega bien sus cartas. 
Sabía que Sé quién eres era una serie que se ganaría el respeto de la crítica. 
Pero también sabía que no sería una serie de grandes audiencias. 
Se mantuvo con mucha dignidad, pero no fue un fenómeno de masas.
 Sí lo fue El Príncipe, serie con más pegas —también con virtudes, ojo— pero con mejor rendimiento para la cadena, sin ninguna duda.
 Lo mismo ocurre con Perdóname, Señor
Así que tras ofrecernos la cara, ahora llega la cruz.

Perdóname, Señor busca al público de El Niño y de El Príncipe compartiendo trasfondo, caras e incluso estilo visual.

 Al menos en las escenas de acción con las que arranca y que plantean el marco del narcotráfico sobre el que se monta el resto del cuadro. 

Pero se distancia de la película y la serie en cuanto empieza a descubrir el culebrón familiar que se esconde detrás.

 Porque resulta que la monja que interpreta Paz Vega, y que vuelve a Barbate 20 años después de partir precipitadamente hacia Roma, se fue dejando un hijo detrás, niño que tuvo con el que ahora es uno de los capos del narcotráfico de la zona (interpretado por Stany Coppet, el malo de El Príncipe), que no sabe que es el padre del chico.

 Ni siquiera el joven (Jesús Castro, es decir, El Niño) sabe que la que él conoce como su tía es en realidad su madre.

 Para más inri, padre e hijo pertenecen a bandas enfrentadas. En definitiva, un culebrón aderezado con acción y montado sobre la situación social y económica que el paro ha dejado en esta zona de Andalucía.

La serie, de ocho capítulos, tendrá su público, y mal se tiene que dar la cosa para que no sea numeroso. 
Es un público que se encontrará con diálogos forzados pronunciados sin demasiada convicción por sus protagonistas —entre los secundarios se encuentran mejores actuaciones, como las de Estefanía de los Santos y Paco Tous—, cuerpos 10 con poca ropa y una historia que no pide demasiado esfuerzo por parte del espectador para poder seguirla.
Perdóname, Señor es lo que parecía, y lo que quería Telecinco.
 Por suerte o por desgracia, depende del punto de vista.