Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

14 may 2017

Marta Ferrusola, tradición y familia....................... Francesc Valls

La esposa del expresidente Jordi Pujol ha hecho gala de unas creencias cristianas que en su casa se mostraron muy débiles.

Jordi Pujol y Marta Ferrusola salen de la Audiencia Nacional tras prestar declaracion.
Jordi Pujol y Marta Ferrusola salen de la Audiencia Nacional tras prestar declaracion.
Su asistencia a canonizaciones y beatificaciones, su defensa de la familia cristiana —sin abortos ni divorcios— y su aversión a los minaretes constituían una sólida base para Marta Ferrusola abrazara sin ambages la denominación de “madre superiora de la congregación”.

Utilizando este alias tan consecuente, la esposa del expresidente Jordi Pujol ordenaba transferencias en su comunicación con el altísimo, es decir, la dirección de la andorrana Banca Reig.
 Estaba asistida en las bandas por el “capellán de la parroquia”, denominación que hacía recaer en su hijo mayor, Jordi Pujol Ferrusola.
Marta Ferrusola, tradición y familia
EL PAÍS
Y es que Marta Ferrusola ha tenido siempre a gala dar testimonio profético de sus convicciones.  
En abril de 1990 asistió a la beatificación de 11 mártires de la Cruzada, “fusilados por odio a la fe”. 
Era una de las hornadas de santidad, cuya adoración propuso Juan Pablo II.
 Con esta devoción tan marcada, a nadie le sorprendió que la esposa del presidente de la Generalitat apadrinara el alumbramiento público de la Fundación Provida.

También consideraba “fatal y nefasta” la impía Ley Orgánica sobre el Derecho a la Educación (LODE), que pactó CiU con el PSOE. Avalada por esta virtuosa trayectoria, tampoco podía faltar (ni faltó) a la canonización de San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei.

Allí, en la abarrotada plaza de San Pedro, compartió patio de butacas nada menos que con Jorge Fernández Díaz, a la sazón secretario de Estado para las Relaciones con las Cortes, que luego, como ministro del Interior, se convertiría en inquisidor de independentistas.
A buen seguro que su querencia por el incienso y la mitra le han permitido compartir la aversión a los minaretes con Fernández Díaz, que ha dejado una estela de honores con la condecoración de la Santísima Virgen de los Dolores y de algún buen periodista.
“Tienen bien poca cosa, pero la única cosa que tienen son hijos”, decía Ferrusola en 2001 en referencia a esos inmigrantes de chilaba y hiyab. 
“Las ayudas que da mi marido van a esa gente que no sabe qué es Cataluña; solo saben decir ‘dame de comer”, remachaba insistiendo: “Nos quieren imponer sus costumbres”.
Casada desde 1956 con Jordi Pujol y madre de siete hijos, su defensa de la versión más tradicional de la patria y la familia catalanas ha sido proverbial.
 No soportaba que se pusiera en entredicho la honorabilidad ni su derecho o el de sus hijos a hacer negocios. 
La propia Ferrusola tenía suscritos, a finales de los noventa, contratos de mantenimiento de jardinería de su empresa —Hidroplant— con los departamentos de Economía, Medio Ambiente, Presidencia y Gobernación de la Generalitat.
Reaccionaba vehementemente a las críticas a sus vástagos, como demostró su comparecencia ante el Parlament en febrero de 2015. “Van con una mano delante y otra detrás”.
 Así describía la desnudez material de sus hijos y justificaba el hecho de darles alas mientras la figura del padre no sabía o no podía poner coto a tanto exceso.
Más que cariño, hubo demasiado roce entre lo privado y lo público durante la presidencia de Pujol.
 Era frecuente que alguno de los hijos se presentara en reuniones entre la Generalitat y el sector privado haciendo de comisionista-intermediario. 
En los viajes al extranjero, tampoco faltaban los apellidos Pujol Ferrusola en las comitivas, bien como empresarios o como asesores del sector público
. Jordi Pujol Ferrusola y su hermano Pere, por ejemplo, participaron de esa modalidad de delegaciones.
Eso sí, los países visitados eran siempre de probada virtud. Ramon Pedrós, ex jefe de prensa del president, opina que si Pujol no viajó nunca a Cuba fue porque Marta Ferrusola no lo hubiera acompañado a un paraíso de perversión y vicio.
Cuando un consejero del Gobierno de su marido se encontraba con la maleta en la puerta —como consecuencia de su exceso de trabajo sexual o profesional— Marta le proponía que pidiera perdón y volviera al domicilio conyugal.
 Es más, algunos ilustres divorciados nunca fueron perdonados por la inflexible Ferrusola, que recelaba de las mujeres que rodeaban a su marido. 
No fueron fáciles las relaciones con Carme Alcoriza, durante 40 años secretaria de Pujol, y única mujer que entraba en el despacho del presidente de la Generalitat sin llamar a la puerta.

Marta Ferrusola, sabiendo que la ocasión hace al ladrón, siempre trató de marcar el territorio ejerciendo su autoridad. 
Había que seguir en el atavismo de la tradición catalana.
 Pero lo que Ferrusola trataba de recomponer en la vida conyugal de los consejeros de su marido y altos cargos de CDC se descosía con alguno de sus hijos.

La vida sentimental de su hijo Jordi ha hecho correr ríos de tinta. Su pasión por los coches y sus escapadas con novia y capitales a Andorra ofrecen en ocasiones una imagen del primogénito de los Pujol más cercana al vitellone (personaje de vida licenciosa) que al de un entusiasta difusor de La tradició catalana, cristiana, del obispo Josep Torras i Bages.
La gran contradicción del pujolismo fue que predicaba desde el trono de la superioridad moral una ética que la propia familia eludía.
 Las bases cristianas de las que ha hecho gala Marta Ferrusola se han mostrado escasamente sólidas en casa, por mucho que se autotitule con el piadoso alias de “la madre superiora de la congregación”.


 

“¡Malditos vegetarianos!”........................ Mina Holland

Entre el exceso y la privación, estamos divididos en dos polos de alimentación que parecen relegar al olvido la cocina normal.

Vieja friendo huevos, cuadro de Diego Velázquez del año 1618.
Vieja friendo huevos, cuadro de Diego Velázquez del año 1618.

“¡Malditos vegetarianos!”. Solía decirlo en un aparte, como en el teatro, plenamente consciente de que mi madre y yo podíamos oírla. 
A la abuela le encantaba que fuéramos a pasar unos días con ella, pero desde luego no le gustaban nada nuestros requisitos a la hora de comer.
 Mi padre y mi hermano Max no tenían ningún problema en devorar con fruición sus asados dominicales y sus espesos guisos llenos de carne, pero mi madre y yo le causábamos más molestias. El hecho de que no quisiéramos comer carne la obligaba a cambiar los ritmos y los rituales por los que siempre se había regido en la cocina, por no hablar de su autonomía culinaria.
En realidad, la abuela tenía montones de recetas sin carnedahl de lentejas con arroz, coliflor con queso, pisto—, pero no le gustaban las restricciones que suponía cocinar para unas vegetarianas.
 Lo irónico es que, si hoy estuviera viva, los vegetarianos serían la menor de sus preocupaciones. 
Y más irónico aún es que, con todas las molestias culinarias que le causé cuando era niña, hoy me veo haciendo apartes teatrales como ella cuando tengo que cocinar para gente que me impone límites similares. 

Y sucede muy a menudo.
En los últimos años, se han introducido numerosos requisitos y hábitos alimentarios en busca de una vida más sana. 
Hay gente que asegura que la exclusión de un determinado grupo de alimentos —en especial, los que contienen gluten, lactosa o azúcar— es la respuesta a sus problemas, una solución para algún vago malestar que sienten desde hace mucho tiempo. 
Algunos crean su propio cóctel de prohibiciones (sin azúcar ni alcohol, por supuesto) y, con la excusa de querer estar bien, eliminan una serie de alimentos perfectamente saludables.
Mi abuela —mujer que llenaba fuentes enteras con abundantes raciones de alimentos cocinados con mantequilla y nata y servía montañas de pan, que hacía una tarta de manzana de morir, llena de crema, y que siempre nos enviaba de vuelta a Londres con algún tipo de bizcocho— estaría asombrada.
 Ella creció en una época en la que se consideraba que lo más sano era comer mucho, servirse una segunda ración y acabar llena.
 No solo tendría problemas con la costumbre de quitarse cosas, sino que no sabría qué cocinar.
 ¿Un pastel sin harina, mantequilla ni azúcar, e incluso sin huevos? ¿Con qué lo haría entonces, con aire?
 Pero para hablar de esas personas tenemos términos específicos: son intolerantes a la lactosa o, en el caso del gluten, celiacas.
 Que quede claro que mi escepticismo no va dirigido a ellas. Tampoco me refiero a quienes deciden no comer carne o productos animales en general (vegetarianos y veganos) por motivos éticos. Mi preocupación son los que deciden prescindir de grupos enteros de alimentos en nombre del “bienestar”.
Se ha escrito mucho sobre el movimiento del wellness (bienestar) y el clean eating (dieta limpia). 
Para empezar, el principio de que un plato que no tiene una serie de ingredientes básicos (que han sido fundamentales para alimentar a la humanidad durante siglos, como la harina y la leche) es comida limpia, mientras que todo lo demás es “sucio”, es una idea equivocada.
 Sus mayores símbolos (casi exclusivamente mujeres que se dirigen a otras mujeres) son escritoras y blogueras como Deliciously Ella y Madeleine Shaw, de aspecto atractivo, envidiable y juvenil (porque son jóvenes), que, entre otras cosas, debe mucho a la buena suerte genética.
Hablar de buena suerte es importante, porque, en un principio, la dieta limpia era privilegio de urbanitas con dinero.
 Los ingredientes fundamentales de este grupo, como las semillas de chía, las bayas de goji y las virutas de cacao, no son baratos y, por tanto, nada fáciles de incluir en una dieta cuando hay que atenerse a un presupuesto.
 Por ejemplo, el precio de una bolsa de medio kilo de semillas de chía ronda los nueve euros.
Pese a ello, el mundo de los alimentos sin gluten y sin lactosa está convirtiéndose en un gran negocio.
 En Reino Unido, donde resido, el sector de los alimentos exentos de estos elementos alcanzó un valor de 470 millones de libras (557 millones de euros) en 2015, y un estudio de la empresa Mintel prevé que en 2020 llegue a los 673 millones de libras (798 millones de euros).
 Se calcula que, en 2015, al menos el 12% de los nuevos productos alimenticios salidos al mercado en el país llevaba la etiqueta “sin gluten”.
 Las empresas alimentarias se están haciendo de oro.
Cada uno es muy libre de escoger qué quiere comer, pero este fenómeno me parece inquietante.
 Renunciar a alimentos que son beneficiosos y que los seres humanos consumen desde hace generaciones, debido a unos consejos de salud más bien dudosos, indica algo más que el simple deseo de ponerse en forma.
 La rotundidad con la que veo a gente de mi edad prescindir de grupos enteros de alimentos me hace pensar que sienten una necesidad de directrices, tal vez de control, en un entorno que, en muchos aspectos, resulta difícil de comprender e imposible de dominar.
 Históricamente se ha recurrido a limitar el acceso a la comida como forma de intentar controlar una situación de caos. 
Si bien no me atrevo a decir que el movimiento de la dieta limpia quiera maquillar los trastornos alimentarios para hacerlos más aceptables, sí creo que el deseo de estar sanos es más complejo de lo que parece.
Prescindir de grupos de alimentos para estar sanos es un método demasiado radical que tiene muchos inconvenientes.
 La dieta limpia se ha asentado en un extremo de las costumbres alimentarias, de la misma forma que, en el otro, está la “comida de tíos”, el tipo de alimentación que mi padre llamaba “un infarto servido en un plato”, esa que aparece en libros y programas de televisión dedicados a pedazos de carne cruda, casi viva, costillas a la barbacoa goteando salsa, fritos rebosantes de grasa.
 A veces me da la impresión de que estamos divididos entre dos polos igual de poco saludables, y que la cocina normal y la dieta equilibrada — todo lo bueno que está entre esos dos extremos— han caído en el olvido.
En este contexto, hoy en día, mi abuela seguramente estaría agradecida de no tener que cocinar más que para unos vegetarianos normales y corrientes.
 Nos comeríamos las lentejas con arroz, con yogur natural y cebollas fritas, y de postre tomaríamos la tarta de manzana con crema, susurrando como ella contra los “malditos enemigos del gluten” que vendrían a comer al día siguiente.
Mina Holland, editora de ‘Cook’, el suplemento gastronómico de ‘The Guardian’, acaba de publicar ‘Mamá, tu historia empieza en la cocina’ (Malpaso).


 

Un experto en cerdos..........................Juan José Millás.

COLUMNISTAS-REDONDOS_JUANJOSEMILLAS
LA ÚLTIMA TEMPORADA de Fargo comienza con un interrogatorio en la antigua Alemania Oriental.
 El policía pregunta al detenido si se llama Fulano de Tal. 
El detenido responde que no. 
El policía revisa unos papeles y dice que es lo que pone allí y lo que pone allí es la opinión del Estado.
–¿Acaso el Estado puede equivocarse? –añade.
El detenido enmudece, porque acusar al Estado de equivocarse puede acarrear más conflictos que la usurpación de personalidad.
 El Estado, en los regímenes totalitarios, lleva siempre la razón.
 Ahí tienen a Kim Jong-un llevando la razón en materia de cerdos. El Amado Líder, o como se conozca a este individuo de la saga familiar de amados y queridos, no sabe nada acerca de estos animales, pero le han invitado a visitar una granja y ahí lo tienen: se ha separado del séquito, se ha acercado a los gorrinos y ha empezado a opinar sobre su peso, su tamaño su coloración, su textura…, no tenemos ni idea.
 Lo cierto es que su actitud es la de un entendido en el trance de proporcionar una lección magistral sobre la materia. 
De hecho, sus subordinados han cogido un cuaderno y un lápiz para tomar nota. 

A lo mejor, Kim Jong-un acaba de decir que esos ciervos están un poco pasados de kilos. 
Si él dice que son ciervos, son ciervos. 
O quizá se está limitando a contarlos: uno, dos, tres, cuatro, para presumir de sus conocimientos de aritmética.
 Sea lo que sea, la escena acojona porque uno, en cuanto hombre, incluso en cuanto cerdo (todos mamíferos al fin y al cabo), también la sufre en alguna medida.
 Aquí, el único que disfruta es el gordo.
KCNA photo shows a visit by North Korean Leader Kim Jong Un to the Thaechon Pig Farm of the Air and Anti-Air Force of the Korean People's Army

Viejos de la mano......................................Rosa Montero..

Para que una historia de amor perdure hace falta pelear mucho por la relación, ser generoso, tener la perseverancia de una estalactita.

COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO
HACE UNOS DÍAS LEÍ en EL PAÍS una de esas noticias consoladoras que aparecen muy de cuando en cuando entre la avalancha de tragedias mundiales. 
Joyce y Frank Dodd, un matrimonio británico de 97 y 96 años, respectivamente, murieron el mismo día y en el mismo cuarto de hospital con una diferencia de 14 horas (ella fue la última).
Llevaban casados 77 años, tuvieron 5 hijos, 12 nietos, 10 bisnietos y 2 tataranietos, y poco antes de fallecer pudieron agarrarse de la mano porque les juntaron las camas.
 Es una historia conmovedora, un final de película romántica, la encarnación de ese sueño sentimental que creo que todos los humanos hemos acariciado en algún momento de nuestras vidas: amar a alguien para siempre, envejecer con ella o él, pasear de su mano por las soleadas alamedas de nuestra ancianidad. 

Hace años me contaron una anécdota genial del economista John Kenneth Galbraith, fallecido en 2006 a los 97 años.
 Casi rozando los noventa, Galbraith vino a Madrid a presentar un libro y, acompañado por su esposa, de tan avanzada edad como él, salió a comer con el editor.
 En un momento dado, la mujer se levantó para ir al lavabo.
 Era una viejecita menuda y frágil, se apoyaba temblorosa en una garrota y avanzaba con microscópica velocidad matusalénica. 
Los dos hombres callaron mientras la observaban y, cuando desapareció tras la puerta del baño, Galbraith se volvió a su acompañante con una sonrisa embelesada y musitó: “Isn’t she beautiful?” (¿no es preciosa?).
 Esta es otra anécdota llena de fulgor y de maravilla.
 Un hermoso regalo de la vida, nos decimos con envidia.

Y sí, está la suerte de haber encontrado a alguien capaz de acompañarte a través de los años y la fortuna de que no se haya muerto.
 Pero fuera de esto, no creo que ninguna de las dos historias les haya salido regalada. 
Es decir: seguro que tanto los Dodd como los Galbraith se han peleado mil veces, se han gritado y han tenido momentos en los que han querido mandar al cónyuge a la Conchinchina.
 Quizá incluso se hayan separado de forma temporal. Tal vez tuvieron amantes
. Las relaciones de pareja nunca son fáciles. A decir verdad, son dificilísimas.
 Para perdurar de esa manera y seguir queriéndose (hay matrimonios ancianos que se odian y se infligen mutuamente una vejez de infierno) hace falta pelear mucho por la relación, ser generoso, tener la perseverancia de una estalactita.


Según el último informe sobre la evolución de la familia, en España hay casi 7 rupturas por cada 10 matrimonios, una cifra bastante más elevada que la media europea, que no llega a 5.
 Claro que aquí también nos casamos poco y cada vez menos: de 5,4 bodas por cada mil habitantes en 2000 hemos bajado a 3,4 en 2014.
 En cambio el número de parejas de hecho registradas va subiendo: ya hay una por cada 6 matrimonios. 
Además hay muchas personas que viven juntas sin pasar por ningún trámite y 4 de cada 10 nacimientos provienen de padres no casados.
 Así que, ¿quién sabe?, quizá las parejas fuera del matrimonio duren más.
 Puede que en la abundancia de divorcios influyan las bodas entre individuos muy jóvenes, que todavía no saben bien quiénes son o quiénes serán y que van creciendo de modo divergente.
 Sea como fuere, desde la aprobación de la ley del divorcio en 1981 se han roto casi tres millones de vínculos.
 No seré yo quien diga que hay que aguantar en pareja contra viento y marea. 
Eternizarse con la persona inadecuada puede arruinarte la vida, y es una maravilla que el divorcio exista.
 Pero también creo que vivimos en una sociedad que mitifica la gratificación instantánea y no valora el esfuerzo.
 Creemos que nuestra vida tiene que tener esa alegría constante que nos muestran los melosos anuncios publicitarios, pero la realidad no es en absoluto así. 
Para construir un futuro a dos hay que trabajar muchísimo y tragar más de un sapo. 
Es una maldita batalla, en fin, pero merece la pena.
Aunque también creo que cada uno debe llegar a su punto de equilibrio entre la tenacidad y el número de sapos que está dispuesto a engullir. 
Hoy todos envidiamos el final feliz de los Galbraith y los Dodd, pero seguro que hay unos cuantos que no hubieran soportado vivir dentro de esas parejas.