Joyce y Frank Dodd, un matrimonio británico de 97 y 96 años, respectivamente, murieron el mismo día y en el mismo cuarto de hospital con una diferencia de 14 horas (ella fue la última).
Llevaban casados 77 años, tuvieron 5 hijos, 12 nietos, 10 bisnietos y 2 tataranietos, y poco antes de fallecer pudieron agarrarse de la mano porque les juntaron las camas.
Es una historia conmovedora, un final de película romántica, la encarnación de ese sueño sentimental que creo que todos los humanos hemos acariciado en algún momento de nuestras vidas: amar a alguien para siempre, envejecer con ella o él, pasear de su mano por las soleadas alamedas de nuestra ancianidad.
Hace años me contaron una anécdota genial del economista John Kenneth Galbraith, fallecido en 2006 a los 97 años.
Casi rozando los noventa, Galbraith vino a Madrid a presentar un libro y, acompañado por su esposa, de tan avanzada edad como él, salió a comer con el editor.
En un momento dado, la mujer se levantó para ir al lavabo.
Era una viejecita menuda y frágil, se apoyaba temblorosa en una garrota y avanzaba con microscópica velocidad matusalénica.
Los dos hombres callaron mientras la observaban y, cuando desapareció tras la puerta del baño, Galbraith se volvió a su acompañante con una sonrisa embelesada y musitó: “Isn’t she beautiful?” (¿no es preciosa?).
Esta es otra anécdota llena de fulgor y de maravilla.
Un hermoso regalo de la vida, nos decimos con envidia.
Y sí, está la suerte de haber encontrado a alguien capaz de acompañarte a través de los años y la fortuna de que no se haya muerto.
Pero fuera de esto, no creo que ninguna de las dos historias les haya salido regalada.
Es decir: seguro que tanto los Dodd como los Galbraith se han peleado mil veces, se han gritado y han tenido momentos en los que han querido mandar al cónyuge a la Conchinchina.
Quizá incluso se hayan separado de forma temporal. Tal vez tuvieron amantes
. Las relaciones de pareja nunca son fáciles. A decir verdad, son dificilísimas.
Para perdurar de esa manera y seguir queriéndose (hay matrimonios ancianos que se odian y se infligen mutuamente una vejez de infierno) hace falta pelear mucho por la relación, ser generoso, tener la perseverancia de una estalactita.
Claro que aquí también nos casamos poco y cada vez menos: de 5,4 bodas por cada mil habitantes en 2000 hemos bajado a 3,4 en 2014.
En cambio el número de parejas de hecho registradas va subiendo: ya hay una por cada 6 matrimonios.
Además hay muchas personas que viven juntas sin pasar por ningún trámite y 4 de cada 10 nacimientos provienen de padres no casados.
Así que, ¿quién sabe?, quizá las parejas fuera del matrimonio duren más.
Puede que en la abundancia de divorcios influyan las bodas entre individuos muy jóvenes, que todavía no saben bien quiénes son o quiénes serán y que van creciendo de modo divergente.
Sea como fuere, desde la aprobación de la ley del divorcio en 1981 se han roto casi tres millones de vínculos.
No seré yo quien diga que hay que aguantar en pareja contra viento y marea.
Eternizarse con la persona inadecuada puede arruinarte la vida, y es una maravilla que el divorcio exista.
Pero también creo que vivimos en una sociedad que mitifica la gratificación instantánea y no valora el esfuerzo.
Creemos que nuestra vida tiene que tener esa alegría constante que nos muestran los melosos anuncios publicitarios, pero la realidad no es en absoluto así.
Para construir un futuro a dos hay que trabajar muchísimo y tragar más de un sapo.
Es una maldita batalla, en fin, pero merece la pena.
Aunque también creo que cada uno debe llegar a su punto de equilibrio entre la tenacidad y el número de sapos que está dispuesto a engullir.
Hoy todos envidiamos el final feliz de los Galbraith y los Dodd, pero seguro que hay unos cuantos que no hubieran soportado vivir dentro de esas parejas.
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