Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

2 abr 2017

Ni víctima, ni héroe, ni mártir............................. Luz Sánchez-Mellado

La vida en vilo de un empresario vasco amenazado de muerte por ETA por negarse a pagar la extorsión de la banda, heredada de su padre y su abuelo.

Joseba (nombre ficticio), fotografiado en Bilbao, con una de las cartas de extorsión que recibió de ETA.
Joseba prefiere empezar a hablar callado. “Me gustaría que escucharas esto, luego pregunta lo que quieras”, sugiere, y pone una canción de Tontxu en el reproductor del coche en el que propone ir a un lugar que no revela. 
Se titula En el medio y su letra, dice, ilustra lo que siente sobre lo que quiere relatar hoy al mundo. 
Llevaba tiempo queriendo contar su historia. 
Soltar lastre. Ajustar cuentas consigo mismo.
 Cuando, hace dos semanas, trascendió el estudio Misivas del terror, sobre los empresarios extorsionados por ETA, decidió que era ahora o nunca.
 Cuando Tontxu acaba de cantar, el conductor es un hombretón de 50 años con los ojos empañados y un puño en el gañote.
 “Así me siento: en el medio.
 Yo no pagué, pero he llegado a entender, que no justificar, a quien lo hizo, a las víctimas e incluso a quien pegó el tiro. 
Hay que vivirlo para comprenderlo”.

La primera carta de ETA de la que supo llegó a casa de sus padres cuando era niño.

 Pero no era la primera que recibían los suyos.

 Esas le llegaron a su abuelo en los setenta.

 El patriarca, luchador vasco en el bando republicano, fundó una empresa con una decena de empleados y, en su calidad de “capitalista”, la banda le pedía una “contribución a la lucha armada del País Vasco” de 10 millones de pesetas. 

A pesar de recibir, en 1981, una última misiva advirtiéndole de que, si no abonaba en 20 días, comenzarían a “ejecutarle”, el abuelo no pagó.

 Por eso, cuando el padre de Joseba recibió su propia carta —“ahí empezó a cargarse mi mochila”, dice—, exigiéndole 36.000 euros, lo interpretó como una “herencia”.

 Pero el aita tampoco pagó la supuesta deuda. 

Así que, cuando ya casado, con hijos y negocio propio, Joseba fue un día a comer con su madre viuda y ésta le entregó un sobre con su nombre delante y el de su padre muerto en el reverso, supo que había llegado su hora. 

Aun así, su reacción fue de sorpresa. 
“Aunque sabes que eres carne de cañón: empresario de clase media, porque con los peces gordos no se atrevían, te preguntas por qué a ti. 
Si tu familia es buena gente, si llevas la ikurriña desde crío, si fuiste al cole sin saber castellano, si eres vasco hasta el tuétano, si no te lo mereces”, relata.
—¿Los demás sí lo merecían?
—No digo eso, pero cuando te meten en una ruleta rusa, no tienes empatía. Solo esperas que no te salte la bala en tu turno.
 Joseba, se ve, no es hombre de rodeos.
 Y así tomó la decisión: nada más abrir la misiva en la que se le exigía, supone, la deuda heredada más los intereses de demora: 41.675 euros. “No iba a pagar nunca. 
Por principios. Supongo que también pesó que ni mi padre ni mi abuelo pagaran. 
No hablamos de ello. No somos de dar explicaciones a los hijos. Obramos, y punto.
 Tampoco dudé cuando llegaron más cartas. La decisión se toma una vez y basta. 
Un vasco no recula”, dice. Porque, en efecto, llegaron más cartas apremiándole el pago. Hasta que en la última, en 2005, Joseba pasó a ser declarado “objetivo operativo de ETA”.
 En plata: a llevar una diana en la frente. 
Fue entonces cuando Joseba, ya renqueante, cayó cojo.
 “La amenaza es como una cojera.
 Te toca, y aprendes a vivir con ella”. A partir de ese momento, además de la rutina de mirar los bajos del coche y cambiar de itinerarios, rito que fue perdiendo porque “no se puede vivir eternamente acojonado”, para Joseba comenzó también el hormigonado de su coraza y la carga invisible pero implacable de piedras en su mochila.
 Entonces, en Euskadi, todos sabían que sabían pero callaban y hacían como que no pasaba nada.
 “No vas a ir llorándole a la gente”, explica. “No es un tema de conversación.
 Claro que sé de gente que pagó: el padre de una amiga, no una vez, sino varias, porque cuando entrabas en el círculo, ETA no te soltaba. 
Eran entre 6.000 y 18.000 euros cada vez
. O le pedían que fuera a una agencia de viajes y pagara el autocar de la familia de los presos a la cárcel”.

Él, por su parte, se lo contó a su esposa de entonces y a sus hijos, y a sus parejas posteriores. 
Una información práctica. Para que pudieran tomar sus cautelas. Después no se volvía a hablar del asunto. 
A quien no se lo contó fue a la policía —“no te protegían si no pagabas.
 Y, si pagabas, eras un delincuente”— sino a la Ertzaintza que, al menos, dice, le “daba opciones” y no le exigía denuncias. 
Joseba no quería, precisamente por esa intrincada imbricación entre familia, amigos y conocidos que hace que se sienta “en medio” de dos bandos. 
Para unos, traidor. Para otros, colaboracionista. “Sé de casos de represaliados por la Guardia Civil. 
No lo justifico, pero entiendo que hubiera quien se radicalizara. Por eso he llegado a entender, hasta al que pegaba el tiro.
 Sus crímenes, como sus extorsiones, no eran nada personal, sino por lo que pensaban que simbolizaban. ETA, por ejemplo, no mataba a mujeres”.
—Hubo guardias civiles asesinadas. 
También mataron a Yoyes.
—No veían mujeres, sino guardias.
 Y en Yoyes, una traidora en su casa. No lo justifico, lo explico.

Enterrado el tabú de la muerte de Ataúlfo Argenta..................... Jesús Ruiz Mantilla..

Una biografía de Ana Arambarri cuenta los hechos y reivindica la figura de uno de los directores de orquesta más importantes en la historia de la música universal.

Fue una torpeza infantil.
 Un accidente hijo del frío y el absurdo. Nevaba aquella madrugada del 21 de enero de 1958 en Madrid. 
Había concertado una cita secreta con Sylvie Mercier, aquella joven alumna pianista francesa de 23 años, para pasar una noche furtiva en su casa de Los Molinos.
 Las paredes despedían la soledad oscura de un congelador. Encendió la chimenea y esperó acurrucado junto a ella en el garaje, con el motor de su Austin A-90 SIX, encendido.
 Las emisiones de anhídrido carbónico les sumieron en un sueño. Los pulmones de ella resistieron. Los del maestro, desvencijados tras un episodio de tuberculosis que poco antes lo había dejado en los huesos, no.
Así termina el tabú en torno a la muerte de Ataúlfo Argenta. 
Se lo ha contado la única testigo de la misma a Ana Arambarri para su biografía sobre el músico, que publicará Galaxia Gutenberg la semana que viene.
 Fue uno de los directores de orquesta más brillantes de la generación de posguerra en Europa.
 Su nombre andaba codeándose en la liga de Herbert von Karajan, Carlo Maria Giulini o Sergiu Celebidache, que lo admiraban.
 Un pura sangre de la batuta, de origen humilde, amigo de dar conciertos para pescadores harapientos en su Castro Urdiales, villa de Cantabria donde nació en 1913, tanto como de disfrutar sus triunfos a lo grande en todo el continente.
Pero murió con 44 años, cuando era titular de la Orquesta Nacional y había sobrevivido a dos guerras, la civil y la europea. Víctima de una chiquillada que truncó su fascinante e insólita carrera internacional lanzada desde España al mundo en mitad del baldío franquista.
 Así lo relata de manera rigurosa y excelente Arambarri en Atáulfo Argenta. Música interrumpida.
 En sus páginas, teje la vida de este duende: una estrella, un superdotado rebosante de atractivo a la manera de las estrellas del Hollywood, época dorada.
 “Reunía el potencial arquetípico del director perfecto para muchos”, cree la autora.

Esto es: doble carisma hacia los músicos y frente al público, audacia y rigor para afrontar todo tipo de repertorios, eclecticismo radical, algo naciente en aquellos tiempos como virtud, y una sensibilidad extrema que le dotaba de visión propia.
 “Aunque lo que de verdad le definía, era la pasión y su independencia”, dice Arambarri.
Pero murió cuando su carrera apuntaba a Europa –iba a ser titular en Suiza de la Orquesta Suisse Romande-, harto de la persecución que sufría en España por la camarilla de mandamases de la cultura que querían hundirlo acusándolo –un honor- de simpatizante republicano.
 “Lo persiguieron hasta intentar acabar con él, lo acorralaron y hoy me atrevo a decir que entre ellos, en vez de lamentar su muerte, algunos se alegraron”, comenta.

Gracias a una jueza del Escorial llamada Manuela Carmena…

Atraída por el misterio y la leyenda de Argenta, Ana Arambarri comenzó a escribir su biografía hace décadas.
 Pero la guardó en un cajón. “Yo oía sus historias en casa constantemente.
 La familia, a la que estaré eternamente agradecida, me confió sus materiales y me puse a ello”.
 Un buen día llegó al juzgado de El Escorial y pidió el informe que en su día realizaron para levantar el cadáver y dar cuenta de los hechos aquella gélida madrugada del 21 de enero de 1958.
 Un día antes había triunfado con El Mesías de Haendel en el Teatro Monumental, de Madrid. 
Bromas pesadas de la gloria.
 Fue su último concierto. La jueza encargada se lo entregó y le advirtió de que la utilización de ese material, de causar daño a su familia, le acarrearía problemas con la ley.
 Tras las explicaciones, le dejó revisar todos los documentos. “Menos mal. Tomé entonces las notas que me han servido para relatar los hechos en la biografía.
 Cuando he querido volver a revisarlos hace dos años, me han denegado el permiso”. 
La jueza que entonces le dio acceso se llamaba Manuela Carmena, hoy alcaldesa de Madrid. "No se acordará, pero fue ella", certifica Arambarri.
Otro de los puntos fuertes de la biografía, narra, precisamente, el calvario de Juanita tras su muerte:
 “Los mismos que la persiguieron, le negaron y pusieron trabas sistemáticas a la pensión que le correspondía como viuda de director de la Orquesta Nacional.
 Lo luchó durante 13 años”.
 Menos mal que los derechos por aquellos discos de zarzuela que dejó grabados les permitieron salir de la penuria más absoluta.
Pero hubo otros que colaboraron.
 A Fernando Argenta, su hijo menor, el eminente crítico y divulgador fallecido hace tres años, le gustaba recordar agradecido que la Suisse Romand, le pagó los estudios.
 “Allí hubiese acabado poco después, seguramente. Si no se decidió a ir antes fue por Juanita. 
El titular de entonces, Ernest Ansermet, estaba empeñado en que se convirtiera en su sustituto”. 
De Ansermet o de otro maestro como Carl Schuricht, Argenta imitó el don de la audacia.
 “Sobre todo para interpretar a compositores no aceptados entonces ante los que tenía el convencimiento de que eran grandes músicos, como Mahler, Bartók o la radical escuela de Viena, a quienes casi nadie se atrevía a programar. Y mucho menos en España”.
 Pero también reivindicó el legado de compositores españoles represaliados, como Salvador Bacarisse, afiliado al Partido Comunista, de quien llegó a estrenar obras en París.
 “A muchos de ellos los consideraba con más talento que a Joaquín Rodrigo, miembro de la camarilla sopeñista. 
Una vez dijo que después de Falla, los creadores españoles vivos no habían hecho nada que mereciera la pena. 
Aquello le puso la cruz”, asegura Arambarri.

Lo tenía difícil frente a aquellos intrigantes profesionales del nacionalcatolicismo. Dominaban los despachos y la crítica. Los capitaneaba el cura Federico Sopeña, falangista culto, con maneras de Richelieu: tuerto y de oído fino en un país de ciegos y sordos a quien la brillantez, el encanto y la radical independencia de Argenta, descolocaban.

 

Así son los nuevos pobres de España........................ Kiko Llaneras Jordi Pérez Colomé...

La crisis ha dejado a más niños y menos pensionistas en riesgo de exclusión.

Lucia Cuesta con su hijo Ibu, en un parque de la población de Paterna, Valencia.
La crisis en España ha amainado.
 El paisaje que ha dejado entre los más pobres es nuevo: ahora son más y distintos.
 En 2005, un 32% de los mayores de 65 años estaban en riesgo de pobreza o exclusión. 
Diez años después eran solo la mitad.
 En la época de crisis los ingresos fijos de una pensión han sido un salvavidas.
 Los niños en cambio han sido los más perjudicados: su riesgo de pobreza entre 2005 y 2015 pasó del 29% al 34%.
Así son los nuevos pobres de España
Los menores implican de hecho uno de los indicios más claros de exclusión para un hogar.
 “Todos los hogares donde hay presencia de menores tienen mayor riesgo”, dice Francisco Lorenzo, coordinador del equipo de Estudios de Caritas.
 Los tres tipos de hogares en España que más gastan por persona son alguien que vive solo de menos de 65 años, una pareja sin hijos y una persona mayor de 65 años, según los datos de Eurostat.
 Estos tres tipos de hogares son casi mayoría en España: son el 48% de todos los hogares, aunque representan solo el 28% de la población.
El fin de la crisis tampoco ha reducido de momento el riesgo de exclusión porque el empleo que se crea es malo: “Hay creación de empleo, pero es precario
y con mucha rotación laboral, y el riesgo de pobreza relacionado con el mercado de trabajo aumenta”, dice Florentino Felgueroso, autor del estudio ‘Población especialmente vulnerable’.
 El problema con el empleo no es de salario, sino de temporalidad: “En 2014 había más de 6 millones de personas que aun trabajando habían ganado una renta inferior al salario mínimo”, dice Felgueroso. 
Eso ocurre porque aunque su sueldo esté por encima del salario mínimo, trabajan menos de 10 meses al año o solo media jornada.

La pobreza es una característica del hogar, no individual
 Los hogares monoparentales son los más vulnerables: la mitad están en riesgo de exclusión, y su número aumenta. 
Otros hogares con mayor riesgo son las familias numerosas —parejas con tres hijos o más— y los hogares con tres adultos y algún hijo a su cargo.
La tormenta explosiva suele producirse cuando coinciden varios factores.
 Padres o madres solteras que alternan trabajos temporales con el desempleo. 
Hogares donde conviven más de dos personas de origen extranjero, con salarios bajos y trabajo escaso.
La métrica elegida por Eurostat para medir la pobreza es la tasa de riesgo de pobreza o exclusión social (AROPE).
 La estadística contabiliza las personas que cumplen al menos una de estas tres condiciones: tener ingresos bajos, vivir en hogares donde escasea el empleo o sufrir privaciones materiales severas.
La primera condición, la más común, es una forma de pobreza relativa: incluye personas con ingresos familiares por debajo del 60% de la mediana (por ejemplo, una madre soltera que ingrese menos de 10.400 euros netos al año o una persona que vive sola y gana menos de 8.010 euros). La segunda condición señala hogares donde falta empleo, porque sus miembros en edad de trabajar pasan temporadas desempleadas o con media jornada. Las personas con problemas suelen reunirse en los mismos hogares para aprovechar sus recursos, pero eso no implica que salgan del riesgo de exclusión.
 Una familia con dos hijos que ni estudian ni trabajan podrían estar en riesgo de exclusión aunque sus padres tengan ingresos suficientes: los hijos están usando el hogar de refugio.
La tercera condición es quizás la más grave: incorpora a las personas que, con independencia de sus ingresos, sufren privaciones como no tener lavadora, no poder comprar carne o tener dificultades para pagar los recibos o el alquiler.
 En total un 29% de las personas en España están en riesgo de pobreza o exclusión social. 
Un 22% tiene ingresos bajos, un 12% poco trabajo y un 6,5% sufre privaciones. 
En los dos primeros casos España está entre los peores países de Europa; en el más grave —las privaciones– está en cambio por debajo de la media y lejos de los peores países, como Bulgaria, Rumania o Grecia, donde la cifra supera el 20%.

 

Problemas del cálculo económico.......................Juan José Millás

COLUMNISTAS-REDONDOS_JUANJOSEMILLAS
ME LLAMÓ la atención la extrañeza con la que esta mujer, en Pekín, observaba un billete de curso legal. 
Recorté la foto y la clavé en el corcho, de manera que cada vez que levantaba la vista del ordenador tropezaba con ella. 
 Días más tarde, coloqué al lado de la foto un billete de 10 euros al que cada mañana, como en un ejercicio de meditación, contemplaba atentamente durante 10 minutos, igual que el que vigila la yerba con la fantasía de verla crecer.
 El billete no crecía; al contrario, se devaluaba internamente, pues cada vez se podía comprar con él menos cantidad de fruta.
 Mi aprecio también disminuía al ritmo de su autoestima.
 La idea era que un día yo acabara sintiendo frente a mi dinero la misma perplejidad que la señora frente al suyo.
 Tal vez de este modo su cabeza y la mía se comunicaran telepáticamente.

Un miércoles, tras el té del mediodía, el billete se desfamiliarizó de golpe.
 Durante unos segundos, no fue más que un simple rectángulo de papel pintado
. Desplacé entonces mis ojos desde él hasta la fotografía y sentí una comunión de orden místico con la mujer. Éramos la misma cosa y estábamos descubriendo a la vez lo absurdo del consenso mundial establecido en torno al dinero que, según los expertos, no tiene otro respaldo que el de la confianza. 
La experiencia, como todos los arrebatos de este tipo, duró poco. Ignoro qué podría adquirir la china con su billete.
 El mío daba para dos botellas de aceite de oliva virgen extra y dos barras de pan en el Dia del barrio. 
El cálculo económico, en fin, interrumpió la fraternidad entre su cerebro y el mío.A woman checks a Chinese 100 Yuan banknote as she sells tickets for a job fair in Beijing