Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

7 ene 2017

Botellas de vino para amantes de la lectura y cómo combinarlas



Hay libros que, como las novelas de Ian Fleming, creador de James Bond, traen debajo del brazo la bebida ideal para acompañar su lectura.

 

Hay libros que, como las novelas de Ian Fleming, creador de James Bond, o las obras de ebrios célebres como Charles Bukowski y Malcolm Lowry, traen debajo del brazo la bebida ideal para acompañar su lectura.
Fleming: “Un vodka Martini seco, con una cáscara de limón. Agitado, no revuelto. 
Preferiblemente vodka ruso o polaco”
Bukowski: aficionado al whisky y la cerveza, un calderero —un cóctel preparado con ambas bebidas—
Lowry: mezcal.
 Ahora la tienda italiana Librottiglia ha ido más allá y ofrece una línea de vinos maridados de antemano con relatos inéditos que vienen fijados a la botella
Tres autores han escrito las historias para el maridaje con los vinos de la línea, dos tintos y uno blanco, que se venden a 15 euros la botella y a 40 en un paquete de tres. 
Pese a que los relatos aún están disponibles solo en italiano, y los envíos circunscritos a Italia, los responsables de la tienda afirman en un intercambio de correos que pronto empezarán a exportar sus productos, con los cuentos escritos en inglés.
La página web de la tienda explica así la combinación con el vino blanco de su catálogo: “L’Omicidio [El homicidio]… es un [relato de] misterio teñido de humor que se mezcla con el espíritu fresco y ligero del Roero Arneis”.
 Sobre La Rana nella Pancia (La rana en la panza) dice que se trata “de una intrigante fábula que complementa la personalidad poco común de los tintos Anthos: un Brachetto seco con notas dulces”. Y de Ti amo. Dimenticami [Te amo. Olvídame] resume: “La historia de un amor que cambia la vida, tan intenso como la [uva] rubí roja del Nebbiolo Roero que acompaña”.
 
La revista digital Bustle da otro ejemplo de cómo se pueden crear estos maridajes enoliterarios.
 Si bien el sabor fuerte de la carne de caza mayor, por ejemplo, suele acompañarse bien con tintos con cuerpo, de reserva, y su armonía se puede comprobar de un bocado, el caso de la literatura es más ambiguo. 
 Bustle recomienda la lectura de Lolita, de Vladimir Nabokov, con un Chardonnay: una polémica novela sobre un profesor enamorado de una niña de 12 años y un vino blanco muy popular en Estados Unidos cuya uva se cultiva en el valle del río Ruso en California.

Más allá del juego entre la nacionalidad del novelista, un ruso exiliado en Norteamérica que escribió la última parte de su obra en inglés, y el lugar de producción de la bebida, “Nabokov es como el Chardonnay”, dice Bustle, “un rico, sabroso convite para el que no hace falta un título de especialista para disfrutarlo”. 
En la degustación del Chardonnay “la gente usa palabras como ‘barrica’ y ‘terroir’ para tratar de que suenen como algo para lo que se precisa haber estudiado”, afirma Bustle.
 Y agrega que lo mismo sucede con Nabokov: “Algunos actúan como si se necesitara un grado en Literatura para disfrutarlo”.
Muy probablemente la clave de los maridajes perfectos entre vino y literatura esté ahí, en que si ambos son buenos no hará falta diploma de Enología ni una tesis sobre los novelistas rusos del siglo XX para beberse una buena historia acompañada de una copa de libro.


A que te suelto una hostia........................r Manuel de Lorenzo

Duelo a garrotazos o La riña, de Francisco de Goya.
Pocos gestos hay tan honestos, puros y civilizados como soltar una hostia. 
Sin advertencias ni miramientos.
 Pertenece a esa clase de actos excepcionales que le proporcionan a uno —el que pega— la satisfacción del deber cumplido.
 Como salir a correr a las seis de la mañana, cenar una ensaladita de apio o incluso no salir a correr a las seis de la mañana.
A veces no queda otro remedio.
 Hay disputas irresolubles en las que el guantazo es el único desenlace aceptable.
 La única posibilidad de dirimir una controversia inagotable de un modo educado y elegante. 
Hay algo litúrgico en ello. 
 Casi sacramental. 
Una vez descartados el entendimiento y la rendición, la conclusión de una polémica sin fin pasa necesariamente por propinar a nuestro interlocutor un puñetazo espléndido e irrefutable. 
Solo así se pueden evitar ofensas innecesarias fruto de la desesperación. 
Cualquier otra opción sería propia de bárbaros.
Por eso Mario Vargas Llosa atizó con generosidad a Gabriel García Márquez en el vestíbulo del Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México el 12 de febrero de 1976.
 Para solucionar sus desavenencias como caballeros, sin insultos ni voceríos. 
Ambos autores asistían ese día al estreno de la película La odisea en los Andes, cuyo guion había escrito Vargas Llosa. 
En cuanto este accedió al edificio, García Márquez se le acercó con los brazos abiertos y felices y exclamó: «¡Hermanito!». Dos segundos más tarde estaba en el suelo.
 «¡Esto por lo que le dijiste a Patricia!», aclaró el peruano henchido de superioridad.
 Como si un derechazo necesitase alguna vez de justificación. Nunca más se volvieron a dirigir la palabra.
Al parecer, a principios de ese mismo año, García Márquez se había ofrecido para llevar al aeropuerto a Patricia, la esposa de Mario, en la mañana posterior a una cena organizada por Carmen Balcells en Barcelona.
 De camino a El Prat, voluntaria o involuntariamente, el escritor tomó una carretera equivocada, provocando que su pasajera perdiese el vuelo a Lima, donde la esperaba su marido.
 Cuenta el biógrafo Gerald Martin que Márquez, lejos de desanimarse, propuso entonces a Patricia aprovechar el tiempo montándose ellos dos su propia fiesta privada.
 Una versión que coincide con las declaraciones del periodista Plinio Apuleyo, amigo del colombiano, quien, sin entrar en detalles, habló de una posible insinuación desafortunada. 
Escasas semanas después, Vargas Llosa le estaba partiendo la cara a su colega a modo de reproche.
 Una reacción sensata, gentil, propia de dos futuros ganadores del Premio Nobel que lo último que harían en semejante situación es ponerse a discutir como salvajes.
 Asunto zanjado.
Salvo en contadas excepciones, soltar una buena hostia es un acto de coherencia.
 De integridad. 
A veces constituye una respuesta tan instantánea y elemental, tan hundida en nuestros instintos, que resulta irreprochable.
 Participa, además, de cierta belleza primitiva e inmaculada, impermeable al paso de los siglos. 
La contracción furiosa de los músculos del brazo. 
El latigazo que abre el aire en canal. 
El impacto contra la carne y los huesos, que se estremecen y devuelven un sonido doloroso y escalofriante.
 Casi se adivina en todo ello el cincel meticuloso de Miguel Ángel.
Porque una hostia se suelta o no se suelta, pero no admite el medio tiempo.
 Ya sea para poner fin a un enfrentamiento irreconciliable, ya sea para iniciarlo. 
Como les sucedió a Jack White, miembro de los hoy extintos The White Stripes, y a Jason Stollsteimer, líder de la también desaparecida banda de garage The Von Bondies.
 Su relación era fantástica. 
Ambos grupos se habían formado en 1997, pertenecían a la misma escena musical, la de la ciudad de Detroit, White había producido el primer disco de Stollsteimer, sus bandas tocaban juntas, etcétera. Todo lo que se puede esperar de dos músicos que son buenos amigos.
 Un día, en el año 2003, durante un concierto del grupo de country rock Blanche en el club Magic Stick del Majestic Theater de Detroit, White localizó a Stollsteimer entre el público y, sin mediar palabra, se acercó a él y le soltó una hostia. 
Un puñetazo poderoso. De los que duelen en el pómulo pero sobre todo en el orgullo. 
Curiosamente, desde ese día Stollsteimer no quiere saber nada de él.
 Pronto corrió el rumor de que Jack White se había acreditado injustamente como único productor del disco de los Von Bondies, que reivindicaban su cuota de participación.
 Cuando le preguntaron a White por qué había propinado un guantazo semejante a Stollsteimer, contestó que había sido en defensa propia.
 Se abalanzó de repente sobre Jason y le dejó un ojo morado en legítima defensa.
 Lo cierto es que no se me ocurre un argumento mejor.
 Al fin y al cabo, hay muchas formas de hallarse acorralado por un rival.
 Incluso cuando este ni siquiera te ha visto y tú estás paseando a tus anchas por una sala de conciertos.
Que se lo digan, si no, al pobre Jesús Gil y Gil, que en marzo del año 1996 se sintió tan acosado por José María Caneda, presidente del Compostela, que tuvo que soltarle una hostia desinteresada al gerente de su club, José González Fidalgo, que pasaba por allí. Todo sucedió a las puertas del edificio de la Liga de Fútbol Profesional, en el marco de una conversación que, a base de un solo golpe, ha pasado a la historia.
 «Eres un chorizo», observó amablemente Jesús Gil, comentando la similitud del presidente con un embutido o quizá insinuando su presunto amor por lo ajeno.
 Ambas opciones, en cualquier caso, eran posibles. 
Fidalgo, a quien por alguna razón molestó el análisis de Gil y Gil, aportó entonces un dato inesperado: «Y tú un hijo de puta», aclaró como si aquello resolviese de algún modo el asunto del chorizo.
 El presidente del Atlético de Madrid cerró entonces su puño y, exclamando que su contendiente había faltado a los votantes de Marbella, un hecho que justificaba cualquier represalia, le pegó con todo el populismo en la cara.
 Caneda, que caminaba unos metros por delante, se revolvió en el acto para defender a su gerente, pero este, todavía con las gafas y la honra torcidas, se levantó, sujetó a su jefe y, abundando en el dato que había aportado a la conversación, en el que parecía especialmente interesado, le dijo:
 «Quieto, presi, joder, que es un hijo de puta el que está aquí, hostia». 
 El debate se perdió entre el gentío mientras los protagonistas accedían por las escaleras al piso superior del edificio, describiéndose los unos a los otros como «calamidad» y «montón de mierda».
 Un espectáculo cerril que no se habría producido si Jesús Gil hubiese sido un caballero y hubiese cerrado la cuestión con un mamporro definitivo.
Llaman la atención las diferentes formas que puede adoptar el hostiazo, todas ellas válidas y legítimas.
 La de Gil estuvo a escasos centímetros de ser más un coscorrón que un puñetazo, comparable al que José María Ruiz-Mateos le propinó a Miguel Boyer en el vestíbulo de los juzgados de Madrid en 1989 a la voz de «que te pego, leche».
 Sin embargo, reducidas a lo esencial, las distintas formas de soltar una hostia se resumen en dos: a mano abierta o con el puño cerrado.
 La primera consiste en la célebre bofetada o, si el brazo ha sido bien armado, el célebre bofetón. La segunda es el conocido puñetazo que, aun siendo menos teatral que la bofetada, acostumbra a ser más directo y eficaz.
Quizá la bofetada más famosa de la historia es la que Glenn Ford le sacudió a Rita Hayworth en Gilda, justo después de que esta sedujese al mundo entero con un acto tan sencillo y cotidiano como quitarse un guante. 
Al pedir algún voluntario para subir al escenario y terminar de desvestirla, Johnny Farrell, el personaje de Ford, se enfada con Gilda y le pega un bofetón.
 Una reacción deleznable que, tratándose de alguien llamado Johnny Farrell, cualquiera podría haber previsto.
 Con ese nombre, qué otra cosa se puede hacer en la vida que ser un triste matón.
El puñetazo, sin embargo, es para toda clase de nombres.
 Se llame uno como se llame.
 Incluso si se llama Charlie Watts y su puño aterriza en la cara de Mick Jagger.
 Si la de García Márquez y Vargas Llosa es la hostia más famosa de la literatura, la de Watts y Jagger es la hostia más famosa del rock and roll.
 Asumiendo que ambas cosas, literatura y rock and roll, sean distintas.
 La historia recuerda dos versiones diferentes.
 En una de ellas, la que Keith Richards cuenta en su biografía Life, los Rolling Stones acababan de dar un concierto y, por no faltar a la tradición, se encontraban en la suite de un hotel participando en una orgía.
 Una orgía normal y corriente. 
Una orgía de diario.
 Casi de trámite. Nada especial. Llegada la madrugada, Watts se aburrió de tanta fornicación rutinaria y se marchó a su habitación a dormir, pero, al cabo de un rato, Jagger levantó el teléfono y lo despertó, molesto por su ausencia.
 «¿Dónde está mi pequeño batería?», le preguntó con socarronería. Minutos después, Charlie entró en la suite y le soltó una hostia en do menor que lo mandó directo a la alfombra.
 «Yo no soy tu pequeño batería —aclaró el músico—. Tú eres mi maldito cantante».
 Ni rastro de egos.
Más verosímil parece la crónica de lo sucedido que narra en Under Their Thumb Bill German, editor del boletín oficial de noticias de la banda y compañero de gira durante casi veinte años. Según su versión, durante una reunión en Ámsterdam en la que los Stones decidían si el grupo ponía o no fin a su andadura, Jagger interrumpió a Watts en el momento en el que este daba su opinión y dijo: «Nada de esto debería importarte, tú eres solo mi batería». Esa misma noche, ya en el hotel, Charlie bajó a la habitación de Jagger y llamó a la puerta. Cuando el cantante abrió, el batería le pegó un soberbio puñetazo en la mandíbula. De regreso a su habitación se cruzó con Richards, que le preguntó de dónde venía. «De golpear a Mick Jagger en la cara», contestó. Y continuó su camino hacia la leyenda. Y hacia su habitación.
Las hostias que han abierto y cerrado polémicas en el mundo de la música, el cine, la literatura, el fútbol o la política son innumerables. En la editorial Alfred A. Knopf, Inc., fundada en 1915 por Alfred A. Knopf y actualmente conocida como Knopf Doubleday, todavía recuerdan los torpes puñetazos que intercambiaron Dashiell Hammet y William Faulkner en sus oficinas a propósito de una discusión bañada en alcohol que se inició allí mismo y terminó en trifulca. Famosas son también las hostias entre los hermanos Gallagher, capaces de levantar el imperio de Oasis sobre el mismo montón de recriminaciones adolescentes en el que años después se desmoronaría.
 O los tortazos entre Leonardo DiCaprio y Quentin Tarantino en el rodaje de Django desencadenado, que contribuyeron a aumentar la fama de caprichoso e insubordinado del actor.
 La hostia inminente que Francisco de Goya interrumpe y detiene en el cuadro La riña o Duelo a garrotazos es todo un ejemplo de cómo el arte ha sabido reflejar el valor de un buen porrazo. 
Un instante que Roy Lichtenstein parece querer liberar en el cuadro Sweet Dreams Baby en el año 1965, permitiendo que el puño vencedor llegue a su destino y golpee al fin la cara del vencido.
Habrá quien opine de otro modo.
 Quien no sepa apreciar la belleza que se captura en un hostiazo. Habrá quien les diga que es una barbaridad golpear a alguien para finalizar una discusión.
 Gente que cree que prolongar eternamente la discordia y acabar amenazándose, saboteándose o faltándose al respeto son opciones más civilizadas. 
No les hagan caso. 
Esos necios no se percatan de que la nuestra es una sociedad lo bastante evolucionada como para que dos individuos solventen sus problemas de un bofetón sin ser sospechosos de perpetuar conductas primitivas.
 ¿En qué siglo estamos que todavía no podemos arreglar las cosas a tortas sin que a algún troglodita le parezca inadecuado? ¿En el XX?

La hostia es sincera, natural y considerada. No hay en ella hipocresía ni dobles intenciones. 
 Si te sueltan una hostia, te la han soltado. Y punto.
 No hay margen para la interpretación. Nadie piensa: «Me han pegado una hostia, ¿qué me habrán querido decir?». 
Al contrario. Incluso en el caso de Jack White había una buena razón. No te han pegado un tortazo; has ganado un amigo
. O un enemigo, pero con todas las de la ley. Nada de medias tintas.
Y si alguna vez le explican ustedes a alguien las bondades del guantazo y su interlocutor es tan obtuso como para no reconocer que están en lo cierto, pónganse de pie y díganle en voz bien alta: «A que te suelto una hostia». 
Verán qué rápido entra en razón. Mano de santo. 
Y bien abierta, además. Hagan la prueba.

 

Trucos para subir con ganas la cuesta de enero....... María Fernández

El arranque del año es el mejor momento para reconducir el presupuesto familiar.

Noviembre ya lo anticipaba: en previsión de la campaña navideña las familias españolas aumentaron su endeudamiento en préstamos al consumo y personales en 10.000 millones de euros. 
Fue la mayor alza desde que estalló la crisis, según los datos del Banco de España.
 Pasadas las fiestas, la cuesta de enero toma cuerpo y recuerda los excesos cometidos.
 Para afrontarlos, la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) recuerda que lo fundamental es revisar el presupuesto: “Conviene hacer un listado con todos los gastos a los que tenemos que hacer frente, y dividirlos entre fijos e inevitables, y superfluos. De estos últimos haremos una revisión estricta y eliminaremos lo máximo posible”.
 Para conseguirlo basta papel y lápiz, aunque también está la opción de hacerlo a través de una de las muchas aplicaciones móviles que pueblan la Red.
 Otro de los riesgos en estas fechas es el sobreendeudamiento por el uso de tarjetas de crédito: “Una de débito y otra de crédito son suficientes para cubrir las necesidades de un usuario medio”, aconsejan en la OCU. 
Disponer de mucho dinero de plástico, además de ser caro por las comisiones, implica un mayor riesgo porque permite acceder a créditos más amplios.
 Si hay que utilizar sistemas de pago aplazado, lo mejor es hacerlo de una sola compra sin intereses, ya que la opción de posponer el abono en varias cuotas suele tener intereses de hasta el 20% TAE. Yolanda Llorente, responsable de Márketing de Cofidis, confirma que han notado un incremento de peticiones vinculadas a proyectos como reformas en casa, un cambio de coche o para pagar estudios. “Está mejorando la morosidad.
 Intentamos que el crédito sea responsable, que el cliente sepa qué está contratando para evitar problemas en recobro.
 Hay que aprender a decir ‘no’ a compras compulsivas”.

Enero es el mes en que se vuelve a llenar la despensa, “pero con productos de mucho volumen para consumo cotidiano, no tan delicatessen como en diciembre”, recuerda Luis Pérez, de Lolamarket. 
 Pensar en la comida que se va a preparar durante toda la semana, no ir al supermercado con el estómago vacío y observar el precio por litro o kilo de los alimentos ahorrará disgustos en la factura.
Este también es el mes de las rebajas.
 El año pasado, en el primer día de ofertas, Amazon batió su récord de pedidos hasta entonces: “Tuvimos más de 640 por minuto”, reconoce un portavoz. 
Las ventas en este 2017 también se prevén altas.
 Los descuentos, tanto en tiendas como online, tienen que estar debidamente identificados y la calidad de los productos debe ser la misma que la que tienen fuera de rebajas.
 En caso de dudas o problemas se pueden pedir formularios de reclamación o acceder al arbitraje de consumo.

En casa, el ahorro empieza por rebajar el gasto en energía.
 Facua recuerda que la factura de la luz del usuario medio es hoy un 69,8% más cara que hace diez años.
 Las herramientas para combatir la inflación son variadas.
 En calefacción, las calderas de gas resultan más económicas, aunque lo fundamental es conseguir una temperatura saludable y no excesiva, ya que cada grado que se baja el termostato ahorra un 8% de energía.
 El consumo de los equipos conectados pero que no están en funcionamiento es responsable de alrededor del 10% del gasto. Para una mayor eficiencia, son recomendables electrodomésticos de clase A+++.
 En lavadoras y lavavajillas se ahorra hasta un 21% de electricidad con programas cortos o ecológicos.
 Revisar la potencia, instalar bombillas de bajo consumo, contratar mejores tarifas (o el bono social) facilita los descuentos.
En telefonía las compañías han anunciado un aumento en las tarifas de los paquetes. 
También se espera un incremento de las llamadas a móviles no sujetas a tarifa. “Es necesario estar más atento que nunca para encontrar la mejor opción”, analizan en la OCU.
 “Por menos de 20 euros al mes hay tarifas para llamadas a fijos que incluyen el coste de la línea y todas las llamadas a fijos nacionales gratis”. 
Para internet, los clientes con fibra están más satisfechos de la conexión, pero a menudo las velocidades contratadas son superiores a las que se necesitan.
 En cuanto al combustible, apagar el motor durante los atascos; conducir a velocidades moderadas sin bruscos acelerones; vigilar la presión de los neumáticos; vaciar el maletero de objetos pesados que no resulten imprescindibles y revisar las tarifas de los seguros son consejos que ayudarán a afrontar la más que previsible subida de los carburantes.

 

Un muerto y una crónica.............................. Rebeca Carranco

El periodismo de sucesos versa en realidad sobre lo que mueve al ser humano: el amor, el dinero o el poder.

La comitiva judicial y los Mossos en el lugar del tiroteo en la Meridiana. Efe
“¿Trabajas?”. Cuando recibo el mensaje, cojo aire: es domingo 1 de enero a las diez de la noche, mi último día de vacaciones.
 Con resignación, cierro el Ipad donde veía la serie The Oa. Al principio, la información es difusa: un tiroteo con uno o más muertos en la entrada de la avenida de Meridiana de Barcelona.
 El regreso al trabajo es atropellado, anticipado y con deudas, entre ellas esta crónica.
 Hay quien habla de una pelea en un bar que acaba a tiros.
 Pero la dueña enseguida lo niega. 
En poco más de una hora, lo más básico queda claro: un hombre de 32 años ha sido asesinado, otro de unos 30 está herido crítico, y una joven de 22 ha recibido el rebote de una bala en la pierna.
 Les han disparado cuando iban en coche. 
Son todos dominicanos.
El día siguiente es un día de calle. 
De la avenida de Meridiana, donde dos jóvenes me mienten cuando dicen que no conocen a las víctimas.
 Los demás son vecinos que solo oyeron gritos o vieron a una joven sangrando.
 Algunos explican como propio lo que han dado en televisión. Otros te animan a que leas a algún medio de la competencia, “que ya lo cuenta todo”.
De allí, al Instituto de Medicina Legal, donde tras varias intentonas, nadie te recibe.
 Se prueba suerte esperando en la puerta, por si alguno de los que sale es el médico forense. 
No caerá esa breva. Una fortuna similar se corre en los juzgados. La jueza que estaba de guardia el domingo acaba de irse.
 Bingo. Por no mencionar lo del secreto de sumario.
 En el hospital tampoco hay nada: ni en urgencias, ni en el bar, ni en planta, ni en ningún sitio hay rastro de familia, amigos o conocidos de las víctimas.
Vuelvo a la redacción con la libreta llena de “no tengo ni idea”; “solo pasamos por aquí”, “no te puedo decir nada”, “estoy de vacaciones”… 
Pero el diario vive ajeno a mi fracaso. 
Todo son felicitaciones de año nuevo, besos, abrazos y alguna noticia de mi interés.
 En mi ausencia, desde Madrid han publicado un tema en el que yo trabajaba. Bien. 
“Se te ve muy tranquila, ya debes tener escrita la crónica”, me interrumpe con socarronería un compañero.
 Lo miro por encima del ordenador y le sonrío pensando en aquella ya mítica frase de la Pantoja (“dientes, dientes”).
 Es ya miércoles.
 No avanzo en el caso de la Meridiana. 
No avanzo en la crónica.
 No avanzo corriendo. Cojo las cosas y me voy.
 De camino al ascensor, me encuentro a mi mentor: “¿Qué? ¿Tienes ya la crónica?”, me pregunta sonriente. 
Clavo la mirada en el suelo y dejo que las puertas se cierren.
El jueves es el día. “Tienes una apertura esperándote”, me recuerda mi jefe.
 Y no es ni el crimen de la Meridiana, ni es la crónica, ni es el tercer tema que creí tener atado hasta que descubrí con sonrojo que lo había publicado ya otro medio. 
Corro de nuevo. Esta vez pienso en los sucesos.
¿Qué es el periodismo de sucesos? Una amiga muy dada a mezclar a gente variopinta usa siempre la misma fórmula para presentarme, a su entender muy exitosa: 
“Es periodista, escribe de los asesinatos y desgracias que pasan. Pregúntale lo que quieras, lo sabe todo”.
 Yo prefería cualquier otra presentación. Incluso que no me presentase.

El periodismo de sucesos versa en realidad sobre lo que mueve al ser humano: el amor, el dinero, el poder…
 Detrás de lo que se titula Tiroteo en la Meridiana, Macroperativo antidroga en La Mina o Redada contra la prostitución en La Rambla hay personas, con una historia pasada que explican una realidad presente.
 Un terreno inequívocamente resbaladizo, donde cabe una información seria y rigurosa.
 ¿Interesa el periodismo de sucesos? A juzgar por las audiencias (que no lo son todo), sí.

Tampoco se tuvo en cuenta otro tema que debía haber salido. Bien también.
El martes lo veo clarísimo.
 Después de dos desayunos, 12 conversaciones telefónicas, y una sugerente llamada de mi jefe, “cuando puedas hablamos de los temas de la semana”, lo que necesito es correr.
 Me calzo las bambas y bajo hasta la playa, donde me cruzo con varios grupos que ruedan más rápido y mejor.
 Pienso en Murakami, no en lo de que no le hayan dado el Nobel, sino en lo de por qué corremos.
Regreso dispuesta a rastrear a todos los dominicanos de Barcelona, de España y, por qué no, de parte del extranjero.
 Salto de la muerte de El Turco, asesinado en una discoteca latina el 22 de abril en Barcelona, al caso en noviembre de otro dominicano, hallado muerto con varios balazos dentro de un coche en Hospitalet.
 Los Mossos sospechan que lo de la Meridiana es una venganza.

Sigo dándole vueltas. Pienso en el vídeo con los dos hombres desplomados dentro del coche, que alguien colgó justo después del crimen. 
Decidimos no publicarlo. Encuentro otro vídeo en el que salen las tres mujeres justo después del tiroteo. Gritan, lloran, llaman por teléfono… Tampoco lo difundimos.