28 nov 2016
27 nov 2016
Cuando la tensión sexual estalla en pantalla
Cuando la tensión sexual estalla en pantalla
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Jennifer Lawrence y Bradley Cooper El relevo ¿generacional? a Hawke y Delpy podrían dárselo estos dos: Jennifer Lawrence y Bradley Cooper. De una forma distinta que los anteriores, más compulsiva, con más encontronazos arrebatados y como a borbotones, coincidieron y convencieron en 'El lado bueno de las cosas' (2013). Cooper regresa a casa de sus padres tras ocho meses de ingreso en un centro de salud mental y quiere recuperar a su mujer. Luego aparece una Lawrence llena de traumas que, con una actuación grande, del tamaño del Oscar que le valió, le hace cambiar de idea.
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Scarlett Johansson y Bill Murray Con Scarlett Johansson sucede que, le pongan a quien le pongan al lado, parece capaz de devorarle o sufrirle . La elección de Bill Murray tiene que ver, claro, con 'Lost in translation' (2003), con ambos cantando en el karaoke o compartiendo luego cigarrillo, en un pasillo estrecho, apoyados contra una pared con estampado de cebra. Pero sería de justicia emparejarla aquí también con Jonathan Rhys Meyers, por 'Match Point' (2005), la lúcida y perversa tragedia de Woody Allen. O con Joaquin Phoenix, por ser Johansson la voz y luego la carne de Samantha, el sistema operativo del que está enamorado el protagonista en 'Her' (2013).
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Adèle Exarchopoulos y Léa Seydoux Adèle Exarchopoulos se ofrece para ayudar a una chica de pelo azul con el inglés y esta, Léa Seydoux, se lo mesa y le dirige una mirada esquiva y, a la vez, intensa. Ambas están en un bar y, desde ese punto en adelante, también podría estarlo el espectador: en ese bar, en el banco donde conversan. Es una de las virtudes de 'La vida de Adèle' (2013), como destaca el crítico Carlos Boyero: las actrices le quitan toda sensación de artificio y, de alguna manera, compartes con ellas su compleja adolescencia. -
Jared Gilman y Kara Hayward Podría uno embelesarse con la técnica de Wes Anderson, los encuadres, los colores vivos. Cierto. Pero si por algo resulta memorable 'Moonrise Kingdom' (2012) es por la abnegación que se demuestran ese par de críos, Gilman y Hayward, como un Romeo 'boyscout' con una especie de mapache en la cabeza y una Julieta cuyo capuleto padre es Bruce Willis y lleva pistola.
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Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva Ni toda química es pasión ni toda complicidad entre actores ha de plasmar un idilio incorrupto. Lo que Haneke hace en 'Amor' (2012) con este matrimonio de profesores de música octogenarios parece estremecedor. Ella sufre un infarto y él, que fue su compañero de vida, revela por momentos al monstruo que lleva dentro y que quizá siempre estuvo ahí. 'Amor' es, enteramente, la interpretación de los dos, amén de "la mano de Haneke para contar el envejecimiento y la demencia", como reseñó Peter Bradshaw, del diario británico 'The Guardian'.
. La culpa es de ellos dos: de Heath Ledger porque después de su impresionante Joker ('El caballero oscuro', 2008) el resto de sus personajes quedan ensombrecidos; y de Jake Gyllenhaal por lo bien que le sientan los papeles tenebrosos ('Nightcrawler', 2014). Hay otros amores fílmicos entre hombres más que conseguidos, por ejemplo, 'El desconocido del lago' (2013), del director Alain Guiraudie. Pero el romance veraniego entre estos dos vaqueros, pesos pesados de Hollywood, es contenido y conmovedor. -
Wall-E y Eva ¿Por qué no? Lo único que 'Wall-E' (2008) pronuncia, lo que persigue, la razón por la que continúa adelante es Eva. Dentro del cine de animación habría cabido mencionar otras, como los cinco primeros minutos de 'Up' (2009), pero si dos máquinas pueden llegar a demostrar tal grado de empatía merecen un hueco.
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Colin Farrell y Rachel Weisz ¿Cómo pueden demostrar química dos exánimes desapasionados? Eres un cuarentón y, si no encuentras pareja, te conviertes en un animal a tu elección. Te encierran, por estar soltero, en un hotel donde todos tienen tan poca alma como tú. Eso es 'Langosta' (2015), de Giorgos Lanthimos, y eso es lo que consiguen Colin Farrell y Rachel Weisz.
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Para rescatar nombres de cine en español tendríamos que citar a Javier Bardem, aunque no sería tan fácil elegir compañía. ¿Belén Rueda tratando con Ramón Sampedro, encamado y explicando su deseo de morir ('Mar adentro', 2004) o —trampa— su pareja en la vida real, Penélope Cruz, en 'Vicky Cristina Barcelona' (2008)?
Absenta, la reina de los bulevares.................................Enrique Redondo de Lope
Hizo a Hemingway saltar al ruedo e intentar lidiar un toro bravo. Empujó a Van Gogh a cortarse una oreja para ofrecerla como presente.
Inspiró a Pablo Picasso en alguna de sus mejores pinturas.
El Drácula de Stoker lo consideraba su afrodisíaco.
Es la Fée Verte; el Hada Verde, el Diablo Verde. La musa de los artistas. La absenta.
¿Pero
qué es la absenta? Esta pócima, como otras muchas bebidas, inicia su
comercialización como un elixir medicinal, un digestivo capaz de curar
todos los males.Basándose en la rica botánica de los valles alpinos suizos, parece ser que la madre Henriod, una destiladora de Neuchâtel, perfuma alcohol de gran pureza con una suma de hierbas más o menos secretas, con alrededor de un 80% de alcohol.
Pero en todos los éxitos hay un visionario; en ese caso el antes y el después de esta bebida no se producirá hasta 1797, cuando el mayor Dubied creó su propia marca bajo el nombre «Dubied Père et Fils».
Había nacido la absenta, tal y como la conocemos. Cierto que el uso del ajenjo (una planta amarga y muy aromática) para la creación de bebidas ha sido constante desde la antigüedad, pero no es hasta finales del XVIII cuando se comienza a destilar, en vez de macerar.
Suiza, 1905; Jean Lanfray,
borracho y alterado, asesina a su esposa embarazada y a sus dos hijas,
actuando bajo el influjo de la absenta.
Una ola de indignación recorre
Suiza, recogiéndose más de ochenta mil firmas exigiendo la prohibición
de la bebida.
En 1908, y tras un referéndum a nivel nacional, el
Parlamento aprueba una ley que entró en vigor en la medianoche del 7 de
octubre de 1910.
Así, la producción y venta de absenta quedaban
prohibidas en Suiza hasta su rehabilitación en 2005,
extendiéndose esta prohibición por diversos países europeos y Estados
Unidos.
Más tarde se hará público que aparte de dos copas de absenta,
Lanfray había consumido grandes cantidades de vino, coñac, brandy y
crema de menta.
Pero la absenta, como desde hace más de un siglo, era la
estrella de la fiesta.
¿Pero por qué se prohibió realmente la absenta
en Suiza? La realidad parece menos cinematográfica que esos terribles
crímenes.
Según varios historiadores, una de las razones para prohibir
la absenta fue que contribuyó a una excesiva liberación de las mujeres.
Por razones culturales, en Suiza (y en el resto de Europa) la absenta
cautivó a las mujeres, como se puede observar en la publicidad de la
época, que casi en exclusiva se dirigía a ellas.
Otra importante razón
que se maneja es la durísima competencia que representaba esta bebida
para los productores de vino y cerveza.
La absenta era una bebida muy
barata de producir, incluso más barata que la cerveza, y con más efecto
sobre quienes la consumían. Con todo ello en el país helvético se
produjo una extraña alianza entre los productores de cerveza y vino, a
los que se sumaron las ligas antialcohol, los médicos y la Iglesia.
La
absenta siempre ha creado extraños compañeros de cama.
Pero
si Suiza fue el comienzo, su mayoría de edad se produjo en la vecina
Francia. Año 1830. Francia comienza la colonización de Argelia, que
sería su protectorado por más de cien años. Las tropas francesas no solo
sufren los rigores de un clima duro y desértico, sino también el azote
de enfermedades típicas de la región, como las temidas fiebres
palúdicas.
El Estado Mayor toma una determinación.
La tropa recibirá
cantimploras llenas de absenta, la cual, convenientemente rebajada en
agua, garantizará la inmunidad contra las terribles fiebres y las
infecciones estomacales.
Esas enfermedades no se sabe si se evitaron
(aunque tiene toda la pinta de que no: «La absenta ha matado a más
soldados franceses en el norte de África que las balas árabes» llegó a
escribir Alejandro Dumas) pero sí que hizo que la
campaña africana fuera menos dura para los soldados.
Si la marihuana fue
el bálsamo en Vietnam para las tropas americanas, los destacamentos
franceses hicieron su campaña en Argelia un poco más llevadera gracias
al hada verde.
Estos soldados regresaron a casa, con sus recuerdos, sus
historias y, por supuesto, su gusto por la absenta…
Poco a poco empieza a
hacerse habitual en bares y bistrós, en cabarés y comercios.
Se inicia
una popularización que lleva a que el consumo de absenta supere
largamente el de vino.
Hay que señalar que las cosechas de vino habían
sido diezmadas en años anteriores por la filoxera —un parásito de la vid—,
con lo que la absenta comienza a ocupar su lugar.
Era barata, era un
alcohol industrial y era muy fácil de comprar. Todo encajaba.
En Francia
durante el año 1910 se consumen treinta y cinco millones de litros.
Estamos en plena Belle Époque, Francia es la cuna cultural y
París el referente en el arte y la creación.
Y el mundo artístico adopta
esta bebida, glamurosa, de referencias malevas, origen turbio y con un
pasado atractivo.
La absenta empieza a convertirse en mito.
Los
rumores de prohibición no hicieron sino acrecentar el atractivo de la
absenta, pero los millones de francos que ingresaba el Tesoro de la
República por medio de los impuestos a la bebida actúan como un
importante contrapeso.Como el destilado de absenta es amargo, precisaba para su aceptación de un toque dulce indispensable para hacer agradable su consumo.
La forma de endulzarlo es básica en los rituales de invocación de las muchas musas que despierta la absenta.
Se trata de colocar en el fondo del vaso la cantidad exacta de alcohol (muchas veces el vaso tiene una talla que da la medida exacta), colocándose sobre el borde una cuchara con una porción de azúcar.
Luego, con mucha lentitud, se vierte agua helada sobre el azúcar que, al disolverse lentamente cae sobre la absenta, iniciándose un proceso de coloración en el que pronto aparece el verde pálido de la musa.
El juego de colores que va apareciendo en la copa forma parte del ritual inspirador.
Se comparan los tonos logrados. Las cucharas que lo contienen han dejado de ser las de café, sustituidas por espátulas y palas pequeñas, perforadas con filigranas, realizadas en metal, acero, plata y oro.
Con su colorido ritual, es un indispensable en tertulias, y se convierte en la bebida por antonomasia de escritores y artistas, es el «catalizador» de las musas, su reclamo, su alimento.
Se crean poemas elogiosos y aparece en novelas. Rubén Darío y Victor Hugo la idolatran.
Degas y Picasso la hacen protagonista de sus cuadros.
Charles Cros, mientras desarrollaba el telégrafo y el primer fonógrafo, llegó a beber veinte vasos diarios.
Paul Verlaine empezó a beber ajenjo en compañía de Arthur Rimbaud.
Alfred Jarry solo la consumía en puro y se paseaba en bicicleta pintado de verde.
Para muchos críticos de arte los colores que utilizan Van Gogh comienzan a ser relacionados al consumo de absenta.
Pero paralelamente a su implantación en medios artísticos, millones de trabajadores se convierten en adictos a estas copas que llevan al delirio, la alucinación y la locura, sobre todo cuando en la elaboración de la absenta se han utilizado alcoholes de mala calidad o el temido metanol, causante de intoxicaciones y ceguera.
Hasta se inventaban artilugios para poder servirla más rápido y con más eficiencia: pequeños depósitos de agua con hielo y varios grifos.
1914;
se desencadena la Primera Guerra Mundial, «la Gran Guerra».
El recuerdo
de la humillante y bochornosa derrota de la guerra franco-prusiana de
1870 estaba en la cabeza de todos los políticos y mandos militares
franceses.
El comienzo de la contienda no puede ser más desesperanzador.
La pérdida de Alsacia y Lorena fue achacada a un ejército mal liderado y
débil, y algunos analistas empiezan a apuntar al consumo de absenta
como una de sus causas.
En el subconsciente se ve al soldado francés
como adicto a la bebida verde.
Se empieza a extender la idea de que las
tempranas victorias alemanes son el triunfo de lo natural y sano (la
cerveza) contra lo artificial y dañino (la absenta).
En Francia sería
prohibida en 1915, como en casi la mayoría de los países europea (con
las excepciones de España, Portugal y Reino Unido, países en las que
este elixir nunca llegaría a ser verdaderamente popular).
Es
sorprendente que los fabricantes de absenta no hicieran ningún
comunicado ni llevaran ninguna forma de presión al Gobierno para evitar
su prohibición.
Siempre se rumoreó que fueron silenciados mediante una
suculenta indemnización, pagada en parte por los fabricantes de cerveza y
las grandes bodegas de vino.
Con la Exposición Universal de 1899 de París muchos visitantes regresan a su país de origen con el hábito adquirido del consumo de absenta.
Para
1920, la máxima graduación tolerada en Francia era de 30 grados.
En
1922 se autorizaron los aperitivos de hasta 40 grados: Berger y
Tomysette salen al mercado.
Ricard lanzó el «pastís marsellés».
Pero de
los sucedáneos, ninguno gozó de la fama del Pernod, aunque su filiación
con la absenta es apenas sentimental.
Poco
a poco en Francia la prohibición fue relajada y se permitió que la
bebida fuera vendida siempre y cuando la etiqueta dijera «una bebida a
base de extractos de la planta de ajenjo».
El ajenjo fue legalizado en
la Unión Europea en 1988, siempre que la cantidad de tujona permaneciera
dentro del límite acordado de 10 mg/kg, o 35mg/kg de ajenjo amargo.
En
2010, esta absenta modernizada, rebajada y versionada, volvió a ser
legal en Francia.
En la actualidad, España, Reino Unido y República
Checa son los mayores productores de esta bebida.
¿Pero cómo de dañina era la absenta? ¿Qué había de cierto en su mito?
El ajenjo, o Artemisia absinthium,
pertenece a la familia de las margaritas, y desde la antigüedad se le
atribuye un gran valor medicinal.
Antes de la aparición de la absenta,
el ajenjo ya era un ingrediente popular para dar sabor a las bebidas
alcohólicas.
El vermut se inventó en Italia a finales del siglo XVIII y
debe su nombre al alemán wermut (ajenjo).
El principio activo del ajenjo es la tuyona,
y su estructura química se parece a la del mentol, que puede ser
peligroso en dosis elevadas y es cierto que tiene un efecto psicoactivo,
pero no con la concentración de diez miligramos por litro que parece
ser que contenían la mayoría de absentas.
Hay que señalar que la salvia o
el estragón tienen niveles parecidos de tuyona, pero curiosamente nunca
se han asociado a conductas enfermas como en el caso de la absenta.
Los
legendarios efectos de esta mítica bebida se deben, casi con toda
certeza, a su elevada graduación alcohólica, que a un 75-80% supera con
mucho a la mayoría del resto de alcoholes destilados, que suelen estar a
un 40%.
Además, el consumo de absenta nunca se hacía de manera
exclusiva y solía ir mezclado con hachís, opio, y todo tipo de licores,
de ahí que los resultados fueran totalmente imprevistos.
Pero
sea como sea, la absenta ocupará ya siempre un lugar en el imaginario
de la cultura europea, fundamentalmente en Francia, donde siempre estará
ligada al impresionismo, a las vanguardias, a la Belle Époque y a una manera de entender el arte y la vida que quizás desapareció con la Primera Guerra Mundial.
Y es que, como dijo Oscar Wilde, «tras
el primer vaso, uno ve las cosas como le agradaría que fueran.
Tras el
segundo, uno ve las cosas que no existen.
Por último, uno termina viendo
las cosas como son y eso es lo más terrible que puede acontecer».
¡Marietta, Marietta!................................................. Juan Luis Cebrián
El secuestro de Antonio María de Oriol y Urquijo, en 1976, vertebra el décimo capítulo de las memorias del primer director de EL PAÍS, que describe uno de los momentos más peligrosos para la incipiente Transición.
Desde el comienzo del periódico
traté de combinar los muy amplios poderes que tenía como director con
un trabajo en equipo. El desafío ante el que me encontraba era grande y
mi mayor fortaleza era la redacción.
Se trataba de un conjunto tan joven e inexperto como motivado por la tarea que tenía entre manos.
Las principales decisiones institucionales que afectaban a la estructura del diario, como el orden de páginas, que decidimos que comenzara por la información internacional, y dos novedades absolutas en el panorama de la prensa española de la época, el libro de estilo y el estatuto de la redacción, fueron diseñadas en interminables reuniones de trabajo en las que procurábamos buscar el consenso.
. Trabajábamos en permanente debate e intentábamos hacer una autocrítica severa sobre nuestra actuación, por lo que era frecuente que convocara a mis colaboradores en horas tempranas del día para someter a juicio nuestro propio trabajo.
La mañana del 11 de diciembre de 1976 andábamos enfrascados en una de dichas sesiones cuando llegó la noticia de que el presidente del Consejo de Estado, Antonio María de Oriol y Urquijo, había sido secuestrado en su oficina por un comando de hombres armados.
Había sido aprehendido a plena luz del día, en su propio despacho y en presencia de sus colaboradores, que pudieron ver la cara a los delincuentes pues no iban enmascarados, aunque los testigos se mostrarían luego incapaces de recordar con precisión ningún rostro. Pasaron largas horas sin que nadie reivindicara los hechos.
La mayoría de las sospechas apuntaban a ETA, pero el método utilizado no se correspondía con la forma de actuar de los terroristas vascos, por lo que muchos dudaban a la hora de atribuirles el secuestro.
Le pedí a Jesús Ceberio, corresponsal nuestro en Bilbao, que pasara a Francia y tratara de ponerse en contacto con los etarras.
En aquella época era relativamente fácil y frecuente que los periodistas mantuvieran contactos con el entorno abertzale.
. En cualquier bar de Hendaya, San Juan de Luz o Biarritz se podía encontrar uno con personas vinculadas a lo que ya por entonces se llamaba Movimiento de Liberación Nacional Vasco dispuestas a ofrecer e intercambiar información.
A última hora de la tarde recibí un telefonazo de Ceberio.
—¡No ha sido ETA! —dijo con su habitual economía de palabras—. No saben nada, no tienen ni idea de dónde parte esto.
Nada más colgar pedí a mi secretaria que me pusiera al habla con Rosón, gobernador civil de Madrid.
—Juan —le dije—. Te aseguro que no ha sido ETA.
—¿Y tú cómo lo sabes? ¿Cómo puedes estar tan seguro?
—Porque así me lo ha dicho Ceberio, y si él lo dice no hay duda de que es verdad. Sus fuentes no fallan.
Mi confianza en Jesús y en sus dotes profesionales era absoluta.
Se trata de uno de los mejores periodistas que he conocido en mi vida.
Sobrio de maneras, sereno de actitud, riguroso en su trabajo, le tocaría con el tiempo dirigir EL PAÍS en la etapa de mayor esplendor del periódico.
Poco después de hablar con Rosón, que apenas me hizo comentario alguno, se abrió sin que nadie avisara la puerta de mi despacho e irrumpió en él Soledad Álvarez Coto: «¡Hay una llamada de los secuestradores!». Parecía presa de una gran excitación, hablaba atropelladamente y no ocultaba su nerviosismo. Una vez calmada me explicó que había recibido un mensaje telefónico que reivindicaba la autoría del hecho en nombre de los GRAPO, que ya habían perpetrado varios asesinatos de guardias civiles y policías en los meses precedentes.
La banda se presentaba como el brazo armado del Partido Comunista Reconstituido, una escisión minúscula, manipulada por los servicios secretos y la policía política, del Partido Comunista de España.
El comunicante indicó a Soledad que en una cabina telefónica de la calle Alcalá de Madrid había un mensaje de los secuestradores que explicaba algunos detalles.
Mi despacho estaba abarrotado de periodistas que oyeron la noticia, y Julio Alonso, director de diseño y uno de los miembros más entusiastas del equipo fundador, se ofreció a recoger el recado. Le ordené que fuera acompañado e insistí en que tomara toda clase de precauciones.
Se trataba de un conjunto tan joven e inexperto como motivado por la tarea que tenía entre manos.
Las principales decisiones institucionales que afectaban a la estructura del diario, como el orden de páginas, que decidimos que comenzara por la información internacional, y dos novedades absolutas en el panorama de la prensa española de la época, el libro de estilo y el estatuto de la redacción, fueron diseñadas en interminables reuniones de trabajo en las que procurábamos buscar el consenso.
. Trabajábamos en permanente debate e intentábamos hacer una autocrítica severa sobre nuestra actuación, por lo que era frecuente que convocara a mis colaboradores en horas tempranas del día para someter a juicio nuestro propio trabajo.
La mañana del 11 de diciembre de 1976 andábamos enfrascados en una de dichas sesiones cuando llegó la noticia de que el presidente del Consejo de Estado, Antonio María de Oriol y Urquijo, había sido secuestrado en su oficina por un comando de hombres armados.
Había sido aprehendido a plena luz del día, en su propio despacho y en presencia de sus colaboradores, que pudieron ver la cara a los delincuentes pues no iban enmascarados, aunque los testigos se mostrarían luego incapaces de recordar con precisión ningún rostro. Pasaron largas horas sin que nadie reivindicara los hechos.
La mayoría de las sospechas apuntaban a ETA, pero el método utilizado no se correspondía con la forma de actuar de los terroristas vascos, por lo que muchos dudaban a la hora de atribuirles el secuestro.
Le pedí a Jesús Ceberio, corresponsal nuestro en Bilbao, que pasara a Francia y tratara de ponerse en contacto con los etarras.
En aquella época era relativamente fácil y frecuente que los periodistas mantuvieran contactos con el entorno abertzale.
. En cualquier bar de Hendaya, San Juan de Luz o Biarritz se podía encontrar uno con personas vinculadas a lo que ya por entonces se llamaba Movimiento de Liberación Nacional Vasco dispuestas a ofrecer e intercambiar información.
A última hora de la tarde recibí un telefonazo de Ceberio.
—¡No ha sido ETA! —dijo con su habitual economía de palabras—. No saben nada, no tienen ni idea de dónde parte esto.
Nada más colgar pedí a mi secretaria que me pusiera al habla con Rosón, gobernador civil de Madrid.
—Juan —le dije—. Te aseguro que no ha sido ETA.
—¿Y tú cómo lo sabes? ¿Cómo puedes estar tan seguro?
—Porque así me lo ha dicho Ceberio, y si él lo dice no hay duda de que es verdad. Sus fuentes no fallan.
Mi confianza en Jesús y en sus dotes profesionales era absoluta.
Se trata de uno de los mejores periodistas que he conocido en mi vida.
Sobrio de maneras, sereno de actitud, riguroso en su trabajo, le tocaría con el tiempo dirigir EL PAÍS en la etapa de mayor esplendor del periódico.
Poco después de hablar con Rosón, que apenas me hizo comentario alguno, se abrió sin que nadie avisara la puerta de mi despacho e irrumpió en él Soledad Álvarez Coto: «¡Hay una llamada de los secuestradores!». Parecía presa de una gran excitación, hablaba atropelladamente y no ocultaba su nerviosismo. Una vez calmada me explicó que había recibido un mensaje telefónico que reivindicaba la autoría del hecho en nombre de los GRAPO, que ya habían perpetrado varios asesinatos de guardias civiles y policías en los meses precedentes.
La banda se presentaba como el brazo armado del Partido Comunista Reconstituido, una escisión minúscula, manipulada por los servicios secretos y la policía política, del Partido Comunista de España.
El comunicante indicó a Soledad que en una cabina telefónica de la calle Alcalá de Madrid había un mensaje de los secuestradores que explicaba algunos detalles.
Mi despacho estaba abarrotado de periodistas que oyeron la noticia, y Julio Alonso, director de diseño y uno de los miembros más entusiastas del equipo fundador, se ofreció a recoger el recado. Le ordené que fuera acompañado e insistí en que tomara toda clase de precauciones.
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