Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

27 nov 2016

¡Marietta, Marietta!................................................. Juan Luis Cebrián

El secuestro de Antonio María de Oriol y Urquijo, en 1976, vertebra el décimo capítulo de las memorias del primer director de EL PAÍS, que describe uno de los momentos más peligrosos para la incipiente Transición.

Antonio María de Oriol lee EL PAÍS durante su secuestro por los GRAPO. REVISTA 'Noticias'
Desde el comienzo del periódico traté de combinar los muy amplios poderes que tenía como director con un trabajo en equipo. El desafío ante el que me encontraba era grande y mi mayor fortaleza era la redacción.  
Se trataba de un conjunto tan joven e inexperto como motivado por la tarea que tenía entre manos.
  Las principales decisiones institucionales que afectaban a la estructura del diario, como el orden de páginas, que decidimos que comenzara por la información internacional, y dos novedades absolutas en el panorama de la prensa española de la época, el libro de estilo y el estatuto de la redacción, fueron diseñadas en interminables reuniones de trabajo en las que procurábamos buscar el consenso.
. Trabajábamos en permanente debate e intentábamos hacer una autocrítica severa sobre nuestra actuación, por lo que era frecuente que convocara a mis colaboradores en horas tempranas del día para someter a juicio nuestro propio trabajo.
 La mañana del 11 de diciembre de 1976 andábamos enfrascados en una de dichas sesiones cuando llegó la noticia de que el presidente del Consejo de Estado, Antonio María de Oriol y Urquijo, había sido secuestrado en su oficina por un comando de hombres armados.
Había sido aprehendido a plena luz del día, en su propio despacho y en presencia de sus colaboradores, que pudieron ver la cara a los delincuentes pues no iban enmascarados, aunque los testigos se mostrarían luego incapaces de recordar con precisión ningún rostro. Pasaron largas horas sin que nadie reivindicara los hechos.
 La mayoría de las sospechas apuntaban a ETA, pero el método utilizado no se correspondía con la forma de actuar de los terroristas vascos, por lo que muchos dudaban a la hora de atribuirles el secuestro.
 Le pedí a Jesús Ceberio, corresponsal nuestro en Bilbao, que pasara a Francia y tratara de ponerse en contacto con los etarras.
 En aquella época era relativamente fácil y frecuente que los periodistas mantuvieran contactos con el entorno abertzale.
. En cualquier bar de Hendaya, San Juan de Luz o Biarritz se podía encontrar uno con personas vinculadas a lo que ya por entonces se llamaba Movimiento de Liberación Nacional Vasco dispuestas a ofrecer e intercambiar información. 
A última hora de la tarde recibí un telefonazo de Ceberio.
—¡No ha sido ETA! —dijo con su habitual economía de palabras—. No saben nada, no tienen ni idea de dónde parte esto.
Nada más colgar pedí a mi secretaria que me pusiera al habla con Rosón, gobernador civil de Madrid.
—Juan —le dije—. Te aseguro que no ha sido ETA.
¿Y tú cómo lo sabes? ¿Cómo puedes estar tan seguro?
—Porque así me lo ha dicho Ceberio, y si él lo dice no hay duda de que es verdad. Sus fuentes no fallan.
Mi confianza en Jesús y en sus dotes profesionales era absoluta.
 Se trata de uno de los mejores periodistas que he conocido en mi vida. 
Sobrio de maneras, sereno de actitud, riguroso en su trabajo, le tocaría con el tiempo dirigir EL PAÍS en la etapa de mayor esplendor del periódico.
Poco después de hablar con Rosón, que apenas me hizo comentario alguno, se abrió sin que nadie avisara la puerta de mi despacho e irrumpió en él Soledad Álvarez Coto: «¡Hay una llamada de los secuestradores!». Parecía presa de una gran excitación, hablaba atropelladamente y no ocultaba su nerviosismo. Una vez calmada me explicó que había recibido un mensaje telefónico que reivindicaba la autoría del hecho en nombre de los GRAPO, que ya habían perpetrado varios asesinatos de guardias civiles y policías en los meses precedentes. 
La banda se presentaba como el brazo armado del Partido Comunista Reconstituido, una escisión minúscula, manipulada por los servicios secretos y la policía política, del Partido Comunista de España.
El comunicante indicó a Soledad que en una cabina telefónica de la calle Alcalá de Madrid había un mensaje de los secuestradores que explicaba algunos detalles.
 Mi despacho estaba abarrotado de periodistas que oyeron la noticia, y Julio Alonso, director de diseño y uno de los miembros más entusiastas del equipo fundador, se ofreció a recoger el recado. Le ordené que fuera acompañado e insistí en que tomara toda clase de precauciones.




 

 

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