Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

14 ago 2016

La peor especie..............................................................Javier Cercas

El sabio ignorante se comporta en todas las cuestiones que ignora “con toda la petulancia de quien en su cuestión especial es un sabio”.
COLUMNISTAS-REDONDOS_JAVIERCERCAS

LO BUENO de no leer es que, digas lo que digas, casi siempre te parece que lo que dices es muy original.
 Lo malo de leer es que, digas lo que digas, en cuanto te descuides acabas descubriendo que incluso las cosas que te parecen más originales ya se habían dicho mucho antes de que tú las dijeses. Conclusión: si quieres seguir sintiéndote muy inteligente, no leas, amigo lector, no leas.

Hace unas semanas publiqué en esta columna un artículo titulado La barbarie de la literalidad, donde anuncié la invasión del mundo por una nueva especie: los tontos cultos;
 pues bien, hace 90 años Ortega escribió un texto titulado La barbarie del ‘especialismo’, donde anunció la invasión del mundo por una nueva especie: los sabios ignorantes.
 No es lo mismo, de acuerdo, pero se parece.
Para Ortega, el sabio ignorante era el especialista, es decir, el hombre que sabe muy bien su mínimo rincón del universo, pero ignora de raíz todo el resto, lo que lo convierte en un sabio superficial y un ignorante profundo, incapaz de dotar de un sentido genérico a su ínfima parcela de conocimiento; también lo convierte en el prototipo del hombre-masa, uno de los conceptos más divulgados y peor entendidos de Ortega, porque no se refiere a una clase social sino a una clase de hombre caracterizado por la falta de humildad intelectual y por la incapacidad para escuchar y para someterse a instancias superiores: el sabio ignorante se comporta en todas las cuestiones que ignora “no como un ignorante, sino con toda la petulancia de quien en su cuestión especial es un sabio”. Hace un año pasé seis semanas felices en Oxford, dictando un ciclo de conferencias.  

Dos cosas me llamaron la atención: la primera es que a mis rollos literarios asistían todo tipo de gentes, incluidos filósofos, historiadores, antropólogos o politólogos, lo que resulta casi impensable en la universidad española; la segunda es que el propio diseño de la universidad es una declaración de principios contra la barbarie del “especialismo”: la prueba es que no está organizada por departamentos o facultades –es decir, por especialidades–, sino por colleges donde conviven expertos en todas las materias y donde uno desayuna con un biólogo, come con un latinista y cena con un matemático. 
Nadie está diciendo que no haya que especializarse; lo que digo es que no basta con saber mucho de una cosa: hay que saber mucho de una cosa y un poco de muchas, porque sólo en el contexto de éstas tiene un sentido aquélla.
 Por lo demás, para Ortega el sabio ignorante estaba confinado al ámbito de la ciencia; hoy, en cambio, los tontos cultos están por doquier, empezando por las llamadas ciencias sociales y humanas. De hecho, la misma denominación delata la tontería culta, porque uno de los síntomas inequívocos de ésta son las pretensiones de cientificidad;
 la expresión ciencias sociales (no digamos humanas) contiene casi un oxímoron: sólo en un sentido lato o metafórico se puede hablar de ciencia cuando se trata de la sociedad (no digamos de los hombres) y casi nada tiene de científico el estudio de los fenómenos sociales (no digamos humanos).
 La política, por ejemplo. 
Ninguna peluquera tiene un juicio más certero sobre física o matemáticas que el más humilde físico o matemático, pero Maite, mi peluquera de Verges, acertó de lleno el resultado de las últimas elecciones generales cuando todos los politólogos se equivocaron. Hablo en serio: lean El juicio político de los expertos, un libro donde Philip E. Tetlock demuestra con datos abrumadores que los aciertos de los especialistas no superan los de gente corriente y bien informada.
 Esto no significa que no haya que escuchar a los expertos; lo que significa es que, salvo cuando se trata de ciencias auténticas, nadie puede ahorrarle a nadie el trabajo de forjarse un juicio propio.
 Y, por cierto, que después de todo la democracia no es tan mala idea.
Nadie puede ahorrárnoslo. 
Y menos que nadie, amigo lector, los sabios ignorantes o los tontos cultos, que son de lejos la peor especie de tontos e ignorantes, porque ni siquiera sospechan lo que son y por tanto no pueden poner remedio a su tara. 

Mi grupo y yo......................................................................Rosa Montero

Mucha gente se siente desarraigada, perdida, y los seres solitarios pueden construirse una pertenencia imaginaria con cualquier grupo por lejano que sea.
 A VECES ME entra la desesperación y pienso que los humanos no tenemos remedio.
 Tomemos el caso del chico de 18 años que asesinó a nueve personas en Múnich en imitación de ese otro monstruo, el neonazi noruego que masacró a 77 individuos hace cinco años.
 O pensemos en los llamados lobos solitarios yihadistas, gente violenta e inestable que de repente se enciende como la yesca ante el ejemplo del terrorismo organizado y decide hacer lo mismo por su cuenta, como parece haber sucedido en los recientes atentados de Alemania o incluso con el bestial matón de Niza.
 Y me niego a escribir sus nombres porque creo que no merecen ser recordados.
 Hablemos de las víctimas y lloremos el dolor que esos tipos causaron, pero no mencionemos apenas a los verdugos. 
Que se pudran en el anonimato de su infamia.
 Pero decía que me desespera ver lo fácilmente impresionables que somos los seres vivos y el efecto llamada que tienen todas estas barbaridades. 
Ya se sabe que las personas somos muy influenciables, sobre todo los más jóvenes (el cerebro no acaba de madurar neurológicamente hasta más o menos los 25 años), sobre todo los más inestables psíquicamente.
 ¿Y por qué demonios siempre se nos pega lo malo y no lo bueno? Como sucede con los asesinos de policías en Estados Unidos.
 O con las repetitivas matanzas de colegiales. O con los suicidios.
 Es evidente que hay actitudes que parecen contagiarse, y por desgracia se diría que son más infecciosos los hechos brutales.

Y la cosa es aún peor, porque, aunque las personas jóvenes e inestables sean más propensas a la imitación, en realidad se trata de un comportamiento esencial que nos afecta a todos.
 El ser humano es un animal social y el grupo es importantísimo para nosotros. 
“La interacción social ha sido crítica para nuestra especie durante millones de años, a resultas de lo cual los programas sociales han quedado profundamente grabados en el circuito nervioso”, dice el neurocientífico David Eagleman en su libro Incógnito (Anagrama).
 Uno de esos subprogramas es la imitación, no sólo como recurso de aprendizaje, sino también de identificación y pertenencia.
En su genial libro No hay dos iguales (Funambulista), la psicóloga Judith Rich Harris, que también resalta la influencia arrolladora del grupo en el individuo, cuenta un experimento llevado a cabo en los años cincuenta por Solomon Asch, un psicólogo social norteamericano. 
La cosa consistía en pedirle a un sujeto que juzgara la longitud de una línea comparándola con otras tres. 
Tenía que dar su respuesta en voz alta junto a otra media docena de personas que también participaban en el experimento, pero que, en realidad, eran cómplices de Asch
. Y resulta que, cuando estas seis personas daban una misma respuesta equivocada, con toda naturalidad y sin inmutarse, sin siquiera mirar a la víctima del experimento y sin presionarla en lo más mínimo, el sujeto en cuestión se sumaba también a la respuesta falsa, aunque fuera claramente errónea y aunque nadie le hubiera forzado a hacerlo.
 Simplemente se sentía incapaz de ser el único que no estuviera en sintonía con el resto del grupo.
 El único distinto y distante.
Hay mucha gente en el mundo que se siente desarraigada, aislada, perdida, incomprendida. 
Dado que hoy recibimos información instantánea desde todos los puntos del planeta, estos seres solitarios pueden construirse una pertenencia imaginaria con cualquier grupo, por remoto que sea.
 Y si la prueba de admisión es monumental, dramática y sangrienta, mucho mejor. 
Así su horda elegida sabrá de él, le admirará y admitirá como propio, le considerará un héroe. 
Hay gente tan reventada de cabeza y de corazón que prefiere ser mártir muerto que vivo insatisfecho.
 Y desde luego no ayuda nada el hecho de que en nuestro mundo haya tan pocos modelos sociales positivos para imitar. 
Si lo que se ofrece a los jóvenes como ejemplo de éxito son los gritones descerebrados de los realities televisivos o los empresarios y políticos corruptos, entiendo que el modelo apocalíptico del terrorista suicida que arde en la pureza fanática de su fe les resulte grandioso.

La mediocridad cultural y moral acabará matándonos.

Hay mucha gente en el mundo que se siente desarraigada, aislada, perdida, incomprendida.
 Dado que hoy recibimos información instantánea desde todos los puntos del planeta, estos seres solitarios pueden construirse una pertenencia imaginaria con cualquier grupo, por remoto que sea.
 Y si la prueba de admisión es monumental, dramática y sangrienta, mucho mejor. COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO

A un paso del odio

  • El desamor comparte circuitos y sustancias químicas con el amor. 
  • Lo que activa uno, activa el otro.
  •  La dopamina llega a las regiones cerebrales donde se genera la motivación para alcanzar la recompensa. 
  • Si se hace esperar, los productores de dopamina prolongan su actividad, los niveles aumentan y la motivación cobra mayor fuerza: se incrementa aún más la dopamina reforzando así el anhelo.
  • El deseo de recompensa se evalúa en los centros del razonamiento –la corteza prefrontal–, pero al haber un desorden de serotonina y dopamina se incrementa la obsesión, la necesidad de comprobación y la aparición de múltiples interpretaciones erróneas de la realidad.
  • Solo la recompensa frenaría este proceso de ansiedad dolorosa y destructiva que supone el rechazo.
  •  Si el teléfono sigue sin sonar, si los whatsapps siguen sin ser de la persona amada, se enviarán señales a la amígdala y se desencadenará la ira.
  •  Como toda conducta instintiva, el fracaso con frecuencia conduce a sentimientos de odio y desesperación.
  •  Del amor al odio hay un paso y, además, comparten camino.
  •  
2081Psico

De amor, que hablen los poetas............................................................Lola Morón

Durante la fase de enamoramiento, el cerebro nos lleva al placer y la relajación, pero también a la desconexión de la región que nos hace pensar, valorar y ver los pros y contras de la persona amada. Pasar a otra etapa es casi cuestión de supervivencia.
 EL AMOR romántico es un fenómeno universal, de siglos de tradición, el sentimiento humano sobre el que más se ha pensado y escrito.
 Por ningún otro se ha sufrido ni disfrutado con tanta intensidad.
 De ningún otro podemos ser siempre –y todos– víctimas y verdugos.
 Y sin embargo la neurociencia del amor apenas tiene 30 años. Enamoramiento y amor no son lo mismo. 
El amor es duradero, maduro, acepta errores. 
El enamoramiento es transitorio y no es que no acepte equivocaciones, simplemente no las ve.
 Cuando nos enamoramos, en realidad no vislumbramos al otro en su totalidad: la persona observada funciona como una pantalla donde proyectamos aspectos idealizados de nosotros mismos.
Es habitual encontrar referencias que consideran esta situación como “trastorno”, “enfermedad” o “locura”.
 El propio Ortega y Gasset hablaba de un estado de “idiocia transitoria”. 
Y sin embargo no debemos referirnos en absoluto a lo que sucede en el cerebro de la persona enamorada como anómalo o disfuncional.
 Podemos considerarlo una oportunidad para comprender a quienes sí sufren enfermedades, esos mismos síntomas, pero sin estar enamorados.
 Sufrir, disfrutar y sentir así estando enamorado es normal.

Las reacciones fisiológicas que se ponen en marcha son numerosas. La visualización de la persona enamorada –ya sea directa o a través de la memoria– conecta el sistema de recompensa, que es la base cerebral del enamoramiento. 
Y hace que toda nuestra actividad mental se centre en conseguir el objetivo: al activarse este mecanismo se hacen las mal llamadas “locuras” por amor, como cruzar un continente para poder ver al amante durante un instante.
Simplificando cómo actúa esta área en lo referente al amor, podríamos decir que toma dos vías: una estimulante –que concentra nuestra atención y nuestros sentimientos en esta persona produciendo por un lado sensación de intenso placer y a la vez de relajación–, y otra inhibitoria, descartando todas las características negativas, impidiendo apreciar los errores e incapacitando al observador para emitir juicios sobre la persona de la que está embelesado. La corteza prefrontal es la más racional del cerebro, la que nos hace pensar, razonar, valorar pros, contras y alternativas, hacer, al fin y al cabo, juicios.
 Si observar o pensar en la persona amada hace que esta región cerebral se apague, es comprensible que exista tendencia a obviar sus fallos.
 No concebimos que nuestro amado pueda tener malas intenciones ni observamos en él defectos.
 Perdemos, efectivamente, el juicio porque el sistema de recompensa está inhibiendo, apagando, el centro encargado del razonamiento.
 Y todo a causa de las sustancias químicas que operan en estas estructuras cerebrales, fundamentalmente la dopamina, la noradrenalina y la serotonina.
Al visualizar a la person amada, se estimula el sistema límbico y se produce una liberación ingente de dopamina, la sustancia del amor, del placer, del disfrute… y de la adicción.
 Se asocia con la motivación y las conductas orientadas a alcanzar un fin, por lo que buscamos las cosas que tenemos en común, pudiendo hacer que cambiemos hábitos como nuestra manera de vestir o nuestros gustos musicales con el fin de agradar. 
Si surgen obstáculos para la relación, los sentimientos se intensifican: es el efecto Romeo y Julieta, porque al percibir la adversidad aumenta aún más la producción de dopamina en el cerebro.
La noradrenalina también se incrementa y ayuda –entre otras cosas– a focalizar la atención.
 Favorece el aprendizaje de estímulos novedosos: miramos a la persona como algo nuevo e inigualable.
 Al estar intensamente activado el hipocampo –centro de la memoria–, recordaremos detalles minúsculos del ser amado y del tiempo que hemos pasado juntos.
La disminución de la serotonina conlleva una tendencia al pensamiento obsesivo. 
No podemos dejar de pensar en él o ella, analizamos todo lo que hace, lo que dice, lo que piensa. 
Tendemos a una excesiva observación y posesión.
El exceso de atención en la respuesta del otro produce una sensación de enlentecimiento del paso del tiempo: nunca una respuesta parece que tarda tanto tiempo en llegar como cuando es muy esperada. Cualquier pequeña muestra de desatención puede desen­cadenar una cascada de inseguridades y temor a la pérdida, con el consiguiente refuerzo adictivo.
El enamoramiento produce un estado de excitación cerebral tan intenso que impide desarrollar cualquier otra actividad, por eso se ha de terminar.
 No se podría vivir en un estado de enamoramiento constante, el cuerpo no lo soportaría y nuestra responsabilidad social tampoco. Por eso necesitamos el amor.
Tras la fase de enamoramiento se ponen en marcha otros mecanismos, se activan otras zonas regidas por otras sustancias cuya finalidad se acerca más a la compañía y el cuidado a largo plazo, más a la crianza que a la reproducción.

Esta aproximación reduccionista de lo que sucede en nuestro cerebro cuando estamos enamorados necesita de un acompañamiento sociológico y estético.
 La neurociencia no sirve para explicar el amor, de modo que mejor dejemos que sigan encargándose los poetas.