Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

19 jun 2016

Perrolatría.................................................................Javier Marias

Lo de los “derechos” de los animales es un despropósito. Con frecuencia son sus propietarios quienes quieren para sí una especie de privilegio añadido.


COLUMNISTAREDONDA_JAVIERMARIAS
cUANDO Obama ocupó la Casa Blanca hace casi ocho años, se encontró con un problema inesperado, mucho más grave que su raza o su poco definida religión: no tenía perro. 
Hubo de comprarse uno a toda prisa, porque en los Estados Unidos hace mucho que se llegó a la peregrina conclusión de que quien carece de perro es mala persona.
 España presume de ser un país muy antiamericano, pero copia con servilismo todas las imbecilidades que desde allí se exportan, y casi ninguna de las cosas buenas o inteligentes.
En la beatería por los chuchos (y por extensión por todos los animales, dañinos o no), estamos alcanzando cotas demenciales, y, sobre todo, los dueños de canes quieren imponer sus mascotas a los demás, nos gusten o no.
 Leo que sólo en Madrid hay más de 270.000 censados, cifra altísima, pero que no deja de representar a una minoría de madrileños.
 Ésta, sin embargo, en consonancia con la lerda idea estadounidense de que los perrólatras gozan de superioridad moral y de un salvoconducto de “bondad” (Hitler se contaba entre ellos), abusa sin cesar y exige variados “derechos” para sus perros. 
Lo de los “derechos” de los animales es uno de los mayores despropósitos (triunfantes) de nuestra época. 
Ni los tienen ni se les ocurriría reclamarlos. Quienes se erigen en sus “depositarios” son humanos muy vivos, con frecuencia sus propietarios, que en realidad los quieren para sí, una especie de privilegio añadido.
 Los animales carecen de derechos por fuerza, lo cual no obsta para que nosotros tengamos deberes para con ellos, algo distinto. 
Uno de esos deberes es no maltratarlos gratuitamente, desde luego (pero si nos atacan o son nocivos también tenemos el derecho e incluso la obligación de defendernos de ellos).
Los dueños de perros claman ahora por que se deje entrar a éstos en casi todas partes: en bares, restaurantes, tiendas, galerías de arte, museos, librerías, y aun se les creen sus propios parques …
 Una apasionada declara: “No apoyo sitios en los que no me dejen entrar con mi familia” (sic). “Vaya con o sin mis perros”.
 (Supongo que regiría igual para quien decidiera adoptar jabalíes, serpientes o cachorros de tigre.) Ella y otros entusiastas celebran que ahora La Casa Encendida abra sus puertas a los perros, y no sé si también la Calcografía Nacional (donde se ha hecho una exposición de la Tauromaquia de Goya tan manipulada y falseada que se convirtió al pintor en un “animalista avant la lettre” (!).
 En lo que a mí respecta, ya sé qué sitios no voy a volver a pisar, por si las moscas.
 Nada tengo contra los perros, que a menudo son simpáticos y además no son responsables de sus dueños. Pero no me apetece estar en un restaurante rodeado de ellos. 
No todos están educados, no todos están limpios ni libres de enfermedades, no todos se abstienen de hacer sus necesidades donde les urjan, muchos ladran en cualquier momento por cualquier motivo. 
Con frecuencia sus amos no se conforman con uno, sino que llevan tres o cuatro, cada uno con su larga correa que ocupa la calle entera e impide transitar a los peatones.
 Un perro es, además, un lujo.
 Su mantenimiento es carísimo y una esclavitud, desde la comida especial hasta las expulgaciones, las continuas visitas al veterinario, los lavados y peinados y “esquilados” a cargo de expertos, incluso el tratamiento “psiquiátrico” que necesitan muchos porque se “estresan”, se asustan al oír el timbre, se desquician en pisos de escasos metros y en ciudades no preparadas para su sobreabundancia. 
De las cacas que van sembrando no hablemos; por mucho que se obligue a sus amos a recogerlas en una operación de relativa asquerosidad, siempre los habrá que se negarán a la humillación. 
Nada tengo contra los perros, ya digo, pero hay mucha gente que sí, que les tiene miedo y no los soporta.
 Y se los intenta imponer a esa gente en todas partes, hasta mientras come. 
Entre ella estaba Robert Louis Stevenson, que escribió en 1879: “Me vi muy alterado por los ladridos de un perro, animal que temo más que a cualquier lobo.
 Un perro es notablemente más bravo, y además está respaldado por el sentido del deber.
 Si uno mata a un lobo, recibe ánimos y parabienes; pero si mata a un perro, los sagrados derechos de la propiedad y el afecto elevan un clamor y piden reparación … El agudo y cruel ladrido de un perro es en sí mismo un intenso tormento … 
En este atractivo animal hay algo del clérigo o del jurista … Cuando viajo a pie, o duermo al raso, los detesto tanto como los temo”. 
Todo esto se olvida, en efecto: según su tamaño y su raza, el que va con perro porta un arma.
 Si está prohibido ir por ahí con una pistola o un cuchillo de ciertas dimensiones, no se entiende tanta permisividad con una bestia que obedecerá a su amo y que éste puede lanzar contra quien le plazca. 
 Una vez un vecino misantrópico me insultó gravemente, sin motivo, en el portal. 
Mi reacción normal habría sido encararme con él. Pero el hombre sujetaba a un perro de aspecto fanático, que a su orden habría defendido a su dueño aunque éste no llevara razón.
 Como es natural, porque a los canes no les corresponde averiguar tales matices, sino someterse ciegamente a quien los alimenta y cuida.
 Si eso no es un peligro en potencia …
 En Madrid hay los perros que dije, así que no quiero imaginarme cuántos enemigos me he creado en España con estas líneas. Ninguno tendrá cuatro patas, eso es seguro. 

18 jun 2016

Jarre: la imagen le ganó el pulso a la música................................................... Miquel Jurado

Sonido compacto y potente en la presentación del último trabajo de músico.

Jean Michelle Jarre el viernes en el Sónar.
Hace tan solo unas semanas Jean-Michel Jarre editaba la segunda parte de su díptico Electronica, subtitulado esta vez The heart of Noisey para demostrar precisamente eso, que el ruido tiene corazón, se plantó en la noche de ayer viernes en el escenario más aparatoso de todos los montados por el Sónar en la Fira de L’Hospitalet.

No era una actuación más ya que el músico de Lyon había escogido el festival barcelonés para montar la presentación mundial de su nuevo espectáculo basado precisamente en la música de ese disco
. La expectación se notaba y la pregunta más repetida era ¿qué va a hacer Jarre?
 Pocas pistas podían extraerse del escenario totalmente negro en el que el dj Ángel Molina intentaba poner en movimiento al personal para acortar la espera; no se puede ni debe tratar a Molina como a un telonero pero esta vez lo parecía
. El público se iba acercando pero nadie bailaba.
 Un público que, ni en los momentos más cálidos de la actuación de Jarre, llegó a llenar la tercera parte de ese hangar gigantesco de techos metálicos abovedados que para la ocasión se bautiza como SónarClub y que, con su impresionante volumen, las luces nerviosas y cambiantes y la profusión de rayos láser disparados contra el personal, parecía sacado directamente de una película de ciencia ficción.
A las 22,30, con exquisita puntualidad, un cañonazo de tonos subgraves lo conmovió todo
. El suelo temblaba mientras el escenario cobraba vida
. Unas primeras cascadas de colores rápidamente se fueron transformando en una mezcla tan delirante como atractiva de formas cambiantes que rodeaban la tarima sobre la que Jarre manipulaba todo tipo de artilugios, incluida una guitarra
. Con la ayuda de otros dos músicos en la retaguardia consiguió emular sin fisuras la sonoridad de sus dos últimos discos antes de lanzarse a la recuperación obligada de alguno de sus éxitos.
Llevar a un escenario su último trabajo era una tarea ardua por el gran número de colaboraciones que han participado en la grabación, colaboraciones además con un gran peso específico en el resultado.
Parecía difícil pero en el mundo de la electrónica todo es posible hasta recrear a músicos que en ese momento deben estar a miles de kilómetros de distancia haciendo cualquier otra cosa.
 Así sucedió, por ejemplo con la voz de la canadiense Peaches o la proclama del activista estadounidense Edward Snowden (enlatada en su refugio moscovita).
Un sonido compacto y potente que, al tratarse de un recinto cerrado (por grande que fuera), te zarandeaba con fuerza golpeándote la boca del estómago marcó una actuación en la que el entramado sonoro parecía el necesario acompañamiento de un espectáculo visual verdaderamente impresionante. Una producción videográfica a menudo en tres dimensiones que alcanzó momentos sobresalientes como la invasión de marcianitos de ojos resplandecientes que acompañó la cuarta parte de Equinoxe o el arpa láser de The time machine.
Y una vez más dio la impresión de que el público de Jarre estaba allí más para disfrutar con la vista más que con el oído.
Y razón no les faltaba porque lo visto superó cualquier expectativa (que eran muchas) mientras la música caminaba por senderos ya conocidos. Stardust cerró ochenta minutos de actuación y nadie pidió un bis.

 

La reprimenda de Isabel II a su nieto el príncipe Guillermo

El duque de Cambridge estaba agachado junto a su hijo cuando la reina le ordenó que se levantara durante el 'Trooping the colour'.

La familia real británica durante el 'Trooping the Colour'. Luca Teuchmann/WireImage

 

La autoridad de la reina Isabel II en Reino Unido es indiscutible, también con su familia.
 El último en llevarse una regañina ha sido el príncipe Guillermo y a ojos de todo el mundo, ya que fue el pasado domingo durante el Trooping the Colour, una ceremonia anual realizada por los regimientos del Ejército británico y de la Commonwealth. 

La familia real británica al completo —la reina Isabel, Carlos de Inglaterra y su esposa Camila de Cornualles, el príncipe Guillermo con su mujer Kate Middleton y sus dos hijos y Enrique de Inglaterra— se encontraba en el balcón principal del Palacio de Buckingham mientras disfrutaban del desfile aéreo del Royal Air Force.
 El duque de Cambridge se agachó para hablar con su hijo, el príncipe Jorge, que miraba intrigado al cielo. Fue en ese momento cuando Isabel II le dio unos golpecitos en el hombro y le dijo al segundo en la línea de sucesión al trono británico que se levantara.
 Este reaccionó a la orden ipso facto.
Un breve gesto que ha pasado casi inadvertido hasta que este divertido momento se ha convertido en gif —un formato de imágenes en movimiento— que circula por las redes sociales y que da buena cuenta del genio y la autoridad de la reina de Inglaterra. Incluso el pequeño Jorge, de 2 años, parece darse cuenta de la que se avecina y se echa la mano a la frente.

Poesía y resistencia............................................................. Jordi Costa

Esta es la película más autorreflexiva del conjunto.

Sherezade y su padre conversan sobre la naturaleza de la ficción en una reveladora secuencia de Las Mil y Una Noches. Volumen 3: el embelesado, la sorprendente, a ratos desconcertante y, sobre todo, honesta y arriesgadísima entrega que cierra el tríptico monumental con que Miguel Gomes ha querido enfrentar la crisis moral de todo un país sojuzgado por la tiranía de mercado, la democratización del empobrecimiento y la disolución de toda justicia social. ¿Para qué necesitamos las historias?, se preguntan los personajes.
La ficción (o el arte) es el nexo de unión entre los vivos y los muertos. También es un instrumento para vivir lo no vivido.
Esta es la película más autorreflexiva del conjunto y, al tiempo que subraya la funcional identificación entre Sherezade y el cineasta, también desarrolla la idea de que la contadora de historias, obligada a entrelazar cuentos para salvar su cuello, es el correlato metafórico de todos los portugueses, capaces de encontrar inesperadas vías de supervivencia en la reformulación poética de la realidad.
La película empieza con un paseo de Sherezade fuera de los muros del palacio donde se abren diversas posibilidades de ficciones que son sucesivamente desechadas. Es un remanso de extrema libertad creativa, de tono bienhumorado, enérgico y gozoso que, finalmente, da paso a uno de los fragmentos más largos, minuciosos e inesperados de este laberinto de historias, en las que se imbrican lo real y lo imaginario, servido en tres generosas entregas: El embriagador canto de los pinzones es, directamente, una inmersión documental en la comunidad de los aficionados a las competiciones de pinzones canoros, una subcultura nacida en un barrio de chabolas lisboeta posteriormente transformado en comunidad de viviendas sociales.
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Gomes retrata ese microcosmos como un viaje a un Universo Paralelo, cuyos matices y rituales desvela con curiosidad enciclopédica.
 El uso de los rótulos como elemento expresivo se hace eco de las intermitencias en la narración de Sherezade, transmitiendo la naturaleza frágil de la ficción, algo que siempre está a punto de romperse o desaparecer ante las agresiones y la hostilidad de lo real.
No hay conclusión: sólo belleza.
Y resistencia.