Esta es la película más autorreflexiva del conjunto.
La ficción (o el arte) es el nexo de unión entre los vivos y los muertos. También es un instrumento para vivir lo no vivido.
Esta es la película más autorreflexiva del conjunto y, al tiempo que subraya la funcional identificación entre Sherezade y el cineasta, también desarrolla la idea de que la contadora de historias, obligada a entrelazar cuentos para salvar su cuello, es el correlato metafórico de todos los portugueses, capaces de encontrar inesperadas vías de supervivencia en la reformulación poética de la realidad.
La película empieza con un paseo de Sherezade fuera de los muros del palacio donde se abren diversas posibilidades de ficciones que son sucesivamente desechadas. Es un remanso de extrema libertad creativa, de tono bienhumorado, enérgico y gozoso que, finalmente, da paso a uno de los fragmentos más largos, minuciosos e inesperados de este laberinto de historias, en las que se imbrican lo real y lo imaginario, servido en tres generosas entregas: El embriagador canto de los pinzones es, directamente, una inmersión documental en la comunidad de los aficionados a las competiciones de pinzones canoros, una subcultura nacida en un barrio de chabolas lisboeta posteriormente transformado en comunidad de viviendas sociales.
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El uso de los rótulos como elemento expresivo se hace eco de las intermitencias en la narración de Sherezade, transmitiendo la naturaleza frágil de la ficción, algo que siempre está a punto de romperse o desaparecer ante las agresiones y la hostilidad de lo real.
No hay conclusión: sólo belleza.
Y resistencia.
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