Fue deportada a los 15 años a Auschwitz-Birkenau y ha necesitado envejecer para escribir lo que pasó. La autora se vio forzada a trabajar en la desaparición de cadáveres.
Todos los horrores de Auschwitz son, claro,
inmensos, pero hay uno que, sin atacar el estómago o el estado de salud,
sigue latiendo como una bestia invencible que amenaza para siempre el
terreno más sensible de un ser fragilizado: el pudor.
Los estómagos
pueden llenarse tiempo después del hambre, los cuerpos pueden yacer en
camas tras una etapa de transición, pero el pudor, la sensibilidad del
cuerpo desnudo y con ella el transcurso natural del deseo, pueden sufrir
ataques aciagos si quien te ha mirado por primera vez desnuda es el
Doctor Mengele
. Marceline Loridan-Ivens, judía francesa deportada con su
padre a Auschwitz-Birkenau en 1944, ha necesitado acariciar esa sensación de estar de más en el mundo para escribir su testimonio. Y tú no regresaste (Salamandra)
es una carta a su padre, que murió allí, con todo lo que se perdió.
Con
verdades cargadas de crudeza y dudas sobre cómo habría vivido él el
auge de la mujer o sus bodas con no judíos.
Loridan-Ivens no ha curado
sus heridas, pero es dueña de una energía que convierte sus arrugas en
sonrisa y su vida en algo útil para los demás.
PREGUNTA. Uno de los momentos más impactantes del libro es cuando habla de su cuerpo desnudo y Mengele está ahí, mirándola.
RESPUESTA. En los campos
estábamos desnudos gran parte del tiempo y nos miraban como si fuéramos
ganado.
¿Sabe cómo nos llamaban en alemán? Stück, que quiere decir “pedazo” o Figurine, marioneta.
P. ¿Y qué consecuencias tuvo esa mirada para usted?
R. La gran consecuencia fue la destrucción
de la intimidad
. Era la primera vez que yo estaba desnuda delante de
unos hombres, era muy joven.
Nunca había visto a otras mujeres desnudas,
a mi madre desnuda, a mi padre...
Recuerdo muy bien la silueta de
Mengele
. Nos habían convocado a todo el bloque, estábamos todas
desnudas.
Tratábamos de taparnos con la ropa que más o menos habíamos
logrado coger
. Porque no teníamos permiso para ir vestidas de manera
normal, íbamos con harapos, con ropas que habían pertenecido ya a muchas
muertas antes que a nosotras, rotas, en mal estado.
Además, como
estabamos faltas de vitaminas, cualquier grano se infectaba y se
convertía en un absceso, de modo que teníamos todos los ganglios
inflamados, la piel mal, mala cara
. Estábamos en un estado miserable. No
sabíamos si ir a derecha o izquierda, no sabíamos dónde mirar, todas
estábamos igual.
Yo desde muy pronto decidí que me quedaba siempre donde
me dijeran, porque intentar cambiar de sitio no podía acabar bien
.
Estaba segura de que si alguna vez intentaba ir hacia algún rincón y
alguien me veía, la cosa terminaría mal.
Esas son las cosas que la gente
no comprende sobre los campos. Son conscientes de los golpes, el
trabajo duro, la desnutrición, pero no la deshumanización, la violencia
terrible, además de física, psíquica.
Loridan-Ivens habla en su piso de París, un
apartamento luminoso en Saint Germain des Près en un ambiente de época.
Su época. Muebles, relojes y adornos que parecen parados en un tiempo
que pasó.
La decisión de hacer como si todos los franceses hubieran luchado con los aliados hizo que nunca se resolvieran de verdad los problemas de ese periodo en el que Francia
P. ¿Por qué este libro, en este momento?
R. Los momentos llegan cuando llegan.
Yo ya había escrito un libro, llamado Ma vie balagan,
es decir, Mi vida caótica, que recorre el siglo XX, y después, la
editorial Grasset quiso que volviera a hacer un libro sobre la Shoah,
sobre la destrucción de los judíos de Europa, corto, barato, muy
concentrado.
Personalmente, yo no quería hacerlo, porque ya había
escrito uno y no quería repetirme.
El tira y afloja duró dos años, y
ellos insistieron mucho, y al final, acabé por asumirlo.
Para empezar,
yo siempre había estado obsesionada con la carta que mi padre me había
enviado desde Auschwitz, una carta que había perdido y de cuyo contenido
no me acordaba en absoluto. Siempre viví la pérdida de mi padre de una
manera central, su muerte, las consecuencias que eso tuvo para la
familia, la destrucción de la célula familiar, el suicidio de una
hermana y un hermano, las dificultades que yo misma tuve durante muchos
años en mi relación con el mundo en el que vivía...
Y al mismo tiempo, las decisiones políticas
que tomó De Gaulle en aquella época, en nombre de una supuesta unidad
nacional, en un país que había sido enormemente Pétainista.
La decisión
de hacer como si todos los franceses hubieran luchado con los aliados,
cosa que era mentira, evidentemente, y que hizo que nunca se resolvieran
de verdad los problemas de ese periodo en el que Francia había estado
bajo el dominio de Pétain y de Hitler, y a que hubiera todavía gente que
había participado en todo y que seguían en los puestos de poder.
Todo
había perjudicado a los judíos, una vez más.
Por ejemplo, al terminar la
guerra, desde luego, era justo hablar de que había habido heroísmo y
resistencia, pero lo que no se decía nunca es que no habían sido muchos
casos.
Entre 45 millones de personas en aquella época, quizá fueran
60.000 como mucho, 100.000 si somos generosos.
Y se dejaron pasar las
matanzas de judíos, no solo de Francia, sino de toda Europa.
P. Sí, pero su libro no es una historia...
R. Entonces me di cuenta de que en toda mi
obra, en todo el trabajo que he hecho desde los años cincuenta, estaba
siempre presente mi padre.
Por ejemplo, en el film de Jean Rouch y Edgar
Morin es a él a quien estoy dirigiéndome, en mi libro también, en las
películas que he hecho... Su presencia, su permanencia, es lo que me ha
hecho preguntarme hoy: con quién puedo hablar, con quién puedo hacer un
balance de mi vida, a quién puedo contarle mis cosas más íntimas: al
ausente.
Y el ausente es mi padre. Eso me dio una visión que me permitió
proponer una forma de hablar de la destrucción de los judíos de Europa,
a través de la carta que podía enviarle a un padre que jamás me iba a
responder, evidentemente
. La carta perdida debería haber sido su
testamento dirigido a mi familia. Pero la perdí...
P. Y no recuerda nada.
R. No. Pero hay que comprender en qué situación física, psicológica y fisiológica estábamos.
P. Al principio del libro dice usted
que usted siente que ya no está, que lo que la rodea hoy ya no le
interesa, que está deteniéndose.
R. Es evidente que, al envejecer, se
adquiere una cierta distancia respecto al mundo exterior, aunque siga
interesándome todos los días por las noticias, aunque siga sabendo qué
pasa en el mundo, hay una especie de desplazamiento del yo que se
despega del discurrir de la vida.
Yo he hecho muchas películas, he
trabajado mucho toda mi vida, pero hoy ya no siento que formo parte del
flujo de la vida.
Es decir, en cierto sentido, yo estoy ya en el otro
mundo, si es que uno cree en el otro mundo, que no es mi caso.
P. ¿Es un sentimiento positivo o triste?
R. No es un sentimiento triste.
Es el
discurrir de la vida.
Estamos aquí de paso, y el tiempo que me quede por
vivir será el que me quede.
Ya no tengo las fuerzas físicas ni las
energías para participar en el mundo como he hecho durante mucho tiempo,
para estar en el mundo.
En ese sentido, es una especie de retirada, de
distanciamiento. En el mejor de los casos, cierta serenidad, cosa que no
tiene por qué ser así, pero, de cualquier forma, es evidente que estoy
más cerca de la muerte que de otra cosa
. Dentro y fuera a la vez, pero
con esa distancia y con una especie de constatación de la transformación
de este mundo, que se ha vuelto peligroso y está en un momento crítico,
al menos en mi opinión.
P. Habla de su trabajo en los campos, en los crematorios...
R. De excavar zanjas para quemar los..., sí.
P. Habla de su participación en la
construcción de los crematorios. Querría saber si eso le da un
sentimiento de culpa o no, o si es difícil verlo...
R. No se puede decir que participé en los
crematorios, porque los que trabajaban en los crematorios cambiaban cada
tres meses.
Pero sí en la desaparición de seres humanos
. En la
desaparición de los cuerpos, sin duda. Pero no, ¿culpable, yo?
Son ellos
los culpables. Yo, no. Nunca he tenido ningún sentimiento de culpa, en
absoluto. Los culpables eran ellos. ¿Alguien me pidió perdón? No.
¿Y
cómo iba a perdonarlos? Ellos me empujaron a esa deshumanización.
Ellos
fueron los que construyeron la persona en la que luego me convertí.
Ellos son los responsables. Yo no me siento culpable. Sería el colmo.
Entiendo muy bien la pregunta, pero es una concepción del espíritu de
alguien que no estuvo allí.
Me hicieron falta muchos años para sacar a la luz ese recuerdo, que había reprimido en mi inconsciente. Fue a raíz de un encuentro que tuve con una amiga. Ella me lo recordó, y mi primera reacción fue decir: no es verdad
P. Pero he leído que usted, al
principio, pensaba que había trabajado en las cocinas y que luego
recordó que había intervenido también en ese trabajo más duro.
R. Ese es todo el sentido de mi libro y mi
película.
Me hicieron falta todos esos años para sacar a la luz ese
recuerdo, que había reprimido en mi inconsciente.
Fue a raíz de un
encuentro que tuve con una amiga, una persona que había estado conmigo,
60 años después
. Ella me lo recordó, y mi primera reacción fue decir: no
es verdad. Es imposible, no, te equivocas
. Y ella me lo demostró. Ese
es el sentido de mi película.
Me hizo falta mucho tiempo, era algo que
había eliminado de mi mente para poder sobrevivir
. Pero no era por
sentimiento de culpa. Era otra cosa...
P. Quizá la brutalidad.
R. La violencia, el hecho de que nos
empujaran a llegar hasta ese punto, a coger una pala y cavar zanjas para
los cadáveres que ya no podían quemar, porque había demasiados
cadáveres.
Y después, con los bombardeos, ya no pudieron utilizar los
crematorios, porque si los aliados lo hubieran visto habrían bombardeado
Auschwitz
. Es el horror. Es el auténtico horror.
Pero un horror del que
yo formé parte. Era el infierno.
Y en el infierno, todo el mundo se
ensucia las manos. Nadie puede mantenerse limpio.
P. Cuenta cómo veía el vestido de la
novia en la boda de su hermano y no lo entendía. Me pregunto cuánto
tiempo le duró esa situación.
R. Son imágenes fugaces, no fijas
. Recuerdo,
sí, ver a otras personas haciendo cosas normales, o poniéndose de
pronto una ropa impresionante, y eran cosas que no tenían absolutamente
nada que ver con lo que yo había vivido
. O de pronto veía el humo que
salía de la chimenea de una fábrica y enseguida me acordaba del
crematorio de Birkenau.
No podía entrar en una estación porque estaba
llena de vagones de tren.
Me costaba muchísimo subirme a un tren. Tardé
mucho mucho tiempo en superarlo.
Tardé casi 15 años en volver a
encontrar mi sitio en la familia
. Y otra cosa son todos los suicidios
que hubo después de la guerra, suicidios de judíos, una cosa de la que
no se habla.
Gente que volvía para encontrarse con que su mujer y sus
cuatro hijos habían desaparecido, sus viviendas ocupadas...
Fue
horrible.
En Francia hubo que esperar a 1972 para que los judíos y los
resistentes recibieran, al menos sobre el papel, un trato equitativo,
para que tuvieran derecho a las mismas pensiones, por ejemplo.
Durante
mucho tiempo hubo una terrible desconexión entre las dos experiencias.
P. Por ejemplo, la cuestión de dormir en una cama le costó.
R. Dormía siempre en el suelo.
En casa de mi madre, dormía en el suelo. Y ella no podía entenderlo.
P. ¿Cuánto duró eso?
R. No sé, no recuerdo, pero mucho tiempo.
Además, al volver, estuve muy enferma, con unas fiebres terribles.
Hace
tanto tiempo que no sé. Pero no fui la única.
P. En los campos, ¿qué sentimiento era el más fuerte, la solidaridad -cuenta usted varios episodios- o el egoísmo?
R. Era cuestión de supervivencia, lo más
importante era uno mismo, siempre, sin ninguna duda.
Eso no quiere decir
que no hubiera momentos de solidaridad, pero eran breves y nada
permanentes. Recuerdo una vez que tenía fiebre en Birkenau, y no quería
ir a lo que llamaban el hospital, porque era uno de los centros de
traslado casi inmediato a la cámara de gas, y unas compañeras me
metieron en un agujero y lo taparon con una tabla de forma que no se me
viera, para que pudiera reponerme. También existían momentos así
. Pero
el sentimiento permanente era pensar ante todo en uno mismo.
P. Habla de cómo la gente, su padre, por ejemplo, no supo ver lo que se venía encima a los judíos.
R. En mi casa habíamos acogido a judíos
alemanes antes de la guerra, así que sí teníamos cierta idea. Y en 1942,
Radio Londres había dicho que gaseaban a judíos en camiones
. Me acuerdo
de oír el anuncio con mi padre.
Pero nos pilló de sorpresa. Recuerdo
cuando estaba en el gueto, bueno, el equivalente, en el campo de
tránsito de Drancy, haber dicho a mi padre que lo peor que podía pasar
era que nos hicieran trabajar duro, pero que nos veríamos los domingos.
Mi padre debía de saber más cosas, porque me respondió: Tú quizá
regreses, pero yo no volveré nunca.
Sabía más que yo. A la hora de la
verdad, conscientemente o no, lo sabíamos.
Para él debió de ser terrible
aquel viaje. Yo no tenía ni idea de adónde íbamos.
Pero él ya había
hecho ese recorrido cuando se fue de Polonia, en 1919, para ir a vivir a
Francia. Cuando vio que habíamos atravesado la frontera y habíamos
entrado en su país natal, debió de sentir auténtico horror. Era la
vuelta a ... .
P. ¿Y usted cómo vivió el regreso a Polonia, cuándo volvió?
R. Fue en 1991
. No quería ir. Fui porque se
celebraba el Festival de Varsovia, y querían proyectar mi último film,
que había sido muy aplaudido en el Festival de Venecia y había recibido
el León de Oro, un film muy bonito titulado Une histoire de vent.
Querían exhibir la película, y yo no, yo decía que no quería saber nada
de los polacos.
No quería ir a Polonia.
Pero entonces, después de 10 o
12 visitas para rogarme que fuera, acabé por decir: solo puedo aceptar
con una condición: ir a Auschwitz. Si no, no pondré el pie en su país.
P. Usted quería ir a Auschwitz.
R. Hacía mucho tiempo que quería ir a Auschwitz.
P. ¿Y por qué no había ido?
R. Era complicado.
Mi marido era Joris Ivens, un gran cineasta que hizo con Hemingway un bello filme sobre España, Tierra de España,
en plena guerra, en 1937.
Era un hombre combatiente, y juntos hicimos
películas comprometidas, como un documental sobre Vietnam, yo había
realizado otro sobre la guerra de Argelia y la independencia de Argelia
antes de conocerlo. Él volvió a España después de morir Franco, en dos
ocasiones, y fue muy bien recibido. Yo mostré una vez una película, creo
que en Barcelona, y no tuvo una acogida tan buena, pero eran todavía
los coletazos del franquismo.
En definitiva, estaba muy ocupada para ir a
Auschwitz.
Hicimos 15 documentales en China, hicimos muchas cosas por
todo el mundo. Era un proyecto que tenía siempre en la cabeza pero que
iba aplazando.
Y por fin me puse a hacer la película después de que
muriera mi marido
. Solo entonces pude hacerla.