Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

22 sept 2015

Loridan-Ivens: “En el infierno todos nos manchamos las manos”...................................... Berna González Harbour

Fue deportada a los 15 años a Auschwitz-Birkenau y ha necesitado envejecer para escribir lo que pasó. La autora se vio forzada a trabajar en la desaparición de cadáveres.

 

La escritora Marceline Loridan-Ivens. / Lèa Crespi

Todos los horrores de Auschwitz son, claro, inmensos, pero hay uno que, sin atacar el estómago o el estado de salud, sigue latiendo como una bestia invencible que amenaza para siempre el terreno más sensible de un ser fragilizado: el pudor.
 Los estómagos pueden llenarse tiempo después del hambre, los cuerpos pueden yacer en camas tras una etapa de transición, pero el pudor, la sensibilidad del cuerpo desnudo y con ella el transcurso natural del deseo, pueden sufrir ataques aciagos si quien te ha mirado por primera vez desnuda es el Doctor Mengele
. Marceline Loridan-Ivens, judía francesa deportada con su padre a Auschwitz-Birkenau en 1944, ha necesitado acariciar esa sensación de estar de más en el mundo para escribir su testimonio. Y tú no regresaste (Salamandra) es una carta a su padre, que murió allí, con todo lo que se perdió.
 Con verdades cargadas de crudeza y dudas sobre cómo habría vivido él el auge de la mujer o sus bodas con no judíos.
 Loridan-Ivens no ha curado sus heridas, pero es dueña de una energía que convierte sus arrugas en sonrisa y su vida en algo útil para los demás.
PREGUNTA. Uno de los momentos más impactantes del libro es cuando habla de su cuerpo desnudo y Mengele está ahí, mirándola.
RESPUESTA. En los campos estábamos desnudos gran parte del tiempo y nos miraban como si fuéramos ganado.
 ¿Sabe cómo nos llamaban en alemán? Stück, que quiere decir “pedazo” o Figurine, marioneta.
P. ¿Y qué consecuencias tuvo esa mirada para usted?
R. La gran consecuencia fue la destrucción de la intimidad
. Era la primera vez que yo estaba desnuda delante de unos hombres, era muy joven.
 Nunca había visto a otras mujeres desnudas, a mi madre desnuda, a mi padre...
 Recuerdo muy bien la silueta de Mengele
. Nos habían convocado a todo el bloque, estábamos todas desnudas.
 Tratábamos de taparnos con la ropa que más o menos habíamos logrado coger
. Porque no teníamos permiso para ir vestidas de manera normal, íbamos con harapos, con ropas que habían pertenecido ya a muchas muertas antes que a nosotras, rotas, en mal estado.
 Además, como estabamos faltas de vitaminas, cualquier grano se infectaba y se convertía en un absceso, de modo que teníamos todos los ganglios inflamados, la piel mal, mala cara
. Estábamos en un estado miserable. No sabíamos si ir a derecha o izquierda, no sabíamos dónde mirar, todas estábamos igual.
 Yo desde muy pronto decidí que me quedaba siempre donde me dijeran, porque intentar cambiar de sitio no podía acabar bien
. Estaba segura de que si alguna vez intentaba ir hacia algún rincón y alguien me veía, la cosa terminaría mal.
 Esas son las cosas que la gente no comprende sobre los campos. Son conscientes de los golpes, el trabajo duro, la desnutrición, pero no la deshumanización, la violencia terrible, además de física, psíquica.
Loridan-Ivens habla en su piso de París, un apartamento luminoso en Saint Germain des Près en un ambiente de época.
 Su época. Muebles, relojes y adornos que parecen parados en un tiempo que pasó.
La decisión de hacer como si todos los franceses hubieran luchado con los aliados hizo que nunca se resolvieran de verdad los problemas de ese periodo en el que Francia
P. ¿Por qué este libro, en este momento?
R. Los momentos llegan cuando llegan. 
Yo ya había escrito un libro, llamado Ma vie balagan, es decir, Mi vida caótica, que recorre el siglo XX, y después, la editorial Grasset quiso que volviera a hacer un libro sobre la Shoah, sobre la destrucción de los judíos de Europa, corto, barato, muy concentrado.
 Personalmente, yo no quería hacerlo, porque ya había escrito uno y no quería repetirme.
 El tira y afloja duró dos años, y ellos insistieron mucho, y al final, acabé por asumirlo.
 Para empezar, yo siempre había estado obsesionada con la carta que mi padre me había enviado desde Auschwitz, una carta que había perdido y de cuyo contenido no me acordaba en absoluto. Siempre viví la pérdida de mi padre de una manera central, su muerte, las consecuencias que eso tuvo para la familia, la destrucción de la célula familiar, el suicidio de una hermana y un hermano, las dificultades que yo misma tuve durante muchos años en mi relación con el mundo en el que vivía...
Y al mismo tiempo, las decisiones políticas que tomó De Gaulle en aquella época, en nombre de una supuesta unidad nacional, en un país que había sido enormemente Pétainista. 
La decisión de hacer como si todos los franceses hubieran luchado con los aliados, cosa que era mentira, evidentemente, y que hizo que nunca se resolvieran de verdad los problemas de ese periodo en el que Francia había estado bajo el dominio de Pétain y de Hitler, y a que hubiera todavía gente que había participado en todo y que seguían en los puestos de poder.
 Todo había perjudicado a los judíos, una vez más.
 Por ejemplo, al terminar la guerra, desde luego, era justo hablar de que había habido heroísmo y resistencia, pero lo que no se decía nunca es que no habían sido muchos casos. 
Entre 45 millones de personas en aquella época, quizá fueran 60.000 como mucho, 100.000 si somos generosos.
 Y se dejaron pasar las matanzas de judíos, no solo de Francia, sino de toda Europa.
P. Sí, pero su libro no es una historia...
R. Entonces me di cuenta de que en toda mi obra, en todo el trabajo que he hecho desde los años cincuenta, estaba siempre presente mi padre.
 Por ejemplo, en el film de Jean Rouch y Edgar Morin es a él a quien estoy dirigiéndome, en mi libro también, en las películas que he hecho... Su presencia, su permanencia, es lo que me ha hecho preguntarme hoy: con quién puedo hablar, con quién puedo hacer un balance de mi vida, a quién puedo contarle mis cosas más íntimas: al ausente.
 Y el ausente es mi padre. Eso me dio una visión que me permitió proponer una forma de hablar de la destrucción de los judíos de Europa, a través de la carta que podía enviarle a un padre que jamás me iba a responder, evidentemente
. La carta perdida debería haber sido su testamento dirigido a mi familia. Pero la perdí...
P. Y no recuerda nada.
R. No. Pero hay que comprender en qué situación física, psicológica y fisiológica estábamos.

P. Al principio del libro dice usted que usted siente que ya no está, que lo que la rodea hoy ya no le interesa, que está deteniéndose.
R. Es evidente que, al envejecer, se adquiere una cierta distancia respecto al mundo exterior, aunque siga interesándome todos los días por las noticias, aunque siga sabendo qué pasa en el mundo, hay una especie de desplazamiento del yo que se despega del discurrir de la vida. 
Yo he hecho muchas películas, he trabajado mucho toda mi vida, pero hoy ya no siento que formo parte del flujo de la vida.
 Es decir, en cierto sentido, yo estoy ya en el otro mundo, si es que uno cree en el otro mundo, que no es mi caso.
P. ¿Es un sentimiento positivo o triste?
R. No es un sentimiento triste.
 Es el discurrir de la vida. 
Estamos aquí de paso, y el tiempo que me quede por vivir será el que me quede. 
Ya no tengo las fuerzas físicas ni las energías para participar en el mundo como he hecho durante mucho tiempo, para estar en el mundo. 
En ese sentido, es una especie de retirada, de distanciamiento. En el mejor de los casos, cierta serenidad, cosa que no tiene por qué ser así, pero, de cualquier forma, es evidente que estoy más cerca de la muerte que de otra cosa
. Dentro y fuera a la vez, pero con esa distancia y con una especie de constatación de la transformación de este mundo, que se ha vuelto peligroso y está en un momento crítico, al menos en mi opinión.
P. Habla de su trabajo en los campos, en los crematorios...
R. De excavar zanjas para quemar los..., sí.
P. Habla de su participación en la construcción de los crematorios. Querría saber si eso le da un sentimiento de culpa o no, o si es difícil verlo...
R. No se puede decir que participé en los crematorios, porque los que trabajaban en los crematorios cambiaban cada tres meses.
 Pero sí en la desaparición de seres humanos
. En la desaparición de los cuerpos, sin duda. Pero no, ¿culpable, yo?
 Son ellos los culpables. Yo, no. Nunca he tenido ningún sentimiento de culpa, en absoluto. Los culpables eran ellos. ¿Alguien me pidió perdón? No.
 ¿Y cómo iba a perdonarlos? Ellos me empujaron a esa deshumanización.
 Ellos fueron los que construyeron la persona en la que luego me convertí.
 Ellos son los responsables. Yo no me siento culpable. Sería el colmo. Entiendo muy bien la pregunta, pero es una concepción del espíritu de alguien que no estuvo allí.
Me hicieron falta muchos años para sacar a la luz ese recuerdo, que había reprimido en mi inconsciente. Fue a raíz de un encuentro que tuve con una amiga. Ella me lo recordó, y mi primera reacción fue decir: no es verdad
P. Pero he leído que usted, al principio, pensaba que había trabajado en las cocinas y que luego recordó que había intervenido también en ese trabajo más duro.
R. Ese es todo el sentido de mi libro y mi película. 
Me hicieron falta todos esos años para sacar a la luz ese recuerdo, que había reprimido en mi inconsciente.
 Fue a raíz de un encuentro que tuve con una amiga, una persona que había estado conmigo, 60 años después
. Ella me lo recordó, y mi primera reacción fue decir: no es verdad. Es imposible, no, te equivocas
. Y ella me lo demostró. Ese es el sentido de mi película.
 Me hizo falta mucho tiempo, era algo que había eliminado de mi mente para poder sobrevivir
. Pero no era por sentimiento de culpa. Era otra cosa...
P. Quizá la brutalidad.
R. La violencia, el hecho de que nos empujaran a llegar hasta ese punto, a coger una pala y cavar zanjas para los cadáveres que ya no podían quemar, porque había demasiados cadáveres.
 Y después, con los bombardeos, ya no pudieron utilizar los crematorios, porque si los aliados lo hubieran visto habrían bombardeado Auschwitz
. Es el horror. Es el auténtico horror.
 Pero un horror del que yo formé parte. Era el infierno.
 Y en el infierno, todo el mundo se ensucia las manos. Nadie puede mantenerse limpio.
P. Cuenta cómo veía el vestido de la novia en la boda de su hermano y no lo entendía. Me pregunto cuánto tiempo le duró esa situación.
R. Son imágenes fugaces, no fijas
. Recuerdo, sí, ver a otras personas haciendo cosas normales, o poniéndose de pronto una ropa impresionante, y eran cosas que no tenían absolutamente nada que ver con lo que yo había vivido
. O de pronto veía el humo que salía de la chimenea de una fábrica y enseguida me acordaba del crematorio de Birkenau. 
No podía entrar en una estación porque estaba llena de vagones de tren.
 Me costaba muchísimo subirme a un tren. Tardé mucho mucho tiempo en superarlo. 
Tardé casi 15 años en volver a encontrar mi sitio en la familia
. Y otra cosa son todos los suicidios que hubo después de la guerra, suicidios de judíos, una cosa de la que no se habla.
 Gente que volvía para encontrarse con que su mujer y sus cuatro hijos habían desaparecido, sus viviendas ocupadas...
 Fue horrible.
 En Francia hubo que esperar a 1972 para que los judíos y los resistentes recibieran, al menos sobre el papel, un trato equitativo, para que tuvieran derecho a las mismas pensiones, por ejemplo.
 Durante mucho tiempo hubo una terrible desconexión entre las dos experiencias.
P. Por ejemplo, la cuestión de dormir en una cama le costó.
R. Dormía siempre en el suelo.
 En casa de mi madre, dormía en el suelo. Y ella no podía entenderlo.
P. ¿Cuánto duró eso?
R. No sé, no recuerdo, pero mucho tiempo. Además, al volver, estuve muy enferma, con unas fiebres terribles.
 Hace tanto tiempo que no sé. Pero no fui la única.
P. En los campos, ¿qué sentimiento era el más fuerte, la solidaridad -cuenta usted varios episodios- o el egoísmo?
R. Era cuestión de supervivencia, lo más importante era uno mismo, siempre, sin ninguna duda.
 Eso no quiere decir que no hubiera momentos de solidaridad, pero eran breves y nada permanentes. Recuerdo una vez que tenía fiebre en Birkenau, y no quería ir a lo que llamaban el hospital, porque era uno de los centros de traslado casi inmediato a la cámara de gas, y unas compañeras me metieron en un agujero y lo taparon con una tabla de forma que no se me viera, para que pudiera reponerme. También existían momentos así
. Pero el sentimiento permanente era pensar ante todo en uno mismo.
P. Habla de cómo la gente, su padre, por ejemplo, no supo ver lo que se venía encima a los judíos.
R. En mi casa habíamos acogido a judíos alemanes antes de la guerra, así que sí teníamos cierta idea. Y en 1942, Radio Londres había dicho que gaseaban a judíos en camiones
. Me acuerdo de oír el anuncio con mi padre. 
Pero nos pilló de sorpresa. Recuerdo cuando estaba en el gueto, bueno, el equivalente, en el campo de tránsito de Drancy, haber dicho a mi padre que lo peor que podía pasar era que nos hicieran trabajar duro, pero que nos veríamos los domingos.
 Mi padre debía de saber más cosas, porque me respondió: Tú quizá regreses, pero yo no volveré nunca.
 Sabía más que yo. A la hora de la verdad, conscientemente o no, lo sabíamos.
 Para él debió de ser terrible aquel viaje. Yo no tenía ni idea de adónde íbamos.
 Pero él ya había hecho ese recorrido cuando se fue de Polonia, en 1919, para ir a vivir a Francia. Cuando vio que habíamos atravesado la frontera y habíamos entrado en su país natal, debió de sentir auténtico horror. Era la vuelta a ... .
P. ¿Y usted cómo vivió el regreso a Polonia, cuándo volvió?
R. Fue en 1991
. No quería ir. Fui porque se celebraba el Festival de Varsovia, y querían proyectar mi último film, que había sido muy aplaudido en el Festival de Venecia y había recibido el León de Oro, un film muy bonito titulado Une histoire de vent. Querían exhibir la película, y yo no, yo decía que no quería saber nada de los polacos. 
No quería ir a Polonia.
 Pero entonces, después de 10 o 12 visitas para rogarme que fuera, acabé por decir: solo puedo aceptar con una condición: ir a Auschwitz. Si no, no pondré el pie en su país.
P. Usted quería ir a Auschwitz.
R. Hacía mucho tiempo que quería ir a Auschwitz.
P. ¿Y por qué no había ido?
R. Era complicado.
 Mi marido era Joris Ivens, un gran cineasta que hizo con Hemingway un bello filme sobre España, Tierra de España, en plena guerra, en 1937.
 Era un hombre combatiente, y juntos hicimos películas comprometidas, como un documental sobre Vietnam, yo había realizado otro sobre la guerra de Argelia y la independencia de Argelia antes de conocerlo. Él volvió a España después de morir Franco, en dos ocasiones, y fue muy bien recibido. Yo mostré una vez una película, creo que en Barcelona, y no tuvo una acogida tan buena, pero eran todavía los coletazos del franquismo. 
En definitiva, estaba muy ocupada para ir a Auschwitz.
 Hicimos 15 documentales en China, hicimos muchas cosas por todo el mundo. Era un proyecto que tenía siempre en la cabeza pero que iba aplazando.
 Y por fin me puse a hacer la película después de que muriera mi marido
. Solo entonces pude hacerla.


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