Andrés Gallardo es una criatura bicéfala, una empresa gestionada al
cincuenta por ciento por el mismo Andrés Gallardo y Marina Casal, amigos
desde hace ocho años y compañeros de trabajo. Sus delicadas joyas de
porcelana, creadas principalmente a base de figuras de flores y animales
(deconstruidos o no) se han convertido en un objeto de deseo que
trasciende el concepto de moda hasta coquetear seriamente con el de
arte.
¿En qué momento decidisteis dar un salto del diseño en plano al tridimensional de vuestras piezas de joyería? Andrés: Después de trabajar juntos con Duyos cada uno fue por su lado, pero años después nos volvimos a juntar trabajando en otra marca.
Yo ya llevaba un año haciendo piezas de porcelana pero muy a mi bola, para amigos y para alguna tienda, y llegó un momento en el que decidimos emprender juntos, montar una empresa y hacerlo bien.
Marina: Pero en ningún momento existió la decisión de “venga, vamos a hacer joyería”. Andrés siempre ha ido haciendo cosas diferentes, y en el momento en el que empezó con esto tuvo muy buena acogida. Coincidió que estábamos muy cansados del tema empresas, moda y tal, y dijimos: “Pues va”.
Haber trabajado para otras empresas más o menos grandes antes de emprender vuestro propio negocio, ¿ayuda a la hora de aprender a gestionarlo? Andrés: Yo trabajé en Bimba y Lola, pero fue tan al principio que no era grande, aún nos lo estábamos inventando todo.
Marina: Ayer nos contaba una amiga que cada día le pasan los números del mundo entero de los productos que ha diseñado, y eso para nosotros es extraterrestre, porque siempre hemos trabajado en empresas medianas o familiares.
Andrés: Y eso sí que nos ha ayudado mucho, porque nos ha permitido tocar todos los palos: producción, ventas, diseño... Y a base de currar a saco, ir a ferias y tratar a clientes hemos aprendido mucho, cosas tan importantes como saber ajustar el precio de una pieza o escandallar el producto.
En este momento extraño para los emprendedores, ¿qué se siente cuando a tu alrededor muchos proyectos se estampan y el tuyo está imparable?
Marina: Hubo un momento en la empresa en la que trabajábamos en el que tuvimos la sensación de que nos íbamos a estampar igual, allí o en nuestro propio proyecto, así que valía la pena intentarlo. Necesitábamos, por lo menos, ilusión.
Andrés: Esa fue la clave: teníamos tanta ilusión y lo veíamos todo tan claro, tan positivo, que era imposible que fuera mal.
¿En algún momento os habéis sentido desbordados?
Andrés: Ahora. Nos acabamos de mudar a un estudio –hasta hace poco trabajábamos cada uno en su casa, con Skype, el mail y Whatssup pitando todo el día– y hay nuevas facturas que pagar.
¿Cuál es vuestro proceso creativo y de inspiración?
Marina: Pues incluso eso ha evolucionado mucho. Al principio la inspiración eran las propias piezas que encontrábamos y nos flipaban.
Andrés: Encontrábamos, por ejemplo, un leopardo que nos gustaba, y decíamos, “de aquí, ¿qué es lo que más nos gusta? ¿La cabeza? ¡Pues a cortar!”. Y a partir de aquí ya nos inventábamos una historia.
Marina: Ahora la cosa va un poco diferente: si nos apetece poner un cuervo, por ejemplo, pues lo buscamos. Como ahora trabajamos con talleres, nos hacen directamente modelos, nos sacan moldes...