Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

3 ago 2012

Fantasía literaria y adorable criatura

La actriz Marilyn Monroe leyendo. / SNAP Photo Library
Una tarde, mientras contemplaban el puente de Brooklyn desde la orilla de Manhattan, Marilyn Monroe puso a su amigo Truman Capote entre la espada y la pared: “Si alguna vez te preguntaran, cómo era yo, cómo era Marilyn, en realidad, ¿Qué contestarías?”
. Su tono era juguetón e inoportuno, pero grave. “Apuesto a que dirías que era una palurda”, añadió la actriz antes de que el escritor abriera la boca. “Por supuesto”, contestó el periodista, “pero también diría…”. Al autor de A Sangre fría se le entrecortó la voz y percibió que esa vez, la actriz quería una respuesta honesta
. El esplendor póstumo de ese momento quedó para siempre en su memoria: “La luz se iba. Marilyn parecía esfumarse con ella, mezclarse con el cielo y las nubes, disolverse a lo lejos.
 Quise elevar mi voz sobre los chillidos de las gaviotas y llamarla para que volviese: ¡Marilyn! ¿Por qué todo tuvo que acabar así, Marilyn? ¿Por qué? ¿Por qué la vida tiene que ser tan terrible?” 
. A continuación, algo le devolvió al momento presente, pero siguió balbuceando: “Yo diría…”. Marilyn le dijo que no le oía. “Diría que eres una adorable criatura”.
Con esta maravillosa escena, Capote (1924-1984) concluye el relato sobre la actriz, titulado: Una adorable criatura (incluido en Retratos, 2001).
 Es quizás la obra más destacable entre un sinfín bibliográfico que mayoritariamente apuesta por el sensacionalismo que rodea la vida de Monroe.
 Pero su emoción final puede llevar a engaño: el retrato del mayor representante de la novela de no ficción tampoco es un homenaje hagiográfico a su íntima amiga; también refleja su carácter caprichoso y frívolo, sus miedos y sus limitaciones intelectuales.
 Y por encima de todo destaca la gracilidad femenina de un ser extremadamente vulnerable que desprende luz y belleza como pocos.
 Un ser, que por encima de todo, para bien y para mal, era adorable.
En 1954, cuando solo tenía 28 años, la actriz escribió sus memorias, un texto imprescindible para conocer de primera mano el temblor y la candidez que definieron su vida
. El libro, titulado My Story, refleja la compleja personalidad de una mujer que en nada se parece a la rubia ingenua que creó Hollywood.  Marilyn rememora su infancia en una familia humilde de California, la violación que sufrió de niña, su ascenso a la fama y su perpetua y fatal intuición acerca de su destino:
“Sí, había algo especial en mí y sabía de qué se trataba. Yo era el tipo de chica a la que encuentran muerta en su dormitorio con un frasco de somníferos en la mano".
 El texto no vio la luz hasta doce años después de su muerte.
La figura de Marilyn ha sido de las más rentables de la historia, sobretodo póstumamente.
 La extensísima bibliografía que ha generado su leyenda no sigue la estela benévola de sus admiradores. Más bien al contrario, la mayoría de las obras reflejan la polémica, la leyenda negra, los trapos sucios y las excrecencias que esconde la biografía de Norma Jeane Mortenson (1926-1962), convertida en Marilyn Monroe, actriz infravalorada y el sex simbol más famoso de todos los tiempos.

Cómo la veían

J. M
Su belleza sobrevivió desde la antigüedad,
requerida por el mundo del futuro, poseída
por el mundo actual, se convirtió en un mal mortal.
Pier Paolo Pasolini, cineasta italiano.
Marilyn era una persona sensible, incomprendida, mucho más perceptiva de lo que se supone en general. Teníamos una aventura amorosa y nos veíamos de forma intermitente hasta el día en que murió en 1962. No me pareció que estuviera deprimida (…). Estoy seguro de que no se suicidó. Siempre he creído que fue asesinada.
Marlon Brando, actor estadounidense.
Vi que lo que parecía que no era lo que realmente era, y lo que estaba pasando dentro de ella no era lo que estaba pasando fuera, y eso siempre significa que hay algo con qué trabajar. En el caso de Marilyn, las reacciones al método fueron colosales. Podía conseguir la emoción que necesitaba para cada escena. Su alcance era infinito.
Lee Strasberg, maestro y teórico fundador del Actor Studio.
Ella estaba asustada de sí misma. Me encontré deseando ser un psicoanalista y que ella fuera mi paciente. Puede que no pudiera ayudarla, pero habría lucido preciosa en el sofá.
 Billy Wilder,  director de cine estadounidense.
Nada se podía hacer con aquella luminosidad, era imposible....Tal vez entonces estaba demasiado ocupado dirigiendo y no me di cuenta del enorme potencial que tuve a mi lado, hay momentos en que está maravillosa, creo que Marilyn era única.
Lawrence Olivier, director y actor en El Principe y la corista (1957).
Recuerdo que me impresionó más fuera de la pantalla que dentro... había algo conmovedor y emotivo de ella.
John Huston, director de The Misfits, y La jungla de asfalto.
Creo que ella es una comediante hábil, pero también creo que podría convertirse en la mejor actriz trágica que se pueda imaginar.
 Arthur Miller, escritor y marido de la actriz de 1956 a 1961.
Es increíble. Es Mae West, Theda Bara y Bo Peep, todo en uno.
Groucho Marx, cómico y director de cine.
Uno de los libros más polémicos sobre la rubia universal es Blonde (2000), la novela de la newyorkina Joyce Carol Oates.
 A lo largo de 900 páginas se retrata la vida errante de una mujer ansiosa, dependiente de tranquilizantes y estimulantes y víctima de varios abusos sexuales que merman su equilibrio mental.
 Las escenas de sexo se describen minuciosamente, especialmente la violación que sufre por parte del productor que le dio su primer papel, el ménage à trois que practica con Charles Chaplin Jr. y Eddy G. Robinson y la violenta escena que protagoniza con el presidente de los Estados Unidos. En el pasaje, Kennedy prácticamente obliga a Monroe a practicarle una felación.
“Cogió a la Actriz Rubia por la nuca y le puso la cabeza en la entrepierna. ‘No lo haré. No soy una prostituta, soy’… de hecho era Norma Jeane, confundida y asustada”
. Y según la autora, lo hizo.
Oates recupera la tesis que sugiere que la actriz fue asesinada por la CIA tras su relación con Kennedy. El asesino de su ficción recibe órdenes claras y precisas porque “la zorra rubia del Presidente era una amenaza para él y para la seguridad nacional”. En la novela, Marilyn es asesinada a manos de este “francotirador” que le hunde una aguja de quince centímetros en el corazón.
La idea del asesinato ha sido muy jugosa de cara a las ventas. Lo comprobó también Donald H. Wolfe con su libro Marilyn Monroe, investigación sobre un asesinato (1999).
El autor investigó durante siete años y entrevistó a más de 85 personas con el objetivo de demostrar que la CIA y el FBI mataron a la actriz porque ésta había conseguido información confidencial sobre Kennedy.
Tras su titánico trabajo, al autor solo le queda una duda: “¿Intentaban matar a Marilyn Monroe? ¿O sólo someterla con un pinchazo crítico, es decir, suministrarle una dosis mayor de aquella a la que estaba acostumbrada, para poder abrir por la fuerza su archivador, tomar notas, cartas y documentos legales y buscar el libro de secretos?
 Los indicios señalan homicidio premeditado. En presencia de Bobby Kennedy, le inyectaron una cantidad de barbitúricos suficiente para matar a 15 personas”.
El reverso de la novela de Oates y del libro de Wolfe es Marilyn Monroe (1993), la biografía de Donald Spoto, considerada una de las obras más serias sobre la actriz. Spoto ofrece una visión mucho menos turbulenta de la actriz y afirma que su muerte fue causada por una combinación letal y accidental de sedantes y barbitúricos.
 El autor rechaza la tesis del suicidio y retrata los últimos días de Marilyn como un momento álgido y feliz en su carrera. Para Spoto su muerte fue una negligencia médica causada por su analista de cabecera, el doctor Greenson.
Otra versión amable es la del escritor barcelonés, Terenci Moix (1942-2003), confeso entusiasta del Hollywood de los años cincuenta. En su homenaje a los actores y directores de la época, Mis inmortales del cine (1996), dedica un extenso capítulo a la actriz: “Tenía un algo especial, esa pequeña cosa extra, y sobre todo tenía algo que le hacía brillar en la pantalla.
 Era un ser que podía ser vulgar en su vida real, pero que era capaz de transformarse cuando la cámara se ponía delante de ella”.
Para Moix, la actriz rubia tenía algo inimitable, como la morena más famosa del cine español: “ese algo lo tiene también la actriz Penélope Cruz, esa comunión con la cámara que no es frecuente descubrir”.
¿Negligencia, suicidio o asesinato? Definitivamente, las dos últimas opciones se llevan la palma en el mundo literario.
 La rubia como una drogadicta, desequilibrada y facilona a la par que frígida, que para colmo no cuida para nada su higiene personal.
Su flamante presidente como un niño pijo, amoral, egoísta y despreciativo que además es eyaculador precoz.
Así retrata François Forestier a la pareja en su libro Marilyn y JFK (2010), del que asegura que “no hay ni una sola frase inventada”.
 Forestier describe los múltiples encuentros sexuales entre la rubia y el presidente:
 Marilyn espera a su amante en una bañera de agua caliente mientras JFK se desnuda para ser montado por la actriz.
 De repente Peter Lawford entra al baño y fotografía a la pareja con su Polaroid.
 Él se ríe, ella hace muecas. Alrededor de ellos, los espías de Hoover, el mandamás del FBI, les vigilan y comentan la jugada.
Forestier asegura que las fotos de Lawford aún circulan por ahí, pero los servicios secretos de los Kennedy se encargaron de borrar las pistas del romance.
Para el autor Autobiografía de Marilyn Monroe (2006), Rafael Reig, la mayoría de obras sobre la actriz son puro afán de sensacionalismo, de explotar la tragedia y la fama de Monroe.
 Según el escritor, los textos más importantes y con mayor calidad literaria son los de Capote y Arthur Miller. Reig está harto de oír hablar del misterioso fallecimiento de la actriz:
"La muerte de Marilyn no fue ningún misterio. Lo asombroso es que no hubiera muerto antes, y eso lo sabe todo el que la conoció”.
Para haber sobrevivido, ella tendría que haber sido mucho más cínica o haber estado mucho más lejos de la realidad de lo que estaba
Arthur Miller
De todos los que la conocieron, quizás el dramaturgo Arthur Miller (1915-2005), marido de la actriz de 1956 a 1961, fue quien mejor entendió el vacío que la asfixiaba.
 El mítico autor teatral era la persona que más valoraba su talento y quien más empeño puso en salvar a aquella adorable criatura de aquel nido de víboras que era Hollywood.
 Pero incluso él acabó agotado de su personalidad autodestructiva y decidió romper.
Posteriormente Miller intentó retratar las contradicciones de su relación en su guion Vidas Rebeldes (1961), en el que el personaje de Clark Gable dice algo que bien podría haber dicho él mismo:
“¿Puede un hombre sonreír cuando contempla a la mujer más triste del mundo?”
En sus memorias Vueltas al tiempo (1988), el dramaturgo ofrece la más preclara y sentida conclusión sobre el final de Marilyn: “Para haber sobrevivido, ella tendría que haber sido mucho más cínica o haber estado mucho más lejos de la realidad de lo que estaba.
 Pero no, ella era una poeta en una esquina tratando de recitar entre una multitud que le arrancaba la ropa”.

Desvistiendo a un icono

El 'sex symbol' por excelencia dejó un estilo personal que se mantiene vigente cincuenta años después y parece más bien lejos del declive. Así era Marilyn.

Cincuenta años después de su muerte, la extinción es un concepto que sigue muy alejado de Marilyn Monroe (1926 - 1962). Sus frases irreverentes ("No es cierto que no tuviera nada puesto, estaba puesta la radio", espetó al ser interrogada sobre su desnudo en Playboy), su melena oxigenada, sus labios carmesí y sus curvas de mujer fatal no solo son recordados con nostalgia, sino que siempre han mantenido vigentes como icono erótico.
 Ella alcanzó esa misma meta en tan solo 36 años. Tras medio siglo de su fallecimiento, ninguna otra estrella ha sido capaz de brillar con tanta fuerza como para dejar una estela semejante.
En materia de moda (y aunque era aficionada a casas como Chanel, Pucci o Christian Dior), sus grandes aliados fueron los diseñadores de vestuario de la 20th Century Fox. Cuando conoció a William Travilla (responsable, entre otros, del vestido blanco que volvía loco a Tom Ewell en La tentación vive arriba), casi por casualidad, él ya había ganado un Oscar. Su amistad se desarrolló con los años y trabajaron juntos hasta en ocho cintas en las que los atuendos han pasado a formar parte de la memoria histórica colectiva. Orry Kelly, responsable de vestuario de Con faldas y a lo loco, consiguió con sus picantes conjuntos que la censura hiciera de las suyas en el estado de Kansas. Acto y seguido ganó el Oscar a mejor vestuario.
La personalidad de la diva se divide en dos.
 Está la Marilyn Monroe cuya melena plateada destacaba entre la multitud; aquella que, en 1962 le robó el protagonismo a John Fitzgerald Kennedy, presidente de Estados Unidos, el día de su cumpleaños al cantarle un Happy Birthday que hizo temblar las bases fundacionales del erotismo. 
Y luego la sencilla Norma Jean, lectora voraz que aspiraba a ser algo más que una mujer bella. 
Esta última solo se dejaba ver en los instantes más íntimos del mito y prefería las bailarinas y los abrigos de lana a la pompa y la pedrería.
 Su rastro se adivina en algunas fotografías, como las que George Barris le hizo el año de su muerte. Seguro que hay más. No hay época en que no aparezcan testimonios inéditos de su hegemonía estética. Medio siglo después, ningún dato parece indicar que el mito esté próximo al declive
Muy por el contrario, da la sensación de que aún queda mucho por descubrir. Y, por supuesto, subastar.

 

Tu y yo

Leo McCarey, tras el éxito obtenido con la versión de 1939 a partir del argumento ideado por él mismo y Mildred Cram, en la que contó con Charles Boyer e Irene Dunne en un rodaje en blanco y negro, dieciocho años después se le ocurrió volver a dar vida al bello romance entre Nicolo Ferrante y Terry McKay, materializándolos esta ven en dos magníficos que coparon los puestos principales de las estrellas de Hollywood a mediados del siglo veinte: Cary Grant y Deborah Kerr. Del blanco y negro al color, de la década de los treinta a la de los cincuenta, y la sensible diferencia entre dos parejas de actores que transfirieron dos matices únicos a una historia de amor tintineante de chispa y de ternura.

Un romance de ésos de los años dorados de Hollywood, de los que surgen en mitad de un ambiente idílico y en las circunstancias menos propicias, en el que dos extraños pegan la hebra y repentinamente parecen hechos el uno para el otro… Las conversaciones brotan en torrente, con suma facilidad, las bromas se alternan, los comentarios ocurrentes salen de los labios casi sin pensar… Y sin decir nada importante, se lo están diciendo todo devorándose los ojos o con esos gestos que, menos comedidos que las palabras, delatan los sentimientos. Es una química inexplicable, difícil de expresar en palabras incluso después de milenios y milenios uniendo a personas con esos lazos que al instante te hacen ver que estás ante alguien que te hace sentir realmente bien. ¿Por qué el corazón te late más deprisa cuando estás con él o ella, y no te pasa eso con otros? ¿Por qué te entran esos nervios? ¿Por qué cuando estás en su compañía no quieres que el tiempo pase, y cuando no está contigo, deseas hacer girar más deprisa las agujas del reloj? ¿Qué más da que ya tengas un compromiso matrimonial con otra persona que te espera cuando el barco arribe a puerto? Aunque te sientas culpable por ello, en el fondo sabes que es así. Tu corazón te empuja hacia ese ser maravilloso que has conocido a bordo, en un crucero que, por más que el mundo se empeñe en negarlo, fue planeado por los hados exclusivamente para vuestro encuentro.

Pero aún no es el momento… Hay explicaciones que dar a terceras personas, hay que prepararse para las eventualidades futuras… Muchas cosas han dado un giro.

Seis meses será el plazo para aclararse y arrojarse definitivamente desde el trampolín. El Empire State Building será el cómplice y testigo de su unión.
 Una encantadora comedia dramática y romántica dulce, divertida y triste, con un Cary Grant tan irresistible como acostumbra y una Deborah Kerr deslumbrante y adorable, ambos aportando ese puntito cómico con sus atrayentes diálogos salpicados de golpes de humor, y que son, junto con la idílica y cálida fotografía en color de tonos saturados, vivos y atractivos para la vista, y la suave música (destacando las canciones interpretadas por la propia Deborah y por los niños del coro), los elementos clave que convierten lo que podía haber sido una comedieta amorosa corriente, en un regalo muy especial que primorosamente nos tendió Leo McCarey, y con el que yo me siento orgullosa de contar en mi videoteca.

PUEDES VERLO EN LA SECCION DE
HISTORIA DEL CINE
 

2 ago 2012

RELACIONES IMPOSIBLES: ISABEL PREYSLER-BELÉN ESTEBAN A ver si tienes ‘güevos’ Juan José Millás

"Este artículo dedicado a la incompatibilidad aparente entre Belén Esteban e Isabel Preysler es un artículo culto, digno de las mejores páginas de EL PAÍS".

 

Si las revistas del corazón sacan a Vargas Llosa y los suplementos culturales de la prensa promocionan a los autores de los best-sellers más tirados, ¿por qué tendría que privarme yo, que tengo un lado gilipollas, de hablar de Belén Esteban e Isabel Preysler en estas páginas veraniegas de EL PAÍS?
—Porque los lectores escribirán enfurecidos al Defensor del Lector —me dice el redactor jefe— y tendremos un lío.
—¿Incluso si me refiero a ellas con la jerga con la que un crítico hablaría de esa puta mierda titulada Cincuenta sombras de Grey?
—¿Acaso hemos sacado esa basura en el periódico? —pregunta, perplejo, el redactor jefe.
—Acaso —digo yo—, y más de una vez.
Las jerarquías se han ido al carajo, no hay diferencias entre el gran arte y el arte popular. todo vale, amigos. Vean, si no, a quién tenemos de ministro de Cultura
—Aun así —dice él—. Lo de los libros no lo lee nadie, pero esta sección tuya tiene mucho éxito.
—¿Entonces? —pregunto.
—Olvídate de la Esteban y la Preysler, busca otra pareja —concluye en tono autoritario.
Cuelgo el teléfono, me meto distraídamente el dedo índice de la mano izquierda en la nariz mientras tecleo en Google “Belén Esteban” con el de la derecha y resulta que sale en la Wikipedia. Vale que la Wikipedia no es la Espasa, pero es que la Espasa no existe ya, se descatalogó, que es como cuando trasladan los huesos de uno al osario común. Quiere decirse que carecemos de parámetros para saber de qué se debe y de qué no se debe hablar en las mesas redondas de la Menéndez Pelayo o en las páginas de cultura de la prensa seria. Las jerarquías se han ido al carajo, no hay diferencias ya entre el gran arte y el arte popular, entre la democracia y Putin, entre los huevos estrellados y los huevos con patatas, entre la ópera y la zarzuela, ni siquiera entre la ciencia y la religión, todo vale, amigos. Vean, si no, a quién tenemos de ministro de Cultura.
Belén Esteban sale en la Wikipedia, decíamos, y resulta que hasta nació, lo que no es raro ya que la gente nace todo el rato sin atenerse a las consecuencias, y que al día de hoy tiene una hija de nombre Andrea, como la hija de Carlos Fabra, el presunto gánster de Castellón de la Plana, padre a su vez de Andrea Fabra, Andreíta, una tía que en pleno Parlamento, cuando Rajoy excluía a los parados del sistema, exclamó a voz en grito en un arrebato de felicidad: “¡Qué se jodan!”.
¿Ha evitado EL PAÍS mencionar a Andrea Fabra, que no le llega, en estatura moral, a los tobillos a Belén Esteban? No. Pues de qué hablamos cuando hablamos de amor.
Seamos sinceros: a mí Belén Esteban e Isabel Preysler me la sudan, pero estoy de la autoridad competente hasta aquí. Basta que me digan una cosa para que haga la otra. De modo que busqué en Google “Isabel Preysler” y también salía, con una página mejor escrita, claro, que la de Belén, porque Isabel es egiptóloga (parece que leyó Sinhué el egipcio) y porque tiene amigos cultos y gais que controlan su imagen, mientras que los amigos de Belén la descontrolan.
 He ahí un paralelismo entre la heroína del pueblo y la señora de Boyer: que mientras una mima su imagen, la otra la desmima. Hay más: una se hace la estética con un artista del bisturí y la otra se la hace con un carnicero; ésta es la heroína del pueblo llano y aquélla la de las clases cultas ignorantes. Si supieran escribir y las obligaras a vivir juntas durante dos semanas, acabarían, no lo duden ustedes, a tiros, como Verlaine y Rimbaud.
¿No querías referencias cultas, redactor jefe amigo? Estamos hablando de Verlaine y Rimbaud, dos poetas franceses y malditos, valga la redundancia. Si es que todo el mundo tiene algo bueno, algo por lo que merece salir en EL PAÍS, no hay más que ponerse a investigar. La investigación, por cierto, está tan devaluada como la cultura. Si alguien te dice “lo he investigado”, es que ha mirado en la Wikipedia, donde de mí mismo, que también salgo, se dijo que estuve liado con Sándor Márai. Cuando empecé a presumir públicamente de ello, lo quitaron, qué cabrones.
Pues yo “lo he investigado” también. Pero no me he quedado en la Wikipedia, redactor jefe, no te creas. Gracias a la capacidad asociativa de la que soy víctima (siempre encuentro pruebas de que me persiguen) me he acordado de aquel instante en el que Truman Capote y Dick Hickcock, uno de los asesinos de la familia Clutter, se miraron y cada uno de ellos comprendió que habría bastado un pequeño giro de la vida para que Truman (al que le gustaba delinquir) fuera Dick y Dick (al que le gustaba escribir) fuera Truman.
 Se cuenta maravillosamente en la biografía de Capote que publicó Anagrama y cuyo autor ni recuerdo ni viene en la Wiki. Quiere decirse que el motor de ese libro famoso, A sangre fría, fue ese intercambio de miradas fundacional entre el asesino y el periodista.
Llévenlo a la relación entre Preysler y Esteban. ¿Acaso no habría bastado que la existencia hubiera sido más piadosa con Belén y menos complaciente con Isabel para que esta se hubiera casado con un torero y aquella con un ministro de Economía, o para que Belén hubiera leído Sinhué el egipcio e Isabel fuera prácticamente analfabeta, o para que la que anunciaba cerámicas hubiera anunciado sartenes y la que anunciaba sartenes hubiera anunciado cerámicas, o para que la que salía en Hola hubiera salido en Pronto y la de Pronto en Hola?
Compartimos el 90% o así de nuestro capital genético con un gusano, el elegans, lo que quiere decir que habría bastado con que los genes hubieran caído de otro modo para que usted y yo fuéramos las lombrices de nuestro jardín y, las lombrices de nuestro jardín, nosotros.
De modo que menos humos.
Querido redactor jefe, después de haber citado a Verlaine, a Rimbaud, a Truman Capote y a Sándor Márai con la naturalidad que se ha visto y en un espacio tan breve, ¿serás capaz de decir que este artículo dedicado a la incompatibilidad aparente entre Isabel Esteban y Belén Preysler no es un artículo culto, digno de las mejores páginas de EL PAÍS? No lo creo.
De modo que le pongo el punto final, lo firmo y te lo envío.
A ver si tienes güevos para no publicarlo.
Próxima entrega, el domingo: José Bono / Raphael.