"Este artículo dedicado a la incompatibilidad aparente entre Belén Esteban e Isabel Preysler es un artículo culto, digno de las mejores páginas de EL PAÍS".
Si las revistas del corazón sacan a Vargas Llosa y los suplementos culturales de la prensa promocionan a los autores de los best-sellers más tirados, ¿por qué tendría que privarme yo, que tengo un lado gilipollas, de hablar de Belén Esteban e Isabel Preysler en estas páginas veraniegas de EL PAÍS?
—Porque los lectores escribirán enfurecidos al Defensor del Lector —me dice el redactor jefe— y tendremos un lío.
—¿Incluso si me refiero a ellas con la jerga con la que un crítico hablaría de esa puta mierda titulada Cincuenta sombras de Grey?
—¿Acaso hemos sacado esa basura en el periódico? —pregunta, perplejo, el redactor jefe.
—Acaso —digo yo—, y más de una vez.
—Aun así —dice él—. Lo de los libros no lo lee nadie, pero esta sección tuya tiene mucho éxito.
—¿Entonces? —pregunto.
—Olvídate de la Esteban y la Preysler, busca otra pareja —concluye en tono autoritario.
Cuelgo el teléfono, me meto distraídamente el dedo índice de la mano izquierda en la nariz mientras tecleo en Google “Belén Esteban” con el de la derecha y resulta que sale en la Wikipedia. Vale que la Wikipedia no es la Espasa, pero es que la Espasa no existe ya, se descatalogó, que es como cuando trasladan los huesos de uno al osario común. Quiere decirse que carecemos de parámetros para saber de qué se debe y de qué no se debe hablar en las mesas redondas de la Menéndez Pelayo o en las páginas de cultura de la prensa seria. Las jerarquías se han ido al carajo, no hay diferencias ya entre el gran arte y el arte popular, entre la democracia y Putin, entre los huevos estrellados y los huevos con patatas, entre la ópera y la zarzuela, ni siquiera entre la ciencia y la religión, todo vale, amigos. Vean, si no, a quién tenemos de ministro de Cultura.
Belén Esteban sale en la Wikipedia, decíamos, y resulta que hasta nació, lo que no es raro ya que la gente nace todo el rato sin atenerse a las consecuencias, y que al día de hoy tiene una hija de nombre Andrea, como la hija de Carlos Fabra, el presunto gánster de Castellón de la Plana, padre a su vez de Andrea Fabra, Andreíta, una tía que en pleno Parlamento, cuando Rajoy excluía a los parados del sistema, exclamó a voz en grito en un arrebato de felicidad: “¡Qué se jodan!”.
¿Ha evitado EL PAÍS mencionar a Andrea Fabra, que no le llega, en estatura moral, a los tobillos a Belén Esteban? No. Pues de qué hablamos cuando hablamos de amor.
Seamos sinceros: a mí Belén Esteban e Isabel Preysler me la sudan, pero estoy de la autoridad competente hasta aquí. Basta que me digan una cosa para que haga la otra. De modo que busqué en Google “Isabel Preysler” y también salía, con una página mejor escrita, claro, que la de Belén, porque Isabel es egiptóloga (parece que leyó Sinhué el egipcio) y porque tiene amigos cultos y gais que controlan su imagen, mientras que los amigos de Belén la descontrolan.
He ahí un paralelismo entre la heroína del pueblo y la señora de Boyer: que mientras una mima su imagen, la otra la desmima. Hay más: una se hace la estética con un artista del bisturí y la otra se la hace con un carnicero; ésta es la heroína del pueblo llano y aquélla la de las clases cultas ignorantes. Si supieran escribir y las obligaras a vivir juntas durante dos semanas, acabarían, no lo duden ustedes, a tiros, como Verlaine y Rimbaud.
¿No querías referencias cultas, redactor jefe amigo? Estamos hablando de Verlaine y Rimbaud, dos poetas franceses y malditos, valga la redundancia. Si es que todo el mundo tiene algo bueno, algo por lo que merece salir en EL PAÍS, no hay más que ponerse a investigar. La investigación, por cierto, está tan devaluada como la cultura. Si alguien te dice “lo he investigado”, es que ha mirado en la Wikipedia, donde de mí mismo, que también salgo, se dijo que estuve liado con Sándor Márai. Cuando empecé a presumir públicamente de ello, lo quitaron, qué cabrones.
Pues yo “lo he investigado” también. Pero no me he quedado en la Wikipedia, redactor jefe, no te creas. Gracias a la capacidad asociativa de la que soy víctima (siempre encuentro pruebas de que me persiguen) me he acordado de aquel instante en el que Truman Capote y Dick Hickcock, uno de los asesinos de la familia Clutter, se miraron y cada uno de ellos comprendió que habría bastado un pequeño giro de la vida para que Truman (al que le gustaba delinquir) fuera Dick y Dick (al que le gustaba escribir) fuera Truman.
Se cuenta maravillosamente en la biografía de Capote que publicó Anagrama y cuyo autor ni recuerdo ni viene en la Wiki. Quiere decirse que el motor de ese libro famoso, A sangre fría, fue ese intercambio de miradas fundacional entre el asesino y el periodista.
Llévenlo a la relación entre Preysler y Esteban. ¿Acaso no habría bastado que la existencia hubiera sido más piadosa con Belén y menos complaciente con Isabel para que esta se hubiera casado con un torero y aquella con un ministro de Economía, o para que Belén hubiera leído Sinhué el egipcio e Isabel fuera prácticamente analfabeta, o para que la que anunciaba cerámicas hubiera anunciado sartenes y la que anunciaba sartenes hubiera anunciado cerámicas, o para que la que salía en Hola hubiera salido en Pronto y la de Pronto en Hola?
Compartimos el 90% o así de nuestro capital genético con un gusano, el elegans, lo que quiere decir que habría bastado con que los genes hubieran caído de otro modo para que usted y yo fuéramos las lombrices de nuestro jardín y, las lombrices de nuestro jardín, nosotros.
De modo que menos humos.
Querido redactor jefe, después de haber citado a Verlaine, a Rimbaud, a Truman Capote y a Sándor Márai con la naturalidad que se ha visto y en un espacio tan breve, ¿serás capaz de decir que este artículo dedicado a la incompatibilidad aparente entre Isabel Esteban y Belén Preysler no es un artículo culto, digno de las mejores páginas de EL PAÍS? No lo creo.
De modo que le pongo el punto final, lo firmo y te lo envío.
A ver si tienes güevos para no publicarlo.
Próxima entrega, el domingo: José Bono / Raphael.
—Porque los lectores escribirán enfurecidos al Defensor del Lector —me dice el redactor jefe— y tendremos un lío.
—¿Incluso si me refiero a ellas con la jerga con la que un crítico hablaría de esa puta mierda titulada Cincuenta sombras de Grey?
—¿Acaso hemos sacado esa basura en el periódico? —pregunta, perplejo, el redactor jefe.
—Acaso —digo yo—, y más de una vez.
Las jerarquías se han ido al carajo, no hay diferencias entre el gran arte y el arte popular. todo vale, amigos. Vean, si no, a quién tenemos de ministro de Cultura
—¿Entonces? —pregunto.
—Olvídate de la Esteban y la Preysler, busca otra pareja —concluye en tono autoritario.
Cuelgo el teléfono, me meto distraídamente el dedo índice de la mano izquierda en la nariz mientras tecleo en Google “Belén Esteban” con el de la derecha y resulta que sale en la Wikipedia. Vale que la Wikipedia no es la Espasa, pero es que la Espasa no existe ya, se descatalogó, que es como cuando trasladan los huesos de uno al osario común. Quiere decirse que carecemos de parámetros para saber de qué se debe y de qué no se debe hablar en las mesas redondas de la Menéndez Pelayo o en las páginas de cultura de la prensa seria. Las jerarquías se han ido al carajo, no hay diferencias ya entre el gran arte y el arte popular, entre la democracia y Putin, entre los huevos estrellados y los huevos con patatas, entre la ópera y la zarzuela, ni siquiera entre la ciencia y la religión, todo vale, amigos. Vean, si no, a quién tenemos de ministro de Cultura.
Belén Esteban sale en la Wikipedia, decíamos, y resulta que hasta nació, lo que no es raro ya que la gente nace todo el rato sin atenerse a las consecuencias, y que al día de hoy tiene una hija de nombre Andrea, como la hija de Carlos Fabra, el presunto gánster de Castellón de la Plana, padre a su vez de Andrea Fabra, Andreíta, una tía que en pleno Parlamento, cuando Rajoy excluía a los parados del sistema, exclamó a voz en grito en un arrebato de felicidad: “¡Qué se jodan!”.
¿Ha evitado EL PAÍS mencionar a Andrea Fabra, que no le llega, en estatura moral, a los tobillos a Belén Esteban? No. Pues de qué hablamos cuando hablamos de amor.
Seamos sinceros: a mí Belén Esteban e Isabel Preysler me la sudan, pero estoy de la autoridad competente hasta aquí. Basta que me digan una cosa para que haga la otra. De modo que busqué en Google “Isabel Preysler” y también salía, con una página mejor escrita, claro, que la de Belén, porque Isabel es egiptóloga (parece que leyó Sinhué el egipcio) y porque tiene amigos cultos y gais que controlan su imagen, mientras que los amigos de Belén la descontrolan.
He ahí un paralelismo entre la heroína del pueblo y la señora de Boyer: que mientras una mima su imagen, la otra la desmima. Hay más: una se hace la estética con un artista del bisturí y la otra se la hace con un carnicero; ésta es la heroína del pueblo llano y aquélla la de las clases cultas ignorantes. Si supieran escribir y las obligaras a vivir juntas durante dos semanas, acabarían, no lo duden ustedes, a tiros, como Verlaine y Rimbaud.
¿No querías referencias cultas, redactor jefe amigo? Estamos hablando de Verlaine y Rimbaud, dos poetas franceses y malditos, valga la redundancia. Si es que todo el mundo tiene algo bueno, algo por lo que merece salir en EL PAÍS, no hay más que ponerse a investigar. La investigación, por cierto, está tan devaluada como la cultura. Si alguien te dice “lo he investigado”, es que ha mirado en la Wikipedia, donde de mí mismo, que también salgo, se dijo que estuve liado con Sándor Márai. Cuando empecé a presumir públicamente de ello, lo quitaron, qué cabrones.
Pues yo “lo he investigado” también. Pero no me he quedado en la Wikipedia, redactor jefe, no te creas. Gracias a la capacidad asociativa de la que soy víctima (siempre encuentro pruebas de que me persiguen) me he acordado de aquel instante en el que Truman Capote y Dick Hickcock, uno de los asesinos de la familia Clutter, se miraron y cada uno de ellos comprendió que habría bastado un pequeño giro de la vida para que Truman (al que le gustaba delinquir) fuera Dick y Dick (al que le gustaba escribir) fuera Truman.
Se cuenta maravillosamente en la biografía de Capote que publicó Anagrama y cuyo autor ni recuerdo ni viene en la Wiki. Quiere decirse que el motor de ese libro famoso, A sangre fría, fue ese intercambio de miradas fundacional entre el asesino y el periodista.
Llévenlo a la relación entre Preysler y Esteban. ¿Acaso no habría bastado que la existencia hubiera sido más piadosa con Belén y menos complaciente con Isabel para que esta se hubiera casado con un torero y aquella con un ministro de Economía, o para que Belén hubiera leído Sinhué el egipcio e Isabel fuera prácticamente analfabeta, o para que la que anunciaba cerámicas hubiera anunciado sartenes y la que anunciaba sartenes hubiera anunciado cerámicas, o para que la que salía en Hola hubiera salido en Pronto y la de Pronto en Hola?
Compartimos el 90% o así de nuestro capital genético con un gusano, el elegans, lo que quiere decir que habría bastado con que los genes hubieran caído de otro modo para que usted y yo fuéramos las lombrices de nuestro jardín y, las lombrices de nuestro jardín, nosotros.
De modo que menos humos.
Querido redactor jefe, después de haber citado a Verlaine, a Rimbaud, a Truman Capote y a Sándor Márai con la naturalidad que se ha visto y en un espacio tan breve, ¿serás capaz de decir que este artículo dedicado a la incompatibilidad aparente entre Isabel Esteban y Belén Preysler no es un artículo culto, digno de las mejores páginas de EL PAÍS? No lo creo.
De modo que le pongo el punto final, lo firmo y te lo envío.
A ver si tienes güevos para no publicarlo.
Próxima entrega, el domingo: José Bono / Raphael.
No hay comentarios:
Publicar un comentario